Toda actividad económica y social necesita de energía para ejecutar gran parte de las actividades y tareas necesarias en la generación de su paquete de servicios/productos. También, la gran industria turística española, auténtica potencia internacional, tiene lógicas preocupaciones por un suministro energético a precios moderadamente estables, sostenibles, y seguros.
El turismo es en términos absolutos un conjunto de actividades que, sin discusión comparada alguna que valga, alcanzan una importancia determinante para la sociedad española. Supone más del 11% de PIB, y con más de 2 millones de empleos directos, genera el 13% del empleo total. Su papel también es estelar en términos comerciales y financieros, por ser el sector de actividades que genera el mayor saldo positivo con el exterior. Presenta un superávit comercial, inalcanzable para el resto de los sectores exportadores del tejido empresarial español. Obtuvo por sí sólo un saldo comercial en el 2010, con el resto del mundo, de 26.932,7 millones de euros, con un crecimiento del 3,4%, sobre el año anterior. Cifras que crecen en importancia al compararlas con el déficit comercial total de la economía española (-52.282.601 en el pasado 2010). Una dimensión económica crucial en el contexto que viven las grandes empresas españolas –las deudas privadas y bancarias son hasta tres veces las del Estado– para las que la financiación del exterior se ha convertido en la causa de todos los males, y excusa para aplicar un peligroso e injusto ajuste del gasto publico (“consolidación fiscal” le llaman eufemísticamente).
Sostener tan espectaculares y positivos impactos económico-laborales de la industria turística española, exige entre otros requisitos que exista seguridad energética. No sólo para atender sus específicas necesidades, sino en el conjunto de la economía y territorio español. Aunque suene extraño, la seguridad energética es crucial para el sector turístico español. Hay que preguntarse, -aquí, ahora y siempre, y no sólo cuando se aplace el espanto atómico, como dicen los “mercados”/los lobbys energético-financieros- si el conjunto de la industria turística española puede ser ajena a la forma en que se genera la energía que consume ella, y el conjunto de la sociedad española.
Aunque no se acostumbre a hacerlo, tiene todo el sentido preguntarse: ¿La industria turística española, es antinuclear?. Valga una inclemencia natural, un incidente bélico o terrorista –un emisario “casual” de Gadafi, por ejemplo-, una acción de sabotaje deliberada o un error humano, y la Marca España como destino turístico se desplomaría. ¿Se imaginan ustedes que ocurriría, si tenemos un accidente atómico, de nivel 3, o 4, es decir, de la mitad de importancia de los que están teniendo lugar en Japón?. ¿En cuanto quedarían los mas de 50 millones de turistas que recibimos anualmente?.
Sería de esperar que los políticos, responsables y pragmáticos, (… tan “atentos” ellos al interés del “país”…), aborden de una vez por todas –salvo que la voz de los “mercados” les aterrorice una vez más- la desnuclearización de nuestro territorio. Hay que conservar para las generaciones actuales y futuras, la viabilidad de la industria más importante de nuestro país. ¿No mejoraría la Marca España como destino turístico con una industria energética sostenible que de un servicio sustentado en energías renovables?. El Plan Turismo Litoral Siglo XXI que pergeña el gobierno es sensible a estas problemáticas, pero tan sólo en clave nominal. Habla de sostenibilidad, y de economía del carbono cero, pero no esclarece que mix de generación eléctrica le parece más adecuado. Habla de intermodalidad y mix de transporte más idóneo, pero tampoco define en qué consiste su criterio de idoneidad. Hace un brindis al sol, pero ni siquiera pone copa para que el trago tenga jugo. Es decir, mucho deseo y pocos recursos. ¿Por qué en vez de plegarse a la depresiva consolidación fiscal no emprende una inversión en energías de futuro y apuesta, no sólo con buenos deseos, sino con excelentes obras, por una transición energética hacía la desnuclearización programada del territorio español, como precisa la gran industria turística española?.
Los fantasmas del mercado que recorren Europa son ciegos a estas preocupaciones, hasta que estallan en sus manos. ¿No tiene todo el sentido una decisión política atenta al bienestar colectivo, y no sólo a la influencia tentadora de los lobbys, por mucho que estos pongan a sueldo a reconocidos “independientes” (en Gas Natural, o en Endesa), y procedan a acelerar ya el camino a la desnuclearizacion del territorio español?. Si no queremos ser líderes en decadencia, es la hora de la audacia, sobre todo cuando está sobradamente justificada: un modelo sostenible de turismo supone transporte, urbanismo y servicios de alojamiento con unas bases energético-tecnológicas basadas en renovables, y con una investigación a fondo que acelere su ecoeficiencia; un modelo sostenible de turismo exige paisajes y paisanajes que reverdezcan y que eclosionen vida y profesionalidad, en un territorio desnuclearizado.
La voluntarista colaboración público-privada, a la que tanto aluden los discursos últimamente, ha de partir de considerar que los “mercados” no orientan sus conductas en sintonía con el interés colectivo/público, sino que su colaboración sólo vendrá con regulaciones que metan sus conductas en la vereda de la conciliación con los intereses generales en el medio y largo plazo. Si no ocurre así, la última gran industria española, y millones de personas, se estarán jugando su desaparición, para 100, 200, o 5.000 años, a un “sorteo atómico” que reparte accidentes, según dicen los lobbys energéticos, cada 10.000 años. Eso sí, no cuentan que las probabilidades de que ese desastre ocurra mañana, o dentro de 99.999 años, son exactamente las mismas.
Es posible que el grueso fundamental de la industria turística, protagonizada, por centenares de miles de pequeñas y medianas empresas, no sepan que son esencialmente anti-nucleares. Es imprescindible hacérselo entender, y exigírselo a los lobbys eléctrico-bancarios, por encima de los intereses de los grandes empresarios de esta industria, que forman parte del Consejo Empresarial para la Competitividad (grandes multinacionales de origen español), al que tantos miramientos dedica el gobierno del PSOE. Todo lo demás son palabras e hipocresía, para esconder la claudicación ante los intereses privados de grandes empresarios que se esconden tras el eufemismo de los “mercados”.
Eduardo Gutiérrez y Daniel Albarracín
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