22/6/22

Mandel, precursor de la democratización ecosocialista y autogestionaria del trabajo con rostro humano.

Daniel Albarracín Sánchez, Marzo de 2022.

El texto que prosigue incluye la introducción que realizo al libro de Ernest Mandel Autogestión, Planificación y Democracia Socialista, que reúne varias conferencias del economista belga, y que reedita Sylone. 


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Decía Frederic Jameson que en esta sociedad resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el final del capitalismo. Diríamos nosotros, no es posible imaginar una sociedad que supere el capitalismo sin desarrollar una política que libere al trabajo del yugo de la relación salarial y que le democratice. Eso requiere poner en marcha un tipo de trabajo dotado de características democráticas, emancipadoras y de cooperación social -productivas y de cuidados-, alineadas con fórmulas de planificación democrática de la economía -al menos en sus actividades estratégicas-. Esta planificación[1], para evitar la degradación de nuestro planeta, ha de basarse en criterios de transición ecológica a largo plazo atentos a la cuestión de clase, haciendo de ésta una herramienta de transición ecosocialista y democrática. Se trata, por tanto, de poner en pie un modelo de trabajo bajo una forma social nueva, de y para una sociedad de personas productoras y cuidadoras, libres y asociadas, que se cuidan en común y que respetan la madre Tierra. Ernst Mandel, en este trabajo[2], que ahora se reedita, y que reúne las líneas de varias de sus conferencias, sienta las bases de este proyecto.

 

1.       La alienación, ¿una condena antropológica inevitable?

 

Según Hegel, en una sociedad organizada los individuos ceden parte de sus derechos individuales mediante un contrato social, viendo aquí una alienación de todo individuo respecto del Estado. Asimismo, la dialéctica entre la necesidad y el trabajo conduce, a su juicio, a la imposibilidad de satisfacer plenamente las necesidades humanas por la organización del trabajo, causando el fenómeno de la alienación en el ámbito laboral (Mandel, 78:16 y 18). Para Hegel, a su vez, la enajenación está asociada a la naturaleza del ser humano, debido a la distancia entre lo que produce en la práctica y la idea que proyectaba en su mente antes de iniciar su labor (Mandel, 78:18). De esta manera, presenta como ineludible este fenómeno, más aún cuando el ser humano se separa, inevitablemente, del fruto de su trabajo.

Marx señala que la auténtica alienación obedece a la forma social del trabajo, no al trabajo en sí mismo necesariamente. Marx considera que, en una sociedad donde los individuos parten de condiciones dispares respecto a las relaciones de propiedad, esa cesión de derechos al Estado, de la que habla Hegel, es un fenómeno de alienación que afecta principalmente a los que no la poseen, al perder derechos entregados a una institución hostil con ellos (Mandel, 78:16), pero no respecto a los propietarios entendido como clase.

Así, Marx se desprende de la concepción idealista hegeliana. Ni las necesidades humanas son ilimitadas ni el producto del trabajo colectivo está abocado a no poder colmarlas; depende de la situación histórica (Mandel, 78:19) y no de una razón antropológica intrínseca y perenne. La opresión no es fruto de la enajenación frente a una idea, sino de una forma de sociedad organizada en torno a la producción de mercancías, en un contexto histórico donde predomina la economía capitalista. De tal modo, que, contra la resignación, es concebible y posible liberarse de dichos condicionamientos.

La acostumbrada lectura de las tesis de Marx disociando sus reflexiones tempranas y tardías, oponiendo la perspectiva humanista y liberadora de su obra de juventud a la más racional y sistemática de su obra madura, no resulta acertada. La crítica de la economía política, culminada, entre otros trabajos, en El Capital, no ensombrece sus reflexiones iniciales. Al contrario, lo adecuado estriba en interpretar, a la luz del sentido de sus primeras inquietudes, la obra más estructurada final, para abrir camino a la tarea humanista emancipadora que se propone, profundizando frente a qué relaciones sociales y en qué contexto histórico la lucha tiene lugar (Mandel, 78:22). Esto es, tomar al viejo Marx con la mirada luminosa del joven Karl.

La relación salarial extorsiona a las personas sin aquellos medios a tener que alquilar su fuerza de trabajo en el mercado, esto es, intercambiando su tiempo, fuerza y capacidades a cambio de dinero. Un intercambio desigual que es la base de la explotación. Así, la alienación económica no se origina sino en “la separación de las personas del libre acceso a los medios de producción y a los medios de subsistencia” (Mandel, 78:25) que causa el trabajo bajo la relación salarial y formas sociales equivalentes. Consecuentemente, la emancipación supone establecer una relación de las personas trabajadoras con dichos medios, que no esté coartada por el régimen de propiedad privada de los medios productivos y de la tierra, niy por la relación salarial.

No solo el capitalista se apropia de los medios, sino que a su vez lo hace, al menos parcialmente, del tiempo, la energía, el saber y el fruto productivo del trabajo, en lo que corresponde al plusvalor. Si esto no fuera poco, el proceso de producción está dictado por el capital que apunta qué, cómo y dónde se debe producir.

 

2.       El gobierno del tiempo

 

En la época industrial, el trabajador se convierte en apéndice de la máquina, que marca la forma y el ritmo del trabajo, viendo su trabajo y conocimiento expropiados. En los trabajos estandarizados, el grueso de los trabajadores, no pueden recurrir a su creatividad (Mandel, 78:29) o la ven muy delimitada y condicionada. Además, si la desarrollan, la empresa se la apropiará para mejorar el rendimiento económico, desplazando a otros fines. Eso no impide que las empresas esperen una proactividad y aportación de ideas permanente, siempre que sean funcionales al rendimiento.

En el trabajo asalariado, el dominio del sentido del trabajo, el gobierno de la producción, y la están en manos de una minoría, y los resultados del trabajo y la creatividad son apropiados por las clases dominantes. Así, las posibilidades de realización en el espacio de trabajo se pliegan a una entrega a la lógica de la ganancia. Además, con las tendencias a la intensificación del trabajo, las exigencias de productividad, desde el lado de la oferta, y la implicación y la atención, desde el de la demanda, se incrementan.

La cuestión del tiempo resulta crucial, dándose, al menos, tres procesos relacionados.

El primero, aunque no siempre reconocido, y tras décadas de reducción que ya vuelven a revertirse, especialmente por el aumento de la proporción del aumento de horas de trabajo para producir o para reproducirse, por cada grupo de convivencia o cada familia trabajadora, es el de la extensión del tiempo de trabajo, que supone una sustracción al tiempo de la vida personal, creativa, de ocio o familiar, o de participación pública. En suma, en contra del tiempo libre y de gobierno de la propia existencia.

El segundo, la creciente presencia de modalidades de trabajo que entrañan una mayor disponibilidad, sin sujeción clara a un determinado horario o días de trabajo -el caso más extremo el de los contratos “cero horas” existente en Países Bajos, o el de trabajo jornalero en el campo andaluz, por ejemplo- como reedición del trabajo a destajo. Esto supone no poder organizar la vida propia para estar plenamente disponible ante cualquier oportunidad laboral por poco duradera y mal pagada que esta sea.

El tercero atención y entrega emocional en el trabajo, en ocupaciones como las de enfermería, hostelería, comercial y de atención al público, que conllevan una intensidad, un gran gasto e implicación psicológica con una alta carga y deterioro mental.

Esta tensión recrudece con una excitación de los deseos individuales más hedonistas que, en el ocio y en el consumo, se promueven como único espacio consentido para la realización personal. Mandel (1978:30) advierte, en este sentido, que este mito de realización a través del ocio resulta una ilusión. El consumidor vive en una rueda permanente de anhelo y frustración, en otras palabras, de alienación. Un proceso, además, condicionado por dos elementos: que el empresario trata de alinear todo lo que puede el salario con el coste de la reproducción social del tipo de fuerza de trabajo que contrata; y que los procesos de promoción del deseo en el consumo constantemente crean insatisfacción. Esto es, “crean escasez”[3], para afianzar el negocio comercial.

El resultado no puede ser otro que, junto a la explotación material y la alienación, el deterioro de la salud física y mental (Mandel, 1978:38) y, por el productivismo, la destrucción de la naturaleza.

Suele decirse, en la izquierda, que la gente apenas se moviliza. Más allá de que ese fenómeno dependa de surgimiento de conflictos y de procesos de vínculo, protesta y contrapropuesta, cabe afirmar que la mayor parte de la población está fuertemente movilizada. Lo está en por otras causas y para otros fines. La mayoría milita en el “partido del trabajo asalariado”, sea con el objeto de conseguir un puesto, conservar su empleo o promocionar; sea para ganarse la vida, consumir, aparentar o para sentirse más integrados socialmente. dedicando el grueso de su tiempo y fuerzas a ese propósito, en el marco de esa gran extorsión que representa la relación salarial y otras formas de explotación afines. Una militancia en tal partido que viene a representarse como si fuera una “rueda del hámster” entre el trabajo y el consumo.

Ahora bien, no perdamos de vista que son las características del trabajo moderno, clave en el proceso productivo, las que le atribuyen la virtud de ser la fuerza potencial para derrocar al capitalismo (Mandel, 78:86), en tanto por ser capaz de paralizar la producción y, por ende, de poder conducirla, mediante el control obrero (Mandel, 78:98) en otra dirección (Mandel, 78:121). Pero requiere, para que eso sea posible, de que se constituya un sujeto político organizado para tal fin.

 

 

3.       De la cosificación a la vivificación democrática del trabajo colectivo

 

Mandel constata que “el trabajo industrial ocupa más que nunca el lugar central en la estructura de la economía” (Mandel, 78:83), algo que se ha ido profundizando décadas después de su fallecimiento, abarcando casi todas las actividades[4]. Esto es, se ha desarrollado una sociedad superindustrial (Albarracín, D., 2003)[5], cuyas bases atraviesan la agricultura, la ganadería, la manufactura y los servicios y que, por eso mismo, desplaza a los y las trabajadoras desde tareas manuales directas a otras propias de la operación de sistemas. Una forma de superindustrialización y semiautomatización prácticamente universal que, en el contexto capitalista, somete al trabajo vivo a la obtención de beneficio (Mandel, 78:84), propiciando a el trabajo, el consumo y el pensamiento alienados.

Mandel apunta que la lógica de subsunción en la relación salarial, o en el capital si se prefiere, produce relaciones humanas cosificadas. La lógica competitiva de inserción en la maquinaria productiva -a lo largo de toda la cadena de valor- inclina a las personas a la sobreespecialización (Mandel, 1978:33), fundamentalmente en el periodo en el que Mandel analiza la situación, bajo la predominancia del fordismo. En dicho contexto, resultan funcionales modos de vida centrados en aspectos parcelados, como islas que, a pesar de la distancia entre sí, son cada vez más homogéneas.

Con el tiempo, esta sobreespecialización propia del trabajo taylorista simple, se ha reconfigurado con procesos de semiautomatización (Naville, 1985)[6], y con la formación de grupos semiautónomos móviles. Esta movilidad funcional del trabajo rompe con la lógica parcelaria simple; la estandarización del trabajo no se aplica sobre una tarea manual repetitiva, sino sobre un conjunto de procedimientos simbólicos en torno a un área o tipo de trabajo. Por otro lado, el trabajo intelectual -el docente o el investigador, por ejemplo- tienden a proletarizarse, a mecanizarse y estandarizarse (número de clases, de artículos indexados, de méritos codificables, de evaluaciones, etc…) como lo hace también con los trabajadores comerciales, cada vez más insertos en una cadena de realización de servicios programados -reponiendo, en un cajero, o mediante la atención telefónica- altamente pautados desde la organización, restando al máximo su autonomía.

Bajo el gobierno del capital, este tipo de trabajo postaylorista acentúa la estrechez de horizontes. Ahora no hay que dominar un conjunto de saberes y tareas limitado y funcional para ser “un apéndice físico y operario de la máquina”. En cambio, se exige el dominio de una gama de saberes abstracto-particulares e instrumentales (aplicaciones, rutinas, pautas…). Esos saberes simbólicos -informáticos, telemáticos, comunicativos- se emplean para trabajar en el entorno del proceso de producción. Sea diseñando como ingeniero un proceso semiautomático, sea para operar con un software que conduce dicho proceso, sea para distribuir comercialmente los productos en una cadena de valorización global, o hacerlos servir a punto, personalizada o telefónicamente a la clientela. La movilidad del trabajo y el dominio de programas y aplicaciones promueve y facilita el cambio de personas de un puesto de trabajo a otro, de un área a otra área, a otras empresas y sectores. Bajo el gobierno del capital esto no proporciona emancipación, estabilidad laboral, ni, en sí, ampliación de perspectivas. Perspectivas relacionadas con poder gobernar el proceso de producción y trabajo con un sentido que no sea el de la rentabilidad. Adicionalmente, este tipo de organización resta fuerza estructural de negociación a un movimiento obrero acostumbrado a circunscribir su pelea a escala de puestos individuales, departamentos o empresas, y no a lo largo de la cadena de valor y la trama de empresas-red transnacionales en las que el capital se hace valer.

En relación con la fractura entre trabajo manual e intelectual, realmente, con las formas de trabajo contemporáneas, se ven de manera reduccionista ambas dimensiones. No hay trabajo manual que no esté mediado por lo intelectual[7] -el dominio de programas, reglas y aplicaciones, que requieren de una amplia formación-. Pero no podemos confundir este saber abstracto-particular e instrumental con la movilización de una conciencia universal y estratégica. Menos aún con una conciencia política transformadora y concreta. De nuevo, contrapropone Mandel, la persona plenamente desarrollada se habrá de desenvolver a través de una nueva movilidad funcional y cooperativa, facilitada por la extensión de una formación científica (Mandel, 78:60), que aporte las condiciones materiales para que puedan ser libres y creativas.

Mandel guarda expectativas, quizá, desmedidas sobre el papel de la tecnología y su progreso (Mandel, 78:60), pero no se equivoca al identificar que el desarrollo industrial semiautomático, junto a la generalización de la enseñanza superior, permite resituar a mayor parte de trabajadores en áreas de diseño, organización y control de los sistemas de producción -todos ellos trabajos productivos[8], al ser indispensables para el proceso de producción de valor-, haciendo posibles tareas menos estandarizadas y más creativas. Esto haría posible que, con un cambio que democratizase la producción, una dirección colectiva participada pueda ser viable, justa y eficiente si estuviese bajo el autogobierno colectivo de las personas trabajadoras. Precisamente, esa movilidad funcional del sistema de trabajo moderno es la que podría hacer factible una reducción del tiempo de trabajo y el reparto del mismo, y una extensión del tiempo libre.

Para ello es necesario un cambio en las relaciones sociales de producción y de trabajo. Ahora bien, en el periodo actual, no sería suficiente. A la luz de los límites ecológicos, de fuentes de energía y de materias primas, y el caos climático, de abordarse una transición del modelo productivo, una combinación de tecnologías ligeras y de precisión, y nuevos trabajos manuales o personalizados será ineludibleº, que establezcan una economía que garantice la cobertura de las necesidades sociales, por abajo, y un techo al productivismo y la huella ecológica, por arriba.

En otro ámbito, desafortunadamente, la extensión de la educación científica encara determinadas deformaciones y obstáculos. En primer lugar, la ciencia positivista, ha desplazado a la formación ilustrada amplia y de carácter crítico. En segundo lugar, y más preocupantemente, se han producido movimientos reactivos negacionistas, u otros que emplean la ciencia al servicio de la confusión y el conspiracionismo. Una transformación en el ámbito educativo y del saber y el acceso universal al mismo, parecen convenientes para afianzar y desarrollar un pensamiento abierto, científico y crítico, a la par que se efectúan los cambios en las relaciones de producción.

No obstante, las formas de organización complejizan y al mismo tiempo refuerzan la observación de Ernest Mandel como horizonte. El problema de la libertad, desde una óptica emancipatoria, personal y colectiva, está atado en la sociedad capitalista contemporánea a una exacerbación del individualismo. Un individualismo en el que la socialización se recrea en el plano virtual, en el que la propia identidad e imagen se caricaturiza en las redes, en la que se conjugan los mitos clásicos del emprendedor y el del meritocratismo con el más actual del narcisista mediático o el “influencer”. Cuando estas reglas están dominadas por grupos de poder y reglas de capital, la disponibilidad de capital económico, simbólico, cultural o relacional (Bourdieu, P., 1986)[9], dicho individualismo representa la trampa perfecta. Porque los méritos difícilmente se consiguen ni valen sin contactos, porque la iniciativa empresarial sin capital heredado o acumulado es una leyenda urbana, y porque la imagen publicada depende de algoritmos e intereses comerciales y del poder de los medios de comunicación.

De tal modo que coinciden la lucha contra la relación del capital, al menos como condición necesaria, con la tarea por lograr la emancipación humana, en la construcción de una sociedad sin clases (Mandel, 1978:40) y plenamente democrática. Una tarea en la que se suprima la producción de mercancías, la escasez económica, la división social del trabajo[10], la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción y la separación entre productores y administradores (Mandel, 1978:40). Esto presupone transformar el trabajo en una “actividad humana creativa en todos los sentidos” (Mandel, 1978:41).

 

4.       Desarrollos de la autogestión.

 

La autogestión refiere un concepto de autogobierno económico de los trabajadores que tiene varias tradiciones o experiencias. Algunas experiencias conocidas son las aplicadas en Argelia en 1963, en Libia en 1969 o en los Kibbutz israelitas.

La primera tradición que la defiende es la anarquista, de inspiración proudhoniana, que proponía una solución cooperativista para cada unidad de producción, una autogestión descentralizada. Esta contiene fórmulas de solidaridad interna, pero sin derrocar al Estado ni la lógica del capital, no escapa de la competencia y su lógica implacable. La perspectiva anarquista, a su vez, no repara, de manera sistemática, sobre qué tipo de cooperación social debe llevarse a cabo, más allá de la voluntad de una puesta en común del excedente.

La que nos interesa más contrastar, por su interés y relativo éxito, es la que representa la experiencia de socialismo autogestionario de la República Federativa Socialista de Yugoslavia, tras la II Guerra Mundial, desdibujada tras 1980, con la muerte de Tito, y que colapsa en 1990.

 

4.1. La experiencia yugoslava: su superación con un modelo socialista de autogestión globalmente coordinada.

 

En la extinta Yugoslavia socialista se aplicó un modelo de socialismo de mercado. En aquella experiencia se estimó que las condiciones no eran aún las adecuadas para desprenderse de la economía mercantil. Allí se alcanzó un nivel productivo relativamente próspero y parejo al de las economías occidentales al menos hasta 1980, sin dejar de estar afectada, como otros países, por la crisis de 1973. Contaba con un sistema de redistribución regional importante, hasta la muerte de Tito.

La economía era pública para las empresas de más de 5 trabajadores. No era, sin embargo, una economía planificada, aunque política e ideológicamente sí lo estuviese por parte de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, algo que cedía un poder muy grande a la burocracia. Las empresas estaban autogestionadas a su interno por los trabajadores. Decidían niveles de producción, organización del trabajo y salarios. La producción se vendía en el mercado privado, por lo que regía la competencia, que cada empresa abordaba de una manera, internalizando las decisiones y sacrificios consiguientes. Esto es, se combinaba una economía mayoritariamente pública, descentralizada, con un “socialismo de mercado”.

La economía yugoslava tenía problemas diferentes a los de los países capitalistas y al del resto de países del socialismo real. Al no haber un plan, las empresas asumían, de manea parcelada, sus objetivos y formas de producción y reparto interno. Al regir la competencia en el mercado, esto conducía a varios desajustes:

·         No había coordinación entre empresas, ni una previsión a gran escala de necesidades que atender.

·         El nivel de producción oportuno solo se conocía a posteriori.

·         Si los niveles de producción no eran los adecuados para aumentar los ingresos, las empresas tenían que decidir cambios internos. Podrían repercutir en la corrección de objetivos de inversión o producción, organización e intensificación del trabajo, o el cierre de departamentos o plantas. Se trataba de funcionar con pleno empleo, el regulador se encontraba en los salarios, pero al final ni se lograba el primer objetivo, y se acababa conteniendo el segundo. Si la empresa iba mal, o había mucha competencia, la remuneración bajaba, y, pasado un tiempo, los trabajadores “votaban con los pies” buscando otro empleo.

·         Si la empresa era prospera, y acumulaba excedentes, porque les favorecía el mercado, los salarios podían crecer, pero esto causaba problemas de eficiencia, porque, ante esa perspectiva, no había incentivos a seguir mejorando.

En este sentido, el concepto de autogestión que desarrolló la economía yugoslava se circunscribía al nivel micro, esto es, de empresa. Los y las trabajadoras no tenían un referente global y repetían problemas propios de una economía de mercado. Al final acababan decidiendo acerca de como regular internamente los efectos la competencia, por muy pública que fuese la mayor parte de la economía, teniendo que asumir ajustes en sus remuneraciones o en el proceso de trabajo para no producir en pérdidas.

 

4.2. La autogestión planificada global y democráticamente.

 

Mandel asume plenamente la idea de autogestión, proponiendo un esquema que trata de superarlo. El modelo yugoslavo era mejor que el modelo soviético, que adolecía de prácticas burocráticas. Si bien contenía problemas que lo compelía a reproducir defectos del capitalismo. Para prevenirlo, Mandel apuesta por un modelo autogestionario articulado con fórmulas de planificación y coordinación global; un modelo autogestionario planificado y socialista que va más allá de la autogestión en las empresas (Mandel, 78:132).

Mandel propon la intervención del sector público con el objeto de planificar la economía de manera centralizada, y va a defender un modelo autogestionario con el objeto de democratizar la economía. Un modelo autogestionario coordinado, alineado con una planificación democrática de la economía, donde se puedan decidir periódicamente las grandes prioridades de inversión, qué producir y cómo hacerlo (Mandel, 78:99), el peso de recursos a dedicar para el gasto y el consumo, qué hacer con el excedente global, los sectores que deben potenciarse y cuáles decrecer en función de una discusión pública en la que se establezcan criterios sobre las necesidades colectivas, y, también, los tiempos de trabajo y su reparto entre personas y actividades -sean productivas, de cuidados, de formación, para la creatividad o el esparcimiento-.

Esto no impide que puedan desarrollarse iniciativas autogestionarias de carácter social y solidario, innovadoras y próximas a necesidades locales o emergentes. La discusión con Mandel nos remite al alcance y dimensión de esa planificación pública centralizada que, en nuestra opinión, debiera circunscribirse a lo que socialmente se entienda como sectores estratégicos socialmente necesarios, tales como la energía, los sectores de alimentación básica, la banca, las telecomunicaciones, la distribución mayorista, la sanidad, la educación, los cuidados y los transportes colectivos de personas y de mercancías (ferrocarril, barco, y vehículos colectivos o compartidos).

En este sentido, Mandel habla de una centralización, hoy más técnicamente posible que entonces, por los avances informático-telemáticos (Nieto, 2018)[11]. No obstante, cabe discutir si esa afirmación tiene, o conviene que sea, una pretensión totalizante. De igual manera sucede, cuando pone el acento en desarrollar las fuerzas productivas (Mandel, 1978:50). Ese horizonte pudo desempeñar un objetivo en aquellos años 70, y puede que lo siga siendo para los países del Sur. Sin embargo, como afirma Jorge Riechmann, tras el decenio de los 80 se ha superado a escala global la biocapacidad del planeta y sería mejor otro objetivo: repartir, conducir y adecuar las fuerzas productivas. Dicho de otro modo, reemplazarlo por la redistribución de la riqueza y la redefinición de dichas fuerzas para que sean compatibles con los límites biofísicos ecológicos y la satisfacción de las necesidades sociales.

Cabe preguntarse si no hay que revisar el modelo de producción y consumo, así como de redistribución y las prioridades de consumo material, de cara a redefinir una forma de buen vivir. No debemos confundir nivel de vida -acceso a bienes materiales creciente- con género de vida -en la que las personas puedan gobernar su tiempo vital y decidir lo que les da sentido a sus vidas-. Deviene, en definitiva, impracticable e indeseable una solución productivista si se han rebasado los límites biofísicos del planeta.

Además, el mercado es una institución de intercambio que puede darse bajo diversas formas. De antiguo, el mercado se originó como espacio de intercambio de excedentes, en un contexto donde la producción se llevaba a cabo para satisfacer las necesidades de las comunidades productoras, llevándose a las ferias los sobrantes. En su tiempo, la Iglesia y otros ámbitos de la comunidad regulaban tablas o criterios de equivalencias en forma de justiprecio para los intercambios. Funciona muy distinto la economía de mercado capitalista en la que predomina la lógica de la ganancia que requiere como prioridad la validación de producción en los mercados, siendo este el fundamento de la sociedad burguesa contemporánea.

Si bien creemos acertada la aplicación de un modelo de planificación democrática y autogestión coordinadas de la economía, no pensamos que sea incompatible con la presencia, hasta cierto punto, de fórmulas de mercado, si son desarrolladas por una red coordinada de empresas autogestionarias sociales y solidarias. Estas podrían cooperar con el sector público, con el objeto de hacerse cargo de servicios comunes, para cubrir necesidades de la comunidad. Funcionarían cubriendo costes y sin perseguir un beneficio máximo y particular como objetivo primordial, dando pie a iniciativas de economía de proximidad, de carácter innovador o de interés social, que respondan a necesidades locales o emergentes.

 

5.       La estrategia revolucionaria

 

Iniciar la transición al socialismo requiere emprender previamente un proceso revolucionario frente al capital, lo que exige un trabajo paciente de fraternidad organizada, también internacional, del movimiento obrero.

Las revoluciones sociales requieren unas condiciones en las que las contradicciones socioeconómicas se presentan; en ellas una clase social alternativa se ha de proponer una transformación, tomando su lugar en el proceso de producción (Mandel, 78:108) para derrocar a las clases dominantes. Esas contradicciones manifiestan una tensión entre las relaciones de producción y propiedad y las fuerzas productivas, haciendo al capitalismo incapaz de resolver los problemas económicos de las masas. Pueden darse entonces procesos de revuelta en los que trabajadores, intelectuales y la juventud cobran protagonismo. Cabe señalar que Mandel pone de relieve al trabajador industrial, a la intelectualidad y la juventud, sin destacar a otras capas de trabajadoras, a mi juicio, también importantes. En nuestra opinión, toda la clase desempeña un papel en la cadena de valor capitalista, aunque no sea el mismo ni todos por igual importancia. Por otro lado, el trabajo en el ámbito de los cuidados juega un papel clave no solo en el bienestar, también en la reproducción social de la fuerza de trabajo. Sus reivindicaciones no pueden ser ignoradas, y, por de pronto, su trabajo será fundamental en la sociedad del futuro, por más que no puedan influir en la producción de manera inmediata.

Ese proceso de revuelta, de estar bien organizado, puede causar un salto cualitativo, desde el nivel sindical que plantea cambios en la redistribución de la renta, a la toma del poder con el objeto de cuestionar el privilegio de las clases que viven de la relación del capital (Mandel, 78:115). Requiere que los propios actores se mueven conscientemente con ese propósito, una conciencia que se elaborará en el seno de su modo de vida, la mayor parte de las veces a partir de luchas por reformas inmediatas mediante las cuáles va percibiéndose la necesidad de la revolución para avanzar y de la construcción de un partido organizado que pueda materializarla (Mandel, 78:118).

El partido resulta decisivo, al acumular la experiencia y la conciencia, centralizándola. Da continuidad a la lucha y la actualización del programa, formando a la dirección política de referencia para cada periodo. Si el partido es clave para la preparación de la revolución, una vez lograda, no podrá haber democracia sin un sistema multipartidista (Mandel, 78:151), que pueda reflejar el contraste de los diferentes proyectos y preferencias alternativas de la sociedad, que puedan facilitar las bases del debate y la deliberación, para que puedan tomarse decisiones a partir de alternativas de opinión formadas. La democracia de los votos sin deliberación ni proyectos elaborados difícilmente es democracia.

Los productores libres asociados, así, una vez iniciada la revolución, dirigirán la administración de la economía y del sector público, mediante la elección de comités obreros federados a todas las escalas. Estos se empezarán a formar incluso en el periodo prerevolucionario, como instituciones de doble poder, que aspiran a reemplazar a las oficiales, para luego formar parte de una nueva institucionalidad democrática y revolucionaria.

 

6.       Sociedades de transición.

 

No basta con superar el marco capitalista. Las revoluciones obreras pueden verse deformadas burocráticamente. El modo de producción socialista no es un logro automático. Se requiere su extensión a escala mundial, un suficiente desarrollo de las fuerzas productivas y superar las normas burguesas de distribución y reparto (Mandel 78:12).

En una sociedad postcapitalista, es tan inconveniente la hipertrofia burocrática (Mandel, 78:55), como la pervivencia de las leyes de mercado capitalistas en el plano del consumo. Los problemas surgen si persiste una economía de mercado, la división del trabajo, los privilegios culturales, la delegación de autoridad; o si la centralización del producto social excedente quda en manos del aparato estatal (Mandel, 78:56). Situaciones que se produjeron tanto en la experiencia yugoslava como en la soviética. Aquellas experiencias, aun cuando fuese en un grado menor que las sociedades capitalistas, aún reunían rasgos de desigualdad y concentración excesiva del poder y la autoridad.

Para una superación de la alienación se requiere un modelo que haya alcanzado cierto nivel del desarrollo de las fuerzas productivas, que extienda la toma de decisiones libres para las personas, y una auténtica sociedad de personas productoras – y cuidadoras- libres asociadas. Un modelo donde la administración de la producción y la disposición del producto social excedente (Mandel, 78:59) esté en manos de los que producen y cuidan en común. Lo que implica que el modelo social incluya los siguientes elementos:

·         Planificación democrática de la economía (Mandel 78:13). Con consultas periódicas a la población sobre prioridad de necesidades a cubrir o el porcentaje entre reinversión del excedente y nivel de consumo[12]. Los órganos de deliberación de las personas trabajadoras decidirán sobre alternativas de proyectos que respondan a las grandes prioridades, determinando el peso de sectores y producción de referencia; se apoyarán en análisis de las evoluciones de estas variables, las necesidades expresadas por la población, o encuestas sobre determinadas áreas productivas/reproductivas. Las decisiones no serán para cada detalle ni cotidianas, sino para líneas generales, y se concretarán “al nivel en que puedan tomarse de manera efectiva” (Mandel, 78:143) con una articulación de órganos de decisión, basada en una democracia de consejos obreros, donde los representantes sean revocables.

·         Autogestión obrera. Será guiará con unos objetivos de producción decididos democráticamente a escala global, pues concierne a la ciudadanía que consume, que incluyendo una organización del trabajo democrática al interior de las empresas. Para ello, órganos deliberatorios, como un congreso de consejos obreros y del pueblo trabajador, puede dar forma a la administración de las empresas. No sin contar con un marco legislativo social del trabajo que establezca límites en materia de tiempo de trabajo o condiciones laborales, por ejemplo.

·         Democracia socialista.

·         La plena libertad de creación cultural (Mandel, 1978:55)[13]

 

Ni que decir tiene que la cuestión de los límites de la biosfera debe ser nuclear desde el principio, en tiempos de crisis energética, de materiales y del peligro climático. Desde este punto de vista, la planificación ecosocialista reunirá todos los elementos para una transición ecológica ordenada, que ponga como suelo la cobertura de las necesidades sociales y como techo la biocapacidad de nuestro entorno natural.

Mandel lo apunta ya en esta obra, retomando el trabajo de Marx, que vaticinaba la conversión de las fuerzas productivas en destructivas, si no eran liberadas de las cadenas de la propiedad privada y el beneficio (Mandel, 78:112). Diríamos nosotros que extracción, producción y destrucción se han tornado concomitantes, y siendo la lógica del capital su principal causa hoy, en las sociedades postcapitalistas es preciso romper esa relación que, sin lugar a dudas, no se disoció en las viejas burocracias orientales del socialismo real.

Es más, nos dice que “una transformación cualitativa de los resultados de la producción creciente (…) amenaza [con] destruir los últimos residuos de la libertad de lección para el individuo, la biosfera material de la humanidad, si no la misma existencia de la raza humana. La producción de una masa siempre creciente de bienes (…) de calidad cada vez más dudosa; la contaminación de la atmósfera, la tierra y el agua; y la amenaza de la guerra nuclear y biológica que resulta del crecimiento de tremendos gastos permanentes de guerra testifican el realismo de la predicción de Marx” (Mandel, 78: 112). En suma, Mandel señala un doble desafío: la emancipación anticapitalista y humanista, y la propia de una sociedad ecosocialista.

Una medida central, favorable con el pleno empleo, la autocontención productiva y la sobriedad en el consumo material, es la apuesta por la reducción de la jornada laboral (Mandel, 78:148). Esta promueve el reparto de los trabajos, la socialización y corresponsabilidad de los trabajos de cuidados, y la extensión de los tiempos libres, para el aprovechamiento del ocio, el autocuidado, la participación en el ámbito público o la política, la creatividad y la cultura, la comunidad o la familia, esto es, la “gestión de sus asuntos”.

La propuesta mandeliana, por tanto, propone un proceso de transformación con un horizonte integral. No cree que la socialdemocracia esté a la altura de las necesidades históricas. No cree que las burocracias conduzcan al mejor camino. Y señala claramente el enemigo y propone alternativas.

¿Qué diría, posiblemente, sobre algunos debates actuales, como las propuestas de trabajo garantizado o la renta básica? La primera, planteada por corrientes postkeynesianas, aun cuando persigue el pleno empleo, activa la acción pública en función del ciclo económico del mercado y convierte en dichos empleos “garantizados” en fórmulas de segunda categoría, peor retribuidas y no como una permanente a necesidades habituales. En relación con la renta básica[14], la medida se disocia de la necesidad de democratizar el trabajo, y no se plantea quién se encargará de producir, financiar y dar servicio público; actúa solo en el lado de la demanda y con una aportación monetaria funcional a la economía de mercado; y legitima la fusión de múltiples derechos y prestaciones sociales en ella, y si persiste un gobierno burgués nada impedirá que su cobertura se alinee con la mera reproducción social de la fuerza de trabajo. La renta básica puede causar consecuencias indeseadas si no se inserta en un programa de transformación social más amplio que cambie las relaciones de producción.

En una sociedad socialista (y ecofeminista), el trabajo formará parte de un nuevo contrato socioecológico. En ella, necesidades y problemas persistirán y, para satisfacer o resolver colectivamente, la respuesta tiene que ser social, democrática y coordinada. El desarrollo de un trabajo cooperativo, repartido, solidario y democrático ha de venir acompañado del desarrollo de servicios públicos y bienes comunes desmercantilizados. No basta con proveer con rentas para el consumo y el mercado, sino que necesitamos fórmulas productivas para satisfacer las necesidades de la vida -techo, salud, alimentación, educación, cuidados, etc...- sin criterios de negocio. Eso no podrá satisfacerse sin reformas fiscales progresivas, ni sin un sector público y comunitario sólidos. A partir de ahí, será posible avanzar a aquella máxima de "de cada uno según su capacidad, para cada uno según su necesidad".

 



[1] Albarracín, Daniel (2020) ¿Por qué una planificación (eco)socialista y democrática? Revista Viento Sur. https://vientosur.info/spip.php?article15874

[2] Mandel, Ernst (1978) Alienación y emancipación del proletariado. Editorial Fontamara.

[3] Anisi, David (1995) Creadores de escasez: de bienestar al miedo. Alianza.

[4] La Organización Internacional del Trabajo (OIT) en su informe Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo. Tendencias 2019” afirma que “en 2018, la población mundial en edad de trabajar, que incluye a mujeres y hombres de 15 años o más, era de 5.700 millones de personas, de las cuales 3.300 millones, o el 58,4%, estaban en el empleo”. https://www.ilo.org/global/research/global-reports/weso/2019/WCMS_670569/lang--es/index.htm

[5] Albarracín Sánchez, D. (2003). La sociedad salarial de servicios a debate: ciclo del capital, estructura social y subjetividad obrera. Cuadernos de Relaciones Laborales21(2), 189 - 213. Recuperado 7 de marzo de 2022, de https://revistas.ucm.es/index.php/CRLA/article/view/CRLA0303220189A

[6] Naville, Pierre (1985). Hacia el automatismo social: problemas del trabajo y de la automatización. México. Fondo de Cultura Económica.

[7] Cabe apuntar una paradoja, con apariencia de broma a modo de interrogantes. ¿Acaso el trabajo intelectual no requiere de horas de redacción y tecleo manual, que causan desgaste del cuerpo? ¿Acaso el trabajo manual de reparación de numerosas maquinarias -por ejemplo, el motor de un vehículo- no está cada vez mediado por algo tan abstracto como un terminal y un ordenador de a bordo?

[8] Considero que esta divisoria no resulta del todo útil (Albarracín, 2003). Mandel distingue entre trabajos productivos e improductivos, dejando entre los segundos a los comerciales, cuando también son imprescindibles para el proceso de valorización. Estos tienen un papel clave, como otros servicios, en el capitalismo y también pueden, en ausencia de desviaciones engañosas y publicitarias, aportar un servicio de utilidad al consumidor final, al orientarle en su elección. El valor opera en una relación social de producción e intercambio que no puede confundir el valor con el valor intrínseco de las cosas, siguiendo a Isaac Rubin (1974) [en Ensayos sobre la teoría marxista del valor. Córdoba: Cuadernos Pasado y Presente], dentro de un intercambio de trabajo abstracto medio en tiempo socialmente necesario -para la valorización- que, si no se realiza, no deviene valor, requiriendo su validación en el mercado como paso final.

[9] Bourdieu, Pierre. (1986). «The Forms of Capital». En: Richardson, J. G. (ed.). Handbook of Theory and Research for the Sociology of Education. Nueva York: Greenwood Press.

[10] Hagamos notar que la división social del trabajo, de carácter jerárquico, no ha de confundirse con la división del trabajo social -que entraña un reparto funcional de tareas, que puede ser en gran medida horizontal-.

[11] Nieto, M. (2018) “La eficiencia dinámica en una economía planificada”. En Qué Enseña la economía marxista. El Viejo Topo. Págs. 295-330.

[12] Los sistemas de planificación pueden emplear experiencias ya aplicadas en empresas modernas en su cadena de suministros como Amazon o Wall-Mart, a través de etiquetas de identificación de radio frecuencia (RFID) si bien con criterios de carácter social y democráticos, tal y como sugiere el grupo de Cibercomunismo, https://cibcom.org/.

[13] Mandel refiere a que el socialismo son los soviets más la automatización y la televisión (Mandel, 78:146). En la ecuación de hoy, debemos incluir la socialización del conocimiento y cooperación social que facilita internet, siempre y cuando no esté en manos privadas.

[14] Albarracín, Daniel (2020) “El IMV y los vehículos para el cambio: Renta Básica Universal, Empleo Garantizado y Desmercantilización y Democratización Laboral”

https://vientosur.info/el-imv-y-los-vehiculos-para-el-cambio-renta-basica-universal-empleo-garantizado/

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