Daniel Albarracín
Marzo de 2011.
1. Introducción
La cuestión social de la prostitución, aún siendo una compleja discusión, resulta una materia relevante por diferentes cuestiones:
· Afecta a un colectivo ocupado en la industria del sexo que puede oscilar entre las 50.000 y 300.000 personas[1] -aunque es posible que ronden las 100.000-, en el Estado español. Dicha actividad a nivel mundial, con flujos de capital transnacional especializado, está ascendiendo de manera inequívoca.
· Concierne a trabajadoras que, cuando cuentan con un contrato, lo hacen con la figura de camarera y bailarina, y parte de ellas desarrollan su actividad ligada a la industria hostelera. En España, los formatos de la provisión de este servicio se desarrollan en pisos de citas, plazas de hoteles, clubes de alternes y discotecas y, en menor medida, prostitución de lujo o, en otro segmento, prostitución de calle.
· Porque se trata de una cuestión que, en el modo que se está tratando, ha confinado, vulnerabilizado, y ha desprovisto de recursos de defensa a un amplio colectivo de personas, que en su mayoría son inmigrantes y mujeres.
· Porque el movimiento feminista se ha bifurcado y enfrentado, impidiendo una comunicación fluida, tanto con los varones de izquierda, como entre las diferentes corrientes feministas que lo componen, dificultando enormemente el entendimiento y la colaboración en el marco de los movimientos sociales y obrero.
· El movimiento sindical debe también formular alguna posición al respecto, cosa que ya se ha hecho en el caso de CCOO a nivel confederal. Pero algunas federaciones no se han pronunciado todavía al respecto.
· Porque la actividad del trabajo del sexo se ha tratado de manera apriorística y, muchas veces, de manera moralista, lo que ha dificultado si cabe aún más la situación de muchas personas, añadiendo a la ausencia de derechos una estigmatización excluyente.
Como ya sabemos, CCOO o CGT, en términos generales, se han decantado por un enfoque regulador a favor de los derechos sociales y laborales de este colectivo, distinguiéndose de otras perspectivas como son:
- el prohibicionismo (sobre todo defendido por colectivos conservadores religiosos), que persigue y reprime esta profesión y a quienes la ejercen y que, en cambio es más compasivo con quienes solicitan sus servicios.
- el reglamentismo (basado en una regulación liberalizadora favorable a establecer las condiciones proclives a la mercantilización y salarización de la actividad, es decir, hacer atractivo, higiénico y confidencial el servicio para el cliente). Esta opción es defendida por patronales derechistas (ANELA) que pretenden definir aspectos para la zonificación y los espacios de provisión de servicio –en clubes de alterne, hoteles y pisos de contactos localizados-, prácticas de higiene, condiciones para el despliegue legal de empresas en el sector en condiciones rentables, etcétera.
- El abolicionismo. La aproximación abolicionista más extendida parece ser defendida, en una gestión pensada para el presente, por una corriente ligada sea bien al feminismo radical o de la diferencia, sea bien al liberalismo institucional oficial (sea en gobiernos como el de Suecia, sea en la orientación de muchas ordenanzas municipales en nuestro país). UGT, y también una parte del movimiento feminista, se encuentra en esta posición. Considera que la prostitución es asimilable en todo caso a violencia de género, y como tal debe erradicarse, y no puede llamarse a esta actividad en sí misma trabajo. Según éste planteamiento, de lo que se trata es de luchar no sólo contra la trata, sino también contra el proxenetismo, y facilitar el abandono de la actividad. Estima que la cuestión patriarcal atraviesa de manera central la actividad, siendo ésta situación su máxima expresión de violencia (mercantil, de explotación, corporal, emocional, etc…). Considera a las prostitutas como víctimas, casi siempre alienadas, y plantea perseguir a las que las fuerzan o se lucran de ellas, al igual que a la clientela.
Dejamos para una reflexión posterior “otros tipos de corriente” que, de alguna forma, comportan un híbrido. De su carácter y orientación perfilaremos algunas ideas más adelante en este mismo texto.
2. La defensa de derechos para los y las trabajadoras del sexo.
El núcleo principal de la estrategia de los y las que defienden la regulación de derechos se centra en:
- el reconocimiento de la dignidad del trabajo del sexo;
- la diferenciación de la trata y el trabajo forzado, que hay que perseguir, del trabajo voluntario;
- acabar con la persecución de los y las trabajadoras, o con la zonificación o la obligación de trabajar en locales o casas[2]; la colaboración con y el seguimiento de las reivindicaciones del sujeto colectivo que conforman las trabajadoras del sexo, y en su caso también los hombres que ejercen esta profesión;
- y la reclamación de diferentes derechos de ciudadanía –regularización para trabajadores inmigrantes, por ejemplo- y sociolaborales básicos que brinden recursos de defensa de sus condiciones de vida y trabajo, tales como la negociación colectiva, reconociendo su papel como sujeto protagonista.
Sin embargo, la estrategia de regularización puede tener consecuencias muy diferentes según qué tipo de medidas contenga. Y por eso es importante determinar si este compendio de acciones es suficiente.
Una frontera conceptual problemática es la que se establece al distinguir el trabajo forzado y el voluntario. Consideramos que hay trabajo voluntario en esta actividad, es más, que autoconstruye su espacio[3]. Pero creemos que hay una graduación difícil de dimensionar en muchos casos, pues nos encontramos con una minoría que desarrollan este trabajo en libertad y voluntad plena, otras personas que lo hacen voluntariamente en las condiciones de su contexto, otras que hacen de la necesidad virtud, y otras directamente que están sobredeterminadas socialmente sin incluso llegar al caso, de estar en muchos casos forzadas o extorsionadas para ejercerlo. De hecho puede haber combinación de situaciones por encontrarse forzado para algo, condicionado para otras cosas, y elegir voluntariamente otras. Se trata de una frontera repleta de solapamientos. Todos sabemos que para garantizar un marco de libertad, primero tiene que haber una base de garantías y oportunidades socioeconómicas que debe ser un punto de partida, y en nuestra sociedad éstas, cuanto menos, están en entredicho o negadas para determinados segmentos sociales.
La defensa de derechos, siendo una estrategia apropiada, sin embargo puede diferir en función de qué batería de derechos incluya, y la orientación a medio plazo que entrañe. No se trata de regulación sí o no, sino qué tipo de regulación. En términos temporales, debemos ser muy conscientes que la defensa de algunas medidas puede comportar un avance o, incluso, una lanzadera para otros mejores. Pero que, también, en ausencia de perspectiva y una estrategia de mayor horizonte, algunos derechos (con sus correspondientes obligaciones) pueden suponer un corsé para el futuro que afiance ciertas formas sociales que aspirábamos a superar. Dicho de otro modo, debemos definir más concretamente qué derechos recomendamos, y debemos expresar qué papel desempeñan en el tiempo histórico.
Resulta también un importante debate establecer un horizonte temporal y de estrategia definida para, al menos, idear cómo pasar de lo existente a esos derechos, y cómo desde esos derechos se pueden dirigir iniciativas encaminadas a una situación que se desprenda de la dominación patriarcal y la explotación capitalista. No es precisamente un tema menor introducir una reflexión sobre qué relación socioproductiva[4] concierne a esta actividad.
Es nuestra responsabilidad proponer criterios para seleccionar preferencias y reclamar qué tipo de régimen de seguridad social, qué modalidad de organización habría de abrigar esta actividad, o qué políticas sociales y de empleo deberían incluirse en nuestro programa para el trabajo en el sector del sexo, tanto ahora como en un futuro. Cuanto menos debemos disponer de una propuesta que los sujetos concernidos puedan tomar o dejar. De igual modo que ignorar a este colectivo es inaceptable, sería una irresponsabilidad hacer seguidismo de lo que estos digan sin tener nosotros una política sindical concreta. No se trata de arrogarnos la primacía para imponerla, ni una concepción paternalista. Pero tampoco podemos permitirnos otra condescendiente y complaciente.
3. Regulación de Derechos. Sí, ¿pero de qué tipo y con qué perspectiva?.
En esta línea estratégica nos encontramos con variantes del discurso de la defensa de derechos para el presente. Algunos enfoques de esta misma perspectiva, que la asumen por razones pragmáticas, de resistencia y de manera transitoria, proponen una transformación social del trabajo del sexo en su forma actual, sea bien para una abolición futura, sea bien con el horizonte de romper la relación salarial y mercantil capitalista que la estructura.
Según algunos de estos planteamientos, pueden observarse para las actividades ligadas al trabajo del sexo, al menos, cuatro fenómenos de exclusión en la práctica. La primera, es que la prostitución femenina, en términos generales, comporta una expresión directa de la dominación patriarcal. La segunda, que la prostitución en una pequeña parte está contextualizada por situaciones de extorsión vinculadas a la trata de mujeres y el trabajo forzado, donde a veces las mafias y proxenetas aprovechan que estas personas proceden de una situación social con un punto de partida desfavorable, de desprotección, o se encuentran ante cierto aislamiento social. La tercera, que en gran medida está determinada porque diversos colectivos de personas, frecuentemente mujeres e inmigrantes, por su extracción social o situación de origen, se ven obligadas a elegir entre la pobreza, el seguimiento de actividades poco reconocidas, escasamente motivadoras, y mal pagadas (limpieza, cuidado de personas dependientes, etc…), o el trabajo del sexo. La cuarta, que la desregulación y falta de reconocimiento de derechos laborales, o la estigmatización y represión, la prostitución entraña una actividad que empuja a una agudización de la vulnerabilidad, indefensión y exclusión, porque ni siquiera se cuenta con unos derechos que atiendan unas condiciones de salud laboral y de vida o que faciliten el control básico sobre las condiciones de trabajo por parte de los y las trabajadoras. También, se afirma que se trata de un trabajo con singularidades propias, pues trabaja sobre la sexualidad y el cuerpo, y que entraña riesgos para la salud y la higiene, que también puede implicar a la afectividad, y en ciertas circunstancias vejatorias, a la autoestima, la personalidad y la dignidad. Este enfoque apunta que, en efecto, una porción de la actividad se da en condiciones de voluntariedad, incluso en condiciones de intercambio y reciprocidad que respetan unas condiciones de libertad y respeto, e incluso condiciones económicas ventajosas, que propician en algunos casos la mejora de la relación humana, y de disfrute para la o el profesional. Pero en gran medida hay una presencia notable de circunstancias de condicionamiento que no cuadran ni en el esquema de lo forzado ni de la plena libertad. Se trataría de muchos casos en los que, por no disponerse de otros medios con suficiencia de ingresos, esta opción comporta una oportunidad y medio de vida.
En tales circunstancias, de una manera transitoria, para facilitar una serie de derechos que garanticen la dignidad y la libertad, y aún cuando no se acabase con la sociedad capitalista mientras tanto, se acepta como una base positiva una defensa de derechos laborales y sociales para este colectivo. La cuestión que diferencia a esta postura de la reguladora de derechos es, como vemos, su perspectiva para el futuro.
A decir verdad, cabría identificar dos planteamientos, aún cuando pueden hibridarse, que se diferencian en su foco de atención, y que en términos simplificados serían los siguientes:
a) La defensa de derechos para el presente, y el abolicionismo para la sociedad socialista. Motivos: afectividad, cuerpo y moral.
Esta primera opción, admite lo defensivo de una consecución de derechos, por razones instrumentales. Sin embargo, por razones morales, que atañen a una consideración del sexo en tanto que relación humana, en la que se pone en juego el cuerpo y los afectos –de una manera u otra-, y en la que se pone en litigio una posible relación de subordinación, normalmente patriarcal, propondrían el objetivo de acabar con el sexo como trabajo impersonal.
Según este razonamiento las relaciones humanas tienen una esfera de desarrollo afectivo-sexual. En las sociedades donde surge la dominación se ha escindido la práctica sexual de los afectos, que entrañaría en sí misma una forma de violencia, artificiosidad o, cuanto menos, un desarrollo no pleno de relación interpersonal. Una práctica que suele poner, en las sociedades patriarcales, el cuerpo de las mujeres al servicio de las necesidades fisiológicas y de satisfacción psicológica, de placer y de dominio, de los varones.
Otra consideración posible, según esta postura, es la de señalar que la pulsión sexual no es una necesidad social, sino una expresión de deseo individual, que aunque sea muy extendido a nivel agregado no debe confundirse con tal. Lo que sería reconocible sería la necesidad afectiva de las personas, y la posible cobertura de esta necesidad puede adoptar diferentes vías, y no estrictamente a través del comercio de lo sexual.
Dentro de esta posición, se proponen a su vez diferentes opciones, como alternativa de relación afectivo-sexual, para una sociedad superior postcapitalista. Algunos voces admiten que una formulación ética sería, para cubrir las necesidades sexuales-afectivas y en tendencia a la abolición del trabajo del sexo, cultivar unos hábitos de socialización, para facilitar el encuentro o la presentación entre personas, de reconocimiento de otros valores y virtudes humanas –que no pasen estrictamente por la belleza física-, o, por qué no, la tolerancia y el desarrollo de relaciones humanas compatibles con el amor libre responsable y respetuoso en condiciones de igualdad, bajo el cual cabrían diferentes maneras de relación afectivo-sexual siempre y cuando todas las partes las admitiesen voluntariamente.
En suma, más allá de que para un futuro pretenda tender a abolir la relación de prostitución, para el presente esta postura reivindicaría en el conjunto de los derechos que regularían el trabajo del sexo algún dispositivo práctico que apoyase la posible salida de la profesión, con medidas de acciones formativas o salidas preferentes para este colectivo de empleos en otros sectores.
b) La defensa de derechos para el presente, y la ruptura de la relación capitalista para el trabajo del sexo como objetivo. Abolir la relación salarial y la mercantilización capitalista.
La segunda variante, enfatizaría el objetivo de superar las relaciones de mercado y de salarización capitalistas, y las de dominación, entre las que están las patriarcales. Las relaciones capitalistas entrañarían el objetivo común a combatir, en tanto que fuente de forma social explotación, que aprovechan, intensifican o crean viejas y nuevas relaciones sociales en maneras y grados de diferente índole. Esta estrategia no impide consideraciones éticas, muy diferentes a la moralidad tradicional o cualquier valor abstracto, pero considera que de lo que se trata principalmente es de luchar contra una relación social de producción.
Considera que el trabajo del sexo adopta diferentes vías, unas voluntarias, otras condicionadas y otras forzadas. Estima, no obstante, que el trabajo del sexo, bajo ciertas condiciones, puede ser digno y beneficioso.
Esta orientación admite la existencia de prácticas, que por diferentes razones y motivos, puedan realizar actividades en torno al erotismo, la expresividad, la afectividad y cuidado del cuerpo, o la actividad sexual en forma de intercambio, siempre y cuando no entrañen subordinación o perjuicio a ninguna de las partes, y sea producto de la libertad personal. En este sentido, no debe confundirse mercantilización capitalista con todo intercambio, ni toda actividad laboral o humana está bajo la lógica salarial y de la rentabilidad.
Estas dos consideraciones anteriores no impiden también afirmar que las relaciones sexuales o eróticas tienen un sentido diferente en las relaciones personales de reciprocidad, pero aunque pueda haber inclinación a su preferencia, ni que decir tiene que esas relaciones exentas de intercambio económico no pueden idealizarse, y además tampoco son ajenas a una relación de conveniencia, aunque se soporten en formas de afecto concretas. Tampoco puede prejuzgarse negativamente las relaciones de intercambio, que, garantizando una relación de respeto y de libertad entre iguales, puedan practicarse.
De este planteamiento se deducen varias soluciones y propuestas. La primera de todas es que en la sociedad capitalista, en base a la defensa de derechos para el presente, debe incluirse en las reivindicaciones alguna medida que garantice la libertad de estas personas y la igualdad de trato, en términos de derechos y dignidad, respecto a otras profesiones. Para garantizar que se realizan en condiciones de libertad, reivindicaría entre las medidas de derecho sociolaboral las acciones formativas para otras profesiones o para ejercer la propia en condiciones cualificadas, y dar la opción, si así lo prefieren, a este colectivo para que puedan tomar otros empleos, sin por ello denigrar el que realizan. En este sentido, la mejor medida para garantizar que se realiza en condiciones libres sería el establecimiento de un ingreso universal garantizado para toda la ciudadanía. De modo que sólo se desarrollase esta profesión por razones de preferencia y cualificación, y no por determinaciones sociales como la extracción social, la exclusión o la ausencia de oportunidades.
Según este enfoque hay otro aspecto que merece atención. En primer lugar, debemos distinguir la actividad sexual en el marco de una relación de vínculo de reciprocidad[5], de un trabajo que supone un intercambio de recursos por servicios. Todo trabajo puede adoptar formas sociales muy distintas según si se realizan en unas relaciones de producción u otras, o bajo un régimen de ocupación u otro. De hecho, sociológicamente, se distingue entre trabajo (la realización de una actividad que cumple determinada función) y empleo (la realización de dicho trabajo bajo una forma social u otra, con un tipo de relación laboral, obligaciones y derechos correspondientes). No es lo mismo el trabajo bajo una relación de esclavitud o de servidumbre. O en las sociedades modernas tampoco son lo mismo la relación asalariada, en forma de trabajo autónomo o en régimen de cooperativa. Y dentro de esta casuística, no es lo mismo un régimen de seguridad social u otro. No es lo mismo, por ejemplo, el régimen general, el de autónomos, de servicio doméstico, o el del estatuto de empleado público.
En todo trabajo hay un valor de uso, un esfuerzo, y un deterioro físico y psicológico. Bajo la forma capitalista, la fuerza de trabajo se convierte en trabajo efectivo y se valoriza al venderse la mercancía producida. En la relación asalariada el capital se apropia de una parte del valor. En la relación mercantil capitalista, se realiza el valor en forma de beneficios y este se apropia de manera desigual por los capitalistas en función de una relación de competencia. Además, en la relación del trabajo del sexo acontece una peculiaridad, pues en este servicio no se brinda únicamente un trabajo. Al igual que la riqueza natural no es una mercancía con valor, porque no es un producto humano, aunque pueda tener precio, en el caso del trabajo del sexo se produce la especificidad de que a lo que se pone precio no es únicamente a un servicio, sino a la propia fuerza de trabajo, porque el atractivo para el cliente radica no sólo en qué se hace, sino quién y cómo es quien lo hace. Dicho de otro modo, el cuerpo, la fuerza de trabajo se alquila (y aquí lo que en las relaciones laborales se valora como “cualificación” aquí a lo que se pone precio es también a consideraciones simbólicas y materiales que refieren a la edad, la belleza, el atrevimiento, etc…), y no sólo el trabajo que este hace. Se pone precio, pero el cuerpo no tiene valor, si seguimos los términos marxistas. Sin embargo, este también forma parte del intercambio, porque la personalidad y singularidad de ese cuerpo es decisiva para su validación en el mercado. Dicho así, en el trabajo del sexo mediado por el mercado capitalista, y más aún por la relación salarial, en esta relación económica no sólo se produce explotación. Por tanto, al igual que al ser ecologistas establecemos unas maneras y límites en el uso de la naturaleza para la producción, para el cuerpo –indisoluble de la persona- debemos considerar unos cuidados determinados. Es más, en una sociedad postcapitalista que contribuyamos a construir, debe erradicarse la forma capitalista[6] de toda relación humana.
Desde este punto de vista, podemos valorar gradualmente los tipos de relación y regímenes de empleo para establecer algún criterio de selección de cara al trabajo del sexo. Naturalmente, es inadmisible, desde nuestra óptica, el trabajo esclavo, servil o forzado, la compra-venta de personas, y sólo cabe combatirlo.
Resulta muy contraproducente la relación salarial, pero dado que es la forma más extendida e impuesta, si se establece es preciso compensar, cuanto menos, con derechos como una regulación de papeles, un salario, jornada, vacaciones y condiciones de salud laboral adecuadas y especiales para la actividad así mejoras negociadas, o una prestación de desempleo, derecho a sanidad, o una pensión.
El trabajo por cuenta propia, se enfrenta a una relación de mercado (en una sociedad machista de consumo), y debe venir acompañada de un régimen de seguridad social de autónomos. Esta ocupación es ventajosa, en términos crematísticos, solamente en la franja de mercado de cierto nivel de solvencia y que facilita cierto volumen de ingresos. Habrá otro segmento que comporte que muchas personas sin una “oferta, situación, localización o recursos de relaciones públicas” que sea valorada por la clientela solvente, se queden en una situación desfavorable. No podemos idealizar tampoco este régimen de ocupación.
El trabajo de cooperativa entraña un mecanismo de colaboración de varias personas para su trabajo, compartiendo infraestructuras y servicios comunes, y socializando riesgos. Supone un escudo contra la relación de un empresario, un proxeneta o una madame. Pero le sucede algo semejante al trabajo autónomo. Depende de la lógica de mercado capitalista. Y en el capitalismo se considera demandable todo aquello que se desea y puede ser pagado con dinero. Precisamente en este mercado se expresa sobre todo el capricho de los ricos y poderosos, en general, varones. Ni que decir tiene que de producirse este régimen laboral-empresarial en el presente, también debieran gozar de un régimen de autónomos y acogerse a fórmulas empresariales de cooperativa, pero esto no esquiva la anterior circunstancia mercantilizadora. Por tanto, sólo es uno de los regímenes menos malos.
En una sociedad postcapitalista lo frecuente es que la sexualidad se propicie en el ámbito de las relaciones personales y del afecto, en forma de reciprocidad. Pero no prejuiciemos otro tipo de relaciones, pues caben fórmulas de intercambio en relación de igualdad. El intercambio de equivalentes entre seres iguales y libres, en condición de respeto, responsabilidad y cuidado y ayuda mutuos no ha de tener objeción alguna. Además hay motivos diferentes al producto de la íntima afectividad o el compromiso interpersonal que pueden abocar a relaciones sexuales, sea en forma de relación personal o de intercambio –que también puede ser recíproco-, como pueden ser los de carácter de realización de un deseo puntual, u otros motivos de perfil recreativo, artístico-expresivo o, incluso, terapéuticos. Cabe la posibilidad, por tanto, de prácticas de relación e intercambio, en las que se incluya el erotismo o la sexualidad expresa[7], muy diversas, sin que esto suponga una relación cuestionable.
E incluso cabe concebir una profesión ligada a esta actividad, en un entorno no capitalista. De lo que se trata, por tanto, en este caso es pensar en algunas implicaciones y criterios para que esta profesión sea desempeñada libremente y desarrollada en condiciones que no comporten perjuicio. En primer lugar, estas personas deben tener cubiertos unos derechos que cuiden por evitar riesgos para la salud y que garanticen su cualificación y la libertad de su implicación. Puede entenderse que, visto así, se trataría de un servicio a la ciudadanía en la que debería prevalecer el derecho laboral y el respeto a la persona que ejerce la profesión frente al deseo individual del que solicita los servicios. En una sociedad postcapitalista, el empleo, en términos generales, que cubriría las necesidades que se consideran sociales y estratégicas, se prestarían en forma de empleo público, con garantías de protección y profesionalización. La consideración de necesidad social depende de un contexto sociohistórico y de la sociedad. De considerarse un servicio que cubre una necesidad social (por entenderse como un servicio terapéutico o expresivo esencial) entonces debería entrar dentro de los empleos públicos. De no entenderse como tal, en ese contexto futurible, debería prestarse en forma no pública, regulándose los derechos y obligaciones prescribibles, y para ello las mejores opciones serían el trabajo cooperativo o de autónomo en entornos de mercados y profesiones reguladas no capitalistas[8] (autogestión). La presencia de un ingreso universal de ciudadanía suficiente garantizaría que no fuera probable que alguien ejerciese en contra de su libertad.
- Algunas conclusiones
El fin de este documento es profundizar en la cuestión social del trabajo del sexo. Las reflexiones realizadas tratan de suplir algunas carencias y prevenir algunas posibles consecuencias indeseables de una política regulatoria de derechos incompleta. En suma, los ejes de reinvidicaciones deberían cubrir al menos los siguientes capítulos:
Entre los derechos:
- Con el propósito de garantizar la libertad de las personas que ejercen la profesión del sexo, es preciso luchar porque nadie se vea abocado a ninguna profesión por razón de exclusión o pobreza. De modo que la reivindicación clave es la de luchar por un ingreso universal garantizado para toda la ciudadanía.
- Con el objetivo de garantizar la igualdad de oportunidades y de trato entre todas las personas y profesiones, es preciso incluir entre las medidas de derecho la provisión de acciones formativas para la propia o distinta profesión, tanto ahora como para el futuro. Y para el presente, en un contexto capitalista, exigir a las políticas de empleo una opción preferente de cambio de empleo, si así lo solicitan, para las personas de este colectivo.
Establecer un criterio estructurado de oposición, preferencia y reivindicación de regímenes de provisión, en caso de producirse en condiciones de intercambio no basado en una relación de reciprocidad personal afectiva:
Ø Desarrollar una política internacional para combatir la trata y el trabajo forzado. Exigir a los Estados regulaciones laborales y de ciudadanía igualitarios, y la persecución de mafias, y capitales frecuentemente transnacionales, en torno al negocio de las redes ilegales de inmigración y tráfico de personas.
Ø Perseguir al empresariado que realiza el empleo irregular o abusivo de personas. Regularizar a las personas en términos de residencia y condiciones de empleo, y protegiendo especialmente a las que denuncian. Fiscalizar adecuadamente a las actividades auxiliares de la actividad (alojamiento, discotecas, clubes, etc…).
Ø Cuestionar la explotación que realizan los y las empleadoras a las personas asalariadas. En caso de realizarse, y entendido de manera transicional, defender regulaciones y derechos sociolaborales en forma de leyes garantistas, negociación colectiva y alta en régimen general de la seguridad social con plenos derechos.
Ø Admitir el trabajo autónomo, bajo profesión regulada y alta en régimen de seguridad social. Dar opciones preferentes a las personas en riesgo de exclusión social para obtener un ingreso de ciudadanía, acciones formativas o empleos alternativos, o en su caso facilitar el cooperativismo.
Ø Regular el cooperativismo como forma de provisión de servicios de compañía y sexuales, que garanticen la protección de los y las profesionales, en tanto que régimen de seguridad social (autónomos), prevención de riesgos laborales (cuidados para el cuerpo, higiene y salud laboral, y atención psicológica), y que establezca fuertes protocolos a la clientela para el acceso y consumo de los servicios, entre los que se incluya la capacidad de elección o de rechazo del o la profesional de sus clientes.
Ø Establecer indicadores reductores de la vida laboral para el acceso a la jubilación o facilitar las circunstancias que motiven la baja por riesgo psicosocial y corporal.
Ø Aspiramos, no obstante, a que, de realizarse el trabajo del sexo en forma de intercambio económico, en el marco de una sociedad socialista libre de prácticas patriarcales, se haga garantizando la igualdad de oportunidades y de trato de todas las personas y profesiones, y la libertad de selección del empleo[9], con profesiones reguladas, cualificadas y protegidas de cualquier abuso del mercado o de la clientela.
ANEXO:
Formas de intercambio en las relaciones afectivas-sexuales
Formas de intercambio |
| NECESIDADES AFECTIVAS | NECESIDADES SEXUALES |
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Relaciones Recíprocas | ACTIVIDADES GRATUITAS PARA DAR/RECIBIR AFECTO a) Dentro de los hogares: atención, cuidado corporal y afectivo a personas con vínculos familiares (niños, adultos, enfermos...). Por extensión, cuidados del hogar relacionados con las personas: limpieza, comidas, ropa... b) Fuera del hogar: ayuda mutua entre parientes, amigos, vecinos, miembros de asociaciones, etc | ACTIVIDADES GRATUITAS DE INTERCAMBIO SEXUAL a) Dentro del ámbito habitual de convivencia (hogar): relaciones sexuales entre miembros de una pareja. b) Fuera del hogar: relaciones ocasionales; “extramatrimoniales”, de cualquier orientación sexual, tríos, dobles parejas, etc.
| Espacio privado | |
Relaciones Mercantiles | EMPLEO REMUNERADO PARA CUBRIR NECESIDADES AFECTIVAS a) Dentro de los hogares: servicios personales de atención y cuidado a no familiares. Por extensión, cuidados básicos del hogar realizados con afecto. b) Fuera del hogar: – Servicios ofrecidos para el bienestar físico-sensual-psíquico: lúdico-deportivos; recreativo-artísticos: mantenimiento, deporte, baile; masajes, sauna, terapias diversas, etc.
| TRABAJO SEXUAL REMUNERADO “industria del sexo” a) Sector de esparcimiento: – Servicios para el bienestar físico-sensual-psíquico: casas de masaje, saunas, terapias, etc – Actividades artísticas de entretenimiento erótico- -sensual: espectáculos de cabaret, baile-canción, striptease, etc. – Líneas telefónicas y ciber-porno, sector del video-porno, cabinas en sex shop, etc. b) Prostitución (sector explícitamente sexual): – Servicios sexuales para el bienestar personal: – Por cuenta propia o ajena; – En pisos, clubes, calle; – De forma continua u ocasional, etc.
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Relaciones Redistributivas | PRÁCTICAS POLÍTICAS Y SOCIALES PARA REGULAR LOS IMPULSOS AFECTIVOS Y SEXUALES – La correlación de fuerzas existente entre los múltiples agentes que desarrollan estas actividades (sujetos colectivos de clase o género, instancias políticas y religiosas, minorías que defienden planteamientos emergentes, etc.) da lugar en cada coyuntura histórica a una norma reguladora de los afectos y la sexualidad. – Dispositivos colectivos canalizan los afectos y la sexualidad, construyen las normas sociales y la gestionan
| Espacio público-político | ||
Fuente: Colectivo IOÉ (2001) Mujer, inmigración y trabajo. Pág. 650[10] |
[1] Colectivo IOE (2001) Mujer, inmigración y trabajo. Imserso Pág. 672.
[2] Según algunas posiciones, la exigencia de trabajar en establecimientos o alojamientos definidos puede conducir a muchas personas que trabajan en la calle, de forma autónoma, a tener que disponerse a empresas que dispongan de los locales apropiados, pudiendo generalizar una relación salarial y un mecanismo de control más eficaz. Esta posible consecuencia hay que tenerla presente, así como que las ordenanzas que obligan a la zonificación y la persecución de la prostitución en la calle responden a una práctica hipócrita de “adecentamiento moralista de la imagen del espacio”. No obstante, también debe recordarse que el colectivo de prostitutas que trabajan en la calle son una pequeña minoría, que el lugar de visibilización no es el de realización (en coches o en alojamientos alquilados), que según diferentes estudios (IOE, 2001) los costes iniciales para la inversión en un local adecuado no son altos, y que cabe la posibilidad de conformar una empresa en régimen de cooperativa.
[3] Se trata de un colectivo protagonista y activo porque sin él no podrá elaborarse una estrategia ni de emancipación ni de mejora, porque este colectivo ha participado en el configuración del sector y de la actividad. También lo lleva siendo desde siempre porque además sea a nivel grupal o individual constantemente elabora estrategias de supervivencia (optar a esta profesión para salir de situaciones más difíciles o empleos peor remunerados y para dar una oportunidad de estudios para sí misma, o de mejora a su familia, por ejemplo), de dignificación (para conseguir unas condiciones de protección ante clientela indeseable, de salubridad y confortabilidad, o incluso conseguir un mejor trato por su clientela o mejor valoración y regulación por su entorno laboral y social), como también para situarse a escala personal u organizada en los segmentos de mercado mejor remunerados de la industria. Dicho de otro modo, que se le considere protagonista no debe obviar que no es el único actor (la clientela es otro fundamental, también lo es el Estado al imponer reglas o al dejar en el limbo su tratamiento, la policía al reprimir y aprovecharse de muchas situaciones, las agencias de intermediación, las mafias, etc…), ni idealizar sus estrategias, en tanto que no siguen siempre líneas emancipadoras.
[4] Sociológicamente se distingue entre trabajo y empleo. El trabajo consiste en un esfuerzo que reporta utilidad, pero no informa en sí mismo de la relación de producción que tiene detrás. Empleo refiere al trabajo asalariado, y es la forma contemporánea mayoritaria de este trabajo, junto a la ocupación en tanto que autónoma, además de otras formas irregulares, clandestinas y forzadas (rozando la esclavitud o la servidumbre) existentes. En suma, no es lo mismo una relación socioproductiva esclava o servil, que otra asalariada, que otra en régimen de trabajo autónomo o cooperativa, que otra bajo otro tipo de regulación y garantías.
[5] Otra discusión muy diferente es el carácter del vínculo de reciprocidad y su carácter afectivo personal que asimismo puede ser de muy diferente tipo, y en el que, naturalmente, no todos los vínculos afectivos tienen un carácter emancipado y positivo (serían los casos de dependencia, sumisión, pertenencia a una familia, etc…). Por otro lado, no siempre relaciones personales supuestamente afectivas están exentas de relaciones de intercambio y conveniencia encubiertas, como ha sucedido históricamente o en la época contemporánea con el régimen de matrimonio. En efecto, relaciones de intercambio e interés, y relaciones personales afectivas a veces se entrelazan. Además, el afecto no siempre es algo ajeno al trabajo del sexo, tanto como experiencia en forma de atención puntual (psicológica, cuidado, escucha terapéutica, distracción, compañía, etc…) o incluso de intercambio y relación duradera.
[6] No debe confundirse capitalismo con mercado, porque el mercado es una institución social que, bajo ciertas regulaciones que la orienten, no tiene porque ser capitalista ni tiene porque ser contraproducente.
[7] Cuando hablamos de la industria del sexo cabe plantear diferentes grados y tipos de actividad en torno a este. No sólo debemos pensar en la prostitución en la que se implica directamente el cuerpo y la sexualidad explícita, sino otras prácticas vinculadas a la imagen, el erotismo, la compañía, el recreo, la creatividad artística, la restauración erótica, el cuidado del cuerpo, la venta de objetos eróticos, las charlas telefónicas, el turismo, etc… Advirtamos también que parte de estos servicios también tratan de cubrir carencias de afecto, especialmente en una sociedad de solitarios, donde la insatisfacción emocional se extiende. Por tanto, la oferta se amplía, en la que se suman y entrecruzan servicios sexuales, de cuidados afectivos y terapias varias. Desde servicios de compañía, cuidados corporales (masajes, saunas, etc…), baile erótico (boys y girls), o incluso servicios pueden incluir variada forma y grados de trabajos en torno a la sexualidad (que pueden abarcar formas más amplias que el contacto con la genitalidad), el cuidado y la afectividad. Mención aparte ha de hacerse de la pornografía, en sus diferentes formatos, pues en gran parte de su elaboración como mercancía se muestra una imagen estereotipada de la belleza, de la pasión y de las prácticas sexuales, y se produce un ejercicio de exaltación del cuerpo humano y su reducción a un objeto, frecuentemente el de la mujer. Y, qué decir de las agencias de intermediación de citas, o de las agencias matrimoniales ¿forman o no parte de la industria del sexo?.
[8] Entendemos como mercados no capitalistas, aquellos en los que se producen no en base al criterio de máxima rentabilidad o de explotación, y en los que competencia no rige en términos de apropiación del excedente. Otros criterios distintos son que las unidades económicas funcionen en base a criterios tales como satisfacer el valor de la inversión, minimizar el coste social, medioambiental y del trabajo, maximizar la eficiencia, perseguir satisfacer necesidades sociales en primer lugar, atribuir salarios en base a criterios sociales y de mérito, y repartir y orientar socialmente el excedente producido.
[9] En una sociedad socialista, posiblemente, a lo largo de la vida se desempeñarían diferentes trabajos. Durante una parte de la vida serían no elegidos (trabajos manuales, de limpieza, desagradables o arriesgados) por ser necesarios socialmente y por establecer fórmulas de reparto de esos trabajos, que podría conllevar un tiempo no duradero. Entre estos trabajos entendemos que no estaría el del trabajo del sexo, al no ser una necesidad social esencial. El resto de empleos que se seguirían deberían combinar razones de preferencia social –por decidirse democráticamente que hay un bien o servicio que se prefiere colectivamente, y la preferencia de la persona a seguir una profesión –en función de la cualificación, el mérito, el esfuerzo y la competencia demostrados-.
[10] http://www.colectivoioe.org/uploads/b31d0861d7333058dd9c2f5445bbc447a17007a5.pdf
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