26/4/16

EL SUBDESARROLLO EN LOS MARXISTAS CLÁSICOS (Claudio Katz)

                                                                                                                                                                                            
                                    
                                                                                              Claudio Katz[1]

RESUMEN

En un escenario de guerras y polarización económica, Lenin, Luxemburg y Trotsky introdujeron nuevos conceptos para comprender la relación centro-periferia. Polemizaron con las justificaciones del colonialismo y discutieron derechos de auto-determinación nacional que anticiparon el antiimperialismo contemporáneo.
Lenin atribuyó la fractura entre países avanzados y retrasados al desarrollo desigual y esclareció las causas endógenas y exógenas de esa brecha. Inscribió el subdesarrollo en una teoría del imperialismo referida al contexto bélico de su época. Ese condicionamiento es olvidado por muchos intérpretes.
Luxemburg demostró la necesidad de la periferia para el centro y retrató obstrucciones estructurales al desenvolvimiento de las economías atrasadas. Los teóricos de la acumulación por desposesión retoman su enfoque y debaten la relación entre la depredación y la acumulación corriente.
Trotsky añadió una teoría del desarrollo desigual y combinado para ilustrar las nuevas mixtura de atraso y modernidad. Superó simplificaciones y refutó mitos de universalización del desarrollo europeo. Su concepto tenía propósitos socialistas, es ajeno al catch up y no sería aplicable a sociedades pre-capitalistas.



Lenin, Luxemburg y Trotsky actuaron en un escenario de crisis, guerras y revoluciones. A principios del siglo XX las grandes potencias rivalizaban por conquistar territorios y asegurar la provisión de materias primas. Colocaban excedentes en mercados que operaban a escala mundial, mientras el comercio crecía más rápido que la producción y la modernización del transporte enlazaba todos los rincones del planeta[2].
Inglaterra podía neutralizar a su viejo rival francés, pero confrontaba con el nuevo competidor alemán y soportaba la creciente pérdida de posiciones frente a Estados Unidos. Los grandes litigios involucraban a la agresiva potencia nipona y a los declinantes imperios otomano, austro-húngaro y ruso. Aumentaban los conflictos en las regiones disputadas y los recursos comprometidos en las contiendas superaban todo lo conocido.
Los contrincantes propagaban la ideología imperial. Ponderaban las incursiones armadas, las masacres de nativos y la apropiación de tierras. Presentaban la instalación de colonos y la denigración racial como actos normales de civilización. Silenciaban, además, las tradiciones humanistas forjadas en el rechazo a la esclavitud.
En los años que precedieron al estallido de la primera guerra mundial, las metrópolis sometieron a las economías subdesarrolladas a sus prioridades de acumulación. Impusieron el predominio de sus manufacturas, aprovechando el abaratamiento de los medios de comunicación y la elevada rentabilidad de la inversión foránea. En una economía internacional más entrelazada y polarizada, la brecha entre países avanzados y retrasados se ensanchó abruptamente.
Los tres líderes del marxismo revolucionario se desenvolvían en partidos socialistas de dos países involucrados en las confrontaciones imperiales. El capitalismo germano había llegado tarde al reparto colonial y necesitaba mercados para continuar su crecimiento industrial. La vieja nobleza gestionaba con la nueva burguesía un sistema autocrático erosionado por grandes conquistas sociales.
            El imperio zarista afrontaba contradicciones equivalentes. Combinaba pujanza industrial con subdesarrollo agrario y expansión fronteriza con subordinación a las principales potencias. La monarquía tambaleaba frente a la efervescencia revolucionaria de los obreros, campesinos e intelectuales.

                        JUSTIFICACIONES DEL COLONIALISMO

Luxemburg lideraba la izquierda del socialismo alemán en disputa con la derecha (Bernstein) y el centro (Kautsky). El sector más conservador consideraba que el capitalismo era perfectible, a través de mejoras logradas con mayor representación parlamentaria. Enaltecía el libre comercio y avalaba la expansión externa (Bernstein, 1982: 95-127, 142-183).
Esta vertiente propiciaba la integración de los pueblos subdesarrollados a la civilización occidental y resaltaba las ventajas del colonialismo para “educar a las culturas inferiores”. Algunos dirigentes (Van Kol) justificaban la tutela de los nativos señalando que “los débiles e ignorantes no podían auto-gobernarse”. Otros (David) promovían una “política colonial socialista”.
Estas posturas tenían severas consecuencias políticas. Frente a las masacres imperiales en Turquía, Bernstein convalidó el “enjuiciamiento de los salvajes para hacer valer los derechos de la civilización”. También aprobó los crímenes de Inglaterra en la India y su colega Vandervelde exigió la anexión del Congo a Bélgica (Kohan, 2011: 303-309).
La derecha socialdemócrata estimaba que el progreso social se alcanzaba en cada país, cuando los obreros conquistaban la ciudadanía. Para aplicar este principio reintrodujo el nacionalismo en contraposición a las tradiciones cosmopolitas de la I Internacional.
Bernstein postuló una distinción entre nacionalismo sociológico de las zonas civilizadas y nacionalismo étnico de las colonias. Ponderó la primera variante y rechazó las demandas de soberanía del segundo grupo, retomando las teorías de los “pueblos sin historia”.
Esta erosión del internacionalismo tuvo además un sustento social, en los cambios registrados al interior de la II Internacional. Los nuevos trabajadores llegados de las provincias eran más permeables a la propaganda nacionalista que el viejo artesanado migrante.
            Las corrientes socialistas del centro rechazaron inicialmente esos planteos. Objetaban las atrocidades del colonialismo, denunciaron el militarismo y refutaron las tesis aristocráticas de superioridad de un pueblo sobre otro. Pero con el paso del tiempo morigeraron esos cuestionamientos y desenvolvieron una concepción intermedia de crítica y aceptación del colonialismo (Kautsky, 2011a).
Kautsky subrayaba las ventajas de sustituir la política imperial por estrategias de convivencia. Instaba a las clases dominantes a observar los efectos económicos negativos del expansionismo y proponía otro rumbo de negocios para la acumulación de capital. Con este mensaje divorciaba la política colonial de su fundamento competitivo e imaginaba formas de capitalismo ajenas a la rivalidad por el lucro (Kautsky, 2011b). 
            El líder del centro postulaba la existencia de modalidades regresivas y benévolas de imperialismo y diferenciaba las formas coloniales negativas de sus vertientes aceptables. Denunciaba la ineficiencia y corrupción de Inglaterra y Alemania en sus posesiones africanas, pero ponderaba la colonización moderna en las áreas de clima templado (Estados Unidos, Australia). Olvidaba que esas vertientes se consumaron mediante el genocidio de la población local (Howard; King, 1989: 67-68, 92-103).
Kaustky auspiciaba formas de colaboración entre dominadores y dominados. Propiciaba la ayuda de los países centrales a las colonias. Por eso interpretó primero que la pertenencia de la India al universo británico favorecía a ambas naciones (1882). Luego aceptó la lucha del primer país por su soberanía, pero sin apoyar esa resistencia.
Al igual que el primer Marx suponía que la emancipación de las colonias sería un resultado de avances socialistas en el centro. Pero concebía esa meta como un devenir evolutivo y descartaba la participación de la periferia en ese proceso. Ese naturalismo objetivista tuvo dramáticas consecuencias en 1914-17 (Kautsky, 1978).

LA POSTURA REVOLUCIONARIA

Luxemburg coincidió inicialmente con Kautsky en las críticas al paternalismo colonial, pero reivindicó la resistencia popular en las colonias y convocó al apoyo activo de las rebeliones en Persia, India y África (Luxemburg, 2011).
Trotsky y Lenin compartieron esa actitud. Retomaron el legado del segundo Marx, retrataron el efecto devastador del colonialismo y recalcaron la doble función de la lucha anti-imperial. Señalaron que esa resistencia confrontaba con el enemigo principal y fomentaba la conciencia socialista de los trabajadores metropolitanos.
La izquierda objetaba, además, la idealización del libre-comercio frente al avance del proteccionismo y rechazaba la primacía otorgada a los parámetros del derecho para evaluar la política exterior. Subrayaba los intereses en juego de los capitalistas (Day; Gaido, 2011).
La ruptura se desencadenó con el estallido de la primera guerra mundial. La derecha se sumó a la contienda imperial y el centro convalidó esa capitulación. El viejo argumento de defender el proceso democrático germano frente al acoso exterior era insostenible. Alemania ya actuaba como potencia y exhibía abiertamente sus ambiciones coloniales.
Kautsky intentó evitar el conflicto con gestiones de desarme y prédicas a favor de las inversiones afectadas por la guerra. Cuando sus argumentos fueron desoídos se resignó a convalidar el conflicto.
La crítica de Luxemburg fue fulminante. Durante años había subrayado la ingenuidad de las tesis pacifistas frente a la evidencia de una próxima guerra (Luxemburg, 2008:258-265). Lenin adoptó la misma actitud. Reconocía la asociación internacional entre burguesías y el carácter pernicioso del negocio bélico que describía Kautsky. Pero rechazaba las ilusiones en la distención ante la inminente conflagración.
También Trotsky coincidía con ese diagnóstico. Estimaba que la estrechez de las economías nacionales en un capitalismo mundializado conducía al desemboque bélico.
            La guerra inter-imperialista precipitó una división entre revolucionarios y reformistas que se consolidó con la revolución rusa. Este acontecimiento trastocó el universo de los socialistas.
Durante años los marxistas habían discutido la forma que adoptaría la democratización pos-zarista. La corriente afín a Bernstein (Tugan, Bulgakov) promovía reformas liberales complementadas con demandas económico-sindicales de los trabajadores.
            La vertiente próxima a Kautsky (Plejanov, mencheviques) proponía alianzas con la burguesía para desarrollar el capitalismo. Presentaba esa maduración de las fuerzas productivas como una condición para cualquier evolución ulterior. Suponía que los sujetos sociales se adaptarían pasivamente a esas exigencias de la economía.
            Por el contrario, Lenin auspiciaba el jacobinismo agrario mediante la nacionalización de la propiedad de la tierra, para sumar a los campesinos a una revolución democrática encabezada por los obreros. Imaginaba un proceso político radical, mientras emergían las condiciones para un avance hacia el socialismo (Lenin, 1973: 20-99).
Trotsky compartía esta actitud, pero en la revolución de1905 notó el gran protagonismo del proletariado y sus nuevos organismos (soviets). Estimó que esa preeminencia bloqueaba todos los espacios para la expansión del capitalismo (Trotsky, 1975).
            Cuando el zarismo finalmente colapsó en plena guerra mundial y los soviets reaparecieron, Lenin radicalizó su enfoque, convergió con Trotsky y lideró la revolución bolchevique. Con algunas objeciones tácticas, Luxemburg se sumó a una gesta que derivó en la creación de los partidos comunistas y la III Internacional.
El debut del socialismo fuera de Europa Occidental alteró las teorías de paternalismo colonial, protagonismo de los países desarrollados y subordinación de las regiones atrasadas a los ritmos de Occidente. El nuevo modelo revolucionario replanteó todos los supuestos de la relación centro-periferia.

DERECHOS DE AUTO-DETERMINACIÓN

En la época de Lenin la soberanía era la principal demanda política de las naciones periféricas. En Europa Oriental chocaba con el zarismo (que había forjado una cárcel de pueblos fronterizos) y con el imperio austrohúngaro, que albergaba una compleja variedad de naciones dominantes, intermedias y sojuzgadas (alemanes, húngaros, ucranianos). Frente a los estados ya constituidos de Europa Occidental, crecía la exigencia de crear también en el Oeste esos organismos.
Pero ese anhelo coexistía con otra variedad de nacionalismos chauvinistas, propiciados por las potencias para justificar sus conquistas. Esta ideología utilizaba argumentos extraídos de las mitologías nacionales, que se asemejaban a los expuestos por los pueblos sometidos. Con esas teorías los imperios enarbolaban derechos de dominación y los oprimidos exigían su liberación (Hobsbawm, 2000: cap 4).
En este rompecabezas Lenin postuló el derecho de cada nación a crear su propio estado. Su objetivo era alentar las confluencias de los pueblos sojuzgados con la clase obrera. Buscaba reducir las tensiones nacionales, étnicas y religiosas que promovían los opresores externos y locales para consolidar su hegemonía (Lenin, 1974a: 7-14,15-25).
El dirigente bolchevique auspiciaba el empalme de las resistencias a la opresión nacional y social. Promovió la auto-determinación al observar la forma positiva (y pacifica) en que se resolvió la separación de los noruegos de Suecia (Lenin, 1974b: 99-120).
El líder comunista también notó cómo la conciencia nacional y social se retroalimentaba a través de reclamos inmediatos y exigencias de soberanía. A diferencia de los nacionalistas no le asignó a la auto-determinación una jerarquía superior a las demandas sociales. Acotó su alcance y subrayó la inconveniencia de organizar separadamente a los obreros socialistas de distintas nacionalidades en los países que contenían esa diversidad. Promovía agrupamientos unificados para alentar una cultura internacionalista entre el proletariado.
El derecho a la auto-determinación que Lenin auspiciaba no era idéntico a su aprobación. Señalaba que la conveniencia de una secesión debía dirimirse en cada caso, tomando en cuenta los riesgos de sintonizar con las estrategias imperiales. Por eso proponía evaluar cuidadosamente a las fuerzas actuantes en cada escenario.
Con este enfoque el dirigente comunista aportó una brújula para dirimir el carácter progresivo o regresivo de cada movimiento nacionalista. Se debía responder qué movimiento (o acción) favorecía el objetivo socialista.
            El líder soviético desarrolló su planteo en polémica con las corrientes socialdemócratas del imperio austrohúngaro opuestas a la auto-determinación. Estas vertientes proponían la autonomía cultural de cada conglomerado en un marco federativo, subrayando la perdurabilidad histórica de las naciones en un futuro socialista.
            Los austromarxistas rechazaban la tradición cosmopolita del primer Marx y su expectativa de disolución pos-capitalista de las naciones. Avalaban la asociación de los obreros en secciones separadas y resaltaban la dimensión subjetiva de la nación (Lowy, 1998: 49-50)
            Lenin también polemizó con el internacionalismo puro de Luxemburg, que cuestionaba todas las formas de separatismo. Ella estimaba que los países sometidos (Polonia) estaban económicamente integrados a las potencias dominantes (Rusia) y carecían de margen para un desarrollo autónomo. Consideraba que en ese marco dependiente la soberanía era ilusoria (Luxemburg, 1977: 27-176).
Esa factibilidad o inviabilidad de trayectorias económicas autónomas era para Lenin un curso imprevisible. Objetaba las especulaciones sobre el tema y exigía dirimir si un pueblo tenía o no derecho a definir su porvenir nacional. Resaltaba la primacía de esta definición política (Lenin, 1974b: 99-120).
Luxemburg también señalaba que el derecho a la autodeterminación nacional afectaba la unidad de los trabajadores y a la prioridad de sus intereses de clase. Pero Lenin respondía resaltando la existencia de múltiples formas de opresión (nacional, racial) que debían confluir con la batalla social. Señalaba que esa convergencia requería explicitar que ninguna nación tiene derecho a sojuzgar a otra.
 
PILARES DEL ANTIIMPERIALISMO

La política de autodeterminación para Europa Oriental inspiró la estrategia antiimperialista cuando la problemática nacional se desplazó a Oriente. Este giro sucedió al frustrado intento inicial de repetir con ensayos revolucionarios (Alemania, Hungría), el modelo soviético en el Viejo Continente.
Los magros resultados de ese ensayo y la irrupción de grandes sublevaciones en Asia determinaron el viraje comunista hacia la revolución colonial. En el primero (1920) y cuarto congreso (1922) de la III Internacional se definieron políticas de liberación nacional, para confrontar con el imperialismo clásico (Inglaterra, Francia) y renovado (Japón, Estados Unidos) (VVAA, 2008: 46-128), (Munck, 2010).
La distinción entre nacionalismo regresivo y progresivo fue nuevamente expuesta en oposición a las teorías intervencionistas, que alegaban protección de las comunidades pertenecientes a un mismo tronco étnico, cultural o idiomático. Lenin resaltó el proceso opuesto de despojo implementado por los ocupantes externos y objetó todos los debates abstractos sobre legitimidades y derechos en disputa.
El revolucionario ruso propuso definir quiénes eran los dominadores y dominados en cada conflicto. En lugar de indagar la identidad francesa, china o malaya de cada individuo subrayó el papel objetivo de las potencias y las semicolonias. Precisó el rol de los distintos nacionalismos por su función estabilizadora o desafiante del orden imperial, retomando las ideas desarrolladas en los debates sobre Europa Oriental.
Lenin buscaba construir puentes entre el comunismo y el nacionalismo antiimperialista de China, India y el mundo árabe. Retomó las críticas al puritanismo proletario de los objetores de la lucha nacional (Piatakov), que resucitaban el cosmopolitismo ingenuo del siglo XIX (“abajo las fronteras”). Se distanció de todas las especulaciones sobre la autonomía económica de India o Egipto y puso el acento en las demandas populares de soberanía (Lenin, 1974b:120-122).
            La principal innovación de la estrategia comunista del periodo fue la distinción entre vertientes conservadoras (“democrático-burguesas”) y radicales (“nacionalistas revolucionarias”) de los movimientos anticoloniales. El primer grupo expresaba a las clases dominantes de la periferia y el segundo a los sectores empobrecidos. Las conductas conservadoras de las nacientes burguesías contrastaban con el empuje radical de los desposeídos. Ambos promovían la independencia nacional, pero con finalidades sociales diferentes (Claudín, 1970: cap 4).
El curso contrapuesto de las “revoluciones por arriba y por abajo” confirmó esa distinción. En las primeras décadas del siglo XX, Turquía fue el principal escenario del primer sendero, a través de golpes militares reformistas e iniciativas modernizadoras de las elites. En México prevaleció el segundo rumbo con gran protagonismo de los campesinos.
Los movimientos democrático-burgueses pretendían reordenar el capitalismo, aumentando la influencia de los dominadores locales en la alianza con el capital extranjero. Los nacionalistas revolucionarios postulaban, en cambio, proyectos antiimperialistas en conflicto con esa reorganización. La III Internacional propició el acercamiento a esas corrientes para apuntalar el objetivo socialista.

DESARROLLO DESIGUAL

Lenin atribuía la ampliación de la brecha entre economías avanzadas y retrasadas al desarrollo desigual. Desenvolvió este concepto en contraposición a la metodología evolucionista de Bernstein y Kautsky, que imaginaban una repetición en la periferia del sendero transitado por los países centrales.
El líder bolchevique consideraba que ese curso lineal había quedado sepultado por las turbulencias de la era imperial. Estimaba que la rivalidad entre potencias desestabilizaba la acumulación, exacerbaba las contradicciones del capitalismo y socavaba el escenario armónico concebido por el reformismo (Davidson, 2010).
Lenin explicaba las desventuras de la periferia por las asimetrías históricas del desarrollo desigual. Ilustraba cómo ese proceso determinó la sustracción de recursos financieros y la absorción de utilidades de las colonias. Describió múltiples mecanismos de despojo soportados por los proveedores de materias primas y señaló que eran duramente afectados por cualquier temblor de los mercados (Lenin, 2006).
            Esta teoría del eslabón débil aportó argumentos para las interpretaciones exógenas de la polarización mundial. Demostró que el bloqueo al desenvolvimiento soportado por los países atrasados era consecuencia directa del reparto colonial.
            Lenin transformó la hipótesis de obstrucción a la industrialización de la periferia sugerida por el segundo Marx en una tesis de plena sofocación. Su caracterización sintonizaba con el escenario bélico de principio del siglo XX, dominado por potencias que arrasaban territorios para garantizar su control de los mercados.
            Pero en sus estudios del agro ruso el dirigente de los soviets también evaluó la dimensión endógena del atraso. Analizó cómo la renta apropiada por la nobleza estancaba la producción y empobrecía a los campesinos. Debatió dos remedios para ese ahogo antes de la revolución bolchevique: el modelo prusiano de inversión comandada por los terratenientes y el camino americano de distribución de la tierra, eliminación de la renta absoluta y desenvolvimiento con farmers (Lenin, 1973: 20-99).
En la primera etapa del revolucionario ruso (1890-1914), las explicaciones del atraso estaban focalizadas en procesos nacionales y agrarios. En el segundo período (1914-22), predominaron las caracterizaciones de la descapitalización padecida por la periferia. En un contexto resaltó la primacía de causas endógenas del subdesarrollo y en el otro puso el acento en los determinantes exógenos.
Pero siempre priorizó la dimensión política de los problemas en debate. Los diagnósticos centrados en el atraso agrario aportaban fundamentos a la revolución democrática contra el zarismo. Los estudios de la confiscación colonial apuntalaban propuestas antiimperialistas.
Lenin evaluó distintos grados de dependencia política para demostrar su incidencia en el atraso sufrido por cada país. Distinguió tres variedades de sujeción administrativa, sometimiento económico y subordinación de las clases dominantes locales. Con estos parámetros diferenció el carácter colonial de África, semicolonial de China y capitalista dependiente de Argentina.
El dirigente de los soviets remarcaba el rol de los agentes, compradores o socios menores de la dominación imperial, para explicar distintos niveles de autonomía política local frente al opresor externo. También analizó la situación de potencias intermedias (Rusia, Turquía, Italia), que no cuadraban con la simple divisoria entre imperios y colonias.
Todas las precisiones analíticas del dirigente bolchevique apuntaban a definir estrategias revolucionarias. Exhibió una extraordinaria flexibilidad política en el uso de ese instrumental. En 1917 transformó su estrategia de revolución democrática en socialista y en los años 20 auspició el desplazamiento de las prioridades comunistas de Europa a Oriente. También revisó de hecho sus críticas a las tesis populistas de inviabilidad del capitalismo ruso.
Lenin demostró una gran capacidad para enmarcar las teorías sociales y los procesos económicos en estrategias políticas. Supo considerar varias alternativas revolucionarias y optar por la más adecuada para cada coyuntura.

ETAPAS E IMPERIALISMO

El dirigente comunista inscribió la relación centro-periferia en su teoría del imperialismo, como nueva etapa del capitalismo. Introdujo esa periodización, complementando la distinción estudiada por Marx entre el origen y la formación del capitalismo.
            La existencia de etapas históricas comenzó a debatirse durante la recuperación que sucedió a la depresión de 1873-96. Frente a Bernstein -que postulaba la paulatina desaparición de las crisis- y Kautsky -que resaltaba su continuidad- Lenin señaló la vigencia de un nuevo periodo. Este concepto fue ampliamente desarrollado por el pensamiento marxista posterior (Katz, 2009: 129).
El líder bolchevique remarcó varios rasgos de la etapa imperialista: preeminencia del proteccionismo, hegemonía financiera, gravitación de los monopolios y peso creciente de las inversiones externas. Retomó la importancia asignada por Hilferding al entrelazamiento de industriales y banqueros con la burocracia estatal. También recogió la supremacía señalada por Hobson de las altas finanzas (Lenin, 2006).
El revolucionario ruso dedujo su enfoque de teorías de la crisis basadas en desproporcionalidades y sobreproducción, que expusieron Hilferding y Kaustky. Posteriormente privilegió la tesis de Bujarin del parasitismo financiero y la competencia nacional con alta intervención del estado.
Pero el centro de su mirada sobre el imperialismo no estaba localizado en caracterizaciones económicas, sino en diagnósticos de inminente confrontación bélica. El contexto omnipresente de la guerra determinó su concepción.
El impacto de sus ideas se explica por ese acierto político. No aportó sólo denuncias. Planteó una crítica demoledora a la expectativa pacifista de evitar la conflagración mediante ingenuas convocatorias al desarme. En ese cuestionamiento Lenin convergía con Luxemburg y chocaba con Kautsky e Hilferding. Las diferencias teóricas en torno al sub-consumo (en el primer caso) y las afinidades sobre la dinámica de la crisis (en el segundo), constituían problemas menores en comparación al dilema de la guerra.
Muchas lecturas posteriores olvidaron esa primacía política del texto y sobrevaloraron las caracterizaciones económicas. Proyectaron además a todo el siglo XX, una evaluación acotada al período de entre-guerra.
Esa extrapolación condujo a décadas de dogmatismo y marxismo repetitivo. Se tornó habitual postular la invariable vigencia de lo dicho por Lenin y se intentó actualizar sus afirmaciones con datos de proteccionismo, primacía financiera o confrontación guerrera. Esa reiteración omitió que los dos rasgos centrales de esa tesis -estancamiento y guerra inter-imperial- no constituyen rasgos permanentes del capitalismo. En nuestro libro sobre el tema trazamos un balance de esas discusiones (Katz, 2011: cap 1).  
            Nuestra evaluación ha sido impugnada por su “ruptura definitiva con la visión leninista”. Esta objeción reitera el supuesto de inmutable validez de lo postulado en 1916 para toda la centuria posterior (Duarte, 2013).
Para demostrar ese congelamiento del capitalismo nuestros críticos resaltan la continuada preeminencia de los bancos, como si un lapso tan prolongado de múltiples procesos industriales no hubiera alterado esa supremacía. Asignan la misma gravitación al proteccionismo, desconociendo la intensidad de la liberalización comercial y el entrelazamiento internacional de los capitalistas. También remarcan la centralidad de la guerra, olvidando que las confrontaciones entre las principales potencias fueron reemplazadas por agresiones imperiales de alcance hegemónico o global.
Con el mismo criterio de ciega fidelidad al texto original resaltan la sustitución de la competencia por los monopolios, desconociendo el carácter complementario de ambos rasgos y la vigencia de la concurrencia bajo el capitalismo. Olvidan que el comportamiento de los precios no está sujeto a simples concertaciones, sino a un ajuste objetivo guiado por la ley del valor.
Además, remarcan la sostenida primacía del rentismo omitiendo que los principales desequilibrios del sistema se generan en el área productiva. Esas tensiones no provienen del parasitismo, sino del dinamismo descontrolado del capital.
La lealtad formal a Lenin suele exigir un ritual recordatorio del imperialismo “como última etapa del capitalismo”. Se olvida que esa evaluación fue realizada en vísperas de la revolución rusa, apostando a mayores victorias en el resto del mundo. Lenin nunca pensó ese título como un estribillo válido para cualquier momento y lugar.
La tesis de la decadencia sistémica que postuló el líder bolchevique estaba también inspirada en la esperanza de próximos triunfos del socialismo. No formulaba diagnósticos de colapsos divorciados de la lucha de clases. A la luz del devenir posterior es evidente que la etapa entrevista como un momento final constituyó un periodo intermedio del desenvolvimiento imperial.
El capitalismo no se disolverá por un desplome terminal. Lenin subrayaba acertadamente que su erradicación depende de la construcción política de una alternativa socialista.                 

LA FUNCIÓN DE LA PERIFERIA

También Luxemburg analizó el mundo colonial a partir de una teoría del imperialismo. Pero razonó el problema de otra manera. Intentó una deducción directa a partir de los textos de Marx. Situó el tema en los esquemas de reproducción ampliada del tomo II de El Capital y evaluó los obstáculos que enfrentaba el capitalismo a escala internacional.
La dirigente socialista entendió que el principal desequilibrio se localizaba en la realización de la plusvalía, que las economías centrales no lograban consumar por la estrechez de los mercados. Señaló que la única salida para desagotar esa acumulación era la colocación de sobrantes en las colonias. Recordó que Gran Bretaña se expandió vendiendo tejidos en el exterior y definió a partir de ese antecedente al imperialismo, como un sistema de movilización externa del capital inactivo.
Luxemburg observó que Marx había omitido esos desequilibrios y propuso enmendar el error, incorporando la digestión del excedente en los esquemas de reproducción. Criticó a los teóricos (Eckstein, Hilferding, Bauer) que desconocían esta contradicción del capitalismo
(Luxemburg, 1968: 158-190).
            Su abordaje suscitó distintas evaluaciones de los esquemas del tomo II, que frecuentemente olvidaron la finalidad de esos diagramas. Marx los introdujo para demostrar cómo puede funcionar el sistema a pesar de los enormes obstáculos que afectan su desenvolvimiento.
El autor de El Capital concibió una situación ideal de ausencia de desequilibrios, para exponer como operaría todo el circuito de la producción y circulación. Luxemburg y sus críticos desconocieron esa función y se embarcaron en inapropiadas correcciones de los esquemas.
            La revolucionaria de origen polaco cometió otro error al buscar en el exterior los límites que el capitalismo afronta en su dinámica interna. Por eso supuso que el agotamiento de los mercados coloniales determinaría una saturación absoluta de la acumulación. Olvidó que también en ese ámbito el sistema genera mecanismos para recrear su continuidad a través de la desvalorización (o destrucción) de los capitales sobrantes.
            Pero ninguno de estos desaciertos ensombrece las significativas contribuciones de la pensadora alemana. Al igual que Lenin captó cómo las contradicciones del capitalismo adoptan formas agravadas en los márgenes del sistema.
Luxemburg aportó el primer análisis de la forma en que la periferia queda integrada al centro como una necesidad del capitalismo mundial. Subrayó que ese segmento es indispensable para la reproducción de todo el sistema. No razonó con supuestos de capitalismo mundial pleno, ni observó a las economías subdesarrolladas como simples complementos de los países avanzados. Estudió ambos sectores como partes de una misma totalidad (Cordova, 1974:19-44).
La estudiosa del capitalismo señaló que el centro necesita los beneficios sustraídos de la periferia para continuar operando. Retrató esa conexión de Occidente con África, Asia y América Latina. Maduró esa caracterización en sus estudios de Polonia, al indagar cómo una zona periférica queda asimilada a los mercados circundantes. De esa forma detectó las relaciones desiguales que vinculan a las economías dominantes y subordinadas (Krätke, 2007:1-19).
Luxemburg percibió cómo el mundo subdesarrollado padece una acumulación primitiva permanente al servicio de las economías centrales. Observó que ese proceso no corresponde sólo a la génesis del capitalismo sino también a su continuidad. Puso de relieve la forma en que el capital metropolitano obstruye el crecimiento de la periferia e ilustró de qué forma impide a esas regiones repetir el desenvolvimiento de Europa Occidental, Estados Unidos o Japón.
Esta caracterización constituye un antecedente de las teorías del “desarrollo del subdesarrollo”. Aportó cimientos para las concepciones que conectan el atraso de la periferia con el desenvolvimiento del centro. Destacó dos caras de un mismo proceso del capitalismo mundial que no circunscribió a la coyuntura de su época.
            Rosa retrató cómo el capitalismo destruye a las economías campesinas de la periferia sin facilitar su industrialización. Describió ese proceso revisando la conquista inglesa de la India, la ocupación francesa de Argelia y la violenta implantación de los Boers en Sudáfrica. Observó que la desintegración de zonas pre-capitalistas potencia la pobreza, impidiendo la expansión de la demanda y la consiguiente acumulación auto-sostenida.
Este diagnóstico fue bien recibido por los estudiosos de su época, pero algunos señalaron que el capitalismo integra a esas regiones sin demolerlas. Impone relaciones de subordinación sobre las formas precedentes, siguiendo el modelo de incorporación de la esclavitud al capitalismo naciente o el sendero de asimilación de las oligarquías a la producción agraria capitalizada (Howard; King, 1989: 106-123).
Luxemburg razonó con criterios sub-consumistas. Señaló que las restricciones a la demanda inducen al centro a buscar mercados exteriores, que no prosperan por las obstrucciones impuestas al poder adquisitivo en la periferia.
Esa mirada era afín a la caracterización de Hobson y mantenía distancias con la visión de Lenin-Hilferding (sobreproducción-desproporcionalidad). Mientras que el líder bolchevique forjó su teoría en polémicas con el sub-consumismo de los populistas rusos, la revolucionaria que actuó en Alemania maduró su tesis cuestionando el armonicismo de la socialdemocracia.
            Muchos autores objetaron el sub-consumismo de Luxemburg señalando la primacía de los desequilibrios en el plano de la ganancia. Subrayaron que el capitalismo gira en torno al beneficio. Pero esas críticas omitieron la compatibilidad de ambos enfoques y su integración en razonamientos multicausales de la crisis. No percibieron cómo Luxemburg anticipó diferencias claves entre el centro y la periferia en la solvencia de la demanda.
Rosa compartió el análisis leninista del imperialismo, pero no le asignó la misma relevancia al proteccionismo, la supremacía financiera o el monopolio. Tampoco asoció ese período con la exportación de capitales, sino que resaltó la preeminencia de las mercancías excedentes.
Pero Luxemburg coincidió con Lenin en destacar que la periferia era doblemente esquilmada por succiones económicas y pillajes coloniales. En el escenario bélico de principios del siglo XX ambos procesos potenciaron la polarización global.

                                   ACUMULACIÓN POR DESPOSESIÓN

La identificación de la acumulación primitiva con la depredación que expuso Luxemburg ha sido retomada actualmente por Harvey, en su análisis de los efectos predatorios del capitalismo. Utiliza el término desposesión para señalar el carácter contemporáneo de este proceso.
Harvey considera que la acumulación primitiva incluye procesos previos y concurrentes del desenvolvimiento capitalista. Al igual que Luxemburg considera que las economías metropolitanas imponen un intercambio pernicioso al vecindario subdesarrollado.
            Pero el pensador inglés asigna al término desposesión una dimensión adicional, como mecanismo de expropiación en las economías avanzadas, a través de la especulación financiera, los fraudes, las patentes y las privatizaciones (Harvey, 2003: cap 4).
Una caracterización semejante plantea Serfati. Subraya que la depredación padecida por la periferia (especialmente a través del tributo de la deuda pública) coexiste con las confiscaciones generales del sistema. Estima que el capitalismo desarrollado se reproduce esquilmando una esfera “exterior”, que no es sólo geográfica sino también social. Esta apropiación abarca todos los campos disponibles para la acumulación (Serfati, 2005).
Estas visiones son objetadas por varios marxistas. Cuestionan el énfasis en el robo extra-económico en desmedro de la lógica del capital. Advierten contra la presentación del sistema como un simple régimen de dominación política. Recuerdan que Marx no estudió la acumulación primitiva como un hurto para enriquecer a la burguesía. Buscó ilustrar el proceso social expropiatorio de gestación del proletariado (Wood, 2007; Brenner, 2006).
Los críticos señalan que el capitalismo no debe ser analizado con criterios de pillaje. A diferencia de los regímenes tributarios o esclavistas está regulado por normas objetivas de competencia, ganancias y explotación (Ashman; Callinicos, 2006).
Harvey estima que esas miradas subestiman el componente de depredación del capitalismo contemporáneo y reafirma su presentación de la acumulación como un proceso que combina confiscación económica y extra-económica. Pero no aclara cuándo y cómo operan cada una de esas dimensiones (Harvey, 2006).
            La sustracción de plusvalía y la expropiación por medio del pillaje eran evaluadas de otra forma a principio del siglo XX. Hilferding postulaba una cronología histórica de esos procesos. Consideraba que el saqueo fue característico del colonialismo tradicional y la hegemonía del capital comercial. Señalaba que esa modalidad decayó con la industrialización metropolitana y mantuvo poca relevancia en el período posterior de proteccionismo y exportación de capital (Hilferding, 2011).
Lenin y Luxemburg consideraban, en cambio, que la depredación había reaparecido en la nueva etapa imperialista. Estimaban que las guerras por el botín colonial recreaban los viejos escenarios de pillaje. Muchas teorías pos-leninistas y pos-luxemburguistas mantuvieron esa visión sin tomar en cuenta que fue formulada en un período bélico.
Una reconsideración del problema debería señalar la función secundaria del saqueo en las fases de acumulación corriente y su gravitación central en las etapas bélicas. La misma distinción podría extenderse a las regiones de la periferia dominadas por escenarios de guerra (Medio Oriente) o por contextos de explotación usual (América Latina).
Es cierto que la acumulación primitiva y de capital son procesos concurrentes y no meras etapas del desarrollo histórico. Pero la relación entre ambos procesos es muy cambiante en cada periodo y región.

DESARROLLO DESIGUAL Y COMBINADO

Trotsky coincidió con las caracterizaciones de Lenin y Luxemburg sobre la guerra, el periodo imperialista y la polarización mundial. Pero introdujo un concepto que permitió superar las contraposiciones simplificadas de la periferia con el centro. Su noción del desarrollo desigual y combinado situó el atraso de las regiones subdesarrolladas en el contexto del capitalismo internacionalizado. Registró no sólo las asimetrías, sino también las mixturas de formas avanzadas y retrasadas, en las formaciones que se incorporan al mercado mundial.
El revolucionario ruso utilizó inicialmente un concepto expuesto por varios autores (Herzen, Cherbychevsky) para ilustrar la mixtura de modernidad y subdesarrollo vigente en Rusia. Luego combinó esa aplicación con otras tesis (Parvus), que retrataban a la economía mundial cómo una totalidad heterogénea e interconectada.
            Con esa mirada ilustró la nueva amalgama del subdesarrollo. La periferia ya no reproducía el expansivo modelo europeo, pero tampoco mantenía las viejas modalidades feudales, serviles o campesinas.
            Trotsky añadió al desarrollo desigual de Lenin un principio de cursos combinados. Ilustró cómo la diversidad de ritmos de desenvolvimiento es complementada por una mezcla de lo arcaico con lo moderno. Describió esta novedosa articulación en su balance de la primera revolución rusa y completó la teoría en su historia de la gesta bolchevique (Trotsky, 1975; Trotsky, 1972: 21-34).
El desarrollo desigual y combinado permite superar las interpretaciones difusionistas y estancacionistas de la relación centro-periferia. Refuta los mitos de la expansión gradual del modelo occidental y desmiente la impresión opuesta de congelamiento pre-capitalista. Subraya la preeminencia de mixturas al interior de una jerarquía imperial (Barker, 2006).
Esta amalgama fue posteriormente denominada “heterogeneidad estructural” y tuvo gran aplicación en el estudio de las economías latinoamericanas que combinaban industrialización dependiente con latifundio improductivo.
Trotsky brindó la explicación más completa de las percepciones del segundo Marx sobre la India. Los ferrocarriles ingleses no transferían al subcontinente asiático el desenvolvimiento augurado por El Manifiesto, sino que ensamblaban crecimiento con inserción mundial subordinada.
            El marxismo endogenista utilizó el desarrollo desigual y combinado para describir cómo se articulaban distintos de modos de producción (esclavismo, feudalismo y capitalismo) en formaciones económico-sociales singulares.
            Los teóricos del marxismo exogenista recurrieron a la misma noción para estudiar cómo los patrones internacionales de dependencia moldean a las economías semiindustrializadas.
            Trotsky maduró su concepto en la lucha política contra las tesis comunistas oficiales de la revolución por etapas. Cuestionó el resurgimiento de la idea menchevique de un desarrollo burgués previo a cualquier transformación socialista. Resaltó la inviabilidad de esa estrategia en un mundo capitalista interconectado.
            El desarrollo desigual y combinado constituyó el principal pilar de su estrategia de revolución permanente. Sostuvo esa tesis contraponiendo el éxito del bolchevismo con el fracaso de la revolución china (1925-27) (Trotsky, 2000; Demier, 2013).
            Trotsky concibió su enfoque para economías intermedias, viejas potencias o países con alta gravitación geopolítica. Propuso aplicarla en Rusia o Turquía y era cauteloso en su extensión. No incluía a regiones coloniales o de agudo subdesarrollo. Lo que valía para China o India no era aplicable en África ecuatorial o Afganistán (Davidson, 2010).
            Con esta misma mirada anticipó las peculiaridades de las formaciones semiperiféricas, que en su época protagonizaban mutaciones sustanciales. Junto a las viejas potencias (Francia, Inglaterra) desafiadas por los nuevos países centrales (Estados Unidos, Japón, Alemania), otro segmento mantenía un lugar indefinido (Rusia, Italia) o profundizaba su regresión (Turquía, España). Esas potencias de segundo rango fueron estudiadas ulteriormente con los criterios del sub-imperialismo. El desarrollo desigual y combinado aportó cimientos para esa indagación.

CUESTIONAMIENTOS Y EXTENSIONES

Desde su formulación, el desarrollo desigual y combinado suscitó numerosos debates. Todos reconocieron que esclarecía la evolución de economías sometidas a la mixtura de modernización y atraso y ponderaron su percepción de esas articulaciones (Vitale, 2000).
Pero otras aplicaciones resaltaron su semejanza con teorías heterodoxas del catch up. Estos planteos subrayan las ventajas del país que llegó tarde para asimilar las tecnologías disponibles. Asemejaron ese “privilegio del atraso” con las ideas de Trotsky.
            Pero el líder revolucionario conceptualizó la industrialización fragmentaria de capitalismos tardíos señalando ventajas y desventajas. Remarcó las contradicciones que entrañaba “llegar tarde”. Recordó que Rusia se industrializó con mercados estrechos, endeudamiento exterior y desastrosos compromisos militares.
            El caso alemán aportaba otro ejemplo. Presionado por la competencia anglo-francesa, el capitalismo germano se desenvolvió sin revolución burguesa triunfante, bajo la bota de un estado militarizado. Ese prusianismo desembocó en catastróficas presiones belicistas.
            Trotsky no concibió el desarrollo desigual y combinado como una categoría de la sociología o la economía heterodoxa. Buscaba demostrar las posibilidades de protagonismo proletario en los capitalismos inmaduros.
Por esa razón señalaba que Rusia había generado una clase obrera capacitada para consumar la revolución bolchevique. Ese dato era el principal corolario de su teoría. En lugar de apuntalar una industrialización burguesa más pujante, la amalgama rusa permitía concretar un ensayo anticipado de socialismo (Bianchi, 2013).
Trotsky integró economía, política y luchas de clases en un razonamiento anticapitalista. Elaboró su enfoque contra el positivismo socialdemócrata y la estrategia de la revolución por etapas. Cuestionó las propuestas de imitación del capitalismo central y las políticas de construcción del socialismo en un solo país. Sus tesis eran totalmente ajenas al catch up.
En otros debates se ha destacado que el desarrollo desigual y combinado es un mecanismo o una tendencia sin status de ley. Carece de lógica predictiva y estrictos resultados derivados de fuerzas actuantes.
Esta performance metodológica del concepto es un tema abierto, pero conviene recordar que nunca fue concebido para el universo de las ciencias naturales. Está referido a fenómenos sociales, confrontaciones políticas y resultados históricos dependientes de la acción humana. Clarifica contradicciones sujetas al imprevisible desenlace de la lucha clases.
            Otra discusión involucra el alcance histórico del principio. Ciertos autores estiman que desborda el marco capitalista y permite entender procesos pre-capitalistas. Lo utilizan para demostrar cómo la colonización combinó procesos mercantiles con trabajo esclavo y explotación de los indígenas (Novack, 1974). Otra ampliación hacia atrás lo aplica para retratar la expansión territorial de la nobleza en sociedades feudales (Rosenberg, 2009).
Pero esta extensión olvida que sólo bajo el capitalismo los actores económicos quedan envueltos en la red interdependencia requerida para concretar el desarrollo combinado. Los sistemas precedentes podían compartir muchos rasgos, pero no las mixturas de desenvolvimiento industrial que describió Trotsky. Solamente el capitalismo introduce la dimensión mundial exigida para romper el aislamiento de las sociedades anteriores (Callinicos, 2009).

CONCEPTOS PERDURABLES

Lenin, Luxemburg y Trotsky atribuyeron la polarización mundial a la nueva etapa imperialista. Presentaron esa brecha como un efecto de las disputas entre potencias por el botín colonial. Analizaron la confiscación de la periferia en el contexto de las rivalidades mercantiles que condujeron a la primera guerra mundial.
Los tres autores introdujeron nociones de gran relevancia para el estudio de la relación centro-periferia. Lenin esclareció el desarrollo económico desigual y la subordinación política que soportan los países retrasados. Luxemburg retrató las obstrucciones económicas estructurales que padecen esas naciones y anticipó tendencias de la acumulación por desposesión. Trotsky puso de relieve las contradicciones peculiares de los países intermedios afectados por el desenvolvimiento combinado. Estas teorías fueron expuestas en estrecha conexión con estrategias socialistas.
Las ideas de los tres revolucionarios tuvieron gran impacto en la segunda mitad del siglo XX. Pero las modificaciones que registró el capitalismo durante ese periodo modificaron el pensamiento marxista. En nuestro próximo texto estudiaremos cómo se abordó la problemática centro-periferia en la posguerra
                                                                                                          9-4-2016
             

 REFERENCIAS

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[1] Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz

[2] Hemos analizado la etapa precedente en (Katz, 2016).

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