Este artículo ha sido publicado en el nº157 de la Revista Viento Sur
1. Introducción y objetivos
El propósito de este documento consiste en
brindar elementos ordenados de reflexión para determinar el alcance,
oportunidad y utilidad de que un gobierno pueda poner en circulación una moneda
y sistemas de pago alternativos.
El contexto de este debate se ajusta a la
situación de un territorio donde una moneda circula sin que una autoridad
monetaria del país controle los mecanismos de política monetaria sobre la
misma. Está pensada para el caso de la moneda única europea. Reflexionamos
sobre algunos de los desafíos de un gobierno que se formase con la aspiración
de emancipar a su pueblo, lo que supone avanzar en la soberanía popular,
desarrollar una política económica solidaria -que chocará con la arquitectura
económica de la UE- en clara referencia a las clases trabajadoras, y que quiera
adoptar una perspectiva internacionalista.
El control de la circulación de una moneda en
un país, sea extranjera o supranacional, supone una herramienta de
determinación financiera y económica de gran alcance, puesto que presupone el
control de la política monetaria, definiendo la emisión de la moneda, la provisión
de crédito desde el Banco Central, la operativa de compra venta de bonos en los
mercados, y la aplicación de tipos de interés o formación de los tipos de
cambio. Esa influencia determina una gran parte de las condiciones
macroeconómicas del país, las condiciones de liquidez, y la capacidad de
financiación. A este respecto, el BCE cuenta con un poder enorme sobre los
países de la eurozona y sobre los que circula el Euro. Esta experiencia ni es
la primera ni será la última. Así sucede con el Dólar estadounidense, la Libra
esterlina, el Rublo o el Franco Suizo en países que no emiten moneda propia
sino que se sujetan y toman estas divisas como moneda de curso legal en su país.
En otros documentos anteriores fundamentamos
cuestiones del papel del dinero y su valor (Albarracín y Garí, 2017), y algunas implicaciones
en materia monetaria, que serán publicados próximamente. Aquí nos ceñimos a una
cuestión más delimitada. En este contexto de ausencia de soberanía monetaria, y
políticas e instituciones que producen un deterioro comparativo para los
territorios subalternos -deficitarios-, y en el contexto de nuevas formas de
dinero y sistemas de pago, por el desarrollo de la tecnología, ¿en qué
condiciones y hasta qué punto merece la pena considerar la circulación de
monedas complementarias?.
Para responder a esta pregunta nos
encontramos con varias perspectivas y horizontes. La primera tan sólo se
preocupa de los objetivos de facilitar liquidez y transacciones en mercados de
segundo orden, normalmente a escala local para actividades de proximidad. Las experiencias
de este tipo han tenido resultados desiguales, en no pocas veces relativamente
funcionales, si bien en general de corto alcance y en otras ocasiones sin
conseguir aceptación. La segunda, la que trata de explorar la posibilidad de
emplear monedas complementarias tanto como una fórmula de desarrollo endógeno, como
de recuperación de soberanía o, incluso, como mecanismo monetario preventivo o
alternativo en caso de restricción monetaria o crediticia externa.
2. Los costes de
una moneda supranacional como el Euro.
En las sociedades avanzadas, las autoridades
públicas se dotan de los medios para que su economía funcione, garantizando la
confianza y liquidez en las transacciones. Si la moneda en circulación está
controlada exteriormente se pierde soberanía monetaria. Si no se cuenta con un
marco democrático y político internacional apropiado y solidario, con una
arquitectura económica y políticas que establezcan mecanismos de compensación y
convergencia, como ha sucedido, de seguro causará problemas socioeconómicos
serios que conducirán a tensión añadida a las propias del desarrollo de ciclos
y crisis capitalistas.
Las monedas únicas aplicadas en espacios con
bases económicas desiguales, sin mecanismos
como sería un presupuesto común, unión fiscal, regímenes progresivos,
redistribución de recursos, transferencia de recursos e inversiones
compensadoras, políticas industriales complementarias y acuerdos comerciales
justos, profundizan la divergencia entre los sujetos y territorios que los
componen. Esto es lo que ha sucedido y sucede entre el centro y las dos
periferias europeas (Sur y Este). Países con niveles de productividad
diferente, fruto de su posicionamiento jerarquizado en la división
internacional del trabajo, en el marco de una moneda única y con políticas
orientadas a la austeridad, con un BCE que favorece el crédito a la banca
privada, sin poder prestar al sector público, y que se ha centrado en el
control de la inflación, sólo puede conducir a una divergencia de desarrollo
entre países superavitarios y deficitarios. Además, causa un deterioro
macroeconómico y una presión permanente en el margen de política económica de
los países periféricos.
El Banco Central que maneja la moneda, en
este caso el BCE con el Euro, está dotado de enormes poderes, por sus
capacidades en la determinación del tipo de interés, tipo de cambio, préstamo y
compra de activos a sectores selectivos de la sociedad -sistema bancario,
grandes empresas privadas-, y mediante la regulación de los movimientos de
capitales y la supervisión del sector bancario.
Los elementos positivos de una moneda única,
por sus facilidades de intercambio en un territorio más vasto, refuerzo de su
condición de divisa de reserva internacional, son insuficientes comparados con
los efectos desiguales de su aplicación, con especial perjuicio en los países
en posición auxiliar en la cadena de valor o por su papel en las ramas que cuentan
con menor valor añadido.
Los costes para un país, perjudicado por una
política monetaria y arquitectura económica así, son altos: déficits externos
permanentes en los países periféricos, dependencia de los países centrales, y
falta de maniobra en la política económica, tipos de interés reales comparados diferentes
-en base a la inflación desigual- que den pie a afluencias excesiva de
capitales -en caso de resultar tipos de interés reales bajos- generando
burbujas-, posición de comercio internacional desventajosa por sobrevaluación
de la moneda para dar salida a sus productos, etc...
Asimismo, una economía nacional en la que
circulen euros, pero no se encuentre con mecanismos monetarios propios, esté
dentro o esté fuera de la UE (casos como Andorra, San Marino, Kosovo, etc...)
se encuentra, sin contar con los requisitos para la entrada exigidos por la UE
-comparables o más duros si cabe que los criterios del Tratado de Maastricht-, con
la exigencia de la consecución de un superávit externo anual. Sólo de este modo
podría disponerse de la liquidez suficiente para la economía.
La única ventaja es para las empresas que
exportan –en general en condiciones dependientes y auxiliares-, o para las que operan
a escala transnacional para acceder a mercados para sus negocios. Para las
empresas interiores no hay beneficios. Y, lo que es más importante, ese marco
ocasiona presiones permanentes a la devaluación salarial y fiscal, que dañan
las condiciones de vida y trabajo de la mayoría.
3. Los costes de
la desvinculación de la Moneda única.
De cara a determinar los costes de la
desvinculación de una moneda podrían señalarse los siguientes:
a)
Problemas de liquidez y crédito mientras se sustituye la moneda
externa. De aquí que pueda ser un medio a valorar prever y anticipar una moneda
complementaria o paralela, que pudiera ser utilizable como moneda sustitutoria
si se dan las circunstancias.
b)
Costes de puesta en pie de una
autoridad de emisión monetaria (pública, bancaria, distribuida...). El tiempo, los medios y los
recursos son elementos a determinar así como el momento de su puesta en marcha.
Esto es, los costes de diseño, preparación y emisión para obtener una moneda de
ampliamente aceptada a nivel nacional y valorada a nivel internacional. La
nueva autoridad monetaria deberá prever qué forma adoptará -monedas, papel
físico, cuentas bancarias, tarjetas electrónicas o monedas virtuales-, la
logística de distribución, los sistemas de control, y qué respaldará[1]
la moneda.
c)
La previsible devaluación de la
moneda en las
economías periféricas que asumiesen esta opción (con efectos beneficiosos para
el sector exportador, minoritario, y de empobrecimiento para la economía
interior, entre otras cosas por el encarecimiento de bienes importados, donde
las materias primas, como la energía, pueden jugar un papel reseñable), que,
siendo una medida indeseable a largo plazo -más aún si se replica en otros
países, en un juego de suma cero-, puede ser imprescindible en un primer
periodo para compensar algunos desequilibrios acumulados por la antigua
pertenencia a la zona monetaria anterior. El impacto podría ser compensado con
medidas fiscales y regulaciones para tratar de proteger de dicho coste a la
clase trabajadora (reflejadas en políticas de revisión del pago de la deuda,
aumento de impuestos a beneficios y patrimonio, reducir el IVA de bienes
primarios, etc…).
d)
El coste de falta de
reconocimiento nacional o internacional, por una posible aversión de la población y
otros agentes económicos de la moneda alternativa. Una economía en crisis o de
dimensiones pequeñas, unas políticas económicas equivocadas, en un contexto de
acoso internacional, puede conducir al fracaso de la moneda, porque se prefiera
la divisa internacional, pero en principio una economía occidental sólo sufrirá
esta situación de manera transitoria. Este problema debiera solucionarse
estableciendo inicialmente la paridad entre ambas, e incluso algunos pequeños
incentivos fiscales para realizar los pagos de impuestos en la nueva moneda. Tras
un periodo de cortocircuitos comerciales, o inclusive por un encarecimiento debido
a que se sufran aranceles a las exportaciones, este impacto podría absorberse.
Estos costes son de difícil determinación en
su alcance. Han sido minusvalorados por unos y exagerados por otros. Pueden producirse situaciones de desorden y
perplejidad social ante la carestía de liquidez, con situaciones de
restricciones temporales, que, sin un plan previsor alternativo pueden generar
un fuerte descontento y protesta social contra el propio gobierno, si no se ha
producido una explicación convincente de manera previa. Las estimaciones de un
impacto por devaluación señalan un deterioro entre el 5% y el 15%, aunque hay
otras valoraciones. Su proporción depende de cada país y su relación comparada
con el resto. Además sus efectos no se distribuirían por igual, en la sociedad
–afecta más al sector importador-, y depende de las políticas que se apliquen
para cargar el esfuerzo en una u otra parte de la sociedad (y a este respecto,
se trata de proteger al mundo del trabajo).
Cabe idear medidas de protección en dicho
periodo. Una reforma fiscal sobre los beneficios, la fortuna o las
exportaciones, políticas de sustitución de importaciones, una política de
protección de los salarios, que carguen a los capitalistas de las adversidades
económicas. Son medidas ex post que, posiblemente tengan un efecto no
inmediato, pero que resultan imprescindibles para impedir que las clases
populares lo sufran. A este respecto, en la renta nacional casi la mitad se
destina a masa de beneficios, y no se cuenta con impuestos sobre el patrimonio
o las transacciones financieras internacionales, que son parte de la riqueza de
un país que deben tomarse en cuenta para no perjudicar a la mayoría.
En suma, comparando la permanencia con la
desvinculación, puede decirse que los efectos perjudiciales de la permanencia
son más estructurales y duraderos, pero con repercusión más gradual, y los de
la desvinculación serían más intensas a
corto plazo. Pero esta segunda opción posibilitaría abrir nuevos caminos de
relación internacional, establecer políticas de desarrollo endógeno, dar margen
para políticas económicas progresistas. Sea como fuere, conviene dejar presente
que el periodo de conflicto o transición es sumamente importante. Una salida
desordenada sería de todo punto inconveniente. Una salida unilateral sin
preparación sería muy perjudicial. Lo que resulta prioritario es la puesta en
marcha de un paquete global que no siga con los requisitos de los Tratados en
materia de austeridad. Y junto a ese programa, una moneda complementaria puede
tener ciertas virtudes, engrasar los intercambios interiores, o mitigar algunas
represalias exteriores, dando pie a un marco de preparación si se produce una
situación insostenible o una solución unilateral por parte de la UE respecto a
la provisión de liquidez y de euros a nuestra economía.
4. Posibles ventajas de una moneda paralela.
La ventaja política de una moneda alternativa,
aun cuando simplemente sea complementaria, es que permite, sin necesidad de
desprenderse de la moneda internacional, dar respuesta a varias cosas. Al
tiempo que se facilita que afloren ciertas actividades secundarias, que de otro
modo no se producirían con mucha extensión o se harían de manera informal, también
se daría mayor margen de maniobra a los poderes públicos para hacer frente a
pagos.
Podría ser una medida ex-ante, en relación a
posibles conflictos políticos causadas por represalias de la UE por
discrepancias por la política económica adoptada, y podría amortiguar circunstancias
adversas y proporcionar medios ante una posible represalia crediticia o
monetaria del BCE. Por ejemplo, represalias por el despliegue de políticas que
no encajan en los Tratados Europeos o el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, y
que diesen pie a retiradas de la liquidez o mecanismos de expulsión o salida.
En tal caso, permitiría dotarse de un medio que garantice las transacciones
interiores, evitando o aliviando cualquier proceso de transición desordenado.
Ofrecería un medio de soberanía monetaria que, si bien puede pensarse
inicialmente como moneda complementaria, puede sustituir al Euro más fácilmente
en caso de no disponer facilidades para su acceso.
Una moneda complementaria inicialmente se
utilizaría[2]
para el pago de los empleados públicos y los servicios relaciones con el sector
público, y aceptaría el pago de impuestos en dicha moneda. Para evitar un
rechazo a la moneda esta debiera tener, en un primer periodo al menos, paridad
con la moneda dominante. Los dispositivos técnicos y humanos para su puesta en
marcha podrían estar en condiciones, una vez que ya funcionase la moneda
complementaria, de ampliar su circulación, para sustituir a la anterior y
erigirse en la principal, en caso de una eventualidad como la que hemos
señalado. Esto daría tiempo, para prepararse ante dichas circunstancias, y en
el actual contexto político y económico, podría ser una medida menos
problemática, y no impediría centrarse en las prioridades: cuestionar el peso y
condiciones de la deuda, la regulación e intervención del sistema bancario, una
reforma fiscal progresiva, un impulso a una política de inversión
socioecológica de reconversión del modelo productivo y una reforma de las
relaciones laborales que reduzca el tiempo de trabajo, empodere a los y las
trabajadoras en el ámbito productivo y dote de garantías y estabilidad al
empleo.
5. Alcance de las
monedas paralelas en un proceso de sustitución monetaria.
Partamos de que hay que tener presente que el
Tratado de Lisboa en su artículo 128 establece que el BCE tiene la autoridad
exclusiva para autorizar la emisión del euro, como moneda de curso legal en la
Unión, salvo que hubiese un cambio político que no cabe augurar. Sólo cabe
pensar en un sistema de pago en una moneda paralela en tanto que se considere
como dinero privado sin perjuicio de la moneda oficial. No obstante, tanto una
moneda complementaria como otra sustitutoria podrían ser consideradas como una
iniciativa que desafiaría los Tratados de la Unión Europea, y el tipo de
reacción y su rapidez depende de la interpretación y celeridad política de las
instituciones en la adopción de decisiones. De igual modo, el sistema de pago y
moneda paralela a escoger deberían tomarse por sus pros y contras (rapidez y
coste de implementación, control del fraude, etc...)[3].
Aunque las experiencias son diversas, a
escala local o nacional, hay que ser conscientes que la puesta en circulación
de una nueva moneda no resuelve numerosas cuestiones de economía política. El
euro tiene efectos perniciosos porque el marco en que se estableció no contó
con un proceso de convergencia real previo, porque no se previeron mecanismos
de compensación entre economías, porque el BCE tiene una orientación
predefinida a favor del ámbito privado y sobre todo de la gran banca, y hay un
marco de políticas que se basan en el ajuste estructural. De igual manera, una
moneda alternativa, complementaria, o sustitutoria, no resolverá todos los
aspectos que sustentan la macroeconomía de un área determinada. Así que, sin
duda, otras medidas deberán formar parte del paquete de políticas en las
dimensiones fiscales, de gasto e inversión, de diseño del banco central y de la
política monetaria. De su combinación y acierto dependerán muchas de las
consecuencias socioeconómicas y políticas que se deriven.
De manera no exhaustiva, las condiciones y
políticas apropiadas son aquellas en las que se establezcan mecanismos de
transferencia interterritorial (donde se eleven los salarios, por ejemplo, en
las zonas superavitarias, y se aumente la inversión en las deficitarias), de
redistribución social, de procesos de desarrollo que articulen pueblos y
territorios con una división complementaria de la producción, y en el que se
favorezcan una política de tipos de interés (graduados por actividad, línea de
producto y servicios) y de emisión monetaria que permita garantizar la liquidez
del sistema y la fiabilidad de sus transacciones. De todos modos puede haber obstáculos
que desbaraten una adecuada implantación, como podrían constituir algunas medidas
internacionales de bloqueo económico que generen hiperinflación, o un rechazo
popular a la nueva moneda.
Como toda moneda, las condiciones macroeconómicas
en las que se implanta, el marco político también, resultan decisivas, y de
formularse equivocadamente puede dar lugar a un fracaso en su funcionamiento.
La moneda alternativa, en nuestra opinión, que
concebimos aquí, únicamente desempeña un papel de transición y amortiguación,
de ensanchamiento del margen de maniobra, en un contexto adverso de ruptura con
una zona monetaria anterior. Un contexto que, por varios motivos, deben
emprender otros. Las razones son las siguientes:
·
Una salida de la moneda única sin preparación de los medios y
políticas apropiadas podría ser adversa. Podría ocasionar episodios de desorden
en los que no conviene caer.
·
Aplicar una política económica alternativa (desobediente de los
tratados), y de abrir nuevas relaciones cooperativas con otros países, lleva
tiempo hasta que tenga efectos. Las reacciones no se harán esperar, desde el
corte de liquidez, la interrupción de programas europeas, hasta la propia
expulsión de la Eurozona. Pero ese tiempo precioso, aun cuando sea breve, puede
ser fundamental para disponer de una autoridad monetaria preparada, primero
para disponer de una moneda complementaria, con varios propósitos que ya se han
mencionado, pero potencialmente hábil para hacerla sustitutoria, dado el caso.
Y debemos tomar en cuenta que la reacción del BCE puede ser muy rápida, aunque
puede depender de decisiones políticas que ralenticen su ejecución.
·
Buscar el contexto donde se hayan intentado fraguar coaliciones
facilitaría las cosas, sea bien para una negociación (ya sin atarse a los
procedimientos de la UE ni a sus Tratados) de las relaciones, sea bien para
construir otra área supranacional
6. Nuevas formas
de dinero, formas de pago y avances tecnológicos. ¿Tendencia natural y
neutral?.
La aparición de nuevos diseños tecnológicos
para el dinero y la realización de pagos entrañan una novedad de facilidad en
las transacciones. Aunque las nuevas formas de dinero no tienen una emisión tan
fácil como el dinero-papel y la moneda clásica, permiten opciones de rastreo de
las operaciones, bajo ciertos formatos, mucho mayores. Algunas fórmulas
modernas de dinero, por ejemplo las cuentas bancarias vía internet, las
tarjetas electrónicas -por ejemplo, de prepago, de transporte y usos múltiples,
etc...- o las monedas virtuales encriptadas recurren a un sistema de software
seguro, equipos de mantenimiento que verifican las transacciones, y vehículos
que den curso al dinero (móvil, ordenador, tarjeta electrónica, etc...). Estos
formatos se diferencian en algunos casos del crédito-dinero (que genera la
banca al prestar) en que, o bien son un crédito del consumidor al emisor
(tarjeta electrónica, de uso muy eficaz en las transacciones de pequeña
escala), o representan monedas virtuales canjeables por dinero oficial que amplían
la masa monetaria y ofrecen nuevos vehículos de pago -en general, muy útiles
para transacciones de gran volumen-.
Este tipo de monedas (Lapavitsas, 2013) no
han sustituido a las monedas y billetes clásicos, e incluso la circulación de
estos últimos ha aumentado, precisamente por su complemento y respaldo a las
transacciones realizadas en monedas virtuales. Pero puede apuntarse a que una
combinación de moneda clásica y virtual marca la tendencia del futuro.
Estas monedas virtuales acarrean, sin embargo,
costes adicionales: de emisión[4],
energético, de medios técnicos y humanos para su funcionamiento -por el procesamiento
de las transacciones, el mantenimiento de sistemas seguros de encriptación, y
de consecución de espacios computacionales para hacer posibles operaciones verificables
a gran escala-. Hay diferentes modelos, los más complejos y seguros suelen
suponer mayor coste (el bitcoin puede
causar anualmente un gasto energético equivalente al consumo energético de
Marruecos) o lentitud de procesamiento, pero existen fórmulas más ligeras y
menos costosas al alcance.
La identificación de las transacciones y
agentes involucrados -a efectos de control fiscal y del lavado de dinero-,
técnicamente posible si así se diseña, está siendo uno de los atractivos para
que la banca tradicional y varios gobiernos y bancos centrales[5]
(Popper, N.; 2016) traten de tomar la tecnología de encriptación y blockchain para la emisión de moneda
futura. Los sueños de que esta tecnología pueda brindar oportunidades a un
dinero descentralizado quedan en entredicho.
Conviene, no obstante, desfechitizar la
cuestión de la moneda, y reconocer el alcance de una política alternativa a
este respecto. La relación del dinero y política monetaria y el valor del
dinero, está vinculado por la fortaleza de la economía y la credibilidad y
soporte material del agente que la emita (Albarracín, D.; 2018). La confianza
en una moneda dependerá del sector público y la economía que tienen detrás, y
estas a su vez de la situación en la división internacional del trabajo, la
base de riqueza y de producción del territorio y las políticas económicas que
se lleven a cabo. Al igual que las causas de la implantación del Euro responde
a la arquitectura y políticas sobre las que se soporta, el papel de una moneda
alternativa, que permitiría amortiguar una situación de renuncia, expulsión o
retirada de la moneda dominada por el exterior, no resolverá por sí misma los
retos macroeconómicos nuevos.
En suma, las ventajas técnicas de los nuevos
formatos de dinero y sistemas de pago (dinero electrónico, criptomonedas,
etc...) son de naturaleza instrumental y su diseño político (identificación de
los que transaccionan, respaldo público de la moneda, vehículos de curso legal,
aceptación social) puede constituir el elemento diferencial. La agilidad de su
puesta en marcha en el contexto de territorios y poblaciones donde la mayoría
ya cuenta con teléfonos móviles, u otros medios digitales, no acabará con las
formas de dinero clásico, con las que convivirá, sean papel-dinero, monedas
físicas o dinero crédito (si bien este último vehículo, dada su importancia,
requeriría de una regulación específica para limitar y orientar la capacidad de
la banca privada en la creación de dinero bancario).
De la misma manera, las nuevas soluciones
tecnológicas no deben idealizarse. En realidad una política monetaria
alternativa puede seguir realizándose en términos clásicos. Ahora bien, el
nuevo contexto exige dar respuesta a la cuestión de las monedas virtuales como
nuevos formatos que se han abierto camino, algunos de manera sobradamente
consolidada y que deben regularse en todo caso, y que tienen potenciales e
implicaciones cualitativas, cuyo uso puede ser empleado a beneficios de unos
pocos o de la mayoría.
Mientras estamos dirimiendo esto, para un
debate todavía minoritario, los grandes poderes de la gran banca internacional
y los bancos centrales, ya están haciendo ese debate por nosotros. De lo que se
trata es de democratizar ese debate y las decisiones que se adopten, y reparar
en los objetivos que se están abordando.
7. El agente
emisor, la durabilidad de la moneda.
Un tema no menor es el que refiere al papel
del emisor. A día de hoy los principales creadores de dinero son los bancos
privados, a través de los préstamos y cuentas bancarias que se abren con ellos.
Los bancos centrales desempeñan un papel con la política monetaria o la compra
de activos, pero sólo comportan una fracción menor del 10% de la circulación
del dinero. Entre tanto, aunque aún tiene un peso marginal, surgen monedas
electrónicas que generan, con criterios muy diferentes, dinero nuevo, cuya
emisión está programada y su control de transacciones es distribuido, por
ejemplo a través de la tecnología blockchain.
Ni que decir tiene que desde una óptica progresista
urge una regulación del sistema financiero que formule los límites social y
económicamente razonables del sistema bancario privado, en capítulos como son
los fondos de garantía de depósitos, el nivel de capitalización bancaria o
coeficientes de reserva, así como de los productos y servicios y sus tipos de
interés y comisiones. Pero sobre todo resulta sumamente importante regular la
capacidad de creación de dinero que tienen a través del préstamo bancario. De
otro modo, su funcionamiento estará estrictamente reglado por la rentabilidad
particular, la operativa con capitalización mínima, y la lógica de maximización
de distribución de dividendos al accionista, que poco tienen que ver con los
intereses generales, y ocasionan no pocos riesgos.
Un banco central público desempeña un papel
de autoridad central para la política monetaria. Una autoridad así es muy
poderosa. Si no hay control social y democrático y son agentes con intereses
particulares –tecnócratas, lobbies, gobiernos a su servicio, etc…- los que
determinan su orientación de política monetaria la población, salvo los grupos
privilegiados -hoy por hoy el sector bancario e industrial privado- se verá
perjudicada.
Las criptomonedas ofrecen
teóricamente la opción de acabar con el monopolio de la intermediación bancaria
en las transacciones y vehículos financieros. El sistema distribuido de
creación de moneda puede erosionar el papel de la banca privada tradicional. Por
eso, y por razones de gestión y operativa, la banca privada está interesada en copar
estos formatos de moneda virtual. Como hemos visto, Banco Central de países
importantes también se mueven para controlar el instrumento, incluso como arma
geoestratégica (China, Reino Unido, China, Venezuela…)[6]. También el capital
financiero transnacional quisiera impulsar la FedCoin, con la casa Rothschild
detrás (Dierckxsens y Formento; 2018), aunque tendría la objeción de Trump. La
lógica de distribución, o automática, de su control en varias fases (emisión,
seguridad, verificación de transacciones, minado, etc...) puede representar una
auténtica ilusión.
Otra dimensión a tratar en
la configuración de una moneda futura sería su posible durabilidad. El que las
monedas emitidas tengan una caducidad delimitada, aun cuando puedan ser
renovables los periodos para aumentar su durabilidad, tiene sólo desventajas
para los que quieren acumular dinero en forma de ahorro improductivo, en
general de clases económicas privilegiadas. La durabilidad limitada
incentivaría el consumo y la inversión. El problema es que la moneda sufriría
un deterioro en su valor de divisa, pero dicho aspecto podría compensarse
porque aceleraría las inversiones una vez alguien decida operar en el
territorio donde esta moneda circulase.
A este respecto, una medida interesante
contra el dinero negro consistiría también en eliminar los billetes de 500
euros, generalmente acumulados en transacciones caras, como la compra-venta de
inmuebles.
8. Qué tipo de moneda sería preferible.
Las características de una moneda
alternativa, en primera instancia, pero que puede ser revisable en función del
contexto macroeconómico y político, podrían ser los siguientes:
·
En una primera fase la moneda sería complementaria.
·
Invitaría a las monedas locales a establecer una relación con dicha
moneda, con el objeto de unificar el sistema monetario complementario, y
amplificar su aceptabilidad y repercusión.
·
Esa moneda alternativa tendría paridad, en principio, con la moneda
principal.
·
Estaría respaldada por los impuestos futuros. El pago de impuestos en
dicha moneda sería la vía preferente y tendría un descuento fiscal de un 1-5%,
para propiciar su uso a escala general. Su alcance habría de ser estudiado para
evitar descapitalizar al erario público pero también para estimular las
transacciones en dicha moneda.
·
Tendría varias vías de circulación y sistemas de pago: tarjetas
electrónicas para transacciones menores, complementadas por monedas y papel, y
moneda digital virtual que identifique las transacciones y agentes para volúmenes
medios y altos (a partir de 300 euros).
·
Su curso será obligado, inicialmente, en las transacciones con el
sector público y voluntario en el sector intra-privado.
·
Sería una moneda alternativa con fecha de caducidad a partir de su
emisión, por ejemplo, a los cinco años, pero puede estudiarse un periodo
inferior, en cualquier caso de carácter renovable
·
Se prepararía un organismo de autoridad monetaria capacitado para la
emisión de dicha moneda alternativa en caso de que deviniese en sustitutoria.
·
La moneda alternativa, si domina el espacio electrónico, puede ser
diseñada para acabar con el monopolio de la intermediación bancaria privada,
abriendo la oportunidad a que la banca pública futura funcionara con primacía
respecto a la banca privada, conviviendo con la banca cooperativa regional o la
banca ética.
·
Para evitar un sobrepeso de poder de las entidades dedicadas al
funcionamiento monetario, cabría crear una banca central encargada de la
emisión regulada y la política monetaria, bajo control social y democrático.
9. Conclusión
La consideración de monedas paralelas resulta
interesante por varias razones. Primero porque sirve de medio que previene ante
limitaciones de liquidez ante un contexto de represalias del BCE. También
porque permite aflorar actividades que de otro modo no funcionarían de manera
extendida. Resulta interesante porque permite incluir, si se concibe bien su
diseño, elementos tecnológicos novedosos que ofrecerían agilidad al sistema
monetario.
Sin embargo, su utilidad y alcance se ata a
ciertos contextos y procesos de transición. Posteriormente, el desarrollo
económico y social dependerá del conjunto de las políticas y arquitectura
socioeconómica e institucional en la que la moneda se inserte. Por lo tanto, no cabe idealizar su uso que,
sin duda, puede contar también con circunstancias adversas que la pueden hacer
fracasar, dependiendo de las luchas políticas y las condiciones socioeconómicas
su viabilidad y condiciones de éxito social y político. A este respecto, el
juego de los tiempos puede resultar decisivo. Esta medida puede comprenderse
como no acorde a los Tratados y puede haber reacciones, que pueden ser rápidas.
Así que los tiempos de implementación, como gestión de una prevención o de una
transición, son decisivos, y pueden durar entre meses y semanas, de tal manera
que una vez que se adoptase esta decisión sería fundamental el modo en que se
formulase y comunicase, y tener de antemano toda la operativa preparada para
aplicarla de inmediato, para impedir un escenario desordenado.
10. Bibliografía
Albarracín, D. (2018) “La cuestión del dinero
y las monedas alternativas ante la violencia del sistema euro”. Revista
Sociología Histórica. En prensa.
Dierckxsens W. y
Formento W. (2018) “El bitcoin en la geopolítica”. Mimeografiado.
Lapavitsas, C. (2013) “Profiting Without Producing: How Finance
Exploits Us All” Verso.
Popper, N. (2016) “Central Banks
consider Bitcoin’s technology, if not Bitcoin”. Oct. 2016. New York Times. https://www.nytimes.com/2016/10/12/business/dealbook/central-banks-consider-bitcoins-technology-if-not-bitcoin.html
[1] Sean la fe en el banco central,
impuestos futuros o materias primas, como garantías clásicas. Cabe preguntarse
si la energía, medios técnicos y trabajo de procesamiento (aplicaciones de
seguridad, verificación de transacciones, minado y obtención de espacio
computacional, etc...) constituiría algo equivalente para el caso de las
monedas electrónicas en caso de adoptarse como fórmula.
[2] Tal y como algunos autores han defendido, por
ejemplo, entre otros, Bruno Théret, Wojtek Kalinowski, Thomas Coutrot, Vincent
Gayon, Jean-Michel Servet, Jérôme Blanc, Marie Fare, Dominique Plihon, Benjamin
Lemoine o Gaël Giraud. En general, algunos economistas de la Teoría Monetaria
Moderna han defendido una propuesta semejante.
[3] Las opciones que pueden
barajarse son múltiples. Desde una moneda virtual -fácil de controlar, pero
difícil, lenta y costosa para su implementación-; el recurso a sistemas de pago
vinculados a teléfonos móviles -como en Kenia-; o los billetes de pago fiscal
anticipado (TAN), o los IOU (deuda pública válida como billete), así billetes
imprimidos vinculados a billetes en la reserva que guarda el Banco Central, que
sería fácil de poner en circulación pero costosos para el control del fraude.
[4] Con toda sus variantes técnicas,
por ejemplo, en el caso de las criptomonedas “hay tres tipos de emisiones de criptoactivos:
los que están basados en una cadena de bloques propia y utilizan la minería;
los que utilizan alguna cadena de bloques, como Ethereum, para soportar la
emisión de los cripto-activos, es decir tienen pre-minado en donde el emisor
controla cierta cantidad de tokens emitidos antes de permitir la minería. Una
tercera forma corresponde a las ICO, en donde se establece a discreción la
cantidad de tokens emitidos y la frecuencia de esa emisión, sin que esto
implique ningún tipo de minería” (Dierckxsens
y Formento; 2018).
[5] Son el caso del Banco de
Inglaterra, el Banco Central de Países Bajos (pensando en emitir Dukatons), el
Banco Nacional de Rusia (Masterchain), o el banco de Canadá han empezado a
investigar seriamente las opciones. Entre la banca privada, JP Morgan Chase
también se ha mostrado interesado. Popper, N. Octubre de 2016, NYT La cuestión de la criptomoneda es
también un arma geoestratégica, y China y Rusia (ChriyptoRuble) tratan de
desarrollar sus propias monedas para tratar de asaltar la hegemonía del dólar (Dierckxsens
y Formento; 2018), y países como Venezuela han desarrollado el petro con objeto de sortear las
restricciones financieras internacionales y hacer frente a sus problemas de
deuda.
[6] “Australia, Singapur, Vietnam, Tailandia, Corea del Sur, Indonesia,
incluso la India comenzaron hacia fines de 2017 a tomar medidas para regular el
uso de cripto-monedas privadas no reguladas, con el objetivo de proteger sus
propias monedas digitales sujetas a la especulación” (Dierckxsens y Formento;
2018)
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