RESUMEN
En un escenario de guerras y polarización económica, Lenin, Luxemburg y Trotsky introdujeron nuevos conceptos para comprender la relación centro-periferia. Polemizaron con las justificaciones del colonialismo y discutieron derechos de auto-determinación nacional que anticiparon el antiimperialismo contemporáneo.
Lenin atribuyó la fractura entre países avanzados y retrasados al desarrollo desigual y esclareció las causas endógenas y exógenas de esa brecha. Inscribió el subdesarrollo en una teoría del imperialismo referida al contexto bélico de su época. Ese condicionamiento es olvidado por muchos intérpretes.
Luxemburg demostró la necesidad de la periferia para el centro y retrató obstrucciones estructurales al desenvolvimiento de las economías atrasadas. Los teóricos de la acumulación por desposesión retoman su enfoque y debaten la relación entre la depredación y la acumulación corriente.
Trotsky añadió una teoría del desarrollo desigual y combinado para ilustrar las nuevas mixtura de atraso y modernidad. Superó simplificaciones y refutó mitos de universalización del desarrollo europeo. Su concepto tenía propósitos socialistas, es ajeno al catch up y no sería aplicable a sociedades pre-capitalistas.
Lenin, Luxemburg y Trotsky actuaron
en un escenario de crisis, guerras y revoluciones. A principios del siglo XX
las grandes potencias rivalizaban por conquistar territorios y asegurar la
provisión de materias primas. Colocaban excedentes en mercados que operaban a
escala mundial, mientras el comercio crecía más rápido que la producción y la
modernización del transporte enlazaba todos los rincones del planeta[2].
Inglaterra podía neutralizar a su
viejo rival francés, pero confrontaba con el nuevo competidor alemán y soportaba
la creciente pérdida de posiciones frente a Estados Unidos. Los grandes litigios
involucraban a la agresiva potencia nipona y a los declinantes imperios otomano,
austro-húngaro y ruso. Aumentaban los conflictos en las regiones disputadas y
los recursos comprometidos en las contiendas superaban todo lo conocido.
Los
contrincantes propagaban la ideología imperial. Ponderaban las incursiones
armadas, las masacres de nativos
y la apropiación de tierras. Presentaban la instalación de colonos y la
denigración racial como actos normales de civilización. Silenciaban, además,
las tradiciones humanistas forjadas en el rechazo a la esclavitud.
En los años que precedieron al estallido de la primera guerra mundial,
las metrópolis sometieron a las
economías subdesarrolladas a sus prioridades de acumulación. Impusieron el
predominio de sus manufacturas, aprovechando el abaratamiento de los medios de
comunicación y la elevada rentabilidad de la inversión foránea. En una
economía internacional más entrelazada y polarizada, la brecha entre países avanzados y retrasados se ensanchó
abruptamente.
Los tres líderes del marxismo
revolucionario se desenvolvían en partidos socialistas de dos países involucrados en las confrontaciones
imperiales. El capitalismo germano había llegado tarde al reparto colonial y
necesitaba mercados para continuar su crecimiento industrial. La vieja
nobleza gestionaba con la nueva burguesía un sistema autocrático erosionado por
grandes conquistas sociales.
El imperio
zarista afrontaba contradicciones equivalentes. Combinaba pujanza industrial
con subdesarrollo agrario y expansión fronteriza con subordinación a las
principales potencias. La monarquía tambaleaba frente a la efervescencia
revolucionaria de los obreros, campesinos e intelectuales.
JUSTIFICACIONES DEL COLONIALISMO
Luxemburg lideraba la izquierda
del socialismo alemán en disputa con la derecha (Bernstein) y el centro
(Kautsky). El sector más conservador consideraba que el capitalismo era
perfectible, a través de mejoras logradas con mayor representación
parlamentaria. Enaltecía el libre comercio y avalaba la expansión externa (Bernstein, 1982: 95-127,
142-183).
Esta vertiente propiciaba la integración
de los pueblos subdesarrollados a la civilización occidental y resaltaba las
ventajas del colonialismo para “educar a las culturas inferiores”. Algunos
dirigentes (Van Kol) justificaban la tutela de los nativos señalando que “los
débiles e ignorantes no podían auto-gobernarse”. Otros (David) promovían una “política
colonial socialista”.
Estas posturas
tenían severas consecuencias políticas. Frente a las masacres imperiales en
Turquía, Bernstein convalidó el “enjuiciamiento de los salvajes para hacer
valer los derechos de la civilización”. También aprobó los crímenes de Inglaterra
en la India y su colega Vandervelde exigió la anexión del Congo a Bélgica (Kohan, 2011: 303-309).
La derecha socialdemócrata
estimaba que el progreso social se alcanzaba en cada país, cuando los obreros
conquistaban la ciudadanía. Para aplicar este principio reintrodujo el
nacionalismo en contraposición a las tradiciones cosmopolitas de la I
Internacional.
Bernstein postuló
una distinción entre nacionalismo sociológico de las zonas civilizadas y
nacionalismo étnico de las colonias. Ponderó la primera variante y rechazó las
demandas de soberanía del segundo grupo, retomando las teorías de los “pueblos
sin historia”.
Esta erosión del
internacionalismo tuvo además un sustento social, en los cambios
registrados al interior de la II Internacional. Los nuevos trabajadores
llegados de las provincias eran más permeables a la propaganda nacionalista que
el viejo artesanado migrante.
Las
corrientes socialistas del centro rechazaron inicialmente esos planteos.
Objetaban las atrocidades del colonialismo, denunciaron el militarismo y
refutaron las tesis aristocráticas de superioridad de un pueblo sobre otro. Pero con
el paso del tiempo morigeraron esos cuestionamientos y desenvolvieron una
concepción intermedia de crítica y aceptación del colonialismo (Kautsky, 2011a).
Kautsky subrayaba
las ventajas de sustituir la política imperial por estrategias de
convivencia. Instaba a las clases dominantes a observar los efectos económicos
negativos del expansionismo y proponía otro rumbo de negocios para la
acumulación de capital. Con este mensaje divorciaba la política colonial de su
fundamento competitivo e imaginaba formas de capitalismo ajenas a la rivalidad
por el lucro (Kautsky, 2011b).
El líder
del centro postulaba la existencia de modalidades regresivas y benévolas de
imperialismo y diferenciaba las formas coloniales negativas de sus vertientes
aceptables. Denunciaba la ineficiencia y corrupción de Inglaterra y Alemania en
sus posesiones africanas, pero ponderaba la colonización moderna en las áreas
de clima templado (Estados Unidos, Australia). Olvidaba que esas vertientes se
consumaron mediante el genocidio de la población local (Howard; King, 1989: 67-68, 92-103).
Kaustky auspiciaba formas de
colaboración entre dominadores y dominados. Propiciaba la ayuda de los países
centrales a las colonias. Por eso interpretó primero que la pertenencia de la
India al universo británico favorecía a ambas naciones (1882). Luego aceptó la lucha del
primer país por su soberanía, pero sin apoyar esa resistencia.
Al igual que el
primer Marx suponía que la emancipación de las colonias sería un resultado de
avances socialistas en el centro. Pero concebía esa meta como un devenir
evolutivo y descartaba la participación de la periferia en ese proceso. Ese
naturalismo objetivista tuvo dramáticas consecuencias en 1914-17 (Kautsky, 1978).
LA POSTURA REVOLUCIONARIA
Luxemburg coincidió inicialmente
con Kautsky en las críticas al paternalismo colonial, pero reivindicó la
resistencia popular en las colonias y convocó al apoyo activo de las rebeliones en Persia, India y África (Luxemburg, 2011).
Trotsky y Lenin compartieron esa actitud.
Retomaron el legado del segundo Marx, retrataron el efecto devastador del
colonialismo y recalcaron la doble función de la lucha anti-imperial. Señalaron
que esa resistencia confrontaba con el enemigo principal y fomentaba la
conciencia socialista de los trabajadores metropolitanos.
La izquierda objetaba, además, la
idealización del libre-comercio frente al avance del proteccionismo y rechazaba
la primacía otorgada a los parámetros del derecho para evaluar la política exterior. Subrayaba los intereses en
juego de los capitalistas (Day; Gaido, 2011).
La ruptura se desencadenó con el
estallido de la primera guerra mundial. La derecha se sumó a la contienda
imperial y el centro convalidó esa capitulación. El viejo argumento de defender
el proceso democrático germano frente al acoso exterior era insostenible.
Alemania ya actuaba como potencia y exhibía abiertamente sus ambiciones
coloniales.
Kautsky intentó evitar el
conflicto con gestiones de desarme y prédicas a favor de las inversiones
afectadas por la guerra. Cuando sus argumentos fueron desoídos se resignó a
convalidar el conflicto.
La crítica de Luxemburg fue
fulminante. Durante años había subrayado la ingenuidad de las tesis pacifistas
frente a la evidencia de una próxima guerra (Luxemburg, 2008:258-265).
Lenin adoptó la misma actitud. Reconocía la asociación internacional entre
burguesías y el carácter pernicioso del negocio bélico que describía Kautsky.
Pero rechazaba las ilusiones en la distención ante la inminente conflagración.
También
Trotsky coincidía con ese diagnóstico. Estimaba que la estrechez de las economías nacionales en un capitalismo
mundializado conducía al desemboque bélico.
La guerra
inter-imperialista precipitó una
división entre revolucionarios y reformistas que se consolidó con la
revolución rusa. Este acontecimiento trastocó el universo de los socialistas.
Durante años los marxistas habían
discutido la forma que adoptaría la democratización pos-zarista. La corriente afín a Bernstein (Tugan,
Bulgakov) promovía reformas liberales complementadas con demandas económico-sindicales
de los trabajadores.
La
vertiente próxima a Kautsky (Plejanov, mencheviques) proponía alianzas con la
burguesía para desarrollar el capitalismo. Presentaba esa maduración de las
fuerzas productivas como una condición para cualquier evolución ulterior.
Suponía que los sujetos sociales se adaptarían pasivamente a esas exigencias de
la economía.
Por el
contrario, Lenin auspiciaba el jacobinismo agrario mediante la nacionalización
de la propiedad de la tierra, para sumar a los campesinos a una revolución
democrática encabezada por los obreros. Imaginaba un proceso político radical,
mientras emergían las condiciones para un avance hacia el socialismo (Lenin, 1973: 20-99).
Trotsky compartía esta actitud,
pero en la revolución de1905 notó el gran protagonismo del proletariado y sus
nuevos organismos (soviets). Estimó que esa preeminencia bloqueaba todos los
espacios para la expansión del capitalismo (Trotsky,
1975).
Cuando el
zarismo finalmente colapsó en plena guerra mundial y los soviets reaparecieron,
Lenin radicalizó su enfoque, convergió con Trotsky y lideró la revolución bolchevique.
Con algunas objeciones tácticas, Luxemburg se sumó a una gesta que derivó en la
creación de los partidos comunistas y la III Internacional.
El debut del socialismo fuera de
Europa Occidental alteró las teorías de paternalismo colonial, protagonismo de
los países desarrollados y subordinación de las regiones atrasadas a los ritmos
de Occidente. El nuevo modelo revolucionario replanteó todos los supuestos de
la relación centro-periferia.
DERECHOS DE AUTO-DETERMINACIÓN
En la época de Lenin la soberanía
era la principal demanda política de las naciones periféricas. En Europa
Oriental chocaba con el zarismo (que había forjado una cárcel de pueblos
fronterizos) y con el imperio austrohúngaro, que albergaba una compleja variedad
de naciones dominantes, intermedias y sojuzgadas (alemanes, húngaros,
ucranianos). Frente a los estados ya constituidos de Europa Occidental, crecía
la exigencia de crear también en el Oeste esos organismos.
Pero ese anhelo coexistía con
otra variedad de nacionalismos chauvinistas, propiciados por las potencias para
justificar sus conquistas. Esta
ideología utilizaba argumentos extraídos de las mitologías nacionales, que se
asemejaban a los expuestos por los pueblos sometidos. Con esas teorías los
imperios enarbolaban derechos de dominación y los oprimidos exigían su
liberación (Hobsbawm, 2000: cap 4).
En este rompecabezas Lenin postuló el derecho de cada
nación a crear su propio estado. Su objetivo era alentar las confluencias de
los pueblos sojuzgados con la clase obrera. Buscaba reducir las tensiones
nacionales, étnicas y religiosas que promovían los opresores externos y locales
para consolidar su hegemonía (Lenin, 1974a: 7-14,15-25).
El dirigente bolchevique
auspiciaba el empalme de las resistencias a la opresión nacional y social.
Promovió la auto-determinación al observar la forma positiva (y pacifica) en
que se resolvió la separación de los noruegos de Suecia (Lenin, 1974b: 99-120).
El líder comunista también notó cómo
la conciencia nacional y social se retroalimentaba a través de reclamos
inmediatos y exigencias de soberanía. A diferencia de los nacionalistas no le
asignó a la auto-determinación una jerarquía superior a las demandas sociales.
Acotó su alcance y subrayó la inconveniencia de organizar separadamente a los
obreros socialistas de distintas nacionalidades en los países que contenían esa
diversidad. Promovía agrupamientos unificados para alentar una cultura
internacionalista entre el proletariado.
El derecho a la
auto-determinación que Lenin auspiciaba no era idéntico a su aprobación.
Señalaba que la conveniencia de una secesión debía dirimirse en cada caso,
tomando en cuenta los riesgos de sintonizar con las estrategias imperiales. Por
eso proponía evaluar cuidadosamente a las fuerzas actuantes en cada escenario.
Con este enfoque el dirigente
comunista aportó una brújula para dirimir el carácter progresivo o regresivo de
cada movimiento nacionalista. Se debía responder qué movimiento (o acción)
favorecía el objetivo socialista.
El líder
soviético desarrolló su planteo en polémica con las corrientes socialdemócratas
del imperio austrohúngaro opuestas a la auto-determinación. Estas vertientes proponían
la autonomía cultural de cada conglomerado en un marco federativo, subrayando
la perdurabilidad histórica de las naciones en un futuro socialista.
Los austromarxistas rechazaban la tradición
cosmopolita del primer Marx y su expectativa de disolución pos-capitalista de
las naciones. Avalaban la asociación de los obreros en secciones separadas y
resaltaban la dimensión subjetiva de la nación (Lowy, 1998: 49-50).
Lenin
también polemizó con el internacionalismo puro de Luxemburg, que cuestionaba
todas las formas de separatismo. Ella estimaba que los países sometidos (Polonia)
estaban económicamente integrados a las potencias dominantes (Rusia) y carecían
de margen para un desarrollo autónomo. Consideraba que en ese marco dependiente
la soberanía era ilusoria (Luxemburg, 1977: 27-176).
Esa factibilidad o inviabilidad
de trayectorias económicas autónomas era para Lenin un curso imprevisible.
Objetaba las especulaciones sobre el tema y exigía dirimir si un pueblo tenía o
no derecho a definir su porvenir nacional. Resaltaba la primacía de esta
definición política (Lenin,
1974b: 99-120).
Luxemburg también señalaba que el
derecho a la autodeterminación nacional afectaba la unidad de los trabajadores
y a la prioridad de sus intereses de clase. Pero Lenin respondía resaltando la
existencia de múltiples formas de opresión (nacional, racial) que debían confluir
con la batalla social. Señalaba que esa convergencia requería explicitar que ninguna
nación tiene derecho a sojuzgar a otra.
PILARES DEL ANTIIMPERIALISMO
La política de autodeterminación para
Europa Oriental inspiró la estrategia antiimperialista cuando la problemática
nacional se desplazó a Oriente. Este giro sucedió al frustrado intento inicial
de repetir con ensayos revolucionarios (Alemania, Hungría), el modelo soviético
en el Viejo Continente.
Los magros resultados de ese
ensayo y la irrupción de grandes sublevaciones en Asia determinaron el viraje
comunista hacia la revolución colonial. En el primero (1920) y cuarto congreso
(1922) de la III Internacional se definieron políticas de liberación nacional,
para confrontar con el imperialismo clásico
(Inglaterra, Francia) y renovado (Japón, Estados Unidos) (VVAA, 2008: 46-128), (Munck, 2010).
La
distinción entre nacionalismo regresivo y progresivo fue nuevamente expuesta en
oposición a las teorías intervencionistas, que alegaban protección de las
comunidades pertenecientes a un mismo tronco étnico, cultural o idiomático.
Lenin resaltó el proceso opuesto de despojo implementado por los ocupantes
externos y objetó todos los debates abstractos sobre legitimidades y derechos
en disputa.
El revolucionario ruso propuso
definir quiénes eran los dominadores y dominados en cada conflicto. En lugar de
indagar la identidad francesa, china o malaya de cada individuo subrayó el
papel objetivo de las potencias y las semicolonias. Precisó el rol de los
distintos nacionalismos por su función estabilizadora o desafiante del orden
imperial, retomando las ideas desarrolladas en los debates sobre Europa
Oriental.
Lenin buscaba construir puentes
entre el comunismo y el nacionalismo antiimperialista de China, India y el mundo
árabe. Retomó las críticas al puritanismo proletario de los objetores de la
lucha nacional (Piatakov), que resucitaban el
cosmopolitismo ingenuo del siglo XIX (“abajo
las fronteras”). Se distanció de todas las especulaciones sobre la autonomía
económica de India o Egipto y puso el acento en las demandas populares
de soberanía (Lenin,
1974b:120-122).
La
principal innovación de la estrategia comunista del periodo fue la distinción
entre vertientes conservadoras
(“democrático-burguesas”) y radicales (“nacionalistas
revolucionarias”) de los movimientos
anticoloniales. El primer grupo expresaba a las clases dominantes de la
periferia y el segundo a los sectores empobrecidos. Las conductas conservadoras
de las nacientes burguesías contrastaban con el empuje radical de los
desposeídos. Ambos promovían la independencia nacional, pero con finalidades
sociales diferentes (Claudín,
1970: cap 4).
El
curso contrapuesto de las “revoluciones por arriba y por abajo” confirmó
esa distinción. En las primeras décadas del
siglo XX, Turquía fue el principal escenario del primer sendero, a
través de golpes militares reformistas e iniciativas modernizadoras de las
elites. En México prevaleció el segundo rumbo con gran protagonismo de los
campesinos.
Los movimientos democrático-burgueses
pretendían reordenar el capitalismo, aumentando la influencia de los
dominadores locales en la alianza con el capital extranjero. Los nacionalistas
revolucionarios postulaban, en cambio, proyectos antiimperialistas en conflicto
con esa reorganización. La III
Internacional propició el acercamiento a esas corrientes para apuntalar el
objetivo socialista.
DESARROLLO
DESIGUAL
Lenin atribuía la ampliación de la brecha entre economías avanzadas y
retrasadas al desarrollo desigual. Desenvolvió este concepto en contraposición
a la metodología evolucionista de Bernstein y Kautsky, que imaginaban
una repetición en la periferia del sendero transitado por los países centrales.
El líder bolchevique consideraba
que ese curso lineal había quedado sepultado por las turbulencias de la era
imperial. Estimaba que la rivalidad entre potencias desestabilizaba la
acumulación, exacerbaba las contradicciones del capitalismo y socavaba el
escenario armónico concebido por el reformismo (Davidson, 2010).
Lenin explicaba las desventuras
de la periferia por las asimetrías históricas
del desarrollo desigual. Ilustraba cómo ese proceso determinó la sustracción de
recursos financieros y la absorción de utilidades de las colonias.
Describió múltiples mecanismos de despojo soportados por los proveedores de
materias primas y señaló que eran duramente afectados por cualquier temblor de
los mercados (Lenin, 2006).
Esta teoría del eslabón débil aportó
argumentos para las interpretaciones exógenas de la polarización mundial.
Demostró que el bloqueo al desenvolvimiento soportado por los países
atrasados era consecuencia directa del reparto
colonial.
Lenin transformó la hipótesis de
obstrucción a la industrialización de la periferia sugerida por el segundo Marx
en una tesis de plena sofocación. Su caracterización sintonizaba con el
escenario bélico de principio del siglo XX, dominado por potencias que
arrasaban territorios para garantizar su control de los mercados.
Pero en sus
estudios del agro ruso el dirigente de los soviets también evaluó la dimensión
endógena del atraso. Analizó cómo la renta apropiada por la nobleza estancaba
la producción y empobrecía a los campesinos. Debatió dos remedios para ese
ahogo antes de la revolución bolchevique: el modelo prusiano de inversión
comandada por los terratenientes y el camino americano de distribución de la
tierra, eliminación de la renta absoluta y desenvolvimiento con farmers (Lenin, 1973: 20-99).
En la primera etapa del revolucionario ruso (1890-1914), las
explicaciones del atraso estaban focalizadas en procesos nacionales y agrarios.
En el segundo período (1914-22), predominaron las caracterizaciones de la
descapitalización padecida por la periferia. En un contexto resaltó la primacía
de causas endógenas del subdesarrollo y en el otro puso el acento en los
determinantes exógenos.
Pero siempre priorizó la
dimensión política de los problemas en debate. Los diagnósticos centrados en el
atraso agrario aportaban fundamentos a la revolución democrática contra el
zarismo. Los estudios de la confiscación colonial apuntalaban propuestas
antiimperialistas.
Lenin evaluó distintos grados de
dependencia política para demostrar su incidencia en el atraso sufrido por cada
país. Distinguió tres variedades de sujeción administrativa, sometimiento
económico y subordinación de las clases dominantes locales. Con estos
parámetros diferenció el carácter colonial
de África, semicolonial de China y capitalista dependiente de Argentina.
El
dirigente de los soviets remarcaba el rol de los agentes, compradores o socios
menores de la dominación imperial, para explicar distintos niveles de autonomía
política local frente al opresor externo. También analizó la situación
de potencias intermedias (Rusia, Turquía, Italia), que no cuadraban con la
simple divisoria entre imperios y colonias.
Todas las precisiones analíticas
del dirigente bolchevique apuntaban a definir estrategias revolucionarias.
Exhibió una extraordinaria flexibilidad política en el uso de ese instrumental.
En 1917 transformó su estrategia de revolución democrática en socialista y en
los años 20 auspició el desplazamiento de las prioridades comunistas de Europa
a Oriente. También revisó de hecho sus críticas a las tesis populistas de
inviabilidad del capitalismo ruso.
Lenin
demostró una gran capacidad para enmarcar las teorías sociales y los procesos
económicos en estrategias políticas. Supo considerar varias alternativas
revolucionarias y optar por la más adecuada para cada coyuntura.
ETAPAS
E IMPERIALISMO
El dirigente comunista inscribió
la relación centro-periferia en su teoría del imperialismo, como nueva etapa
del capitalismo. Introdujo esa periodización, complementando la distinción
estudiada por Marx entre el origen y la formación del capitalismo.
La
existencia de etapas históricas comenzó a debatirse durante la recuperación que
sucedió a la depresión de 1873-96. Frente a Bernstein -que postulaba la
paulatina desaparición de las crisis- y Kautsky -que resaltaba su continuidad-
Lenin señaló la vigencia de un nuevo periodo. Este concepto fue ampliamente
desarrollado por el pensamiento marxista posterior (Katz, 2009: 129).
El líder bolchevique remarcó varios
rasgos de la etapa imperialista: preeminencia del proteccionismo, hegemonía
financiera, gravitación de los monopolios y peso creciente de las inversiones
externas. Retomó la importancia asignada por Hilferding al entrelazamiento de industriales
y banqueros con la burocracia estatal. También recogió la supremacía señalada
por Hobson de las altas finanzas (Lenin, 2006).
El
revolucionario ruso dedujo su enfoque de teorías de la crisis basadas en desproporcionalidades
y sobreproducción, que expusieron Hilferding
y Kaustky. Posteriormente privilegió la tesis de Bujarin del parasitismo
financiero y la competencia nacional con alta intervención del estado.
Pero el centro de su mirada sobre el imperialismo no estaba localizado en
caracterizaciones económicas, sino en diagnósticos de inminente confrontación
bélica. El contexto omnipresente de la guerra determinó su concepción.
El impacto de sus ideas se explica
por ese acierto político. No aportó sólo denuncias. Planteó una crítica
demoledora a la expectativa pacifista de evitar la conflagración mediante
ingenuas convocatorias al desarme. En ese cuestionamiento Lenin convergía con
Luxemburg y chocaba con Kautsky e Hilferding. Las diferencias teóricas en torno
al sub-consumo (en el primer caso) y las afinidades sobre la dinámica de la
crisis (en el segundo), constituían problemas menores en comparación al dilema
de la guerra.
Muchas
lecturas posteriores olvidaron esa primacía política del texto y sobrevaloraron
las caracterizaciones económicas. Proyectaron además a todo el siglo XX, una
evaluación acotada al período de entre-guerra.
Esa
extrapolación condujo a décadas de dogmatismo y marxismo repetitivo. Se
tornó habitual postular la invariable vigencia de lo dicho por Lenin y se
intentó actualizar sus afirmaciones con datos de proteccionismo, primacía
financiera o confrontación guerrera. Esa reiteración omitió que los dos rasgos
centrales de esa tesis -estancamiento y guerra inter-imperial- no constituyen
rasgos permanentes del capitalismo. En nuestro libro sobre el tema trazamos un
balance de esas discusiones (Katz, 2011: cap 1).
Nuestra
evaluación ha sido impugnada por su “ruptura definitiva con la visión leninista”.
Esta objeción reitera el supuesto de inmutable validez de lo postulado en 1916
para toda la centuria posterior (Duarte,
2013).
Para demostrar ese congelamiento
del capitalismo nuestros críticos resaltan la continuada preeminencia de los
bancos, como si un lapso tan prolongado de múltiples procesos industriales no
hubiera alterado esa supremacía. Asignan la misma gravitación al
proteccionismo, desconociendo la intensidad de la liberalización comercial y el
entrelazamiento internacional de los capitalistas. También remarcan la
centralidad de la guerra, olvidando que las confrontaciones entre las
principales potencias fueron reemplazadas por agresiones imperiales de alcance
hegemónico o global.
Con el mismo criterio de ciega
fidelidad al texto original resaltan la sustitución de la competencia por los
monopolios, desconociendo el carácter complementario de ambos rasgos y la vigencia
de la concurrencia bajo el capitalismo. Olvidan que el comportamiento de los
precios no está sujeto a simples concertaciones, sino a un ajuste objetivo
guiado por la ley del valor.
Además, remarcan la sostenida primacía
del rentismo omitiendo que los principales desequilibrios del sistema se
generan en el área productiva. Esas tensiones no provienen del parasitismo,
sino del dinamismo descontrolado
del capital.
La lealtad formal a Lenin suele
exigir un ritual recordatorio del imperialismo “como última etapa del
capitalismo”. Se olvida que esa evaluación fue realizada en vísperas de la
revolución rusa, apostando a mayores victorias en el resto del mundo. Lenin
nunca pensó ese título como un estribillo válido para cualquier momento y
lugar.
La tesis de la decadencia sistémica
que postuló el líder bolchevique estaba también inspirada en la esperanza de
próximos triunfos del socialismo. No formulaba diagnósticos de colapsos
divorciados de la lucha de clases. A la luz del devenir posterior es evidente
que la etapa entrevista como un momento final constituyó un periodo intermedio
del desenvolvimiento imperial.
El capitalismo no se disolverá
por un desplome terminal. Lenin
subrayaba acertadamente que su erradicación depende de la construcción política
de una alternativa socialista.
LA
FUNCIÓN DE LA PERIFERIA
También Luxemburg analizó el mundo colonial a partir de una teoría del imperialismo. Pero razonó el problema
de otra manera. Intentó una deducción directa a partir de los textos de
Marx. Situó el tema en los esquemas de reproducción ampliada del tomo II de El Capital y evaluó los obstáculos que
enfrentaba el capitalismo a escala internacional.
La
dirigente socialista entendió que el principal desequilibrio se localizaba en
la realización de la plusvalía, que las economías centrales no lograban
consumar por la estrechez de los mercados. Señaló que la única salida para
desagotar esa acumulación era la colocación de sobrantes en las colonias.
Recordó que Gran Bretaña se expandió vendiendo tejidos en el exterior y definió
a partir de ese antecedente al imperialismo, como un sistema de movilización
externa del capital inactivo.
Luxemburg
observó que Marx había omitido esos desequilibrios y propuso enmendar el error,
incorporando la digestión del excedente en los esquemas de reproducción.
Criticó a los teóricos (Eckstein, Hilferding, Bauer) que desconocían esta
contradicción del capitalismo
(Luxemburg,
1968: 158-190).
Su abordaje suscitó distintas evaluaciones de los
esquemas del tomo II, que frecuentemente olvidaron la finalidad de esos
diagramas. Marx los introdujo para demostrar cómo puede funcionar el sistema a
pesar de los enormes obstáculos que afectan su desenvolvimiento.
El
autor de El Capital concibió una
situación ideal de ausencia de desequilibrios, para exponer como operaría todo
el circuito de la producción y circulación. Luxemburg y sus críticos
desconocieron esa función y se embarcaron en inapropiadas correcciones de los
esquemas.
La revolucionaria de origen polaco cometió otro error al
buscar en el exterior los límites que el capitalismo afronta en su dinámica
interna. Por eso supuso que el agotamiento de los mercados coloniales
determinaría una saturación absoluta de la acumulación. Olvidó que también en
ese ámbito el sistema genera mecanismos para recrear su continuidad a través de
la desvalorización (o destrucción) de los capitales sobrantes.
Pero ninguno de estos desaciertos ensombrece las
significativas contribuciones de la pensadora alemana. Al igual que Lenin captó
cómo las contradicciones del capitalismo adoptan formas agravadas en los
márgenes del sistema.
Luxemburg
aportó el primer análisis de la forma en que la periferia queda integrada al
centro como una necesidad del capitalismo mundial. Subrayó que ese segmento es indispensable
para la reproducción de todo el sistema. No razonó con supuestos de capitalismo
mundial pleno, ni observó a las economías subdesarrolladas como simples
complementos de los países avanzados. Estudió ambos sectores como partes de una
misma totalidad (Cordova,
1974:19-44).
La estudiosa del capitalismo señaló
que el centro necesita los beneficios sustraídos
de la periferia para continuar operando. Retrató esa conexión de Occidente
con África, Asia y América Latina. Maduró esa caracterización en sus estudios
de Polonia, al indagar cómo una zona periférica queda asimilada a los mercados
circundantes. De esa forma detectó las relaciones desiguales que vinculan a las
economías dominantes y subordinadas (Krätke,
2007:1-19).
Luxemburg percibió cómo el mundo subdesarrollado padece
una acumulación primitiva permanente al servicio de las economías centrales.
Observó que ese proceso no corresponde sólo a la génesis del capitalismo sino
también a su continuidad. Puso de relieve la forma en que el capital metropolitano
obstruye el crecimiento de la periferia e ilustró
de qué forma impide a esas regiones repetir el desenvolvimiento de Europa
Occidental, Estados Unidos o Japón.
Esta
caracterización constituye un antecedente de las teorías del “desarrollo del subdesarrollo”. Aportó
cimientos para las concepciones que conectan el atraso de la periferia con el
desenvolvimiento del centro. Destacó dos caras de un mismo proceso del
capitalismo mundial que no circunscribió a la coyuntura de su época.
Rosa retrató cómo el capitalismo
destruye a las economías campesinas de la periferia sin facilitar su industrialización.
Describió ese proceso revisando la conquista inglesa de la India, la ocupación
francesa de Argelia y la violenta implantación de los Boers en Sudáfrica. Observó
que la desintegración de zonas pre-capitalistas potencia
la pobreza, impidiendo la expansión de la demanda y la consiguiente acumulación
auto-sostenida.
Este diagnóstico fue bien
recibido por los estudiosos de su época, pero algunos señalaron que el capitalismo
integra a esas regiones sin demolerlas. Impone relaciones de subordinación sobre
las formas precedentes, siguiendo el modelo de incorporación de la esclavitud al
capitalismo naciente o el sendero de asimilación de las oligarquías a la
producción agraria capitalizada (Howard; King,
1989: 106-123).
Luxemburg razonó con criterios sub-consumistas. Señaló que
las restricciones a la demanda inducen al centro a buscar mercados exteriores,
que no prosperan por las obstrucciones impuestas al poder adquisitivo en la
periferia.
Esa mirada era afín a la caracterización de Hobson y
mantenía distancias con la visión de Lenin-Hilferding (sobreproducción-desproporcionalidad).
Mientras que el líder bolchevique forjó su teoría en polémicas con el
sub-consumismo de los populistas rusos, la revolucionaria que actuó en Alemania
maduró su tesis cuestionando el armonicismo de la socialdemocracia.
Muchos autores objetaron el
sub-consumismo de Luxemburg señalando la primacía de los desequilibrios en el plano de la ganancia. Subrayaron que el
capitalismo gira en torno al beneficio. Pero esas críticas omitieron la
compatibilidad de ambos enfoques y su integración en razonamientos
multicausales de la crisis. No percibieron cómo Luxemburg anticipó
diferencias claves entre el centro y la periferia en la solvencia de la
demanda.
Rosa compartió el análisis leninista del imperialismo,
pero no le asignó la misma relevancia al proteccionismo, la supremacía
financiera o el monopolio. Tampoco asoció ese período con la exportación de
capitales, sino que resaltó la preeminencia de las mercancías excedentes.
Pero Luxemburg coincidió con Lenin
en destacar que la periferia era doblemente esquilmada por succiones económicas
y pillajes coloniales. En el escenario bélico de principios del siglo XX ambos
procesos potenciaron la polarización global.
ACUMULACIÓN POR DESPOSESIÓN
La identificación de la
acumulación primitiva con la depredación que expuso Luxemburg ha sido retomada
actualmente por Harvey, en su análisis de los efectos predatorios del capitalismo.
Utiliza el término desposesión para señalar el carácter contemporáneo de este
proceso.
Harvey considera que la acumulación
primitiva incluye procesos previos y concurrentes del desenvolvimiento
capitalista. Al igual que Luxemburg considera
que las economías metropolitanas imponen un intercambio pernicioso al vecindario
subdesarrollado.
Pero el
pensador inglés asigna al término desposesión una dimensión adicional, como
mecanismo de expropiación en las economías avanzadas, a través de la especulación
financiera, los fraudes, las patentes y las privatizaciones (Harvey, 2003: cap 4).
Una caracterización semejante
plantea Serfati. Subraya que la depredación padecida por la periferia
(especialmente a través del tributo de la deuda pública) coexiste con las
confiscaciones generales del sistema. Estima que el capitalismo desarrollado se reproduce esquilmando una esfera “exterior”,
que no es sólo geográfica sino también social. Esta apropiación abarca
todos los campos disponibles para la acumulación (Serfati, 2005).
Estas visiones son objetadas por
varios marxistas. Cuestionan el énfasis en
el robo extra-económico en desmedro de la lógica del capital. Advierten contra
la presentación del sistema como un simple régimen de dominación política.
Recuerdan que Marx no estudió la acumulación primitiva como un hurto para
enriquecer a la burguesía. Buscó ilustrar el proceso social expropiatorio de
gestación del proletariado (Wood, 2007; Brenner, 2006).
Los críticos señalan que el
capitalismo no debe ser analizado con criterios de pillaje. A diferencia de los
regímenes tributarios o esclavistas está regulado por normas objetivas de
competencia, ganancias y explotación (Ashman; Callinicos,
2006).
Harvey estima que esas miradas
subestiman el componente de depredación del capitalismo contemporáneo y
reafirma su presentación de la acumulación como un proceso que combina
confiscación económica y extra-económica. Pero
no aclara cuándo y cómo operan cada una de esas dimensiones (Harvey, 2006).
La sustracción de plusvalía y la expropiación por
medio del pillaje eran evaluadas de otra forma a principio del siglo XX.
Hilferding postulaba una cronología histórica de esos procesos. Consideraba que
el saqueo fue característico del colonialismo
tradicional y la hegemonía del capital comercial. Señalaba que esa modalidad
decayó con la industrialización metropolitana y mantuvo poca relevancia en el
período posterior de proteccionismo y exportación de capital (Hilferding, 2011).
Lenin y Luxemburg consideraban,
en cambio, que la depredación había reaparecido en la nueva etapa imperialista.
Estimaban que las guerras por el botín colonial recreaban los viejos escenarios
de pillaje. Muchas teorías pos-leninistas y pos-luxemburguistas mantuvieron esa
visión sin tomar en cuenta que fue formulada en un período bélico.
Una reconsideración del problema
debería señalar la función secundaria del saqueo en las fases de acumulación
corriente y su gravitación central en las etapas bélicas. La misma distinción podría extenderse a las
regiones de la periferia dominadas por escenarios de guerra (Medio Oriente) o
por contextos de explotación usual (América Latina).
Es cierto que la acumulación primitiva y de capital son procesos
concurrentes y no meras etapas del desarrollo histórico. Pero la relación entre
ambos procesos es muy cambiante en cada periodo y región.
DESARROLLO
DESIGUAL Y COMBINADO
Trotsky coincidió
con las caracterizaciones de Lenin y Luxemburg sobre la guerra, el periodo
imperialista y la polarización mundial. Pero introdujo un concepto que permitió
superar las contraposiciones simplificadas de la periferia con el centro.
Su noción del desarrollo desigual y combinado situó el atraso de las regiones
subdesarrolladas en el contexto del capitalismo internacionalizado. Registró no
sólo las asimetrías, sino también las mixturas de formas avanzadas y
retrasadas, en las formaciones que se incorporan al mercado mundial.
El revolucionario ruso utilizó
inicialmente un concepto expuesto por varios autores (Herzen, Cherbychevsky)
para ilustrar la mixtura de modernidad y subdesarrollo vigente en Rusia. Luego
combinó esa aplicación con otras tesis (Parvus), que retrataban a la economía
mundial cómo una totalidad heterogénea e interconectada.
Con esa mirada ilustró la nueva
amalgama del subdesarrollo. La periferia ya no reproducía el expansivo modelo
europeo, pero tampoco mantenía las viejas modalidades feudales, serviles o
campesinas.
Trotsky
añadió al desarrollo desigual de Lenin un principio de cursos combinados.
Ilustró cómo la diversidad de ritmos de desenvolvimiento es complementada por
una mezcla de lo arcaico con lo moderno. Describió esta novedosa articulación
en su balance de la primera revolución rusa y
completó la teoría en su historia de la gesta bolchevique (Trotsky, 1975; Trotsky, 1972: 21-34).
El desarrollo desigual y
combinado permite superar las interpretaciones difusionistas y estancacionistas
de la relación centro-periferia. Refuta los mitos de la expansión gradual del
modelo occidental y desmiente la impresión opuesta de congelamiento
pre-capitalista. Subraya la preeminencia de mixturas al interior de una
jerarquía imperial (Barker, 2006).
Esta amalgama fue posteriormente denominada
“heterogeneidad estructural” y tuvo gran aplicación en el estudio de las
economías latinoamericanas que combinaban industrialización dependiente con latifundio
improductivo.
Trotsky brindó la explicación más
completa de las percepciones del segundo Marx sobre la India. Los ferrocarriles
ingleses no transferían al subcontinente asiático el desenvolvimiento augurado
por El Manifiesto, sino que
ensamblaban crecimiento con inserción mundial subordinada.
El marxismo
endogenista utilizó el desarrollo desigual y combinado para describir cómo se
articulaban distintos de modos de producción (esclavismo, feudalismo y
capitalismo) en formaciones económico-sociales singulares.
Los
teóricos del marxismo exogenista recurrieron a la misma noción para estudiar cómo
los patrones internacionales de dependencia moldean a las economías
semiindustrializadas.
Trotsky
maduró su concepto en la lucha política contra las tesis comunistas oficiales
de la revolución por etapas. Cuestionó el resurgimiento de la idea menchevique
de un desarrollo burgués previo a cualquier transformación socialista. Resaltó
la inviabilidad de esa estrategia en un mundo capitalista interconectado.
El
desarrollo desigual y combinado constituyó el principal pilar de su estrategia
de revolución permanente. Sostuvo esa tesis contraponiendo el éxito del
bolchevismo con el fracaso de la revolución china (1925-27) (Trotsky, 2000; Demier, 2013).
Trotsky
concibió su enfoque para economías intermedias, viejas potencias o países con
alta gravitación geopolítica. Propuso aplicarla en Rusia o Turquía y era
cauteloso en su extensión. No incluía a regiones coloniales o de agudo
subdesarrollo. Lo que valía para China o India no era aplicable en África
ecuatorial o Afganistán (Davidson, 2010).
Con esta
misma mirada anticipó las peculiaridades de las formaciones semiperiféricas,
que en su época protagonizaban mutaciones sustanciales. Junto a las viejas
potencias (Francia, Inglaterra) desafiadas por los nuevos países centrales (Estados
Unidos, Japón, Alemania), otro segmento mantenía un lugar indefinido (Rusia,
Italia) o profundizaba su regresión (Turquía, España). Esas potencias de
segundo rango fueron estudiadas ulteriormente con los criterios del
sub-imperialismo. El desarrollo desigual y combinado aportó cimientos para esa
indagación.
CUESTIONAMIENTOS
Y EXTENSIONES
Desde su formulación, el desarrollo
desigual y combinado suscitó numerosos debates. Todos reconocieron que
esclarecía la evolución de economías sometidas a la mixtura de modernización y atraso
y ponderaron su percepción de esas articulaciones (Vitale, 2000).
Pero otras aplicaciones
resaltaron su semejanza con teorías heterodoxas del catch up. Estos planteos subrayan las ventajas del país que llegó
tarde para asimilar las tecnologías disponibles. Asemejaron ese “privilegio del
atraso” con las ideas de Trotsky.
Pero el
líder revolucionario conceptualizó la industrialización fragmentaria de
capitalismos tardíos señalando ventajas y desventajas. Remarcó las
contradicciones que entrañaba “llegar tarde”. Recordó que Rusia se
industrializó con mercados estrechos, endeudamiento exterior y desastrosos compromisos
militares.
El caso
alemán aportaba otro ejemplo. Presionado por la competencia anglo-francesa, el
capitalismo germano se desenvolvió sin revolución burguesa triunfante, bajo la
bota de un estado militarizado. Ese prusianismo desembocó en catastróficas
presiones belicistas.
Trotsky no concibió el desarrollo
desigual y combinado como una categoría de la sociología o la economía
heterodoxa. Buscaba demostrar las posibilidades de protagonismo proletario en
los capitalismos inmaduros.
Por esa razón señalaba que Rusia
había generado una clase obrera capacitada para consumar la revolución
bolchevique. Ese dato era el principal corolario de su teoría. En lugar de
apuntalar una industrialización burguesa más pujante, la amalgama rusa permitía
concretar un ensayo anticipado de socialismo (Bianchi,
2013).
Trotsky integró economía,
política y luchas de clases en un razonamiento anticapitalista. Elaboró su
enfoque contra el positivismo socialdemócrata y la estrategia de la revolución
por etapas. Cuestionó las propuestas de imitación del capitalismo central y las
políticas de construcción del socialismo en un solo país. Sus tesis eran
totalmente ajenas al catch up.
En otros debates se ha destacado
que el desarrollo desigual y combinado es un mecanismo o una tendencia sin
status de ley. Carece de lógica predictiva y estrictos resultados derivados de
fuerzas actuantes.
Esta performance metodológica del
concepto es un tema abierto, pero conviene recordar que nunca fue concebido
para el universo de las ciencias naturales. Está referido a fenómenos sociales,
confrontaciones políticas y resultados históricos dependientes de la acción
humana. Clarifica contradicciones sujetas al imprevisible desenlace de la lucha
clases.
Otra
discusión involucra el alcance histórico del principio. Ciertos autores estiman
que desborda el marco capitalista y permite entender procesos pre-capitalistas.
Lo utilizan para demostrar cómo la colonización combinó procesos mercantiles
con trabajo esclavo y explotación de los indígenas (Novack, 1974). Otra ampliación
hacia atrás lo aplica para retratar la expansión territorial de la nobleza en
sociedades feudales (Rosenberg, 2009).
Pero esta extensión olvida que sólo bajo el capitalismo los
actores económicos quedan envueltos en la red interdependencia requerida para
concretar el desarrollo combinado. Los sistemas precedentes podían compartir
muchos rasgos, pero no las mixturas de desenvolvimiento industrial que
describió Trotsky. Solamente el capitalismo introduce la dimensión mundial exigida
para romper el aislamiento de las sociedades anteriores (Callinicos,
2009).
CONCEPTOS PERDURABLES
Lenin, Luxemburg y Trotsky
atribuyeron la polarización mundial a la nueva etapa imperialista. Presentaron
esa brecha como un efecto de las disputas entre potencias por el botín
colonial. Analizaron la confiscación de la periferia en el contexto de las
rivalidades mercantiles que condujeron a la primera guerra mundial.
Los tres autores introdujeron
nociones de gran relevancia para el estudio de la relación centro-periferia.
Lenin esclareció el desarrollo económico desigual y la subordinación política
que soportan los países retrasados. Luxemburg retrató las obstrucciones
económicas estructurales que padecen esas naciones y anticipó tendencias de la
acumulación por desposesión. Trotsky puso de relieve las contradicciones
peculiares de los países intermedios afectados por el desenvolvimiento
combinado. Estas teorías fueron expuestas en estrecha conexión con estrategias
socialistas.
Las ideas de los tres
revolucionarios tuvieron gran impacto en la segunda mitad del siglo XX. Pero
las modificaciones que registró el capitalismo durante ese periodo modificaron
el pensamiento marxista. En nuestro próximo texto estudiaremos cómo se abordó
la problemática centro-periferia en la posguerra
9-4-2016
REFERENCIAS
-Ashman, Sam; Callinicos,
Alex (2006). Capital Accumulation and the State System Historical Materialism, vol 14.4.
-Barker, Colin, (2006). Beyond Trotsky: extending combined
and uneven development, Permanent
Revolution: Results and Prospects 100 Years, Pluto Press.
-Bernstein,
Eduard (1982). Las premisas del
socialismo y las tareas de la socialdemocracia, Siglo XXI, México.
-Bianchi, Alvaro (2013). Determinação e tendências
históricas no pensamento de Trotsky, 5-2,
blogconvergencia.org/blogconvergencia
-Brenner Robert (2006). What Is, and What Is Not, Imperialism? Historical Materialism, vol 14.4
-Callinicos, Alex, (2009). How
to solve the many-state problema: a reply to the debate, Cambridge Review of International Affairs, vol 22, n 1, march.
-Claudín,
Fernando (1970). La crisis del movimiento
comunista, Ruedo Ibérico, Madrid.
-Cordova, Armando (1974). Rosa Luxemburgo y el mundo
subdesarrollado, Problemas del Desarrollo,
vol 5, n 18.
-Davidson, Neil (2010). From deflected permanente
revolution to the law of uneven and combined development, International Socialist, n 128, autumn.
-Day, Richard B; Gaido, Daniel (2011)
Discovering Imperialism: Social
Democracy to World War I, Brill Academic Publishers,
Leiden
-Demier, Felipe (2013). Ainda sobre a lei do
desenvolvimento desigual e combinado: Trotsky e Novack, 3-3, blogconvergencia.org/blogconvergencia.
-Duarte,
Daniel (2013). Reseña de Bajo el Imperio del
capital, Hic Rhodus. Crisis
capitalista, polémica y controversias, no 3 (2).
-Harvey, David (2003). The New Imperialism, Oxford University Press.
-Harvey, David (2006). Comment
on Commentaries, Historical Materialism,
vol 14.4.
-Hilferding,
Rudolf, (2011). German Imperialism and Domestic Politics (October 1907), Discovering Imperialism: Social Democracy to World War I, Brill
Academic Publishers, Leiden,
-Hobsbawm, Eric (2000). Naciones y nacionalismo desde 1780,
Crítica, Barcelona.
-Howard, M.C; King, J. E (1989). A
History of Marxian Economics, vol 1, Princeton University Press, New
Jersey.
-Katz, Claudio (2009). La economía Marx hoy seis debates
teóricos, Maia Ediciones, Madrid.
-Katz,
Claudio (2011). Bajo el imperio del capital, Luxemburg, Buenos Aires.
-Kautsky, Karl (1978). El camino al poder, Siglo XXI, México.
-Kautsky, Karl (2011a) Germany, England and world-policy (May 1900), The war in South Africa (November 1899)
Discovering Imperialism: Social
Democracy to World War I, Brill
Academic Publishers, Leiden
-Kautsky, Karl (2011b). Imperialism (September 1914). Discovering Imperialism: Social Democracy to World War I, Brill
Academic Publishers, Leiden
-Kohan,
Néstor (2011). Nuestro Marx,
Caracas.
-Krätke, Michael R,
(2007). Rosa Luxemburg: Her analysis of Imperialism and her contribution to the
critique of political economy, March 2007, http://www2.chuo-u.ac.jp/houbun/sympo/rosa_confe2007/pdf/papers/Kratke.pdf
-Lenin, Vladimir, (1973). Obras Escogidas, Editorial Progreso,
Moscú.
-Lenin, Vladimir (1974a). El derecho de las naciones a la
autodeterminación (julio 1914), Anteo, Buenos Aires.
-Lenin, Vladimir (1974b). Balance
de una discusión sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación (julio
1916), Anteo, Buenos Aires.
-Lenin, Vladimir (2006). El imperialismo, fase superior del
capitalismo, Quadrata, Buenos
Aires.
-Lowy Michael. ¿Patrias o planeta?, Homo Sapiens, Rosario, 1998.
-Luxemburg,
Rosa (1968). La acumulación del capital.
Editoral sin especificación, Buenos Aires,
-Luxemburg,
Rosa (1977). Textos sobre la cuestión nacional, Ediciones de la Torre,
Madrid.
-Luxemburg,
Rosa (2008). Obras escogidas, Ediciones
digitales Izquierda Revolucionaria, abril
-Luxemburg, Rosa, (2011) Morocco (August 1911), Discovering Imperialism: Social Democracy to World War I, Brill
Academic Publishers, Leiden
-Munck, Ronaldo (2010). Marxism and nationalism in the era of
globalization, Capital and Class, February vol. 34 no. 1
-Novack, George (1974). La ley del
desarrollo desigual y combinado de la sociedad, Editorial Pluma, Bogotá.
-Rosenberg, Justin (2009). Basic problems in
the theory of uneven and combined development: a reply to the CRIA fórum, Cambridge Review of International Affairs,
vol 22, n 1, march
-Serfati, Claude (2005). La economía de la globalización
y el ascenso del militarismo”. Coloquio Internacional Imperio y Resistencias.
Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, México, 6 de octubre.
-Trotsky, León (1972). Historia
de la Revolución Rusa, Tomo 1, Juan Pablo Editor, México.
-Trotsky, León (1975).
Tres concepciones de la revolución
rusa. Resultados y perspectivas, El
Yunque, Buenos Aires.
-Trotsky, León (2000). La
teoría de la revolución permanente CEIP, Buenos Aires.
-Van der Linden, Marcel (2007). The ‘law’ of uneven
and combined development. Historical Materialism, 15.
-Vitale, Luis (2000). Hacia El Enriquecimiento de la
teoría del desarrollo desigual, Estrategia
Internacional, n 16, invierno,
Buenos Aires.
-VVAA (1973). Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista,
Primera Parte, Siglo XXI, Buenos Aires.
-Wood, Meisksins Ellen (2007)
A reply to critics, Historical
Materialism, vol 15, Issue 3.
[1] Economista, investigador del CONICET, profesor de la
UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
[2] Hemos analizado la etapa precedente en (Katz, 2016).
No hay comentarios:
Publicar un comentario