RESUMEN
Tres teorías de la dependencia surgieron en los años 60. Los autores
marxistas conceptualizaron el subdesarrollo desde una expectativa socialista
próxima. Cuestionaron los mitos liberales, analizaron los desequilibrios de la
industrialización desarrollista y explicaron el atraso por los efectos del
capitalismo dependiente.
Marini indagó el fordismo obstruido, la superexplotación, el ciclo
dependiente y la doble dimensión del sub-imperialismo. Dos Santos teorizó la
diferencia entre polarización económica y dependencia política y Bambirra
distinguió las variantes desiguales del subdesarrollo. Asignaron un status
científico a su concepción y evaluaron la especificidad de América Latina en el
universo periférico.
El enfoque metrópoli-satélite de Frank tuvo afinidades con la visión
marxista, pero sólo postuló un encadenamiento de excedentes traspasados al
centro. No registró bifurcaciones internas, omitió a sujetos sociales y
presentó erróneamente a las clases dominantes como segmentos lumpenizados.
Cardoso planteó un enfoque muy diferente. No contrapuso el desarrollo
con la dependencia y se limitó a describir retrasos económicos resultantes de
modelos políticos divorciados de las prioridades del capitalismo. Con esa
mirada ignoró las diferencias cualitativas entre economías medianas y potencias
centrales e inició una involución neoliberal.
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Las Teorías de Dependencia
se desenvolvieron en los años 60-70 en torno a tres vertientes. Ruy Mauro
Marini, Theotonio Dos Santos y Vania Bambirra postularon una concepción
marxista, que fue complementada por la visión metrópoli-satélite de André
Gunder Frank. Ambas miradas confrontaron con la tesis del desarrollo asociado
dependiente que propuso Fernando Henrique Cardoso. ¿Cuáles fueron sus
divergencias?
SOCIALISMO Y LIBERALISMO
La Teoría Marxista
de la Dependencia fue un producto directo de la revolución cubana. Hasta 1960 nadie imaginaba el debut de un proceso anticapitalista a
90 millas de Miami. Se suponía que esas transformaciones serían consecuencia de
cambios previos en los centros del poder mundial. El éxito de Cuba trastocó ese
escenario y abrió una gran expectativa de horizontes socialistas próximos para
América Latina.
Marini, Dos Santos
y Bambirra postularon conceptos acordes a esa esperanza. Participaron en
organizaciones que luchaban contra las dictaduras militares y alentaban
proyectos de izquierda, en el turbulento período comprendido entre el ascenso
de la Unidad Popular chilena (1970) y la caída del Sandinismo (1990).
Los tres autores
confrontaron con el imperialismo estadounidense y concibieron propuestas de
integración latinoamericana y de asociación internacional con el denominado
bloque socialista. Propiciaron una drástica ruptura con la estrategia política
de los partidos comunistas, que proponían forjar alianzas con la burguesía para
gestar modelos de capitalismo nacional.
Los pensadores
brasileños buscaron convergencias con las tendencias radicales del nacionalismo
y tomaron distancia de las vertientes conservadoras de esa corriente. Sus
conceptualizaciones del subdesarrollo se desenvolvieron en estrecha conexión
con todos los debates de la izquierda de esa época (actitud frente a la
URSS, posturas frente a los gobiernos reformistas, oportunidad de la lucha
armada) (Bambirra, 1986: 113-115, 78-82).
Los teóricos de la
dependencia polemizaron con las interpretaciones liberales, que atribuían el
atraso regional a la insuficiente absorción de la
civilización occidental o a la herencia cultural indígena, mestiza e
hispano-portuguesa.
Marini demostró la
inconsistencia de esa concepción, recordando la exacción colonial padecida por
América Latina y el posterior dominio de oligarquías despilfarradoras (Marini,
2007: 235-247).
También Dos Santos
cuestionó la propuesta liberal de repetir el modelo estadounidense mediante la
adopción de comportamientos modernizantes. Señaló que la inserción internacional de la región como
exportadora de productos agro-mineros obstruía su desarrollo y refutó la falacia de una
paulatina convergencia con las economías avanzadas (Dos Santos, 2003). Además,
demostró la inconsistencia de todos los indicadores utilizados por los
economistas neoclásicos para evaluar el pasaje de una sociedad tradicional a otra industrial (Sotelo, 2005).
Dos
Santos rechazó la interpretación liberal dualista del subdesarrollo como un
conflicto entre sectores modernos y retardatarios de la economía. Resaltó el
carácter artificial de esa antinomia y retrató la estrecha integración entre
ambos segmentos (Dos Santos, 1978:
283-198).
También Frank participó
de esa crítica, destacando que el sector atrasado no era una rémora del modelo
imperante sino su principal recreador. Señaló que el subdesarrollo
latinoamericano no obedecía a la ausencia de capitalismo, sino a la gravitación
de una modalidad dependiente de ese sistema.
Este planteo de Frank no sólo confrontó
con la mitología liberal que contraponía el rezago regional con la
modernización occidental. Al definir al subdesarrollo como
un rasgo intrínseco del capitalismo dependiente, sustituyó las miradas centradas
en tipologías ideales por caracterizaciones históricas de los regímenes
sociales (Laclau, 1973; Wolf, 1993: 38).
DESARROLLISMO Y MARXISMO
Los teóricos
marxistas de la dependencia fueron influidos por las concepciones de la CEPAL,
que atribuían el retraso de la periferia al deterioro de los términos de intercambio y a la
heterogeneidad estructural de economías con alto desempleo,
consumismo de las elites y estancamiento de la
agricultura.
Los desarrollistas promovían la industrialización mediante la sustitución de importaciones y mayores
inversiones del sector público. Cuestionaban la atadura al modelo
agro-exportador y auspiciaban políticas económicas favorables a la burguesía
nacional.
Marini coincidió con
varios diagnósticos de Prebisch sobre el origen del
subdesarrollo y con algunas tesis de Furtado sobre el impacto adverso de la
oferta laboral en los salarios. Pero nunca compartió la esperanza de resolver
esos desequilibrios con políticas burguesas de modernización.
Ponderó los hallazgos teóricos de la CEPAL, cuestionando sus
expectativas en el desenvolvimiento capitalista autónomo de América Latina
(Marini, 1991: 18-19).
Además, criticó su
desconocimiento de la función cumplida por la región en la acumulación de las economías centrales. Marini explicó la brecha
centro-periferia por la dinámica del capitalismo y subrayó la inexistencia de
otra variante de ese sistema para el Tercer Mundo. Señaló que el subdesarrollo
no podía erradicarse con simples políticas correctivas o con mayores dosis de
inversión (Marini, 1993).
Dos Santos formuló
una crítica semejante. Recordó que el atraso latinoamericano no obedecía a la orfandad de capitales, sino al
lugar ocupado por la zona en la división internacional del trabajo (Dos Santos,
1978: 26-27).
Los teóricos de la
dependencia objetaron, además, la presentación del estado como un artífice del
crecimiento, ajeno a
las limitaciones de las clases dominantes. Por eso descreyeron del margen
sugerido por CEPAL para completar la industrialización latinoamericana.
En este abordaje
exhibieron una afinidad con los economistas marxistas de otras regiones que
renovaron la caracterización del capitalismo de posguerra, evitando la
presentación de esta etapa como una simple continuación
del escenario leninista precedente (Katz, 2016).
Dos Santos destacó
la nueva gravitación de las empresas multinacionales y la creciente integración
global del capital. Empalmó con los diagnósticos de Amin sobre la ley del valor
operando a escala mundial y coincidió con la evaluación de Sweezy del
protagonismo estadounidense. También Bambirra señaló ese predomino
norteamericano en el nuevo circuito de la acumulación global.
Estas miradas
conectaron las mutaciones del capitalismo con el estudio de la crisis de ese
sistema. Marini evalúo la dinámica de la tendencia
decreciente de la tasa de ganancia en la periferia, recordando que el declive
porcentual de la rentabilidad proviene de la reducción del nuevo trabajo vivo
incorporado a las mercancías, en relación al trabajo muerto ya objetivado en materias
primas y maquinaria. Remarcó que esa modificación reduce la tasa de beneficio
en proporción al capital total invertido.
Marini también señaló que la afluencia de
capital a la periferia morigeraba ese declive en las economías centrales,
mediante incrementos de la explotación de los trabajadores de la periferia y abaratamientos
de la provisión de alimentos e insumos para la industria metropolitana.
Pero destacó que esa compensación acentuaba la asfixia de la
capacidad de consumo en los países con salarios más reducidos (Marini, 2005).
Dos Santos compartió
este razonamiento combinado de la crisis por
desequilibrios de valorización (tendencia decreciente de la tasa de ganancia) y
tensiones en la realización del valor (insuficiencia del poder de compra) (Dos Santos, 1978: 154-155). Ambos autores adoptaron
una mirada multicausal -semejante al enfoque de Mandel- que clarificó
varios rasgos de la crisis en la periferia (Katz, 2009:117-119).
Los teóricos de la
dependencia convergieron, además, con Mandel y Amin en el registro de las
nuevas bifurcaciones presentes en los países subdesarrollados. Por eso Marini indagó los desequilibrios fabriles de economías intermedias afectadas por mayores costos, desventajas
tecnológicas y déficits crónicos en la balanza comercial. Su diagnóstico de
Brasil (o Argentina y México) fue coincidente con el expuesto por los
estudiosos de la industria de países equivalentes de Asia y África.
Marini analizó las
economías medianas de Latinoamérica para superar las presentaciones de la periferia como un universo indistinto. Corrigió viejas
tradiciones del marxismo que asemejaban a América Latina con regiones de Asia o
África.
El mismo
propósito impulsó a Dos Santos a indagar la especificidad de las industrias
latinoamericanas, sujetas a encarecimientos
externos de importaciones y ahogos internos por estrechez del mercado interno.
Bambirra
conceptualizó el mismo problema introduciendo distinciones entre las economías
latinoamericanas. Contrastó los países de industrialización antigua (Argentina,
México, Brasil), industrialización posterior (Perú, Venezuela) y estructuras
agro-exportadoras sin industria (Paraguay, Haití) (Bambirra, 1986: 57-69). Esta atención por el subdesarrollo desigual de la región fue un pilar
analítico de los teóricos de la dependencia.
LAS NUEVAS CATEGORÍAS
Marini
interpretó el deterioro de los términos de intercambio como una expresión del intercambio
desigual. Afirmó que las transferencias de valor hacia el
centro no derivaban de la inferioridad de la producción primaria, sino de la
dinámica objetiva de la acumulación a escala mundial (Marini, 1973). De esta
forma resaltó la gravitación genérica de la ley del valor en ese proceso.
Pero el pensador
brasileño no profundizó ese análisis y soslayó el estudio diferenciado de esos
fenómenos dentro y fuera de la industria, que iniciaron los teóricos
del intercambio desigual (Emnanuel, Amin, Bettelheim). Tampoco exploró la
dinámica de rentas petroleras recicladas en circuitos
financieros que indagó Mandel. La misma óptica adoptó Dos Santos. Solamente situó
el intercambio desigual en el escenario de las pujas comerciales
internacionales, que habitualmente afectan a la periferia (Dos Santos, 1978: 322-323, 367).
Los
autores latinoamericanos concentraron su atención en los desequilibrios de la
reproducción dependiente. Dos Santos estudió cómo se combinan los desbalances
comerciales con los desajustes de endeudamiento e inflación en los países
industrializados de la periferia.
Marini
conceptualizó el ciclo de financiación, producción
y comercialización de esas economías en contraste con los países centrales.
Observó que la inversión privada es menor que en las metrópolis y que el
capital extranjero drena fondos a través de royalties, utilidades o compras de
maquinaria. Describió cómo las empresas obtienen lucros extraordinarios
aprovechando la baratura de los salarios e ilustró de qué forma la baja
capacidad de compra recorta el mercado interno (Marini, 2012).
De esta forma teorizó la
heterogeneidad estructural de la CEPAL en términos marxistas, como un ciclo
dependiente. Retomó de Prebisch el diagnóstico de fuertes límites a la
acumulación como consecuencia de las desproporciones sectoriales y las restricciones
al consumo y estimó que esa adversidad capitalista impedía el desarrollo.
Pero observó estos
desequilibrios como contradicciones específicas del capitalismo dependiente e
indagó su dinámica utilizando un modelo extraído del tomo
II de El Capital. En ese razonamiento
evitó presupuestos abstractos de equilibrio y detectó las mismas tensiones en
la acumulación industrial que observaron Amin y Mandel.
Marini
remarcó la estrechez del poder adquisitivo retomando las
hipótesis de sub-consumo de Luxemburg. Pero ubicó el problema en los escenarios
periféricos. En lugar de analizar cómo la obstrucción de la demanda interna
empuja hacia el exterior al capital metropolitano, estudió los desequilibrios
que genera ese proceso en las economías subdesarrolladas.
El pensador
brasileño ya conocía la dinámica del consumo de masas en los países centrales y
por eso expuso una teoría del fordismo obstruido en las
economías medianas de la periferia. Resaltó la existencia de una gran
estratificación del consumo entre segmentos bajos y medio-altos y subrayó la
ausencia de una masa de adquirientes medios, comparable a los países
desarrollados.
Pero Marini situó
la principal peculiaridad de las economías periféricas industrializadas en la
superexplotación del trabajo. Utilizó ese término para describir la condición
de los obreros sometidos al pago de remuneraciones inferiores al valor de su
fuerza de trabajo. Señaló que esa anomalía era el trasfondo de la situación
dependiente y de la conducta de clases dominantes que lucraban con tasas de
plusvalía superiores al centro.
Marini consideró
que la burguesía de la periferia compensaba por esa vía las pérdidas derivadas
de su lugar subordinado en el mercado mundial. Señaló que los capitalistas
latinoamericanos utilizaban el fondo de consumo de los trabajadores como una
fuente de acumulación del capital.
El teórico de la
dependencia aclaró que la superexplotación sólo era viable en regiones con
grandes excedentes de mano de obra, surgidas de la sobrepoblación indígena
(México), el éxodo rural (Brasil) o los flujos inmigratorios.
Situó en la forma
de generar plusvalía la principal peculiaridad de las economías medianas
latinoamericanas. Al igual que Amin resaltó la vigencia de mayores niveles de
explotación. Pero en lugar de explicar este dato por diferencias de salarios
mayores que las diferencias de productividades, atribuyó el fenómeno a una
remuneración cualitativamente inferior de la fuerza de trabajo. Esta evaluación
fue formulada con la mira puesta en el proceso de industrialización de un país
con enormes desigualdades del ingreso (Brasil).
SUB-IMPERIALISMO Y BURGUESÍA
NACIONAL
Marini no se limitó
a retomar las viejas denuncias sobre el rol opresor de Estados Unidos.
Introdujo el controvertido concepto de sub-imperialismo para retratar la nueva
estrategia de la clase dominante brasileña. Describió las tendencias expansivas
de grandes empresas afectadas por la estrechez del mercado interno y percibió
su promoción de políticas estatales agresivas para incursionar en las economías
vecinas.
Esta interpretación
se basó en un razonamiento semejante al desarrollado por
Luxemburg para caracterizar las tendencias imperiales de Alemania, Francia o
Inglaterra. Esa visión subrayaba que esos cursos se implementaron para
contrarrestar el reducido poder de compra local (Marini, 2005).
Pero el marxista
latinoamericano le asignó al concepto una dimensión geopolítica muy diferente
al registro clásico. No postuló que Brasil se incorporaba al club de potencias
que disputan el dominio mundial. Más bien resaltó la subordinación de ese país
a la estrategia estadounidense. Por eso habló de sub-imperialismo y retrató el
papel de gendarme anticomunista regional
jugado por la dictadura brasileña durante la guerra fría contra la URSS.
El teórico de la dependencia
completó posteriormente ese sentido del sub-imperialismo introduciendo otras
nociones como “estado de contrainsurgencia”. Utilizó ese
concepto para describir el papel de tutelaje represivo ejercido por los
militares, en la transición hacia regímenes constitucionales (Martins, 2011a; Mendonça 2011).
Marini habló de
sub-imperialismo para subrayar que la principal burguesía sudamericana era
socia y no títere de Washington. Resaltó especialmente el rol geopolítico autónomo de una clase dominante que buscaba
proyectarse como potencia económica y militar a escala regional (Marini, 1985).
Con esta mirada
retomó percepciones de los marxistas clásicos sobre el rol de los imperialismos
menores e incorporó los nuevos análisis sobre el papel de Estados Unidos en la
posguerra. Su tesis sintonizó con la idea de imperialismo colectivo de Amin en
tres planos: la creciente asociación mundial de capitales, la función
capitalista protectora ejercida por el Pentágono y el nuevo rol de los
custodios regionales asociados con Washington.
Mientras que el
subimperialismo fue un tema específicamente abordado por Marini, el giro de la
burguesía nacional fue tratado por los tres teóricos marxistas de la dependencia. Señalaron el pasaje de una clase industrialista con
proyectos de desarrollo independiente a un segmento asociado con empresas
extranjeras. El sostén burgués al golpe de 1964 fue presentado como un contundente indicio de esa
renuncia a procesos de acumulación autónomos (Chilcote, 1983).
Los
pensadores de la dependencia remarcaron las conexiones con el capital
extranjero y no su simple subordinación. Destacaron el nuevo perfil de
burguesías industriales más internacionalizadas, puntualizando las diferencias
con la vieja oligarquía terrateniente y con el capitalismo nacional precedente.
Dos Santos señaló que ese giro creaba un conflicto
con sectores de la burocracia apegados al desarrollismo clásico (Dos
Santos, 1978: 34, López Segrera, 2009).
El teórico
brasileño profundizó, además, la dimensión política de ese proceso, al definir
el status de una situación subordinada. Estimó que la dependencia se verifica
cuando cierto grupo de países condiciona el desarrollo de otros (Dos Santos, 1978: 305). Retrató esta situación para el caso latinoamericano,
mediante un análisis semejante al propuesto por Amin.
En
ambos casos la dimensión política de la dependencia fue diferenciada de la
polarización económica, aclarando las conexiones entre procesos que no se
desenvuelven (necesariamente) en forma simultánea. Los dos pensadores
exploraron la especificidad de la subordinación política al poder imperial, que
anteriormente era asemejada a la sujeción económica. Pero en un contexto de
absorbente primacía de las estrategias socialistas, esas caracterizaciones sólo
fueron esbozadas.
TEORÍAS Y SINGULARIDADES
Marini, Bambirra y
Dos Santos intentaron amoldar el marxismo al estudio de la
nueva realidad latinoamericana de posguerra. Por esa razón se embarcaron
en la misma búsqueda de nociones específicas que encararon
Baran-Sweezy con el excedente, Amin con el valor mundial y Mandel con las Ondas
Largas. Esta indagación siguió, a su vez, la pista inaugurada por Lenin con el
desenvolvimiento desigual, por Luxemburg con la revisión de la acumulación
primitiva y por Trotsky con el desarrollo desigual y combinado.
Pero el status de
la dependencia como teoría suscitó fuertes debates. Se discutió si constituía
una concepción, un paradigma o un enfoque, según las distintas interpretaciones
en boga de las leyes sociales.
Dos
Santos sostuvo que la teoría de la dependencia ya había alcanzado un nivel
científico, al definir las leyes que rigen el desarrollo de los países
periféricos. Señaló que esos principios esclarecían la evolución del
capitalismo dependiente, con razonamientos equivalentes a los utilizados por
Lenin para explicar el imperialismo.
El economista
brasileño estimó que las reglas de la dependencia clarificaban de qué forma la
sujeción comercial, financiera o tecnológico-industrial generaba bloqueos a la
acumulación en América Latina (Dos Santos, 1978:
300, 360-366). Marini trabajó en la misma dirección y atribuyó legalidad
científica a los mecanismos generadores de plusvalía en las regiones
dependientes.
Ambos teóricos estudiaron la peculiaridad de América Latina frente a
otras sociedades dependientes y notaron que sus investigaciones eran distintas
a las predominantes en Asia o África. En los principales países de esos
continentes los interrogantes giraban en torno a las razones históricas que
permitieron a Europa superar a viejas civilizaciones, para someterlas a una
degradación colonial (India) o semicolonial (Egipto, China) (Amin,
2005).
En América Latina los enigmas de la
dependencia surgían de la renovación de un status subordinado, al cabo de un
siglo y medio de independencia política sin parangón en otras zonas del Tercer
Mundo. Esta visión estimuló investigaciones sobre las peculiaridades del Caribe, Centroamérica, Brasil, la región andina y el Cono Sur (Dos
Santos, 1998).
Estos estudios fueron abordados con
una mirada “desde la periferia”, que Marini adoptó en oposición al paternalismo
elitista de estudios latinoamericanos localizados en
Estados Unidos, Inglaterra o Francia. Propuso
revertir esa anomalía generando conocimientos desde la región (Marini,
1991: 9-10, 42). Con el mismo enfoque Dos Santos
intentó corregir a los autores clásicos del imperialismo, que a su
juicio no abordaron esa problemática desde una óptica propia de los países
dependientes (Dos Santos, 1978: 301-303,
340-345).
Con estas
caracterizaciones del status teórico de la dependencia, los tres marxistas
brasileños completaron la presentación de un enfoque que trastocó la agenda de
las ciencias sociales latinoamericanas. Los conceptos introducidos por Marini,
las caracterizaciones políticas de Dos Santos y las miradas de Bambirra sobre
el subdesarrollo desigual crearon perdurables referencias analíticas para los
pensadores de ese período.
LA
VISIÓN METRÓPOLI-SATÉLITE
André Gunder Frank
participó activamente en el surgimiento de la teoría marxista de la dependencia
y sus tesis tuvieron un impacto inmediato superior al resto de los autores.
Pero su mirada fue diferente y su enfoque de metrópolis-satélites constituyó
apenas la primera de las tres concepciones que sostuvo a lo largo de su vida.
El periodo inicial fue curiosamente el más corto y afamado
de esa trayectoria.
Comenzó sus trabajos
bajo el fuerte impacto de la revolución cubana, adoptó las críticas de
izquierda a la estrategia comunista de etapas y cuestionó la política de apoyo
a la burguesía nacional. Subrayó la inexistencia de espacios para repetir el
desarrollo clásico del capitalismo, remarcó la inviabilidad del desarrollismo y
postuló la necesidad del socialismo (Frank, 1970: 211-213).
Frank asumió esa
actitud radicalizando ideas políticas liberales y abandonando un esquema
evolutivo, que identificaba la superación del subdesarrollo con la erradicación
de instituciones pre-capitalistas. No maduró su visión asimilando los debates
teóricos marxistas que incorporaron otros autores de la dependencia.
Pero la afinidad con ese enfoque fue señalada por Marini, que resaltó el acierto de la fórmula utilizada por Frank para retratar el retraso
latinoamericano. Consideró que el “desarrollo del subdesarrollo” ilustraba cómo
la consolidación de las economías avanzadas se consumaba a costa de las
relegadas (Marini, 1993).
El pensador
estadounidense no expuso ese corolario identificando los mecanismos de la
reproducción dependiente. Tampoco enmarcó su
caracterización en el funcionamiento global del capitalismo, ni relacionó su
teoría con algún diagnóstico del valor, el sub-consumo o la tendencia
decreciente de la tasa de ganancia.
Frank postuló
simplemente que el capitalismo generaba subdesarrollo en la periferia del
sistema mundial. Señaló que esa inserción subordinada determinaba la
apropiación del excedente de las economías relegadas por parte de las
avanzadas.
El autor
norteamericano presentó la polarización metrópoli-satélite como dos caras de
una misma trayectoria mundial. Subrayó la complementariedad de esos procesos y
remarcó el carácter excepcional de la interrupción de esa fractura. Recordó que
en la era contemporánea ninguna economía sometida alcanzó el status de potencia
central y estimó que el debilitamiento de una metrópoli no modificaba el
perdurable status de la dependencia (Frank, 1970: 8-24).
El teórico
estadunidense aplicó este razonamiento a la historia latinoamericana. Ubicó el
origen de la relación centro-periferia en la integración subordinada de la
región al capitalismo mundial en siglo XVI. Señaló que en ese encadenamiento a
la acumulación global un centro metropolitano (Europa) somete a los satélites
periféricos (América Latina), a través de la mediación de ciertos países
(España, Portugal), que a su vez se convierten en satélites de la potencia
dominante (Gran Bretaña).
Al interior de
América Latina este mismo circuito conecta al satélite periférico (Chile) con
el satélite colonial principal (Perú), que a su vez es manejado por la
metrópoli extra-regional (España o Inglaterra). Esta cadena de sometimientos se
recrea junto a la confiscación jerárquica de los excedentes (Frank, 1970: 1-7).
Frank expuso dos
ejemplos de esta conexión. Ilustró cómo Chile quedó sometido a esa
subordinación desde la época colonial, a través de una clase dominante local
atada a las exigencias de un puñado de firmas extranjeras. En el caso de Brasil,
remarcó la inserción dependiente a través de satélites principales (Sao Paulo),
que aseguraron la subordinación de los satélites secundarios (Recife) a las
metrópolis (primero Portugal, luego Estados Unidos). No observó diferencias
significativas entre los dos países (Frank, 1970: 119-123, 149-154).
DOS ABORDAJES DIFERENTES
Frank priorizó el análisis de los drenajes que sufre la periferia, en
sintonía con los enfoques de polarización absoluta entre el centro y la
periferia de la periferia. En cambio Marini, Dos Santos y Bambirra incorporaron
un registro de las bifurcaciones existentes entre economías agro-exportadoras
(Chile) y parcialmente industrializadas (Brasil).
Esta diferencia determinó abordajes
distintos. Mientras que el pensador estadounidense observó la economía
latinoamericana como una totalidad uniforme, sus colegas brasileños estudiaron
contradicciones nacionales específicas. Establecieron distinciones en lo que
Frank observó como subordinaciones equivalentes.
Los teóricos brasileños partieron,
además, de caracterizaciones generales del capitalismo de posguerra que Frank
no tuvo en cuenta. Su enfoque no incorpora las evaluaciones de empresas
multinacionales, las trasformaciones tecnológicas o los cambios de la inversión
que señaló Dos Santos.
Por esta omisión Frank sólo notó que en los momentos de crisis del
centro se amplían los espacios para el desenvolvimiento de la periferia. Pero con
ese señalamiento explicó sólo el debut de la industrialización latinoamericana,
sin aclarar lo sucedido posteriormente.
El pensador estadounidense salteó todas las elaboraciones de la fractura
centro-periferia que desenvolvieron los economistas marxistas y asimilaron los
autores brasileños. Por eso estudió solamente la dinámica de la exacción,
mientras Marini captaba las articulaciones con el capitalismo avanzado y Dos
Santos percibía los amoldamientos con la mundialización. Ese registro les
permitió evitar simplificaciones y notar las nuevas formas de la dependencia.
Dos Santos cuestionó
tempranamente la omisión de Frank de las transformaciones internas de los países subdesarrollados. Objetó su
mirada estática y la consiguiente sugerencia de inmutabilidad de la sociedad
latinoamericana. Atribuyó esa unilateralidad al apego a una metodología estructural-funcionalista (Dos
Santos, 1978: 304-305, 350-352, 346).
Este error se
verificó en la presentación de encadenamientos
del centro con sus satélites, como si fueran simples piezas de un tablero
dirigido por las grandes potencias. En esta visión los sujetos sociales están
ausentes o cumplen un mecánico rol, emanado del lugar que ocupan en el
dispositivo global. Los antagonismos entre clases sociales, los conflictos
entre segmentos capitalistas y las mediaciones del estado no tienen cabida en
ese abordaje.
Por el contrario, en el razonamiento de Marini la preeminencia de ciclos
dependientes, formas de superexplotación o transferencias del valor, no anula
la gravitación protagónica de los opresores y oprimidos en la dinámica de la
dependencia.
Los mecanismos económicos que
recrean la polaridad centro-periferia en Frank constituyen sólo el punto de
partida de Marini, Bambirra o Dos Santos. Por esta razón los teóricos
brasileños no utilizaron el término satélite para describir a las economías
dependientes. Esa metáfora alude a un cuerpo que gira en forma invariable en
torno a cierto centro, sin ninguna autonomía o desenvolvimiento interno.
Ciertamente Frank aportó varias
intuiciones provechosas, pero el desarrollo de esas percepciones quedó obturado
por su omisión de los sujetos sociales. Su registro de relaciones tripolares es
un ejemplo de observaciones acertadas, que no tienen soporte en conceptualizaciones
adecuadas.
Frank notó que la jerarquía global desborda la dualidad centro-periferia,
pero al mismo tiempo desconoció la especificidad de las formaciones
intermedias. Por eso utilizó el mismo razonamiento para indagar la evolución
de Chile y Brasil.
Este reduccionismo fue
mayor en su mirada de las burguesías nacionales. A diferencia de Marini y Dos
Santos se limitó a constatar la defección de ese sector, sin analizar las
contradicciones que inauguraba ese cambio. Además, identificó la asociación con
empresas extranjeras con una degradación de las clases dominantes locales a la
condición de “lumpen-burguesías” (Frank, 1979).
Esa noción implica
una descomposición de los grupos dirigentes que imposibilitaría su conducción
del estado. Marini y Dos Santos nunca perdieron de vista que las burguesías latinoamericanas combinan el usufructo de la renta agro-minera con
plusvalías extraídas a los trabajadores. Son grupos gobernantes y no simples
capas tributarias del capital foráneo.
Los dominadores de
la región están sujetos a patrones de competencia, inversión y explotación propios
del capitalismo. Esas normas difieren del puro pillaje que implementa una
“lumpen-burguesía”. Esa
denominación puede ser aplicada, por ejemplo, a las mafias del narcotráfico que
blanquean sus fortunas en actividades financieras o productivas. Son
capitalistas marginados del club estable de los dominadores (Katz, 2015: 41-42).
Frank tampoco
incorporó las distinciones entre la polarización económica y dependencia
política que concibieron los teóricos brasileños. Esta omisión no fue ajena a
su limitada participación política en los procesos que signaron la trayectoria
de Marini, Dos Santos y Bambirra.
Estos tres autores
estuvieron directamente involucrados en las disyuntivas de Cuba, Chile o la
guerrilla. En cambio Frank sólo adoptó en forma entusiasta las banderas de la
revolución cubana, sin aportar reflexiones significativas sobre los dilemas
políticos de la izquierda. No formó parte del universo militante que definió la
obra de la teóricos marxistas de la dependencia. Esta distancia influyó en el viraje posterior de sus
trabajos.
DESARROLLO
Y DEPENDENCIA
Fernando Henrique Cardoso desenvolvió un enfoque opuesto a Frank,
Marini, Dos Santos y Bambirra, pero quedó inicialmente ubicado en el mismo
campo de teóricos de la dependencia.
Su texto con Faleto cuestionó la presentación
tradicional del retraso regional como un efecto de fracturas entre la sociedad
tradicional y moderna. También objetó las explicaciones de Prebisch-Furtado
basadas en el deterioro de los términos de intercambio y la heterogeneidad
estructural.
Retrató los
mecanismos de sujeción económica que acentuaban la integración subordinada de
América Latina al mercado mundial, describiendo dos variantes de esa situación.
En los modelos de control nacional las elites, burocracias u oligarquías
manejan el principal recurso exportado (Brasil, Argentina), en las economías de
enclave esa administración queda en manos de compañías extranjeras (pequeñas
naciones de Centroamérica o el Caribe). A partir de este esquema Cardoso
describió la diversidad de ordenamientos sociales, que en cada país
desembocaron en escenarios de estancamiento o crecimiento.
Más que un
diagnóstico del subdesarrollo, el teórico brasileño trazó un cuadro de
múltiples cursos, subrayando la importancia de las relaciones establecidas
entre los grupos dirigentes locales y las potencias centrales. Identificó esas
conexiones con distintas situaciones de dependencia en la asociación entre
grupos dominantes nacionales y foráneos (Cardoso; Faletto, 1969: 6-19, 20-34,
40-53).
Cardoso no
contrapuso la dependencia con el desarrollo. Sólo destacó que ambos rumbos
generan modelos diferenciados, que permiten o frustran el desenvolvimiento de largo
plazo. Remarcó que esos senderos son determinados por el bloque conductor del
estado, la cohesión social y la conformación de órdenes legítimos de
consentimiento y obediencia.
En su mirada los
grupos dirigentes definen modelos políticos, que a su vez determinan cursos
económicos convenientes o adversos para cada en país. Como esa acción exige
autonomía, FHC concentró sus análisis en los países medianos con manejo propio
de sus recursos productivos. Estimó que en las economías de enclave predominan
regímenes políticos excluyentes, con poco espacio para continuar el desarrollo (Cardoso;
Faletto, 1969: 39, 83-101).
Cardoso
evaluó que Argentina avanzó significativamente en 1900-30, al incorporar a las
clases medias a un dinámico proyecto de la burguesía exportadora. Consideró que
Brasil mantuvo una confederación de oligarquías sin hegemonías, ni gravitación
de los sectores medios y por esa razón su economía se retrasó. La acción
política desde el estado determinó ambos resultados.
FHC
estimó que en el periodo posterior (1940-60) el distribucionismo afectó la
expansión de Argentina, mientras que Brasil logró un mayor desenvolvimiento
industrial, mediante auxilios del estado y menores presiones populares. Las
articulaciones generadas por el peronismo y el varguismo definieron ese
desemboque.
Cardoso
concluyó su estudio señalando la generalizada tendencia a superar los límites
del desenvolvimiento, mediante mayores inversiones foráneas y asociaciones de
los grupos capitalistas nacionales con sus pares extranjeros (Kubistechek,
Frondizi) (Cardoso; Faletto, 1969: 54-77, 111-129, 130-135).
CONFUSIÓN DE TEORÍAS
Las tesis de
Cardoso no confrontaron con el liberalismo, no compartieron el espíritu crítico
de CEPAL y fueron ajenas a la tradición marxista. Sólo presentaron afinidad con la
sociología convencional, con el método funcionalista y con ópticas indefinidas
en la relación entre dimensión
política y estructura económica, que algunos analistas asocian con Weber (Martins, 2011b: 229-233).
Cardoso asignó formalmente primacía analítica al condicionante económico
(control nacional versus enclave), pero en los hechos atribuyó a los actores
políticos (clases, burocracias, elites) la capacidad de generar modelos
positivos (desarrollo) o negativos (subdesarrollo).
En todos los casos desconoció los límites que
impone el capitalismo a los cursos en juego. Concibió a ese sistema como un
régimen conflictivo, pero superior a cualquier alternativa. A diferencia de
Frank, Dos Santos, Bambirra o Marini, no adoptó ópticas anticapitalistas, ni
propuestas socialistas.
FHC sólo contrastó
esquemas de mayor o menor efectividad a partir de tipologías construidas en
torno a modelos ideales. Asignó total primacía a los determinantes políticos de
ese contrapunto. Estimó que en el marco de ciertas
posibilidades estructurales, las trayectorias de cada país quedan definidas por
el tipo de alianzas políticas predominantes.
Consideró
que en cierto momento la presión obrera favorece la acumulación y en otras
etapas la obstruye. Supuso lo mismo para los acuerdos de la burguesía
industrial con las oligarquías exportadoras o para la afluencia y salida de
capitales (Cardoso; Faletto, 1969: 136-143).
Con
esta mirada evaluó la compatibilidad de cada proceso con el desarrollo,
siguiendo una lógica funcionalista de amoldamiento o inadaptación a los
requerimientos del capitalismo. Adoptó a este régimen social como un dato
invariable, omitiendo cualquier reflexión sobre la explotación de los
trabajadores.
Cardoso
eludió opiniones nítidas. Adoptó la actitud de un investigador distante que
diseca su objeto de estudio, observando cómo los distintos sujetos capitalistas
forjan alianzas entre sí, aprovechando el acompañamiento pasivo del pueblo.
Lo más curioso de
este enfoque fue su presentación como una teoría de la dependencia. En el
esquema de FHC ese término constituye un ingrediente más de la deducción funcionalista.
Algunas situaciones de dependencia son disfuncionales y otras compatibles con
el desarrollo.
En esta visión la
dependencia no supone necesariamente una adversidad. Por eso es tan sólo
registrada sin ninguna denuncia de sus efectos. FHC omitió considerar
cualquiera de los mecanismos de la reproducción dependiente que Marini, Dos
Santos o Bambirra señalaron como causantes del subdesarrollo.
Cardoso únicamente
observó adversidades significativas en los enclaves. En los países con control
nacional del recurso exportado, estimó que las situaciones de dependencia
podían diluirse con manejos adecuados. La total lejanía de este enfoque con una
teoría de la dependencia quedó inicialmente oscurecida por las ambigüedades y
el reconocimiento que rodeó a FHC.
UN DEBATE ESCLARECEDOR
La mirada de Cardoso
se clarificó en la polémica que entabló con Marini. En un artículo coescrito con Serra acusó al
teórico marxista de
estancacionismo. Cuestionó la consistencia de la
superexplotación, objetó el deterioro de los términos de intercambio, rechazó
la existencia de un declive de la tasa de ganancia y subrayó el pujante consumo
de las clases medias (Cardoso;
Serra, 1978).
En otros artículos
complementó esta crítica, puntualizando que las situaciones de dependencia no
obstruían el dinamismo de las economías industrializadas de la periferia (Cardoso, 1980; Cardoso, 1978; Cardoso,
1977a). Estimó que la inversión
extranjera incentivaba una revolución burguesa, internacionalizaba los mercados
y revertía la estrechez del consumo local (Cardoso,
1973; Cardoso, 1977b;
Cardoso, 1972).
Marini respondió ilustrando el nivel de
explotación de los asalariados Expuso
indicadores de prolongación e intensificación del trabajo
y aclaró que su concepto del superexplotación estaba referido a esas modalidades. Señaló también que
su modelo no implicaba predominio de la plusvalía
absoluta, ni ausencia de incrementos de la productividad.
El
teórico marxista retrató, además, la severidad de las crisis de realización, observando que en un marco de alto desempleo y
deterioro del salario, el surgimiento de clases medias no compensa la debilidad
general del poder de compra (Marini,
1978).
Marini recordó que el
estancacionismo fue un defecto del pesimismo desarrollista de Furtado y de su tesis de la “pastorización” brasileña. Esa visión
diagnosticaba una regresión hacia estadios agrícolas, que fue desmentida por el
nuevo periodo de industrialización (Marini, 1991: 34).
El revolucionario brasileño nunca fue estancacionista.
Escribió Dialéctica de la
Dependencia para indagar
contradicciones y no estadios finales del capitalismo (Osorio, 2013). En
la valoración de la dinámica expansiva de ese sistema se
ubicó más
cerca de Mandel que de Sweezy.
La
respuesta de Marini permitió aclarar que sus divergencias con Cardoso no giraban
en torno a la existencia de una nueva burguesía local, estrechamente asociada
al capital extranjero. Ambos autores resaltaban esa novedad. El punto de
discordia era la consistencia y alcance de la industrialización en curso.
Para Marini ese
proceso no corregía las viejas limitaciones de la economía brasileña, ni
equiparaba su desenvolvimiento con los países centrales. Por el contrario,
Cardoso suponía que esas restricciones habían quedado atrás y que el país
sudamericano ingresaba en un círculo virtuoso de desarrollo.
En el curso de la
polémica Marini modificó su visión inicialmente considerada hacia su adversario
y estimó que Cardoso había roto con su pasado, para embarcarse en una “grotesca
apología al capitalismo vigente en Brasil”..
Esa
fascinación le impedía registrar los datos básicos de un país con desigualdades
superiores al promedio mundial, mercados internos más segmentados y
desequilibrios de industrialización más significativos. Cardoso omitió estos problemas e
ignoró la imposibilidad brasileña de alcanzar la performance
histórica de Estados Unidos, Francia o Japón (Marini, 2005).
Dos
Santos expuso las mismas críticas. Señaló su coincidencia con Cardoso en la
existencia de un giro de la burguesía brasileña hacia mayores asociaciones con
el capital multinacional. Pero subrayó su total discrepancia con la
presentación de ese viraje como un camino al desarrollo. Puntualizó que el
modelo adoptado por la clase dominante incrementaba las inversiones, sin
repetir el desenvolvimiento auto-sustentado de las economías avanzadas (Dos
Santos, 2003).
Todo
el debate confirmó que el deslumbramiento de Cardoso con el capital extranjero
había germinado en su libro clásico con Faleto. Ya el título de esa obra -Dependencia y
desarrollo- había sido expuesto en implícita oposición al Desarrollo del subdesarrollo de Frank.
Allí se expusieron situaciones
de dependencia muy alejadas de las dinámicas estructurales de sujeción que
retrataron Marini, Dos Santos o Bambirra. Se
supuso que el desenvolvimiento se materializa con políticas económicas
acertadas y que el capitalismo no obstruye la erradicación del subdesarrollo.
INVOLUCIÓN SOCIO-LIBERAL
La disolución del
sentido de la dependencia fue acentuada por Cardoso en la revisión de su libro.
Allí utilizó la fórmula “desarrollo dependiente asociado” para caracterizar la
gestión conjunta de las empresas multinacionales con las burocracias y las
burguesías locales (Cardoso, Faletto, 1977).
FHC señaló que bajo
esa administración las inversiones extranjeras facilitan una intensa expansión
económica, sin generar los obstáculos señalados por los teóricos marxistas.
Rechazó el enfoque de los autores que ilustraban cómo el crecimiento motorizado
por el capital foráneo genera desequilibrios superiores a los padecidos por los
países centrales. Esta diferencia cualitativa fue olvidada por Cardoso, que
transformó a la dependencia en un concepto antagónico a lo imaginado por los
gestores de esa idea.
El único límite
real al desarrollo que observó Cardoso en los países intermedios fue la
existencia de regímenes políticos excluyentes y obstructores de los mercados
que integran a toda la población. Supuso que la remoción de esa barrera
política erradicaba también la principal causa del subdesarrollo.
En ese período FHC
aún consideraba varios caminos para el logro de esa democratización. Pero poco
tiempo después estimó que sólo las transiciones negociadas con las dictaduras
pavimentaban ese rumbo. Por eso participó activamente en la gestación de las
democracias tuteladas, que en los años 80 aseguraron la continuidad del esquema
económico neoliberal inaugurado por esas tiranías.
A partir de ese
enfoque Cardoso promovió las transiciones pos-dictatoriales como el marco político
ideal para atraer capital extranjero. Inició una fervorosa reivindicación del
neoliberalismo y sus divergencias con la izquierda se concentraron en torno a
esa apología. Las evaluaciones dispares sobre la dependencia quedaron relegadas
como una problemático del pasado.
FHC tomó mayor
distancia también de la CEPAL y abandonó cualquier presentación del estado como
entidad impulsora de la industrialización (López Hernández, 2005). Es cierto
que a diferencia del desarrollismo captó la conversión de las viejas burguesías
nacionales en asociadas, pero nunca lamentó, ni cuestionó ese giro. Al
contrario, lo reivindicó como un acertado camino hacia la prosperidad
latinoamericana.
Su crítica a Marini
coincidió con la asunción de posturas más derechistas. Cuestionó todos los
conceptos de su adversario que chocaban con su fascinación por el mercado y las
empresas multinacionales.
En ese período
Cardoso introdujo a la Fundación Ford en el medio académico e incentivó el
financiamiento privado de las ciencias sociales. Cortó toda referencia a los
problemas discutidos con Marini y evitó los debates relacionados con su propio
pasado (Correa Prado, 2013).
Posteriormente como
presidente de Brasil Cardoso se transformó en el principal artífice de ajustes,
privatizaciones, aperturas comerciales y flexibilizaciones laborales. En la
última década traspasó nuevos límites hasta convertirse -junto a Vargas Llosa-
en el principal adalid de las causas reaccionarias. Actualmente es un vocero de
la intervención imperialista en Venezuela y de todos los atropellos del
Pentágono.
Por eso no
sorprende su activa participación en el reciente golpe judicial-mediático-
institucional que desplazó a Dilma Rouseff. FHC tuvo un papel descollante en
esa tropelía, al presentarse como un noble estadista que enaltece los valores
de la república, reclamando la destitución de una presidenta electa.
Cardoso escribió 22
artículos con ese hipócrita mensaje en el principal periódico de los destituyentes
(O Globo) y asumió esa campaña como una venganza personal contra su rival Lula
(Anderson, 2016; Feres Júnior, 2016). Esta actitud ya generó contundentes repudios de la intelectualidad
progresista (CLACSO, 2016).
También el socio de FHC en la
crítica a Marini -José Serra- ha sido un activo golpista premiado con el cargo
de canciller. Desde allí promueve el mayor giro pro-norteamericano de la
historia reciente de Brasil (Nepomuceno,
2016).
La involución
neoliberal de Cardoso fue anticipada por la crítica de Marini. La polémica
entre ambos no fue un episodio coyuntural de los años 70, ni concentró
equívocos de ambos lados. El primer autor negó la persistente realidad del atraso
y el segundo explicó su continuidad. Esa diferencia los ubica en polos contrapuestos.
En los últimos años comenzó una
revalorización de la obra de Marini (Murua, 2013:1-3; Traspadini,
2013:10-12). Se difunden sus escritos y se retoman trabajos para actualizar su
concepción. Algunos investigadores sostienen que construyó
una “economía política de la dependencia” y aporta los cimientos para
comprender el subdesarrollo (Sotelo, 2005).
Esta caracterización suscita
varias preguntas: ¿Los pilares señalados por Marini son suficientes? ¿La
valoración de su enfoque se refiere a la época del revolucionario brasileño o
se proyecta hasta la actualidad? ¿Cómo evaluar los cuestionamientos que recibió
desde el campo del marxismo? En los próximos textos abordaremos esos
problemas.
8-7-2016
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PALABRAS CLAVES
Teoría de la
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[1] Economista, investigador del CONICET,
profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
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