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El ser humano forma parte de una
especie que se ha desplazado en el planeta desde tiempos remotos. Su habilidad
para desplazarse fue vital para ocupar los espacios habitables del
planeta según incrementaba la población. Una vez las civilizaciones se
asentaban se dotaron de reglas para regular esa movilidad y establecer una
diferencia inclusiva y a la vez excluyente, que se consolidó con la formación
del Estado-Nación. La figura del extranjero, descalificado como bárbaro,
constituyó la mejor forma para justificar la invasión de territorios ajenos, o para
explotar sin derecho a alguno a aquel que caía en el “nuestro”, hasta el punto
de no reconocer ni siquiera su humanidad (el esclavismo).
Mucho se ha transformado en esta
modernidad el fenómeno migratorio, modificando los esquemas para entender la
movilidad de las personas se han trastocado. Ya en 1996, el fenómeno de la
entrada de inmigrantes resultaba un fenómeno nuevo en España, propiciado por el
boom inmobiliario y el crecimiento que exigía contar con nueva mano de obra en
condiciones para trabajar. Ese fenómeno de atracción ya había sido observado en
países aún más ricos que el nuestro, que habían pasado más etapas de entrada de
diferentes grupos migratorios, hasta incluir a segmentos de población con
estrategias de integración y segmentación jerárquica muy distintos.
Las sociedades más aventajadas en
su tratamiento de la inmigración han probado diferentes esquemas. El modelo
asimilacionista francés, que admite a todos aquellos que asumen la cultura
republicana del país independientemente de su origen étnico. El modelo
multicultural británico, que permite una agregación de colectivos, si bien
conviven con relativa paz pero sin comunicación entre sí. En el otro polo, el
modelo segregacionista, conocido en Suráfrica o en Israel y que aparta con
violencia a parte de la población por razones étnicas, religiosas o culturales.
Es posible pensar otros modelos, como el intercultural, que reconoce que para
que se produzca una auténtica integración no sólo hay que reconocer la
diversidad, sino también que hay que realizar un esfuerzo de gestión de dicha
complejidad, que supone movilizar recursos para que el encuentro sea mutuamente
beneficioso, sin borrar las identidades pero estableciendo marcos para la
comunicación y la convivencia. Este último modelo sólo ha tenido lugar en
experiencias menores y, a pesar de su idoneidad, aún queda mucho trecho para
que se extienda como debiera. Este último esquema es el único capaz de abordar
las dificultades, dado que todos los anteriores o provocan conflictos nuevos, o
sencillamente son pasivos ante la tensión que pueda ocasionarse por la mera
convivencia entre distintos.
El fenómeno de las migraciones,
entretanto, está mutando. Los factores, que
daban cuenta del fenómeno inmigratorio en el Estado español, por ejemplo, han
sido superados por razones que responden a la crisis global que nos acucia. La
economía española atrae ya muy poco en base al factor económico, porque aquí la
prosperidad se acabó en 2007. Desde entonces asistimos a un fenómeno de
movilidad hacia el exterior, en especial de nuestros jóvenes, algunos de ellos los
mejores cualificados. Ni hicimos los deberes en España para integrar a los
nuevos colectivos que nos acompañan ni tampoco se hicieron para impedir una
sangría de una generación entera que ahora se busca la vida en otros países.
Este es un asunto pendiente que debe resolverse con el cambio político que
Podemos, junto a otras fuerzas ligadas al pueblo, queremos desarrollar.
Ahora bien, para tratar
debidamente el fenómeno, y definir una política apropiada e integral, no
podemos quedarnos en los estrechos márgenes de nuestras fronteras, porque
estamos ante un fenómeno que es global.
Lo que está sucediendo ahora son
fenómenos crecientes de movilidad que no es únicamente fruto de una atracción
económica del Norte para las poblaciones del Sur. Esta visión estereotipada
olvida que los principales movimientos de poblaciones se dan en el circuito
Sur-Sur, en tanto que los desplazamientos hacia el Norte están obstaculizados
de manera múltiple. Altos costes de transporte para poblaciones con niveles de
renta ínfimos; Estados intermedios muy represivos que impiden el paso desde
países del Sur al Norte; fronteras inexpugnables con grandes dotaciones
policiales e, incluso, militares; la interposición de mafias en los lugares de
paso; o sencillamente enormes barreras regulatorias y administrativas, sino de
mera hostilidad en los países de destino, dificultan este tipo de movilidad.
Ahora bien, cuando comprobamos que estos movimientos desde el Sur al Norte
crecen en estos años recientes y se hace contando con miles de muertes en
situaciones trágicas, como las que hemos conocido en el Mediterráneo
(Lampedussa, Melilla, Grecia, etc…).
Los factores de desplazamiento
están modificando sus proporciones o sumando nuevas razones. La clásica migración
económica persiste, porque a pesar de la crisis europea existe un abismo
comparativo entre los países todavía aventajados –aunque estén estancados- y
los empobrecidos. Pero a esta causa anterior se le suman las consecuencias de
la migración ocasionada por los brutales conflictos militares y de violencia
étnica y política que se están produciendo en derredor al mundo occidental. Mayormente,
provocados por nuestros gobiernos. El estallido de grandes intervenciones
militares occidentales en Oriente medio y próximo, y la respuesta de las
propias oligarquías para el control político y religioso de la población, que
han engendrado nuevos monstruos reaccionarios como el Estado Islámico, o
conflictos políticos que en su día auparon primaveras de cambio –y que han sido
mayormente reprimidas- como pudimos ver en el Norte de África, están
desplazando, en una huida desesperada, a cientos y cientos de miles de personas
que tratan de esquivar la muerte o la estigmatización. El fenómeno de una
migración de refugiados está ahora en claro ascenso, y es consecuencia de las
decisiones políticas que tomaron los imperios estadounidense, europeo e
israelí, conjuntamente con parte de las autoridades locales, y debiera
aclararse la responsabilidad que han tenido nuestros gobiernos en este
cataclismo humano.
El anterior tipo de
desplazamiento está siendo el factor principal de la nueva migración, que viene
temiendo la muerte y la represión. Y exige soluciones que reviertan decisiones
políticas y militares, así como respuestas humanitarias de primer orden. No
obstante, en el futuro van a producirse nuevas causas que debemos prever. Nos
estamos refiriendo a la migración ecológica. El desastre del modelo productivo
global, basado en un crecimiento que desbordó desde los años 80 el límite de
carga del planeta, y también en las energías fósiles y sus consecuencias en el calentamiento
global, va a ocasionar en los próximos años y décadas nuevas carestías y
conflictos de gran profundidad y crisis civilizatoria. La pobreza causada por
la explotación del Sur por el Norte se verá agudizada porque cada vez más los
territorios tendrán menos agua dulce, menos fertilidad y más caos climático y
contaminación. Quizá el mapa global se modifique, porque los espacios
habitables se reducirán y podrán cambiar de referencia geográfica, y la pugna
por ellos abrirán nuevos desplazamientos humanos y grandes tensiones, en los
que la violencia, la enfermedad y la muerte engendrarán éxodos, choques y
encontronazos cada vez más frecuentes.
Si nos hemos referido a las
nuevas causas que diagnostican la situación y las tendencias, llega el momento
de esbozar criterios políticos para operar sobre la realidad. Para ello hay que
identificar los diferentes momentos del itinerario de la movilidad global, e
intervenir no sólo en el destino o en el camino, sino también desde el origen.
Hasta ahora se había reflexionado
y actuado en el destino, aunque tampoco con mucho éxito en la práctica, como ya
hemos señalado. Se habían definido políticas de integración que escondían
esquemas de selección y exclusión. Los partidos liberales apuntaron a facilitar
la entrada a la mano de obra con la cualificación que el empresariado requería
para la producción, y coincidirían con los partidos conservadores en interponer
barreras fronterizas y administrativas de todo tipo al resto de migrantes. Las
fuerzas progresistas se ocuparon mucho más de una integración basada en la
acción social y humanitaria, o en una cooperación al desarrollo subvencionada y
de alcance paliativo, aunque se atisbaban también reflexiones sobre el
capitalismo global y cómo enmarca las migraciones, focalizando en algunos casos
la denuncia de este modelo socioeconómico, aunque sin las estrategias
internacionales suficientes para ser capaz de superarlo. A su vez, y de manera
creciente, emergen fuerzas reaccionarias que optan por modelos
intervencionistas –policíacos y militares- para expulsar a la inmigración de
aquellos países que quieren conservar sus privilegios.
En la Unión Europea está
creciendo está opción anterior, y se trata de una política basada en no
compartir, más aún que ahora las oportunidades de crecimiento se desvanecen. Es
una estrategia que interviene dentro de los propios países, generando un
esquema de no ciudadanía y peligrosidad al extranjero sin documentación, un
esquema de estigmatización y segregación al que sí tiene papeles, y una pauta
de exclusión o expulsión de aquel que no encuentra un empleo o se atreve a solicitar
prestaciones sociales. Pero que también lo hace fuera, estableciendo políticas
con países que son de paso, para que las medidas más duras de obstaculización
del movimiento se produzcan allí.
En suma, ni que decir tiene, que
entre las fuerzas que responden a las clases populares es preciso construir
modelos inclusivos, interculturales en nuestros países. También es necesaria
una política de acompañamiento en los espacios de paso, que protejan los
derechos sociales, laborales y políticos, así como despejen el camino de las
mafias y de barreras físicas absurdas, o que sepan establecer ordenadamente el
cumplimiento de obligaciones, en igualdad con el resto de la ciudadanía. Sin
duda alguna, ante la emergencia humanitaria ocasionada por la política reaccionaria
en vigor ha llegado el momento de movilizar recursos para garantizar la vida y
la dignidad de las personas y dar pie a que puedan encontrar una salida.
Pero, mientras iniciamos todo
eso, seguiremos insistiendo en que la mejor política migratoria es aquella que
garantiza que ninguna persona se desplace de su comunidad de origen por razones
forzadas, sean económicas, políticas, culturales, religiosas, militares o
ecológicas. Para ello debemos tomar consciencia que lo primero que habría que
realizar es una política que permita desarrollarse en libertad a los pueblos
del Sur –en todos los sures del planeta-, quitarles primero el pie del cuello,
dejarles de explotar y arrebatarles sus recursos. En segundo lugar, modificar
el sistema de relaciones de producción, que acabe con un modelo productivo
ecológica y socialmente insostenible. Todo esto no se puede hacer de golpe y
porrazo, se hará a pasos, pasos más cortos o más largos, pero que tendrán que
tener claro el horizonte hacia el que se mueve. Porque la humanidad también se
mueve, y ha de hacerlo hacia el futuro, y no hacia atrás ni necesariamente al
lado.
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