14/5/22

Una opinión personal sobre política de bilingüismo en España.

Daniel Albarracín

Varias reflexiones personales, sin ser especialista, a la luz de reflexiones expertas consultadas sobre la materia, me gustaría compartir.

La sociedad española debate qué política de bilingüismo seguir en su inserción en un mundo donde las habilidades y competencias idiomáticas comportan un instrumento necesario de carácter profesional y una oportunidad de apertura para sostener una relación fructífera e integrada en un mundo globalizado e intercultural.


En España se están aplicando planes de bilingüismo en el ámbito educativo. El punto de partida es el bajo conocimiento de la sociedad y del profesorado de segundas o terceras lenguas. En los años 80 se inició un cambio haciendo que el inglés constituya la referencia internacional para España, dejando al francés en un lugar desplazado.

Han sido diferentes los intentos en España de ampliar el dominio del inglés. Estamos en un país donde se cuenta con una de las lenguas de mayor implantación en el mundo, siendo la segunda o tercera lengua a escala mundial. Además, el desarrollo, desde etapas anteriores a la Transición, de la industria de doblaje, había alejado a la población de los idiomas extranjeros.

Los intentos de mejorar nuestros niveles de inglés han sido varios.

Cabe mencionar sistemas educativos de otros países, la experiencia de las Escuelas Europeas -de las instituciones de la UE (radicadas en Bruselas, Francfort, Munich, La Haya, Varese, Luxemburgo, Dublín, Alicante, etc…) que cuentan con secciones nacionales y un programa reforzado de segunda y tercera lengua para un total de 20.000 alumnos, o el programa basado en los convenios entre Ministerio de Educación y el British Council, como experiencias de referencia fundamental y de enorme utilidad que incluyen algunas buenas prácticas. Este último fue una experiencia positiva que ha tenido su desarrollo principal el mundo rural, aunque no exclusivamente, como experiencia piloto, que comienza desde la educación infantil, y que articula el currículo educativo británico con el español, y que contaba con asesores lingüísticos cualificados. Si bien, su extensión ha sido muy reducida y, como apuntamos, la figura del asesor lingüístico ha visto degradadas sus condiciones laborales, posiblemente por la retirada de recursos.

Varias CCAA han extendido un modelo diferente. Un modelo de extensión de centros bilingües, con la introducción de la impartición en inglés en edades no tempranas -cuando el cerebro ya se va cerrando al fácil aprendizaje de estructuras lingüísticas no maternas-, acompañados de auxiliares de conversación sin cualificación pedagógica y que tienen un estatuto comparable al de un becario -cobrando 700 euros al mes-. Todo ello en un contexto donde el profesorado español tiene un dominio del inglés insuficiente, especialmente en el acento, a veces a pronunciación, en referencia al idioma original británico. Abusamos de estructuras latinas ajenas a la expresión inglesa cotidiana-. En la impartición en un segundo idioma, se persiste en centrarse en la gramática y situaciones comunicacionales abstractas, cuando es la conversación la forma natural de introducirse a un idioma. El resultado no es otro que un avance deficiente en el dominio de segundos y terceros idiomas. Otro resultado más grave aún, se compromete la calidad de aprendizaje de asignaturas troncales, causando retraso en su adquisición, o generando paradojas en varias materias, en las que el alumnado conoce un vocabulario en inglés, que luego apenas usará, y que ignora en castellano. Un tercer resultado es la extensión de academias privadas, en detrimento del aprendizaje en el espacio escolar y las escuelas oficiales de idiomas.

En mi opinión algunos criterios a seguir podrían ser los siguientes:

  • ·       La introducción de un segundo idioma extranjero convendría iniciarse en la etapa de educación infantil y primaria, incluyéndola de manera temprana para la adquisición natural de estructuras y prácticas lingüísticas, primando en ese momento las experiencias de escucha, comprensión, de pronunciación y conversacionales, así como primeras lecturas en primaria, dejando para etapas superiores, como secundaria y bachillerato, el dominio de la gramática, la escritura o el habla formal, tal y como se hace en el ámbito educativo británico.
  • ·       La necesidad de potenciar el aprendizaje del idioma inglés para un porcentaje muy superior del profesorado de infantil y primaria, con niveles mínimos de C1 (avanzado), fase decisiva de asimilación.
  • ·       No desarrollar el currículo de materias troncales en segundos idiomas de manera exclusiva, menos aún con profesorado con niveles de inglés más bajos del C1, para prevenir el retraso, las malas calificaciones o la deformación de la adquisición del currículo educativo más importante, o incluso la deformación en el uso del propio idioma inglés -y el abuso del “spanglish”-. Es mejor impartir en español cuando no se alcanza el nivel del idioma suficiente.
  • ·       Contar con asesores lingüísticos, y no auxiliares de conversación, con cualificación pedagógica -lectoescritura, métodos de enseñanza, currículum británico-, y con empleos reconocidos, que permitan dar estabilidad profesional y prevenir el fenómeno de renuncias tan frecuente.
  • ·       Desarrollar experiencias de intercambio internacional en muchísima mayor medida, entre el alumnado, así como de inmersión lingüística para el profesorado.
  • ·       Hacer llegar a todos los barrios y centros escolares públicos estas oportunidades, para no concentrar esta oferta educativa en una selección de territorios o grupos sociales que acceden a esta educación gracias a la oferta de mercado, lo que supone una barrera de entrada en función del poder adquisitivo. 

 

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