21/6/16

TRABAJO Y EMPLEO EN LA SOCIEDAD DE HOY: UNA CARACTERIZACIÓN (1)



Daniel Albarracín. Primavera de 2015.
1.      
El perímetro de las clases populares y laboriosas.

1.1. La centralidad del trabajo en la sociedad capitalista.

Toda sociedad se constituye bajo un metabolismo que relaciona naturaleza y humanidad a través del trabajo. En las sociedades modernas el trabajo desempeña un papel central en su constitución, y para dar a conocer qué tipo de sociedad es la nuestra un pilar de su caracterización implica el estudio concreto del modelo de trabajo predominante. Hay quien piensa que el trabajo ha perdido centralidad, pero en términos planetarios nunca jamás hubo tantas personas trabajando para poder vivir (3.500 millones de personas en el mundo) para disponer de un ingreso. Ni que decir tiene que el trabajo ha sufrido enormes metamorfosis tanto en términos de relación social, régimen laboral predominante, como actividad en sí, o que han ascendido en algunos países, como es el caso del Estado español, fenómenos como el desempleo. Precisamente, el paro ha dado credibilidad a una apariencia de desplazamiento del trabajo como fenómeno vincular central. Pero debemos partir de varias constataciones:
a)      El capital no persigue altas tasas de desempleo de manera permanente –si lo hace es para quebrar
la fuerza de negociación del mundo del trabajo-, el paro es fruto no sólo de un fracaso de políticas económicas determinadas, sino más bien un modelo de disciplinamiento social transitorio. De hecho, el paro supone un fenómeno que al capital le perjudica, al desaprovechar una fuerza laboral que podría ser productiva, pero que no quiere emplear hasta que sus condiciones laborales y de productividad sean las apropiadas.
b)      El empleo de mano de obra no es homogéneo en el mundo, sujeto a la división internacional del trabajo, a la formación de centros, semiperiferias y periferias, así como a la persecución de tasas de rentabilidad para la inversión, que conduce a grandes alteraciones de relocalización del capital, de procesos de desempleo en unos lugares del mundo en aras de creación de empleo en otros –en condiciones peores-, así como de amplios procesos migratorios, a consecuencia de este comportamiento sistémico del capital.
c)      Los procesos de automatización y robotización industrial alteran la composición y peso del trabajo humano y maquínico, pero este fenómeno, que genera importantes crecimientos de productividad y producción (a un crecimiento cada vez más lento), no ha impedido un mayor de empleo de fuerza laboral a nivel mundial, precisamente porque la dinámica de acumulación y búsqueda de mayores beneficios así lo ha ocasionado. Ha sido perfectamente compatible un incremento relativo de la composición orgánica del capital con un mayor empleo absoluto de fuerza de trabajo.
d)      El proceso de superindustrialización se ha visto acompañado de una liberación de fuerza de trabajo industrial que ha engrosado las legiones de trabajadores de los servicios, en áreas de actividad de valor y relevancia muy diferentes. El proceso de mercantilización no se ha agotado en la manufacturación de máquinas o productos, también ha asaltado el espacio del suministro de servicios, cuya composición abarca trabajos de mantenimiento de los entornos urbanos y domésticos, procesos de atención personal, provisión experiencias determinadas, explotación de ideas y creatividad, diseño de procesos y programas, generación de saber, procesamiento y extensión de la comunicación y de la información, que son, no lo olvidemos también fruto del trabajo humano, y general valor, no sólo social, sino también mercantil.

1.2. Una relación salarial cambiante. Transformar la sociedad exige combatir el trabajo asalariado.

Nosotros no afrontamos una crítica y lucha contra este sistema social ni por razones moralistas ni abstractas. El modelo capitalista, cuyas formas concretas han variado a lo largo de la historia, en cada época y cada formación sociohistórica, pivota sobre la institucionalización de un conjunto de relaciones sociales y normas que conducen a la desigualdad, a una experiencia de subordinación, carestía y falta de dignidad y libertades. Esta situación, extensible a las clases populares –aunque no de manera homogénea- se origina en la desposesión de los bienes comunes, en que la naturaleza y los bienes públicos acaban en manos de una minoría o en la apropiación por parte de los que poseen los medios de producción del valor del trabajo (se materialice en productos, servicios, conocimiento o información, todos ellos mercantilizados con un propósito lucrativo). Propiedad privada de los medios de producción, mercantilización y estatalización en manos de las clases dirigentes a favor del capital, y extensión de la relación salarial –en términos sustantivos- constituyen las bases del capitalismo. Bien es cierto que estas instituciones no han sido idénticas, ni en términos sustantivos ni formales, ni han tenido las mismas consecuencias según sus diferentes concreciones y experiencias históricas.

En lo que refiere a la relación salarial, el vínculo central societario moderno, no ha adoptado la misma forma ni ha tenido la misma predominancia. No eran equivalentes las relaciones sociales y experiencias que se han ocasionado en diferentes contextos, como por ejemplo cuando:
·        Se imponía el jornal al trabajador agrícola, tras liberar al siervo de la gleba o arruinar al viejo campesinado,
·        Se definieron regímenes paternalistas vigilados en las colonias industriales –en el siglo XIX y comienzos del XX-, donde los emigrantes del campo se empleaban en ciudades artificiales diseñadas al efecto productivo, bajo un moral higienista,
·        Se establecían carreras corporativas con salarios regulados –hasta el siglo XIX- en el seno de diferentes oficios artesanales,
·        Se implantó la forma de salario a destajo en las primeras fábricas tayloristas en nuevas grandes urbes –a comienzos del XX-,
·        Se articuló como salario que combinaba formas de ingreso directo y derechos indirectos, fruto de negociaciones colectivas y que se derivaba de él prestaciones sociales como las pensiones, la protección en caso de enfermedad, las vacaciones, la prestación de desempleo, o el acceso a servicios públicos como educación y sanidad –tras la IIGM, principalmente, en el mundo occidental-. Tampoco este esquema general ha tenido igual aplicación y extensión dentro de los países aventajados. En poco ha tenido que ver el modelo anglosajón, centroeuropeo, escandinavo, el de los países del Sur de Europa, o el que ha devenido en los países del Este recién sumados al mundo capitalista. Y tampoco ha sido igualmente desarrollado según la fase de acumulación en la que se encontrase. Todos estos regímenes han sido drásticamente alterados tras la crisis de los 70 y el ascenso del régimen neoliberal, y más aún tras el cambio en la norma social de empleo a partir de 2008.

Las condiciones de empleo y trabajo no siempre fueron iguales, y tampoco la definición de ciudadanía, que en nuestra historia reciente ha venido siempre condicionada al régimen laboral, la relación salarial.

Las formas de producción han variado ostensiblemente. La vieja sociedad agrícola ha sido sustituida, primero por una sociedad industrial, y finalmente otra de servicios que ha sido posible por un amplio proceso de automatización robótica de amplios procesos de trabajo. Una sociedad superindustrial de servicios, en la que el carácter de estos últimos es sumamente diferente según cada país, en tanto que en poco tiene que ver la actividad de servicios que se orienta al trabajo de servicios finales a las personas (servicio doméstico, hostelero), de distribución comercial, el trabajo que realiza un transportista, el del operador o reparador de sistemas o el informático, el diseñador de procesos industriales o el del ingeniero, o ni que decir tiene el que se dedica a la intermediación financiera. La división internacional del trabajo ha situado a cada país, región y grupo social con profundas jerarquías y lógicas de dependencia, causando una enorme desigualdad de trayectorias sociales.

Derivado de unas relaciones de empleo y formas de producción cambiantes las viejas formas artesanales prácticamente se han extinguido. Las formas de organización del trabajo tayloristas, en las que las personas constituían un apéndice de la máquina-herramienta, se hibridaron con la cadena de montaje fordista. Pero a su vez fueron superadas por nuevas formas de organización del trabajo más exigentes, y formalmente modulables, que, empleando la flexibilidad de la robótica, la informática y la telemática, han intensificado el trabajo y su control centralizado. La lógica de la cadena de montaje se ha trasladado a nuevos ámbitos, tanto en la distribución comercial (por la cadena no sólo pasan productos, sino también consumidores), a la lógica de la comunicación y la informatización, en la que las redes sociales juegan el papel ambivalente de interconectarnos y generar vínculos horizontales sino que aplican prácticas de conexión casi permanente, control mutuos y nodos de relación con estilos de trabajo y consumo que pueden influir en los últimos espacios de la intimidad y de la vida cotidiana privados. La producción flexible y ligera, que da mayor libertad de movimientos y de adaptación a los retos productivos en los procesos de trabajo está siendo perfectamente compatible con una mayor centralización del control de resultados, en los trabajos creativos, y de control y programación de pautas en los trabajos repetitivos. En suma, el modelo postfordista se presenta como una forma más intensa de control y de expropiación del saber y del trabajo, redefiniendo una forma de neotaylorista.

La relación salarial en el periodo que nos toca viene asociada a vínculos muy diferentes. El periodo de formación de la fuerza de trabajo de las personas, cuyo destino de vida es buscar un ingreso a cambio de hacer valer su fuerza de trabajo, abarca casi toda la biografía, las exigencias de preparación y reciclaje se hacen casis permanentes. El descenso e irregularidad de ingresos, los pasos por periodos de desempleo, formación, pluriempleos parciales, empleos parciales, o situaciones de amplias jornadas, o irregulares esquemas de distribución del tiempo de trabajo hacen sumamente complejo el gobierno coherente de la propia vida, un fenómeno que endurece el ya de por sí doloroso proceso de empobrecimiento material.

En términos de condiciones y género de vida ha conducido a retrasar drásticamente la emancipación juvenil, la formación de grupos de convivencia (las diversas formas de familia) con proyectos de vida duraderos, se ha retrasado la decisión de tener descendencia, traspasando muchas veces las fronteras biológicas de reproducción, se tienen menos o ningún hijo. Los nuevos grupos de convivencia han de contar con más de un ingreso para poder sostener el pago de la vivienda, el autosostenimiento y la crianza de los y las hijas, si es que es posible tenerlos. Las relaciones de empleo son extraordinariamente inestables y frágiles, algo que ha debilitado las condiciones de negociación del mundo del trabajo.

En el contexto laboral presente las personas cambian de puesto de trabajo, de empresa y de sector con mayor frecuencia, y es cada vez menos extraño cambiar de localidad y país para poder encontrar un empleo. Con la extensión del empleo a tiempo parcial, o inclusive la importante fracción de trabajadores que se ven empleados bajo forma mercantil como autónomos –muchos de ellos trabajadores económicamente dependientes-, asciende el fenómeno de la composición de agendas profesionales pluriempleadas –con varios empleos a tiempo parcial- que ponen cada vez más en el alambre los tiempos y el gobierno de la propia vida. Aunque, sin duda, la situación más dura es la de aquellas personas que se encuentran desempleadas, o inclusive desanimadas ante la pérdida de expectativas laborales. En este contexto, entre las personas que declaran en el IRPF que trabajar por cuenta ajena es su fuente de ingresos, una tercera parte no obtiene el equivalente anual del SMI. Trabajo  y pobreza han dejado de ser fenómenos disociados.

En suma, mientras que se acrecienta el tiempo de la vida a disponer y procurar hacer más empleable nuestra capacidad de trabajar los compromisos y derechos asociados a los empleos disponibles son cada vez más frágiles y degradados. El tiempo educativo y de formación, o de dedicación a hacernos visibles y disponibles, ocupa más tiempo de nuestra existencia, y la adaptación de nuestras conductas –desde la cuna a la escuela, desde nuestra residencia a la empresa, sea mientras estemos empleados o desempleados, sea intentando acortar el tiempo de superación de una enfermedad o de dedicación a las personas dependientes que están cerca nuestra- sustraen más energía y tiempo, en aras de hacernos valorizables en el marco de un empleo.

La relación salarial de hoy no comporta un mero acontecimiento, ni puede limitarse a la situación transitoria y formal de un trabajo por cuenta ajena –ni por tanto podemos deducir de un contrato, categoría o actividad concreta un carácter social generalizable-, sino que constituye una forma de vida dependiente y encadenada, una trayectoria biográfica que de alguna manera nos atañe a la mayoría social, que encierra los tiempos en los que hacemos cualquier cosa para estar disponibles, ser más empleables y conseguir ser más adaptables, con el objetivo de que podamos obtener ingresos, con el resultado de configurar una condición social subalterna, dominada, que genere las condiciones apropiadas para que el capital se apropie nuestra generación de valor.

2.2. Pulverización, minorización y recomposición de las clases medias.

Con todo, la condición salarial, que compromete a más del 85% de la población activa, y que involucra a las personas allegadas o familiares económicamente dependientes, va más allá de una mera situación de empleo o una forma de organización del trabajo concreta. Condiciona las formas de existencia, de reproducción social, las formas de agrupamiento comunitario y familiar, las formas de vida y residencia. La relación salarial es una relación social que implica no sólo a las personas empleadas. Podemos afirmar que compromete a todas las personas que dependen de ese ingreso. Unas, fuera de ese margen aportan un trabajo reproductivo previo y básico sin el cual no se sostendría la vida. Otras, ocupadas bajo regímenes formales diferentes también ven sustraída su aportación por las clases privilegiadas. Podemos identificar formas semejantes, aunque no idénticas, de relación productiva con resultados prácticamente equivalentes, que combinan formas de competencia desigual o formas de explotación bajo una relación mercantil, con características parecidas a la relación salarial. Esto es, la relación del capital se apropia del valor generado por el conjunto de clases laboriosas.

Desde el punto de vista de la estructura social, y en lo que corresponde al análisis de las clases medias, pueden observarse las siguientes tendencias:

·        Una pulverización y minorización de las clases medias. Nunca fueron mayoría social, por mucho que se fijó esa imagen durante tiempo, pero es cada vez más evidente que de ser una fracción minoritaria está pasando a ser una capa social marginal.
·        Asimismo, lo que puede categorizarse como clase media ha modificado radicalmente su composición. Las viejas clases patrimoniales independientes que se autoocupaban (disponían medios de producción pero apenas empleaban a otra fuerza laboral, y generaban valor por la aportación del trabajo propio) se están extinguiendo. El pequeño tendero, campesino o artesano, son una rara avis, o, cuanto menos, sufren una reducción en la estructura social muy notable. Eso no impide que estadísticamente las PYMEs sean la mayoría de las empresas, pero en su mayor parte dependen de una gran empresa, sea por la financiación que reciben (préstamos, capital social –filiales-), sea por su posición subalterna en la cadena de valor (proveen o distribuyen productos para o de otros que dominan un mercado o un proceso o una tecnología), sea por su posición auxiliar en el proceso de elaboración o división del trabajo –subcontratas-, sea por su posición mercantil subalterna (franquicias). Esto es, se trata de empresas no independientes en su mayoría. Muchas de ellas, además, se originan en procesos de externalización de departamentos enteros de la vieja gran corporación fordista, en la que el nuevo empresariado o directivo surgen de viejas capas técnicas funcionales, que ahora asumen riesgos como pequeños propietarios.
·        Por su lado, el perfil del autónomo, aun cuando estabilizado en su peso en la ocupación, y sólo en los últimos años ascendiendo ligeramente su porcentaje tras las reformas del PP, adopta una composición variopinta. El profesional liberal, también clase media, es una minoría, y crecen aquellas figuras de autónomos –los “emprendeudores”-, que bien son pequeños empresarios dependientes, o bien son falsos autónomos que ven arriesgar sus condiciones económicas con un régimen laboral más desprotegido y menos garantista.

El falso autónomo, o inclusive el pequeño empresariado dependiente de una empresa con poder de mercado –en forma de franquicia, subcontrata, distribuidora, proveedor, etc…- generan con su trabajo valor. No cuentan más que con una relación mercantil, y merced a la competencia desigual o a la subordinación económica ven sustraído parte del valor que genera su trabajo. El régimen fiscal también les perjudica respecto a las grandes empresas, cuyo tipo efectivo es sensiblemente inferior. Sus ingresos pueden ser muy bajos, y las tasas de rentabilidad de las empresas que lleven son sustancialmente inferiores a las medianas y grandes, si no son negativas.

En suma, la casuística es variada, que abarca desde la máxima precariedad, situaciones de pobreza, hasta la auxiliariedad y la desventaja competitiva casi estructural. Algunos segmentos, como los falsos autónomos o algunos pequeños cooperativistas forman parte de las clases laboriosas, las clases trabajadoras, otros pertenecen a una clase media entre pulverizada y en recomposición interna. La pequeña burguesía patrimonial independiente está en franco retroceso –campesinado, pequeño rentista, pequeño comerciante, pequeño industrial, etc…- siendo sustituido por una clase media funcional que se ve recorrida por fracciones de pequeño empresariado y directivo dependiente del gran capital, y algunas capas elevadas de la jerarquía funcionarial.

Parece relevante advertir que los comportamientos de estas capas sociales no están determinadas, como ninguna otra, aunque su situación de ambivalencia es mayor si cabe. Una estrategia de unidad popular debe estar atenta a la situación diferencial que les afecta, pero también enfatizar los puntos o destinos comunes que les recorren. En particular, los procesos de dependencia económica y empobrecimiento, son un elemento común con el resto de clases laboriosas. También debe señalarse que no puede desarrollarse una política igual para unos grupos y otros, así como que es preciso ser conscientes de que materialmente, y según se comprueba en la mayoría de aspiraciones de parte de esas capas sociales intermedias, muchos podrían llegar a conformarse con una reintegración en un sistema capitalista renovado. En esta tentación puede verse comprometida parte de esta fracción social, que podría aceptar una integración parcial, que reafirmase una regeneración capitalista, pero que conllevaría, dado el esquema general, a una nueva exclusión y subordinación de las mayorías trabajadoras. Una estrategia favorable a las clases populares ha de estar atenta a esta posible ambivalencia, sumando el valor y el compromiso de todos aquellos que persiguen cambiar la sociedad, pero que implique también franquear dichas aspiraciones, para que cualquier tendencia corporativa y no universal haga fracasar un proyecto general de emancipación popular.

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