Esta es la primera parte de una serie de preguntas formuladas por Isaac Rosa, en forma de entrevista, que contesta Daniel Albarracín, como uno de los autores del libro ¿Qué hacemos con el euro? y que será colgado un extracto próximamente en un blog que busca abrir el debate que ya inaugura el propio libro.
1-El euro y la
crisis
Daniel Albarracín
1.1-¿Había
posibilidad en su momento de fundar una moneda única con bases diferentes a las
del euro? ¿Hubo propuestas viables en ese sentido?.
En el contexto de los años 90 la hegemonía
neoliberal campaba sin un contrapeso serio. La socialdemocracia abrazaba una
versión compasiva del neoliberalismo y fue cómplice de las políticas económicas
ortodoxas. Las fuerzas conservadoras contaban con el brazo de la izquierda del
sistema, mientras que la izquierda alternativa y consecuente se encontraba
arrinconada y sin apenas influencia social en Europa.
Eran los tiempos en los que las grandes
corporaciones privadas influían decisivamente en los gobiernos más poderosos, y
en los que Alemania se proponía la reunificación de su país, tras la caída del
Muro. Francia exigió al país germano, para aceptar una nueva gran Alemania con
un poder enorme, una profundización en la integración monetaria y que asumiese
el abandono del marco. Alemania lideraba Europa hasta entonces con su moneda, a
la que se adaptaban el resto de divisas. Francia, principal contrapeso
entonces, perseguía que Alemania se viese condicionada, en alguna medida, al
establecerse un gobierno comunitario en torno al euro. Pero Alemania pudo, en
última instancia, delimitar las condiciones para la implantación del euro,
obligando a los países que se incorporasen a la eurozona a establecer políticas
de estabilidad en materia fiscal y de endeudamiento fuertemente restrictivas.
El intento de estabilizar los tipos de cambio
a comienzos de los años 90 fue un fracaso, cuando la serpiente monetaria saltó
por los aires. La estabilidad, la fijeza, y más aún la irrevocabilidad de los
tipos de cambio, se demostraron una quimera en unas condiciones en las que
economías dispares, sin integración institucional de base, ni convergencia
reales no podrían sostener diferencias estrechas entre los tipos de cambio,
cuya evolución diferenciada siempre muestra el síntoma de las divergencias de
productividad, desigual inserción en la división internacional del trabajo y estrategia
y poder comercial.
Sin embargo, y a pesar de lo mucho que se
silenció, la fuerte propaganda institucional a favor de la convergencia nominal
para alcanzar el euro, como un supuesto símbolo de una Europa moderna, sí se
expresaron voces que argumentaron de otra manera. Por un lado, algunas con
perspectiva crítica, como las de Pedro Montes en nuestro país, pero también
diferentes economistas convencionales (Mundell, por ejemplo), señalaron que no
había fundamento, ni técnico ni político, para una moneda única. Las razones
eran varias. La eurozona no conformaba un “área monetaria óptima” por las
disparidades de productividad o la falta de una economía integrada y coherente.
Pero también las desigualdades sociales y regionales existentes, la ausencia de
un presupuesto público cohesionador y redistribuidor entre pueblos, clases y
regiones, o la ausencia de una política económica cercana a las necesidades
sociales y bajo funcionamiento democrático, desaconsejaban su circulación.
En este sentido, la moneda, en una economía,
es como el tejado de un edificio, debe establecerse en último lugar.
Previamente hay que construir pilares sólidos, tanto de orden social, político,
democrático como económico.
Para ello hay que disponer de unas
instituciones democráticas que gobiernen, bajo control social, unos poderes
públicos capaces de dinamizar la economía, redistribuir las rentas, transferir
rentas de zonas ricas a otras atrasadas de manera solidaria, y conformar una
división europea del trabajo, de la producción y comercial complementaria y
cooperativa, en suma, instituciones reguladoras y democráticas que
contrarresten las inercias competitivas que abocan a la rivalidad y las
desigualdades socioeconómicas que una economía capitalista ocasiona. También
son precisas unas exigencias de convergencia real en una serie de objetivos,
como son la creación de empleo, una regulación básica de las condiciones
laborales, una armonización fiscal directa y progresiva a escala europea, y un control
de los movimientos de capitales, en especial para que la generación de los
excedentes sirvan a la sociedad y no a una minoría propietaria y rentista. De
otro modo las desigualdades aumentarán tanto entre el centro y la periferia,
como entre clases sociales y regiones aventajadas y otras empobrecidas.
Asimismo, resulta crucial contar con un Banco Central que incluya entre sus
objetivos la creación de empleo y la promoción de actividades de inversión
socialmente útiles, capaz de financiar en su caso a los Estados directamente, y
regular el sistema financiero privado para garantizar la función social del
crédito. Algunas medidas como las anteriormente mencionadas se plantearon en
aquellos años, pero, desde luego, el mundo mediático y académico las confinó a
la irrelevancia social, en un contexto donde la izquierda política no supo
tampoco ser altavoz de las mismas, y donde la socialdemocracia fue quien,
directamente, se opuso a ellas, en aras de una Europa idealizada que, bajo el
látigo del sistema euro, nunca podría satisfacer las aspiraciones sociales de
la mayoría.
1.2-¿Cuánto de la
actual crisis europea es imputable al diseño del euro? ¿La crisis del euro es
causa o consecuencia de las sucesivas crisis financiera, económica y social?.
Sin duda alguna, el problema de diseño de la
UE y del sistema euro es grave. Sin embargo, no se puede comprender la
envergadura y complejidad de la actual crisis sólo por la existencia del euro.
Con el sistema euro contamos con un modelo sumamente inestable, frágil, y generador
de desigualdades en el marco de la Unión Europea. El sistema euro ha agudizado
la crisis vigente, y dificulta la puesta en pie de medidas para superarla. Pero
no es el causante principal. La crisis financiera venía lastrándose tiempo
atrás y ha causado el torbellino que puede acabar con el sistema euro tal y
como lo conocíamos.
La dinámica del capitalismo en su historia
reciente, cuanto menos en el mundo de la Triada (EEUU, UE, Japón), acumuló
nuevas contradicciones desde los años 80. La restauración de la rentabilidad
merced a las políticas de ajuste (salarial, del gasto público, etc…) inhibían
las inversiones y el consumo. Para compensarlo se emprendió una línea muy
heterodoxa en materia monetaria, que a partir de los años 90 se intensificó y complejizó,
con políticas de desregulación financiera, provisión laxa de crédito –pero con
condiciones que blindaban a la parte acreedora-, y políticas monetarias
expansivas, con las cuales la demanda prosiguió su curso. La creación de
capital ficticio hizo posible el surgimiento de diferentes burbujas que
estiraron la última onda larga de acumulación hasta que el sistema bancario
brutalmente apalancado (endeudado), y otros sectores insertos en una crisis de
sobreproducción, no pudieron más a partir de 2007. La rentabilidad efectiva de
las empresas se erosionó y las exigencias de los costes financieros asfixiaron
esta dinámica, propiciando la gran crisis inaugurada a partir de 2008.
La economía europea también padece este
estrangulamiento, y el modelo de financiarización que le atrapa cobra forma por
el Sistema Euro adoptado en los años 2000 (políticas de austeridad, modelo
fiscal regresivo, políticas monetarias expansivas y Banco Central Europeo al
servicio de la banca privada centroeuropea). En suma, el sistema euro era un
mal diseño, extraordinariamente débil y propiciador de problemas de por
sí, que agudiza los problemas tras la
crisis, pero ha sido la crisis capitalista la que se le está llevando por
delante.
1.3-¿Es cierta la
responsabilidad de Alemania, o estamos sobredimensionando su papel?
Alemania tiene un papel muy importante en
este modelo problemático, pero debemos huir de simplificaciones. No hay que
dejarse arrastrar por una equivocada rivalidad entre pueblos y naciones. Los y
las trabajadoras alemanas han padecido durante una década una política de
ajuste salarial extraordinariamente dura y hasta siete millones de personal
asalariado se emplea con minijobs.
Las tasas de paro son menores porque el elemento compensador se produce al
verse beneficiadas las economías centroeuropeas por las exportaciones en un
mercado europeo dominado por los grandes capitales transnacionales con raíz en
aquellos países. Alemania, además, no está sola, sino que cuenta con el apoyo y
alianza de otros gobiernos norteeuropeos.
La cuestión está llena de factores y matices
complejos. Debe señalarse que los gobiernos europeos están enormemente
condicionados por el gran capital transnacional, así que estos representan a
las grandes corporaciones privadas en buena medida. También debe advertirse que
el capital de cada país no tiene la misma orientación, porque, por ejemplo, el
capital alemán cuya actividad central radica en el interior de Alemania sería
más proclive a la expulsión del euro de algunos países periféricos, mientras
que el capital alemán más globalizado quiere mantener el espacio de la eurozona
todo lo posible. A su vez Alemania no es el único responsable de la política
monetaria porque, por el contrario, el BCE está cogobernado por diferentes
representantes de gobiernos muy variopintos y no, como viene afirmándose, sólo
por el gobierno de Alemania. Por otro lado, la incorporación del FMI introduce
nuevos condicionantes, porque, por ejemplo, la posición de esta institución
(que representa en buena parte intereses estadounidenses ligados a la evolución
de los derivados, los CDS –seguros de impago de la deuda soberana europea, en
gran medida en manos de grandes bancos norteamericanos-) es más pragmática que
la posición intransigente del BCE a la hora de gestionar el problema del pago
de la deuda.
En suma, el centro de atención no lo debemos
poner sólo en el poder alemán, sino en unas relaciones sociales entre clases,
donde los gobiernos son agentes del capital privado transnacional, pero que
también juegan intereses institucionales diferentes en el diseño de las
políticas europeas.
1.4-A menudo se
presenta a Estados Unidos como alternativa, como una política opuesta a la
austeridad europea, ¿es así? ¿Podemos sacar algo de la experiencia
estadounidense?
Sobre este tema hemos reflexionado
anteriormente aquí. Se trata de dos gestiones
diferentes para una misma política en contextos algo distintos. Los estímulos
fiscales impulsados por el gobierno Obama se han orientado a salvar a las
grandes corporaciones financieras privadas, para restablecer tanto su
estabilidad sistémica como para blindar sus privilegios a costa de las mayorías
sociales. La política de Obama ha disfrutado de la circunstancia ventajista de
contar con la moneda de reserva internacional más asentada del mundo, y al
contar con la confianza del gran capital internacional en aquella economía como
país refugio, pues son ellos los guardianes militares del mundo. Esta situación
les ha permitido financiarse muy barato y devolver a una senda de crecimiento,
frágil y momentáneo, al gran imperio. Sin embargo, la política de austeridad
europea no es demasiado diferente, pero se ha forjado en un contexto distinto.
También las mayorías sociales están sufriendo caídas salariales, destrucción de
empleo y retrocesos históricos de sus servicios públicos de bienestar. En el
caso europeo, la política monetaria expansiva también lo ha sido, pero lo ha
sido sólo un poco menos, y no ha gozado, salvo Alemania, de una afluencia de
capitales de tal tamaño. En este punto, también esa provisión masiva de crédito
se ha orientado al rescate bancario privado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario