La miríada de las crisis y el crisol del cambio: Una aproximación a la llamada crisis financiera.
Daniel Albarracín y Eduardo Gutiérrez. 28 de Noviembre de 2008.
Daniel Albarracín y Eduardo Gutiérrez. 28 de Noviembre de 2008.
Publicado en www.nodo50.org/codoacodo
Cuando se nos pregunta acerca de la crisis económica en curso, debemos recordar que esta debe encuadrarse dentro de una crisis civilizatoria, ecológica y social, en medio de una crisis de materias primas básicas (agua, energía, alimentos), que, en el marco sociopolítico de unas relaciones sociales determinadas, constituyen el contexto del modelo económico y su dinámica.
Hasta hace muy poco en los países del Norte se vivía con autocomplacencia una ola de aparente bienestar que prometía un futuro providencial. En los últimos ocho años mencionar la crisis era propio de agoreros o de locos. Sin embargo, las contradicciones de aquella evolución desequilibrada ahora parecen estallar con unas dimensiones que cada día abofetean la incredulidad de aquellos que aún niegan lo evidente.
Primero, la negación, luego los eufemismos, y ahora los incrédulos realizan un ejercicio de escapismo para ocultar la profundidad de la crisis que, desde ya, nos va a acompañar unos cuantos años, aún cuando en los países periféricos forma parte de su modo de vida desde hace tiempo. Y es que la crisis es algo incómodo.
Se trata de una mala práctica la de sólo querer aproximarse a los problemas desde la constatación de sus síntomas. Se trata de una perversión cuando sólo se quiere abordar aquellos que afectan a intereses parciales, generalmente de índole privada.
Para comprender lo que le sucede a la civilización capitalista, tan incivilizada ella, conviene desplegar los diferentes planos de su dinámica. Porque crisis significa cambio. Si algo caracteriza al capitalismo es su transformación constante. Lo que no significa que su orientación nos satisfaga a sus víctimas. La crisis es connatural al capitalismo, comenzando desde la destrucción de viejas formas sociales (vida rural, relaciones antiguas, formas de convivencia, criterios de asignación socioeconómica) pasando por sus ondas de acumulación en forma de ciclos de larga y corta duración.
Está crisis comporta varias crisis al mismo tiempo. Sus dimensiones refieren, de manera más inmediata, al plano de la saturación de ciertas vetas de mercado, que acabaron su recorrido, tal y como representa la construcción y el mercado inmobiliario. Aquella veta supuso una oportunidad transitoria que respondía a una política financiera que para salir de viejas crisis, la del ciclo agotado en el 98 con las punto.com, planteó tipos de interés reales bajos y desregulación del sistema de crédito. A su vez, aquella situación derivaba de una anterior crisis, la de México 87, en la que los circuitos de extorsión internacional a través de la deuda se colapsaron. Los periodos de expansión débil de una fase siempre eran salidas en falso, de alivio transitorio, a una crisis que se escondía con anabolizantes, sin resolver sus problemas de fondo.
De manera más coyuntural también obedece a una crisis industrial periódica. En esta ocasión por saturación de varios mercados. Aunque ahora no es la causa principal. De fondo nos encontramos con las tensiones de la dinámica de acumulación con la presencia de resistencias estructurales para la ampliación de la tasa de rentabilidad. Sin embargo, tampoco ahora es la cuestión explicativa principal.
Efectivamente, la tasa de rentabilidad, indicador que clásicamente hemos analizado para dar cuenta del vigor de la acumulación ha desarrollado una tendencia singular. En los años 70 se vino abajo, y causó estragos en la industria. Los poderes optaron por conceder la hegemonía a parámetros de gestión neoliberal que impuso una nueva política económica. Una vez que la izquierda política y sindical se ha plegado a cambio de integrarse en espacios institucionalizados y con recursos para convertirse en mero agente consultivo, se han subordinado los derechos sociolaborales, la evolución de los salarios directos e indirectos, en favor de la intensificación de las plusvalías relativas. En los años noventa, no sin deteriorar severamente las condiciones sociolaborales de la mayoría de la clase trabajadora del Norte, y sacrificar las condiciones de subsistencia de los pueblos del Sur, las tasas de rentabilidad se incrementaron notablemente. En este comienzo de milenio estaban empezando a alcanzar los niveles de las décadas de la segunda posguerra mundial. Entonces, ¿esto avalaba las tesis de los analistas que afirmaban la incorporación a una nueva onda larga expansiva?. Pues no parece que sea así.
La remontada de la tasa de beneficio del capital se estaba gestando a cambio de larvar una crisis de inversión, seleccionando, racionalizando costes al milímetro, sólo aquella que proporcionasen mayores ratios de rentabilidad inmediata, a corto plazo. La crisis de demanda aún no se manifestaba, a pesar de que la moderación salarial y el recorte de derechos era la tónica, a cambio de que las familias trabajadoras (para obtener un ingreso ajustado para su integración social) dispusiesen más miembros para la explotación laboral, retrocediesen en la cantidad y libertad de uso de su tiempo libre, e hipotecasen sus cuentas con endeudamientos colosales, por ejemplo, en la partida de la compra de una vivienda.
La tasa de rentabilidad se entiende como el ratio que compara la tasa de explotación (la proporción en que el capital extrae el excedente del valor producido por la fuerza de trabajo) poniéndola en relación con la composición orgánica (la proporción entre inversión en capital constante –fijo y circulante- y capital variable –el fondo económico que emplea a la fuerza de trabajo-)[1]. Las condiciones del desarrollo capitalista se habían tensado al máximo, y si se rompía el frágil equilibrio plantearía un colapso del actual sistema ambiental-económico-institucional en cualquier momento.
Además, las tensiones de los ciclos, en un contexto en el que la rotación del capital se aceleraba, podían transferirse o derivarse transitoriamente en el tiempo o geográficamente, pero no evitarse. Los países centrales, como EEUU, podían derivar sus crisis a otros países dependientes, jugando con su divisa, su capacidad de negociación, merced a su hegemonía diplomática-militar, durante un tiempo, mientras acumulaban la deuda externa y pública de mayor envergadura del planeta. Asimismo, los Estados, empresas y familias se endeudaban, en un contexto de permisividad crediticia sin parangón, postergando hacia el futuro la asunción de sus responsabilidades económicas presentes.
En efecto, lo que caracteriza principalmente la actual crisis económica es, posiblemente, una generalización masiva del endeudamiento. En palabras técnicas, un apalancamiento financiero a gran escala. Como posiblemente sabrán, el apalancamiento financiero se basa en funcionar o invertir con recursos ajenos en una proporción tan alta, que pueden multiplicar por varias veces el nivel de los recursos propios, debilitando a éstos como garantía. Esta práctica permitía retrasar la explosión de muchos mecanismos notablemente exhaustos y desencajados.
Ahora bien, esta práctica en algunos casos ha ido incluso más allá. Este sería el caso de la proliferación de sociedades de inversión (fondos de inversión o hedge funds, capital riesgo, fondos soberanos, fondos de pensiones, fondos de grandes fortunas) que, con la complicidad, aportación y financiación de la banca, cajas de ahorros y empresas de seguros, movía y destinaba importantes volúmenes de capital a adquirir el accionariado de empresas rentables (o a prestar dinero con tasas de retorno escandalosamente altas), con niveles de apalancamiento que superan sus recursos propios varias veces[2]. Esto ha propiciado, que estos fondos hayan comprado (a base de préstamos muy por encima del capital propio) empresas (como Dinosol, El Arbol, TPI-Páginas Amarillas, Futura, Martinsa-Fadesa, UPS España, etc… ) a las que luego les han transferido su deuda –mediante primas de emisión, fusiones, compras de acciones propias, y otras operaciones societarias-, y han puesto las acciones compradas como garantía. Se han dedicado a racionalizar la actividad de esas empresas a niveles insospechados. Racionalización que ha derivado en segmentación de la empresa en un entramado de empresas auxiliares mediante la externalización y subcontratación sucesiva (de las partes más arriesgadas o menos rentables de la actividad), la venta de fragmentos de la empresa, el recorte de empleos, la intensificación de los ritmos de trabajo y la extensión del tiempo de trabajo, o mediante el vaciamiento de contenido del activo. Esto pone en peligro, ya lo ha puesto, la viabilidad y, ni que decir tiene, la capacidad de mantener la producción más útil y de calidad e impide una dinámica de innovación o de mejora. El propósito consiste en obtener rápida liquidez para dar más “valor al accionista” (en forma de dividendos) o al “obligacionista” (mediante la devolución de réditos del préstamo contraído).
La desregulación del sistema financiero ha hecho posible iniciativas de alto riesgo, en un contexto de bajos tipos de interés reales donde la industria financiera, para obtener masas de beneficio con márgenes financieros bajos, optaron por conceder créditos de cualquier manera. Mientras tanto los bancos centrales hacían dejación del control básico, y así prácticamente desaparecían los coeficientes de cajas y las reservas obligatorias para hacer frente a la devolución de depósitos o para hacer frente a problemas de capitalización en situaciones adversas. Además, la regulación financiera hizo una apuesta radical por facilitar la movilidad del capital, por desfiscalizar sus inversiones, por no condicionar ni supervisar sus conductas, y por ser completamente permisivos con la presencia de espacios sin impuestos como son los paraísos fiscales que coartaban la eficacia y propósito de cualquier normativa reguladora, chantajeando así a los Estados para flexibilizar más cualquier condición al capital financiero.
En estas condiciones, muchos analistas han querido explicar la crisis como una mera crisis de liquidez. Es decir, como un problema de cortocircuito del crédito, por un problema de confianza y de gestión de los propios fondos de tesorería y liquidez.
Sin embargo, la crisis de liquidez no es sino consecuencia de una crisis de solvencia de unas proporciones desconocidas hasta ahora. Cuando la mayor parte de los agentes económicos han puesto al límite su funcionamiento por unos niveles de endeudamiento difícilmente sostenibles, los problemas no podían sino estallar más tarde o más temprano. Y ha estallado ahora. Las cosas podían seguir adelante mientras los ingresos periódicos pudiesen cubrir las obligaciones de devolución de los compromisos adquiridos. Basta con que algunos mercados se desaceleren para que la economía se desplome como un edificio de naipes.
Esta nueva estructuración del desarrollo capitalista ha imprimido, al menos en los últimos diez años, una dinámica singular. Hasta ahora la tasa de rentabilidad, confirmación de la obtención de un retorno por la inversión, e indicador que movilizaba el excedente hacia esa inversión, era la referencia de la acumulación de capital. Ahora bien, con la extensión de los privilegios a los inversores capitalistas, y a las sociedades gestoras de sus fondos o con el marco jurídico protector de las corporaciones o sociedades anónimas (leyes concursales, derecho mercantil, etc…) el universo de intereses de la empresa hasta ahora conocido ha sido profundamente alterado por un cambio de prioridades. Efectivamente, ahora las empresas no buscan simplemente un beneficio en sí mismo sino que éste es tan sólo un instrumento para proporcionar dividendos o intereses a accionistas y prestamistas (el capital financiero) totalmente indiferente a los procesos socialmente productivos.
Es decir, una creciente proporción de la tasa de beneficio se retiene para proporcionar ese “valor para el accionista”, o interés para el obligacionista, impidiendo que el excedente se reincorpore a la inversión, en forma de mantenimiento, expansión productiva, o innovación tecnológica. Nos encontramos con que no sólo se presiona al incremento de la tasa de explotación, sino también a la moderación de la evolución de la composición orgánica del capital. Se adelgaza la capacidad productiva en aras de que el cogollo productivo que queda después de la purga de las áreas de menor o más volátil rentabilidad, sea lo más rentable posible en poco tiempo. Ese excedente simplemente engrosaría las cuentas de una clase capitalista financiera aventurera y depredadora.
Se habla, así, de una tasa de beneficio retenido[3], pulverizando la capacidad de la masa de beneficio de animar la acumulación, la inversión y el crecimiento, como antes, porque simplemente desvía gran parte del excedente para engrosar las arcas del Management financiero.
El sistema financiero, en este contexto, empieza a padecer los riesgos en que había incurrido. La morosidad empieza a repuntar[4]. Las sociedades de inversión observan como les aprietan sus obligaciones de pago, y las empresas ya no pueden reportar tasas de retorno de un 20% como les exigían los prestamistas. Empresas, como Ono, con mayoría accionarial de fondos de inversión, en una empresa cada vez más rentable y puntera, exigen mayores ganancias, y recortan en 1300 personas su plantilla.
Así, una crisis de fondo y una crisis coyuntural se combinan con una financiarización de la economía de un modo fatal[5].
La manera de afrontar este cataclismo ha sido la intervención del Estado que transfiere el problema de la banca –que no es el sector más afectado y que además es un agente directamente responsable que ha causado la situación- a las cuentas públicas. También se propone apoyar al sector automovilístico. ¿Cuál será el siguiente sector?. O darle a la maquinita de crear moneda (EEUU). Pero el alivio de la liquidez no resuelve el formidable problema de solvencia generalizado. Sólo encaja un problema del sector privado en el presupuesto público. Para el año próximo alcanzará el 4% del déficit público el presupuesto español. Ha sido la crisis y no los movimientos sociales quienes derrumban el Plan de Estabilidad de la UE.
Hasta ahora, los diferentes países, y el G-20 sólo han discutido sobre la modalidad de socialización de pérdidas[6] a emprender. Unos apuestan por comprar activos (de mayor o menor calidad), otros por comprar acciones y participar en un rincón, sin hacer ruido, en los consejos de administración. La UE plantea reducir impuestos ¿y qué pasará con las políticas sociales del Estado?. Las nacionalizaciones sólo se plantean para salvar a la tecnostructura (gestores de y directores de empresas) responsables de la situación. Los poderes no se plantean decididamente socializar los sectores estratégicos, intervenir los mercados, y planificar aspectos fundamentales de la economía con criterios que reestablezcan una asignación de recursos solvente y, mucho menos, orientada a la satisfacción de necesidades sociales o a garantizar la sostenibilidad medioambiental. La bolsa, ha caído más profundamente que en 1929, y ésta sólo expresa un síntoma de expectativas a corto y medio plazo sobre la crisis. Una crisis capitalista más profunda que ninguna anterior.
El desenfoque de la izquierda.
La izquierda se ha enfrentado a este tipo de fenómenos, en términos generales, con una suerte entre el desconocimiento y la simplificación, sin referirnos a aquellos que apostaron por contribuir a gestionar compasivamente una política neoliberal. La economía no deja de ser un aspecto social y político central de nuestras vidas, pero ante su relativa complejidad se abandonó el intento de su comprensión. Así las cosas, ha sido muy frecuente escuchar afirmaciones sumarias que localizaban el espacio financiero en un lugar etéreo casi fuera del mundo. Se ha dicho que el capital, abandonando la baja rentabilidad de una economía real, se escapaba al mundo de las finanzas. Ese “otro lugar” se presentaba como un espacio de intercambios de papeles sin más abonado a una especulación, sin explicar por tanto el origen de sus fabulosas ganancias. Con estas poco fundadas metáforas al llegar la crisis muchos se han conformado con contemplar el desplome que, según ellos, sólo afectaría a esos usureros especuladores como si se encontrasen al margen de nuestra realidad y no nos llevasen consigo.
Pues no, no es así. No existe un “más allá financiero”, sino que éste está siempre más acá. Lo que ha sucedido con la esfera financiera es que la desregulación de dicho ámbito y la fluidez de su movilidad permiten que el capital financiero cambie con mayor agilidad de actividad en busca de mayor rentabilidad. Además, la regulación flexible ha abierto ciertos vacíos propicios al fraude alegal (por ejemplo, compra de empresas mediante apalancamiento financiero para luego trocearlas y vaciarlas, con nuevas prácticas de desinversión rentable) que pueden ocasionar la quiebra injustificada de empresas viables, socialmente útiles o el desmantelamiento de empresas rentables. En suma, si la esfera financiera, como pasivo, se viene abajo, arrastra a la economía, como activo, siguiendo la metáfora contable.
Desde la izquierda se ha hablado sobremanera de la especulación (inmobiliaria, financiera, comercial, etc…) como causante de todos los males que nos aquejan. Sin embargo, la razón de la “alteración de los precios” (sea de vivienda, del tipo de interés, o del precio de venta al público) no puede atribuirse al juego oportunista de intermediarios en un intercambio, sino a un auténtico ejercicio de poder. Efectivamente, en los “mercados” (que desde luego no son igualmente libres para todos), hay algunos actores que pueden imponer en la negociación sus condiciones. Esto es, si sólo denunciamos la especulación desenfocamos y vaciamos de contenido nuestra comprensión de lo que sucede. Y además corremos el riesgo de hacer pensar que, si no hubiese oportunismos e información asimétrica, el mercado funcionaría por sí mismo correctamente. Nos olvidaríamos de que el problema no es, por otro lado, el mal fluir del mercado, sino el marco capitalista en el que este se despliega, con unas relaciones sociales desiguales determinadas (entre clases sociales, entre unidades productivas, etc…) que se basan en un sistema social complejo que no refiere precisamente a un intercambio, sino a una forma de dominación y explotación.
Una necesaria respuesta política organizada desde la izquierda anticapitalista
Muchos anhelan fáciles recetas para salir de esta crisis, en la que los principales causantes ya están pergeñando estrategias para blindarse y derivar a los más débiles sus consecuencias. La estrategia de las clases dominantes y sus adláteres consiste en: una intervención del Estado que lleve a cabo una socialización de pérdidas, cargando a la espalda de los y las trabajadoras los desaguisados privados; y en monopolizar las áreas de actividad que son más necesarias para la población y para el desarrollo socioeconómico (energía, comunicaciones, alimentación, materias primas, etc…). Los gobiernos, financiados y apoyados por intereses privados, responderán con un condicionamiento mínimo para proveer con fondos públicos a las grandes corporaciones. Precisamente esas grandes corporaciones, reeditarán – aún lo siguen haciendo - y profundizarán la extracción de plusvalía por vías financieras, de rentabilidad económica y de racionalización o incluso destrucción del aparato productivo, de una manera poco sensible a la sostenibilidad ecológica y social, más allá de lo que las fuerzas sociales impongan con movilizaciones a la ofensiva. Los gobiernos, en esta democracia burguesa de baja intensidad, harán regresar fórmulas de desfiscalización del capital y de las clases dominantes; reformas que hagan retroceder los salarios directos e indirectos, las políticas de bienestar social, o inclusive los derechos sociales y políticos que puedan incomodar al proceso de acumulación capitalista.
Desde las organizaciones políticas favorables a las clases trabajadoras, las organizaciones sindicales y los movimientos sociales es más importante que nunca agruparse para levantar un programa de acción que combata esta dinámica.
- En primer lugar, hay que cuestionar las relaciones de poder institucionales, jurídico-políticas e ideológicas que conducen una economía y relaciones sociales en contra de la inmensa mayoría de la población mundial. Esta es la tarea previa, como condición necesaria, a todas las demás.
- A partir de ahí hay que poner en práctica, paralelamente, una dinámica democratizadora constituyente y participativa que abra paso a nuevas instituciones populares.
- Que pongan la economía y sus sectores estratégicos (sistema financiero, energía, comunicaciones, alimentación, vivienda, educación, sanidad, etc…) bajo una planificación democrática descentralizada de grandes líneas que decida cuáles son las áreas de inversión socialmente idóneas, y que garantice una eficiencia y solvencia productiva –frente a una gestión burocrática o una producción sucia e insostenible basada en la maximización de beneficios y la máxima extracción del excedente originado en la explotación de la fuerza de trabajo y de la naturaleza-. Que deje un lugar al mercado (no capitalista) y bien regulado para el conjunto de bienes y servicios imposible –e innecesario- de planificar, y que estimule la iniciativa y creatividad de los miembros de la sociedad animando y prestigiando el trabajo colectivo con fines de utilidad social y desarrollo personal.
- Que conciba una planificación de la economía que evite los abusos y errores de viejas experiencias del denominado socialismo real. Que incluya planes de sostenibilidad y regeneración ecológica del sistema productivo empleando y diseñando los avances tecnológicos para un mejor uso más eficiente, de mínimo despilfarro, de las materias primas y energías, y que minimice los residuos y puedan ser reaprovechados en ciclos de producción sostenibles venideros.
- Que al tiempo que socialice los medios de producción estratégicos no impida la propiedad de los bienes de consumo básicos, y consiguientemente un ingreso universal garantizado, que garanticen la autonomía personal y familiar. Una política económica que asegure una redistribución de la riqueza y de las rentas impidiendo cualquier forma de explotación, dentro de los márgenes posibles.
- Que también haga posible una mayor disposición del tiempo libre con una redistribución de todo el trabajo y una reducción de la jornada laboral.
- Que incorpore una línea de expansión internacionalista y solidaria de esta política conformando cada vez mayores áreas regionales que integren a los pueblos en un desarrollo conjunto, de un modo que sea emancipatorio y autodeterminado en cada caso.
[1] La tasa de beneficio en puridad se mide como:
T.B= (plusvalía/capital variable)/((capital constante/capital variable)+1)
[2] .- De hasta 30 veces sus recursos propios en los Hedge Funds orientados a la compra de “valores-empresas en crisis”·. Estudio sobre la industria de Hedge Funds. CNMV.Febrero 2006.
[3] Álvarez Peralta, Ignacio (2007) “Financiarización, Nuevas Estrategias Empresariales y Dinámica Salarial. El caso de Francia entre 1980-2006” Universidad Complutense de Madrid. Septiembre de 2007
[4] “Las familias deben un billón de euros en hipotecas y la morosidad se ha triplicado en un año hasta el 2,5%. Un informe de ING señala que a partir del 15% de morosos, el sistema se derrumbaría. El presidente de Caixa Catalunya, Narcís Serra, no descarta que se llegue al 9% en esta crisis” Ramón Muñoz (23-11-08) “Cuando las cosas van de verdad mal”. El País.
[5] Gutiérrez, E. y Albarracín, D. (2008) “Financiarización y economía real: perspectivas de una crisis civilizatoria”. Viento Sur. Número 100.
[6] Álvarez, I. y Medialdea, B. (2008) “Financiarización, crisis económica y socialización de pérdidas”. Viento Sur. Número 100.