Daniel Albarracín. Primavera de 2015.
1.
El perímetro de las clases populares y
laboriosas.
1.1. La
centralidad del trabajo en la sociedad capitalista.
Toda sociedad se constituye bajo un metabolismo que
relaciona naturaleza y humanidad a través del trabajo. En las sociedades
modernas el trabajo desempeña un papel central en su constitución, y para dar a
conocer qué tipo de sociedad es la nuestra un pilar de su caracterización
implica el estudio concreto del modelo de trabajo predominante. Hay quien
piensa que el trabajo ha perdido centralidad, pero en términos planetarios
nunca jamás hubo tantas personas trabajando para poder vivir (3.500 millones de
personas en el mundo) para disponer de un ingreso. Ni que decir tiene que el
trabajo ha sufrido enormes metamorfosis tanto en términos de relación social,
régimen laboral predominante, como actividad en sí, o que han ascendido en
algunos países, como es el caso del Estado español, fenómenos como el
desempleo. Precisamente, el paro ha dado credibilidad a una apariencia de
desplazamiento del trabajo como fenómeno vincular central. Pero debemos partir
de varias constataciones:
a)
El capital no persigue altas tasas de desempleo
de manera permanente –si lo hace es para quebrar
la fuerza de negociación del mundo del trabajo-, el paro es fruto no sólo de un fracaso de políticas económicas determinadas, sino más bien un modelo de disciplinamiento social transitorio. De hecho, el paro supone un fenómeno que al capital le perjudica, al desaprovechar una fuerza laboral que podría ser productiva, pero que no quiere emplear hasta que sus condiciones laborales y de productividad sean las apropiadas.
la fuerza de negociación del mundo del trabajo-, el paro es fruto no sólo de un fracaso de políticas económicas determinadas, sino más bien un modelo de disciplinamiento social transitorio. De hecho, el paro supone un fenómeno que al capital le perjudica, al desaprovechar una fuerza laboral que podría ser productiva, pero que no quiere emplear hasta que sus condiciones laborales y de productividad sean las apropiadas.
b)
El empleo de mano de obra no es homogéneo en el
mundo, sujeto a la división internacional del trabajo, a la formación de
centros, semiperiferias y periferias, así como a la persecución de tasas de
rentabilidad para la inversión, que conduce a grandes alteraciones de
relocalización del capital, de procesos de desempleo en unos lugares del mundo
en aras de creación de empleo en otros –en condiciones peores-, así como de
amplios procesos migratorios, a consecuencia de este comportamiento sistémico
del capital.
c)
Los procesos de automatización y robotización
industrial alteran la composición y peso del trabajo humano y maquínico, pero
este fenómeno, que genera importantes crecimientos de productividad y
producción (a un crecimiento cada vez más lento), no ha impedido un mayor de
empleo de fuerza laboral a nivel mundial, precisamente porque la dinámica de
acumulación y búsqueda de mayores beneficios así lo ha ocasionado. Ha sido
perfectamente compatible un incremento relativo de la composición orgánica del
capital con un mayor empleo absoluto de fuerza de trabajo.
d)
El proceso de superindustrialización se ha visto
acompañado de una liberación de fuerza de trabajo industrial que ha engrosado
las legiones de trabajadores de los servicios, en áreas de actividad de valor y
relevancia muy diferentes. El proceso de mercantilización no se ha agotado en
la manufacturación de máquinas o productos, también ha asaltado el espacio del
suministro de servicios, cuya composición abarca trabajos de mantenimiento de
los entornos urbanos y domésticos, procesos de atención personal, provisión
experiencias determinadas, explotación de ideas y creatividad, diseño de
procesos y programas, generación de saber, procesamiento y extensión de la
comunicación y de la información, que son, no lo olvidemos también fruto del
trabajo humano, y general valor, no sólo social, sino también mercantil.
1.2. Una
relación salarial cambiante. Transformar la sociedad exige combatir el trabajo
asalariado.
Nosotros no afrontamos una crítica y lucha contra este
sistema social ni por razones moralistas ni abstractas. El modelo capitalista,
cuyas formas concretas han variado a lo largo de la historia, en cada época y
cada formación sociohistórica, pivota sobre la institucionalización de un
conjunto de relaciones sociales y normas que conducen a la desigualdad, a una
experiencia de subordinación, carestía y falta de dignidad y libertades. Esta
situación, extensible a las clases populares –aunque no de manera homogénea- se
origina en la desposesión de los bienes comunes, en que la naturaleza y los
bienes públicos acaban en manos de una minoría o en la apropiación por parte de
los que poseen los medios de producción del valor del trabajo (se materialice
en productos, servicios, conocimiento o información, todos ellos
mercantilizados con un propósito lucrativo). Propiedad privada de los medios de
producción, mercantilización y estatalización en manos de las clases dirigentes
a favor del capital, y extensión de la relación salarial –en términos
sustantivos- constituyen las bases del capitalismo. Bien es cierto que estas
instituciones no han sido idénticas, ni en términos sustantivos ni formales, ni
han tenido las mismas consecuencias según sus diferentes concreciones y
experiencias históricas.
En lo que refiere a la relación salarial, el vínculo
central societario moderno, no ha adoptado la misma forma ni ha tenido la misma
predominancia. No eran equivalentes las relaciones sociales y experiencias que
se han ocasionado en diferentes contextos, como por ejemplo cuando:
·
Se imponía el jornal al trabajador agrícola,
tras liberar al siervo de la gleba o arruinar al viejo campesinado,
·
Se definieron regímenes paternalistas vigilados
en las colonias industriales –en el siglo XIX y comienzos del XX-, donde los
emigrantes del campo se empleaban en ciudades artificiales diseñadas al efecto
productivo, bajo un moral higienista,
·
Se establecían carreras corporativas con
salarios regulados –hasta el siglo XIX- en el seno de diferentes oficios
artesanales,
·
Se implantó la forma de salario a destajo en las
primeras fábricas tayloristas en nuevas grandes urbes –a comienzos del XX-,
·
Se articuló como salario que combinaba formas de
ingreso directo y derechos indirectos, fruto de negociaciones colectivas y que
se derivaba de él prestaciones sociales como las pensiones, la protección en
caso de enfermedad, las vacaciones, la prestación de desempleo, o el acceso a servicios
públicos como educación y sanidad –tras la IIGM, principalmente, en el mundo
occidental-. Tampoco este esquema general ha tenido igual aplicación y
extensión dentro de los países aventajados. En poco ha tenido que ver el modelo
anglosajón, centroeuropeo, escandinavo, el de los países del Sur de Europa, o
el que ha devenido en los países del Este recién sumados al mundo capitalista.
Y tampoco ha sido igualmente desarrollado según la fase de acumulación en la
que se encontrase. Todos estos regímenes han sido drásticamente alterados tras
la crisis de los 70 y el ascenso del régimen neoliberal, y más aún tras el
cambio en la norma social de empleo a partir de 2008.
Las condiciones de empleo y trabajo no siempre fueron
iguales, y tampoco la definición de ciudadanía, que en nuestra historia
reciente ha venido siempre condicionada al régimen laboral, la relación
salarial.
Las formas de producción han variado ostensiblemente. La
vieja sociedad agrícola ha sido sustituida, primero por una sociedad industrial,
y finalmente otra de servicios que ha sido posible por un amplio proceso de
automatización robótica de amplios procesos de trabajo. Una sociedad
superindustrial de servicios, en la que el carácter de estos últimos es
sumamente diferente según cada país, en tanto que en poco tiene que ver la
actividad de servicios que se orienta al trabajo de servicios finales a las
personas (servicio doméstico, hostelero), de distribución comercial, el trabajo
que realiza un transportista, el del operador o reparador de sistemas o el
informático, el diseñador de procesos industriales o el del ingeniero, o ni que
decir tiene el que se dedica a la intermediación financiera. La división
internacional del trabajo ha situado a cada país, región y grupo social con
profundas jerarquías y lógicas de dependencia, causando una enorme desigualdad
de trayectorias sociales.
Derivado de unas relaciones de empleo y formas de
producción cambiantes las viejas formas artesanales prácticamente se han
extinguido. Las formas de organización del trabajo tayloristas, en las que las
personas constituían un apéndice de la máquina-herramienta, se hibridaron con
la cadena de montaje fordista. Pero a su vez fueron superadas por nuevas formas
de organización del trabajo más exigentes, y formalmente modulables, que,
empleando la flexibilidad de la robótica, la informática y la telemática, han
intensificado el trabajo y su control centralizado. La lógica de la cadena de
montaje se ha trasladado a nuevos ámbitos, tanto en la distribución comercial
(por la cadena no sólo pasan productos, sino también consumidores), a la lógica
de la comunicación y la informatización, en la que las redes sociales juegan el
papel ambivalente de interconectarnos y generar vínculos horizontales sino que
aplican prácticas de conexión casi permanente, control mutuos y nodos de
relación con estilos de trabajo y consumo que pueden influir en los últimos
espacios de la intimidad y de la vida cotidiana privados. La producción
flexible y ligera, que da mayor libertad de movimientos y de adaptación a los
retos productivos en los procesos de trabajo está siendo perfectamente
compatible con una mayor centralización del control de resultados, en los
trabajos creativos, y de control y programación de pautas en los trabajos
repetitivos. En suma, el modelo postfordista se presenta como una forma más
intensa de control y de expropiación del saber y del trabajo, redefiniendo una
forma de neotaylorista.
La relación salarial en el periodo que nos toca viene asociada
a vínculos muy diferentes. El periodo de formación de la fuerza de trabajo de
las personas, cuyo destino de vida es buscar un ingreso a cambio de hacer valer
su fuerza de trabajo, abarca casi toda la biografía, las exigencias de
preparación y reciclaje se hacen casis permanentes. El descenso e irregularidad
de ingresos, los pasos por periodos de desempleo, formación, pluriempleos
parciales, empleos parciales, o situaciones de amplias jornadas, o irregulares
esquemas de distribución del tiempo de trabajo hacen sumamente complejo el gobierno
coherente de la propia vida, un fenómeno que endurece el ya de por sí doloroso
proceso de empobrecimiento material.
En términos de condiciones y género de vida ha conducido a
retrasar drásticamente la emancipación juvenil, la formación de grupos de convivencia
(las diversas formas de familia) con proyectos de vida duraderos, se ha
retrasado la decisión de tener descendencia, traspasando muchas veces las
fronteras biológicas de reproducción, se tienen menos o ningún hijo. Los nuevos
grupos de convivencia han de contar con más de un ingreso para poder sostener
el pago de la vivienda, el autosostenimiento y la crianza de los y las hijas,
si es que es posible tenerlos. Las relaciones de empleo son extraordinariamente
inestables y frágiles, algo que ha debilitado las condiciones de negociación
del mundo del trabajo.
En el contexto laboral presente las personas cambian de
puesto de trabajo, de empresa y de sector con mayor frecuencia, y es cada vez
menos extraño cambiar de localidad y país para poder encontrar un empleo. Con
la extensión del empleo a tiempo parcial, o inclusive la importante fracción de
trabajadores que se ven empleados bajo forma mercantil como autónomos –muchos
de ellos trabajadores económicamente dependientes-, asciende el fenómeno de la
composición de agendas profesionales pluriempleadas –con varios empleos a
tiempo parcial- que ponen cada vez más en el alambre los tiempos y el gobierno
de la propia vida. Aunque, sin duda, la situación más dura es la de aquellas personas
que se encuentran desempleadas, o inclusive desanimadas ante la pérdida de
expectativas laborales. En este contexto, entre las personas que declaran en el
IRPF que trabajar por cuenta ajena es su fuente de ingresos, una tercera parte
no obtiene el equivalente anual del SMI. Trabajo y pobreza han dejado de ser fenómenos
disociados.
En suma, mientras que se acrecienta el tiempo de la vida a
disponer y procurar hacer más empleable nuestra capacidad de trabajar los
compromisos y derechos asociados a los empleos disponibles son cada vez más
frágiles y degradados. El tiempo educativo y de formación, o de dedicación a
hacernos visibles y disponibles, ocupa más tiempo de nuestra existencia, y la
adaptación de nuestras conductas –desde la cuna a la escuela, desde nuestra
residencia a la empresa, sea mientras estemos empleados o desempleados, sea
intentando acortar el tiempo de superación de una enfermedad o de dedicación a
las personas dependientes que están cerca nuestra- sustraen más energía y
tiempo, en aras de hacernos valorizables en el marco de un empleo.
La relación salarial de hoy no comporta un mero
acontecimiento, ni puede limitarse a la situación transitoria y formal de un trabajo
por cuenta ajena –ni por tanto podemos deducir de un contrato, categoría o
actividad concreta un carácter social generalizable-, sino que constituye una
forma de vida dependiente y encadenada, una trayectoria biográfica que de
alguna manera nos atañe a la mayoría social, que encierra los tiempos en los
que hacemos cualquier cosa para estar disponibles, ser más empleables y
conseguir ser más adaptables, con el objetivo de que podamos obtener ingresos,
con el resultado de configurar una condición social subalterna, dominada, que
genere las condiciones apropiadas para que el capital se apropie nuestra
generación de valor.
2.2.
Pulverización, minorización y recomposición de las clases medias.
Con todo, la condición salarial, que compromete a más del
85% de la población activa, y que involucra a las personas allegadas o
familiares económicamente dependientes, va más allá de una mera situación de
empleo o una forma de organización del trabajo concreta. Condiciona las formas
de existencia, de reproducción social, las formas de agrupamiento comunitario y
familiar, las formas de vida y residencia. La relación salarial es una relación
social que implica no sólo a las personas empleadas. Podemos afirmar que
compromete a todas las personas que dependen de ese ingreso. Unas, fuera de ese
margen aportan un trabajo reproductivo previo y básico sin el cual no se sostendría
la vida. Otras, ocupadas bajo regímenes formales diferentes también ven
sustraída su aportación por las clases privilegiadas. Podemos identificar
formas semejantes, aunque no idénticas, de relación productiva con resultados
prácticamente equivalentes, que combinan formas de competencia desigual o
formas de explotación bajo una relación mercantil, con características
parecidas a la relación salarial. Esto es, la relación del capital se apropia
del valor generado por el conjunto de clases laboriosas.
Desde el punto de vista de la estructura social, y en lo
que corresponde al análisis de las clases medias, pueden observarse las
siguientes tendencias:
·
Una pulverización y minorización de las clases
medias. Nunca fueron mayoría social, por mucho que se fijó esa imagen durante
tiempo, pero es cada vez más evidente que de ser una fracción minoritaria está
pasando a ser una capa social marginal.
·
Asimismo, lo que puede categorizarse como clase
media ha modificado radicalmente su composición. Las viejas clases
patrimoniales independientes que se autoocupaban (disponían medios de
producción pero apenas empleaban a otra fuerza laboral, y generaban valor por
la aportación del trabajo propio) se están extinguiendo. El pequeño tendero,
campesino o artesano, son una rara avis, o, cuanto menos, sufren una reducción
en la estructura social muy notable. Eso no impide que estadísticamente las
PYMEs sean la mayoría de las empresas, pero en su mayor parte dependen de una
gran empresa, sea por la financiación que reciben (préstamos, capital social
–filiales-), sea por su posición subalterna en la cadena de valor (proveen o
distribuyen productos para o de otros que dominan un mercado o un proceso o una
tecnología), sea por su posición auxiliar en el proceso de elaboración o
división del trabajo –subcontratas-, sea por su posición mercantil subalterna
(franquicias). Esto es, se trata de empresas no independientes en su mayoría.
Muchas de ellas, además, se originan en procesos de externalización de
departamentos enteros de la vieja gran corporación fordista, en la que el nuevo
empresariado o directivo surgen de viejas capas técnicas funcionales, que ahora
asumen riesgos como pequeños propietarios.
·
Por su lado, el perfil del autónomo, aun cuando
estabilizado en su peso en la ocupación, y sólo en los últimos años ascendiendo
ligeramente su porcentaje tras las reformas del PP, adopta una composición
variopinta. El profesional liberal, también clase media, es una minoría, y
crecen aquellas figuras de autónomos –los “emprendeudores”-, que bien son
pequeños empresarios dependientes, o bien son falsos autónomos que ven
arriesgar sus condiciones económicas con un régimen laboral más desprotegido y
menos garantista.
El falso autónomo, o inclusive el pequeño empresariado
dependiente de una empresa con poder de mercado –en forma de franquicia,
subcontrata, distribuidora, proveedor, etc…- generan con su trabajo valor. No
cuentan más que con una relación mercantil, y merced a la competencia desigual
o a la subordinación económica ven sustraído parte del valor que genera su
trabajo. El régimen fiscal también les perjudica respecto a las grandes
empresas, cuyo tipo efectivo es sensiblemente inferior. Sus ingresos pueden ser
muy bajos, y las tasas de rentabilidad de las empresas que lleven son sustancialmente
inferiores a las medianas y grandes, si no son negativas.
En suma, la casuística es variada, que abarca desde la
máxima precariedad, situaciones de pobreza, hasta la auxiliariedad y la
desventaja competitiva casi estructural. Algunos segmentos, como los falsos
autónomos o algunos pequeños cooperativistas forman parte de las clases
laboriosas, las clases trabajadoras, otros pertenecen a una clase media entre
pulverizada y en recomposición interna. La pequeña burguesía patrimonial
independiente está en franco retroceso –campesinado, pequeño rentista, pequeño
comerciante, pequeño industrial, etc…- siendo sustituido por una clase media
funcional que se ve recorrida por fracciones de pequeño empresariado y
directivo dependiente del gran capital, y algunas capas elevadas de la
jerarquía funcionarial.
Parece relevante advertir que los
comportamientos de estas capas sociales no están determinadas, como ninguna
otra, aunque su situación de ambivalencia es mayor si cabe. Una estrategia de
unidad popular debe estar atenta a la situación diferencial que les afecta,
pero también enfatizar los puntos o destinos comunes que les recorren. En
particular, los procesos de dependencia económica y empobrecimiento, son un
elemento común con el resto de clases laboriosas. También debe señalarse que no
puede desarrollarse una política igual para unos grupos y otros, así como que
es preciso ser conscientes de que materialmente, y según se comprueba en la
mayoría de aspiraciones de parte de esas capas sociales intermedias, muchos
podrían llegar a conformarse con una reintegración en un sistema capitalista
renovado. En esta tentación puede verse comprometida parte de esta fracción
social, que podría aceptar una integración parcial, que reafirmase una
regeneración capitalista, pero que conllevaría, dado el esquema general, a una
nueva exclusión y subordinación de las mayorías trabajadoras. Una estrategia
favorable a las clases populares ha de estar atenta a esta posible
ambivalencia, sumando el valor y el compromiso de todos aquellos que persiguen
cambiar la sociedad, pero que implique también franquear dichas aspiraciones,
para que cualquier tendencia corporativa y no universal haga fracasar un
proyecto general de emancipación popular.
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