3. Financiarización, sobreproducción y losa del endeudamiento.
Para afrontar el duro y conflictivo reto, es preciso contar con un diagnóstico, pero también un eje estratégico de medidas para afrontar los problemas que se están presentando y se van a manifestar próximamente.
La financiarización de la economía, que adopta múltiples formas y manifestaciones, no sólo es un rasgo de la economía contemporánea, en el que la toma de decisiones empresarial está condicionada a la valorización de un sinfín de títulos y bonos financieros (acciones, obligaciones, deuda pública, derivados, divisas, etc…). También ha sido un síntoma de la crisis capitalista, de su sobreproducción, y una respuesta para rodear y postergar sus consecuencias más inmediatas. Las políticas neoliberales, ante sus medidas recesivas, trató de realizar a una huída hacia delante para estimular la economía mediante una carga hacia el futuro, que cae como una losa sobre el presente, mediante un endeudamiento masivo. Todo ello acontece en un contexto de sobreproducción que origina una crisis, y que a partir de 2008 también implica una moderación de las tasas de beneficio, que está siendo enfrentada con políticas de austeridad productiva y salarial, para recuperar las tasas de rentabilidad, cuanto menos para cierto grupo de corporaciones privadas transnacionales aún a costa de causar crisis y situaciones generales depresivas y de transferencias de rentas del trabajo al capital, así como de destrucción del tejido productivo menos o no rentable, salvaguardando a un núcleo de la clase capitalista. En un contexto de agotamiento del crecimiento de los mercados, y de dificultades de rentabilización por encima de los flujos de devolución exigidos por el apalancamiento, la crisis económica se desenvuelve sin interrupción en una espiral perniciosa. Esta huída hacia delante fue posibilitada en su día por políticas crediticias permisivas, una política monetaria expansiva, y bajos tipos de interés reales, que tuvo efectos más desequilibradores en países con menor productividad comparada, peor posicionada en la división internacional de la producción, y mayor inflación. A las dificultades de la recuperación, en una crisis de sobreproducción, se le suma una losa de endeudamiento, de origen principalmente privado, así como políticas de ajuste salarial y productivo que están disminuyendo las inversiones y consumos, lo que no permite augurar ninguna prosperidad.
Esta situación puede ser nefasta, pero, manejada desde parámetros de izquierda puede paliarse sus efectos, así comportar una oportunidad para una reconversión ecológica de la producción. La intervención de situación de reestructuración financiera, debiera atender a cómo se reparten los esfuerzos de su carga. Al igual que debe contemplar qué clase o grupo social debe pagar más –nosotros reclamamos que los ricos y las rentas más altas que han gozado de la apropiación parasitaria del excedente originado en los frutos del trabajo y la naturaleza- también se debe prestar atención al destino de los activos, porque aquellos que aún comporten viabilidad y utilidad debe socializarse un esfuerzo para convertirlos en actividades del sector público para beneficiar a la sociedad, y aquellos que puedan reaprovecharse, pero deban reestructurarse, tienen la ocasión de reconvertir su aparato productivo con parámetros sostenibles e innovadores. Y aquellos inútiles o superfluos, insostenibles ecológica o energéticamente, o excesivos para la carga del entorno medioambiental en términos de consumo de materias primas, es una buena ocasión para reducirlos, en un decrecimiento socialmente controlado.
En términos globales y en primer plano social la crisis de empleo, con una tasa de paro que supera el 21%, la destrucción de la actividad en empresas con menos poder de mercado, y de las familias hipotecadas, son las situaciones más duras. Pero la deuda en su conjunto, como principal obstáculo al desarrollo económico (y como fuente de transferencia y apropiación de rentas por acreedores en posición dominante) es el primer problema socioeconómico. Tengamos, no obstante, presente que el principal peso de la deuda y su origen es privado (87% en España, en base a datos del Banco de España para el 2010). Los principales deudores son las compañías privadas, sean financieras o no, y después el sector público, y finalmente un segmento de los hogares, en forma de hipotecas asociadas al patromonialismo de la vivienda extendido en el Estado español. Y la gran banca, especialmente la internacional (sobre todo alemana y la francesa), es la principal acreedora.
En definitiva, lo que caracteriza estructuralmente el periodo actual capitalista es una crisis de sobreproducción hiperfinanciarizada. Esto aboca a un drenaje del exceso productivo en proporción a la necesaria destrucción de la burbuja financiera, asociada al enorme endeudamiento. La clave está en quién y cómo se va a hacer cargar los efectos depresivos de esta destrucción productiva y como se va a reconvertir el tejido productivo en crisis, y cómo se va a repartir el peso de la crisis. A este respecto, y frente a las políticas dominantes que están imponiendo un esfuerzo en exclusiva para las clases trabajadoras y populares, la respuesta ha de ser que la crisis la paguen los capitalistas, y en especial los más responsables de la misma.
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