4/6/11

Tendencias sociolaborales y Relación Salarial (3): Polarización de las clases sociales y nuevos modos de vida


Daniel Albarracín

En el contexto reciente se observa una polarización de clases que no impide una complejización de la composición social en múltiples capas. Si atendemos al criterio de relación con los medios de producción, o condición socioeconómica, tan sólo entre 1996 y 2008 se ha producido una pulverización de las clases medias, y un crecimiento del peso de la tasa de asalarización de la población ocupada. Esta circunstancia nos dimensiona la desigualdad socioeconómica principal, que indica el grado de tensión que padece la sociedad española.

La relación salarial, como planteamos, entraña el vínculo central societario, y compromete a la mayor parte de la población a una trayectoria de subordinación a lo largo de toda la vida como condición de clase (educación, reproducción social, empleos y desempleos sucesivos, etc…) para obtener un ingreso.
En este último periodo, se ha utilizado el pretexto de la inserción laboral de la juventud para implantar un nuevo modelo laboral inestable y sin apenas derechos, pretexto para una homogeneización a la baja. Es este colectivo el que padece, a pesar de las diferentes reformas y ajustes, las mayores tasas de desempleo, temporalidad y más bajos salarios. Las formulas de “flexibilidad laboral” para permitir su inserción han conllevado que la precariedad se haya ido extendiendo como una mancha de aceite a toda la condición salarial, introduciendo reformas que, mediante una larga transición y sustitución generacional, han conseguido degradar las condiciones garantistas o compensadoras que pueda tener la relación salarial. Nosotros, consideramos que la juventud (y las mujeres, y la inmigración) es la que está siendo especialmente golpeada, pero con las medidas para “insertarlo con flexibilidad” se generaliza la precariedad y, con la política recesiva y de ajuste reinante, el desempleo. Por la energía de su condición, y porque, si miran y se les mira con perspectiva, se enfrentan a un futuro nada halagüeño, son un colectivo al que debemos dirigirnos prioritariamente. La juventud actual mientras que representa una de las generaciones mejor preparadas técnicamente, adolecen de un déficit de experiencias, formación política y sindical, que les debilita como ciudadanía, y debemos contribuir a que toda su fuerza e inteligencia también focalice la atención sobre cuestiones sociales y el modo de existencia social en el que van a vivir, y del que serán protagonistas en su construcción.

Otra importante transformación en la gestión de la fuerza de trabajo global, a veces simétricamente inversa a los movimientos de capitales, es la de las migraciones. En los últimos quince años se ha producido una afluencia significativa de población inmigrante en España, fenómeno que es recurrente a nivel internacional desde hace tiempo, siguiendo un flujo Sur-Sur, y Sur-Norte. La inmigración es unos de los flujos de la movilización de la fuerza de trabajo global empujada por el desarrollo que se ha producido en los países aventajados del Norte y de las nuevas inversiones en el Sur del capital occidental y asiático, principalmente. Durante algunos años ha habido una carencia de fuerza de trabajo en algunos países, que se ha cubierto con la incorporación de colectivos inmigrantes en condiciones irregulares o muy precarias, lo que ha supuesto que la mayor parte del empleo producido en los pasados años de prosperidad, antes de la crisis, haya sido para este colectivo –en general, clases medias o trabajadores cualificados de los países empobrecidos-. Ha sido tratada como mano de obra con escasos derechos de ciudadanía, fuerza de trabajo con pocos o sin derechos y ha sido encasillada en segmentos secundarios de la producción, sobre todo en la construcción, la hostelería y, en menor medida, en el comercio. Cuando ha llegado la crisis la afluencia se ha reducido sensiblemente, al haber menos oportunidades de empleo, pero el regreso al país de origen tampoco se ha producido de manera significativa. Dicho de otro modo, los que vinieron se han quedado aquí aguardando tiempos mejores, a sabiendas de que en su país apenas será posible, salvo casos minoritarios, mejorar sus expectativas de vida en comparación de lo que aún les proporciona su difícil estancia en los países desarrollados. Al mismo tiempo, corren un serio riesgo. La derecha, ante la crisis, ha decidido señalarles con el dedo, busca un chivo expiatorio, y ellos son el grupo cabeza de turco. Por tanto, aún a pesar de que no tiene porque ser un colectivo connaturalmente más rebelde que otros, consideramos que es un compromiso luchar por la equiparación de derechos y su integración social, laboral y política, contando con ellos para ganarse esos derechos. Deberíamos apostar por la solidaridad internacional y la exigencia de que los países aventajados dejen de subyugar y empobrecer a los pueblos del Sur. Para los que ya están aquí parece necesario exigir políticas de regularización y políticas de acompañamiento para garantizar la eficacia de los derechos sociolaborales.

La nueva familia obrera adopta un tipo de ingresos cada vez más próximo al “salario y medio”. La mayor exigencia de disposición de más miembros familiares para el mercado de trabajo no sólo tiene como consecuencia la menor disponibilidad estructural de tiempo libre y nuevas prácticas familiares (menor natalidad, hogares más pequeños,…). También presupone la integración subordinada de la mujer en el empleo, en un contexto de discriminación del mundo empresarial, y de escasa corresponsabilidad de los varones en el espacio doméstico. Son ellas las que se incorporan más tarde al empleo por prolongar su vida educativa y porque tienen menos oportunidades. Son ellas las que desarrollan vidas laborales más interrumpidamente, retirándose total o parcialmente en la etapa de crianza. Son ellas las que más se ven empleadas a tiempo parcial, una nueva y cada vez más extendida figura precaria. Son ellas las que padecen una fuerte brecha salarial. Son ellas las que aún se ven confinadas a determinadas tareas. Por un lado, con la doble carga en el espacio doméstico y reproductivo, y en el empleo. Y son ellas las que padecen una extensión de la vieja división sexual del trabajo también en el espacio educativo y el del empleo, que proyecta las “habilidades estereotipadas de la mujer” originadas en prejuicios patriarcales. Así, son ellas las que se emplean en áreas relacionadas con los cuidados (de las personas dependientes a la sanidad y la educación), con la administración (de la casa a las oficinas), y las relaciones públicas y comerciales (reproduciendo el estereotipo de la imagen), etc… Y son ellas las que tienen más obstáculos a la promoción y la posibilidad de asumir mayores responsabilidades, o alcanzar mayor reconocimiento simbólico o material y poder, debido a la segregación vertical y horizontal y discriminación indirecta extendidas en el mundo de la empresa.

El estilo de vida cultivado por la forma dominante venera la integración y el ascenso en el status social a través de las huellas del hiperconsumo, la diferenciación sin fin y la competitividad laboral, que ha parecido legitimar el sistema durante algunos años para algunos segmentos sociales. Sin embargo, los tiempos de la vida de la mayoría de la población se encuentran encadenados a esa relación salarial antes descrita. La población debe realizar cada vez más ejercicios de disposición y disponibilidad en tanto que fuerza de trabajo para ser admitidos en el empleo, ahora más escaso. Cada vez más miembros de las familias deben prestar más tiempo para valorizarse en el mercado de trabajo y obtener unos ingresos familiares suficientes, en tanto que un sueldo ya resulta insuficiente para mantener los gastos hipotecarios y de consumo de una familia media. A la vida laboral del tiempo en el que la fuerza de trabajo es directamente empleada, se añaden prolongados tiempos de educación y formación para obtener y visibilizar la empleabilidad mínima requerida por el mundo de la empresa. Las exigencias de productividad, y los sueños de promoción o los miedos al desempleo, exigen esfuerzos redoblados para una recualificación y adaptación conductual permanentes a los cambios en la organización del trabajo. En suma, el gobierno sobre el propio tiempo de la vida se encuentra cada vez menos en nuestras manos. Y, por otro lado, la era de la austeridad (impuesta por el neoliberalismo) acabará más pronto que tarde con la confortabilidad de una sociedad de consumo que no puede perdurar, bien por las políticas de ajuste neoliberal, bien por la inevitable transición energética.
Entretanto, la socialización educativa y formativa se diseña para que la fuerza de trabajo adquiera competencias abstractas, técnicas y profesionistas flexibles cada vez más genéricas y adaptables. Este modelo performativo de la fuerza de trabajo va en claro detrimento de una educación para la ciudadanía, de una preparación ética para la vida, de un conocimiento de los derechos sociales, laborales y políticos, y de un manejo de habilidades de participación social básicos para el desarrollo de una democracia y el desarrollo de una conciencia crítica, ciudadana y sindical fundamentales para salir de una monotonía de la adaptación competitiva al sistema y entrar en otra de construcción de nuevas formas de vida y trabajo cooperativas y democráticas.
En este contexto, el creciente empleo de un perfil de trabajador cada vez más cualificado –que no tiene que corresponderse con unas condiciones de empleo mejores-, implica un cambio y un retroceso del trabajo especializado clásico (tanto el de los oficios especialistas-cualificados, como el de los tayloristas monotarea). El viejo trabajador cualificado-especialista que seguía un modelo de “artesanado tecnológico” de dominio soberano del proceso de trabajo en virtud del cual el trabajador se hacía poco reemplazable cae en el desuso. Gran parte de la organización del trabajo se diseña para erosionar la influencia de este tipo de trabajador. También el trabajador hiperespecializado (que realiza una monotarea rutinaria) y descualificado es un segmento cada vez menos común. Ahora se extiende un modelo de trabajador preparado en unas habilidades comunicativas, informáticas, y de adaptación estándar, que requiere una cualificación medio-alta, desde luego más alta que antaño, de naturaleza abstracta y adaptable, que permite condiciones de gestión laboral y modular de equipos de trabajo con mucha mayor flexibilidad . Estos trabajadores en poco pueden condicionar las estrategias de los proyectos empresariales bajo la directriz de las gerencias. Dicho de otro modo, el papel de la cualificación como segmentador de capas dentro de la clase social, en un proceso de relativización de la influencia y de mayor precarización del trabajo cualificado (cada vez más reemplazable, móvil y adaptable), es cada vez menos importante, aunque todavía contribuya a explicar parcialmente las diferencias contractuales y la existencia de diferentes segmentos de mercados de empleo y trabajo.

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