Claudio Katz[1]
RESUMEN
El giro de Marx
frente a la periferia suscita interés. Bajo el impacto de varias rebeliones
modificó su mirada de la expansión capitalista mundial y sustituyó sus expectativas
cosmopolitas por críticas al colonialismo. Revalorizó la lucha nacional e
imaginó transiciones al socialismo desde formas comunales.
También reemplazó
el esquema unilineal de desarrollo de las fuerzas productivas por una visión
multilineal de desenvolvimientos variados. Percibió empalmes entre economías
desarrolladas y fracturas con el resto del mundo, pero no definió primacías
exógenas o endógenas en la gestación de esa brecha.
Los liberales
transforman las denuncias de Marx del capitalismo en elogios. Los nacionalistas
desconocen su viraje, equivocan las críticas al eurocentrismo y recrean objeciones
superadas a los “pueblos sin historia”.
Marx inspiró
caracterizaciones objetivo-subjetivas de la nación y criterios para diferenciar
los nacionalismos progresivos y regresivos. No postuló teorías del progreso y anticipó
nociones sobre el subdesarrollo.
Es sabido que Marx modificó su visión de los países subdesarrollados.
Inicialmente concebía una ligazón pasiva de estas naciones con el auge y
declive del capitalismo mundial. Posteriormente realzó la resistencia al
colonialismo.
Ese giro fue intensamente discutido en los años 70 por los
investigadores de su obra. El trasfondo de ese interés era el entusiasmo por
las revoluciones socialistas en la periferia.
Los marxistas evaluaban la continuada brecha entre economías avanzados
y retrasadas, a la luz de las intuiciones expuestas por el autor de El Capital. Los autores nacionalistas
criticaban la hostilidad (o indiferencia) de Marx hacia el mundo colonial. Los
neoliberales impugnaban o demonizaban su obra. ¿Cómo abordó Marx el problema de
la periferia?
SOCIALISMO
COSMOPOLITA
En su primera visión Marx supuso que
la periferia repetiría la industrialización del centro.
Consideró que el capitalismo se expandiría a escala mundial creando un sistema interdependiente, que facilitaría tránsitos acelerados al
socialismo. Estimaba que el despojo de los artesanos y los campesinos conduciría
a una expropiación ulterior de los confiscadores.
El Manifiesto Comunista presenta esa
mirada. El capitalismo es retratado como un régimen que derriba murallas y
expande su dominación desde el centro hacia la periferia (Marx, 1967).
China es mostrada
como una sociedad bárbara que será modernizada por la penetración colonial.
India es descripta como un país estancado por la preeminencia de comunidades rurales, creencias místicas y
déspotas parasitarios. Se supone que esas estructuras quedarán demolidas con la
instalación del ferrocarril y la importación de textiles británicos (Marx, 1964:
30-58, 104-111).
Pero, a diferencia
de sus contemporáneos, el pensador alemán combinaba ese análisis con fuertes
denuncias. Remarcaba la destrucción de formas económicas arcaicas cuestionando al
mismo tiempo las atrocidades del colonialismo. Realzaba la función
modernizadora del capital y objetaba las masacres perpetradas por los
invasores.
Con
este parámetro evaluaba el libre comercio. Los elogios al intercambio -que
rompía el aislamiento de viejas sociedades- eran complementados con críticas a
las dramáticas consecuencias de esa expansión.
Esta tensión ente
ponderaciones y rechazos era compatible con una expectativa en rápidas
victorias del socialismo. Marx suponía que la generalización del capitalismo
aceleraría en pocas décadas la erradicación de ese sistema. También esperaba
una vertiginosa irradiación de ese resultado desde el centro europeo hacia el
resto del mundo.
Esta concepción
cosmopolita del socialismo presuponía una acelerada secuencia de
industrialización global, debilitamiento de las naciones y eliminación del
colonialismo. Era una mirada afín al internacionalismo proletario de la época,
que retomaba las utopías universalistas gestadas durante el siglo de las luces.
Marx compartía el
proyecto humanista de trascender inmediatamente a la nación por medio de
comunidades sin fronteras. A diferencia del cosmopolitismo radical legado por
la revolución francesa, promovía la igualdad social junto a la ciudadanía
universal (Lowy, 1998:11-21).
Al subrayar que el
“capital no tiene patria” el revolucionario alemán observaba la mundialización
del predominio burgués, como un paso hacia la disolución conjunta de las
naciones y las clases. Esta propuesta de hermandad global gozaba de gran
predicamento entre el artesanado geográficamente móvil que nutría a la I
Internacional (Anderson, P, 2002).
REBELIONES Y VIRAJES
Marx
quedó muy impactado por la rebelión china de Taiping (1850-64) que fue zanjada
con millones de muertos. Denunció al colonialismo británico y observó esa
tragedia como un proceso destructivo carente de alternativas. También fue conmovido
por la revuelta de los cipayos de India (1857-58), que los ingleses aplastaron
en forma sangrienta. Allí comenzó a notar cómo la expansión del capitalismo
desataba grandes resistencias de los oprimidos (Marx, 1964: 139-143, 161-181).
Estos
alzamientos modificaron su mirada. Ya no desvalorizó lo ocurrido en las
colonias, ni repitió que las sociedades asiáticas estaban destinadas a copiar
el patrón europeo. El actor omitido en el Manifiesto
Comunista comenzó a cobrar cuerpo. Marx fue uno de los primeros pensadores
occidentales en apoyar la independencia de la India.
Pero
el mayor cambio se produjo con los levantamientos de Irlanda. Allí confirmó que
el saqueo colonial destruye sociedades sin facilitar su desarrollo ulterior.
Marx comparó la devastación británica de su vecino con las depredaciones que
realizaban los mongoles. Observó que la reorganización rural impuesta en la
isla era una caricatura de lo realizado en Inglaterra. Lejos de aumentar la
productividad agraria reforzó la aristocracia territorial, la expulsión de los
campesinos y la concentración de la propiedad.
El autor de El Capital también notó cóomo la
burguesía inglesa bloqueaba el surgimiento de manufactureras irlandesas, para
garantizar el predominio de sus exportaciones. Además, los capitalistas se
aprovisionaban de fuerza de trabajo barata para limitar las mejoras de los
asalariados británicos.
Al observar el
saqueo de Irlanda, Marx abandonó su expectativa anterior en la expansión
capitalista. Percibió cómo la acumulación primitiva no es la antesala inmediata
de procesos de industrialización, en un país sometido al despojo (Marx, 1964:
74-80).
A partir de ese momento transformó su simpatía por la resistencia en India y China en un elogio explícito
de la lucha nacional. Enalteció la rebelión de los irlandeses, que retomando
viejas tradiciones comunales obligaron a los británicos a militarizar la isla.
El teórico alemán
participó intensamente en las campañas para lograr la adhesión de los obreros
ingleses a esa lucha. Comprendió la necesidad de contrarrestar la división
promovida por los capitalistas entre los asalariados de ambas naciones. Señaló
que la lucha irlandesa contribuía a reducir esas tensiones y adoptó la famosa
frase de propagada a favor de los resistentes fenianos (“un pueblo que oprime a
otro no puede ser libre”) (Barker, 2010).
Los escritos de 1869-70 ilustran esta
maduración. Marx ya no concibió la independencia de Irlanda como un resultado
de victorias proletarias en Inglaterra. Privilegió una secuencia inversa e incluso
consideró que la eliminación de la opresión nacional era una condición de la
emancipación social. Destacó la estrecha interacción entre ambos procesos y
recordó cómo en el pasado el aplastamiento de Irlanda había contribuido a
frustrar las revoluciones contra la monarquía inglesa (Marx; Engels, 1979).
ESCLAVOS
Y OPRIMIDOS
La nueva concepción
de convergencias entre el proletariado europeo y los desposeídos del resto del
mundo motivó el apoyo de Marx al Norte en la guerra de secesión estadounidense
(1860-65). Adoptó la bandera del abolicionismo frente a la gran presión de los
fabricantes británicos a favor del Sur. Los capitalistas se abastecían del
algodón cosechado por los esclavos y convocaban a los obreros textiles ingleses
a preservar su empleo, evitando toda participación en el conflicto americano.
Marx denunció ese
chantaje y ratificó la necesidad de acciones comunes a ambos lados del
Atlántico, para doblegar la sociedad de los explotadores británicos con los
plantadores sureños.
Esa campaña también
apuntó a contrarrestar la fractura racista dentro de la naciente clase obrera
estadounidense. Los asalariados inmigrantes observaban al esclavo como un
competidor que achataba su salario. Marx promovió pronunciamientos de la I
Internacional para crear vínculos entre los trabajadores blancos y los
oprimidos afro-americanos.
La guerra de secesión se desenvolvía en un país
percibido como una democracia potencial de gran envergadura. Marx consideraba
que la liberación de los esclavos y el aplastamiento de los plantadores aportarían
un ejemplo mayúsculo de logros revolucionarios.
Por eso criticaba
la timidez inicial de Lincoln que rechazaba el armamento de los negros
promovido por las abolicionistas radicales. Estas vacilaciones ponían en
peligro la victoria del Norte, que superaba ampliamente a los confederados en
el plano económico y militar (Marx; Engels, 1973: 27-74, 83-171).
En su nueva etapa Marx celebró los procesos
revulsivos en varias partes del mundo. Nunca dudó de la
primacía europea en el pasaje al futuro socialista, pero subrayó el protagonismo
de otros sujetos. Reivindicó la constitución de las juntas radicales en Cádiz
frente a la invasión napoleónica y retrató con gran simpatía las rebeliones de
las Antillas contra el colonialismo anglo-francés.
Pero lo más
significativo fue su apoyo a México. Denunció la expedición de Maximiliano para
cobrar deudas ocupando el país y apoyó las grandes reformas democráticas
introducidas por Benito Juárez. Con esa definición dejó atrás su
justificación anterior de la apropiación de Texas por
parte de los colonos anglo-americanos (Marx;
Engels, 1972: 217-292).
Marx abandonó su tesis precedente de emancipación externa de la periferia. Ya no
supuso que los cambios en el mundo serían más rápidos que la maduración interna
de las sociedades no europeas. Su
visión del futuro pos-capitalista comenzó a incluir rebeliones en la periferia
convergentes con el proletariado europeo.
DEMOCRACIAS Y COMUNAS
La nueva mirada
enriqueció el enfoque de Marx sobre las batallas democráticas en el Viejo
Continente. Esas luchas incluían demandas de auto-determinación nacional de
pueblos sometidos a las monarquías imperiales de Rusia y Austria.
El teórico
comunista era un activo partícipe de esas confrontaciones y apoyaba las unificaciones
de Alemania e Italia resistidas por las autocracias. Marx auspiciaba la
radicalización socialista de esas luchas. Proclamaba la carencia de patria del
proletariado e imaginaba procesos de convergencia popular que desbordarían las
fronteras. Pero favorecía también las insurrecciones nacionales que debilitaban
al zarismo y a los Habsburgo (Munck, 2010).
Marx
ponía
el foco en quién resiste y cómo se presenta cada
batalla. Razonaba en términos de acción y protagonistas de grandes gestas. Por
eso reivindicaba la resistencia de los húngaros contra los ocupantes austríacos
y la belicosidad de los polacos contra los opresores rusos.
Observaba
especialmente el combate de Polonia como un “termómetro de la revolución
europea”. Ese país había perdido su independencia con la partición entre Rusia,
Prusia y Austria y era epicentro de reiterados levantamientos (1794, 1830,
1843, 1846).
Marx adoptó ese
anhelo nacional como una bandera permanente. No sólo registró la espontánea
solidaridad que suscitaba en todo el continente. También polemizó con las
corrientes anarquistas que descalificaban esa resistencia, tanto por su ligazón
con la nobleza como por su lejanía con las reivindicaciones obreras. Al proclamar
que “Polonia debe ser liberada en Inglaterra”, Marx discutía con un enfoque que
anestesiaba la conciencia internacionalista de los trabajadores (Healy, 2010).
El revolucionario
alemán asignó a la independencia de ese país una gran incidencia en la batalla
contra el zarismo. Como priorizaba la derrota de esa fuerza conservadora tomó
partido contra Rusia en la guerra de Crimea con el Imperio Otomano. Rehuía el
neutralismo y jerarquizaba los triunfos sobre al enemigo principal.
A
partir de lo observado en India, China, Irlanda y México, Marx incorporó una
nueva hipótesis de fuerzas transformadoras al interior del imperio ruso.
Reconsideró el papel de las viejas formas comunales en el agro, que
anteriormente veía como simples rémoras del pasado. Estimó que podían cumplir
un rol progresista y evaluó la posibilidad de un tránsito directo al socialismo
desde esas formaciones colectivas (Marx; Engels, 1980: 21-65).
Su
nueva mirada sobre la periferia influyó en esta aceptación de un salto directo
hacia etapas pos-capitalistas. Marx modificó su rechazo previo a esa eventualidad.
Lo que había descartado en 1844 como una ingenua modalidad de “crudo comunismo”
se convirtió treinta años después en una alternativa factible. Por eso extendió
el estudio de las comunas a otros casos (India, Indonesia, Argelia).
UN NUEVO PARADIGMA
En su primera etapa
Marx resaltó la dinámica objetiva del desarrollo capitalista como un proceso de
absorción de formas precedentes de producción. Resaltó el rol de las fuerzas
productivas como determinantes primordiales del curso de la historia. Por eso supuso
que el capitalismo se desenvolvería incorporando a la periferia al torrente de
la civilización.
En el segundo
período Marx abandonó la idea de un amoldamiento pasivo del mundo colonial al
devenir del capitalismo. Consideró saltos de etapas y señaló fuerzas activas
que en la periferia podían acelerar la introducción del socialismo.
Kohan interpreta
este viraje conceptual como un cambio de paradigma. Una filosofía unilineal
asentada en el comportamiento de las fuerzas productivas fue reemplazada por
una mirada multilineal, que resaltaba el papel transformador de los sujetos. La
revisión de la problemática nacional-colonial precipitó el viraje.
Esta
caracterización contrasta con la tradicional dicotomía entre dos Marx que
introdujo Althusser. Ese enfoque distinguía al joven “humanista”-concentrado en
la problemática filosófica de la alineación- del viejo “científico” absorbido
por la detección de leyes del capitalismo. En el tratamiento de la periferia esa
secuencia se invierte. El pensador debutante del Manifiesto estaba más atento a los procesos objetivos de expansión
capitalista y el autor maduro de El
Capital resaltaba la gravitación subjetiva de la lucha nacional y social
(Kohan, 1998: 228-254).
Kevin Anderson
subraya este mismo itinerario. La rígida cronología de absorción de la
periferia a la modernización del centro fue reemplazada por una mirada de
cursos abiertos y variados de desenvolvimiento histórico.
También estima que
las singularidades de la periferia indujeron a Marx a dejar atrás el estricto
modelo de adaptación de las superestructuras (políticas, ideológicas o
sociales) a los cimientos económicos. El esquema de amoldamiento del contexto
social (relaciones de producción) al crecimiento económico (fuerzas
productivas) fue sustituido por una visión de procesos codeterminados y sin
direccionalidades preestablecidas (Anderson K, 2010: 2-3, 9-10, 237-238, 244-245).
Otros autores
sostienen que este giro de Marx no alteró su modelo inicial (Sutcliffe, 2008). Pero el tenor de los cambios indica modificaciones sustanciales. En
1850 Marx avizoraba al movimiento democrático de China e India como un simple
aliado de los obreros europeos. En 1870 ya observaba la independencia de
Irlanda como un motor de la revolución en Inglaterra. En 1880 fue más lejos y
consideró que Rusia compartía con Europa un lugar clave en el debut del
socialismo.
CONVERGENCIA Y FRACTURAS
La visión
rudimentaria de la periferia que expuso del primer Marx sintonizaba con la
inmadurez de su pensamiento económico. Por eso el Manifiesto avizoraba un vertiginoso proceso de mundialización que se
verificó recién en la centuria posterior.
Junto
a la Miseria de la filosofía y Trabajo asalariado y capital, el Manifiesto se ubicó a mitad de camino en
la elaboración de Marx. Ya había desarrollado su crítica a la propiedad
privada, descubierto la centralidad del trabajo, modificado el análisis
antropológico de la alienación y captado la utilidad de la concepción
materialista de la historia.
Pero no había
superado a Ricardo, ni reformulado la teoría del valor con el concepto de la
plusvalía. Las mismas correcciones cualitativas que introdujo Marx en su visión
de China, Irlanda o Rusia fueron incorporadas a su visión de la economía.
En el Manifiesto exponía analogías entre el
obrero y el esclavo que todavía estaban emparentadas con el “salario de
subsistencia” de Ricardo. No caracterizaba aún el valor de la fuerza de trabajo
como parámetro histórico-social, sujeto al impacto contradictorio de la
acumulación. Aparecían referencias a la “miseria creciente” que serían
sustituidas por enfoques centrados en la declinación relativa del salario. Las
crisis eran presentadas como efectos del sub-consumo, sin integrar la estrechez
del poder adquisitivo al movimiento descendente de la tasa de ganancia (Katz,
1999).
Estas
insuficiencias permiten entender los errores que cometió Marx en sus primeras
caracterizaciones de Asia y América Latina. A medida que perfeccionó sus
investigaciones sobre el capitalismo, sustituyó la presentación de tendencias
genéricas del mercado mundial por análisis específicos de la acumulación a
escala nacional.
En la preparación
de El Capital Marx analizó en detalle
la economía inglesa. Estudió tarifas, salarios, precios, ganancias, tasas de
interés, rentas y pudo observar contraposiciones entre el desarrollo y el
subdesarrollo.
Analizó por ejemplo
los vínculos del atraso irlandés con la expansión industrial británica. Notó
como la equiparación entre economías centrales coexistía con brechas crecientes
con el resto del mundo.
La
época de Marx (1830-70) estuvo signada por la irrupción de varios focos de
acumulación (Europa Occidental, América del Norte, Japón), junto a una segunda
variedad de colonialismo. Por eso hubo proteccionismo
en las economías emergentes y libre-comercio a escala mundial.
En
su segunda etapa el teórico alemán comenzó a percibir variedades de evolución
en la periferia, a partir de las diversidades en curso en el centro. El debut
británico con industrialización -preparado por beneficios comerciales y
agrícolas- fue sucedido por la expansión manufacturera
francesa con gran incidencia de los bancos. Rusia extendió su estructura fabril
con impulso militar preservando la servidumbre y Estados
Unidos siguió un modelo opuesto de puro despegue capitalista.
Cuando
Marx afirma que “el país más desarrollado muestra al siguiente la imagen de su
propio futuro” alude a ese tipo de economías equivalentes. No extiende la igualación a la periferia. Se refiere a una
evolución entre pares o a un tránsito hacia esa equiparación.
En esta etapa de
maduración, Marx no sólo distinguió la industrialización clásica de economías
abiertas (Inglaterra) de la industrialización tardía de estructuras protegidas
(Alemania). También diferenció ese bloque de los países subordinados a los
imperativos del capital extranjero (China).
Esta
caracterización anticipó la fractura posterior entre semiperiferias ascendentes
y periferias relegadas. En el primer bloque sólo se ubicaron las economías
partícipes de la industrialización, que forjaron mercados internos y
absorbieron la revolución agrícola (Bairoch, 1973: cap 1 y 2). Alemania y Estados Unidos
despuntaron además en las narices de Inglaterra y Francia, porque las potencias
coloniales no podían frenar a sus rivales.
La
periferia quedó explícitamente excluida de esas convergencias. El caso irlandés
ilustra cómo las autoridades coloniales gravaban con altos impuestos todas las
actividades manufacturas locales, para garantizar el ingreso de importaciones
inglesas.
Marx
maduró su enfoque y algunos investigadores sostienen que habría distinguido dos
tipos de economías. Las que asimilaban la expansión capitalista desde un
estadio inferior (“atrasadas”) y las que no prosperaban por su sometimiento al
colonialismo (“trasplantadas”) (Galba de Paula, 2014: 101-108, 141-143).
CAUSAS EXÒGENAS Y ENDÓGENAS
Marx captó que el
capitalismo genera segmentaciones entre el centro y la periferia, pero no
definió las causas de esa polarización. Sugirió varios determinantes exógenos
en su crítica al colonialismo y puntualizó causas endógenas en su análisis de
las estructuras pre-capitalistas. Pero no precisó cuál de esos componentes
incidió más en la fractura global. Sólo observó la ampliación de esa brecha en
el origen y en la formación del capitalismo.
El teórico alemán
evaluó el primer impacto en su estudio del pillaje perpetrado durante la
acumulación primitiva. Describió las transferencias de recursos consumadas para
gestar el acervo inicial de dinero requerido por el sistema. Retrató cómo los
metales sustraídos de las colonias cimentaron el debut del capitalismo europeo.
Esta línea de análisis fue continuada con los estudios de la
desindustrialización forzosa de Irlanda y las confiscaciones padecidas por
China o India (Marx, 1973: 607-650).
Marx también
describió ampliaciones de la brecha centro-periferia bajo el capitalismo ya formado.
Sus observaciones sobre el intercambio desigual ilustran ese tratamiento.
Afirmó que en el mercado mundial el trabajo más productivo percibe una
remuneración superior al más retrasado, reforzando la supremacía de las
economías que operan con técnicas avanzadas (Marx, 1973: cap 20).
Pero en otros
comentarios igualmente numerosos Marx atribuyó el retraso de la periferia a la
incidencia de rémoras pre-capitalistas, que impiden la masificación del trabajo
asalariado, renuevan la servidumbre o amplían la esclavitud.
Señaló que estas
formas arcaicas de explotación se recreaban para satisfacer la demanda
internacional de materias primas, incrementando las rentas acaparadas por
latifundistas, hacendados o plantadores de África, Asia y América Latina.
Marx no definió la
primacía del origen colonial-exógeno o rentista-endógeno del subdesarrollo.
Sólo pareció indicar una gravitación cambiante en distintos momentos del
capitalismo.
Numerosos
historiadores marxistas y sistémicos han enfatizado uno u otro componente. Los
exogenistas ilustran cómo Europa se nutrió de la “des-acumulación primitiva”
impuesta a América y del holocausto esclavista generado en África (Amin, 2001:
15-29).
Subrayan que el
colonialismo logró separar a Europa de sociedades
que habían alcanzado un nivel semejante de desarrollo (Medio Oriente, Norte de
África, Meso-América) y otorgó a Gran Bretaña una primacía sobre sus
competidores. Sostienen que en condiciones agrícolas, estatales e industriales
equiparables, Inglaterra tomó la delantera por sus ventajas de ultramar (Wallerstein,
1984: 102-174; Blaut, 1994).
Por el contrario, los
teóricos endogenistas explican el subdesarrollo de la periferia por la ausencia
de transformaciones agrarias. Estiman que el despojo colonial no fue relevante
para la consolidación del capitalismo central. Consideran que las potencias
marítimas perdieron peso en ese despegue (Portugal, España,
Francia, Holanda), que el vencedor ingresó tarde a esa carrera (Inglaterra) y
que varios contendientes exitosos eludieron las batallas externas (Bélgica,
Suiza, Alemania, Escandinavia, Austria, Italia)
(O´Brien, 2007).
También recuerdan
que Europa se desenvolvió aprovechando su auto-suficiencia en materias primas y
consideran que el colonialismo tuvo efectos adversos sobre el espíritu
empresario. Atribuyen las ventajas de Inglaterra a un modelo tripartito de
revolución agraria (propietarios, arrendatarios y asalariados), que preparó el despegue fabril con expansión
demográfica e industrias en el campo (Bairoch, 1999: 87-137; Wood, 2002:
94-102).
Pero el enfoque de
Marx también inspiró posturas intermedias, que ilustran cómo el colonialismo
incidió más en el origen que en la consolidación del capitalismo.
Afirman que la gravitación inicial de los recursos sustraídos de las colonias
fue posteriormente reemplazada por la supremacía de plus-ganancias, derivadas de procesos internos de acumulación. Esta hipótesis es congruente con la cambiante primacía de determinantes
internos y externos que sugirió el autor de El
Capital (Mandel, 1978: cap 2).
INTEPRETACIONES
LIBERALES
Los autores
liberales ignoran las dos visiones de Marx del problema nacional-colonial. Sólo
registran el primer período, resaltan sus caracterizaciones de India y omiten
el viraje de Irlanda. Con ese recorte ubican al teórico del socialismo en la
tradición “difusionista” que pondera el progreso y la expansión capitalista.
Warren
fue el principal exponente de esa visión, que otorga al enfoque inicial del Manifiesto un status de teoría del
desarrollo. Afirmó que Marx reivindicó el colonialismo
británico en Asia por su labor disolvente de la vida vegetativa. También
interpreta que ponderó los logros económicos de la colonización occidental,
comparando esos avances con las situaciones previas de la periferia (Warren,
1980: 1-2, 9, 27-30).
Pero Marx nunca expuso esas exaltaciones del imperio y tampoco recurrió a
contrapuntos históricos lineales. Lo que debe contrastarse es el efecto de la
expansión capitalista en Europa y las colonias y explicar por qué razón generó
acumulación en un polo y des-acumulación en el otro. Los liberales simplemente
desconocen esa fractura.
Estiman que Marx evitó calificaciones morales, rehuyó el
romanticismo y valoró el individualismo. Consideran que aplaudió especialmente
la cultura humanista de la modernización industrial (Warren, 1980: 7-18).
Pero
toda la obra del pensador alemán fue una denuncia y
no un elogio del capitalismo. Sus aterradoras descripciones de
la acumulación primitiva, del trabajo infantil y de la explotación fabril ilustran
ese rechazo. Incluso la contemporización inicial con el personalismo
burgués se diluyó en la reivindicación posterior de la comuna. Las mejoras sociales que los liberales asignan al capitalismo eran vistas
por Marx como resultados de la resistencia obrera.
Es
absurdo afirmar que el teórico comunista avaló los crímenes cometidos por
Inglaterra, para facilitar la implantación del capitalismo en las sociedades no europeas (Warren, 1980: 39-44,116). Si Marx hubiera
sido un Cecil Rhodes insensible a los sufrimientos coloniales, no habría
promovido campañas de solidaridad con las víctimas del despojo imperial.
Otros
autores fascinados por el mercado coinciden en la presentación del teórico
alemán como un entusiasta promotor de la ocupación británica de la India.
Consideran que ese aval era congruente con la instalación de un modo de producción más avanzado (Sebreli, 1992: 324-327).
Pero ese
razonamiento positivista olvida los sufrimientos humanos que Marx registraba
con mucha atención. Estaba comprometido con la lucha popular y no era
indiferente a las dramáticas consecuencias sociales del desarrollo capitalista.
Los liberales colocan
en boca de Marx su fanática exaltación de la burguesía. Afirman que el revolucionario
alemán presentó el advenimiento de esa clase social como un acontecimiento de
conveniencia mayúscula para toda la sociedad (Sebreli, 1992: 24).
Pero incluso en su
primera etapa Marx subrayaba el otro costado de ese proceso: la aparición de un
proletariado que debía sepultar a la burguesía para permitir la erradicación de
la explotación.
Sebreli desconecta
las observaciones de Marx sobre la cuestión colonial de ese fundamento
anticapitalista. Por eso ignora cómo la indignación social motivaba las investigaciones
del autor de El Capital. Esa actitud
lo distinguía de sus contemporáneos y explica su rechazo a las intervenciones
imperiales.
Marx también objetó
en su madurez las ilusiones en el libre comercio. Por eso, en lugar de promover
la internacionalización de los mercados, auspició la asociación cooperativa de
los pueblos.
VARIANTES DEL EUROCENTRISMO
Algunos autores nacionalistas coinciden con
sus adversarios liberales en la presentación de Marx como un apologista del
capitalismo occidental y objetan esta postura en términos virulentos. Afirman
que esa actitud lo indujo a “despreciar a los pueblos no occidentales” y a
justificar el uso de la violencia para su sometimiento (Chavolla, 2005: 13-14, 255-261).
Con esa caracterización
invierten la realidad. Un furibundo oponente del capitalismo es mostrado como
adalid del status quo y su
internacionalismo es identificado con la sumisión a la Reina Victoria.
Este enfoque presenta los escritos
pre-Irlanda como prueba de sintonía con el colonialismo y atribuye esa postura al extremo eurocentrismo del teórico alemán (Chavolla,
2005: 16, 265-269).
Pero
Marx estaba en la trinchera opuesta de personajes imperiales como Kipling. Era
un pensador de la emancipación con proyectos comunistas contrarios a la
opresión imperial. La errónea expectativa cosmopolita juvenil expresaba esa esperanza humanista de rápida gestación de un mundo sin explotadores.
No tiene sentido ubicar este enfoque en el casillero del eurocentrismo imperial.
Otros autores
consideran que Marx desconoció la opresión de la periferia por su
“reduccionismo de clase”. Suponen que indagó exclusivamente las
tensiones sociales en desmedro de la sujeción nacional y racial (Lvovich,
1997).
Pero
olvidan que el segundo Marx jerarquizó las relaciones de clase, incorporando la
raza, la
nacionalidad y la etnicidad a un cuestionamiento simultáneo de la explotación y
la dominación. Esta síntesis explica su defensa de Irlanda y Polonia y su
compromiso con la causa anti-esclavista en la guerra estadounidense.
El eurocentrismo
despectivo que los nacionalistas atribuyen a Marx es totalmente imaginario. Pero
se puede considerar otra acepción del concepto, como sinónimo de atadura a un
modelo de repetición universal de los valores forjados en el Viejo Continente.
En este segundo enfoque
se presupone que Europa ofreció el rostro del futuro, al desarrollar la
civilización superior que heredó de la Antigüedad clásica. Esta concepción influyó
en el perfil positivista que adoptaron las ciencias sociales tradicionales (Wallerstein,
2004: cap 23).
¿Esta caracterización más benévola de eurocentrismo se
aplica al Marx del Manifiesto? La
respuesta es negativa, si se recuerda que el deslumbramiento con Europa incluye
al capitalismo forjado en esa región. Marx fue el principal crítico del sistema
que los europeizantes idolatran.
Esas miradas también universalizan cierto desarrollo
particular resaltando la intrínseca supremacía de Europa sobre otras culturas. Por
el contrario, el socialismo que promovía por Marx apuntaba a forjar desarrollos
igualitarios y cooperativos entre todos los pueblos del mundo.
Ciertamente el autor de El Capital era alemán, vivió en Europa y estaba imbuido de la
cultura occidental, pero desenvolvió una teoría que desbordaba ese origen. A
diferencia de muchos pensadores, no razonaba contraponiendo las virtudes de
cierta civilización sobre otra. Explicaba la lógica general de la evolución
social en función de contradicciones económicas (fuerzas productivas) y
sociales (lucha de clases).
El
eurocentrismo es un término utilizado también por varios autores
marxistas, para caracterizar un defecto teórico del primer Marx. En este caso
la calificación no implica rechazo. Señala un error de la concepción inicial,
que otorgaba protagonismo absoluto al proletariado europeo en la emancipación
de todos los oprimidos.
La
misma denominación de eurocentrismo ha sido utilizada en sentidos muy
contrapuestos para evaluar la trayectoria de Marx. Su identificación con
desaciertos juveniles difiere de la asimilación con el colonialismo. Esta
última acepción es inadmisible.
“LOS PUEBLOS SIN HISTORIA”
Las alusiones de
Engels a los “pueblos sin historia” son vistas por los críticos nacionalistas
como otra confirmación de la desconsideración marxista por la periferia. Ese
enfoque trataría a todas las fuerzas externas al proletariado occidental como
masas irrelevantes e inmóviles (Chavolla, 2005: 188, 255-269).
Es cierto que
Engels recurrió a esa controvertida noción para referirse a conglomerados
incapaces de encarar su auto-emancipación. Recogió una categoría que Hegel
utilizaba para caracterizar a los pueblos sin atributos suficientes para forjar
estructuras nacionales.
Marx
no aplicó ese concepto. Pero utilizó denominaciones virulentas contra los
eslavos del sur, en su apasionada batalla política contra las autocracias
imperiales. Como el zar y los Habsburgo habían logrado sumar a esos pueblos a
sus campañas contrarrevolucionarias, su reacción incluyó el rechazo de los
derechos nacionales de esos grupos (Lowy; Traverso, 1990).
El militante
socialista suponía, además, que muchas demandas de ese tipo no llegarían a concretarse. Estimaba
que las naciones pequeñas serían absorbidas por vertiginosos torrentes de
transformaciones internacionales, antes de alcanzar el umbral requerido para forjar
sus propios estados.
Marx apostaba a una emancipación externa
de muchos pueblos sin nítida definición nacional. Creía que el derrumbe de los
regímenes monárquicos conduciría a ese desenlace. En su etapa inicial, Marx no
reconocía la existencia de fuerzas históricas
significativas para constituir estados diferenciados, en distintas partes de Asia y Europa
Oriental.
No
cabe duda que la tesis de los “pueblos sin historia” era desacertada y fue
refutada en forma contundente por teóricos marxistas. Esa crítica demostró cómo
se transformaban alineamientos políticos de un período en datos invariables de
trayectoria nacional. Si el imperio ruso había logrado cooptar a los campesinos
ucranianos, rumanos, eslovacos, serbios o croatas era por la opresión que sufrían
por parte de la nobleza polaca y húngara.
Esa situación
tripolar se verificó en numerosas ocasiones. Pueblos sojuzgados por opresores
intermedios fueron empujados a jugar un rol reaccionario. Pero lo ocurrido con
los irlandeses ilustró el carácter histórico variable de esos alineamientos.
Cumplieron un rol contrarrevolucionario durante la era de Cromwell y luego
encabezaron la lucha nacional (Rosdolsky, 1981).
En
su segunda etapa Marx se alejó de cualquier variante de los “pueblos sin
historia”. Algunos autores estiman que también Engels revaluó ese controvertido
concepto en su caracterización de las guerras campesinas de Alemania (Harman,
1992).
Es igualmente falso
presentar este problema como una prueba del eurocentrismo pro-colonial de Marx.
Las naciones que el teórico alemán reivindicó de entrada (polacos, húngaros),
que rechazó al inicio (eslavos del sur) o que descartó primero y luego aprobó
(irlandeses) eran todas europeos. Si su criterio de discriminación para
ingresar en la historia fuera la pertenencia al Viejo Continente no hubiera
utilizado esas distinciones.
Los críticos afirman que
sostuvo a los polacos y a los irlandeses, pero despreció a los eslavos del sur,
escandinavos, mexicanos, chinos y norteafricanos (Nimni, 1989).
Pero este argumento geográfico es inconsistente. Los pueblos descalificados
no se localizan sólo en Asia, África o América Latina, sino también en Europa.
Se podría quizás precisar que el pecado
euro-centrista se ubica en la fascinación con Europa Occidental. Pero Marx
desconoció al principio la pujanza revolucionaria de un país de esa región
(Irlanda) y realzó la gravitación de otro de la zona oriental (Polonia).
Los
objetores sugieren también que el eurocentrismo contiene principalmente una dimensión cultural
de idolatría a Occidente. Estiman que por esta razón Marx se involucró en el
conflicto extra-europeo de la guerra de secesión norteamericana.
Pero aquí no perciben lo obvio. Los
confederados tenían mayor aproximación a Europa y Marx sostuvo a los yanquis, que
luchaban por la liberación de esclavos de origen africano. No se guiaba por
criterios de ascendencia, sino por objetivos de emancipación social.
NACIONES Y NACIONALISMO
Los críticos consideran
que la tesis de los “pueblos sin historia” es una aberración derivada de
caracterizar a la nación en términos puramente objetivos. Estiman que Marx
cometió ese desacierto por reconocer sólo a las comunidades que tienden a
forjar estados tradicionales, descartando los casos restantes (Chavolla,
2005: 117, 153-155).
El criterio atribuido
al teórico alemán era muy corriente en el siglo XIX, cuando la formación del
estado liberal presuponía ciertas condiciones de mercado, territorio, cohesión
histórica y lengua. Fue la concepción adoptada también por las vertientes del
marxismo que tipificaron a la nación a partir de sus componentes económicos,
idiomáticos y territoriales (Kautsky), con agregados psicológicos o culturales
(Stalin).
Pero
la visión de Marx no encaja en ese esquema, puesto que jerarquizaba la acción
política como elemento definitorio de la conformación nacional. Se guiaba más
por el proceso de lucha que por consideraciones a priori. Por eso avaló el reclamo de los irlandeses y no de los
galeses absorbidos por Gran Bretaña o los bretones incorporados al estado francés.
Los objetores desconocen
esta actitud y le achacan a Marx un razonamiento dogmático. Pero su
comportamiento era exactamente inverso, como lo prueba el sostén a una nación
como Polonia, que no reunía las condiciones de mercado o territorio requeridas
para conformar un estado.
Los rígidos
criterios atribuidos a Marx fueron elaborados por sucesores objetivistas, que
desechaban la centralidad de los sujetos. Esa postura les impidió reconocer la
gran variedad de configuraciones nacionales. En polémica con ese enfoque, una
corriente subjetivista (austromarxistas) definió a la nación como una “comunidad
de carácter”, asociada a la cultura y a la experiencia común (Lowy, 1998: 49-54).
Marx brindó pistas
para combinar ambos planteos y realzando tanto las identidades como las determinaciones
objetivas. Sugirió que los entrelazamientos económicos, idiomáticos o
geográficos dan lugar a una memoria de pasado común.
Pero los
cuestionadores desconocen esos aportes y observan en Marx una “subvaloración del
nacionalismo”. Consideran que cometió ese error por subordinar la lucha contra la opresión
nacional a consideraciones de clase (Chavolla, 2005: 95).
Con esta crítica se
postula de hecho una jerarquía inversa, omitiendo la continuidad de la explotación
y la desigualdad bajo cualquier estado nacional. En cambio, Marx promovía el
socialismo para erradicar esos padecimientos.
Los objetores desconectan
al teórico alemán de su tiempo (Saludjian;
Dias Carcanholo, 2013). Suponen
que ignoraba la legitimidad de nacionalismos, que en realidad recién despuntaban.
A mitad del siglo XIX los estados se encontraban en plena formación, superando
las soberanías fragmentadas y las fronteras porosas de las dinastías feudales.
El modelo clásico
francés (o inglés) de gestación de la nación a partir del estado se había
consolidado mediante la delimitación de territorios, la administración de las leyes,
la identificación de la lealtad con la patria y la construcción de un sistema
escolar que inculcaba el apego a la bandera.
Pero el esquema
opuesto alemán (o italiano) de pasaje de la nación hacia el estado desde
culturas e idiomas previos recién germinaba. El nacionalismo como ideología que
enaltece obligaciones público- militares de
la ciudadanía aún no había emergido.
Marx no desvalorizó el nacionalismo puesto que actuaba en un escenario
previo al desarrollo de esa doctrina. En ese contexto tuvo el mérito de sugerir la
distinción entre vertientes progresivas (Irlanda, Polonia) y regresivas (Rusia,
Inglaterra) de los planteos nacionales. Estableció esa diferencia en función
del papel que jugaban en la aceleración o retraso del objetivo socialista (Hobsbawm,
1983).
Marx dilucidaba
posturas con esa brújula. Por un lado realzaba las metas internacionalistas comunes
de los trabajadores, rechazaba la supremacía de una nación sobre otra, combatía
las rivalidades entre países y no aceptaba la existencia de pueblos virtuosos.
Por otra parte valoraba las resistencias nacionales contra la opresión
imperial, como un paso hacia el futuro pos-capitalista.
Marx sentó las
bases para evaluar los nacionalismos y definir a la nación con criterios
objetivo-subjetivos. Su mirada se contrapuso a los enfoques románticos que retoman
mitos históricos, étnicos o religiosos para enaltecer a distintos países. Esa
exaltación suele eludir la corroboración de los fundamentos que expone.
El nacionalismo
imagina orígenes remotos y continuados de cada identidad nacional,
desconociendo la enorme mutación de las comunidades que se entremezclaron en cada
territorio. Recurre a supuestos
de cohesión étnica que chocan con gran variedad de ascendencias generadas por los
ciclos poblacionales. Supone que la religión facilitó la
constitución de ciertas naciones, olvidando que las estructuras eclesiásticas
transnacionales también obstruyeron esa gestación (Hobsbawm, 2000: cap 2).
Desconocen, además,
que la lengua no aportó un vínculo definitorio de la nación. Una variedad
enorme de idiomas convivieron, se diluyeron o se reinventaron a la hora de
estandarizar la actividad estatal en torno a un léxico predominante. De 8000
lenguas sólo emergieron 2000 estados (Gellner, 1991: cap
4; Anderson, B, 1993: cap 7).
Marx no desvalorizó
a las naciones, sino que contribuyó a desmitificar las creencias de su origen
milenario, único o superior. Aportó los pilares para desmontar las fantasías
que transmite el nacionalismo. Su cosmopolitismo inicial lo alejó de esas mitologías y su sensibilidad
revolucionaria le permitió captar la legitimidad de las luchas nacionales
contra el colonialismo.
ESTADO Y PROGRESO
Los
críticos nacionalistas objetan también la mirada de Marx sobre el estado.
Consideran que idealizó las formas burguesas convencionales, en desmedro de otras
modalidades étnico-culturales
surgidas de confluencias populares (Nimni, 1989).
Este
cuestionamiento es bastante extraño, si se recuerda que Marx era un teórico
comunista que promovía la disolución de todos los estados, a medida que se
extinguieran los antagonismos de clase. No es muy sensato atribuirle
fascinación por las vertientes tradicionales del estado.
Esa
institución es enaltecida por nacionalistas, que observan al estado como un ámbito
natural para alcanzar el bienestar de comunidades multiclasistas. Marx
rechazaba esa forma de perpetuar la explotación y sólo ponderaba el surgimiento
transitorio de los estados forjados en la lucha contra la autocracia.
El luchador
socialista promovía la acción por abajo y no la institucionalización por arriba.
Auspiciaba lo contrario de lo supuesto por sus críticos. La imagen de un Marx
estatista que desvaloriza las construcciones populares carece de sentido.
El
teórico no sabía cuán importante resultaría la existencia de estados nacionales
autónomos en la determinación del lugar ocupado por cada país en la jerarquía
mundial. Ese dato se clarificó con posterioridad a su fallecimiento. Pero su
defensa de esa soberanía anticipó un rasgo clave de la relación
centro-periferia. Las comunidades que no conquistaron la independencia política
sufrieron más duramente las consecuencias del subdesarrollo. Los contrastes
entre Japón y la India o entre Alemania y Polonia ilustran esa bifurcación.
Los
objetores no valoran las intuiciones del pensador socialista y le atribuyen una
“teoría del progreso”, que condena a las naciones atrasadas a seguir la senda
de los avanzados (Nimni, 1989).
Ese retrato podría
encajar en los socialdemócratas de la II Internacional, pero no cuadra con el
segundo Marx. En esa etapa no se verifica ningún rasgo de la visión teleológica
de la historia, que los críticos asignan a su familiaridad con Hegel.
El autor de El Capital no supuso que el
desenvolvimiento de la humanidad seguía un curso predeterminado y ajeno a la
voluntad de los sujetos. Estimaba que en ciertas condiciones -que
acotan el margen de la intervención humana- los individuos agrupados en clases
sociales son activos constructores de su futuro. Esta visión quedó plasmada en
el modelo multilineal de alternativas variadas.
Pero incluso el
primer razonamiento unilineal era muy distinto al esquema de cuatro estadios
sucesivos de Adam Smith. Marx no postuló transiciones automáticas o inevitables
de modos de subsistencia primitivos a la fase comercial, ni compartió la
mitología del progreso (Davidson, 2006).
Su evolución
teórica fue antagónica con el retrato
positivista que transmiten los críticos. Percibió que el capitalismo no se expande universalizando formas avanzadas,
sino amalgamando desenvolvimientos con modalidades retrógradas (Rao, 2010).
Los estudios finales sobre Rusia ilustran hasta qué
punto Marx se aproximó a ideas de desarrollo
desigual y saltos de etapas históricas. Esas hipótesis se ubican en las
antípodas del fatalismo objetivista (Di Meglio; Masina, 2013).
Los objetores no
captan la flexibilidad de un razonamiento fundado en expectativas socialistas. Olvidan
que las teorías del progreso presuponen una eternidad del capitalismo más
próxima a las concepciones nacionalistas que al pensamiento de Marx.
LEGADOS
En su trayectoria
analítica desde la India hasta Irlanda Marx sentó las bases para explicar cómo
el capitalismo genera subdesarrollo. Este es el principal aporte de sus textos
sobre la periferia. No formuló una teoría del colonialismo, ni expuso una tesis
de la relación centro-periferia, pero dejó una semilla de observaciones sobre
la polarización global y la recreación del atraso..
Los
señalamientos de Marx sobre el impacto positivo de las luchas nacionales sobre
la conciencia de los obreros del centro aportaron cimientos al antiimperialismo
contemporáneo. Indicaron la contraposición entre potencias opresoras y naciones
oprimidas y enunciaron un principio de convergencia entre la lucha nacional y
social.
Esos planteos
inspiraron estrategias posteriores de alianzas entre obreros del centro y
desposeídos de la periferia. También anticiparon el creciente protagonismo de
los pueblos extra-europeos en la batalla contra el capitalismo.
Los escritos de
Marx sobre la periferia no fueron obras menores, ni simples descripciones o
comentarios periodísticos. Contribuyeron a su análisis del capitalismo central y
motivaron cambios metodológicos de gran envergadura.
A principios del
siglo XX sus trabajos inspiraron tres aportes claves a la teoría del subdesarrollo.
Estas miradas de Lenin, Luxemburg y Trotsky requieren otro análisis, que
desarrollaremos en nuestro próximo texto.
6-3-2016.
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[1] Economista, investigador del CONICET, profesor de la
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