Dicen los sabios más sensatos que el neoliberalismo se ha extendido tal cual credo postmoderno. La economía, invocada como ciencia, es manejada como alquimia. Se confía en ella por principios de fe, cuyos argumentos se repiten como mantras, rutina de recetas tautológicas. La economía constituye la mística de nuestro ahora. Unos la veneran, otros la temen.
Pocas instituciones como la banca, junto a ministros de Economía y presidentes de bancos centrales –gurús del sacerdocio monetarista-, representan mejor la figura de Iglesia (del Estado y el Mercado) capitalista.
El sistema monetario es fiduciario. Nos cambian un euro por nada si vamos a los bancos centrales. Antaño el oro respaldaba el dinero. Luego fue el dólar, hasta que Nixon negó
Apenas se concibe no hacer cualquier transacción o mantener la inmensa parte de nuestro dinero en una entidad financiera. Estas entidades dicen tenerlo en depósito. Más bien lo que protegen es la promesa de que ahí estará cuando lo pidamos de vuelta. La práctica desaparición de los coeficientes de caja (el porcentaje exigible de dinero disponible de facto para hacer frente a peticiones de los depositantes) aumenta la liquidez del banco. También supone un riesgo. Bastaría que un 1% de los depositantes decidiesen sacar su dinero al mismo tiempo para poner en un grave aprieto a cualquier entidad bancaria. La razón es clara, el banco no guarda nuestro dinero, lo mueve allí donde obtiene mejor rédito.
El sistema financiero engrasa los intercambios, financia inversiones y compras, emplea las cuentas que allí depositamos, y actúa en el mercado de valores y capitales. Sin su concurso apenas nada funcionaría, la cuestión es que funciona al modo que ellos indican. Sencillamente, ahora, si el trabajo es el pulmón que aporta oxígeno y vigor a la economía, el sistema financiero es la sangre que lo permite circular. Ahora, el circuito arterial, ¿hacia dónde va?.
La actividad crediticia sigue el ritmo de la economía, porque la rentabilidad financiera sólo puede nacer de la economía real. Eso no impide que las finanzas alteren dicha economía real, e incluso, siempre temporalmente, se divorcie de su cíclica.
Ahora bien, los márgenes de intermediación (2,02% s/activos totales medios en 2004 y 1,78% en 2005; en 1988 era de un 4,2%) se han ido moderando paulatinamente. La razón del estrechamiento, amén de la “competencia” (cada vez más oligopolística, debido a la concentración del sector; y la peculiar participación de las Cajas de Ahorros), la trae la confluencia de bajos tipos de interés –etapa que ya acaba- y una inflación persistente en niveles altos respecto a la UE.
Sea como fuere, el volumen absoluto y relativo de beneficios aumenta, con ratios de eficiencia y rentabilidad campeonas en
La dinámica aboca a que el sistema financiero desempeñe un papel central. La banca, salvo las idiosincrásicas cajas de ahorros –gobernadas parcialmente por las CCAA-, se desprende de sus participaciones industriales, pero eso no impide que su influencia siga siendo determinante. Ser un importante acreedor también confiere gran poder industrial. Según el Banco de España, la adquisición neta de acciones y otras participaciones por parte de las instituciones financieras ha pasado del 4,2% al 1,3% del PIB entre 1998 y 2005.
El capital ya no compite entre sí como antes (terratenientes, contra industriales, contra financieros), pues prácticamente han encontrado sus intereses en común en una estrategia patronal contra las condiciones laborales y la protección social. Los miembros de las clases dominantes cambian de entidad recurrentemente, mantienen lazos y forman una línea bien comunicada entre direcciones empresariales –públicas y privadas- y grupos políticos influyentes, intercambiando sus dirigentes. Una práctica de solidaridad de clase.
Estado y banca son cómplices del status quo. La banca financia a algunos partidos con opción de poder. El Estado respalda a la banca, y sanea bancos en crisis, socializando sus pérdidas. Desde la transición, el coste por haber intervenido ante situaciones de crisis bancarias, ha ascendido a 3.558 millones de Euros (Según Expansión.com, M.A.Patiño 13/6/06), tratándose de la suma del saneamiento de casi 70 entidades. Banco Navarra (1978), Rumasa (1984), Ibercorp (1992), Banesto (1994) –el saneamiento más caro- o Eurobank (2003) son algunos ejemplos. El Estado interviene para ayudar a la banca, siendo la sociedad, los trabajadores y trabajadoras, quienes responden y sufren ante sus fracasos e irresponsabilidades. Pero los beneficios, en cambio, son privados.
La banca pública ha sido privatizada. El sector público hace dejación, confiando toda la gestión a la acción privada, sus criterios rentabilistas, y al mercado capitalista. Hasta la política monetaria y cambiaria está secuestrada por los técnicos monetaristas del Banco Central Europeo. Sería preciso un modelo bancario con criterios socialmente útiles. Sólo una banca pública, gobernada democráticamente, y por otras manos, podría garantizarlo. Es, en suma, cuestión de crédito, y qué o quién lo merece.
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