Resumen
Cuba aportó un
ideario de transformación social y un ejemplo de resistencia que contribuyeron
a cambiar el escenario latinoamericano. Su esquema igualitario le permite
mantener indicadores sociales muy superiores a cualquier país equivalente. Pero
afronta adversidades geopolíticas que la obligan a introducir un cambio
significativo.
Una economía
moldeada para apuntalar la extensión del socialismo debió adaptarse al
escenario opuesto, modificando su estructura de elevada estatización. Las
reformas en curso están concebidas para ampliar la gravitación del mercado, sin
permitir el retorno al capitalismo.
Mientras que
la extensión del cooperativismo contrapesa el riesgo de enriquecimiento
privado, las propuestas de mayor estatismo agravarían el estancamiento. Muchas
denuncias de restauración capitalista se formulan sin caracterizaciones ni
alternativas viables. Mayores grados de democracia son necesarios, pero no
generan milagros. Hay que valorar la revolución y postular caminos para
renovarla.
LA EPOPEYA CUBANA
Claudio Katz[1]
Cuba aportó el
mayor ideario de transformación social a varias generaciones de
latinoamericanos. Su revolución conmovió a la juventud, convulsionó a las
organizaciones políticas y sacudió a la izquierda.
En los años 60 el castrismo rompió
todos los dogmas al demostrar que un proceso socialista era posible en el
continente. A 90 millas de Miami introdujo generalizadas nacionalizaciones para
responder a las conspiraciones del imperialismo. Posteriormente intentó una
heroica extensión regional de la revolución.
La
decisión cubana de resistir la restauración capitalista luego del colapso de la
URSS generó un nuevo asombro. La población de una pequeña isla lindante con el
centro imperial afrontó un sofocante aislamiento internacional y realizó inconmensurables
esfuerzos para mantener su independencia.
La perdurabilidad de ese proceso
fue determinante del cambio que ha registrado el escenario sudamericano. La
reinstalación de una colonia estadounidense en Cuba habría obstruido la
resurrección de los procesos radicales y limitado las victorias logradas contra
el neoliberalismo.
Resulta muy difícil imaginar los
avances de Venezuela o Bolivia sin el ejemplo de un país que supo confrontar
con el poderío estadounidense. La repetición en la isla de la trayectoria
seguida por Rusia o Europa del Este habría sepultado, por un largo período,
todas las tradiciones revolucionarias transmitidas al continente.
Pero transcurridas más de dos
décadas del desplome del desplome de la URSS y su bloque económico
internacional (COMECOM) se han registrado importantes transformaciones en Cuba.
Estos cambios contienen enormes posibilidades e incuestionables peligros.
LOGROS Y DESAFÍOS
La principal enseñanza reciente de
lo ocurrido en Cuba es la enorme capacidad de mejora popular que ofrece un
esquema económico-social no capitalista. En medio de la penuria económica, el
aislamiento diplomático, las provocaciones militares, las presiones financieras
y la agresión mediática se logaron preservar parámetros de esperanza de vida,
escolaridad o mortalidad infantil muy superiores al resto de la región.
Esta extraordinaria realización
resulta incomprensible para los apologistas del capitalismo. Como no pueden
presentar ejemplos equiparables, eluden cualquier mención de esos logros. Cuba
demostró de qué forma se puede evitar el hambre, la delincuencia generalizada y
la deserción escolar con escasos recursos.
El país afronta actualmente graves
dificultades para mantener la gratuidad de los principales servicios, pero esas
limitaciones son muy diferentes a las adversidades que predominan en los países semejantes.
Cuba no es Argentina, Brasil o
México. Hay que comparar su situación con las economías latinoamericanas situados por debajo de ese escalón
de desarrollo económico. Ninguno de esos casos puede exhibir el perfil
de una isla sin desempleo, indigencia o pobreza masiva.
En la isla están cubiertas las
necesidades básicas de la población. Todas las familias tienen acceso a la
alimentación, la educación y la salud. La escasez de abastecimientos o la falta
de variedad de los consumos, no incluyen a los bienes indispensables para garantizar
esa cobertura.
Cuba cuenta con un excelente nivel
de escolaridad. Un reciente estudio del Banco Mundial estima que su sistema
educativo mantiene parámetros de formación profesional, en muchos planos
semejantes al nivel de Finlandia, Singapur o Canadá (Lamrani, 2014).
También ha logrado un índice de
esperanza de vida que supera en cinco años al resto del continente y cuenta con
tasas de mortalidad reducidas en todos los grupos etarios. Consiguió el
promedio más bajo de malnutrición de América Latina y uno de los porcentajes
más elevados de conexión de viviendas a las redes de agua potable (Navarro,
2014).
El país preserva, además, el índice
de seguridad alimenticia más elevado de la región y un bajísimo nivel pobreza
(4%), en comparación a la media de Latinoamérica (35%) (Vandepitte, 2011).
De acuerdo a las estimaciones del Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD) Cuba es uno de los tres países latinoamericanos que ha
logrado ubicarse en el casillero de alto nivel de desarrollo (PNUD, 2014).
Pero la isla afronta un serio
problema para sostener esos avances. El estancamiento y las privaciones que
siguieron al derrumbe de la URSS se atenuaron, pero obligan a implementar un
giro económico. Toda la sociedad reconoce esa impostergable necesidad, puesto
que nadie ha podido recuperar el patrón de ingresos vigente en los años 70-80.
El desplome del sostén soviético
fue seguido por un agravamiento del bloqueo estadounidense (ley Torricelli en
1992 y acta Helms Burton en 1996). Ese cerco obstruye el comercio y genera
costos monumentales. Un barco que toca puerto cubano no puede amarrar en
Estados Unidos y al principal mercado del mundo no puede ingresar un producto
con componentes cubanos.
La isla ha sufrido periódicas provocaciones
que obligan al estado a solventar un gravoso aparato militar defensivo. El
gobierno cubano necesita mantener 600.000 hombres en condiciones de acción bélica
inmediata y debe financiar una estructura armada totalmente desproporcionada
para las dimensiones del país (Isa Conde, 2011).
Además, en los últimos años el
país padeció fuertes adversidades comerciales y climáticas. Cayó el precio de
las exportaciones (níquel) y subió el costo de las importaciones (alimentos).
Hubo huracanes, sequías e inundaciones de gran intensidad, especialmente entre
1998 y 2008. Estos trastornos no provocaron tragedias humanas como
habitualmente ocurre en el resto del continente, pero que implicaron costos
millonarios. La crisis internacional generó también una reducción de los
ingresos del turismo, a pesar del moderado aumento de los visitantes.
La economía es gestionada desde
hace varios años con cierto déficit presupuestario y el nivel de actividad es
sostenido al filo de la navaja. El equilibrio comercial es tan ajustado como la
financiación externa.
Cuba resistió la restauración del
capitalismo con el gran sacrificio que implicó el “período especial” de los
años 90. El impacto económico del desplome de la URSS fue demoledor. Todo el
comercio de la isla estaba asociado con los países del COMECON y las ventas de
azúcar a ese bloque solventaban el conjunto de los gastos externos.
El país se quedó sin nada y tuvo
que asegurar su defensa y abastecimiento de bienes básicos, en condiciones de
encierro y colapso del transporte, la electricidad y el combustible. Muy pocos
regímenes políticos han logrado sortear adversidades de esa envergadura.
Un reciente estudio explica la fuerza de esa
resistencia por la memoria de las transformaciones sociales logradas en los
años 60-70. También resalta el rechazo a convertir nuevamente a la isla en un
burdel estadounidense. El trabajo traza una aleccionadora comparación con la
devastación de derechos populares padecida por los países del COMECON, que
reingresaron al capitalismo durante el mismo período (Morris, 2014).
Pero al cabo de esa experiencia,
Cuba no está en condiciones de continuar el camino precedente al socialismo.
Salta a la vista la imposibilidad de erigir en forma solitaria una sociedad de
abundancia e igualdad, en una pequeña localidad del Caribe. La continuidad de
la revolución permitió defender lo conquistado, pero no asegura el desarrollo
productivo y el bienestar material que supondría la consolidación del
socialismo. Si en la URSS se verificaron dificultades para forjar esa sociedad
cortando lazos con el mercado mundial, es obvio que Cuba ni siquiera puede
concebir esa posibilidad.
El importante cambio de contexto
latinoamericano ha contribuido a revertir el aislamiento del país. Se
aligeraron las privaciones y se normalizó el funcionamiento de la economía,
especialmente a través de la cooperación con Venezuela. Pero este desahogo sólo
ayuda a sostener lo conquistado.
TRES PROBLEMAS
Las mutaciones que debe encarar
Cuba obedecen a tres cambios de largo plazo. En primer lugar, la nueva realidad
geopolítica que introdujo el colapso de la URSS desajustó toda la estructura
productiva. El país había amoldado su economía a una expectativa de grandes avances
pos-capitalistas en el mundo o por lo menos en la región.
Siempre se supo que un alcance
efectivo del socialismo era imposible en una sola isla y por esta razón se
intentaron altos de niveles de complementación con los socios del Este. Esa
conexión fue combinada con la apuesta a una sucesión de victorias revolucionarias
en América Latina.
Esa estrategia política explica
la elevada especialización que desarrolló la isla en médicos, ingenieros,
educadores y militares. En torno a esas actividades se construyeron los valores
de una sociedad que ponderaba a los héroes en combate, a los brigadistas y a
las misiones internacionalistas.
El legado de ese período se
verifica en muchos planos. Cuba aportó sus métodos de alfabetización, medicina
preventiva y preparación militar a numerosos países de Latinoamérica y África.
Este acervo fue particularmente compartido con Angola y Nicaragua en los años
70-80, con Haití (durante el terremoto) y actualmente con Venezuela
(intercambio de educadores por petrolero) o con Bolivia (médicos y cirugías de
alta complejidad).
Otra prueba reciente de esta
especialización cubana en acciones de socorro y solidaridad es el cuerpo de
médicos enviados al África para lidiar con la epidemia de ébola. Nada menos que
el New York Times dedicó un elogioso editorial a esta acción, contrastando los
riesgos que asumen esos profesionales con la reticencia estadounidense a enviar
misiones al lugar. Más chocante es la negativa de las compañías de seguros a
cubrir el financiamiento de esas operaciones (New York Times, 2014).
Los ponderados médicos cubanos
son un producto de la educación militante que la revolución introdujo para
apuntalar la expansión internacional del socialismo. Cuando esa meta se frustró,
el país debió afrontar la paradoja de contar con una población educada y con
ambiciones del Primer Mundo, en una frágil economía del Tercer Mundo.
Una masa de trabajadores y
profesionales con altos niveles calificación y conciencia laboral se desempeña
en una isla con industrias y sectores agrícolas de baja productividad. Este
divorcio entre el alto desarrollo cultural e intelectual de la sociedad y el
estrechísimo basamento económico tiene incontables manifestaciones. Los
receptores del turismo, por ejemplo, cuentan con mayor preparación profesional
que el promedio de los visitantes.
Esta desconexión genera difíciles
problemas para quienes no encuentran trabajo con remuneraciones acordes a su
especialidad. Que un taxista o un camarero multipliquen con toda facilidad el
ingreso de un ingeniero o un médico es la mayor evidencia de esa extraña
situación (Padura, 2010, 2012).
En
los últimos 20 años Cuba registró cambios radicales en su economía, que
generaron un segundo tipo de problemas estructurales. El país sobrevivió
aceptando el turismo, los convenios con empresas extranjeras y un doble mercado
de divisas, que segmenta a la población entre receptores y huérfanos de las
remesas.
La aparición de este importante
flujo de divisas determinó una transformación económico-social muy significativa.
El grueso de los dólares ingresados no es invertido. Se transfiere al consumo,
produciendo una fractura en el poder de compra entre los sectores favorecidos o
privados de esa moneda.
Algunos analistas describen cómo
este doble mercado creó una importante estratificación social. Los marginados
de ese circuito viven con presupuestos ajustados y se alimentan con comidas
austeras. Los que tienen divisas pueden disponer de mejores vestimentas,
computadoras o teléfonos celulares (Vandepitte, 2011).
Esta brecha surgió en 1993 con la
implantación de un doble mercado que buscó paliar la falta de divisas. Ese
impacto inequitativo fue atenuado con políticas impositivas. Para adaptar el
ideal igualitario a la adversidad externa, el estado acotó con gravámenes la nueva
desigualdad.
Un tercer problema de la economía
cubana deriva de la errónea imitación del modelo ruso de estatización completa.
La fascinación acrítica con la URSS condujo en los años 70 a una inoperante
extensión del sector estatal, que impactó en forma muy negativa sobre la productividad
agro-industrial. Esa oleada de estatizaciones anuló todos los pequeños
comercios y fabricantes privados. En 1977 se eliminaron los últimos vestigios
de las actividades por cuenta propia.
Esas medidas desconocieron que la
transición al socialismo sólo es factible mediante un paulatino avance del plan
sobre el mercado, en función de la eficiencia lograda por el sector estatal en
comparación al privado. Cuba repitió la modalidad rusa de estatización
integral, sin considerar la aplicación de las estrategias más moderadas que
adoptaron Yugoslavia o Hungría.
Todos los intentos para subsanar
los inconvenientes creados por la estatización completa fueron infructuosos. El
trabajo voluntario, la zafra de 10 millones o la rectificación de fines de 80 sólo
aportaron paliativos. Tampoco fueron escuchados los cuestionamientos expuestos
en algunos organismos de la época como el CEA (Centro de Estudios sobre
América). El principal efecto negativo de esa estatización fue el declive de la
productividad y la dependencia que mantiene Cuba de la importación de
alimentos.
Seguramente esta equivocación
obedeció a problemas teóricos (incomprensión de la transición al socialismo) y
a manejos burocráticos. Pero también es cierto que no resultaba fácil
compatibilizar la prioridad asignada a la estrategia revolucionaria continental,
con políticas contemplativas hacia el mercado. El primer objetivo requiere un
nivel de idealismo, heroísmo y equidad que
choca con la vida comercial. Para los revolucionarios nunca fue sencillo
equilibrar el romanticismo con el realismo. Lenin y Trotsky enfrentaron
problemas muy semejantes a fines de los años 20[2].
LAS REFORMAS EN CURSO
Para lidiar con este complejo
escenario, el gobierno ha decidido ampliar la gravitación económica del mercado
con el objetivo de favorecer la inversión. Después de muchas discusiones, y
vacilaciones han comenzado a aplicarse las resoluciones discutidas desde el
2008 y sintetizadas en los lineamientos del 2011. Se relajan las restricciones
vigentes para la pequeña actividad privada, se autoriza la creación de negocios
y la contratación de empleados. También se anulará la libreta, habrá una
paulatina liberalización de los precios y se buscará eliminar la existencia de
dos monedas.
Las medidas incluyen una mayor
autonomía en la gestión de las empresas estatales. Cada firma podrá manejar en
forma descentralizada su presupuesto, adquirir insumos y vender productos en
función de sus propios cálculos (PCC, 2011).
El objetivo inmediato es el ahorro
de divisas. A diferencia de la ex URSS o China, Cuba no puede sobrevivir en la
autarquía. Necesita dólares para adquirir combustibles e importar alimentos.
Por esta razón se ha dispuesto reordenar las cuatro fuentes de ingreso de
moneda dura: turismo, níquel, servicios profesionales y remesas.
Para reanimar la agricultura se
entregarán tierras ociosas a la pequeña producción privada y a las cooperativas,
buscando repetir la expansión que logró China en los años 80. Pero la isla no
sólo enfrenta una escasa disponibilidad de tierras fértiles. También carga con un
altísimo nivel de urbanización que dificulta los incentivos para trabajar en el
sector rural.
El punto más conflictivo de las
reformas es la introducción de un status de trabajadores “disponibles”, para
todos los afectados por la reorganización de las empresas públicas. La falta de
recursos obliga a transparentar la dura realidad de compañías deficitarias, que
no pueden ser solventadas por el estado. Por esta razón se elimina el principio
de garantía oficial del empleo. Se busca crear un nuevo segmento de ocupados en
el sector privado y cooperativo, que absorba los recortes del trabajo estatal (Maiki,
2011).
El gobierno ha pospuesto reiteradamente
decisiones que chocan con las aspiraciones de la revolución y con los valores
pregonados durante décadas. Pero entiende que no le queda otro remedio. Las
reformas pro-mercantiles son vistas como el único camino para superar el
crítico estancamiento de la economía.
Estos cambios no implican por sí
mismos un retorno al capitalismo. Este sistema presupone propiedad privada de las
grandes empresas y bancos, formación de una clase dominante y generalización de
la explotación. Las reformas no introducen ninguna de estas características.
Amplían la gravitación de la gestión mercantil en el marco precedente. Se
otorgan concesiones a la acumulación privada, con límites tendientes a evitar
la restauración burguesa.
En los últimos años comenzaron a
implementarse estos cambios. Se han dispuesto numerosas autorizaciones para la
compra-venta de viviendas o automotores y se han distribuido parcelas
cultivables. Aparecieron pequeños negocios (como los “paladares” de comidas) y
numerosos emprendimientos comerciales.
Ya existe un clima de mayor
actividad privada y se avizoran inversiones en el mejoramiento de las
viviendas. La flexibilización introducida en este sector incluye restricciones
a la propiedad de extranjeros y a la herencia, para evitar una corriente de
compras desde Miami. Los principales convenios con empresas extranjeras están
centrados en la renovación del Puerto de Mariel y en la construcción de una
zona industrial en esa región.
Un punto crítico es la emigración
de trabajadores calificados. Desde la eliminación de las trabas para viajar al
exterior se ha registrado una fuerte corriente de salidas. Esta expatriación se
verifica especialmente entre los graduados universitarios. Mientras no se
genere trabajo para la masa de ingenieros, sociólogos o médicos será difícil
frenar ese drenaje de materia gris.
La reorganización general del
empleo ya comenzó con los 350.000 empleados que dieron el salto hacia los pequeños
negocios. Los trabajadores por cuenta propia conforman una porción mínima (6%) de
la fuerza laboral, pero podrían alcanzar un alto número en los próximos años.
El
peligro de una gran oleada de corrupción junto a las reformas pro-mercado es
una amenaza conocida. Hay más de 300 funcionarios enjuiciados o encarcelados
por este motivo. Todos saben cómo esa enfermedad desangró a la ex URSS y afecta
a China. Pero el principal desafío es acelerar el ritmo de crecimiento de una
economía que no ha logrado expandirse a más del 2 o 3 % anual. Las inversiones
son escasas y el financiamiento internacional no llega (Rodríguez, 2014).
Las reformas se desenvuelven
hasta ahora en un marco semejante a la NEP ensayada en la URSS en los años 20 y
en China en la era pre-Deng. No traspasan los límites compatibles con la
continuidad de un proyecto socialista. La experiencia ha demostrado que el
salto hacia el capitalismo no se produce por simple extensión del radio
mercantil. Aparece cuando predomina el sector de la burocracia que favorece la
reconversión de las elites en clases dominantes.
Lo ocurrido en la URSS demuestra
que esa decisión política es el factor determinante del retorno al capitalismo.
Las divisas para repetir este proceso de restauración no se encuentran en Cuba
en manos de los funcionarios, sino entre los receptores de dólares. Pero los
dirigentes definen cómo se utilizan esos recursos.
COOPERATIVISTAS Y ESTATISTAS
La reforma se debate intensamente
en la isla, desmintiendo la imagen de unanimidad o silencio que existe en el exterior.
Todos los mitos sobre la ausencia de discusiones se basan en el desconocimiento
de esas polémicas. Tres corrientes diferentes han cobrado forma en estos
debates. Un planteo destaca la conveniencia de preservar la preeminencia del
estado, otro promueve mayores mecanismos mercantiles y un enfoque
autogestionario postula expandir las cooperativas.
La propia marcha de las reformas
suscita también duros cuestionamientos al alcance previsto para el trabajo
asalariado. Hay reclamos de establecer impuestos compensatorios y límites más
precisos para esa contratación (Piñeiro Harnecker, 2010).
Otros señalamientos polemizan con
medidas que ampliarían la desigualdad social (creación de campos de Golf,
residencias exclusivas) y con iniciativas para permitir la adquisición de
propiedades por parte de extranjeros (Campos, 2011).
Muchos cuestionamientos son
formulados por los partidarios de reforzar las cooperativas. Promueven alentar las
redes de almacenes en los barrios y reforzar las empresas de autogestión ya
existentes (UBPC). Estiman que reavivará la economía sin fomentar el
individualismo (Isa Conde, 2011).
Este modelo incentiva firmas
auto-administradas que aprovechen el conocimiento de cada territorio y sector.
Propone formas de control social por parte de los ciudadanos y los gobiernos
locales sobre esos emprendimientos (Dacal Díaz, 2013).
Este enfoque se inspira en un
balance crítico del ahogo burocrático sufrido por esas empresas. Recuerda que
las UBPC enfrentaron trabas y tuvieron poca capacidad de decisión en los
esquemas organizativos verticalistas del pasado (Miranda, 2011).
Con estos planteos se busca
acotar el apetito por los beneficios que genera la reintroducción del mercado. Se
defienden los valores socialistas, limitando la apertura a la iniciativa
privada (Alonso, 2013).
Pero las cooperativas no
resuelven por sí solas los cuellos de botella que afronta la economía. Aportan
un complemento indispensable a las reformas introducidas para transformar las
divisas atesoradas (o consumidas) en inversión. En el escenario actual, la
creación de este sector de pequeña empresa privada es insoslayable. China puede
aportar créditos y Venezuela petróleo, pero Cuba debe reciclar sus propias
fuentes de ahorro hacia la actividad productiva.
Algunos cuestionamientos frontales
a las reformas desde ópticas puramente estatistas presentan otro tono. Afirman
que las transformaciones actuales abren el paso al capitalismo, repitiendo el
giro que inicio Gorbachov con la Perestroika. Denuncian las “propuestas
burguesas” de los documentos oficiales, atacan su contenido “anti-socialista” e
impugnan su proximidad con el neoliberalismo (Fernández Blanco, 2011; Cobas
Avivar, 2010).
Esta
mirada retoma los viejos argumentos de la ortodoxia, sin explicar por qué razón
la estatización completa afectó tan seriamente a la economía cubana. Supone que
el colapso de la URSS obedeció a simples conspiraciones reaccionarias, omitiendo
el rol asfixiante la burocracia y los privilegios que acumuló acallando el
descontento popular. Con esa visión supone que Cuba puede congelar su situación
actual, reciclando el estancamiento.
Este
enfoque alerta contra peligros reales de desempleo y polarización social. Pero
no aclara cómo se podría evitar la pauperización general reforzando un proceso
de estatizaciones sin recursos. Es cierto que existe una posibilidad de
gestación de clases dominantes con la malversación de los fondos estatales. Pero
la única forma de contrarrestar ese escenario es ampliando el control popular.
La reintroducción del capitalismo
no se consumará con el florecimiento de la pequeña propiedad. Ese fantasma
sirvió en el pasado para reforzar comportamientos burocráticos y sofocar la
iniciativa económica individual. No es cierto que la expansión del comercio
derivará en la inmediata creación de grandes riquezas privadas.
Esa secuencia constituye
ciertamente un riesgo, frente a un peligro mayor de colapso por simple languidecimiento.
Cuba enfrenta alternativas de supervivencia que exigen optar por el mal menor.
Es puro fatalismo suponer que
toda NEP desembocará en el capitalismo como ocurrió con la Perestroika. En el
periodo que sucedió a muerte de Lenin el resultado fue completamente diferente.
Se afianzó la colectivización forzosa y el estatismo coactivo. El desafío
actual es evitar ambos desenlaces.
Los críticos afirman que las
reformas son implementadas por una casta burocrática para perpetuar sus
privilegios sacrificando la revolución. Pero no explican por qué razón no
consumaron ese tránsito luego del colapso de la URSS. En ese momento tenían más
argumentos que en la actualidad para abrazar la causa del capitalismo.
En
los hechos este enfoque se limita a proponer alguna modalidad de planificación
compulsiva, que en el mejor de los casos conduciría a recrear una situación
semejante a la vigente en Corea del Norte. Cuba ha logrado evitar el encierro
militar que padece ese país. El estatismo extremo aporta más problemas que
soluciones a las disyuntivas que enfrenta el país.
CUESTIONAMIENTOS
DOGMÁTICOS
Una visión convergente con las críticas
del estatismo extremo postulan los enfoques dogmáticos, que observan el curso actual
de Cuba como una ratificación de la restauración capitalista (Petit, 2011).
Este diagnóstico no explicita los
criterios que utiliza para caracterizar esa regresión y tampoco expone datos
sobre ese proceso. Simplemente constata la existencia de ese retorno como un
hecho que no exigiría mayores explicaciones. También sugiere que el
imperialismo apuntala este proceso, como si la isla no padeciera un duro acoso
estadounidense.
Esa mirada establece además una
analogía con China, suponiendo que el curso capitalista pos-Deng se reproduce
ahora en el Caribe. Con estas afirmaciones despacha el tema y sanciona el
entierro de la revolución.
Otra caracterización inspirada en
fundamentos parecidos ensaya argumentos más consistentes, polemizando con
nuestra visión. Acepta distinguir períodos o modelos y evita enunciar la simple
vigencia de un proceso restaurador. Toma en cuenta nuestra comparación con la
NEP soviética y considera que presentamos un diagnóstico realista sobre los
objetivos de las reformas pro-mercado.
Sin embargo estima que nuestra
mirada es puramente economicista. Considera que introducimos comparaciones
indebidas por la pérdida de una brújula política. Afirma que la NEP de Lenin
podría coincidir con iniciativas semejantes en China o Cuba, pero estuvo
inspirada en políticas revolucionarias ausentes en ambos países (Yunes, 2011).
Este
enfoque valida a Lenin y desecha a Castro, a pesar de reconocer la existencia
de orientaciones económicas parecidas. Justifica en el bolchevique lo que
objeta en el guerrillero por un simple presupuesto previo. Una figura es
endiosada y la otra descalificada, a pesar del rol equivalente que tuvieron en
dos extraordinarias revoluciones socialistas del siglo XX. No se entiende por
qué razón esa diferenciación invalidaría las semejanzas de programas económicos
en coyunturas comparables.
Si la NEP rusa fue sólo meritoria
por su bautismo leninista carece de relevancia como modelo para la transición
socialista. Si por el contrario brinda pautas para combinar el plan con el
mercado, es un esquema que puede ser valorado en distintas situaciones. Este
segundo criterio permite entender su relativa aplicación en varios momentos de
la URSS, China y Europa del Este. Evaluar esa instrumentación no implica
recurrir a ninguna simplificación economicista.
Nuestro
objetor denuncia a la burocracia como el principal enemigo de la revolución
dentro de Cuba. Pero con esta genérica denominación no indica quiénes son
exactamente esos conspiradores. Sugiere que la dirección castrista cumple ese
rol de manera análoga a Gorbachov, como si la resistencia del “período
especial” hubiera sido liderada por fantasmas.
El crítico denuncia a los
funcionarios que acumulan el dinero que se utilizará en la reconversión
capitalista. Nadie niega ese peligro. Pero de esa advertencia no se deduce la
existencia de una ley de repetición histórica, que augura para Cuba el mismo
destino seguido por la URSS.
Hay que presentar indicios del
cuestionado enriquecimiento para evaluar el alcance de la involución
denunciada. De lo contrario es puro prejuicio. En los últimos veinte años la
dirección cubana dio muestras de ejemplaridad y austeridad y las principales
manifestaciones de desigualdad involucraron más a los receptores de divisas que
a los funcionarios.
Pero si todo el problema se
redujera a señalar quién se enriquece, los dilemas de la economía cubana
quedarían inmediatamente superados difundiendo ese listado. El mayor problema
radica en definir una agenda: ¿Habría que prohibir el ingreso de divisas desde
el exterior? ¿Convendría anular el turismo? ¿Se deberían cortar las inversiones
extranjeras? ¿Habría que impedir el resurgimiento de la pequeña propiedad?
Frente
a estos escabrosos problemas nuestros críticos optan por el silencio.
Consideran que cualquier definición induce al “economicismo” y prefieren
transitar por la nebulosa, olvidando que Cuba enfrenta dramáticas disyuntivas
de subsistencia. De sus críticas a las reformas sólo se deduce la promoción de alguna
modalidad de anulación total del mercado (como por ejemplo existió en Albania).
La otra opción sugerida es la
convocatoria a una revolución mundial inmediata, que permitiría superar todos los
dilemas del aislamiento construyendo el socialismo universal. Pero las propias
dificultades que han enfrentado en la última centuria las corrientes dogmáticas
para concretar esas victorias socialistas, ilustran la complejidad de ese
camino.
REALISMO Y
ESCEPTICISMO
Los críticos depositan grandes
expectativas en la democracia soviética para resolver las asfixias económicas
cubanas. Resaltan la centralidad que le asignó Trotsky a este mecanismo, para
superar los problemas de la economía rusa en los años 30.
Sin duda este aspecto es
importante, pero al sobrevalorarlo se termina esperando resultados mágicos de
su aplicación. La isla afronta embargos comerciales, provocaciones militares,
penuria de aprovisionamientos, carencia de recursos y pérdidas de aliados
estratégicos, que no desaparecen (ni se atenúan automáticamente) con mayores
cuotas de democracia interna.
Trotsky era un político realista
y nunca apostó al milagro de la democracia. Enfatizaba sus críticas a la
contrarrevolución stalinista, pero enunció propuestas económicas muy precisas
para Rusia. Se oponía a la estatización forzosa y proponía combinar el plan con
el mercado en sintonía con la NEP. Ese esquema puede servir de antecedente a
las reformas en curso en la isla (Trotsky, 1973; 1991: 55-72).
En el tema de la democracia hay
que ser muy cuidadoso con las comparaciones. Trotsky confrontaba con Gulags y
fusilamientos de bolcheviques que jamás existieron en Cuba. Al contrario, ese
país fue el epicentro del proceso revolucionario con mayor nivel de
democratización y participación popular del siglo XX. Logró consumar
transformaciones sociales ciclópeas con un número reducido de pérdidas humanas.
Además, mantuvo regímenes de excepción muy acotados en comparación a procesos
semejantes, incluido el caso soviético de la era Lenin-Trotsky
Los dogmáticos ubican a las
reformas cubanas pro-mercantiles dentro del paradigma ortodoxo neoliberal.
Estiman que introducen un plan de ajuste, contrapuesto a la resistencia
desarrollada durante el período especial (Yunes, 2010).
Lo
más curioso de esta caracterización no es la ceguera frente al evidente abismo
que separa a la política económica cubana de Thatcher, Merkel o Cavallo. Se presenta
un contrapunto con lo realizado por el mismo gobierno en la década precedente. Los
dirigentes que encabezaron una proeza de lucha contra el imperialismo, ahora
implementarían las recetas de Washington. ¿Cómo se produjo semejante mutación?
La explicación dogmática habitual
señala el “comportamiento bonapartista de Castro” frente a la “presión de las
masas”. Pero resulta muy difícil encontrar alguna evidencia de esa relación,
puesto que sobran los indicios opuestos de liderazgo oficial en la resistencia de
los 90. Tampoco es fácil demostrar la existencia de rechazo popular a la
posterior introducción de las reformas.
Los críticos navegan en una
maraña de contradicciones. Cuestionan la baja productividad de la economía,
pero sugieren encierros que acentuarían esa adversidad. Rechazan el aislamiento,
pero objetan la alianza de supervivencia que estableció Cuba en el pasado con
la URSS. Pronostican el fracaso de reformas económicas que recién comienzan,
sin explicar por qué razón las previsiones de colapso cubano fallaron en los
últimas dos décadas. Con ese tipo de miradas no se puede calibrar la
excepcional epopeya cubana de los últimos 50 años.
En otros sectores del progresismo
hay mayor cautela con los pronósticos, escasa preocupación por la naturaleza social
del régimen y gran escepticismo sobre el futuro. Suelen remarcar el peso de la
represión, el declive de la utopía libertaria y la consolidación de un sistema
político autoritario (Stefanoni, 2013).
Pero olvidan que en las terribles
condiciones de hostigamiento que ha padecido la isla se pudo concretar una revolución con inéditos grados de libertad.
Este nivel de tolerancia no sólo superó los precedentes de Rusia o China, sino
también al grueso de las experiencias nacionalistas radicales. El trasfondo
del problema es la legitimidad de cualquier revolución y sus protecciones
defensivas.
No es muy sensato suponer que los
logros en la isla se habrían podido obtener sin sufrimientos, sacrificios y
errores. La valoración de la revolución
es particularmente importante en un momento de tantas presiones para convertir
a Cuba en un “un país normal”. Con ese engañoso estandarte se puede enterrar
todo lo construido en medio siglo y abrir las puertas para recrear la desigualdad
y criminalidad predominantes en América Latina[3].
OPORTUNIDADES Y EXPECTATIVAS
Algunos analistas registraron en
los últimos años la existencia de un clima de entusiasmo con los cambios en
curso. Destacan que Cuba vive una primavera que rompe con el inmovilismo (Burbach,
2013). Otros partícipes más directos de este proceso resaltan el impacto positivo
del curso actual, pero advierten la necesidad de adoptar iniciativas de mayor
democratización, como la reforma del sistema electoral y el acceso irrestricto a
Internet (Campos, 2011).
En esta misma evaluación se
inscriben las propuestas de nuevos esquemas de difusión de la información y
control popular sobre la estructura estatal. Se remarca la tardanza en
implementar los cambios y también la insensibilidad frente a las críticas (Dacal,
2013).
Esos
desaciertos tuvieron negativas consecuencias en el pasado. El entusiasmo por un
cambio no dura eternamente. Conviene recordar todas las oportunidades de
renovación del socialismo que se perdieron en los países del Este. La
frustración que siguió a la Primavera de Praga desmoralizó a toda una
generación y facilitó la posterior restauración del capitalismo.
La apatía es el principal peligro en una
sociedad que pasó la prueba del período especial, pero debe cicatrizar las
heridas que dejó ese trauma. En la coyuntura actual hay que lidiar con la
desesperanza que genera la necesidad del cambio y la preocupación por sus
consecuencias. El giro hacia el mercado implica la adopción de medidas que muy
pocos desean y todos comprenden (Guanche, 2011).
Involucrar
a los ciudadanos en el manejo directo de su futuro es el principal antídoto
contra los peligros de las reformas. Este propósito puede lograrse apuntalando
la democracia socialista. La vitalidad de este sistema es un remedio efectivo
contra la apatía. Lo ocurrido en la URSS debe servir de contra-ejemplo. Como la
población se consideraba ajena al régimen político se mantuvo al margen de los
cambios que restauraron el capitalismo.
Cuba cuenta con niveles de
democracia real superiores a cualquier plutocracia capitalista. Sus líderes no
son elegidos por una elite de banqueros e industriales, ni surgen de la
cosmética publicitaria que construyen los medios de comunicación. Tampoco rige
el terror contra la población o la intimidación que impera en varios regímenes
policíacos de Centroamérica. Pero existen incontables manifestaciones de
insuficiencia de la democracia en el sistema político y la prensa. Las reformas
son la oportunidad para corregir esas deficiencias.
Si los cambios económicos logran combinar
acertadamente las cooperativas, la pequeña propiedad y la primacía estatal, la
recuperación de la economía renovará el optimismo. Las transformaciones
productivas y comerciales podrían generar mejoras visibles en el nivel de vida
de la población. El gran desafío es motorizar esos avances con el mercado,
impidiendo al mismo tiempo la restauración del capitalismo.
La clave inmediata para sortear ese
peligro es limitar la desigualdad social, mediante el mantenimiento de sistemas
educativos y sanitarios públicos y únicos. La ejemplaridad de los dirigentes,
junto a este soporte permitirá superar la nueva encrucijada que afronta el
país.
El
pueblo cubano ha demostrado una extraordinaria capacidad para sobreponerse a
las dificultades retomando la confianza en la revolución. Es el país que exige
mayor cautela a la hora de formular pronósticos. Muchas veces se dijo que no
soportarían el bloqueo, las invasiones, las penurias o el aislamiento y siempre
salieron airosos. Seguramente volverán a ganar la partida.
20-11-2014
REFERENCIAS
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Ciencias, La Habana, 13-7.
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-Burbach, Roger, (2013),
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n 775, enero.
-Campos, Pedro, (2011),
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[1] Economista, investigador del CONICET, profesor de la
UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
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