24/6/15

Fenómeno migratorio global: la humanidad o se mueve hacia el futuro o lo hará hacia atrás.

Daniel Albarracín. 7/06/201
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El ser humano forma parte de una especie que se ha desplazado en el planeta desde tiempos remotos. Su habilidad para desplazarse fue vital para ocupar los espacios habitables del planeta según incrementaba la población. Una vez las civilizaciones se asentaban se dotaron de reglas para regular esa movilidad y establecer una diferencia inclusiva y a la vez excluyente, que se consolidó con la formación del Estado-Nación. La figura del extranjero, descalificado como bárbaro, constituyó la mejor forma para justificar la invasión de territorios ajenos, o para explotar sin derecho a alguno a aquel que caía en el “nuestro”, hasta el punto de no reconocer ni siquiera su humanidad (el esclavismo).

Mucho se ha transformado en esta modernidad el fenómeno migratorio, modificando los esquemas para entender la movilidad de las personas se han trastocado. Ya en 1996, el fenómeno de la entrada de inmigrantes resultaba un fenómeno nuevo en España, propiciado por el boom inmobiliario y el crecimiento que exigía contar con nueva mano de obra en condiciones para trabajar. Ese fenómeno de atracción ya había sido observado en países aún más ricos que el nuestro, que habían pasado más etapas de entrada de diferentes grupos migratorios, hasta incluir a segmentos de población con estrategias de integración y segmentación jerárquica muy distintos.

Las sociedades más aventajadas en su tratamiento de la inmigración han probado diferentes esquemas. El modelo asimilacionista francés, que admite a todos aquellos que asumen la cultura republicana del país independientemente de su origen étnico. El modelo multicultural británico, que permite una agregación de colectivos, si bien conviven con relativa paz pero sin comunicación entre sí. En el otro polo, el modelo segregacionista, conocido en Suráfrica o en Israel y que aparta con violencia a parte de la población por razones étnicas, religiosas o culturales. Es posible pensar otros modelos, como el intercultural, que reconoce que para que se produzca una auténtica integración no sólo hay que reconocer la diversidad, sino también que hay que realizar un esfuerzo de gestión de dicha complejidad, que supone movilizar recursos para que el encuentro sea mutuamente beneficioso, sin borrar las identidades pero estableciendo marcos para la comunicación y la convivencia. Este último modelo sólo ha tenido lugar en experiencias menores y, a pesar de su idoneidad, aún queda mucho trecho para que se extienda como debiera. Este último esquema es el único capaz de abordar las dificultades, dado que todos los anteriores o provocan conflictos nuevos, o sencillamente son pasivos ante la tensión que pueda ocasionarse por la mera convivencia entre distintos.
El fenómeno de las migraciones, entretanto, está mutando. Los factores, que daban cuenta del fenómeno inmigratorio en el Estado español, por ejemplo, han sido superados por razones que responden a la crisis global que nos acucia. La economía española atrae ya muy poco en base al factor económico, porque aquí la prosperidad se acabó en 2007. Desde entonces asistimos a un fenómeno de movilidad hacia el exterior, en especial de nuestros jóvenes, algunos de ellos los mejores cualificados. Ni hicimos los deberes en España para integrar a los nuevos colectivos que nos acompañan ni tampoco se hicieron para impedir una sangría de una generación entera que ahora se busca la vida en otros países. Este es un asunto pendiente que debe resolverse con el cambio político que Podemos, junto a otras fuerzas ligadas al pueblo, queremos desarrollar.

Ahora bien, para tratar debidamente el fenómeno, y definir una política apropiada e integral, no podemos quedarnos en los estrechos márgenes de nuestras fronteras, porque estamos ante un fenómeno que es global.
Lo que está sucediendo ahora son fenómenos crecientes de movilidad que no es únicamente fruto de una atracción económica del Norte para las poblaciones del Sur. Esta visión estereotipada olvida que los principales movimientos de poblaciones se dan en el circuito Sur-Sur, en tanto que los desplazamientos hacia el Norte están obstaculizados de manera múltiple. Altos costes de transporte para poblaciones con niveles de renta ínfimos; Estados intermedios muy represivos que impiden el paso desde países del Sur al Norte; fronteras inexpugnables con grandes dotaciones policiales e, incluso, militares; la interposición de mafias en los lugares de paso; o sencillamente enormes barreras regulatorias y administrativas, sino de mera hostilidad en los países de destino, dificultan este tipo de movilidad. Ahora bien, cuando comprobamos que estos movimientos desde el Sur al Norte crecen en estos años recientes y se hace contando con miles de muertes en situaciones trágicas, como las que hemos conocido en el Mediterráneo (Lampedussa, Melilla, Grecia, etc…).

Los factores de desplazamiento están modificando sus proporciones o sumando nuevas razones. La clásica migración económica persiste, porque a pesar de la crisis europea existe un abismo comparativo entre los países todavía aventajados –aunque estén estancados- y los empobrecidos. Pero a esta causa anterior se le suman las consecuencias de la migración ocasionada por los brutales conflictos militares y de violencia étnica y política que se están produciendo en derredor al mundo occidental. Mayormente, provocados por nuestros gobiernos. El estallido de grandes intervenciones militares occidentales en Oriente medio y próximo, y la respuesta de las propias oligarquías para el control político y religioso de la población, que han engendrado nuevos monstruos reaccionarios como el Estado Islámico, o conflictos políticos que en su día auparon primaveras de cambio –y que han sido mayormente reprimidas- como pudimos ver en el Norte de África, están desplazando, en una huida desesperada, a cientos y cientos de miles de personas que tratan de esquivar la muerte o la estigmatización. El fenómeno de una migración de refugiados está ahora en claro ascenso, y es consecuencia de las decisiones políticas que tomaron los imperios estadounidense, europeo e israelí, conjuntamente con parte de las autoridades locales, y debiera aclararse la responsabilidad que han tenido nuestros gobiernos en este cataclismo humano.

El anterior tipo de desplazamiento está siendo el factor principal de la nueva migración, que viene temiendo la muerte y la represión. Y exige soluciones que reviertan decisiones políticas y militares, así como respuestas humanitarias de primer orden. No obstante, en el futuro van a producirse nuevas causas que debemos prever. Nos estamos refiriendo a la migración ecológica. El desastre del modelo productivo global, basado en un crecimiento que desbordó desde los años 80 el límite de carga del planeta, y también en las energías fósiles y sus consecuencias en el calentamiento global, va a ocasionar en los próximos años y décadas nuevas carestías y conflictos de gran profundidad y crisis civilizatoria. La pobreza causada por la explotación del Sur por el Norte se verá agudizada porque cada vez más los territorios tendrán menos agua dulce, menos fertilidad y más caos climático y contaminación. Quizá el mapa global se modifique, porque los espacios habitables se reducirán y podrán cambiar de referencia geográfica, y la pugna por ellos abrirán nuevos desplazamientos humanos y grandes tensiones, en los que la violencia, la enfermedad y la muerte engendrarán éxodos, choques y encontronazos cada vez más frecuentes.

Si nos hemos referido a las nuevas causas que diagnostican la situación y las tendencias, llega el momento de esbozar criterios políticos para operar sobre la realidad. Para ello hay que identificar los diferentes momentos del itinerario de la movilidad global, e intervenir no sólo en el destino o en el camino, sino también desde el origen.

Hasta ahora se había reflexionado y actuado en el destino, aunque tampoco con mucho éxito en la práctica, como ya hemos señalado. Se habían definido políticas de integración que escondían esquemas de selección y exclusión. Los partidos liberales apuntaron a facilitar la entrada a la mano de obra con la cualificación que el empresariado requería para la producción, y coincidirían con los partidos conservadores en interponer barreras fronterizas y administrativas de todo tipo al resto de migrantes. Las fuerzas progresistas se ocuparon mucho más de una integración basada en la acción social y humanitaria, o en una cooperación al desarrollo subvencionada y de alcance paliativo, aunque se atisbaban también reflexiones sobre el capitalismo global y cómo enmarca las migraciones, focalizando en algunos casos la denuncia de este modelo socioeconómico, aunque sin las estrategias internacionales suficientes para ser capaz de superarlo. A su vez, y de manera creciente, emergen fuerzas reaccionarias que optan por modelos intervencionistas –policíacos y militares- para expulsar a la inmigración de aquellos países que quieren conservar sus privilegios.

En la Unión Europea está creciendo está opción anterior, y se trata de una política basada en no compartir, más aún que ahora las oportunidades de crecimiento se desvanecen. Es una estrategia que interviene dentro de los propios países, generando un esquema de no ciudadanía y peligrosidad al extranjero sin documentación, un esquema de estigmatización y segregación al que sí tiene papeles, y una pauta de exclusión o expulsión de aquel que no encuentra un empleo o se atreve a solicitar prestaciones sociales. Pero que también lo hace fuera, estableciendo políticas con países que son de paso, para que las medidas más duras de obstaculización del movimiento se produzcan allí.

En suma, ni que decir tiene, que entre las fuerzas que responden a las clases populares es preciso construir modelos inclusivos, interculturales en nuestros países. También es necesaria una política de acompañamiento en los espacios de paso, que protejan los derechos sociales, laborales y políticos, así como despejen el camino de las mafias y de barreras físicas absurdas, o que sepan establecer ordenadamente el cumplimiento de obligaciones, en igualdad con el resto de la ciudadanía. Sin duda alguna, ante la emergencia humanitaria ocasionada por la política reaccionaria en vigor ha llegado el momento de movilizar recursos para garantizar la vida y la dignidad de las personas y dar pie a que puedan encontrar una salida.

Pero, mientras iniciamos todo eso, seguiremos insistiendo en que la mejor política migratoria es aquella que garantiza que ninguna persona se desplace de su comunidad de origen por razones forzadas, sean económicas, políticas, culturales, religiosas, militares o ecológicas. Para ello debemos tomar consciencia que lo primero que habría que realizar es una política que permita desarrollarse en libertad a los pueblos del Sur –en todos los sures del planeta-, quitarles primero el pie del cuello, dejarles de explotar y arrebatarles sus recursos. En segundo lugar, modificar el sistema de relaciones de producción, que acabe con un modelo productivo ecológica y socialmente insostenible. Todo esto no se puede hacer de golpe y porrazo, se hará a pasos, pasos más cortos o más largos, pero que tendrán que tener claro el horizonte hacia el que se mueve. Porque la humanidad también se mueve, y ha de hacerlo hacia el futuro, y no hacia atrás ni necesariamente al lado.

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