RESUMEN
La suspensión del bombardeo a
Siria ilustró la oposición que enfrentan las agresiones imperialistas. Pero Estados Unidos mantiene su propósito
de destruir a un régimen adversario, impedir el resurgimiento de Rusia y frenar el desarrollo
nuclear de Irán. No puede repetir Libia en una región que concentra complejas
disputas geopolíticas.
Arabia Saudita y Qatar sostienen otro eje reaccionario, mientras Israel consolida la desposesión del pueblo palestino. Los yihadistas cumplen un papel análogo al fascismo y son enemigos de la unidad antiimperialista árabe.
Arabia Saudita y Qatar sostienen otro eje reaccionario, mientras Israel consolida la desposesión del pueblo palestino. Los yihadistas cumplen un papel análogo al fascismo y son enemigos de la unidad antiimperialista árabe.
La revuelta democrática en Siria se ha transformado en un desangre manipulado por potencias rivales. Esta involución tiende a repetir lo ocurrido en Irak o Argelia. Las destrucciones imperiales, confesionales y estatal-militares permiten remodelar la estrategia norteamericana. Pero la primavera recobra vitalidad en la oposición a la islamización forzosa que ha irrumpido en Egipto, Turquía y Túnez.
Existen semejanzas con América Latina en los efectos del neoliberalismo, las dictaduras y la dominación extranjera. Pero el predominio confesional y el declive del nacionalismo radical y la izquierda reflejan experiencias políticas y condicionamientos históricos muy diferentes.
La guerra en Siria carece de horizontes progresistas y las campañas por una “Paz con Justicia” aportan una salida. Las obligaciones diplomáticas que enfrentan los gobiernos no se extienden a los movimientos sociales.
El antecedente de Libia demuestra cuán erróneo es el apoyo a los “rebeldes” o al régimen. No existen sólo dos campos en disputa. La primavera ya ha devenido en un duro otoño y puede desembocar en un invierno imperial. Pero también despuntan perspectivas de un verano democrático.
La generalizada oposición que afrontó el
bombardeo a Siria obligó a
Obama a cancelar el operativo.
El pretexto de las armas químicas no alcanzó para crear el clima belicista que
exigía esa acción. Por eso el gendarme -que ostenta un insólito premio Nobel de
la Paz- aceptó la propuesta rusa de instaurar un control internacional
sobre el arsenal. Pero las inspecciones en Damasco requerirían un despliegue de
tropas que nadie quiere enviar y un complicado proceso de traslado de armas que
todos descartan.
El rechazo al bombardeo fue contundente dentro
de Estados Unidos. Las encuestas ilustraron el descreimiento de la población,
luego de la estafa sufrida con las armas de destrucción masiva de Irak. Tampoco
funcionaron las imágenes del sufrimiento sirio que difundieron los medios.
Ya es sabido que las incursiones de “protección
humanitaria” no se circunscriben a objetivos militares y afectan a la población
civil. Hay cierto desgaste del discurso hipócrita que propaga el principal
proveedor mundial de sustancias químicas. Estados Unidos encubrió recientemente
el uso de fósforo blanco por parte de Israel en Gaza y es culpable de Hiroshima y de los
mutilados de Vietnam.
Obama
tampoco logró la cobertura de Naciones Unidas para disfrazar su matanza con
normas de derecho internacional. Las invasiones que ampara ese organismo nunca
son resueltas por la “comunidad internacional”. Invariablemente emergen de algún contubernio entre las cinco
potencias con derecho a veto en el Consejo de Seguridad.
Los socios
tradicionales del sheriff global se negaron esta vez a repetir el
acompañamiento aportado a las invasiones de Irak, Afganistán y Libia. En el G 20, Estados Unidos sólo obtuvo el
apoyo de Francia, Turquía y Arabia Saudita, frente al llamativo rechazo
de Alemania y el repliegue de Inglaterra.
Pero la suspensión del bombardeo
constituye tan sólo un episodio de la contraofensiva imperial en Medio Oriente.
Debe lidiar con la pérdida de varios dictadores y el deterioro de gobiernos
adversarios que garantizaban la estabilidad regional. Estados Unidos busca
contener a sus rivales, aplastando al mismo tiempo todas las expresiones de
resistencia popular.
En una región explosiva se han
intensificado las disputas entre los imperios, los sub-imperios, los emiratos y
las castas militares por la apropiación del petróleo y el control de las rutas
estratégicas. Pero las potencias occidentales, el islamismo reaccionario y los
ejércitos represivos están conjuntamente embarcados en el entierro de la
primavera árabe. Siria concentra estas múltiples dimensiones del problema.
MULTITUD DE CONFLICTOS GEOPOLÍTICOS
En Siria se
registró una sublevación con demandas democráticas semejantes a Egipto o Túnez
y se formaron comités populares para exigir reformas políticas. Pero la
respuesta oficial fue brutal y el conflicto derivó en una guerra civil con
rasgos inter-comunitarios. Los yihadistas que se sumaron a la oposición elevaron
el nivel de crueldad y el país
quedó desgarrado en un mar de víctimas.
Este conflicto se agravó por el papel central
de Siria en la región. Su gobierno es un aliado tradicional de Rusia, está
asociado con Irán y se opone a Israel-Estados Unidos. Obama apoya a un sector
de la oposición armada (ELS), pero maneja con cautela la entrega de armas, para
evitar su captura por los yihadistas (Al Nusra, EIIL).
El presidente del imperio busca disciplinar a
la enorme variedad de grupos opositores mediante un juego maquiavélico. No
quiere repetir lo ocurrido en Afganistán, alimentando una fuerza de
talibanes bajo la protección norteamericana. Destruir a un régimen adversario
sin alumbrar otro Bin Laden es la gran dificultad que enfrenta Obama.
Para equilibrar ambos objetivos
sostiene a la oposición cuando
pierden terreno y la abandona cuando acumulan victorias. Es la política del
desangre que ha explicitado un conocido estratega[2]. Obama justamente decidió el bombardeo luego
de varios triunfos militares del gobierno. Ese resultado y no el uso de armas
químicas fue “línea roja” que alarmó al imperialismo.
Pero la
intervención fue también concebida como una advertencia a Rusia, que maneja una
base naval en Siria y provee de pertrechos al gobierno. Se buscó retomar la
ofensiva iniciada hace una década con el ataque a Serbia y el despliegue de
misiles en Europa Oriental. Estados Unidos está empeñado en impedir el
resurgimiento de su principal rival de la guerra fría.
Esta pulseada geopolítica tiene correlatos
económicos directos. Rusia proyecta un gasoducto desde sus yacimientos hasta
el Mediterráneo (South
Stream), en competencia con el conducto promovido por Estados Unidos y los
emiratos del Golfo (Nabucco). Siria está ubicada en el medio de estas redes,
como un centro de pasaje y almacenamiento de combustible. Además, Rusia está
directamente interesada en impedir la expansión de los islamistas en las ex
repúblicas soviéticas que rodean sus fronteras[3].
También
Turquía afronta serios dilemas frente al estallido de Siria. Actúa como la
principal sub-potencia de la zona, alberga bases de la OTAN y promueve el
debilitamiento de su vecino. Pero al mismo tiempo comparte con Siria la
oposición a la independencia de los kurdos que habitan en ambos territorios. La
guerra de Irak ya abrió el camino para el surgimiento del temido Kurdistán.
El
bombardeo a Damasco constituía, además, un sustituto del postergado ataque a
Irán, que continúa desarrollando una política nuclear independiente. Estados
Unidos e Israel han saboteado esa economía, asesinado científicos y desplegado
presiones diplomáticas para frenar el procesamiento del uranio. Pero no están
en condiciones políticas de concretar el bombardeo a Teherán. El frustrado
ataque a Siria era una advertencia a los Ayathollas
Obama se
disponía a repetir la “zona área de exclusión” que instauró en Libia para preparar
la caída de Gadafi. Pero existen significativas diferencias con ese precedente,
puesto que Libia no es un centro del ajedrez geopolítico internacional. Allí
prevaleció la unanimidad imperialista, Rusia jugó un papel secundario, Irán no
fue determinante y las potencias que financiaron a la oposición se repartieron
amigablemente el petróleo. Las tensiones tribales al interior del estado libio
nunca alcanzaron relevancia y los yihadistas no lograron prosperar frente al
control impuesto por la OTAN.
El laberinto sirio induce a
Estados Unidos a una intervención más cuidadosa. Esa cautela genera
vacilaciones en las elites republicanas y demócratas que definen la política
exterior e indecisiones en el Ejecutivo. Por eso el Congreso resistía el
bombardeo, repitiendo el escollo que enfrentó Cameron en el Parlamento
inglés.
El margen de acción
norteamericano está recortado luego de la caída de los mandatarios fieles a
Occidente (Mubarak, Ben Alí) y el colapso de sus sustitutos (Morsi). No es
fácil restaurar el manejo imperial frente al eje de Irán-Rusia-Chiitas. Medio
Oriente se está incendiando más que de costumbre y predomina el descontrol
sobre sucesos imprevisibles[4].
Frente a estas restricciones
Estados Unidos retomó las negociaciones con Rusia, para consumar una
“transición” parecida al cambio de fachada concertado en Yemen, mediante el
desplazamiento del presidente Saleh.
El régimen sirio navega en esta tormenta con
su pragmatismo habitual. Choca con Estados Unidos pero participó en la primera
guerra del Golfo. Confronta con Israel pero disciplina a los palestinos.
Rivaliza con Turquía pero obstruye el Kurdistán. Durante mucho tiempo acantonó
tropas en el Líbano para ordenar las fracciones en conflicto. Pero esta vez
enfrenta una dislocación sin precedentes.
YIHADISTAS E ISLAMISTAS
Arabia Saudita y Qatar financian a los
batallones más activos de la oposición siria (FILS) y probablemente apuesten a
una ocupación extranjera, siguiendo el modelo aplicado en el Líbano durante los
años 80. Tienen intereses geopolíticos propios, influyen a través de Al
Jazeera en la formación de la opinión pública y operan a través de vastísimas
redes de caridad islámicas.
Las monarquías del Golfo
intervienen, además, con un ojo puesto en sus propios países. Han reprimido todas
las protestas, golpeando especialmente a los inmigrantes. Arabia Saudita
despachó directamente tropas para aplastar a la mayoría chiita de Bahrein.
Pero las
columnas yihadistas que desembarcaron en Siria (Jabat al Nusrah, EIL) recurren a
una intimidación mucho más extrema, especialmente contra otras confesiones. Los
cristianos -que ya abandonaron en masa Irak- ahora se escapan de Siria.
Los fundamentalistas son
reclutados por todo el mundo árabe y conforman un tejido transfronterizo que se
financia con diversos negocios. Se jactan de los asesinatos perpetrados en
Afganistán, Bosnia, Chechenia e Irak y han decretado una guerra santa contra el
laicismo, la acción sindical, los derechos de las mujeres y las conquistas democráticas.
En las zonas bajo su control restauran códigos medievales de regulación de la
vida social.
Los
yihadistas cumplen una función semejante al fascismo de Europa. Conforman una fuerza internacional de terror que
utiliza la religión para restablecer retrógradas jerarquías. Este rol fue
visible por primera vez en los años 80 con la irrupción de los talibanes, que
Estados Unidos financió en Afganistán para destruir un régimen progresista
asociado a la URSS.
Con el auxilio directo del estado
pakistaní, esos grupos destrozaron todos los logros de educación,
transformación agraria y modernización cultural, que había introducido un
gobierno de izquierda. Los talibanes se afianzaron posteriormente en Pakistán,
creando una gran plataforma de islamización reaccionaria. De esta red surgió Al
Qaeda[5].
Los yihadistas no sólo trasladan
a Siria la guerra sectaria entre sunitas y chiitas que ya desgarró a Irak.
También se perfilan como una atroz amenaza para la clase obrera. Basta
registrar sus acciones en Túnez para notar la magnitud del peligro. Allí
declararon una guerra abierta a la central sindical y asesinaron a un dirigente
histórico de la izquierda (Chukri Belaid). Ese crimen retrató como ambicionan
reconstruir el Califato sobre las cenizas de la organización obrera.
Túnez está en la mira de estas
falanges por la vitalidad del sindicalismo y la izquierda. Allí se desarrolló
la irrupción más radical de la primavera, cuando una rebelión de jóvenes
auto-organizados tumbó el régimen policial de Ben Alí.
El islamismo reaccionario intenta
destruir este despertar político que persiste en Túnez, luego de la victoria
electoral de una variante moderada del islamismo neoliberal (Nahda). Esa
corriente gobierna Turquía y gestionó Egipto durante el breve mandato de Morsi.
Rechaza el terror, pero promueve una islamización incompatible con los anhelos
democráticos de la población[6].
ECLIPSE PALESTINO Y AUGE FUNDAMENTALISTA
ECLIPSE PALESTINO Y AUGE FUNDAMENTALISTA
La gravitación de los yihadistas
es paralela a la tragedia de los palestinos, que sufren la consolidación de la
expansión colonial israelí. El gobierno sionista bombardeó varias localidades
de Siria pero se ha manejado con cautela. Mantiene un status quo con su
detestado vecino en la frontera del Golán, para taponar Gaza y extender la
ocupación de Cisjordania. Israel quiere fortalecer su predominio, sin afrontar
una caótica “libanización” de Siria. Está muy interesado en eliminar las armas
químicas -que su contrincante acumuló para contrapesar el poder atómico israelí-
y que ahora manejan los dos bandos de la guerra civil.
La estabilidad con Siria ha sido
un ingrediente clave para impedir el surgimiento de un estado palestino en los
últimos 20 años. Israel aprovecha los tratados con Egipto y Jordania (y la
cobertura brindada por los convenios de Oslo) para reforzar su extensión
territorial. Como no puede expulsar abiertamente a los palestinos, ni proceder
a su limpieza étnica, proclama su vocación de negociar mientras multiplica las
colonias.
Las áreas palestinas de
Cisjordania se reducen diariamente. Fueron recortadas por un serpenteo de muros,
perdieron las fuentes de agua y están sometidas a un hostigamiento militar que
empuja a la emigración. Esta “des-arabización” ya se ha consumado en los
alrededores de Jerusalén, mientras Gaza ha quedado convertida en un gueto de
miseria y olvido[7].
La guerra
civil en Siria permite legitimar esta silenciosa desposesión. Israel afianza
entre su población la presentación de los árabes como “gente incivilizada”, que
debe ser “tratada por la fuerza”. Este terrible mensaje contribuye a
contrapesar el descontento social que el año pasado pusieron de relieve las
marchas de 400.000 indignados[8].
Los palestinos no sólo sufren
torturas, encarcelamientos, asesinatos selectivos y el probable envenenamiento
de sus dirigentes (como Arafat). También están acorralados por los gobiernos
militares e islámicos que sucedieron a Mubarak. El encierro de Gaza por los
gendarmes egipcios es un atroz efecto de su sometimiento financiero y militar a
Estados Unidos.
Israel también actualiza sus
conspiraciones dentro del ámbito palestino. Incentivó primero a los islamistas
contra OLP y promovió posteriormente una autoridad fantasmal contra el Hamas. La
guerra en Siria induce a nuevas maniobras, puesto que Hamas abandonó su alianza
tradicional con ese país, aceptó financiación de Qatar y tomó partido a favor
de la oposición. En cambio Hezbolah
apoya con acciones militares al régimen de Assad. La pertenencia a la vertiente
sunita y a la Hermandad Musulmana en el primer caso, y la adscripción al eje
chiita junto de Irán el segundo, han sido determinantes de estos
alineamientos.
La expansión de los yihadistas en Medio Oriente
está eclipsando la causa palestina como prioridad común del mundo árabe. Frente
a una oleada confesional ha perdido centralidad el gran estandarte anticolonial
de las últimas décadas. Este giro ilustra las dificultades que afrontan en la
región los proyectos progresistas.
MUTACIONES REGRESIVAS EN SIRIA
El gobierno sirio reaccionó en forma brutal
frente a los reclamos de su población. Estas demandas tienen la misma legitimidad
que las exigencias del pueblo egipcio o tunecino. Son los mismos derechos
enarbolados contra tiranos prohijados por Estados Unidos o enemistados con la
primera potencia.
En Siria no se logró el triunfo alcanzado en
los dos países que iniciaron la primavera. La represión fue más sangrienta.
Incluyó disparos a mansalva, bombardeos de aldeas y asesinatos de familias. Los
100.000 muertos y millones de refugiados ilustran, además, el perfil
intercomunitario que asumió el conflicto (aluitas, sunitas, chiitas,
cristianos).
No es la primera vez que el país sufre este
tipo de tragedias. En 1982 se perpetró una masacre contra las protestas en la
región de Homs. Esos desangres también se registraron en el Líbano. Son
represalias en gran escala que aparecen cuando los choques políticos-sociales
se entremezclan con tensiones étnico-religiosas. Estos desgarramientos forman
parte de la historia regional desde que Turquía masacró a los armenios a
principio del siglo XX.
La conversión de una lucha
democrática en una guerra sectaria -con sectores laicos dispersados a ambos lados de la trinchera- ha
distorsionado el sentido inicial de la sublevación. También acentuó la
dependencia de cada contrincante de su proveedor bélico externo. Esta
injerencia obedece a intereses geopolíticos totalmente ajenos a las exigencias
populares[9].
El régimen actual de Assad no guarda
el menor parentesco con el viejo partido del Baath, que confrontó con el
poder religioso para forjar un estado nacional aglutinante de todas las
comunidades. Ese propósito se desvaneció con la degeneración dinástica, la
corrupción de camarillas y el enriquecimiento de una burguesía que impuso el
giro neoliberal de las últimas décadas[10].
Esta
involución se asemeja a lo ocurrido con el régimen de Sadam Hussein. Compartieron originalmente el mismo tipo de
partido político y desembocaron en la misma criminalidad de estado
La comparación podría extenderse también a Gadafi,
que debutó con proyectos de reformas sociales y concluyó comandando un gobierno
de clanes mafiosos. Se
arrepintió de su pasado panarabista, persiguió militantes, detuvo inmigrantes
africanos y hostilizó a los palestinos. También buscó congraciarse con
Occidente para asegurar los negocios de las compañías petroleras.
Pero el
mayor antecedente de masacres perpetrado por un régimen de origen
antiimperialista se localiza en Argelia durante la década pasada. Ese sistema
político destruyó un legado de historia anticolonial sin parangón en el mundo
árabe, a partir de un triunfo del FLN comparable a las victorias
revolucionarias de China y Vietnam.
La prolongada gestión de clanes
militares que usufructuaron del poder para su propio beneficio demolió esa
herencia. Cuando en la década pasada fueron sorpresivamente derrotados en las
elecciones por los islamistas del FIS, desconocieron los comicios y desataron
una guerra con infernales masacres en ambos bandos[11].
La conducta del régimen sirio no
constituye, por lo tanto, una particularidad de ese país. Repite la trayectoria
seguida por procesos que tuvieron un origen semejante y registraron
involuciones del mismo tipo.
DESTRUCCIONES COMBINADAS, REORGANIZACIÓN IMPERIAL
DESTRUCCIONES COMBINADAS, REORGANIZACIÓN IMPERIAL
La población siria ha quedado entrampada en una
confrontación entre un régimen represivo y una oposición plagada de yihadistas
y solventada por Estados Unidos y los emiratos. Esta combinación de actores
reaccionarios multiplica la tragedia, anulando los impulsos de lucha por la
democracia y las mejoras sociales.
Lo ocurrido en el Líbano y Argelia brinda una
pauta de esta perspectiva. Al cabo de muchos de años de confrontaciones entre
bandos regresivos, la población quedó agotada y sin disposición para participar
en la primavera.
Irak ofrece
otro categórico retrato de esta combinación de sucesiones destructivas. La
primera demolición del país fue realizada por Sadam con matanzas de kurdos y aventuras
externas contra Irán instigadas por Estados Unidos. La segunda devastación fue
consumada por Bush, que legó un dantesco escenario de aniquilamiento social.
Nadie sabe el número de víctimas, pero algunas estimaciones indican 600.000 muertos, cuatro millones desplazados
y dos millones exiliados.
La tercera
destrucción está en curso a través de una guerra sectario-confesional que
genera decenas de muertos diarios. Chiitas y sunitas dirimen supremacía en un laberinto de disputas clientelares,
que se procesa con voladuras de edificios y diseminación de coches-bomba[12].
Si en Siria
prevalece cualquiera de estas variantes del desangre reaccionario, el país
perderá su rol geopolítico internacional y ningún contrincante propiciará el
mantenimiento del estado nacional unificado. En ese caso se afianzará la misma
fractura en tres partes que se observa en Irak. Estas divisiones en
micro-estados confesionales resucitarían la cirugía colonial que padeció de
Siria, cuando su territorio fue repartido entre Francia e Inglaterra[13].
El colapso
de países bajo el doble efecto de agresiones imperialistas e invasiones fundamentalistas
es una tendencia que también salió a flote recientemente en Mali. Varias
columnas yihdistas llegadas
desde Libia derrotaron al ejército local e intentaron capturar todo el
territorio. Francia reactivó sus reflejos coloniales y despachó tropas para
auxiliar a los asediados gendarmes. Frenó a veteranos brigadistas de Afganistán
y Argelia, pero no ha ganado la partida.
Todos esperan el próximo round en
una región africana plagada de hambrunas y con cuantiosas riquezas minerales.
Francia controla el uranio que utiliza para abastecer su sistema energético,
pero hay un gran botín en disputa[14].
Algunos
analistas estiman que en este escenario las grandes potencias pierden peso,
frente a nuevos jugadores económicos y actores multipolares. El retroceso de
Estados Unidos es visto como el principal resultado de este cambio. Pero habrá
que ver cuán prologando será el repliegue de la única potencia con capacidad
militar para ordenar el funcionamiento del capitalismo global.
Estados Unidos fracasó en su
intento colonial de apoderarse del petróleo iraquí. Pero dejó una sociedad
descalabrada y sin recursos para gestionar ese recurso. El país ha perdido
autonomía en todos los terrenos.
El sheriff del planeta aprovecha
la coyuntura actual para reorganizar su intervención militar. Busca reemplazar
la acción de los marines por la utilización de drones y misiles. Jerarquiza
otras regiones (Asia, el Pacífico), privatiza la acción bélica, incrementa el
espionaje y privilegia las operaciones encubiertas[15].
Mediante este reajuste Washington
reordena su guerra perpetua contra el mundo árabe. Tiene recortados sus
márgenes de intervención, pero no sufrió una derrota comparable a Vietnam. No
es lo mismo retroceder frente a una revolución socialista, que replegarse ante
los escenarios caóticos y sin horizontes progresistas que se observan en Irak[16].
LA CENTRALIDAD DE EGIPTO
Afortunadamente el mundo árabe no
sólo genera noticias sombrías. La primavera recobra vitalidad en países como
Egipto, que pueden definir la tónica general. El epicentro inicial de las
rebeliones democráticas mantiene una incidencia decisiva sobre el resto de la
región. La gravitación de la clase obrera puede aportar, además, otro perfil
social a esa batalla.
En Egipto
se registró el principal triunfo de la primavera con la movilización que
enterró al tirano Mubarak. El
ejército asumió inmediatamente el gobierno para preservar los intereses de las
clases dominantes. Actúa como un emporio económico estrechamente asociado al
Pentágono, pero mantiene el prestigio logrado durante las guerras contra
Israel.
Ese protagonismo político le permitió a las
fuerzas armadas expropiar la sublevación popular y embarcarse en maniobras
gatopardistas, para impedir cambios significativos en el régimen político.
Después de muchas vacilaciones convocaron a elecciones y aceptaron el triunfo
de los Hermanos Musulmanes.
Esa congregación emergió como la única
fuerza política organizada, a partir del extendido arraigo de sus redes de
asistencia social. El presidente Morsi intentó copiar el modelo turco de
islamismo neoliberal, manteniendo la impunidad represiva y el encarcelamiento
de opositores. También ratificó los acuerdos con el FMI y los pactos con
Israel. Resistió cualquier democratización del estado y preparó un borrador de
Constitución repleto de ingredientes totalitarios. Se prohibía incluso a la
justicia contradecir cualquier medida gubernamental.
Pero lo gota que rebalsó el vaso
fue la islamización compulsiva
mediante leyes oscurantistas. Los sectores más extremos (salafistas)
emprendieron provocaciones sangrientas
contra la minoría de los coptos. La legitimidad del gobierno se esfumó en forma
vertiginosa.
En la simbólica plaza Tahir se
repitió el estallido de una
gran sublevación. El ejército desplazó a Morsi y prometió una nueva transición
para atemperar la belicosidad popular. Nuevamente confiscó un gran movimiento
de masas para evitar el colapso del estado. Derrocó a un gobierno surgido del
sufragio mediante un golpe, disfrazando el perfil clásico de la asonada
reaccionaria. Repitieron el libreto de la intervención anterior bajo la presión
de un inmenso clamor democrático. Los militares tomaron el gobierno para
impedir la concreción de las demandas democráticas desde abajo.
Pero esta vez fueron más allá y
descargaron una feroz represión contra los Hermanos Musulmanes. Dispararon
contra manifestantes desarmados y asesinaron a1000 personas. El freno de la
islamización forzosa -que exigía un vasto conglomerado de progresistas y
laicos- quedó totalmente ensombrecido por esta abominable masacre[17].
Lo ocurrido brindó un nuevo ejemplo
del comportamiento reaccionario que tienen los gendarmes enfrentados con el
islamismo. En Egipto abrieron el camino para repetir el desangre consumado en
Argelia y Siria. Pero hasta ahora gozan de una gran protección diplomática
internacional. Como todas las potencias necesitan la estabilidad de Egipto,
Estados Unidos hizo la vista gorda, Europa y Rusia se mantuvieron en silencio y
Arabia Saudita, Qatar e Israel aprobaron enfáticamente al ejército.
Sólo Turquía levantó la voz y no
sólo por el debilitamiento de su proyecto poder regional junto a los Hermanos
Musulmanes. El mismo movimiento democrático que congregó a millones de
manifestantes en El Cairo irrumpió en Estambul.
LA SORPRESA EN TURQUÍA
La reacción contra la
islamización convirtió en mayo pasado a la Plaza Taksim, en un espejo de la
Plaza Tahir. Una marea de manifestantes ocupó ese lugar durante semanas para
rechazar las restricciones religiosas. La movilización estuvo precedida por
luchas contra la brutalidad usual de la policía. Contingentes de trabajadores
precarizados confluyeron con los jóvenes de clase media opuestos a las
prohibiciones confesionales.
A diferencia de Egipto los
recortes al laicismo no fueron una improvisación de líderes recién llegados al
gobierno. Desde hace once años Turquía padece una administración islámica
conservadora. Asumieron con promesas de renovar el viejo estatismo
nacionalista, desprestigiado por décadas de autoritarismo y corrupción (Kemalismo). Pero implementaron un viraje
neoliberal que acrecentó la desigualdad social.
La gran movilización modificó la
realidad de un país agobiado por agresiones sociales y retrocesos democráticos.
El contagio de Egipto ilustró cómo se transmiten los anhelos populares en un
espacio del Mediterráneo que desborda al mundo árabe
En Turquía no se lograron las
victorias obtenidas en Egipto o Túnez, pero el gobierno de Erdogan quedó muy
debilitado. Ya no puede presentarse como un ganador de la primavera, ni
continuar con tanta displicencia sus peregrinajes para disputar hegemonía
regional con Arabia Saudita y las monarquías del Golfo.
La clase dominante turca tantea
sus posibilidades sub-imperiales. Ha lucrado con el alto crecimiento de los
últimos veinte años y ya forjó fuertes lazos con la Unión Europea y las
economías árabes. Pero la inesperada irrupción popular amenaza sus proyectos.
Turquía es parte de las revueltas y no un modelo para superarlas. El usurpador
potencial de las protestas ha quedado contagiado por la oleada que pensaba
desactivar[18].
El gobierno afronta un efecto
adicional más severo de esta convulsión. La confluencia de guerras circundantes
y demandas democráticas ha potenciado las posibilidades de independencia de los
kurdos. Los derechos nacionales de esta comunidad son negados por todos los
países de la región. Pero los kurdos han logrado establecer una región autónoma
en Irak y están consumando esta misma construcción en Siria. Allí batallan en
forma simultánea contra los gendarmes de Assad y los batallones yihadistas.
El paso siguiente sería la
extensión de esa conquista a zonas kurdas de Turquía. Al cabo de treinta años
de heroicas luchas están forzando una negociación con el gobierno. Esas
tratativas son favorecidas por la conmoción que sacude a la región[19].
Las respuestas democráticas
contra la islamización forzosa se perfilan en varios países como un camino de prolongación
de la primavera. El otro sendero es la resistencia a los crímenes del yihadismo. Túnez ocupa un
lugar central en esa batalla. La manifestación de repudio al asesinato del
líder de la izquierda congregó un millón de personas y rompió todas las
restricciones a la presencia de mujeres. En medio de una huelga general dio
lugar a la movilización más imponente de la historia de ese país[20].
COMPARACIONES CON AMERICA LATINA
Cualquier
acontecimiento político- social en un lugar del mundo árabe tiene un rápido
impacto sobre otra localidad. Así ocurrió con la primavera y con la ofensiva
posterior para sepultarla. Estos efectos confirman la existencia de un universo
común, resultante de condiciones históricas similares. Como en América Latina sucede
lo mismo, ciertas comparaciones son pertinentes.
Medio
Oriente ha padecido el demoledor impacto del neoliberalismo. Las presiones por
privatizar, abrir los mercados, reducir el gasto social y eliminar subsidios a
los alimentos masificaron el desempleo y la precarización del trabajo. Como en
Latinoamérica millones de jóvenes fueron empujados al desamparo. No pueden
subsistir en sus países y tienen vedada la emigración a Europa, en un marco de
elevada presión demográfica. Estos desposeídos encendieron la mecha de la
primavera, cuando un vendedor tunecino se inmoló para protestar contra las prohibiciones
a la venta callejera [21].
Las demandas democráticas contra
los regímenes semi-dictatoriales han sido el elemento unificador de las
movilizaciones. Como en América Latina la exigencia de nuevas Constituciones
irrumpe en todas partes.
Estados Unidos le asigna al Medio
Oriente una importancia estratégica semejante al sur del hemisferio americano.
Depreda el petróleo y los recursos naturales de ambas regiones con la misma
impunidad. Las dos zonas han padecido históricamente un trato colonial de patio
trasero. El canal de Suez estuvo sometido a un control imperial similar al
canal de Panamá. Las bases militares del Pentágono en Arabia Saudita cumplen la
misma función que las instalaciones en Colombia y las amenazas de bombardeo a
Irán son semejantes al chantaje que soporta Venezuela.
Por estas razones en Medio
Oriente predomina la misma hostilidad popular hacia el imperialismo que se
observa en América Latina. Algunas comparaciones que se establecieron
inicialmente entre la primavera y las revoluciones de terciopelo en Europa
Oriental omitieron este dato. Aunque la clase media liberal comparte los
valores norteamericanos, la sublevación árabe no irrumpió para copiar a Occidente.
Estuvo motivada por el rechazo a las tiranías que amparó el imperio.
Estados Unidos conoce esa
animadversión. Celebró la caída del muro de Berlín, pero no el derrumbe de sus
títeres de Egipto o Túnez. Ha vivido el desplome de Mubarak con el mismo pesar
que el destronamiento del Shá de Irán.
Pero los procesos políticos de
América Latina han seguido un rumbo muy diferente. La región no sufrió
destrucciones bélicas, ni desangres internos. Las tragedias de Irak, Argelia o
Siria son vistas como acontecimientos lejanos.
Esta diferencia obedece a muchas
razones, pero un aspecto central ha sido el dispar destino de las tradiciones
nacionalistas, progresistas y de izquierda, que se reconstituyeron en Latinoamérica
y declinaron en los países
árabes. La expectativa de una recuperación de ese legado bajo el impulso de la
primavera no se verificado. Al contrario, las organizaciones
político-religiosas conservadoras han consolidado su predominio, en desmedro
del laicismo antiimperialista[22]..
En América Latina la derecha
actúa a través de los medios de comunicación, los partidos y el dinero. La
iglesia católica ha perdido fieles y compite con una multitud de sectas
evangélicas. No existe ninguna fuerza regresiva a escala regional comparable
con el enraizamiento logrado por la Hermandad Musulmana[23].
Esta disparidad de caminos se
expresa en la pujanza de los ideales de unidad latinoamericana, en contraste
con el retroceso que afronta el panarabismo. Esta meta quedó inicialmente
golpeada por el fracasado ensayo de una República Árabe Unida (1957-61), por
las derrotas de Palestina frente a Israel y por la decadencia del Baath. La
guerra actual en Siria refuerza esta regresión. Existen algunos síntomas de
resurgimiento del nasserismo, pero todavía no indican una tendencia y están muy
lejos de cualquier proceso latinoamericano conectado al ALBA.
Ciertamente las experiencias
nacionalistas de la segunda mitad del siglo XX legaron más frustraciones que
realizaciones en América Latina. Pero en ningún país se registró la degradación
que tuvieron los regímenes de Argelia, Irak, Libia o Siria.
Esta
diferencia se extiende también a la presencia de la izquierda, que en América
Latina logró permanencia a través la revolución cubana. Esta continuidad ha
sido retomada por Bolivia y Venezuela. La izquierda árabe protagonizó
experiencias de gobierno (Yemen) y alcanzó arraigo (Irak, Siria), pero sufrió
traumáticas derrotas y no pudo conservar su influencia.
En última
instancia las diferencias entre ambas regiones obedecen a condicionamientos
históricos muy dispares. La secularización que conquistó América Latina con las
revoluciones de la Independencia del siglo XIX, nunca fue lograda por el mundo
árabe.
Ese proceso permitió forjar
estados nacionales con rasgos modernos de laicismo y relativa separación de la
iglesia y el estado. Las revoluciones burguesas fueron incompletas pero
facilitaron una tradición democrática, que se proyectó a las luchas sociales y
a los movimientos populares de la última centuria. Por el contrario en los
países árabes subsistió la tutela teocrática y los privilegios
religiosos-educativos de los clérigos del Islam. Esta carga torna más compleja
la batalla de los movimientos progresistas[24].
UNA RESPUESTA DESDE LA IZQUIERDA
UNA RESPUESTA DESDE LA IZQUIERDA
Los debates en la izquierda han
sido muy dispares desde el comienzo de la primavera. Las posturas actuales en
torno a Siria reproducen lo ya discutido frente a Libia. No es sencillo tomar
posición frente a situaciones alejadas de un campo progresista visible.
En Medio Oriente proliferan los
grises y existen formaciones de derecha e izquierda en los bandos en pugna.
También abundan las paradojas y las coincidencias de opuestos. Los nazis de
Europa apoyan a Assad porque son islamofóbicos y varios partidos comunistas lo
sostienen, como un dique de contención de los Estados Unidos.
Pero frente a la inminencia de un
bombardeo hubo total unanimidad en
el rechazo a la intervención imperialista. Todas las corrientes subrayaron que
el pueblo sirio debe adoptar sus propias decisiones sin ninguna interferencia externa.
Si Estados Unidos bombardea las consecuencias serán más adversas para la
población. No hay que repetir lo ocurrido con Noriega en Panamá o con Sadam en
Irak. Son los ciudadanos de cada país y no los marines, quiénes deben juzgar a los
tiranos.
Las
caracterizaciones acertadas de la situación siria subrayan que hubo un legítimo
levantamiento democrático, reprimido por el gobierno y copado por los agentes
de Estados Unidos y las milicias yihadistas. Esa usurpación acentuó las
tensiones intercomunitarias y desembocó en una guerra civil sin resultados
progresistas a la vista. En estas condiciones el triunfo de uno u otro, no
abriría horizontes de independencia nacional, democratización o mejoras
sociales.
Libia
ofrece un antecedente cercano de esta misma encerrona. Una rebelión inspirada
en demandas democráticas fue dominada por clanes serviles del imperialismo y
las empresas petroleras. Gadafi no cayó como Mubarak o Ben Ali por el
descontento popular. Fue tumbado mediante una operación militar controlada por
la OTAN[25].
Una forma
de evitar la repetición de ese desenlace o su opuesto (masacres de la oposición
como en Argelia) sería el fin de las hostilidades, gestado a partir de
tratativas concretadas por los sectores progresistas. Es la propuesta promovida
por algunas personalidades y movimientos sociales embarcados en la campaña por
la “Paz con Justicia”. Trabajan con sectores de ambos campos para alcanzar un
alto el fuego y la apertura de negociaciones. Denuncian la intervención del
imperialismo y el peligro de un desmantelamiento colonial de Siria[26].
Esta
iniciativa es totalmente ajena a las negociaciones que desarrollan Obama y Putin y a las propuestas de
la Liga Árabe o los gobiernos europeos. La paz debe discutirse por abajo,
retomando las demandas democráticas que originaron la crisis actual y
reconociendo los reclamos nacionales kurdos.
Una propuesta de ese tipo fue impulsada por
dirigentes latinoamericanos del ALBA durante
guerra en Libia. Denunciaron el cerco imperial, la zona de exclusión de la
OTAN y la acción del espionaje norteamericano. Promovieron una mediación entre
ambas partes, que hubiera sido más progresiva que el derrocamiento de Gadafi
por los agentes del Pentágono.
Frente a
Siria estas propuestas han sido acompañadas en ciertos casos por categóricas
actitudes de apoyo al gobierno de Assad. Especialmente el gobierno de Venezuela
realiza visitas de solidaridad y explicita ese sostén. Esta actitud se explica
por la percepción de una amenaza imperial semejante.
Existen abrumadoras pruebas de
las conspiraciones que impulsan la CIA y el Departamento de Estado, para
repetir en Sudamérica las agresiones de Medio Oriente. Frente a este peligro
los gobiernos del ALBA construyen alianzas internacionales con los adversarios
de Estados Unidos (Rusia, China, Irán), para asegurarse protección defensiva.
Esta estrategia es totalmente
comprensible y legitima, pero no obliga a ningún elogio de Assad. Existen
numerosos antecedentes de alianzas militares y convergencias diplomáticas, que
eluden opiniones sobre los gobiernos involucrados en los acuerdos. Esta omisión
sería particularmente pertinente, frente a un régimen que acumula tantas
acusaciones.
Los movimientos sociales, las
organizaciones populares y los intelectuales de izquierda no cargan con las
obligaciones que afrontan los funcionarios de cualquier estado. Tienen la
posibilidad de exponer abiertamente su opinión sobre Siria. Decir la verdad es
indispensable para actuar como militantes solidarios con los sufrimientos de
cualquier pueblo.
Pero esta responsabilidad debería
extenderse también a muchos críticos de Evo, Maduro y Fidel, que exigen
pronunciamientos reñidos con las necesidades de defensa que afrontan los
procesos revolucionarios o radicales. Olvidan que no es lo mismo escribir un
manifiesto que confrontar diariamente con alguna amenaza del Pentágono. Si la
revolución cubana ha logrado resistir durante 50 años y Venezuela o Bolivia
evitaron la sangría que padece Medio Oriente, es porque alguien supo actuar con
la inteligencia que no demuestran los objetores.
DOS POSTURAS ERRÓNEAS
Algunas corrientes de izquierda estiman que el
levantamiento democrático inicial en Siria se ha profundizado y radicalizado,
hasta convertirse en una revolución popular que tiende a tumbar al régimen.
Asignan un carácter progresista a la dirección de este movimiento, desestiman
la influencia norteamericana y consideran que los yihadistas cumplen un rol
secundario.
Partiendo de esta caracterización promueven la
victoria de la oposición, desechan las convocatorias al diálogo, reclaman el
reconocimiento internacional de los rebeldes como fuerza beligerante y exigen
la entrega de armas a este sector[27].
Pero esta postura es contradictoria con el
rechazo de un bombardeo norteamericano que debilitaría al enemigo a vencer. El
Pentágono es el gran proveedor de las armas pesadas que se solicitan y el
Departamento de Estado es el principal interlocutor, para jerarquizar la
relevancia internacional de la oposición. Varios sectores del establishment
estadounidense toman en cuenta ese rol para motorizar una política más activa contra
Assad.
Se podría alegar que esta coincidencia con el
imperialismo tiende precedentes históricos en movimientos populares, que
concertaron compromisos con las potencias para sostener sus luchas nacionales.
Los irlandeses del IRA aceptaban armas del Kaiser y los maquis franceses
recibían pertrechos de los norteamericanos. ¿Pero la derrota de Assad
equivaldría al desmoronamiento de Hitler? ¿Los marines y los yihadistas se
asemejan a las resistencias europeas en las guerras mundiales?
Es más sensato comparar al grueso de las
milicias de la oposición siria con los kosovares de Europa Oriental, que se
transformaron en agentes OTAN o con los afganos que devinieron en talibanes. La
escalada bélica aumentó la subordinación de esos sectores a sus sponsors
imperiales. Hay muchas discusiones sobre la gravitación de los yihadistas, pero
actúan como fascistas y nunca podrían integrar un campo progresista.
El antecedente libio es muy
esclarecedor, puesto que allí se extinguió la progresividad de los opositores
cuando se situaron bajo la egida de OTAN. Visto retrospectivamente es evidente
la distorsionada idealización que hicieron algunas vertientes de la izquierda
de los denominados “rebeldes”. No sólo fue erróneo reclamar armas para un
sector que ya recibía un arsenal desde Qatar, Arabia Saudita y Estados Unidos,
sino también aprobar la “zona de exclusión” que establecieron las potencias
occidentales sobre el espacio aéreo de ese país[28].
La victoria de la oposición no fue un “triunfo
popular”. Una coalición de fuerzas reaccionarias ganó la partida y reforzó la
gravitación del imperialismo en la zona. Este balance es evidente para
cualquier observador. No lo pueden registrar quiénes adoptan una actitud de celebración ingenua de cualquier
revuelta. Suelen omitir quién sostiene los levantamientos y cuáles son los
propósitos e intereses de su dirección[29].
La postura opuesta considera que la guerra en
Siria es un resultado unívoco de conspiraciones imperiales perpetradas a través
de mercenarios, para socavar a un gobierno tolerante, laico y embarcado en la continuidad del proyecto panárabe[30].
Otras variantes más atenuadas de esta visión
silencian el problema. Suelen denunciar la intervención del imperialismo,
evitando cualquier mención de Assad, como si se librará una batalla abstracta
sin protagonistas de carne y hueso.
Estas miradas cierran los ojos ante el horror
creado por las masacres de familias indefensas. Al omitir la existencia de
estos hechos o atribuirlos a infiltrados externos se reproduce un viejo vicio
de negación. Esa actitud condujo durante décadas a ignorar los crímenes de
Stalin y propinó un terrible daño a la causa del socialismo.
No tiene sentido edulcorar la imagen de Assad
con fantasiosos supuestos de progresismo. Encabeza un régimen opresivo que
enterró todos los vestigios del nacionalismo antiimperialista. La demonización
norteamericana no debe conducir a reivindicar lo indefendible.
Con esta misma actitud algunos autores
presentaron a Gadafi como un coronel patriótico, que antes de su asesinato
preparaba la radicalización revolucionaria de su régimen[31].
Esta imagen invierte la realidad. El coronel transitaba por un carril opuesto
de compromisos con las empresas petroleras occidentales, para reforzar políticas
neoliberales al servicio de los clanes privilegiados.
La defensa de Asad como reacción a la
barbarie que despliega el imperialismo constituye una inadmisible
simplificación. Una gran variedad de criminales pululan por la escena
contemporánea. Los maxi-genocidas
del Pentágono coexisten con los mini-genocidas del mundo árabe.
La reducción de complejos procesos
políticos a una simple oposición entre dos campos impide entender lo que
está ocurriendo. El ultimátum de “estar con uno u otro” termina generado el
desprestigio de la izquierda. Es la mirada binaria que condujo a aceptar la invasión rusa a Checoslovaquia o la
represión de Tian An Men. La acción criminal de los talibanes
enfrentados con Washington demuestra que algunos adversarios coyunturales de Estados
Unidos no son mejores que el imperio.
La izquierda no debe callar.
Cuando se resigna a la “Realpolítik”
olvida su compromiso con la defensa del derecho básico a la vida. Con esa
renuncia empieza la sutil adaptación a lo que siempre ha combatido.
PRINCIPIOS, TÁCTICAS Y POSIBILIDADES
En Medio
Oriente las fuerzas reaccionarias están ubicadas en varios bandos. Actúan con el
imperialismo, con ejércitos represivos y con islamistas conservadores. En
ciertas oportunidades predomina la asociación entre estas vertientes y en otros
casos el conflicto. No hay someterse al chantaje de optar por alguno de ellos.
Este
problema apareció recientemente en Egipto, cuando los militares se hicieron eco
de una demanda democrática y masacraron posteriormente a los islamistas. No es
admisible que la izquierda se ubique en uno u otro bando. Es tan desacertado
defender a un impugnado en las calles, como avalar los asesinatos de los
Hermanos Musulmanes. Este problema ha generado una fuerte discusión en ese país[32].
Otra falsa
opción se planteó en Mali frente a la intervención francesa. Algunas
justificaciones del operativo alertaron contra los yihadistas y resaltaron la
conveniencia de un contrapeso geopolítico a la presencia norteamericana.
Pero
también aquí rige el principio de respetar el derecho de cada pueblo a resolver
sus conflictos sin injerencia externa. Los yihadistas y franceses son agresores
y no artífices de un mal menor. El secesionismo y las ambiciones imperiales son
igualmente nefastos y la izquierda no tiene porque resignarse a elegir entre
opciones regresivas[33].
Ciertamente
no alcanzan los enunciados generales y en cada circunstancia se plantean
formulaciones tácticas que priorizan uno u otro peligro. Frente al inminente
bombardeo norteamericano a Siria tiene evidente primacía la denuncia de esa
intervención. En ese momento la crítica al régimen de Assad debe quedar
inscripta en la batalla central contra el imperialismo.
Conviene
recordar que cuando el criminal Hitler invadió la URSS gobernada por el
criminal Stalin, la izquierda se colocó en el campo soviético, sabiendo que la
derrota del nazismo era indispensable para cualquier proyecto democrático. Lo
mismo vale para el ataque de Thatcher contra Malvinas bajo la dictadura de
Galtieri o la invasión norteamericana a Irak bajo la tiranía de Sadam. Las
abstracciones neutralistas son particularmente inconvenientes en estos casos.
Los tres
principios que guían a la izquierda -rechazo de las intervenciones
imperialistas, oposición a los dictadores y solidaridad con los pueblos
sublevados- adoptan formas muy diversas en cada circunstancia.
Estos
debates seguramente continuarán, puesto que el mundo árabe atraviesa una
conmoción sin precedentes. Todos los mitos sobre la pasividad de ciertos
pueblos han quedado desmentidos por los acontecimientos de Medio Oriente.
Se
obtuvieron grandes victorias en Egipto y Túnez, pero el desenlace de Libia
marcó un giro hacia la contraofensiva derechista. Esta arremetida se ha
extendido a Siria y la reacción ensaya varios caminos para sepultar los anhelos
populares. Pero El Cairo y Estambul han demostrado que la batalla continúa.
Medio Oriente afronta un contradictorio
escenario de luchas y tragedias. La primavera ha devenido en un duro otoño y
puede desembocar en un invierno imperial o talibán. Pero el resultado permanece
abierto y en muchos lugares se avizoran despuntes de un verano democrático. Hay
esperanzas y posibilidades de alcanzar esa estación.
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[13]García Gascón Eugenio, “Siria camino a la partición”, brecha.com.uy, 1-9-2013
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[16] Nuestro enfoque general en:
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des fréres musulmans et réactiones popoulaires”, Inprecor 590, janvier 2013.
[18]Ver: Rodríguez Olga, “Turquía”, eldiario.es, 6-6-2013.
Kurkcigil Masis, “Apres la revolte”, Inprecor 595-596.
[19]Ver: Mohamed Hasan, “Entrevista” responsable de
relaciones exteriores de PYD luchainternacionalista.org
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[20]Alba Rico, “Túnez funeral, resurrección, peligro”,
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[21]Ver: Petras James, “Las raíces de las revueltas árabes
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www.rebelion.org, 06/03/2011.
[22]Ver: Tariq Ali, “Os movimentos dos jóvenes indignados”,
noviembre 2011 www.cubadebate.cu Noticias,
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[23]Ver: Guerrero Modesto, “La cruzada de un Papa feliz y
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[24]Un análisis muy completo en: Amin Samir, El mundo
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[25] Matteuzzi Maurizzio, “La primavera murió en Libia”, www.pagina12.com.ar,
22/10/2011
[26]Ver: Houtart Francois, “The Syrian conflicto: analysis and
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31/05/2013. También Armanian Nazanin, “Seis propuestas para la
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[27]Ver: Izquierda Socialista, “Repudiemos la intervención imperialista”, www.izquierdasocialista.org.ar/comunicados/db/332.htm 29/08/2013.
[28]Este balance en:
Selfa Lance, “Revolution, US intervention and the left”, socialistworker.org, 29/03/201
[29] Este problema en:
Castillo José, “El pueblo libio está terminando con la dictadura”, argentina.indymedia.org, 23/08/2011.
[30]Thierry Meyssant, www.voltairenet.org/article169438.html
15/04/2011. Gómez Abascal Ernesto, “Siria Continuación de la
guerra”, www.rebelion.org, 20/03/2012. Otoni Pedro,
“Doctrina Obama y la guerra en Siria” www.telesurtv.net
09/11/2012. Escobar Pepe, “Por quién doblan las campanas. Siria resiste
a Washington”, www.voltairenet.org/ 01/01/2013
[31] Escusa Albert,
“Libia y la transformación”, ciutadansperlarepublica.blogspot.com,
29/03/2011.
[32] Ver: Cruz Alberto, “El suicidio de la izquierda
árabe” www.nodo50.org 15/08/2013
Alba Rico Santiago,
“Todos en contra de la democracia” ,www.aporrea.org/internacionales
09/09/2013.
[33] Ver debate entre; Amin Samir “Mali, Janvier 2013” www.legrandsoir.info/ 09/02/2013, -Amin Samir “Repond sur le Mali” www.m-pep.org 04/02/2013,
Drweski Bruno, Page Jean Pierre, “Mali gauche proguerre et
recolonisation”, www.legrandsoir.info/
09/02/2013 -Martial Paul, “Sobre el apoyo de Samir Amin a la
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04/02/2013. También
CADTM África condena la
intervención Mali,
cadtm.org/L 31/01/2013
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