1/10/08

Derechos y socialización del arte, ciencia y cultura: caminando hacia un difícil horizonte



La creación artística y científica y la socialización de la crítica del orden establecido: unas notas personales inacabadas e imperfectas.
Daniel Albarracín 2008

Estas notas corren un doble riesgo. Originadas en un debate propio de una tertulia, y con un superficial contraste sociológico y económico, pueden incurrir tanto en la tentación de descubrir el Mediterráneo o en la confusión terminológica, propia de la incursión de un profano en terreno resbaladizo, que más bien debiera ser recorrido por personas mejor entrenadas en este campo.

No obstante, su propósito no es dar una conclusión firme, sino elaborar unas notas personales para la reflexión, que contribuyan a clarificar algunos extremos y delimitar algunos términos de un debate.

El objeto de la discusión es el reconocimiento y trato social de los procesos de creación, del acceso a la cultura y el conocimiento, de la democratización –y de los modelos que hagan de éste un proceso social fecundo y profundo- del saber y de la participación en la toma de decisiones colectiva.

Cabe entenderse, sino se equivoca el autor de estas palabras, como arte, a ese proceso de elaboración de obras caracterizadas por su relevancia, su trascendencia histórica, su impacto en el tiempo de la humanidad, su proyección e impacto en la posteridad, por su creación original, en mayor o menor grado transformadora de la forma de concebir algún proceso instrumental o expresivo. La creación artística es, de alguna manera, la elaboración de algo nuevo; innovador si altera y desarrolla elementos de la producción tradicional, rupturista si cuestiona el orden establecido. La cuestión de esta definición es que los parámetros de su valoración quedan en un ámbito en el que “sólo la historia puede juzgarlo”, pues los contemporáneos pueden llegar a no entender, no apreciar, o directamente a descalificar algo que no conciben, precisamente por su novedad.

Según lo que deducimos de un debate al que sólo nos asomamos tardía y profanamente, cabe definir como artesanía aquella elaboración con ciertas garantías de calidad y participación humana cualificada, que, pudiendo adquirir un estilo particular, no son más que reproducción de criterios y esquemas preestablecidos, ya creados. Esto es, no sería algo nuevo, sino simplemente una aplicación, una reproducción, una adaptación de una perspectiva, una línea de creación preexistente.

En esta línea de gradación de lo que pueden representar diferentes manifestaciones de la transformación humana (que plantea como elaboraciones fundamentales desde la creación intelectual hasta, en un segundo momento de reproducción, la recreación artesana) cabe concebir la producción automatizada y masiva cuando hablamos de productos (bienes o servicios) finales, en las que el diseño y fabricación industrial tienen su papel y en las que en la sociedad capitalista adoptan la forma mercancía.

Es posible introducir la reflexión de que esta forma de graduar las formas de elaboración humana del mundo es, aunque sólo lo sea en parte, una forma de aproximación idealista. En parte se inicia en la divisoria entre lo intelectual y lo manual, la concepción mental hasta la fabricación material. A nuestro juicio no debería entenderse lo intelectual y lo manual como algo distinto, como tampoco puede diferenciarse en términos prácticos la concepción ideal de su plasmación material. La creación material es al tiempo conjugación de la mente, el cuerpo humano y transformación de la naturaleza.

En este sentido, las personas son las que pueden ser creadoras, más bien, los artistas sólo lo pueden ser. De manera afín, también los investigadores y científicos, en campos del análisis de la realidad social, son los responsables tanto del descubrimiento de aspectos fundamentales de la realidad física o social; los inventores, son los que traducen en posibles aplicaciones al mundo real el conocimiento fundado en dichos descubrimientos, en los que ha participado la mirada genial y original del investigador, contrastando de manera consistente marcos teóricos nuevos con comprobaciones empíricas reveladoras; serían los ingenieros y otros profesionales del diseño industrial, los que se encargan de desarrollar las aplicaciones concretas.

En la discusión se admitió como un bien humano colectivo la socialización de la cultura como vehículo de difusión del conocimiento y prácticas sociales útiles o expresivas a las que pueda reconocerse un valor. Esto es, la facilitación del acceso a la información, a los medios de comunicación para la transmisión e intercambio de experiencias y formas de hacer y saber, a los debates e interrogantes sobre la realidad humana.

No obstante, se puso de manifiesto alguna discrepancia sobre la conveniencia de la propiedad intelectual, los derechos de autor, etcétera.

Se plantearon varios puntos de vista. El primero de ellos trató sobre la realidad de la explotación que parece existir entre ciertos monopolios de distribución comercial (editoras, discográficas, ministerios, grandes empresas, etc…) que capturan los derechos de distribución de la producción artística (literaria, musical, etc…) y científica (investigaciones, inventos, etc…) para detentar en propio provecho su explotación, o para dosificar la introducción de innovaciones o propuestas creativas, en aras de controlar los mercados frente a cualquier competencia que amenace la rentabilidad o su capacidad de influencia. En dicho contexto, la propiedad intelectual del creador, artista o científico, estaría siendo disipada o diluida por los propietarios y controladores de los medios de producción y comunicación.

Frente a esa injusticia, que erosiona no sólo el modo de vida y el derecho individual del creador, sea de la rama que sea, y que en definitiva impide el desarrollo para la sociedad, se idea un modelo de resistencia, interno al sistema, reforzando y justificando los sistemas de propiedad intelectual individual, no sólo con el sistema clásico de copyright y patentes, sino con el refuerzo de un canon sobre los aparatos reproductores y soportes que puedan difundir la creación, sus desarrollos y sus aplicaciones. Esta práctica no es más que una fórmula de resistencia frente al monopolio, que protege al individuo creador.

Ahora bien, es posible otra óptica sobre la cuestión. Ni que decir tiene que la imposición de un canon sobre medios de reproducción y soportes diversos, muchas veces justificado en la teoría para defender al creador individual, no sólo queda su resultado en la imposición de un gravamen indirecto (y por tanto regresivo), que además va a parar a manos de los “representantes o gestores” de los derechos de autor, y sólo en parte a los propios autores, sino que además es una medida que tiene como principal beneficiario el propio monopolio distribuidor, sea cual sea su formato. En efecto, mientras existan acuerdos draconianos en los que el distribuidor ostenta el 90% del beneficio, y se reservan numerosos derechos que pulverizan la disposición del autor sobre su obra, en ese contexto, el gravamen sobre medios de reproducción, intercambio y soporte beneficia principalmente a los distribuidores. Sí, porque el resultado del gravamen, véase canon, ataca fundamentalmente a los medios tecnológicos que permiten la difusión de las creaciones y por tanto la multiplicación de sus usos positivos; positivos siempre y cuando no se reintroduzcan nuevas fórmulas de apropiación parcial de los beneficios de su distribución, con la compra-venta sin garantías de las réplicas de las obras. Ataca a los usuarios y beneficiarios finales de obras cuyo acceso supone ventajas colectivas. Beneficia a unos intermediadores, en un 90%, que garantizan y afianzan el vehículo de la transmisión, mediante la venta en circuitos restringidos, de obras devenidos en producto mercantil. Y sólo beneficia, en un 10% aproximadamente, a los artistas, creadores y científicos que consiguen tener la acogida e impulso de los distribuidores comerciales, quedándose igual que antes, si no peor, aquellos que tampoco tienen el “favor” de los promotores y distribuidores.

Con ese formato, se reproduce el estrangulamiento para proporcionar modos de vida habilitados para la creación, con los medios necesarios para la formación, la investigación, la manutención, y la disposición de instrumental y medios materiales para la realización de trabajos en un sentido creador. También sería cierto que sin canon el sistema de mercado sigue arrasando sobre el creador sin recursos, pero el efecto del canon no es otro más que reproducir dicho sistema, fortalecer a los distribuidores privados, y castigar al usuario, aparte de interrumpir o cohibir los beneficios sociales de las nuevas tecnologías en lo que refiere a la transmisión globalizada de las obras artísticas y el conocimiento científico. Además, la carrera por la propiedad intelectual suele ser una carrera competitiva de individuos, con lo que puede conllevar de inhibición del tan fecundo casi siempre trabajo colectivo.


Por otro lado, se planteaba, por mi parte, y de manera incompleta y no sin, a la postre, paradojas de difícil resolución, una solución institucionalista a conflicto tan complejo. En efecto, al mismo tiempo que se proponía al máximo la socialización de la cultura, proporcionando y difundiendo las ventajas de las nuevas tecnologías (de transmisión, intercambio, reproducción y almacenamiento de imágenes y datos), que están en condiciones de sustituir los circuitos comerciales y monopolistas de distribución, facilitando el acceso popularizado al conocimiento, el arte y la cultura, también se planteaba sancionar el aprovechamiento del uso en beneficio particular de esta difusión tecnológica. Pero también, y fundamentalmente, se advertía de que no puede defenderse esta fórmula sin habilitar los medios para que los creadores, artistas y científicos, puedan desarrollar su labor. Así, se defendía algún medio institucional público que habilitase recursos de formación, medios instrumentales para el trabajo artístico y científico, e ingresos que mantuviesen un modo de vida digno.

La paradoja se encontraba en que, en la sociedad vigente, con su modelo socioeconómico, los recursos son escasos. A pesar de que se animase a la creación libre, incluso crítica con la sociedad, y no se interviniese en la libertad de los creadores, la simple existencia de unos recursos limitados conduciría a que la institución responsable de la promoción artística y científica se encontraría en la tesitura de establecer criterios de selección. Alguien, entonces, debería determinar que es digno de ser financiado y qué no. Pero, siendo el arte algo que se escapa a criterios preestablecidos, porque precisamente su propósito es modificarlos, ¿quién estaría en condiciones de decidir qué se considera arte o ciencia fundamental e innovadora y qué no?. Casos nefastos, se nos advertía, se habían producido en la Alemania Nazi y en la URSS stalinista, en la que el Estado reprimía aquello subversivo, o que sencillamente no obedecía la estética y propósitos dogmáticos de aquellos regimenes. También es posible identificar conocedores, la comunidad científica o artística en los respectivos campos respectivos, para que determinasen el valor de una trayectoria de creación, pero de igual manera se corre el riesgo de que la arbitrariedad o la incomprensión ante lo nuevo pueda impedir el desarrollo de la creación y el conocimiento, y que reinen intereses de hegemonía de paradigmas ya establecidos, prevaleciendo contra sus posibles críticos, y perspectivas diversas, cohibiendo su desarrollo. Sólo la historia “es capaz de absolver” una obra, como absolvió a algún conocido dirigente político. Pero la cuestión es que no queda otra que encontrar, bajo esta posible línea, un método objetivo (o transubjetivo), plural de evaluación. Mucho habría que garantizar la pluralidad de esas comunidades promotoras o evaluadoras, pero difícilmente se podrían garantizar acuerdos entre visiones encontradas.

Quizá, y sólo quizá, un remiendo en el mientras tanto sería no evaluar el contenido, sino que, junto al derecho a un modo de vida digno (ingresos, medios disponibles, acceso a la información y la formación de equipos, etc…), se exigiese un compromiso. Esto es, en mi opinión los derechos de autor, no sólo deben respetarse en el reconocimiento público de la autoría, sino a la oportunidad de realizar proyectos creadores (con un método fundamentado y un trabajo dedicado comprobable), apoyados materialmente, siempre y cuando se ligue con un modo de vida y trabajo creador comprometido. Un compromiso de dedicación a la formación, a un tiempo de trabajo dispuesto y metódico, a la exposición y contraste público de resultados y metodologías, a la docencia de lo aprendido, a la difusión del proceso y resultados de la creación e investigación. La promoción de la creación y de la investigación tiene en su dinámica su principal valor, y la prueba de su avance en su impacto en la realidad (de las cosas, del saber de la ciencia, y de la creación artística valiosas en su momento o por su perdurabilidad). Aquí el matiz obliga a interrogarse si la creación y el saber, asumiendo que no hay verdad absoluta e infinita ni creación sin contexto en el que cobra un papel, tienen que responder a la posteridad o, más bien, al sentido transformador o innovador que significa para su época o su sociedad. Esto es, su valor histórico. La cuestión, de nuevas, es que estas oportunidades, deben estar evaluadas en una sociedad que, como la nuestra, es de escasez y, también opresión y explotación, a nivel mundial. Y queda pendiente entonces la pregunta ¿Y quién y cómo evalúa algo que es radicalmente novedoso y que es, en muchos aspectos, incontrastable con lo anterior?.

El problema puede radicar, en las perspectivas anteriores, en que estamos preconcibiendo que el conjunto de artistas y científicos constituyen o debería constituir una élite social aparte, profesionalizada, que realiza un papel extraordinario al margen del conjunto de la sociedad, ocupada en tareas de menor altura. Quizá estábamos anclados en la visión del solitario y original creador, inventor, artista o investigador que realiza su labor teórica en un campo ideal de la inspiración. Quizá debamos desarrollar otro punto de vista.

En este sentido, podríamos partir de algunas hipótesis que parecen podrían constatarse en el tiempo histórico. La creatividad tiene como principal foco de ánimo la necesidad, y en esas circunstancias el ingenio puede ser más agudo. Pero sólo tiene su desarrollo más profundo y sistematizado cuando se dan condiciones de estabilidad para centrarse en el objeto de estudio o creación. Se dice que "es mejor que la inspiración te pille trabajando". Las personas tratan de abordar los problemas que viven, y sólo pueden concebir éstos. En esto se distingue la creación radical de la distracción decorativa o anecdótica. La creación radical responde a los grandes problemas de época, que pueden ser muy concretos y al tiempo que generales, es una creación del pueblo, de los oprimidos. Pero la creación de las élites responde a la aplicación precisa de la gestión de lo existente, al capricho de la belleza o la perfectibilidad e idealización del orden establecido. Esa creación es narcisista, tirana, y, cuando se vierte para el pueblo, se fundamenta en el propósito distractor, del entretenimiento banal, que dispersa la atención, y legitima el poder.

La creación que no es decoración, ni gestión, ni idealización de lo existente –una vuelta de tuerca o una reproducción matizada o renovadora de lo establecido- es profundamente crítica y rupturista. Es una creación popular, desarrollada por una comunidad autoconsciente de las cuestiones contradictorias que les afectan. No todos los oprimidos son plenamente conscientes, pero de sus tensiones aparecen minorías que sí pueden serlo algo más. Pero su inspiración nace de la reflexión sobre la realidad, sobre el análisis de sus potenciales y de sus censuras, que apuesta por desbordar los muros, y construir algo muy diferente a partir de la potencia de lo que hay, pero que aún no ha nacido. Sentir la realidad, y partir de que en cualquier ser hay una potencia, en que sus tensiones pueden causar una revelación, una pista para la liberación de las ataduras, de despliegue de sus facultades hasta ese momento clausuradas. Los auténticos creadores no son las madres que dan a nacer algo nuevo, sino los parteros que permiten que el ser vea la luz. Y por eso, aunque no todo el mundo que padece la opresión es un creador, sí tiene un potencial por nacer, algo inspirador de su propia liberación, y una pista para que algún otro cree una nueva línea, que para ser creadora, debe apuntar a la emancipación. Empaparnos de realidad, con una perspectiva crítica y liberadora, es la principal sugerencia para crear.

Sea como fuere, esta concepción no debe impedir que sea posible la socialización –que no debemos confundir con la estatalización- de la creación. ¿Por qué no admitir que la aspiración de la humanidad es el desarrollo más abierto de todas sus potencialidades, y que en cada uno de nosotros la faceta creadora, en nuestro microcosmos al menos, es una posibilidad a tener en cuenta?. Seguramente la brillantez de la genialidad no llega a todos, y está claro que para alcanzar la creación se requieren notables condiciones materiales y sociales. Pero en una sociedad superior deberíamos aspirar a que todo el mundo desplegase sus virtudes, en un ámbito civilizatorio de convivencia, diversidad, participación inteligente y elaborada y derechos de ciudadanía avanzados, habilitando tiempos no sólo para la reproducción de la existencia, o la producción de la misma, sino también para la recreación y la creación.

Esto es, en suma, mientras se puede defender los derechos de autor (y el compromiso con la creación), con sus consiguientes reconocimientos simbólicos y provisión pública o social de medios materiales para su realización, la defensa de la propiedad intelectual sólo es un mal apaño que no contraviene a los monopolios, sino que los refuerza. Sí a la autoría, no a la propiedad. Si al derecho y al compromiso con la creación (y si es posible subversiva mejor) como un modo de vida, pero no a los beneficios particulares e individuales por la mercantilización y el copyright de unos productos, marcas o ideas registradas o patentadas.

Pero mientras llegamos a esa sociedad en la que cualquiera puede ser cualquier cosa que se proponga, o que al menos sea posible intentarlo, el primer paso es potenciar, desde una opción emancipadora, la creación que rompe lo establecido, que cuestiona las ataduras de unas relaciones sociales de producción y de destrucción que cada vez amenazan no sólo una vida humana digna sino a la propia humanidad en sí.

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