19-1-2015
Daniel Albarracín
La deuda, como el
ladrón, deviene el problema principal cuando nadie la esperaba.
La cuestión de la deuda no fue
noticia ni formó parte de la agenda política de discusión, en tanto que
problema, durante décadas. Sin embargo, el endeudamiento general, primeramente
de las empresas privadas, comenzando por las financieras, para luego extenderse
entre los hogares, para acabar ascendiendo en su esfera pública, ha ido
configurándose objetivamente como un fenómeno objetivo central de la economía,
y, posiblemente uno de los más preocupantes.
El crecimiento de la deuda no fue
visto como un problema durante tiempo, salvo en episodios críticos que
sacudieron a países del Sur del Mundo –la crisis de México de 1980, Argentina
en 2001, etcétera-. Fue visto como un asunto lejano. En los países del Norte,
entre tanto, no se hablaba de la deuda, sino del festín del crédito.
Toda esa lejanía se acabó cuando
a partir de 2008 la fiesta se acabó. El anabolizante con el que se había dopado
a la economía empezó a causar efectos nocivos también entre los países
aventajados del mundo, tanto en EEUU como en Europa. A partir de ese momento,
los poderes económicos modificaron la agenda de los gobiernos para llevar la
iniciativa y emplearon al Estado como un agente que convertiría a gran escala
la deuda privada en pública, protegiendo a los acreedores financieros,
rescatando a bancos y haciendo soportar el grueso de los sacrificios entre la
población. Y las instituciones europeas a su vez blindaban a las grandes
corporaciones financieras centroeuropeas, al punto de ahora la Troika es el
principal acreedor de los países del Sur, sustituyendo y rescatando a la gran
banca, y trasladando las obligaciones a los Estados y economías periféricas.
Todo ello con un discurso que,
ocultando la operación que realmente se emprendía, decía que rescataba a las
economías, procuraba aliviar las primas de riesgo de la deuda soberana. Para
ello, se nos dijo que las deudas encierran un deber moral, que habíamos vivido
por encima de nuestras posibilidades, que los bancos eran demasiado importantes
para caer, que había llegado el momento del ajuste para poder pagarlas. Y la
palabra impago durante tiempo se tornó tabú.
De los movimientos a la estrategia política
Algunos países, especialmente los
de la periferia europea empezaron a mirar experiencias que hacía tiempo les
parecían ajenas, porque sencillamente la situación que vivían era comparable.
Así el Sur de Europa o la Europa del Este tendrían circunstancias semejantes a
las que habían vivido hacía años países de América Latina y países de otros
continentes del Tercer Mundo. De esta manera, entre la insistencia de los
movimientos y sus organizaciones sociales más dedicadas y la evidencia objetiva
del fenómeno, la población ya empezó a dejar de ver como un tabú hablar de la
deuda.
En ese mismo periodo, los
movimientos sociales y algunas organizaciones bien comprometidas con el
fenómeno (CADTM a nivel internacional, las PACD y el ODG en el Estado español,
por ejemplo), han ido introduciendo entre sus preocupaciones y análisis la
cuestión de las deudas, con diagnósticos serios, campañas pedagógicas y propuestas
muy afinadas. Paulatinamente, los partidos políticos cercanos a las necesidades
de la gente han ido incorporando a sus programas consideraciones sobre la
materia, en ocasiones en buen diálogo con las organizaciones sociales y
atendiendo al clamor popular para que se tenga en cuenta este punto. Sus
posiciones han sido diferentes según el peso político y la situación económica
de cada país.
Los recortes proseguirán si los
gobiernos siguen sujetos a pagar prioritariamente sus deudas; los Estados
continuarán imponiendo ajustes escudándose en que hay que recortar los
déficits; las pequeñas empresas seguirán asfixiadas si no cuentan con
financiación y no podrán realizar inversiones si sus beneficios se destinan a
pagar sus compromisos de deuda, o sencillamente cerrarán, etcétera. Parece
constatarse que cómo se resuelva o aborde el cuestionamiento de la deuda es la
llave o cerradura para poder tratar siquiera los demás temas.
Diferentes propuestas políticas para un problema común
Sin embargo, la problemática, común
a varios países y ya asumida como uno, y nosotros diríamos, como el primer
punto de la agenda política, ha sido afrontada con diferentes esquemas de
propuestas en lo que concierne a Europa. Y podemos afirmar que no hay una
postura única entre las fuerzas políticas de izquierda cuando urge, claro está,
establecer criterios comunes en algo a lo que le convendría una política
internacionalista común.
· Los partidos socialiberales (como hizo en su día
el PSF) en su día han focalizado su discurso en aliviar las deudas basándose en
la emisión de eurobonos, con el
propósito de mancomunar la deuda a escala europea y facilitar una gestión
común, que minore los riesgos al compartirlos, haciendo posible una solidaridad
europea que, incluso, podría acabar en alguna suerte de unión fiscal y, por qué
no, política más profunda. Las variantes han sido numerosas, las había que
planteaban redistribuirlas para que los países más ricos asumiesen más parte,
pero también ha habido otras que simplemente consistían en limitarse a
mancomunar la deuda en función de la proporción que cada uno tenía. Pronto esa
estrategia se ha venido abajo, bloqueada en la práctica, y abandonada
finalmente por gobiernos como el francés que finalmente abrazó una gestión
neoliberal y fracasar en su estrategia.
· Algunas propuestas, como la que ha culminado en
Syriza, aún cuando en el debate previo ha habido un abanico muy abierto, ahora
apuestan por una renegociación a escala
europea, sentando a los actores implicados de cara a aliviar los
compromisos financieros de los países más vulnerables; esta propuesta se
combina con fórmula para mancomunar la
deuda europea (Milios, et al. 2014)[1] en un esquema que acabe
con las políticas de austeridad y pudiese conducir a otro modelo de Europa.
Tengamos presente que la Troika, aún a pesar de la moderación de la propuesta, principal
acreedor griego, tampoco aceptará estos términos, y ya ha bloqueado la
financiación al Estado griego en una operación de chantaje político de primer
orden.
·
Otros planteamientos han optado por conjugar el
término reestructuración, tal y como
proponen a día de hoy algunas fuerzas en Portugal (Bloco) y España con una
estrategia de negociación, en la que se comprometa a varios países y actores
económicos, en la que se planteen quitas
selectivas, y revisiones de tipos o plazos, o que se alteren los estatutos del
BCE para poder monetizar las deudas y financiar a los Estados (Podemos,
IU). El término de reestructuración aquí se pondría en disputa, favorable a los
pueblos, para tratar de darle una orientación no convencional, porque hasta la
fecha la mayor parte de ellas han sido aplicadas desde los acreedores y ha sido
una recomendación habitual del FMI para casos de crisis soberana y situaciones
próximas a un impago involuntario.
· Estas estrategias difieren de otras experiencias
en otros países. Difieren claramente de las reestructuraciones impuestas desde
los acreedores lideradas por el FMI, diseñadas para países muy pobres; las
suspensiones de pago argentina, en un contexto en el que ya no podían pagar
más; en un lado, o de los casos de Ecuador (2007), de Rusia (2003), o de
Islandia (2010) que fueron decisiones unilaterales.
Varios términos y debates, en este sentido, se ponen en discusión, tan
sólo por mencionar, destaquemos los siguientes:
a) ¿Qué
criterio hay que seguir para cuestionar, y hasta qué punto, las deudas?. ¿Es el
objetivo “hacer sostenible el pago de la deuda” –y saber qué significa eso-, o
hay que cuestionar las políticas que condujeron ilegítimamente a un exceso de
deuda pública?. ¿Tenemos que conseguir, aliviando las deudas, que la economía
capitalista funcione mejor, o de lo que se trata es de poner en manos del
pueblo sus recursos para satisfacer necesidades?.
b) ¿Qué
entenderíamos como el “perímetro de ilegitimidad” para las deudas?. ¿La deuda
fruto de los rescates bancarios –como se tuvo en cuenta en el caso islandés-,
el gasto militar, el uso del gasto público en operaciones para beneficio
particular, o el conjunto de políticas públicas que han socializado las deudas
privadas?.
c) ¿Hay
que desarrollar “auditorías” para determinar el criterio de cuestionamiento de
las deudas y, si es así, quién las compondrían y qué funciones desempeñarían?.
d) ¿Es
posible establecer una negociación en condiciones de igualdad, o hay que
emplear medidas políticas de fuerza, que puedan incluir la “unilateralidad”,
ejerciendo la soberanía política de los Estados?.
[1] “An outline of a progressive
resolution to the Euro area sovereign debt overhang: How a five year suspension
of the debt burden could overthrow austerity” (Sotoripoulos, Milios,
Lapatsioras, 2014)
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