23/5/14

El capital ficticio: entre el sistema de producción y apropiación valor y el sistema monetario.







Daniel Albarracín. Enero de 2013.
 
La política y el sistema monetario, como pieza clave del sistema financiero, hoy adopta un comportamiento complejo que requiere ser comprendido para dar cuenta correctamente del funcionamiento de la economía. Tal y como asevera la teoría marxista del dinero, el papel del dinero a largo plazo ha de tener una correspondencia con el sistema de creación de valor. Sin embargo, el mecanismo monetario moderno es ahora mucho más complejo, por un lado, ante la desaparición de la convertibilidad de las monedas en oro u otro sistema equivalente, la arquitectura político-institucional que hace circular monedas por continentes enteros, el papel protagonista de algunas monedas de reserva internacional, pero también debido a que el dinero efectivo en circulación se multiplica hoy adoptando formas nuevas, al menos con un peso mucho mayor que antaño, que van más allá de las monedas o los billetes.

Conviene tener presente que el sistema monetario moderno, desde el fin de la convertibilidad en el valioso metal dorado (que también tiene su valor de extracción, adecuación y conservación –es decir, de producción-), es fiduciario, y por tanto el papel de las expectativas desempeña un rol específico, pues es la confianza en la moneda lo que sustenta su reconocimiento. Eso no quiere decir, por supuesto, que el sistema monetario no tenga correspondencia con la producción de valor y los “fundamentales” económicos, sino que da pie a una disociación relativa que permite divergencias temporales, tal y como ostensible ha sucedido desde los años 80, y, especialmente, desde mediados de los 90.

Cabe recordar que el sistema monetario moderno incluye la emisión de múltiples variedades de bonos –siguiendo el fenómeno creciente de titularización-, con grados de liquidez diferenciados. También son dinero en sí mismo las cuentas bancarias creadas en un espacio virtual informático producto de la apertura de alguna operación de empréstito, donde merced a un apunte contable el dinero aflora al tiempo que una deuda. Las propias tarjetas de débito o crédito son, de la misma manera, dinero. De tal modo que la creación del dinero se produce por diferentes vías y se activan diferentes efectos multiplicadores sobre la circulación del dinero.

De la misma manera que el sistema dinerario es sumamente complejo, tampoco es posible afirmar que su creación es producto únicamente de los bancos centrales. Los bancos centrales emiten moneda, así como emiten deuda para financiar estados y regular la fluidez de la circulación de dinero y el sistema de crédito.

Sin embargo, no crean dinero únicamente los bancos centrales, pues la banca privada también lo hace por diferentes cauces. No nos estamos refiriendo únicamente al efecto multiplicador en la conversión de depósitos en nuevos préstamos –que, frente a lo que la teoría convencional afirma, no es lo que explica en sí la creación de dinero bancario y menos aún hoy día-, o a la referida conversión de préstamos obtenidos de los bancos centrales para proveer nuevo crédito, que multiplica la masa monetaria efectiva en circulación. Nos estamos refiriendo a que la banca privada crea dinero simplemente con una asignación contable, a veces virtual e informático, como hemos sugerido anteriormente, cuando provee crédito, porque en la práctica sin necesidad de estar respaldado por un depósito y ni siquiera de un préstamo de otro banco (sea público, central o privado) crea dinero así, incluso sin que se traduzca en billetes visibles (más aún cuando esta operativa se ha facilitado con la laxitud de la regulación bancaria y el descontrol permitido por los supervisores centrales nacionales –Banco de España en nuestro caso-).

Esta realidad ha sido posible por un proceso complejo de desregulación del sistema financiero, la relajación de la política de regulación bancaria, así como un contexto de políticas monetarias expansivas que deliberadamente trataban de compensar la crisis de demanda con un estímulo monetario que, duramente un tiempo, funcionó para reactiva la economía.

La política monetaria expansiva no siempre adopta un sesgo progresista, porque no sólo se caracteriza por una mayor emisión de liquidez o una caída de tipos de interés, sino que cuando la provisión de crédito no se reconduce hacia las mayorías y los actores productivos en general, sino que se destina a facilitar crédito barato a la banca, y más aún se propicia que este haga negocio e imponga condiciones en la circulación posterior de ese crédito, sin regular los tipos y condiciones de concesión de los diferentes productos bancarios, o no se obliga a que movilice esa liquidez hacia crédito y lo desvíe a cubrir vacíos de insolvencia en sus balances contables, entonces nos encontramos con una política monetaria expansiva social y productivamente regresiva. Este es el caso que estamos padeciendo. Además, debe advertirse que una política monetaria expansiva, en el contexto actual, esta condenada a la ineficacia debido a la trampa de la liquidez reinante, porque cuando no es posible bajar más los tipos de interés, y la rentabilidad se encuentra en niveles muy bajos, la mayor expansión de la masa monetaria no se destina a nuevas inversiones, cuanto menos en el espacio privado, sino a conservarla para devolver deudas o ahorrar por motivo precaución.

La afirmación marxista, correcta en sí misma, que vincula a largo plazo la dinámica de creación de valor y su correspondencia con el sistema monetario, sin embargo, no siempre es cierta en el medio plazo (un medio plazo que puede durar décadas). Y en este terreno, la aportación de los especialistas postkeynesianos en materia monetaria es sumamente importante, para cubrir este vacío analítico. Los autores marxistas, cuando no han negado estas divergencias, se han limitado a identificar la creación de un capital ficticio y a vaticinar que, con el vaivén de los ciclos y las propias contradicciones entre el sistema financiero y productivo, algún día esa hipertrofia financiera ocasionada le aguardaría un estallido que profundizaría las crisis recurrentes. Cuando eso sucediese, los bonos o títulos, en realidad todos ellos compromisos de deuda, que esperaban obtener réditos en un futuro, dejan de obtenerlos. Y se inaugura un ciclo de desapalancamiento que ahonda la crisis capitalista hasta que se logra destruir todos esos títulos incapaces de valorizarse.

Las dinámicas de disociación, válidas para el medio plazo, entre el sistema financiero e industrial es precisamente lo que muchos autores postkeynesianos, y diferentes escuelas han venido examinando –la teoría monetaria moderna, especialmente-, con autores destacados (con aportaciones de diferente índole más o menos coincidente, más o menos divergentes) como H. Minsky, o, alternativamente Y. Varoufakis o S. Keen. Todos ellos han corregido a los neoliberales y neokeynesianos que o interpretaban mal –los primeros atribuían a la deuda pública los problemas- o negaban el papel de las deudas –en casos como el de Paul Krugman-.

Las respetables aportaciones postkeynesianas, aún advirtiendo procesos reales, realizan un examen parcial del problema y llegan a afirmar que el problema sistémico que vivimos es simplemente producto de una distorsión del mundo financiero y su desregulación y, complementariamente, un problema de distribución de la renta –cuyo asignación se dirime políticamente-.

En lo que concierne al primer factor que ellos analizan, cabría decir que si bien es cierto que la desregulación financiera añade un problema al sistema, no es cierto que sea el único problema, y menos aún lo es que el sistema industrial no los tenga. El sistema de inversión y producción está orientado por la rentabilidad y el propio esquema de su formación –en el que concursa competencia entre empresas y apropiación del excedente vía plusvalía- y está abocado a crisis cíclicas. En este sentido, el periodo actual, en la presente onda larga, se caracteriza por una flagrante sobreproducción. En segundo lugar, no es suficiente con apostar con políticas de distribución de la renta que mejoren la inversión y el consumo, porque en la formación de la tasa de ganancia que orienta el sistema, también está presente la tendencia recurrente al crecimiento de la composición orgánica del capital.

Así, la dinámica de disociación entre el sistema de producción de valor y el sistema financiero y monetario, encontró su venganza a partir de 2008. A partir de entonces la creación de capital ficticio, en la que las deudas es su manifestación material, obligaba a recordar los necesarios vínculos entre ambos sistemas. Aquel dinero, aquellos bonos que ya no encontraban posibilidades de recuperar retornos del mundo productivo se desvalorizan. Todo lo que se revalorizaron de más debe pincharse lo que comporta un lastre añadido por la hipertrofia financiera causada y por el proceso de desapalancamiento abierto. Este hecho lo verifican tanto autores marxistas como postkeynesianos.

Sin embargo, los planteamientos de ambas escuelas se distinguen en este punto. Los postkeynesianos vienen a decir que el sistema industrial de producción funciona mal simplemente por un mal esquema de funcionamiento financiero, un mero problema de regulación. Los analistas marxistas más modernos no niegan algunas afirmaciones de estos autores postkeynesianos, pero afirman que el problema es mucho más complejo.

En este episodio nuevo se alió la caída de la tasa de ganancia y la imposibilidad de seguir desplazando hacia delante la crisis de sobreproducción vía crédito, conjuntamente a la hipertrofia financiera. Los postkeynesianos abordan insuficientemente el primer problema, y parece que lo atribuyen casi todo al desgobierno financiero. Además, estos autores hacen un ejercicio de voluntarismo al tratar de reclamar políticas de redistribución como si surgiesen de una operación de recomendación técnica (aunque aquí hay que ser justos con la tradición kaleckiana que introduce en este esquema el conflicto de clases), al tiempo que hay que recordar los efectos del “denominador de la tasa de ganancia” (la composición orgánica del capital) cuando la cuestión es fundamentalmente política y de confrontación en un conflicto social de grandes dimensiones que no abarca únicamente el capítulo distributivo, sino que concierne al esquema global de las relaciones de producción.

En suma, si aceptamos una interpretación completa de la cuestión, y admitimos el diagnóstico marxista, sin ignorar las importantes aportaciones postkeynesianas, estaríamos, cuando dirimimos el alcance de la crisis de las deudas, a las puertas de la destrucción masiva de un capital ficticio que no tiene respaldo en “los fundamentales económicos”, en la dinámica de la creación de valor (asimisma muy tocada), lo que conduce a un escenario de desapalancamiento que aboca a una decrecimiento de la producción de valor a largo plazo, y a un conflicto de nueva índole.

La crisis se va a enquistar en un curso que alternará recesión, estancamiento y depresión, pero no por ello es imposible que las grandes corporaciones y las grandes fortunas sigan saliendo ganadores, pero para hacerlo se prevén una gran colisión entre clases y capas sociales.

En este contexto, la gran burguesía, con mayor influencia política, se encuentra en un escenario sumamente conflictivo, asumiendo que es una clase social compuesta de diferentes capas jerarquizadas. El curso de sus últimas decisiones parece adoptar una forma muy particular. Esta dispuesta no sólo a endurecer las condiciones del mundo del trabajo para sostener la apropiación del nuevo valor creado, recrear nuevos mercados con la privatización de los bienes comunes, o a depredar el medioambiente. También lo está a sacrificar a las clases medias funcionales o el pequeño empresariado local, en general muy subalternos, que legitimaban su régimen de gobierno, intentado reestablecer una alianza –jerarquizada- entre la burguesía globalizada, en un marco en disputa por la competencia internacional entre bloques continentales. Sin duda, esto augura un horizonte dramático e incierto, así como la posible adopción de medidas autoritarias para hacerlo posible.

Una vez más, la lucha de clases tiene la palabra.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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