Daniel Albarracín
22 de Julio de 2012
Quisiera compartir algunas consideraciones sobre la situación límite de la economía española en el actual momento.
Posiblemente
hayáis tenido ocasión de leer algunos artículos sobre el rescate reciente.
El que va a aplicarse, referido a la situación de insolvencia de
buena parte de la banca privada, tiene como avalista y garantista al
Estado español y entraña de por sí una interverción de la Troika.
Supondrá un plus de endeudamiento público que será mediado por el FROB
(Estado español) para que una parte importante de la banca privada
(sobre todo una parte de las que fueron cajas de ahorros) pueda hacer
frente a los compromisos de devolución de sus ingentes deudas. También
admitirá un mayor endeudamiento publico hasta el límite de 100.000
millones de euros (en torno al 10% del PIB español). La pérdida de
soberanía en materia de política económica además está ligado al
cumplimiento de los objetivos de déficit público a lo que se suman nuevas condiciones para admitir un retraso menor en su cumplimiento.
La primera consideración es que este apaño supone un sacrificio
titánico en materia de recortes (prácticamente la escala de estos
coincide con el recurso financiero para rescatar a la banca privada) que
está lejísimos de aliviar el problema, y no hace otra cosa más que
engrandecerlo, tanto por el aumento de endeudamiento como por su
orientación recesiva. El problema es el acumulado de más de 15 años de
políticas de acumulación de deudas privadas que tienen que irse
devolviendo y que para poder hacerlo tendría como prerrequesito que
España obtuviera superávits de balanza de pagos y una expansión fuerte
de sus ingresos fiscales durante dos décadas para ir haciendo frente a
esto. Lo primero no se está produciendo, y no puede producirse dado el
diseño de la UE y la combinación de la existencia del euro, el monopolio
crediticio privado de financiación a los Estados -el BCE no es el
financiador de última instancia-, y la ausencia de políticas de
convergencia real, solidaridad económica, presupuesto público europeo
significativo y transferencia de rentas entre países. El segundo, la
obtención de ingresos fiscales crecientes es sencillamente una quimera
en el actual contexto depresivo. Este enorme sacrificio no servirá ni
siquiera para salvar este año.
Esto es sobradamente conocido, pero ahora se añade el problema de la
disparatada diferencia de tipos entre la deuda alemana y la de la
periferia, especialmente la española. La prima de riesgo supone un
sobrecoste de las posibilidades financieras del Estado español
totalmente inasumible, y estamos a las puertas de estar fuera de los
mercados financieros tal y como le sudeció a Grecia. Hemos superado el
7% de retorno de la deuda soberana española, un sobrecoste gravísimo.
Lo que se dirime en los actuales momentos es si el rescate pueda
pasar de ser parcial (para rescatar, vía pública, a la banca privada) a
ser total, es decir, que el BCE-FMI tengan que financiar la nueva
emisión de deuda soberana española al ser incapaz de colocarla en los
mercados financieros en cantidad y a un tipo de interés asumible. A mí
no me cabe duda de que va a producirse, pero es el anuncio de un intento
imposible abocado al fracaso.
Cualitativamente la conversión en colonia económica ya es un hecho
desde el Memorandum de Entendimiento aceptado por el Gobierno. Ahora, de
lo que se trata es de que el problema cuantatitativamente incorpore un
rescate de la propia deuda soberana y por tanto de manera definitiva
convertir el Estado español en marioneta de Bruselas y el FMI, atado de
pies y manos.
La situación es sumamente grave porque tanto España como Italia son
las piezas que pueden hacer desmoronar la intrincada economía
internacional, en primer lugar la europea y subsiguientemente la
estadounidense. Los volúmenes de deuda de España e Italia son imposibles
de financiar por la Unión Europea o el FMI, cosa que pudo hacerse a
duras penas para países más pequeños como Grecia, Irlanda y Portugal. El
rescate de cuanto menos el equivalente a los vencimientos de la deuda
soberana son igualmente brutales y aunque durante un par de años
pudiesen asumirse, el coste social para nuestro país sería inmenso,
porque abocaría a depresiones superiores a dos digitos. El gobierno
tendría que liberar recursos, a través de recortes presupuestarios, para
hacer frente a esos colosales vencimientos, y tendrían tal magnitud que
en menos de cinco años estaríamos en condiciones de vida peores a los
años 70, pero con unas perspectivas por delante aún peores. La crisis,
desde este punto de vista, no habría hecho más que comenzar.
Pasada esa agonía llegaría un punto donde no podría devolverse la
deuda, yo creo que a lo sumo en dos años o así. Los acreedores no
recibirían sus devoluciones y asistiríamos a la mayor sucesión de
quiebras bancarias de la historia. Se activarían los seguros de impago,
mayormente en manos de bancos norteamericanos, y el contagio se
trasladaría allí. Los acreedores chinos y japoneses caerían después, al
entrar en quiebra la zona dolar, tras haber colapsado el sistema-euro.
En la jugada todo el mundo saldrá perdiendo, pero especialmente las clases subordinadas.
Pero
creo que es tan absurdamente brutal toda este panorama que nos
enfrentamos a la mayor colisión de clases de la historia de la humanidad
desde la Revolución Francesa.
Por eso urge una opción política que aborde esta monstruosa crisis
para que se haga cargo a las rentas del capital, de los excedentes, de
los acreedores y, en suma, del capital.
La forma es que va a
polarizar a la sociedad la tenemos anticipada en el ejemplo de Grecia.
Urge una opción unitaria y abierta en contra del Memorandum de
Entendimiento, que exija la recuperación de la soberanía popular sobre
la política económica y social, que sea intransigente con los recortes,
que no admita otra austeridad que la que marcan los límites
medioambientales, por una auditoría que determine las condiciones de un
impago liderado por las gentes de abajo que evite la profunda agonía que
nos viene encima, que rompa con esta UE, que establezca un nuevo marco
de políticas que tome el mando del sistema financiero bajo control
social y abra una línea de solidaridad internacional entre los pueblos
que quieran desprenderse del yugo de las políticas europeas y
establezcan prácticas de cooperación mutua financiera, comercial y de
inversión. Esta cooperación internacionalista no tiene que repetir los
errores de hacer un club agregado de países , sino, respetando la
idionsincrasia e identidad de los diferentes pueblos, poner en común los
recursos construyendo un nuevo aparato institucional público
supranacional que haga posible esta solidaridad y economía a favor de
las necesidades sociales, con toda la generosidad y fusión democrática,
incluyendo, por qué no, un Estado público supranacional capaz y
redistribuidor, una banca pública gobernada desde abajo, o inclusive una
nueva moneda construida bajo pilares diferentes al actual diseño que
ahora padecemos.
Esta opción unitaria y abierta debe comenzar desde las calles y
alcanzar cualquier dinámica favorable a influir en esta línea. El
programa de acciones unitario debe ser el eje sobre el que ha de pivotar
esa colaboración. Dicha colaboración unitaria ha de articular la
diferencia entre iguales, la acción común con la autonomía de las
partes. Es decir, debemos cuidar nuestra autonomía organizativa con todo
nuestro acumulado de experiencias, método, modelo y propuestas, pero
desde ahí ser leal y completamente unitarios en la acción común en torno
a esta cuestión. Tengo la sensación de que nos va la vida en ello.
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