28/5/10

Cuestionario/Entrevista sobre la crisis: Coyuntura en Mayo 2010


Ayer mismo me formulaban un pequeño cuestionario para discutir en un seminario. Comparto algunas de las respuestas que considero sirven para aproximarse al debate sobre la situación económica ahora mismo.

Daniel Albarracín

1.- ¿Hay indicios de recuperación de la actividad económica en nuestro país?


La dinámica del ciclo industrial, en su dinámica recesiva iniciada en la segunda mitad de 2007, se está atemperando, desde la segunda mitad del año 2009, hasta ahora. Posiblemente por la tímida reactivación una vez se reestablece la actividad financiera y económica, animada por los rescates bancarios, las inversiones públicas y los estímulos fiscales. Sin embargo, la naturaleza compleja y profunda de la crisis ha incrementado sus contradicciones y abortarán las tendencias al crecimiento económico –en cualquier caso muy limitadas para contrarrestar los fuertes volúmenes de paro-. Los flujos financieros han abandonado, tras agotarlos, sectores agotados, para centrarse en la desestabilización de los importantes volúmenes de deuda pública, poniendo a su vez en jaque a monedas como el euro, y exprimir la racionalización empresarial y su concentración en proporciones hasta ahora desconocidas.
La opción del gobierno, en el marco de una UE que apuesta por una salida tecnocrática y neoliberal, de reducir el déficit público mediante políticas de recorte del gasto en materias sensibles y la inversión pública más aumentos de impuestos indirectos, y la renuncia, o la deriva y promesa siempre incumplida, de reformas fiscales progresivas, agravarán la situación en un nuevo y más duro impacto de la crisis.
La situación de la balanza de pagos, la insolvencia estructural de los sectores ante un fenómeno de endeudamiento masivo, la trampa de la liquidez, el efecto precaución y la austeridad en el consumo –congelación y recorte salarial, los persistentes y crecientes porcentajes de paro, etc…-, contribuirán a que entremos próximamente, en 2011, en una depresión.

2.- ¿Hay riesgo real de deflación?

Estructuralmente hay dos tendencias que impiden asegurar el resultado final. Aunque me inclinaría a pensar que el efecto final será una deflación moderada en diferentes países occidentales, entre ellos el nuestro. La inflación rampante que hemos alcanzado es producto de la tímida salida de la recesión, que, como hemos señalado, se verá abortada por las políticas macroeconómicas impuestas.

La tendencia principal es el enfriamiento de la economía, por la depresión de la inversión y el consumo, y la extraversión de capitales a países emergentes y centrales, en detrimento de semiperiferias como la nuestra.

Pero hay otras tendencias que pueden contrarrestarlo parcialmente:
- La evolución de la inflación subyacente y el encarecimiento de las energías fósiles.
- La nueva huida hacia delante hacia un nuevo proceso de endeudamiento y de prolongación de las políticas monetarias expansivas –que no tienen más recorrido en el actual contexto-, ahora de carácter macrointernacional, a través de organismos europeos (la UE acaba de inundar la economía de fondos que salen de darle a la máquina de crear moneda) que monetizan la economía –generando tensiones inflacionarias-, y del FMI. La inyección de estos volúmenes, sin mayor respaldo, van a ocasionar posiblemente una devaluación importante del euro, y, en este sentido, contribuirán a la inflación.


3.- ¿Qué prioridades debe tener la política económica en la actualidad?

Resulta complicado actuar con una política alternativa, si no es poniendo en cuestión algunos parámetros del bloque regional en el que España se encuentra. Ese cuestionamiento no debe suponer una tentación a soluciones nacionales, sino que sólo es factible mediante el desarrollo de políticas internacionales concertadas, con la extensión hacia países lo más amplia posible, que ponga en cuestión el marco neoliberal de la Unión Europea. La Unión Europea, o el bloque de países que se sumase a una nueva alianza, deberían desarrollar una política que tomase en serio lo siguiente:

- Una mayor integración política en materias de cooperación material y de vertebración y convergencia socioeconómica de ese espacio europeo, respetuosa con la soberanía sobre la propia identidad de cada nación.

- Una regulación del movimiento de capitales y de los mercados financieros organizados para garantizar la responsabilidad sobre el tipo de inversión realizada.

- Una regulación bancaria que garantice el funcionamiento de las entidades hacia la solvencia, la fluidez del crédito. La formación de una banca pública europea con capacidad de intervención en el sistema financiero.

- Una armonización fiscal progresiva capaz de financiar la construcción de un Estado Europeo democrático, y con capacidad de desarrollar políticas de inversión, políticas sociales, etc…

- Una política monetaria que sustente la moneda única sobre políticas de solidaridad interregional, un Banco Central Europeo –con control y dirección democrática- con mayor capacidad financiera, y que abandone los principios de convergencia inspirados en Maastricht

- Una homogeneización al alza de la regulación de las relaciones laborales.

- Una urgente política a medio y largo plazo de sostenibilidad y regeneración medioambiental.


En cualquier caso, a escala española, la salida pasa por:

- Una reactivación del papel del sector público,

- Una regulación del sistema financiero recuperando una banca pública,

- Una reforma fiscal progresiva (control del fraude, aumento de los tipos y tramos del IRPF, eliminación del sistema de módulos aumento de los tipos sobre el ahorro, para no favorecer su tratamiento en relación a las rentas salariales, aumento del impuesto de sociedades a las grandes compañías, recuperación y progresividad del Impuesto de patrimonio hasta su conversión en impuesto sobre grandes fortunas, e Impuesto de Sucesiones).

- Una política de inversión pública planeada, centrada en sectores de utilidad social y estratégicos, con efectos multiplicadores. Políticas sociales, ordenación del territorio y rehabilitación de edificios como líneas prioritarias.

- Desarrollo de una infraestructura pública, que intervenga y exija la colaboración y concertación del sistema privado de energía, transporte y telecomunicaciones, para desarrollar en veinte años una transición energética y de comunicaciones sostenible basada en energías renovables, para su aplicación progresiva en el aparato industrial.

- Una regulación del sector privado para garantizar una reinversión de beneficios orientada a áreas de modernización, innovación y tecnología, recualificación profesionales, mejora de sistemas de servicios y productos, y regeneración del sistema productivo para la reducción de emisión de gases de efecto invernadero, aumento de la ecoeficiencia, eliminación del despilfarro material, y optimización en la logística y de los transportes.

- Desarrollo de una reforma laboral garantista, que permita combinar el empleo estable y con derechos, con la adaptación de la fuerza de trabajo a los nuevos puestos de trabajo considerados prioritarios. Para eso habría que impulsar el papel y los recursos de los Servicios Públicos de Empleo (como intermediador protagonista, pero también como empleador, y no sólo como proveedor de prestaciones de desempleo o de la gestión de formación a escala local), encarecer y endurecer la contratación eventual. Desarrollar políticas laborales y sociales que focalicen su actuación a lo largo de toda la trayectoria biográfica de las personas.


4.- ¿Se pueden conjugar políticas de impulso económico con medidas que limiten el crecimiento del déficit público?

Sí es posible. La inversión pública y el recorte del déficit público debe financiarse con más y mejores impuestos. Y, en su caso, con recortes alternativos en áreas de menor utilidad social (ministerio de defensa, concordato con la Iglesia, presupuesto de la Casa Real, subvenciones al capital que no tenga una orientación social y económica sostenibles o multiplicadoras, etc…).

5.- ¿Que efectos tendrán las medidas de austeridad del gasto público impulsadas por el gobierno español?

Recorte importantísimo del consumo y la inversión, y profundización de la depresión. Quiebra de la confianza. Aumento del absentismo y el rendimiento en los bienes y servicios públicos.

6.- ¿Las restricciones de los mercados financieros sobre la capacidad de endeudamiento de la economía española obligaban a estas medidas de austeridad?

La presión es importantísima, sobre todo con los márgenes que quedan en manos de los gobiernos en el marco de la UE. Sólo una política supranacional puede compensar esas presiones, o decidirse a gobernar los mercados financieros internacionales.

7.- ¿Qué otras opciones tiene el gobierno español con el objetivo de favorecer el crecimiento económico?

Configurar una alianza supranacional y cambiar de política económica, afirmando su soberanía frente a la tiranía de la tecnocracia neoliberal.

8.- Las recientes medidas tomadas por la UE ¿suponen un avance en la gobernación económica europea?

Lo que demuestra es que si hay voluntad política se pueden hacer muchas cosas. Pero esa voluntad se dirige a derivar de nuevo hacia el futuro los problemas. Si primero, la política monetaria expansiva estaba en el ámbito privado y luego se derivo al ámbito público, ahora se extiende a nivel internacional. Dicho de otro modo, los fondos e instrumentos arbitrados suponen una mejor gobernación favorable a los países centrales, las grandes corporaciones financieras y los grandes grupos de presión. En detrimento de la soberanía popular y la democracia, y no sólo del ajuste en las condiciones de vida.

9.- ¿Son efectivas para relanzar la actividad económica?

Servirán para poner parches, para atemperar y derivar hacia el futuro el golpe, pero no podrán resolver las contradicciones de fondo.

10.- ¿Que medidas económicas deberían tomarse a escala europea para conjugar impulso productivo y una mayor gobernanza económica?

Ya las hemos señalado más arriba.

Pero ni que decir tiene que tiene que haber un gobierno más democrático, participativo y abierto a otro tipo de política económica, basada en las necesidades sociales y que apueste también por:

- Aislar y prohibir los paraísos fiscales, condenando a los países que han creado países artificiales para su propio beneficio.
- Regular los mercados financieros y el movimiento de capitales.
- Integrar políticamente a Europa con un impulso solidario internacionalista

14/5/10

Un tijeretazo tras el gran hachazo al presupuesto público


Daniel Albarracín

13 de Mayo de 2010

Tras el Programa de Austeridad que anunció el gobierno para reducir el presupuesto público en 50.000 millones de Euros, en tres años, cuyo impacto ya era de una envergadura fenomenal, se ha puesto sobre la mesa un nuevo recorte de 15.000, con impacto en dos, que repercute directamente sobre las políticas sociales. Este nuevo recorte se añade a las iniciativas y negociaciones para llevar a cabo una reforma laboral y una racionalización regresiva en el sistema de pensiones en próximas fechas, cuyo alcance todavía se desconoce.

El PSOE vuelve a claudicar a los grandes poderes económicos. Al silbido de Obama, a su vez presionado por grupos de presión financieros y asesorado por su equipo de tecnócratas neocon, y el marco de una UE con un euro en cuestión, responde con un nuevo ajuste de grandes proporciones.

  • El gobierno con estas medidas repercute en los empleados públicos una caída media del 5% de los salarios, rompiendo el pacto con los sindicatos de incremento de un 0,3% del pasado otoño. Representa la primera vez desde la transición que se produce una disminución en los salarios nominales.
  • Se suspenden la revalorización de las pensiones, salvo las mínimas y no contributivas, afectando a 6 millones de personas y haciendo perder poder adquisitivo a las personas jubiladas.
  • Se elimina el régimen transitorio para la jubilación parcial (Ley 40/2007), con lo que se pierde la gradualidad y sólo podrá obtenerse este derecho a los 61 años, con una reducción máxima de la jornada al 75%, con antigüedad mínima de seis años en la empresa y mínimo de 30 años de cotización.
  • Se elimina la retroactividad en el cobro de las prestaciones de Dependencia.
  • Se recortan 600 millones de Ayuda oficial al desarrollo.
  • Se recortan 6.045 millones en una inversión pública ya maltrecha y ajustada con el macroajuste del Programa de Austeridad.
  • Otros recortes, como el del cheque-bebé, o el de los medicamentos, no se compensan con una necesaria política fiscal y de inversión expansivas.
  • Se prevé un recorte en CCAA y Ayuntamientos aún por ver.
  • Y sólo se dice prometer una subida de impuestos a rentas altas que no se ha concretado en nada y puede quedarse en humo.

El gobierno ha renunciado a reformar o regular el sistema financiero y mucho menos recuperar una banca pública completamente necesaria. Al contrario ha realizado un plan de rescate financiero proverbial. Sus reformas fiscales han sido regresivas o de recorte impositivo a las rentas del capital. Y no ha movido un pelo para modificar el carácter neoliberal del modelo de UE. Con esta perspectiva la crisis volverá a producir un segundo gran impacto en lo que se prevé un duradero proceso de estancamiento y recesión.

De modo que sólo cabe organizar una respuesta política para afrontar una alternativa internacionalista que rompa con estas políticas y movilice a la sociedad contra lo que va a ser una línea de medidas que se van a suceder mientras los poderes económicos sigan imponiendo la tiranía de los mercados financieros frente a cualquier rastro de democracia y soberanía popular.

1/5/10

Más de dos largos siglos de crisis de “in-civilización” capitalista

Daniel Albarracín, Marzo de 2010.

1. La imposición sociopolítica del capitalismo como sistema socioeconómico.



Si algo no puede estar ausente cuando se caracteriza el capitalismo -como modelo social, económico y político contemporáneo- son las crisis, en tanto que condición de su existencia. El capitalismo se ha venido forjando como el sistema más revolucionario, inestable y contradictorio de la historia. La impronta del capitalismo le aboca a una crisis permanente.
Con su despliegue, tan fulgurante como depredador, explotador y desigual, cabalgado por nuevos sujetos sociales políticamente conscientes, su virulencia desató un nuevo orden social que originó conflictos crecientes cuantitativa y cualitativamente exponenciales. Enfrentó un nuevo régimen contra otro antiguo –el feudalismo-; a la ascendente burguesía contra la clase trabajadora explotada merced a una nueva dominación socioeconómica; fragmentó el mundo en fronteras haciendo rivales a personas con necesidades comunes –hasta el punto de causar conflagraciones recurrentes, o migraciones en la que se divide a las personas en ciudadanos de primera, segunda, o sin categoría según la disposición o no de papeles según las reglas de cada país-; reordenó viejas opresiones –como el vetusto patriarcado contra las mujeres, o el empleo represivo de las religiones- haciéndolas funcionales con la explotación capitalista; y expone a la humanidad –primeramente a los pueblos y clases más vulnerables- a una no descartable autodestrucción, poniendo en peligro las condiciones de habitabilidad del planeta al arrancar la riqueza natural de la tierra de ciclos sostenibles para la vida, y al inundarla de residuos dejando una imborrable huella ecológica.

La monótona dinámica secular de sistemas antiguos –como, por ejemplo, la solapada propiedad feudal de y la fijación servil a la tierra; el vasallaje, el señorío o nobleza y la exención fiscal que conllevaban; los gremios, o el justiprecio de mercados en los que no primaba la obtención de excedente-, se vieron derruidas, deglutidas o sustituidas por nuevos sujetos que instauraron la primacía política, económica y social de la relación del capital. Según ésta, quienes controlan los medios de producción adoptan sin corsé las decisiones de asignación de los recursos de su propiedad –primero familiar, luego accionarial, siempre formalmente individual-. Se inicia así una incontenible y desordenada carrera competitiva por beneficiarse de la plusvalía extraída de la rentabilización del empleo y organización de la fuerza de trabajo de la mayoría social, a partir del valor originado en su trabajo. Con la mayor y más diversa violencia que se ha conocido se devastaron formas de vida y se reconfiguraron relaciones sociales enteras. En apenas dos siglos de (salvaje) civilización capitalista se aniquilaron la mayor parte de instituciones y sistemas de privilegios feudales, entre oleadas de desamortizaciones de tierras eclesiales o estatales, tierras valladas donde antes había propiedad comunal o bienes libres, consolidación y clarificación de la definición de propiedad; y se despojo el modo de vida campesino, empujado a no tener más bien que su prole y su fuerza de trabajo hacinada en la ciudad y entregada a la empresa industrial (sea agroganadera, fabril o de servicios).

La burguesía – con sus diferentes fracciones y grupos cómplices o aliados- tomó el poder. El apoyo del resto y mayoritario pueblo llano fue imprescindible en las históricas revoluciones que promovió. Pero pronto se desprendió del incipiente proletariado y otras clases del pueblo llano comprometidas en la revolución social –para llevarla más allá-, como aliados, y una parte de la nobleza convino en acogerse y reconvertirse a las ventajas del nuevo sistema instaurado.

Se pusieron en pie nuevos derechos individuales, al tiempo que ascendieron formas institucionales y modelos socioeconómicos que iban a definir nuevos privilegios y consolidar desigualdades sustantivas en las condiciones de vida, concentrando las posibilidades de aprovechamiento de aquellos derechos formales individuales en la nueva clase dominante. Entre estas instituciones capitalistas, fuente de privilegios para una minoría, destacan la propiedad privada de medios de producción, la herencia, el Estado-Nación burgués –garante de los anteriores privilegios y del crecimiento ordenado de los mercados acondicionados para la realización capitalista, y de regímenes fiscales contradistributivos y de gasto a favor del capital-; o el derecho mercantil y concursal que favorece la libertad de empresa y condiciones económicas ventajosas para las corporaciones privadas-; la sociedad anónima por acciones, bajo cuyo aliento las empresas pudieron formar sus espacios de oligopolio transnacional; y los mercados financieros organizados y las regulaciones que flexibilizan la movilidad de los capitales. A la batería de derechos civiles individuales como la libertad de expresión y de prensa, la igualdad formal ante la ley, se sumaron derechos colectivos –como las pensiones, educación o sanidad, entre otros- y la libertad de asociación –política, sindical, etc…- arrancados solamente tras importantes pugnas sociales, en los que fue protagonista el movimiento obrero, y a cuya posibilidad contribuyeron la presencia de Estados obreros que rivalizaron fríamente con el capitalismo y que coadyuvaron con novedosas –pero degradadas burocrática, autoritaria y ecológicamente- formas socialistas a una competencia internacional por la hegemonía mundial, durante más de 70 años y hasta la caída del Muro en 1989.

Por otro lado, aquellos “derechos” estaban pensados para un individuo abstracto que no existe –o que, de presentarse, no era otra más que la del urbanita, varón, blanco, heterosexual, patriarca y propietario-. Y por tanto obviaban el justo trato equivalente para todas las personas y, de este modo, la necesidad de colmar una igualdad de partida –que no debe confundirse con un trato homogéneo, ni con la simple igualdad de oportunidades- y una democracia participativa y avanzada imprescindibles para una libertad digna de tal nombre. Una libertad que no fuese la de aprovecharse sin límite de otra persona por encontrarse en una circunstancia y posición social o económica más débil, marcada por la desigual extracción social, o la discriminación en base al rol de género, la etnia, la nacionalidad o el territorio de procedencia; una libertad personal que para ser plena debe estar sujeta al respeto igualitario para todos y todas en un marco democrático todavía por alcanzar en su plenitud. Sin embargo, lo que pudieron tener de progresista aquellos derechos quedaron a la sombra de los privilegios burgueses y de la gran determinación social y económica que iba a constituir la relación salarial para la inmensa mayoría social. Lo que no es más que un sistema social donde la libertad es para unos en contra de todos los demás. Además, un amplio conjunto de derechos y libertades sustantivas para las personas quedan pendientes por realizar o su desarrollo en muchos aspectos o lugares están deformados (derecho al aborto, a la formación libre de uniones, a la plena movilidad, etcétera). En este sentido, en un desigual sistema de atribución de privilegios como es el capitalismo, los derechos, cuando no son conquistados y defendidos colectivamente, no son más que favores provistos bajo ciertas condiciones vigiladas por el poder establecido.

2. Relación Salarial, Lógica de la Mercancía, Acumulación capitalista y Ciclo del Capital.


Si los siervos de la gleba estaban atados a la tierra, la relación salarial vendrá a sujetar a las familias obreras y, por tanto, a la clase trabajadora en términos temporales. Han de dedicar cada vez más tiempo de la vida y condicionar su modo práctico de existencia –formándose, adaptándose, disponiéndose- a prestar su fuerza su trabajo para la obtención de un ingreso, para valorizarse en tanto que fuerza de trabajo empleable en los términos prescritos por el mercado y el Estado capitalistas. Cada vez más fracción de la población abandona el campo para ir a las ciudades y destinan mayores proporciones de su tiempo, mayor número de miembros de la familia, mayor atención, esfuerzo y preparación para ser explotables en el marco del trabajo asalariado y de la lógica de la mercancía.

En este contexto histórico, el ciclo del capital constituye la forma dominante de sistema socioeconómico, casi hasta su extremo desarrollada, en una forma más acabada de la que pudo experimentar Marx en el siglo XIX. Este ciclo promueve una acumulación capitalista sin fin, que adquiere y extrae su riqueza de la naturaleza, hasta el punto de agotarla, y que se sustenta en la explotación y apropiación del valor producido por el trabajo.


En el capitalismo se han ido perfilando grandes y largas etapas marcadas por las luchas de clase y la configuración de hegemonías ideológicas, ligadas a determinadas políticas socioeconómicas –reformas liberales, keynesianismo, neoliberalismo, socialiberalismo o liberalismo compasivo, etc…-, a veces gozando de cierta estabilidad y legitimidad y otras veces en franco cuestionamiento. En la actualidad, la gestión socialiberal y neoliberal, que pone a conjugar Estado y Mercado para la reordenación y liberalización capitalista de las finanzas, la producción y la distribución en mercados finalistas, se encuentra en una enorme confusión e inoperancia para afrontar las crisis materiales del sistema económico capitalista.


A este respecto, este sistema ha descrito esas grandes etapas en forma de ondas largas de acumulación (dos en el siglo XIX, una en la primera mitad del XX y hasta ahora nos encontramos en la cuarta), mayormente orientadas por tasas de rentabilidad, en periodos de prosperidad en espiral a los que le sucedían etapas de mayor dificultad para conseguir auges sostenidos y duraderos. Cuatro ondas largas se han sucedido, intercaladas con recurrentes crisis industriales periódicas, cuya duración se ha ido modificando por razones sociales, políticas, técnicas y económicas.


En la actualidad, asistimos a una profunda reordenación capitalista en un periodo en el que la división internacional del trabajo, y las hegemonías económicas y políticas están atravesando cambios y nuevos desequilibrios. A este respecto, el largo periodo en el que el industrialismo (agrario, ganadero, manufacturero, de servicios, etc…) cobraba la hegemonía en el desarrollo en la fase productiva del ciclo del capital, le sucedió otra en el que la concentración oligopólica del capital tenía su primacía en la distribución comercial. Ahora, la concentración del poder y la integración de las fracciones del capital encuentran en el sistema financiero y el papel prevalente de los mercados financieros organizados –profundamente modificados por la titularización, el ascenso del poder de las grandes corporaciones, y las facilidades de todo tipo a la movilidad y relocalización del capital- en la toma de decisiones económicas, asignación de recursos, etc… un vector de poder central.




3. La globalización capitalista

El vector de poder sigue en manos de la burguesía, ahora intrincada a lo largo de empresas-red transnacionales, que contribuyen a la formación grupos de presión capaces de influir de manera protagonista en las grandes instituciones internacionales (BM, FMI, OMC…) y en las grandes áreas regionales de mercados instituidas (TLC, UE, ASEAN, etc…). Unos intereses que siguen empeñadas en incrementar las tasas de explotación –mediante políticas de ajuste social y salarial- y moderar la composición orgánica del capital –mediante las relocalizaciones y políticas de reestructuración productiva- con el objeto de aumentar las tasas de rentabilidad, hasta el punto de instaurar una nueva fase de prosperidad en condiciones de dominación sostenidas, cuyas condiciones no descartables aún deben consolidarse –las tasas de rentabilidad recuperadas no vienen acompañadas de tasas de acumulación vigorosas - y en las que las luchas de clases serán decisivas.

En este escenario de disputas no está todo decidido y no parece factible un paso a una nueva onda larga de prosperidad sin grandes sacudidas y conmociones sociales. EEUU vive una crisis económica sin parangón y su legitimidad como guardián del mundo está en entredicho tras sus fiascos en Irak y Afganistán. La acumulación sólo es mínimamente vigorosa en Asia –China, India-, mientras que en los países centrales es débil. En cualquier caso, debe advertirse que los principales beneficiarios de la acumulación en los países emergentes son grandes corporaciones occidentales y algunos pequeños grupos locales. Aparecen bloques desobedientes y resistentes –algunos de carácter reaccionario, como Irán o Rusia-, y otros de carácter reformista radical –como en países del Mercosur y el eje Venezuela, Cuba, Bolivia o Ecuador-. Al mismo tiempo, surgen grandes conflictos sociales en el cinturón islámico con viejas disputas territoriales y luchas por la adquisición de bienes naturales.

La historia del capitalismo no ha sido la de un único modelo homogéneo de capitalismo. Porque aunque su desarrollo se ha ido extendiendo a nivel mundial, se ha materializado bajo modalidades muy diferentes, en base a la configuración sociopolítica dada en cada formación sociohistórica, en la que las disputas sociales marcaron su carácter político, también condicionadas al lugar que dichas formaciones sociohistórico concretas ocupan en la división internacional del trabajo. Nos encontramos con una estructura de países centrales, en general septentrionales, que dominan y toman ventaja de múltiples semiperiferias ascendentes y en retroceso, o periferias, en general meridionales condenadas al empobrecimiento y a la dependencia de las grandes potencias centrales.

Las hegemonías internacionales se han ido sucediendo no sin fuertes choques, con Francia, Reino Unido y finalmente EEUU -ya en su declinar económico si bien no tanto militar y diplomático- como grandes imperialismos hegemónicos en largas etapas. Imperialismo contemporáneo en reordenación con nuevos bloques multipolares con jerarquías y alianzas en redefinición que causarán nuevas tensiones rivales, nuevos ejes de alianza (EEUU-China) y de enfrentamiento (Rusia, Irán) y subimperialismos (Brasil) y posiblemente nuevas tensiones entre bloques de Estados por venir.


4. El capital, depredador del medio ambiente y urdidor de un modelo nefasto de socialización

El capital, en tanto que relación social, ha colonizado espacios sociales, económicos y territoriales, pero también las formas de vida, de pueblos, comunidades y familias, y al tiempo ha depredado sin piedad el planeta en el que vivimos como especie hasta amenazar las bases renovables de sus materiales –materias primas y energías-, de los ciclos ecosistémicos fundamentales para la pervivencia de condiciones de habitabilidad de gran parte de especies, incluyendo la humana, y ha alterado irreversiblemente –aunque aún no se sabe hasta qué punto, y en qué medida puede paliarse y corregirse- el clima.

El capitalismo, más allá de su apuesta por la individualización social, se ha apoyado en viejas relaciones sociales precedentes, como es el patriarcado extendido desde la familia al conjunto de la sociedad –empresas, espacio público, etc…-, o redes de grupos clientelares –redes sociales familiares, de amiguismo, o de paisanaje- con prácticas renovadas de presión, complicidad, soborno, chantaje, fraude tolerado o extorsión, y otras tantas, que le han podido ser funcionales en tanto que promovían y fortalecían los derechos, instituciones y normas que redundaban en privilegios para la minoría burguesa y sus adláteres (gerencias empresariales, clase política y gobiernos afines, etc…), y ha metabolizado viejos dogmas religiosos para amansar a la población o cultivado nuevas prácticas culturales –la cultura postmoderna del consumo y de expresión- que vacunaban al sistema de cualquier respuesta colectiva organizada.

Se han ignorado y ha originado nuevas crisis y degradaciones en las condiciones de sostenibilidad de la vida que representan las tareas de cuidados, en una cadena de desplazamiento y minusvalorización. Se ha generalizado la “sub”-contratación de franjas femeninas de la sociedad muy vulnerables –frecuentemente mujeres inmigrantes con pocos derechos reconocidos-, mujeres de familia obrera, o se cubre mediante la provisión de mínimos de un Estado con servicios públicos insuficientes y deficientes. Se ha empleado a fondo a cada vez más parte de la población, dando acceso al empleo y los derechos que el trabajo asalariado pudiese reportar, a los que accedían y por lo que luchan y tratan de mejorar con mucho sacrificio y lucha las mujeres, al mismo tiempo que se extendió la explotación y se abrió un espacio más –el de los centros de trabajo asalariado- para la desigualdad entre hombres y mujeres. Esa doble movilización –por los derechos de las mujeres, y por el empleo de la fuerza de trabajo potencial- ha redundado en un modelo de familia de “salario y medio” para explotar a dos o más miembros de la familia, que, en términos generales, ha comportado una inserción por la “puerta de atrás” y sin grandes expectativas para la mujer, sin una correspondiente liberación del trabajo de crianza y doméstico. Así, el modo de acceso al empleo de la mujer se ha desarrollado mediante formas de empleo precarias –empleo a tiempo parcial, temporalidad, bajos salarios, etc…-; en ocupaciones que mayormente han supuesto una extensión de la división sexual del trabajo tradicional -que asignaba a la mujer tareas y responsabilidad de mantenimiento y administración, de cuidados del bienestar y de la salud, y de atención personalizada- al mundo de la empresa, y sin verse liberadas de las responsabilidades del mundo familiar y de atención a las personas dependientes, debido a la siempre insuficiente corresponsabilidad y presencia del varón en el espacio doméstico; y con evidentes desigualdades y discriminación para su acceso a los puestos de mayor reconocimiento, reservados al varón, o que tengan mayor poder de decisión.


5. Crisis objetivas patentes e inmadurez sociopolítica de la subjetividad antagonista.

La fase contemporánea del capitalismo está abocada a una degradación inequívoca de ciertas dimensiones básicas para las condiciones de existencia social y para la vida en general. El conjunto de contradicciones y crisis sistémicas ahora exponen sus consecuencias y conflictos más duros. El reordenamiento del capitalismo mundial, la crisis de acumulación sin crisis de rentabilidad, la extensión de la precariedad y la explotación y, ante la elevación del paro de la pobreza y la miseria, el empobrecimiento de los países del Sur, el desastre ecológico y el sufrimiento de millones de personas por la carestía de agua y alimentos, de un modo de vida digno, de libertades, derechos y democracia básicas, y la previsión de la incompatibilidad de la prosperidad capitalista con un modo de existencia digno y de la sostenibilidad ecológica del planeta, nos enfrentan a una época de grandes conflictos.

La burguesía, aún cuando lograse una victoria y fuese capaz de inaugurar una nueva onda larga de acumulación capitalista expansiva, que sólo sería posible con una gran agresión a la clase trabajadora, que exigirían enormes sacrificios y derrotas y que se derivasen en una reconfiguración socioeconómica imposible sin grandes conflictos, estaría abocando a la humanidad y el planeta a una degradación ecológica que amenaza la vida en sí y a la propia especie. De persistir las bases socioinstitucionales y productivistas del capitalismo, basado en la ganancia, las consecuencias del cambio climático, la crisis alimentaria, y la transición a unas nuevas bases de modelo tecnológico y energético para la producción, supondrán desafíos que pondrán en riesgo a la propia humanidad, siendo sus primeras víctimas las clases y pueblos de extracción social y ubicación territorial más vulnerables.

Cabe constatar una crisis que, para nosotros, es la más preocupante. Una crisis de subjetividad antagonista organizada, producto de una gran ofensiva neoliberal que desmanteló los asideros institucionales para la formación e influencia de los sindicatos, y ahogó la posibilidad de acceso a los medios de comunicación de masas a las fuerzas de izquierda rupturista; una reconversión de la izquierda al socialiberalismo; del colaboracionismo de clases de la socialdemocracia, y el arrinconamiento que realizó contra fuerzas antisistema, ahora desautorizado, minorizado y paralizado socialmente; del fracaso, obstáculo y desprestigio que supuso el estalinismo; y del inmaduro desarrollo de fuerzas anticapitalistas, con dificultades para organizar a movimientos sociales ciertamente volátiles. El ascenso de la reacción, prácticas gregarias, conductas racistas y fascistas, o el descreimiento de la población en la política en tanto que ciudadanía son aspectos sociales muy contraproducentes para una transformación radical de las bases sociales capitalistas.

Esta crisis, a la luz de hoy, sólo parece tímidamente contrarrestarse en algunos países latinoamericanos y asiáticos. En Europa o EEUU solo se producen espasmódicos movimientos, como el que se denominó movimiento altermundialista a principios de los años 2000, que se han evaporado poco a poco, y que sólo han fraguado formaciones políticas de izquierda anticapitalista aún muy incipientes, y que sólo tiene cierta entidad en Portugal –Bloco-, Alemania –Die Linke, con un carácter centrista-, Francia -NPA, en parte del Frente de Izquierdas-, o el Estado Español –Izquierda Anticapitalista, entre otras pequeñas formaciones-.

La única vía para poder superar los desafíos de la humanidad, bajo bases solidarias y ecológicas viables, exige una transformación socioeconómica que acabe con las instituciones y privilegios burgueses. Un nuevo modelo socioeconómico y político que sustituya la relación salarial –sustentada en el Estado burgués, la propiedad de los medios de producción y el mercado capitalista- por formas económicas de autogestión colectiva global e internacional, derechos, ingresos y obligaciones universales y equivalentes de ciudadanía y el reparto de todo tipo de trabajo –público o doméstico-, por fórmulas de gestión que orienten los recursos a la satisfacción de las necesidades y que, inequívocamente, exigen grados de austeridad compatibles con prácticas saludables y de bienestar colectivo. Y sólo con ello no será suficiente, porque los retos de los límites ecológicos supone adecuar nuestras formas de producir y consumir a los ciclos naturales y ecosistémicos; porque los retos para una relación equivalente y equitativa entre personas supone revisar claramente las formas de familia, de relación entre personas, hombres y mujeres, de tolerancia y reconocimiento de las libertades sexuales respetuosas de cualquier orientación, y los modelos de provisión de bienes y servicios públicos; en suma, también, de aprender y superar viejas experiencias autoritarias y burocráticas que exploraron tipos de socialismo que en gran parte fracasaron. Sólo aprender de las necesidades, de la realidad, de la experiencia del pasado, y de las posibilidades del futuro nos podrá proporcionar algún horizonte en el que sea posible vivir bien en comunidad con unas condiciones de convivencia con el planeta y el resto de las especies vivas.