Julio de
2014.Daniel Albarracín
Este
documento persigue brindar una caracterización introductoria de la situación en
la que nos desenvolvemos y a transformar. Las dimensiones de lo real están
articuladas en lo concreto y la propuesta de diagnóstico y pronóstico trata de
dar cuenta de la interpretación sobre los conflictos que atraviesan a las
sociedades humanas y su relación con los problemas ambientales, sociopolíticos y económicos que
consideramos más relevantes.
El
sistema económico forma parte de un modelo socioinstitucional, histórico y
político determinado. La vida en general y la sociedad formamos parte del
planeta, con los límites, condiciones y curso ecológico que les hace posible.
Debemos
comenzar señalando que el curso ecológico de nuestro planeta está sometido a
una alteración que pone en tela de juicio de sostenibilidad de la vida en los
próximos tiempos, en una época que compromete no sólo a las próximas
generaciones sino también a la ahora existente. Y, la razón principal de esta
gravísima alteración, que da pie a la mayor de las extinciones de especies en
la historia del planeta y a una degradación profundísima de las condiciones y
territorios habitables para la especie humana, no responde tanto, como en otros
periodos, a causas estrictamente naturales, sino más bien al modelo
socioeconómico que orienta las bases productivas de nuestra economía y nuestra
actividad industrial.
La
acumulación productiva y el objetivo del lucro como lógicas sistémicas abocan a
una depredación del medio, y no sólo a la rivalidad entre pueblos o la
explotación de una clase social sobre otra. Las instituciones estatales,
supranacionales y las grandes corporaciones transnacionales aplican esta
práctica hasta donde les es posible, mediante ejercicios de regulación flexible
(en el campo mercantil, societario, fiscal, penal, etc…), mediante la
institucionalización de todos los amparos a la propiedad privada de los medios
productivos y la libertad del movimiento de capitales, y mediante el desarrollo
de modelos de competitividad mercantil y explotación laboral, cuyos límites se
interponen gracias a la resistencia popular, sindical y política de los y las
de abajo. Las consecuencias más devastadoras de este modelo refieren a un
modelo de crecimiento, altamente consumidor de materias primas y energías,
altamente emisor de gases de efecto invernadero y dependiente de las energías
fósiles y otras materias primas elementales (agua, tierra, alimentos, etc…), y
altamente generador de contaminación tóxica y una huella ecológica que hacen
del planeta algo semejante a un vertedero.
a) El caos climático, producido por una superación de la carga del
planeta en materia de emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera,
cuyas consecuencias en el calentamiento global nos enfrentan a plazos exiguos
(a lo más cinco años) para emprender medidas planetarias de transición
energética hacia un sistema basado en energías renovables, electrificación del modelo
productivo y de transporte, extracción productiva de baja emisión en carbono, máxima
ecoeficiencia y reducido recurso a materias primas y energía.
b) Un proceso de finalización del acceso razonable y barato a energías fósiles, por lo
demás, las principales causantes de la emisión de gases de efecto invernadero.
El Peak oil ya se ha producido, y aunque nuevas formas agresivas de extracción
(fractura hidráulica, nuevos yacimientos en el Ártico, etc…) pueden retrasarlo,
o realizarse sustituciones internas entre diferentes fuentes (gas natural) con
mayores reservas, sin duda alguna es una de las razones de los grandes
conflictos militares y fronterizos de esta época. Urge sustituir estas fuentes,
sin caer en el abismo civilizatorio de las peligrosas centrales nucleares.
c) El agotamiento de tierras fértiles, materias primas de uso industrial y
zonas irrigadas con agua potable de calidad. El calentamiento, la erosión y
la desertificación están reduciendo las aguas dulces en La Tierra, y explican
en gran medida los conflictos en numerosas zonas del planeta. Las corporaciones
privadas globales se apropian de las materias primas esenciales, entre las que
destaca las bases de la industria alimentaria mundial. Las grandes potencias
están emprendiendo una adquisición a gran escala de zonas ricas en materias
primas, tierras fértiles y zonas abastecidas de agua (para riegos y uso humano)
cuya escasez está agudizándose cada vez más, más aún con las prácticas de
privatización en la propiedad y gestión de estos bienes comunes, socavando
principios clave como los de la soberanía alimentaria.
Los
desafíos para enfrentar estas cuestiones insoslayables comprometen a un cambio
de modelo productivo, de modelo energético, del sistema sociotécnico y al
propio modelo socioeconómico y político que toma decisiones y conduce los
anteriores.
Pero,
antes de entrar en estas materias, que caracterizarían el modelo en vigor y las
políticas que lo dirigen, la cuestión
social es el otro gran reto a enfrentar políticamente, y su deterioro es otra
de sus consecuencias, precisamente un plano más inmediato para la percepción de
la población. También en este caso el modelo socioeconómico y político, en el
que las grandes corporaciones financieras e industriales y determinados modelos
de Estado son los principales responsables, determinan las causas de la crisis
económica, el conjunto de desigualdades sociales, la extensión de un modelo
laboral que ocasiona mayor vulnerabilidad y peores condiciones y autogobierno
de la propia vida, un retroceso inaudito en la provisión de servicios públicos,
la garantía de prestaciones y derechos sociales y de ciudadanía, el
desplazamiento de las herramientas sindicales de negociación colectiva, la
pulverización de la democracia, la ampliación de la pobreza y los desahucios y
unas tasas de paro desconocidas desde la Gran Depresión. Nuevos fenómenos se
amplifican hasta niveles insoportables, tales y como son el paro de larga
duración, las dificultades de emancipación juvenil, el éxodo económico o
inclusive la “pobreza y precariedad laboral” (inestabilidad, empleos a tiempo
parcial, bajos salarios, etc…), trampa de la que es cada vez es más difícil
salir para cada vez mayor parte de las clases trabajadoras, a lo que se añade
una pérdida de la escasa autonomía económica lograda por parte de las mujeres,
que suelen padecer menores oportunidades laborales, menores posibilidades de
promoción, ocupaciones restringidas, una fuerte brecha salarial, mientras que
se sigue cargando la principal carga del trabajo de crianza y doméstico sobre
ellas.
Estas
nefastas consecuencias refieren a un origen: el sistema económico vigente y las
políticas que lo dirigen, en general, al servicio de los privilegios de una
minoría social.
El
gobierno de nuestra sociedad se concentra en una casta de burócratas políticos
al servicio de las grandes corporaciones privadas, para las cuales el aparato
del Estado es una herramienta de regulación flexible para consolidar los mercados,
facilitar las inversiones rentables a bajo coste fiscal y laboral y para
garantizar que el sistema financiero y la gran industria pueda recabar apoyos y
rescates ante eventuales crisis de envergadura.
El
modelo que siguen, una vez garantizada las bases institucionales de la
dominación política y de las relaciones de poder en las esferas estatal,
laboral y cultural, está fundado en lógica de la ganancia. Las decisiones de
inversión se toman en función de las expectativas y evolución de la tasa de
rentabilidad efectiva, en la que los excedentes obtenidos se le detraen el
reparto de dividendos y la carga financiera (de la que se apropian
accionariado, acreedores y rentistas, como agentes capitalistas principales).
En
la fase del ciclo actual, tras la crisis de rentabilidad de los 70, hay
contradicciones añadidas, fruto de las políticas de reestructuración y ajuste a
cuyos efectos recesivos se buscó compensar mediante la desregulación
financiera, desarrollo de políticas monetarias expansivas –especialmente
favorables al sistema bancario- en términos de comparación histórica, facilidad
y abaratamiento crediticio –hasta 2007-, en suma, la financiarización. A partir
de 2007 la combinación de un deterioro de la tasa de rentabilidad y un ascenso
de las cargas financieras constriñó los fundamentales de la acumulación
capitalista y, con ellos, se abrió una larga etapa de oscilación entre la
recesión y el estancamiento. La crisis financiera y la crisis bancaria eran
inevitables al finalizar las burbujas sectoriales e inaugurarse la destrucción
de capital ficticio que se ha dado en los últimos 6 años. La inestabilidad
financiera, fruto de una hipertrofia financiera exuberante y la crisis de los
fundamentales (inversión, crecimiento, empleo, salarios, etc…) nos plantean un
pronóstico desesperanzador.
En
toda esta situación, los principales actores aventajados han sido las grandes
corporaciones transnacionales privadas, con alto poder de mercado e influencia
política. Las estrategias de oligopolización, en forma de empresa-red
transnacional, de rescate estatal y de ajuste de empleo y salarial han
compensado en parte la reducción media de la tasa de ganancia efectiva, originando
una fortísima destrucción del pequeño empresariado (o reconvirtiéndolo hacia
figuras dependientes: autónomos, franquiciados, subcontratas, etc…) y ocasionando
un desempleo brutal. En términos de algunos economistas críticos, podríamos
estar atravesando una fase de decadencia, cuanto menos en Europa –extensible en
diversos grados a la tríada que suma a Japón y EEUU-, de la onda larga de
acumulación en vigor, en un capitalismo global donde emergen nuevas potencias
económicas. Las grandes corporaciones
exploran su transnacionalización, relocalizando las industrias manufactureras,
reservándose los procesos tecnológicos y
comerciales estratégicos.
En
el marco de la Unión Europea nos
encontramos con un marco institucional, económico y monetario propicio para el
capital transnacional europeo, y pronto, si se llega aplicar el Tratado de
Libre Comercio con EEUU, para el estadounidense. El Sistema Euro es la
arquitectura que determina la marcha de Europa, y que la constituye como un
área favorable al capital transnacional. El Sistema Euro equivale a un
entramado institucional, construido de manera asimétrica por acuerdos
intergubernamentales, en la que se articula una política económica basada en el
ajuste permanente (desde el Tratado de Maastricht, pasando por el Tratado de
Lisboa, llegando al Pacto Fiscal), un presupuesto público irrisorio (centrado
sobre todo en política agrícola), y la instauración de una moneda única, sin
armonización fiscal ni laboral, que, con el concurso del Banco Central Europeo
(pautado hacia el control de la inflación, la prohibición de ser prestamista de
última instancia a los Estados, y una política monetaria basada en la
flexibilidad cuantitativa al servicio de la confianza en los mercados
interbancarios, pero no de la función social del crédito), en el marco de la
libertad del movimiento de capitales y de mercancías. El Sistema Euro, podemos
resumir así, es el esquema institucional concreto con el que ha cobrado cuerpo
la financiarización y la austeridad en el continente.
Se
trata, el de la UE, de un modelo que implica exigencias permanentes de
devaluación fiscal y salarial, garantías y rescates para el sistema bancario
privado, en detrimento de las condiciones y servicios públicos para las
poblaciones europeas. Se trata de un sistema que propicia que aquellos países
con peor inserción en la división europea del trabajo y con una niveles de
productividad más bajos, acumulen permanentemente déficits en la balanza de
pagos, base que empuja a un mayor endeudamiento con las economías con mejor
situación en estos capítulos. Esto implica una concentración de capitales en
los países centroeuropeos, sobre todo en este periodo de gran recesión. La
ausencia de mecanismos de corrección y compensación aboca a un crecimiento de
los niveles de endeudamiento en la periferia europea, que comenzando con la
relajación sobre las pautas de regulación de la deuda privada, ha finalizado
por cargarse sobre la espalda del erario público. Cuando se supera el 450% del PIB en el
acumulado de todas las deudas en Estado español, la deuda se hace completamente
impagable y hace insostenibles políticas básicas atribuibles a la
Administración Pública.
Esta
deuda no sólo comporta un lastre
monumental para nuestra economía. La carga de la deuda soberana –síntoma y no
causa de la crisis- es fruto de una política de los últimos gobiernos de
socialización de las deudas privadas y su correspondiente conversión en deudas
públicas, empleando la desfiscalización permanente y la desviación de los
presupuestos públicos a rescates bancarios, subvenciones al capital y gastos
fruto del ascenso del paro (prestaciones de desempleo).
Los
corsés constitucionales (art. 135) y los compromisos hipócritas de control del
déficit (que se centran en recortes en servicios públicos y derechos sociales,
pera los que se acompañan rescates generosos con los rescates y la
desfiscalización al capital privado) han propiciado que hayamos pasado del 37%
del PIB en 2007 en deuda soberana hasta alcanzar el 100% en 2014.
Se
han aplicado sin piedad políticas públicas de austeridad y recortes, que
profundizan la recesión en la que está inmerso el capital privado, pautado por
una desinversión rentable de carácter selectivo, o por la relocalización
directa de capitales y unidades productivas, sino también fugas directamente de
capitales.
Para
propiciar una restauración de las tasas de beneficio se ha aplicado medicina de
caballo en materia de empleo, aplicando dos reformas laborales, la de 2010 y
sobre todo la de 2012, que alteran la naturaleza de las relaciones laborales en
el caso español. Se pulveriza la cobertura de la negociación colectiva, la
primacía de los acuerdos se dará en las empresas y no en los sectores, los
convenios decaen al año si no se renueven rompiéndose con el principio de
ultraactividad, y se abarata y facilitan las causas del despido de manera
drástica, generalizando la inestabilidad en el empleo, ampliando el empleo (y
desempleo) a tiempo parcial con bajos ingresos, y causando unas tasas de paro
en el entorno del 26%.
El
plano social es desolador. Recortes drásticos en el ámbito de la educación, de
la sanidad, de la atención a la dependencia, en materia de pensiones, la
privatización de las últimas empresas públicas, los despidos en los servicios
públicos, el recorte salarial y la reducción de las prestaciones sociales están
engordando los niveles de pobreza, exclusión social, haciendo que las
desigualdades se acrecienten.
Es
por esto que parece aconsejable emprender unas políticas que cuestionen el
modelo en vigor, en materia productiva, energética, económica, laboral y
social, bajo parámetros democráticos que, al día de hoy, brillan por su
ausencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario