Claudio Katz[1]
Las
características de la crisis reciente se explican por las transformaciones
ocurridas durante la etapa neoliberal de las últimas tres décadas. Ese período comenzó con el Thatcherismo, se reforzó con el desplome
de la URSS y persiste en la actualidad atropellando las conquistas sociales.
Mediante privatizaciones,
apertura comercial y flexibilización laboral el neoliberalismo modificó el
funcionamiento del capitalismo. Amplió el radio sectorial y territorial de la
acumulación, sometiendo nuevas actividades (educación, salud, jubilaciones) y
espacios geográficos (ex países socialistas) al reinado del lucro. Ha
incentivado formas de consumo más segmentadas y modalidades de producción
flexible, que potencian el desempleo, la feminización del trabajo y la
polarización de las calificaciones.
El modelo actual se apoya en el repliegue
de los sindicatos y en el reflujo de las ideas anticapitalistas. Propicia una competencia
global basada en aumentos de la productividad desgajados del salario. Ha
facilitado la recomposición de la tasa de ganancia incrementando la explotación
de los trabajadores.
Las grandes empresas aprovechan
las diferencias internacionales de sueldos para ampliar sus beneficios. Emigran
hacia los países que ofrecen mayor baratura salarial -o utilizan la amenaza de ese
traslado- para acentuar el control patronal del proceso de trabajo. Esta
orientación confirma que las ganancias provienen de la extracción de plusvalía
y que no se avecina el “fin del trabajo”, teorizado por tantos autores.
El neoliberalismo acentuó la
precarización de todas las categorías
profesionales, creando un duro escenario de informalidad laboral. El
aumento de la desigualdad social es una consecuencia de esta regresión.
La enorme expansión de las
brechas sociales retrata la ofensiva del capital. Con
sus denuncias de enriquecimiento del 1 % de los acaudalados, el movimiento de
ocupantes de Wall Street puso de relieve esta fractura. Un documentado libro
reciente confirma la magnitud de esta polarización. Ese trabajo aporta detalladas
estimaciones del aumento de la desigualdad social en 30 países y establece comparaciones
históricas de esta brecha[2]
El texto
destaca que el 1% de la minoría más enriquecida
de la población (equivalente a la crema de la clase capitalista) es poseedora
del 25% del patrimonio total en Europa (2010) y del 35% en EEUU (2010). El 9%
siguiente (que corresponde a los sectores privilegiados, gerenciales o
directivos) detenta el 35% de ese acervo en ambas zonas. Un 10% de habitantes
maneja, por lo tanto, el 60% y 70% del patrimonio en las dos principales
regiones económicas del planeta. En el otro polo de la sociedad, el 50% más
pobre sólo tiene el 5% de ese total y el 40% restante conforma un sector
intermedio, que controla el 35% (Europa) y el 25% (Estados Unidos) de esa suma.
El estudio
también señala que este enriquecimiento se amplió dos o tres veces más que el
PBI durante los últimos 20-30 años, a un ritmo desconocido desde 1910. Por esta
razón algunos super-billonarios, como la heredera de la empresa francesa
L´Oreal incrementaron su fortuna de 2000 a 25.000 millones de dólares en 1990-2010.
Lo mismo ocurrió con Bill Gates.
Estas cifras confirman otras evaluaciones que circularon en los últimos
años para ilustrar esta explosión de desigualdades. Por ejemplo, una
minúscula elite de billonarios detenta el 46% de los activos mundiales y un
puñado de 200.000 “ultra-ricos” aumentó el año pasado su patrimonio en un monto
equivalente al PBI de la India[3].
Estos datos
demuelen todas las justificaciones neoliberales
de la brecha social, como “un precio a pagar por el progreso” o como un “mal
transitorio hasta que finalice el derrame”. También refutan la fantasía de
“erradicar la pobreza mediante el crecimiento”. Los cálculos que habitualmente
presenta el Banco Mundial para demostrar esa reducción se basan en una burda
identificación de las necesidades básicas con la subsistencia fisiológica. Como
miden la pobreza omitiendo su evolución comparativa frente a la riqueza,
registran disminuciones porcentuales de la miseria que sólo existen en su
imaginación[4].
El aumento de la desigualdad en
las economías emergentes se desenvuelve a un ritmo semejante a los países
centrales, confirmando que estas fracturas no se acortan con el simple
crecimiento. En China el 1% más rico pasó de
4-5% del patrimonio (1980) a 19-11% (2010) y en India del 4% a 12%. La
riqueza se ha expandido más rápido que el PBI en las economías asiáticas ascendentes
y en las regiones estancadas de Occidente[5].
La estrecha
relación entre desigualdad y neoliberalismo se verifica en la evolución histórica de los desniveles sociales. El pico máximo de
la brecha social se registró a principio del siglo XX, luego descendió en la
posguerra hasta alcanzar a su punto más bajo en 1975 y posteriormente ha
retomado una imparable curva ascendente. Dos contrapesos tradicionales
de esta polarización -la existencia de una clase media y de estados
involucrados en la problemática social- no atenuaron la fractura creada por el
capitalismo neoliberal[6].
Es muy
significativo que los datos más contundentes sobre el incremento de la
desigualdad contemporánea hayan sido aportados por un economista convencional,
crítico de Marx y partidario de mejorar al capitalismo con tenues reformas en
los impuestos y la educación[7].
MUNDIALIZACIÓN
PRODUCTIVA
La desigualdad se expande junto
al salto registrado en la internacionalización
de la economía. Esta mundialización se ha convertido en un nuevo eje
articulador del capitalismo. En la esfera productiva los protagonistas de este
cambio han sido las empresas transnacionales, que ampliaron la diversificación internacional
de los procesos de fabricación.
Estas firmas aumentaron la elaboración
de mercancías “hechas en el mundo” mediante “cadenas globales de valor”.
Desenvuelven su producción en función de las ventajas que ofrece cada localidad
en materia de salarios, subsidios o disponibilidad de recursos. De esta forma
un Ipod se fabrica actualmente con microcircuitos japoneses, diseño
norteamericano, pantallas planas coreanas y ensamblado chino[8].
La industria se desplaza al
continente asiático para lucrar con salarios bajos, aprovechando el
abaratamiento del transporte y las comunicaciones. Esta extensión geográfica
condujo a una duplicación de la fuerza de trabajo involucrada en la producción global
(1990- 2010). El porcentaje de asalariados comprometidos en esta actividad
mundializada aumentó un 190% en las economías intermedias y un 46% en los
países desarrollados[9].
La industria automotriz -que con el fordismo o toyotismo siempre marcó la
tónica de nuevos modelos productivos- ha incrementado su internacionalización.
Fracciona la fabricación de vehículos en incontables países y ya existen tres
casos importantes de entrelazamiento global de la propiedad (FIAT-Chrysler,
Renault-Nissan y Peugeot-Dongfeng).
La evolución de FIAT es muy
ilustrativa de esta tendencia, puesto que ingresó en Chrysler en 2009 bajo la
dirección de un italo-canadiense, manteniendo la propiedad de la familia
Agnelli. La compañía se despegó posteriormente del mercado italiano y dio lugar
a una nueva empresa internacionalizada (FCA) con sede legal en Holanda y
domicilio fiscal en Inglaterra
La revolución digital es el soporte
tecnológico de esta mundialización productiva. La velocidad de las innovaciones
en la informática torna obsoletos los nuevos productos, antes de agotar su
comercialización. La crisis no atenuó el vertiginoso ritmo de estos cambios. La
expansión de Internet con redes sociales ha generado, por ejemplo, una nueva interconexión
entre 1000 millones de usuarios. Los debates sobre la propiedad intelectual y la
nueva cultura audiovisual ilustran la magnitud de la revolución tecnológica en
curso.
El impacto de estas innovaciones sobre
la productividad suscita un intenso debate, que opone a los tecno-eufóricos con
los tecno-escépticos. La apología neoliberal del universo virtual que despliega
el primer grupo es impugnada por los heterodoxos del segundo alineamiento, con
argumentos que relativizan el impacto de los nuevos mecanismos de producción
flexible[10].
Pero conviene recordar que el
capitalismo siempre ha funcionado introduciendo innovaciones que incrementan la
tasa de explotación. Este mecanismo se encuentra en el ADN de un sistema basado
en la extracción de plusvalía.
La revolución informática actual
repite esa norma, pero generando recortes mayores en el nivel de empleo. Esta
pérdida de puestos de trabajo se verifica en las fases de prosperidad y
recesión, a medida que se acelera la rotación del capital y se reducen los
gastos de administración.
Algunos
críticos marxistas reconocen la presencia de esta revolución tecnológica, pero
objetan su alcance industrial. Estiman que la productividad no se expande, ni
genera mutaciones comparables a la máquina del vapor o el automóvil[11].
Pero esta
caracterización reitera los diagnósticos keynesianos que añoran el viejo
capitalismo. Acepta sus cálculos de productividad para las economías avanzadas
y aprueba la omisión de estas estimaciones para las economías asiáticas. Es
evidente que la gigantesca expansión del PBI chino se consumó junto a los
grandes cambios de la informática, que utilizan las empresas transnacionales
para fabricar globalmente.
Es erróneo suponer que el
capitalismo eliminó las revoluciones tecnológicas luego de la era del
automóvil. Este sistema no puede prescindir de estas mutaciones periódicas,
desde el momento que funciona compitiendo por beneficios surgidos de la
explotación. Esta concurrencia obliga a los concurrentes a incrementar la
productividad para sustraer mercados a sus rivales. La informática simplemente
repite lo ocurrido con el vapor, los ferrocarriles, la electricidad, el
automóvil o los plásticos[12].
MUNDIALIZACIÓN
COMERCIAL-FINANCIERA
La fuerte expansión que han
registrado los convenios de libre-comercio se amolda al avance de la
mundialización productiva. Las
compañías necesitan aranceles bajos y libertad de movimientos entre países para
concretar sus transacciones intrafirma.
La gravitación actual de esas
empresas es enorme. Sólo 737 firmas transnacionales controlan el 80% del valor
accionario de las mayores compañías del mundo y una crema de 147 maneja el 40%
de esos títulos[13].
Como el comercio mundial no se
interrumpió en el reciente sexenio de crisis, estas tendencias han persistido.
La caída registrada en el volumen de transacciones durante el 2009 se
recompuso, sin afectar el eslabonamiento forjado por las empresas globalizadas.
La mundialización comercial continúa
extendiéndose con los nuevos mega-tratados que Estados Unidos negocia con la
Unión Europea (Transatlántico) y con los países asiáticos (Transpacífico).
Obama retomó las tratativas iniciadas durante la administración de Clinton,
bajo la presión de los sectores más interesados en ampliar la escala de sus
mercados (productos agro-genéticos, informática, automotrices, bancos).
Estas negociaciones corroboran
que la crisis no introdujo el giro hacia el proteccionismo que pronosticaron
algunos economistas. Al contrario, persistieron los grandes bloques regionales
(Unión Europea, Alianza del Pacífico, ASEAN) y los convenios que mantienen
entre sí los países miembros de las distintas alianzas. Aquí radica la gran
diferencia con los años 30. La economía se encuentra más internacionalizada y
se estrechó el margen para recrear áreas monetarias resguardadas con elevados
aranceles.
Por estas razones tampoco hubo
reversión de la globalización financiera. En este campo se concentra la mayor escala
de internacionalización del capital. La desregulación de las operaciones, la
integración de los mercados y la gestión accionaria de las firmas que introdujo
el neoliberalismo ha persistido. Los capitales continúan fluyendo de un país a
otro con la misma velocidad y libertad de circulación que exhibían antes del
2008. Estos movimientos siguen generando la explosión de liquidez, el descontrol
crediticio, la inestabilidad cambiaria y la volatilidad bursátil, que sacuden
periódicamente a todos los mercados.
Bajo el impacto inicial de la
crisis abundaron las convocatorias a reintroducir regulaciones, controles a los
bancos y penalidades a las ganancias especulativas. Pero no ocurrió nada. Todas
las iniciativas chocaron con la resistencia de los financistas, que volvieron a
demostrar capacidad de veto y creciente entrelazamiento con el capital
productivo.
DOS
SITUACIONES EN LA MISMA ETAPA
El avance de la mundialización no
es sinónimo de sincronización del ciclo económico. Al contrario, cada vez
resulta más nítida la coexistencia de situaciones diferenciadas. El crecimiento
bajo o nulo de Estados Unidos, Europa y Japón empalma con el continuado ascenso
de China y ciertas economías intermedias.
Este segundo bloque no tiene la
pujanza suficiente para actuar como consumidor global, ni para generar una
desconexión compensatoria del estancamiento en el centro. Pero su continuado crecimiento
limitó el alcance de la crisis.
Como
resultado de esa combinación coexisten dos tipos de escenarios dentro de la
misma economía internacionalizada. Las empresas transnacionales neutralizan la
caída de un mercado con el desarrollo de otro. Contrarrestan las pérdidas
afrontadas en ciertos países con las ganancias obtenidas en las localidades más
prósperas. Este heterogéneo contexto explica las modalidades diferenciadas que
presenta en la actualidad el neoliberalismo agobiado por las finanzas en el Centro
y basado en el productivismo en Oriente.
En ambas regiones se corrobora el
mismo comportamiento turbulento de la acumulación. No rige la expansión
auto-sostenida que imaginan los neoliberales, ni el estancamiento generalizado
que suponen muchos heterodoxos.
Frente a esta situación conviene
ser cuidadosos con los contrapuntos históricos. El período neoliberal no repite
la depresión de entre-guerra, ni la pujanza de posguerra. Conforma una nueva
etapa que perdura en la coyuntura pos-2008.
Este período incluye un
funcionamiento cualitativamente diferenciado del capitalismo. Este sistema tuvo
una primera etapa de libre-comercio en el siglo XIX, una segunda de
imperialismo clásico a principio del XX y una tercera de pos-guerra con mayor regulación
estatal. El neoliberalismo constituye la cuarta etapa del capitalismo.
Esta caracterización permite
abordar los problemas actuales mejorando la aplicación de la teoría de las
Ondas Largas, para captar la coexistencia de situaciones de recesión y
crecimiento. Indagar sólo la preeminencia de un ciclo Kondratieff descendente o
de un período contrapuesto ascendente genera múltiples problemas.
Los teóricos marxistas que
postulan la perdurabilidad de un ciclo descendente suelen remarcar la anemia de
la acumulación. Reconocen que el neoliberalismo restauró la tasa de ganancia,
pero consideran que esa recomposición no incrementó la inversión y la
productividad. Explican esa limitación por la dominación de los monopolios, la
pérdida de pujanza tecnológica o la gravitación parasitaria del capital
financiero[14].
Pero esta
mirada omite el fenomenal crecimiento de China y la expansión cualitativa de la
mundialización. Razona como si estos datos constituyeran episodios menores o
pasajeros, sin notar que modifican el funcionamiento del capitalismo. Reitera
imágenes de estancamiento recogidas de los años 30 o 70, olvidando que este
sistema no se caracteriza por parálisis
sin fin. Se desenvuelve ampliando la explotación de los trabajadores para
acumular beneficios.
Otros autores
vislumbran la proximidad de una fase ascendente (en el 2018), al concluir un ciclo
Kondratieff descendente que prolongó su duración tradicional[15].
Pero esta determinación
cronológica exacta de los períodos largos es más familiar al razonamiento
schumpeteriano que a la tradición de Marx. Los seguidores de esa concepción
(que aceptan la problemática de los ciclos largos) siempre objetaron las
periodicidades fijas. Cuestionaron las justificaciones basadas en la renovación
del capital fijo o la maduración de revoluciones tecnológicas, considerando que
el dato central de estos procesos es el imprevisible desenlace social de la
confrontación clasista.
Más allá de estas controversias,
no existe hasta ahora ningún indicio de reversión del bajísimo crecimiento de
Europa, Japón o Estados Unidos, que se requeriría para el debut de esa onda
ascendente.
La atención puesta en dilucidar
la primacía de un ciclo de regresión o prosperidad de largo plazo obstruye el
registro de la dualidad actual. En esta etapa no perdura la homogeneidad, ni
las fracturas de pos-guerra. El centro ya no determina tan directamente la evolución
económica mundial y ha desaparecido el movimiento económico específico que
caracterizaba al bloque socialista. Probablemente los nuevos movimientos de
largo plazo se están amoldando al perfil de un capitalismo más globalizado y
de-sincronizado.
En cualquier caso es más
productivo desentrañar las transformaciones cualitativas en curso, que discutir
la periodicidad cuantitativa de las Ondas. El concepto de etapa contribuye a
esta indagación. Permite afinar los instrumentos conceptuales requeridos para
captar la dinámica de un período tan complejo. La evolución en curso no se
esclarece con preguntas simplificadas. No basta definir “si la crisis se
profundiza o atenúa” para comprender lo que está ocurriendo. Resulta
indispensable contextualizar esta convulsión en la nueva etapa que han
estudiado varios autores[16]
UNA CRISIS
ESPECÍFICA
El neoliberalismo cerró el
período de convulsión predominante durante el ocaso del boom de posguerra (temblores
de 1974-75 y 1981-82). Pero como siempre ocurre bajo el capitalismo el fin de
ciertos desequilibrios abrió nuevas contradicciones, que desembocaron en los
estallidos financieros y en la recesión de los últimos años. Dos décadas de
privatización, apertura comercial y flexibilización laboral generaron esos
torbellinos.
Las crisis de la mundialización neoliberal
han sido muy frecuentes en distintos puntos del planeta. Salieron a flote con
la burbuja japonesa (1993), la eclosión del Sudeste Asiático (1997), el
desplome de Rusia (1998), el desmoronamiento de las Punto.Com (2000) y el
descalabro de Argentina (2001).
El temblor global del 2008 tuvo
una magnitud y un alcance geográfico muy superior a estos precedentes, pero
forma parte de la misma secuencia. No ha sido una prolongación de crisis
irresueltas de los años 70, sino un resultado de contradicciones específicas de
la nueva fase. Las caracterizaciones que subrayan esta peculiaridad han
clarificado mucho más el contexto actual, que las interpretaciones centradas en
explicar el temblor reciente como una continuidad de la crisis iniciada hace
40-50 años[17].
Las
convulsiones de los últimos años no constituyen sólo desequilibrios genéricos
del capitalismo, ni efectos exclusivos de las políticas neoliberales. Obedecen
a ambas causas. Son productos combinados del capitalismo neoliberal.
Esta síntesis ha sido
acertadamente analizada por distintas interpretaciones marxistas, que explican
como la crisis emergió de un sistema de competencia por beneficios surgidos de
la explotación (capitalismo) y de un modelo de ofensiva del capital contra el
trabajo (neoliberalismo) [18].
Estas caracterizaciones se ubican en las
antípodas de la visión neoclásica, que atribuye las crisis recientes a
desaciertos de los gobiernos o irresponsabilidades de los deudores. No sólo reducen
todos los problemas a comportamientos individuales, sino que culpabilizan a las
víctimas y apañan a los responsables.
La ortodoxia neoclásica presentó
el temblor del 2008 como
un episodio pasajero y justificó con pragmatismo todos los socorros estatales a
los bancos. No registró que este auxilio contraría sus prédicas a
favor de la competencia y el riesgo. Pondera, además, a los países que
presentan menor resistencia al ajuste (Letonia, Irlanda) y despotrica contra
las poblaciones que enfrentan esa agresión (Grecia)[19].
Las interpretaciones marxistas
también discrepan con las teorías keynesianas, que explican la crisis por
ausencia de regulaciones y descontrol
del riesgo. Estas visiones postulan resolver estos desajustes con mayor supervisión
bancaria[20].
Pero suelen olvidar que los controles
ya existen y son periódicamente socavados por las rivalidades que oponen a los
propios bancos. En su idealización de las
regulaciones desconocen que esas normas están destinadas a proteger los
negocios de las clases dominantes.
La
heterodoxia convencional denuncia acertadamente el descaro de Wall Street, la
estafa de los ahorristas y el chantaje de las calificadoras. Pero omite que la
especulación es una actividad constitutiva y no opcional del capitalismo.
Los
keynesianos que buscan raíces más estructurales de la crisis actual remarcan el deterioro del poder de
compra que introdujo el neoliberalismo[21]. Pero no tienen en
cuenta que el capitalismo actual funciona incentivando el consumo y
fragilizando los ingresos, mediante la
competencia laboral y la degradación del trabajo. El propio sistema propicia
metas contradictorias de ampliación de las ventas y reducción de los costos
salariales.
TRES
EXPLICACIONES MARXISTAS
En polémica frontal con estas visiones los
economistas marxistas han presentado en los últimos años tres explicaciones
principales de la crisis.
Una primera visión destaca que el
neoliberalismo creó un problema de realización del valor de las mercancías al
contraer los salarios. Alentó el consumo sin permitir su disfrute y amplió la producción estrechando los ingresos.
Estas incongruencias derivan en última instancia de la estratificación clasista
de la sociedad, pero fueron potenciadas por el deterioro del poder de compra
popular que introdujo el neoliberalismo[22].
Pero también conviene subrayar
que ese desequilibrio no afectó a todos los países con la misma intensidad. El
modelo actual incluye una gran expansión del consumismo
y la riqueza patrimonial financiados con endeudamiento.
Un segundo enfoque marxista pone
el acento en los problemas de valorización. Destaca que el neoliberalismo
incrementó la tasa de plusvalía y redujo los salarios, sin consumar una
recuperación suficiente de la tasa de ganancia[23].
Pero como ese porcentual no es un
número fijo, lo que debe evaluarse es si esa recomposición alumbró un nuevo
esquema de funcionamiento capitalista. Dos décadas y media de neoliberalismo
ilustran esa concreción. Los desequilibrios actuales de valorización son
resultado del impacto que genera la tasa de inversión sobre un nivel restaurado
del beneficio.
La tercera caracterización
marxista resalta la existencia de capitales sobre-acumulados en la esfera
financiera. Remarca las tensiones que generan esos fondos a través de mecanismos
de titularización, derivados y apalancamientos. La internacionalización de las
finanzas, la desregulación bancaria y la gestión bursátil de las grandes firmas
agigantan esos desequilibrios[24].
Pero es importante vincular estas
transformaciones a sus determinantes productivos, para evitar lecturas simplistas.
Ciertamente el neoliberalismo abrió las compuertas para un festival de
especulación, pero las mutaciones que introdujo con la multiplicación de títulos y la gestión del riesgo han
sido funcionales a la mundialización productiva y comercial.
Las tres visiones marxistas
ilustran cómo el neoliberalismo erosionó los diques que morigeraban los desequilibrios
del capitalismo. Por esta razón el sistema opera con un grado de inestabilidad
muy superior al pasado.
Las coincidencias
entre esos enfoques son mucho mayores que sus diferencias. Divergen en la
identificación de los mecanismos últimos de una crisis que todos atribuyen al
funcionamiento intrínseco del capitalismo. El debate concierne a explicaciones teóricas y no entraña
divergencias políticas significativas. La
vieja identificación del sub-consumismo con el reformismo socialdemócrata y de
la tendencia decreciente de la tasa de ganancia con la revolución social ha
perdido relevancia. En ningún lugar existen alineamientos orientados por esos
parámetros.
Esas compatibilidades pueden desarrollarse profundizando un abordaje
metodológico multicausal de la crisis, que indague como el capitalismo se
reproduce potenciando una amplia gama de contradicciones.
La heterogeneidad de la mundialización neoliberal es una manifestación de
esta combinación de desequilibrios. El modelo incentivó
en las economías centrales problemas de demanda, al contraer los ingresos
populares y aumentar la desigualdad. En las economías de alto crecimiento introdujo,
en cambio, desajustes de sobre-inversión y potencial caída de la tasa de
ganancia.
Por estas razones
las crisis de realización que prevalecen en el primer bloque, coexisten con los
desequilibrios de valorización que despuntan en el segundo. Los temblores
financieros que sacuden a todo el sistema expresan esta variedad de
contradicciones estructurales.
CONFLICTOS
DENTRO DEL ORDEN NEOLIBERAL
Ningún proceso económico
esclarece por sí mismo el rumbo contemporáneo del capitalismo. Si se omiten los
cambios geopolíticos o se postula su estudio en forma separada, resulta muy
difícil comprender las transformaciones en curso.
El rol de Estados Unidos, las
reacciones de China y las actitudes de las sub-potencias intermedias no operan
como simples reflejos de exigencias económicas. Se desenvuelven siguiendo
tensiones geopolíticas autónomas, en un escenario mundial estratificado por la
dominación imperialista.
En este orden global las guerras
inter-imperialistas por el reparto del mundo colonial -que predominaban hasta
la primera mitad del siglo XX- fueron sucedidas por una gestión imperial
asociada, bajo el liderazgo de Estados Unidos. En ese escenario se registraron los
choques con Rusia y China y las permanentes agresiones a los países
periféricos.
La interpretación de las nuevas
situaciones que irrumpieron bajo el neoliberalismo está dificultada por la
variedad de coyunturas que ha caracterizado a esta etapa. Basta contrastar la sensación
de triunfalismo imperial que prevaleció durante era Bush, con el reajuste
estadounidense de los últimos años para calibrar la magnitud de estas
modificaciones.
Habitualmente se distinguen tres
momentos diferenciados de este período. La fase de predominio bipolar entre
Estados Unidos y la Unión Soviética (1985-89), el escenario unipolar de
supremacía de la primera potencia (1989-2008) y el contexto multipolar en curso
(2008-2014). El colapso de la URSS, la ofensiva belicista estadounidense y la
conversión de China en país central han sido los acontecimientos más
determinantes del pasaje de una fase a otra.
También en el período previo de
posguerra se registraban mutaciones de este tipo. Los momentos de ímpetu
imperial eran sucedidos por etapas de mayor gravitación del bloque socialista o
del núcleo de países No Alineados. Pero la relativa solidez de la divisoria
planetaria durante la guerra fría atenuaba el alcance de esas modificaciones.
Por esta razón los virajes actuales son más desconcertantes y generan abruptos
cambios de opinión entre los analistas. Un día describen la invencibilidad de
Estados Unidos y al otro retratan el fulminante declive de esa potencia.
Para evitar
estos vaivenes conviene recordar que el período neoliberal se consolidó cuando
fue aceptado por los principales actores del orden internacional. Esta
convalidación sucedió a la restauración del capitalismo en el ex bloque
socialista. Partiendo de esta coincidencia en torno al sistema socio-económico
mundial se desenvuelven los conflictos
comerciales, financieros y productivos. La competencia económica y la búsqueda
de mayor poder geopolítico operan al interior de esa estructura.
Estas
oposiciones se sitúan por debajo de un umbral de antagonismo y se desarrollan
sin quebrar la solidaridad de clases dominantes que existe entre los rivales.
Todos se alinean en la misma orbita de la opresión social, acompañan la
mundialización y aceptan con distinto grado de entusiasmo la modalidad neoliberal
prevaleciente. Las empresas transnacionales operan como el gran conector entre
los capitalistas nacionales y los nuevos enriquecidos del Este y Oriente, que
aspiran a alcanzar la riqueza de sus pares de Occidente.
Esta coexistencia de intereses no
elimina la disparidad de intereses en juego, ni reduce la virulencia de la
concurrencia, pero define el marco en que se negocian las disputas. En el G 7,
el Consejo de Seguridad o últimamente el G 20 se determina cuál es el grado de
consenso o disenso que existe en torno a cada controversia.
Estas tratativas siempre
penalizan a la periferia y ratifican la supremacía del circuito imperial.
También disimulan la asimetría militar que mantiene Estados Unidos con el resto
y consagran el status ascendente o descendente de las sub-potencias y las
economías intermedias. Este escenario de choques en un ámbito acotado ha sido
comparado con el contexto histórico de “Concierto
de las Naciones” que sucedió al fin de las guerras napoleónicas[25].
Este marco geopolítico del período
neoliberal ha persistido luego de la crisis del 2008. La convulsión económica
no modificó el consenso en torno a la mundialización. Estados Unidos reorganiza
su intervención imperial definiendo la agenda que asumen Europa y Japón. China asciende
con grandes vacilaciones sobre la forma de amoldar su escasa incidencia
política a su enorme gravitación económica. Las ambiciones sub-imperiales de
varias potencias emergentes chocan con su vulnerabilidad económica y sus
frágiles alianzas externas. La periferia continúa padeciendo los mayores daños
de este reacomodamiento.
Este nuevo escenario es también
registrado por las visiones que destacan la sustitución del viejo fordismo
nacional por un nuevo post-fordismo global. Pero este reconocimiento choca con
su expectativa de gestar una globalización progresista, basada en la competitividad
compartida y la redistribución internacional de los ingresos[26].
No cabe duda que la geografía industrial del
mundo se aleja del viejo fordismo. Pero esta transformación se consuma con el
activo protagonismo de empresas transnacionales que rivalizan entre sí
explotando a los trabajadores. Este modelo de concurrencia por la extracción de
plusvalía impide el surgimiento de una globalización cooperativa. Imaginar la
forma que eventualmente asumiría un esquema sustitutivo antiliberal no aporta
clarifica el contexto actual.
¿RESURGIMIENTO
MULTIPOLAR DE LAS NACIONES?
Otra caracterización del
escenario actual diagnóstica un declive del neoliberalismo, frente al pujante
avance de los estados nacionales que priorizan el mercado interno y el
proteccionismo. Pondera el desarrollo industrial autónomo de China, Rusia e India que aprovechan los avances ya
alcanzados por sus antecesores (“catch up”). También pronostica el inicio de un
“siglo de naciones”, en un mundo multipolar con alta fragmentación regional[27].
Estos enfoques convergen con las expectativas de
constitución de un bloque contra-hegemónico en torno a los BRICS. El estado
nacional es visto como el principal artífice de esa posibilidad si afianza su
resistencia al neoliberalismo.
Pero estas
miradas presentan la multipolaridad como un dato de la etapa olvidando su
carácter reciente. Tampoco notan el conflicto que existe entre una variedad de
centros políticos operando en torno a la internacionalización de la economía.
Suponen que existe plena compatibilidad entre ambos procesos, sin notar cuántas
restricciones introduce la segunda tendencia sobre la primera.
La
presentación de la mundialización como un escenario de oportunidades es ingenua.
Este marco no ofrece simples ventajas a los recién llegados. Implica un
protagonismo de empresas
transnacionales que se expanden seleccionando sus localizaciones, para garantizar
los movimientos financieros y el libre comercio.
La multipolaridad política no
revierte la mundialización neoliberal. Sólo modifica las relaciones de
fuerza al interior de ese esquema. No cambia la etapa prevaleciente, ni induce
un retorno al capitalismo de posguerra. Incorpora otra faceta al mismo orden
global de las últimas tres décadas.
Este
sistema ha funcionado con poca flexibilidad en torno a estamentos muy definidos.
Los poderosos negocian acuerdos en el Consejo de Seguridad y la OTAN a
costa del resto. Este modelo no decae a favor de otro basado en el resurgimiento
de las naciones, por las mismas razones que ha quedado atrás el capitalismo del
siglo XVIII. La secuencia histórica de mercados locales que forjan estados
nacionales y luego potencias mundiales es una norma del pasado.
Las esperanzas en un esquema
multipolar antiliberal están actualmente centradas en la evolución de China,
Rusia o los BRICS. Pero estas expectativas no suelen considerar la elevada
conexión de esos modelos con la mundialización neoliberal. Por eso sobreestiman
sus diferencias con las potencias imperiales y subestiman la aplicación de
políticas internas regresivas. Es falso, que el capitalismo funciona bien en
los BRICS y mal en las economías desarrolladas. Los desequilibrios del sistema
se extienden a todas partes.
Los teóricos del resurgimiento
nacional estiman que el inexorable declive de Estados Unidos abre espacios para
ese renacimiento. Pero también reconocen la continuada gravitación militar de
la primera potencia, cuando retratan el empantanamiento de proyectos
alternativos a esa primacía. Los fracasos del eje Rusia-Europa, del rearme
autónomo de Francia o del replanteo de la política exterior japonesa confirman
ese impasse.
Los propios previsores de un
curso de este tipo resaltan la primacía de las alianzas regionales, sin notar
que esas tendencias difieren del renacimiento nacional. Si los países emergen
aglutinados en bloques lo que repunta es el regionalismo, como lo prueban la
Unión Europea, el Tratado del Pacífico o el ASEAN. Pero esos bloques no desmienten, ni
contradicen la mundialización neoliberal.
Ciertamente existen muchas
manifestaciones de renacimiento nacional. Pero incluyen fenómenos muy
contradictorios. A veces expresan la resistencia popular a la cirugía
neoliberal y en otros casos maniobras derechistas y xenófobas para canalizar
regresivamente ese descontento. Sólo excepcionalmente estos procesos reflejan
proyectos burgueses de acumulación nacional, contrapuestos o divorciados de la
mundialización. Además, la utilización del disfraz nacional es muy frecuente en
otros casos, para justificar políticas sub-imperiales de opresión de los
pueblos fronterizos.
Es cierto que los estados
nacionales continuarán cumpliendo un rol insustituible. Pero ese papel deriva
de la función medidora que cumplen entre la internacionalización económica
ascendente y la vieja estructuración nacional del capitalismo. Del primer
proceso no emerge automáticamente un organismo estatal mundializado y el
segundo conglomerado no resucita el pasado. Los estados son utilizados por las
clases dominantes para desenvolver formas de acumulación más
internacionalizadas a costa de los trabajadores.
Los
teóricos del renacimiento nacional conciben un desenvolvimiento flexible del
capitalismo que afianzaría múltiples polos de acumulación, disolviendo las
polaridades que emergen de la propia expansión del capitalismo. Pero estas
fracturas impiden un avance equivalente de todas las economías. El ascenso de
una debe consumarse a costa de otra, puesto que el capitalismo enfrenta límites
a su ampliación global, que se manifiestan en las grandes crisis. Los rezagados
deben cargar con la cuenta de las expansiones que consuman los más avanzados,
imposibilitando a largo plazo la simple coexistencia de múltiples procesos de
acumulación.
EL SIGNIFICADO
DE LA AMENAZA AMBIENTAL
Cualquiera sea la evolución
predominante en el plano económico o geopolítico la acelerada destrucción del
medio ambiente afecta a todas las alternativas. Este peligro acecha en los
distintos escenarios. El desastre ecológico tiende a acelerarse con el crecimiento
débil en el centro y acelerado en Oriente. Se agrava con los desacuerdos y con
las concertaciones entre potencias. Se profundiza con la unipolaridad y con la multipolaridad.
Los últimos seis años han demostrado que el deterioro ambiental no
depende del ciclo. Ha persistido con la misma intensidad en la recesión y en la
prosperidad. Las crisis enfrían el crecimiento sin alterar el elevadísimo consumo
energético. Las emisiones de gas
contaminante a la atmósfera ya superan en un 70% los promedios de los años 90.
El sobreuso de combustibles fósiles ha creado un nivel de CO 2 superior a
cualquier otro momento de la historia humana. Las posibilidades de un
ingobernable aumento del nivel del agua de 5 a10 metros se multiplican, a
medida que la temperatura del planeta llega a los temidos niveles de incremento
de 2, 4 o 6 grados. En este último caso el impacto sería catastrófico y podría
retrotraer al planeta a la era de la glaciación[28].
Los anticipos más preocupantes de ese peligro ya están a la vista en la dislocación
de los glaciares o en el deshielo de Groenlandia y la Antártida. Con su
decisión de extraer shale oil e intensificar la extracción de petróleo del
Ártico, Estados Unidos continúa encabezando la demolición del medio ambiente.
Pero China le sigue muy cerca y Europa no está lejos.
La reiteración de fenómenos
climáticos extremos en los cuatro puntos cardinales indica el grado de
extensión alcanzado por el calentamiento global. Las sequías son sucedidas por tormentosas
inundaciones y las oleadas de frío polar coexisten con agobiantes períodos de
calor tropical.
Durante el 2010 se registraron las
temperaturas más altas de la historia en 18 países. Rusia sufrió una marea de
calor y gran parte de Pakistán quedó sumergido en el agua. La falta y exceso de
lluvia deterioró el suelo de incontables países generando millones de víctimas.
Ya nadie duda del impacto de cambio climático, ni observa estas catástrofes
como episodios pasajeros. Los accidentes adicionales –como el gran derrame de
petróleo en el Golfo de México o el accidente de Fukushima- sólo agravan un
deterioro ambiental, que confirma las advertencias formuladas por todos los
especialistas.
Las alertas más recientes
resaltan el impacto del cambio climático
sobre los rindes de la producción agrícola, como resultado del bloqueo a la
expansión natural de los cultivos que genera la acumulación dióxido de carbono.
Si la demanda de alimentos sigue aumentando y la productividad agrícola queda
afectada, las consecuencias serían muy graves para los desnutridos[29].
Este desastre también amenaza cortar el ascenso de China, que se
desenvuelve consumiendo la mitad del cemento, un tercio del acero y más
de un cuarto del aluminio total. Algunos expertos estiman que los costos
ambientales se asemejan a su tasa de crecimiento. Siete de las 10 ciudades con
mayor contaminación atmosférica del mundo se encuentran allí y el 75% del agua en
las regiones próximas a las ciudades ha perdido condiciones de potabilidad[30].
Las grandes potencias han
desaprovechado la
recesión para disminuir el calentamiento global. El socorro que otorgaron a los
bancos contrasta con la carencia de cronogramas para alcanzar algún
acuerdo de protección de la naturaleza. El impasse de la Cumbre Rio (junio
2012) volvió a ratificar ese empantanamiento. No hubo coincidencias mínimas
para detener el calentamiento.
Mientras las inversiones en
energías limpias han caído un 11% en el 2013, la próxima cita para lograr un
acuerdo será la cumbre de Paris (2015). Los científicos de la Naciones Unidas
exigen ir más allá de un Protocolo de Kyoto que nunca se aplicó, señalando la
probable irrupción de un nuevo drama de los refugiados climáticos[31].
La propuesta de crear un fondo de
30.000 millones de dólares para reducir la emisión de gases es totalmente rechazada
por los países desarrollados, que a su vez confrontan entre sí a la hora de
precisar el aporte de cada uno a cualquier iniciativa. Siguen buscando formas de
traslado del problema a la periferia, para posponer las restricciones al uso de
los combustibles fósiles. Seguramente mantendrán esta actitud hasta que algún
descalabro mayor irrumpa brutalmente en los centros.
LOS LÍMITES DE
UN SISTEMA
El desastre ecológico tiene un
alcance comparable a las guerras mundiales e ilustra como el capitalismo
funciona generando cataclismos periódicos, que desvalorizan o destruyen el
capital sobrante. Pero el potencial de la
nueva demolición supera todo lo conocido.
La ausencia de conflagraciones inter-imperialistas ha dejado un vacío en
el aniquilamiento de recursos que tradicionalmente utilizó el capital para
oxigenar su reproducción. La reorganización destructiva del medio ambiente no
aporta un remedio equivalente a la depuración de capitales sobrantes,
mercancías excedentes y tecnologías obsoletas. Es un proceso que amenaza la
continuidad del género humano. Este peligro es conocido y al mismo tiempo
ignorado por las clases opresoras.
Esta dinámica del sistema puede conducir a la sepultura de toda la
sociedad. La irracionalidad del modo de producción vigente radica en
esta ceguera. La presión competitiva
impide a las grandes empresas frenar la alocada carrera contaminante en que
están inmersas. Es evidente que esa rivalidad conduce a la destrucción
del entorno físico en que se desarrolla la acumulación. Sin embargo, nadie
logra detener la rueda que empuja hacia el descalabro.
Lo mismo ocurre con los
gobernantes que advierten contra un potencial suicidio colectivo que no
detienen. La presión competitiva que enceguece a los capitalistas también
afecta a los funcionarios que dirigen los estados.
La reconversión global hacia un
sistema energético basado en fuentes eólicas o solares renovables se demora, a
pesar de constituir el único dique efectivo frente al colapso ambiental. Como
los capitalistas se benefician con la continuidad inmediata del status quo,
resisten una transformación que no puede postergarse. En el modelo energético
actual el 60% de las emisiones favorecen
al 1,5% de la población de los países más ricos.
Por esta razón los economistas ortodoxos cierran los ojos ante el
problema, esperando que el mercado defina espontáneamente los costos de la
corrección que asumirían los agentes. Sus adversarios heterodoxos confían en un maná de remedios tecnológicos o en un brote de economía verde que generaría negocios más
rentables que la propia contaminación. Mientras tanto todos juegan con fuego,
esperando que las respuestas del capitalismo aparezcan antes de la concreción
de una situación irreversible.
El desastre ambiental retrata los límites de un sistema que emergió
en cierto período y deberá desaparecer antes de arrasar a un desplome a toda la
civilización. La crisis actual puede
ser vista en términos históricos como un fenómeno múltiple que involucra la
economía, la alimentación o la energía. Pero la dimensión climática sintetiza
los contornos más dramáticos de esa convulsión. Retrata el principal aspecto de senilidad del
capitalismo, que ha quedado desfasado del tipo de organización que requiere la
sociedad.
Este divorcio es un resultado de
las transformaciones generadas por el capitalismo neoliberal. Algunos autores
van más allá de este diagnóstico y prevén un escenario de confrontaciones y
estancamiento económico hasta la disipación del caos (años 2040-2050), al cabo
de un largo y turbulento periodo[32].
Pero la catástrofe climática
confirma el carácter turbulento de la acumulación y no el inmovilismo del
sistema. El capitalismo está más
corroído por su inmanejable desenvolvimiento que por su estancamiento
productivo o desborde financiero. Este descontrol de la acumulación conduce a
torbellinos que presentan aristas caóticas. ¿Pero se puede fechar la conclusión
de estos temblores en cierto momento del futuro?
Al establecer esa cronología se supone que los
procesos históricos están sujetos a una rigurosa periodicidad interna, determinada
por fuerzas ajenas a los sujetos sociales. Sólo con ese criterio se puede
concebir, que el desastre ambiental (o el agotamiento tecnológico, la estrechez
de los mercados y la caída de la tasa de ganancia) definirá un punto final del
ciclo sistémico, más allá del descontento o la resignación popular.
La experiencia
indica que los momentos de giro de la historia siempre han seguido otro patrón.
Estuvieron determinados por la irrupción de procesos revolucionarios y por
enfrentamientos entre las principales clases sociales. El comportamiento de
líderes políticos y el peso de las ideologías incidieron en forma decisiva en
esta evolución. Ninguno de estos procesos puede anticiparse con un calendario
en la mano.
LAS RELACIONES
SOCIALES DE FUERZA
El neoliberalismo se gestó con la
derrota que impusieron el thatcherismo y el reaganismo a los trabajadores en
los países centrales. Se consolidó con el posterior declive sindical y se
acentuó junto al cansancio político, que genera la alternancia de conservadores
y socialdemócratas en la gestión del mismo modelo. Este esquema se reforzó con
la desmoralización que produjo en la izquierda la restauración del capitalismo
en Rusia y China.
El modelo actual no perdura desde
los 80 por sus éxitos económicos. Ha incentivado crisis mucho más severas que
en los años de pos-guerra. Desencadenó temblores políticos y rediseños de
fronteras, que contrastan con el congelado del mapa mundial de la guerra fría.
Introdujo un inédito grado de erosión en los partidos y un desprestigio sin
precedentes del sistema político. Si en estas condiciones el neoliberalismo
perdura es por el retroceso social, político e ideológico que ha impuesto a los
trabajadores.
Este sector social continúa
siendo el único antagonista del capitalismo con capacidad para desafiar,
derrotar y sustituir la dominación de la burguesía. Por esta razón su repliegue
le ha brindado tanto oxigeno al sistema.
Esta pérdida de protagonismo de
los asalariados explica el peso de las nuevas ilusiones en el renacimiento de las
naciones, en la potencialidad de los estados o en la multipolaridad. La
expectativa de introducir transformaciones progresistas transitando estos tres
caminos deriva del vacío dejado por la menor centralidad de las luchas obreras,
la fragilidad de los sindicatos y los cuestionamientos al ideal socialista.
Este declive se revertirá al
calor de triunfos populares que permitan recobrar la confianza en la lucha.
Pero hasta el momento el repliegue impuesto por el neoliberalismo en la mayor
parte del planeta se recicla con la enorme mutación que está registrando el
capitalismo. Estas transformaciones incrementan los atropellos y generan nuevas
resistencias entre los oprimidos.
Las agresiones del neoliberalismo
no han sido mayoritariamente impuestas a través de confrontaciones
sanguinarias. Las principales armas del capital han sido la angustia del
desempleo, la humillación de la flexibilidad laboral, la desgracia de la
pobreza y las bofetadas de la desigualdad. En los países del centro utilizaron
más la fractura social que la virulencia física. De esta forma debilitaron pero
no demolieron a la clase obrera. Los trabajadores no han sufrido las heridas
que dejaban en el pasado los aplastamientos brutales de las rebeliones
sociales. Este dato permite la recomposición de la acción popular.
Siguiendo la misma dinámica de su
aparición el cierre de esta etapa neoliberal tendrá lugar con un desenlace
impuesto desde abajo. Sólo con triunfos populares se podrá revertir un período
tan oscuro para los trabajadores. Así ocurrió en el pasado y volverá a suceder
en el futuro. Las etapas de atropello nunca se eternizan y siempre son
revertidas por la resistencia social.
Las oleadas de movilización
conforman ciclos relativamente autónomos del contexto económico y geopolítico.
Son procesos más dependientes de las experiencias sindicales, las tradiciones
políticas y las ideologías predominantes que del comportamiento del PBI o del
grado de cohesión de las clases dominantes.
Esta dinámica prevaleció en la
etapa de crisis que antecedió al neoliberalismo. Los avatares políticos que
rodearon a la oleada revolucionaria del 68 fueron más definitorios de ese
periodo que el agotamiento del keynesianismo o el equilibrio del poder entre
Estados Unidos y la URSS. Esta centralidad de la lucha social determinará
cuándo y cómo decaerá el neoliberalismo.
LAS NUEVAS
CONFRONTACIONES
Desde el estallido de la crisis reciente
despuntaron numerosas luchas en distintos puntos del planeta. Gran parte de estas acciones se
localizaron en los últimos dos años en las economías que mantuvieron cierto
crecimiento, sin padecer la degradación social que acosa a Europa. Pero estas
movilizaciones forman parte de un mismo proceso de resistencia y se
caracterizan por un gran protagonismo de la juventud trabajadora, precarizada y
desempleada.
Con las anteojeras del
liberalismo, algunos autores han interpretado la irrupción callejera de jóvenes
en Turquía o Brasil como una expresión de la nueva clase media satisfecha con
el consumo, que ahora busca transparencia política y promoción social[33].
Pero esa relación es una
construcción totalmente artificial que desconoce el sentido de las resistencias
contra el ajuste y la represión. Supone que la utilización de facebook determina la
pertenencia de los manifestantes a las clases medias, como si una nueva forma
de comunicación definiera posicionamientos de clase. Reduce
las batallas sociales a meros pronunciamientos contra la corrupción e ignora
como el desempleo y la informalidad laboral alimentan el descontento de los
indignados.
Otras caracterizaciones sensatas
y ubicadas en el campo popular contrastan estos movimientos con la oleada de
manifestaciones altermundialistas, que se registraron hace diez años. Remarcan
sus perfiles más nacionales y asocian la nueva irrupción a la crisis iniciada
en el 2008[34].
Ciertos planteos subrayan la pérdida de atracción y capacidad de movilización
de los Foros Sociales y convocan a sustituir las banderas “altermundialistas”
por proyecto de “des-mundialización”[35].
Pero estos contrapuntos son
prematuros. El neoliberalismo es un atropello mundial y percibido por sus
víctimas como una fuerza reaccionaria que opera a escala global. Es cierto que
las tendencias de movimientos sociales están cambiando pero sin un norte claro.
Por el momento impera una gran diversidad de focos de lucha sin primacía de
referentes nítidos.
Es importante notar que las
movilizaciones han comenzado a emerger en el interior de la primera potencia.
El movimiento de “Ocupar Wall Street” irrumpió sin generalizarse, como un
síntoma de esa reacción.
Otro gran gigante que comienza a
despertar se localiza en China. La clase obrera protagoniza una ascendente oleada de protestas que tiende a revertir el
reflujo post- Tian An Men (1989). Estas resistencias involucran a millones de trabajadores, en decenas
de miles de huelgas, que desde el 2009 han impuesto la actitud contemporizadora
que prevalece entre los funcionarios.
Los sectores dominantes buscan
negociar concesiones con un proletariado que ha crecido y asume una conducta
muy diferente a la pasividad que sepultó a la Unión Soviética. Esta intervención no determina aún el rumbo de la
sociedad china, pero ya anticipa la gravitación de un próximo protagonista.
Otro foco de lucha se ha
localizado en el mundo árabe desde la gran primavera que sorprendió al mundo e
inicialmente impuso el derrocamiento de mandatarios neoliberales en Egipto y
Túnez. Posteriormente este despertar derivó en un duro otoño y puede desembocar
en un terrible invierno, si se afianza la contraofensiva que despliegan el imperio
y el islamismo reaccionario.
Estas fuerzas están desangrando a
la población en guerras
sectarias que facilitan la reconstitución del poder de los dictadores, los
jeques y los clérigos. Luego de lo ocurrido en Libia y Siria, nadie sabe si el empuje
democrático recobrará vitalidad o quedará enterrado por esa agresión.
Pero el gran test de la pulseada
entre el neoliberalismo y los trabajadores se procesa en Europa. Esta región ha
sido escenario de grandes movilizaciones durante el último sexenio. En España
las marchas de resistencia contra los desalojos y el desempleo convergen con demandas
nacionales, debilitando a una monarquía que ha perdido el consenso que mantuvo
durante la transición.
Las manifestaciones de lucha en el Viejo Continente son numerosas del
Oeste (Portugal, Islandia) y en el Este (Rumania, Hungría, Eslovaquia). Pero
ningún país ha logrado actuar como catalizador del resto. El lugar que
tradicionalmente ocupaba Francia, como centro la acción callejera continental no ha sido reemplazado. Esa
gravitación se mantuvo incluso bajo el neoliberalismo con las movilizaciones de
1984, 1986, 1995 y 1998.
La principal expectativa de
modificación de las relaciones de fuerza se ha trasladado a Grecia. Las
protestas alcanzaron gran intensidad y traducción política, en construcciones
de izquierda que mantienen en vilo al establishment. Pero la gravedad de la
crisis confirma la necesidad de acciones y programas radicales. Es la única
respuesta progresiva frente al despiadado ajuste que continúan imponiendo los
acreedores.
La radicalidad se ha tornado
decisiva en el Viejo Continente frente al cansancio que exhibe una población
defraudada con la Unión Europea. Los votantes
emiten reiterados mensajes de oposición. Si estos rechazos no encuentran
una canalización radical en la izquierda, continuarán alimentando la
despolitización o el crecimiento de las corrientes derechistas.
El voto castigo ya sepultó a 17
gobiernos europeos en la geografía cambiante de la protesta. Pero ese
descontento también genera el ascenso de la extrema derecha, que maquilla su
defensa del capital con banderas de identidad nacional. Victorias populares en
la calle son indispensables para neutralizar esa amenaza y colocar a la
izquierda en un escenario favorable.
Pero las nuevas relaciones de
fuerza que están emergiendo a escala global se perfilan con mayor nitidez en
América Latina. Lo que allí sucede tiene actualmente gran incidencia y el
análisis de esta región nos conduce a nuestro próximo texto.
30-4-2014
MUTACIONES DEL CAPITALISMO EN LA ETAPA
NEOLIBERAL III. Controversias
Claudio Katz
RESUMEN.
Las
transformaciones regresivas del neoliberalismo persisten. La
internacionalización productiva se amplía con más localizaciones y nuevas
tecnologías. Hay nuevos tratados de mundialización comercial y la globalización
financiera impide restaurar las viejas regulaciones.
El estancamiento
del centro coexiste con el crecimiento asiático en una etapa que no sigue los
parámetros de las Ondas Largas. El neoliberalismo cerró una crisis pero abrió
nuevas contradicciones que los marxistas explican con tesis compatibles y
centradas en el consumo, la tasa de ganancia y el capital financiero.
Los conflictos
entre potencias se desenvuelven resguardando la solidaridad entre opresores en
un marco común del capitalismo neoliberal. La multipolaridad reordena las
relaciones de fuerzas dentro de ese esquema. No anticipa la resurrección
nacional, ni el retorno al proteccionismo.
El capitalismo
actual recrea la estratificación entre el centro, la semiperiferia y la
periferia con avances de una economía a costa de otra. Es erróneo suponer que
funciona bien en los BRICS. El fin del período actual depende de la acción de
los sujetos sociales y no puede ser fechado.
La destrucción
del medio ambiente se acentuó con la recesión. La competencia impide frenar una
auto-destrucción y concertar los costos de la reconversión verde. Las
consecuencias son mayores que en las guerras del pasado.
El neoliberalismo
se mantiene expandiendo el desempleo y la pobreza. No impuso aplastamientos
físicos, pero si el repliegue de los trabajadores, el debilitamiento de los
sindicatos y el cuestionamiento del ideal socialista. Estos ciclos siempre
fueron revertidos, pero las nuevas luchas no lograron aún modificarlo. Las
batallas centrales se dirimen hoy en Europa.
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[10] La primera visión Alex Tabarrok y la segunda en
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[13] Basterra,
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[16]Un abordaje de este
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[17]El primer enfoque: Panitch Leo, Gindin Sam.
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[20]Stiglitz Joseph 2010. Caída libre.
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[33]Es la nueva tesis de Fukuyama, Francis en. La Nación,
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[34] Gerbaudo, Paolo. “Son movimientos nacionales”, 8/7/2013, www.pagina12.com.ar
[35] Cassen, Bernard. “Ha llegado la hora de la
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