17/4/11
La economía española, entre la coyuntura de crisis recesiva y la perspectiva de depresión
Daniel Albarracín
Marzo de 2011
La economía española ha vivido en 2010, al menos en su segundo semestre, un paréntesis en la recesión inaugurada desde la segunda mitad de 2007. En estos últimos meses la sangría productiva ha disminuido su ritmo, aún sin haber conseguido reducir la situación del alto desempleo. Algunas empresas sobrevivientes de la destrucción de tejido productivo han acaparado coyunturalmente las cuotas de mercado perdidas por las empresas destruidas, lo que les ha aliviado su situación. El descenso de la actividad se ha contenido, pero el extendido tejido empresarial más pequeño y débil sigue en grandes dificultades, si no ha desaparecido. En cualquier caso, se está lejos de los niveles productivos de los inicios de la crisis. Al mismo tiempo no hay motor que se vislumbre con el vigor necesario para reactivar el ciclo.
Es en este 2011 cuando se aprecian los depresivos resultados de los programas de austeridad y tijeretazos públicos de manera visible e intensa, así como los recortes salariales y de la congelación de las pensiones. Lo que, en un contexto internacional adverso supondrá una losa, a pesar de la recuperación de algunos países centrales europeos beneficiados por su tirón exportador. La economía española no está en las mismas condiciones y punto de partida de Alemania o Francia, y el marco de exigencias de la UE perjudica la evolución de nuestra economía. El “síndrome histérico” de la amenaza de los mercados, la crisis de la deuda, y de los rescates financieros, atenazan a nuestros gobernantes incapaces de zafarse de las recetas convencionales de austeridad. En este contexto, entre el estancamiento y las tendencias a la depresión, salvo que hubiese un giro drástico de la orientación de la política económica, el desempleo permanecerá elevado durante muchos años.
Fuente: Elaboración propia a partir de Banco de España. Leer de izquierda a derecha
Las perspectivas, tras este paréntesis, no apuntan a una recuperación, sino a todo lo contrario. La tasa de paro rozando el 21%, la caída de los salarios reales, la destrucción de empleo, el ajuste empresarial para conservar sus núcleos más rentables, la desinversión y la atonía del consumo se han instalado en nuestras vidas. Desde 2008 la inversión no deja de retroceder sin dar muestras de animación –con valores muy negativos (-6,98% en 2010, IIT, INE)-, y el consumo, tras un 2009 malo, asomó con datos positivos en 2010 (1,61%) muy poco significativos y frágiles. Como nota positiva, se ha producido un ligero repunte en la relación exportaciones-importaciones, por el impulso de los países europeos centrales, pero su repercusión global es poco perceptible en el PIB.
Las razones de una recesión que se inclina a la depresión.
Las razones de esta crisis son múltiples e interrelacionadas. Se ha señalado la crisis inmobiliaria, importante por su envergadura y por su peso en el Estado español pero este factor no es más que un síntoma de un problema más complejo. El sector inmobiliario se desarrolló como sector refugio para el capital cuando la rentabilidad de otros sectores empezó a declinar, y algunos sectores acabaron siendo un fiasco (por ejemplo, las viejas punto.com). Tuvo su prosperidad y recorrido en un contexto de bajos tipos de interés, fácil crédito y una enorme desregulación, en un contexto en el que otros sectores brindaban menos oportunidades de revalorización. El crédito masivo, medida empleada para huir y postergar una crisis general tiempo atrás larvada, condujo a una sobreproducción de viviendas que, con los límites al endeudamiento y el estrangulamiento al consumo, supuso el detonante de la burbuja inmobiliaria, y con ella, se dejó al desnudo los factores soterrados de una crisis más profunda.
Desde 1996 las facilidades y el abaratamiento del crédito empujaron a una prosperidad rampante, sin resolver problemas estructurales, a modo de anabolizante artificial de la economía. Los márgenes de explotación (la rentabilidad propia de la actividad, sin contemplar las cargas financieras o impositivas) empezaban ya a moderarse a partir de 2003, lo que era prueba del agotamiento del modelo. La sobreproducción saturaba el ciclo. Durante prácticamente once años y hasta 2007 la rentabilidad se repuso. A partir de entonces el parón de la demanda interna, el ascenso de la balanza de pagos (importábamos más que exportábamos), conllevó una caída de la tasa de rentabilidad media muy importante. La rentabilidad sobre recursos propios en 2007 se puso por debajo de los valores de 1994 y apenas se ha recuperado; y la rentabilidad media ordinaria sobre el activo si en 1998 estaba en 8,6% en 2010 es apenas del 5,2% (Fuente: Banco de España).
El proceso de endeudamiento masivo de las sociedades occidentales, especialmente del sector empresarial privado, ha sobrepasado cualquier límite sensato. La financiarización es un fenómeno extendido, con diferentes vertientes: supone que las empresas se financian sobremanera con deuda; que priorizan su comportamiento inversor según la valorización de las acciones en bolsa; que toman decisiones en función de las apreciaciones de los mercados financieros. La inmensa deuda privada y el fenómeno de la financiarización privada, en un contexto de rentabilidad decreciente habían arraigado en el conjunto de la economía, repercutiendo negativamente en los indicadores de solvencia privados, y colapsando una parte de todos los sectores. Altos beneficios y desinversión sólo eran posibles con efectos depresivos, destruyendo el aparato menos rentable. Y ahora, a la baja inversión le acompaña una tasa de beneficio más moderada que antes, aunque esta tasa no sea igual para un segmento empresarial que para el tejido productivo más débil y pequeño.
No obstante, aún cuando las tasas de rentabilidad decrecen, aún no lo han hecho drásticamente. El problema en primer plano de nuestra economía se localiza en el peso de la deuda (privada), especialmente de las empresas no financieras. A partir de los años 90 se disparó una monumental deuda que se hizo soportable mientras los rendimientos económicos fueron suficientes, combinados con tipos de interés y la concesión de créditos favorables, fáciles y baratos, que permitían la devolución de intereses y montantes. Pero esa diferencia se ha ido estrechando, hasta asfixiar a muchas empresas que no pueden pagar sus enormes deudas en este contexto recesivo de caída de ingresos y rentabilidad.
La creciente crisis de la deuda pública, exagerada en su importancia por los medios de comunicación y el gobierno, es consecuencia de una política de socialización de pérdidas, de rescates financieros, de desfiscalización a las empresas y rentas del capital, de subvenciones y bonificaciones a las empresas, que han generado una crisis fiscal sin precedentes, haciendo que la caída de los ingresos públicos sea muchísimo más relevante que el relativo ascenso del gasto público. Para financiar la actividad del Estado y realizar todo lo anterior se ha empujado a una emisión importante de deuda pública, en vez de recurrir a una reforma fiscal progresiva. En España el peso de la deuda pública todavía es pequeño, en comparación con otros países y perfectamente absorbible. En 2009 tenía una deuda pública del 52,2% mientras que la media de la UEM tenía un 79,2% (Alemania lo tiene del 73,4%).
La deuda pública es insignificante con la envergadura del endeudamiento empresarial, que representa el 78,27% del total de la deuda española para 2010 (Bco. España, sept). Ahora bien, si continúan las políticas en vigor, y esa parece ser la orientación de éste y próximos gobiernos, acabará siendo un auténtico problema. Porque la deuda privada terminará asumiéndola el sector público, salvaguarda del principal capital corporativo privado. Y, por tanto, los problemas privados de unos pocos los pagaremos entre todos. Si en vez de financiar el sector público con más distributivos y mejores impuestos (sobre el capital, el patrimonio y la renta), se hace con emisión de deuda pública, y si no se reforma el sistema financiero con otros criterios más exigentes, la espiral no tendrá fin.
Más grave será aún, en un contexto de ataques del mundo financiero, la presión al alza la prima de riesgo de la deuda soberana española. La devolución de los intereses drenará los presupuestos públicos cada vez más. Como puede comprobarse, el principal acreedor de nuestra economía es extranjero, fundamentalmente sociedades financieras alemanas y francesas. El saldo neto total de la deuda va en ascenso. Esa tendencia se corresponde con nuestra desfavorable relación exterior con la Unión Europea y nuestra negativa Balanza de Pagos. La política monetaria del Banco Central Europeo y los contenidos del Tratado de Lisboa son un claro obstáculo a nuestra recuperación. Si esto es así, el anunciado Pacto por el Euro (Pacto de Competitividad) no esboza precisamente ninguna mejora al respecto, sino que anticipa una más fuerte moderación salarial (alineamiento de salarios nominales con la productividad, borrando cláusulas de revisión) nuevos recortes en pensiones, y consagración constitucional de límites al déficit y deuda pública.
La distribución de la renta.
La producción anual se reparte en tres grandes partidas (entre los que se incluye los impuestos netos a la producción), pero fundamentalmente entre la masa de beneficios (Excedente Bruto de Explotación) y masa de salarios (Remuneración de asalariados). La tendencia en estos últimos quince años es que, con la caída del fondo de salarios, la remuneración de asalariados pierde terreno respeto al Excedente Bruto de Explotación, lo que quiere decir que aumenta la parte de la “tarta” en manos del capital.
Fuente: Contabilidad Trimestral Nacional de España, INE.. Leer de derecha a izquierda.
Salarios y Nivel de vida.
A pesar de las tendencias deflacionistas, la tasa de inflación asciende al 3% (dato definitivo del IPC, INE), tras el 1,4% de 2008 y el 0,8% de 2009. Esto obedece al fuerte incremento del precio de la energía y, también como consecuencia de lo primero, de los alimentos, la base de la inflación subyacente. La crisis de la energía (y los posibles problemas de suministro ante el conflicto político magrebí y del cinturón árabe) y, en menor medida, la especulación alimentaria, están repercutiendo en los precios en España.
A partir de 2010, la evolución creciente del IPC, en contraste con la contención gradual de los salarios, implica un retroceso en el poder adquisitivo medio. La evolución salarial de lo pactado en convenios, seguía una línea pareja al IPC, siendo algo superior a la inflación en los dos primeros años de crisis. Pero ahora ni la inflación es baja y además los salarios se contienen severamente.
El salario medio (de los que siguen empleados) aumenta, pero no es causa de incrementos reales sino de la desaparición de empleos temporales con bajos salarios, lo que aumenta la media meramente a efectos estadísticos. Ahora mismo la contención de salarios (que había sido inferior al descenso del IPC) cambia, y el IPC rebasa la evolución salarial pactada, en detrimento del poder adquisitivo general de la población empleada, a lo que se suma la dura situación de la población desempleada.
La tendencia con el crecimiento de los precios y la caída de los incrementos salariales rápidamente intensifica la pérdida de capacidad de compra de la población asalariada cubierta con negociación colectiva –y en peores circunstancias estará el resto-. Al tiempo que en algunos sectores y empresas también introducen dinámicas de retroceso de los salarios nominales (caen los salarios, incluso sin valorar la inflación). La influencia en el consumo se hará inmediata, más aún cuando crece el ahorro por motivos de precaución ante las malas expectativas.
Las previsiones y la confianza de los consumidores han marcado una tendencia muy negativa en estos tres años de crisis, y parece que cuando parecía que se podrían reestablecer vuelven a retroceder, según datos consultados del Banco de España en base a diferentes encuestas sobre expectativas de consumo.
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