Reciéntemente, unos compañeros sindicalistas participaban en unas jornadas que organizaban Ecologistas en Acción. Les pasaron un conjunto de preguntas (incómodas) a las que les pedían responder. Me pidieron que les aportase algunas ideas para poder contestar a las mismas. Este post inaugura una serie que explorarán posibles debates y propuestas en torno a dichos cuestionamientos, no tanto como respuestas cerradas sino como una apertura a una polémica sumamente compleja.
Daniel Albarracín
Septiembre 2013
• ¿Qué posibilidades técnico-operativas (no
económica) pueden plantearse en torno a la reducción sustancial de la jornada laboral con el objeto de
distribuir el trabajo existente. ¿Cómo podría hacerse el reparto? Turnos, etc.
Es posible realizarla, lo que implicaría una
fuerte reorganización tanto social como laboral. Es preciso identificar
objetivos y límites productivos, formas de organización sociolaboral y
productiva en cada sector, el tipo de trabajos involucrados (atención al
público o no, requerimientos de coordinación y trabajo en equipo, concatenación
de tareas, etc…). En términos generales, la reducción del tiempo de trabajo
(con el propósito de producir sólo lo necesario, de crear y repartir el empleo
hasta hacer desaparecer el paro, de mejorar la eficiencia en el trabajo, etc…)
tendrá diferentes formatos en función de cada sector.
En los trabajos que se realicen con independencia
de un equipo en el día a día, que no supongan relación con el público a diario,
los tiempos de presencia se reducirán a este tipo de momentos de coordinación o
presencia personal, y se establecerán trabajos por objetivos y plazos
definidos, a desarrollar con flexibilidad horaria. Aquí el reparto del trabajo
consistirá en repartir esos objetivos, con garantía de que se hagan con calidad
y plazos precisos.
En los trabajos de atención al público, como en
gran parte del sector servicios que atiende a personas, o el trabajo que sigue una cadena de montaje,
un sistema de turnos es el más adecuado. El sistema de turnos puede variar de
sector a sector, pudiendo reducirse las horas diarias o los días de la semana
de trabajo efectivo, según lo que puedan influir las paradas en el sistema de
servicio o producción y la necesidad del descanso.
• Viabilidad y alcance de sustitución de
empleos tradicionales por empleos verdes.
Los empleos verdes no pueden reducirse a aquellos
que palían el sistema de producción sucio (reciclaje, etc…) del capitalismo,
pues no resolverían los problemas principales y serían empleos periféricos.
Deben penetrar el sistema productivo, introduciendo criterios de cambio en el
modelo técnico-energético del sistema industrial, de transporte, de
construcción, de provisión de servicios y productos, de diseño de sistemas,
procesos, productos y servicios que sean sostenibles, con un alto componente
educativo también en el proceso de consumo, en aras de
producir/consumir/destruir/generar energía, materiales y residuos de manera
mínima y ajustado a las necesidades que se pretende satisfacer.
Las dificultades son inocultables, pero no
imposibles, y si lo fueran, sería una “imposibilidad necesaria”. La primera
dificultad sería la enorme inversión, en un proceso de transición de algunas
décadas (aún a pesar que las exigencias de plazo del cambio climático nos deja
apenas 7 años de margen, para no entrar en una espiral inhabitable a finales de
este siglo) para modificar el modelo industrial y que se basase en energías
renovables. El cambio de infraestructuras hacia energías renovables exigiría
también grandes impactos, y posiblemente recurrir a energías fósiles, con lo
que tampoco sería fácil. Una dificultad añadida sería la necesidad de reordenar
los espacios habitables, porque algunas ciudades no serían sostenibles y
debieran situarse en ámbitos energético-naturales viables para proporcionar
este bien de manera suficiente. Pero el obstáculo primero no es tanto técnico,
siendo titánico, sino que es sociopolítico. Ni los gobiernos, ni las grandes
compañías energéticas, ni la conciencia social admitiría un cambio hacia un modelo
sostenible que exigirá con seguridad fuertes cambios en los hábitos y
condiciones de vida, pues plantearía un modo de existencia menos confortable,
más austero y más consciente de aquello que se produce y se consumo en un
entorno ecológico sobrecargado más allá del límite asumible desde la década de
los 80 del pasado siglo. Los plazos de cambio son además exiguos, pues un
aumento de más de dos grados en el clima supondría grandes cataclismos a partir
de la década de 2050, y eso descontando que la presencia de gases de efecto
invernadero, aún sin sumar apenas nada más, ya tendrá efectos fortísimos por
más de un milenio por delante.
• ¿Qué cambios – organizativos y de visión
general del sindicalismo –
deberían hacer los sindicatos para afrontar el proceso de transición socioecológica?
En primer lugar, debe profundizarse en la
reflexión y dejar de concebir al medioambiente como una oposición al empleo.
Naturalmente, esto entraña cuestionar la lógica de acumulación y beneficio
capitalista que supedita la creación de empleo a inversiones rentables. En
segundo lugar, supone reivindicar un modelo de empleo diferente. Empleos que
habrán de estar ligados a una política industrial y sectorial sustentables, y
que la lógica del pleno empleo pase por el reparto del trabajo y de todos los
empleos en un sentido de establecer objetivos de producción ligados a las
necesidades sociales y no tanto a la acumulación productivista sin fin que
impone el capitalismo.
A este respecto, esto supondrá nuevas estrategias
para el movimiento obrero, por ejemplo, en el caso del carbón, que incluyan una
transición y reconversión del sector, y no simplemente un cierre o una
continuidad sin cambios.
• ¿Están los sindicatos realmente
comprometidos con el cambio a un modelo productivo que sitúe la respuesta a los
problemas y amenazas ecológicas en un lugar preferente? ¿No tienden los
sindicatos, especialmente en su práctica, a considerar la ecología como un
asunto colateral y subsidiario en relación con las reivindicaciones económicas
clásicas?
Gran parte de la izquierda, desgraciadamente,
aborda la cuestión ecológica como un problema paisajístico o subordinado a la
marcha de la economía y el empleo.
La tesis sindical dominante que interpreta el
cambio de modelo productivo no lo hace tanto, aunque exista esta línea de
pensamiento, como una forma de modificar el sistema tecnoenergético hacia las
renovables (lo que exigiría otro cambio superior, como es cuestionar el modo de
producción capitalista), sino más bien hacia uno que apuesta por un modelo
competitivo “diferente”. Es decir, se trata de un discurso basado en competir
en la globalización mediante una industria que promueva una producción de
“valor añadido” y empleos mejor cualificados. Sin embargo, esta tesis dominante
choca con una realidad implacable: el posicionamiento efectivo de países en
espacios de poder industrial y de mercado (EEUU, Alemania, Francia, Japón,
etc…) que hace inviable a países periféricos liderar estos procesos, y unos
intereses de las propias compañías privadas en competir en bajos costes aún a
costa de especializarse en mercados subalternos y producciones de baja calidad.
Sin duda alguna, parece que sería necesario
modificar estas estrategias idealistas de carácter socialiberal competitivas, e
impulsar una estrategia contra el poder del capital y a favor de economías
solidarias, cooperativas e internacionalistas que cuestionando el modo de
producción imperante procedan a una transición energética sostenible en el
menor plazo posible.
• ¿Entienden los ecologistas las
dificultades de los procesos de transición económica y social?.
En primer lugar, debemos distinguir entre
corrientes ecológicas muy diferentes. En primer lugar, creemos que cualquier
aproximación a lo ecológico de carácter estético, como aquellas posturas que
defiende un entorno verde como si fuese un mero paisaje, que renuncia a
cuestionar las estructuras socioeconómicas y el poder establecido, se trata de
una lucha elitista que persigue proteger ámbitos agradables para sí mismo, sin
entender la cuestión de la globalización capitalista y su depredación mundial. Existe
también cierto ecologismo moral que plantea el reto como un cambio individual
extendido socialmente basado en el ascetismo, en el conservacionismo de algunas
especies, etcétera, ignorando los procesos socioeconómicos y los desafíos
sociopolíticos y sindicales que entrañan. A este respecto, la postura moral no
siempre viene acompañada con la participación en el ámbito sindical o
sociopolítico para tratar de llevar a cabo las estrategias de cambio
sustentable a los ámbitos laborales, económicos y políticos, quedándose como
meras iniciativas de protesta en los movimientos sociales, necesarias pero
insuficientes.
Otras corrientes, como algunas que plantean
cierto tipo de decrecentismo, establecen una estrategia que ni necesariamente
cuestiona las formas de cómputo económico (¿basta con hacer decrecer el PIB, es
esa la medida apropiada y no la extracción de energía y materias primas, como
plantea J.M. Naredo?) ni asume la cuestión social inaplazable entre los pueblos
empobrecidos del Sur y las clases populares oprimidas y explotadas del Norte.
Al mismo tiempo que es preciso decrecer en actividades opulentas, destructivas
e insostenibles es preciso crecer en políticas sociales, actividades de cuidado,
y generar empleo socialmente útil y ecológicamente viable. Mientras que algunos
países deben reducir drásticamente su nivel de producción y consumo, otros
países no pueden más que seguir desarrollándose.
Sin embargo, observamos que surgen con fuerza nuevas
corrientes (D.Tanuro, Jorge Riechmann, etc…) ecosocialistas comprometidas con
un cambio socioeconómico y político necesario para hacer posible un mundo
sostenible ecológicamente. Estas últimas corrientes son del mayor interés, pues
introducen sus reflexiones para proponer un modelo alternativo de economía y
del mundo del trabajo, con una perspectiva social y ecológicamente radical. A
este respecto, la ecología económica y la ecología política asume el reto de
enfrentarse a las estructuras de poder material, y no se refugian en la
denuncia moral movimentista ni en una perspectiva asceta seudoreligiosa, lo que
no impide que apuesten por un modelo de austeridad compatible con un desarrollo
y felicidad humana basada en la disponibilidad de tiempo, el aprendizaje y el
conocimiento, la calidad de las relaciones humanas y la posibilidad democrática
y de autogobierno colectivo.
• Dualización laboral:
trabajadores fijos y precarios. ¿Tienden los sindicatos a priorizar las
reivindicaciones de los fijos, generalmente, la mayor parte de sus afiliados?
¿Cual es el peso – afiliación, cuadros – de los precarios en los sindicatos y
en la acción sindical?, y, a la inversa, ¿qué influencia tienen los sindicatos
en el colectivo de precarios?, ¿prefieren éstos organizarse al margen de los
sindicatos, o de los sindicatos mayoritarios?
Este tema es sumamente controvertido. Es cierto
que la población temporal y juvenil apenas comporta el 10% de la afiliación.
Pero la razón no es tanto que el sindicalismo abandone a este colectivo (otra
cosa es determinar si acierta realmente a incluirlo), sino más bien que el
marco legal, la propia inestabilidad en el empleo, la falta de consolidación
laboral, dificultan la afiliación y la participación sindical de estos
colectivos. Objetivamente la atomización empresarial, la temporalidad en el
empleo, las dificultades para votar en elecciones sindicales, son factores que
obstaculizan la participación sindical de estos colectivos. A su vez, los
sindicatos fracasan a la hora de encuadrar a un colectivo que, como los
nómadas, cambian de empleo y sector con frecuencia, cuando no desarrollan
políticas de intervención en las pequeñas empresas, y cuando en determinados
sectores, además, la patronal reprime a los sindicatos o promociona sindicatos amarillos,
si es que no han surgido antes otros corporativos.
La precariedad es un fenómeno complejo, que reúne
inestabilidad laboral, bajos salarios y, en ocasiones, penosidad. Estos rasgos
son generales a toda la clase trabajadora, si bien en grados diferentes. La
decisión de sumarse a una organización sindical depende de una experiencia
previa de conflictos laborales, de haber establecido contacto con compañeros
solidarios o con organizaciones que generen credibilidad, y de haber asumido
consciente y maduramente el paso de encuadrarse en uno u otro sindicato. Estas
situaciones son más difíciles que lleguen tempranamente, en la edad juvenil. A
este respecto, creemos que, a pesar de que algunos sindicatos minoritarios
abrazan la prioridad de dirigirse al colectivo denominado “precario”,
seguramente su composición interna en cuanto a condiciones laborales de su
afiliación no sea muy distinta a la de los sindicatos mayoritarios.
• Problemática de
profesionalización del voluntariado. ¿Debe hacerse?, ¿cómo?
Sin duda alguna, el trabajo comunitario, del
voluntariado, es síntoma de cohesión social en muchas sociedades. Sin embargo,
también es un mal síntoma que se persiga sustituir una provisión de servicios
esenciales, como algunos servicios públicos u otros bienes comunes, de manera
profesional por una forma voluntaria. La voluntariedad puede acarrear mayores
dificultades de proseguir materialmente un compromiso de dedicación, y la
profesionalidad tampoco impide mayor implicación si la persona dedicada dispone
de un ingreso a cambio. Desde este punto de vista, el que se realice un trabajo
remunerado tampoco impide un plus de militancia siempre bienvenida, pero no es
admisible que alguien no tenga cubiertas sus necesidades personales y
familiares por trabajar en una actividad socialmente imprescindible, porque
esto puede ocasionar una degradación de ese servicio.
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