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1. Los mitos de la nueva revolución
industrial y de las tecnologías del capitalismo verde
En medio de la incertidumbre devienen
varias crisis superpuestas, en las que la energética y climática son las más
graves para el futuro de la humanidad. Con ello, llegan las promesas, muchas
amparadas en el milagro de la técnica, bajo una forma de determinismo
tecnológico, motor de los cambios y solución de progreso.
El pensamiento convencional
irrumpiría con el concepto “revolución
digital”, casi una suerte de economía virtual inmaterial, que habría sido elevada
a la categoría de IVa Revolución Industrial, como solución de las crisis. En
ella se reunirían un conjunto de innovaciones tecnológicas que se reforzarían
entre sí aunando mejoras extraordinarias en la conectividad de internet, su
interconexión con numerosas aplicaciones de uso cotidiano desde el ámbito
manufacturero al doméstico, pasando por los desarrollos en el campo de la
automatización industrial de procesos, los sistemas ciberfísicos
–nanotecnología, ingeniería genética, etcétera-, la gestión del “big data” y la “información en la nube”
(cloud), el desarrollo de las redes
sociales y las aplicaciones que cada uno portamos con nuestros dispositivos
móviles. Resulta cuanto menos digno de debatir el que estemos ante una
revolución industrial o ante innovaciones técnicas, dentro de la III Revolución
científico-tecnológica, más aún que todo esto no se soporte sobre la realidad
material y no tenga límites productivos y físicos concretos.
Robert Solow (1987), observó: “Se ven ordenadores por todas partes, salvo
en los indicadores de productividad”. Patrick Artus (2017), también afirma
que: ”A pesar del desarrollo de lo
digital y del esfuerzo de investigación y de innovación, los aumentos de
productividad disminuyen”. A día de hoy, puede decirse que, salvo entre
1990 y 2004, periodo en el que se produjo un descenso del coste de velocidad y
la capacidad de memoria de los ordenadores, la tendencia al estancamiento de la
productividad es inequívoca.
La productividad resulta un
factor clave para la generación de nuevos mercados y de rentabilidad. Sin su
mejora, la presión para elevar la tasa de plusvalor es mucho mayor, lo que
conduce a escenarios crecientes de conflictividad sociolaboral y política. Pero
también, sin su elevación, la presión a acaparar y sobreexplotar territorios y materias
primas se incrementa severamente.
Gordon (2014) advierte sobre los
límites productivos de las nuevas tecnologías a nivel macroeconómico. Las
innovaciones robóticas son de difícil generalización en el sector de servicios
y de la construcción, o en algunas partes de los servicios logísticos y de transporte
(almacenamiento, carga y descarga). A su vez, algunos productos y aplicaciones
son de utilidad específica puntual, y las innovaciones en los sistemas de
información no aumentan la productividad, sino que sólo racionalizan y
controlan mejor los procesos.
La robotización plena no es
generalizable. No sólo porque en no pocos procesos intervienen personas.
También por razones físicas naturales. Todo software funciona con un hardware,
una infraestructura de cables, antenas de telecomunicaciones, servidores. Los
bienes digitales, los datos requieren de energía, en su generación,
tratamiento, almacenamiento y difusión. No hay nada de inmaterial en la
tecnología. Y cabe la certeza que no será una solución universalizable por
razones biofísicas y económicas.
De manera semejante, si las
anteriores innovaciones prometen superar las crisis y solucionar diferentes
problemáticas (aunque sólo sea para la minoría que pueda financiársela), la
crisis energética y climática ha querido abordarse con una panoplia de innovaciones
que, con Daniel Tanuro, venimos a caracterizar dentro del paradigma del “capitalismo verde”.
Estas innovaciones técnicas o
soluciones organizativas se presentan como solución ante la crisis
medioambiental. El llamado capitalismo verde trata de institucionalizar
soluciones de mercado que internalicen en la toma de decisiones de las empresas
los costes medioambientales externos, como así representa el mercado de derechos
de emisión, la atribución de derechos de propiedad a los bienes naturales
comunes, convirtiéndolos en capital natural. También nos llegarán con la
promesa de energías supuestamente limpias (el gas natural, la energía nuclear,
el hidrógeno). Apostarían por soluciones tecnológicas ecoeficientes. Señalarían
que las renovables podrán ser un gran negocio a largo plazo. Y que el coche
eléctrico nos aportaría prestaciones confortables que no nos harían renunciar a
nuestras comodidades. Con el reciclaje de residuos también nos encontraríamos
con una conducta moral, estética y rentable. O con los sistemas de captura de
carbono hallaríamos la contención en la industria a la emisión de gases de
efecto invernadero. Por último, pero no menor, se dirá que la revolución
digital difundirá un tipo de economía inmaterial que no añadirá carga
significativa al planeta.
Al igual que cabe preguntarse
sobre el cumplimiento de las promesas de la dichosa revolución digital
inmaterial, los problemas de esta propuesta de capitalismo verde no son pocos:
·
La introducción de soluciones de mercado, como
los derechos de propiedad y emisión, nos aboca a una internalización tuerta de
los costes ecológicos, que además, sólo medirán variables crematísticas con
precio, y no contemplará ni los flujos y stock de energía, que requieren
medidas propias, tasas de retorno energético, ni los tiempos de regeneración
natural. Sus soluciones se supeditarán a la lógica del beneficio, admitiendo
una lenta sustitución completamente distante de los ritmos de transición
exigidos por la situación límite que vive el planeta. Las ecotasas representan
en sí un paliativo a todas luces insuficiente.
·
Cabe advertir que el gas natural sigue siendo
emisor de gases de efecto invernadero, y aunque su pico de extracción se aplace
a la década de los 40, no puede comportar una solución duradera ni sostenible.
Ni que decir tiene que la energía nuclear no sólo es extraordinariamente
inviable económicamente, sino que su empleo es contrario a los principios
básicos de precaución y su enorme peligro y sus consecuencias a escala temporal
geológica pone en serio riesgo la vida y comporta asumir una responsabilidad de
gestión de residuos milenaria Por último el hidrógeno representa una solución
intermedia como vehículo y acumulador de energía, pero no comporta una fuente
en sí. Con los sistemas de fusión como el ITER, asimismo, nos encontramos con
soluciones de alto coste de materias primas (agua), instalaciones e
infraestructuras de un coste gigantesco, y una solución centralizada cuyo
rédito sólo puede ser regional.
·
Las mejoras en ecoeficiencia habidas sin embargo
han sido incapaces de contener la lógica productivista que impone la
acumulación capitalista, puesto que en términos netos no ha disminuido el
crecimiento, en tanto que la dinámica de negocio exige obtener más y más, y por
tanto producir crecientemente de manera continua.
·
En relación a la movilidad eléctrica, en
especial el coche, este no sólo tendría problemas de infraestructura de
repostaje o de autonomía, su principal problema es tanto que la fabricación de
su pila, sin marchar un solo kilómetro, ya supone la emisión de gases
equivalente a 200.000 km de un coche de gasolina, así como el límite biofísico
de la disponibilidad de litio. La disponibilidad limitada de cobre, superado su
pico de extracción, dificultará enormemente la generalización de la electrificación
para un amplio conjunto de dispositivos dependientes de esta forma de
suministro energético.
· Asimismo, los sistemas de captura de carbono han
demostrado problemas de almacenaje del gas residual, provocación de terremotos
locales, y difícil contención subterránea a largo plazo de los gases. Cuanto
menos, esta solución es temporal o de viabilidad muy local.
Un aspecto muy poco tenido en
cuenta, bajo la hipótesis de la generalización de las innovaciones de la
llamada revolución digital, y la automatización robotizada, nos trae al límite
en la disponibilidad de algunos materiales básicos de la industria moderna cuyo
pico de extracción ya se ha superado. Según González Reyes y Fernández Durán
(2018), materias primas esenciales ya habrían superado su cénit de extracción
(Plomo, Mercurio, Cobre, Fósforo, Plata, Zinc, etc…) y otros también
fundamentales, en los próximos años o décadas lo estarían. Las energías fósiles
han pasado a una era en la que su acceso barato ha finalizado, o está próximo
en el tiempo, previéndose un colapso de disponibilidad asequible a partir de
2030 para el petróleo y 2040 para el gas natural. La robotización, los
ordenadores y los servidores, exigen una industria pesada, que requiere no sólo
inteligencia gris, también mucha infraestructura de extracción, producción,
transporte y suministro, que suponen gigantescas cantidades de energía y
materias primas que ya no pueden extenderse, sino, más bien al contrario,
contraerse.
2. La tecnología no es neutral y está guiada
por las reglas socioeconómicas dominantes.
David Dickson (1970) ya caracterizó
el papel sociohistórico de la evolución de las tecnologías. La tecnología ha
sido fruto de regímenes socioeconómicos históricamente concretos en los que los
fines, medios, la energía y las materias empleadas, el diseño de los procesos y
sus criterios, siempre fueron un resultado humano, y, como tal, de un conflicto
social material. En suma, cómo las sociedades humanas, a través de sus
conflictos y relaciones, daban forma al metabolismo sociedad-naturaleza.
La formación sociohistórica
capitalista pauta la dinámica de acumulación, y por tanto las decisiones de
inversión y sus formas técnicas aplicadas, por las oportunidades de negocio. En
este sentido, las expectativas de beneficio, los mercados potenciales, las
condiciones de competencia, así como los costes de la fuerza de trabajo y del
capital técnico –considerando sus procesos de amortización y reposición-, teniendo
muy en cuenta la disponibilidad de materias primas y energías, representan el
marco decisional que determina si en los procesos de inversión se aplicarán
innovaciones de procesos o productos.
El desarrollo tecnológico
aplicado está delimitado por el curso del conocimiento científico y el diseño
de aplicaciones concretas, que ofrecen el marco de opciones sobre el que pueda
tomar sus decisiones de inversión práctica los Estados o empresas. Su
desarrollo está condicionado por la financiación de instituciones públicas y
empresariales, y está motivada no tanto por la curiosidad y las ansías de
mejora para la humanidad, sino sobre todo de mercado y negocio potencial. En
suma, mientras las decisiones socioeconómicas sigan regidas por la lógica de la
mercancía y el beneficio, las necesidades, tiempos y procesos a respetar en
nuestra relación con la naturaleza no podrán considerarse seriamente.
3. Por una tecnología de diseño alternativo, ligera
y paciente.
Cabe descartar que las nuevas
innovaciones y aplicaciones surgidas en esta última fase de la III Revolución
científico tecnológica puedan por sí mismas inaugurar una nueva onda larga
expansiva y, de suceder, sería indeseable dada la sobrecarga de nuestra
biosfera. No se observan indicadores empíricos que permitan, sino más bien al
contrario, señalar a la tecnología como un motor de cambio de esas condiciones.
En cualquier caso, debemos huir
de una perspectiva fatalista tanto como de una idealista, y tanto más de la
versión autoritaria que se está imponiendo. Debemos incluir en la agenda
política el debate sobre el diseño de la tecnología existente o por venir,
señalando la necesidad de introducir objetivos sociales y criterios
medioambientales en su desempeño.
Un mundo sostenible pasa por
emprender varias transiciones de largo alcance. Una primera transición pasará
por apenas permitir el uso de energías fósiles para establecer una
infraestructura transitoria para las renovables, dejando la mayor parte de los
hidrocarburos bajo tierra.
Las sucesivas transiciones
energéticas, que habrán de ser conducidas por grandes cambios sociopolíticos,
comprometerán el diseño del modelo productivo, lo que implicará un cambio
radical en su concepción tecnológica, material, energética y organizacional. En
este contexto, la concepción de la tecnología no podrá estar reservada a los
ingenieros e informáticos, sino que exigirá un debate ciudadano y político de
primera magnitud. Los principios técnicos disponibles habrán de dirigirse bajo
otros parámetros, y esto exige un debate público y político. Aquí enuncio
algunos de sus posibles desafíos y posibles orientaciones, si de lo que se
trata es de construir un mundo más justo, sostenible, democrático e inclusivo:
- Economía circular, devolver a la naturaleza los restos de la producción en forma reciclable y biodegradable.
- El cambio de modelo productivo habrá de idear tecnologías aplicadas pacientes, basadas en renovables y adaptadas a sus peculiaridades. Habrá que recurrir a procesos para responder a las necesidades en el momento apropiado y en forma suficiente. No será posible producir más en menos tiempo, pues habrá que respetar los ciclos de regeneración de los entornos. Aunque el criterio de viabilidad económica tendrá que ser contemplado, así como habrá que incluir el balance de la tasa de retorno energético de cualquier decisión, la rentabilidad no podrá ser su guía. Se tratará de adaptar y diseñar la tecnología para producir sólo lo necesario –concepto que habrá de ser revisado a su vez, acabando con la sociedad del consumo opulento-, a veces de manera más lenta, para respetar la renovación del entorno natural.
- Una tecnología ecoeficiente, orientada a la optimización de recursos y ahorro de energía, previniéndose del productivismo.
En definitiva, el cambio de modelo productivo y la transición energética socialmente justa a la que
aspiramos nos pone delante de nosotros también el desafío de diseñar de una
manera alternativa la tecnología, con los conocimientos y capacidades
disponibles, si bien con criterios de uso, de relación con la naturaleza y de
objetivos socioeconómicos sustancialmente diferentes.
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