Financiarización y ¿nuevo ciclo de acumulación?
Eduardo Gutiérrez y Daniel Albarracín
5. ¿Crisis y transición hacia un nuevo ciclo sistémico de acumulación?
La crisis señal (Arrigui, G; 1999) expresada en 1970, la acumulación rampante y la hipertrofia financiera posterior no son sino signos de un posible cambio en el curso de la historia capitalista. Nada permite presagiar un único escenario de futuro ni mucho menos sus rasgos con precisión. No hay mecanicismo en la historia ni menos aún linealidad. No obstante el alcance de la crisis actual advierte de una tensión de gigantescas proporciones cuyos puntos extremos de posibilidad pueden, al menos, reflexionarse y discutirse.
En primer lugar, la tasa de beneficio en los países industrializados tuvo un descenso notable desde fines de los 60, se atravesó una crisis sangrante en los años 70 y se sustituyó la política keynesiana por una de orientación neoliberal, que privatizando bienes comunes y públicos permitió una recuperación desde los años 90, a niveles insuficientes tanto para recuperar la tasa de acumulación y crecimiento a una escala comparable al periodo de posguerra como, mucho menos, inaugurar una nueva onda larga de prosperidad en una espiral duradera (Albarracín, J.; 1994). Por otro lado, la hipertrofia financiera ha supuesto al mismo tiempo un lastre para la reinversión del excedente (se ha retenido parte de este para remunerar al capital financiero) como un impulso a la apropiación creciente de esa misma fracción de la masa de beneficios extraída al trabajo.
Cabría pensar una dinámica en lo sucesivo de crisis periódicas, ciclos industriales de corta duración, cada vez más profundas y prolongadas, y recuperaciones cada vez más efímeras y débiles. Como el “sueño de Schumpeter” (1942) (el heroísmo del emprendedor innovador) se viene abajo, es posible que una parte del capital haya apostado por una pesadilla: la destrucción “creadora”[1], en su versión más cruda. Ahora bien, esa destrucción no parece que vaya a tener lugar sin costes sociales ni costes sistémicos para muchas otras fracciones del capital, y sólo se producirá tras una eliminación de una gran parte del capital productivo o de la competencia. Por el contrario, parece que la destrucción sólo cabría definirla como de “apropiativa” por parte de minorías blindadas de las clases dominantes, porque al tiempo que se elimina competidores y capacidad productiva apenas se crea nada nuevo ni mejor.
En este sentido, no parece convincente admitir que los agentes y sujetos de la burguesía no estén previendo esta prognosis, que no estén diagnosticando con inteligencia la situación, ni mucho menos que estén haciendo dejación de una estrategia. Bien es cierto que la sociedad capitalista da mucho margen al desorden, que el mercado es propicio para la exuberancia o el estrangulamiento siempre desequilibrantes y más de las veces contraproducentes, que entre la burguesía hay muchos grupos que responden a intereses no siempre convergentes, y que las fracciones del capital pueden colisionar en ocasiones entre sí.
En esta línea de reflexión parece que los agentes de la burguesía no pueden alterar la inercia del desarrollo capitalista a la crisis sistémica y la degradación socioeconómica cíclica. Pero al menos una parte de ellos cuentan con un diagnóstico y han inaugurado una serie de medidas y acciones empresariales y políticas para blindarse ante la crisis y tratar de derivar hacia otros segmentos sociales los costes de esta fase entre la ralentización, la parálisis y la depresión.
Si la exuberancia del capital financiero de los últimos veinte años obedece a una huída de la inversiones industriales y comerciales tradicionales[2], con rentabilidades cada vez más dudosas y rampantes, y agotadas las oportunidades que prometían áreas de negocios “prometedoras y tecnológicamente innovadoras” (las punto.com, por ejemplo); o las áreas económicas emergentes en los países del Sur y del Este; o el fin de la burbuja inmobiliaria y el refugio del suelo y la vivienda, con un vuelo más corto de lo esperado, el capital dominante corporativo y transnacionalizado ha orientado su liquidez a invertir en actividades muy distintas, desde luego más rentables.
A este respecto, mientras se “espera” que algún día aparezcan de nuevo las condiciones para una nueva onda larga, cuyas características, como decimos, no parecen presentarse de momento, una fracción de la burguesía y agentes afines a ella, han decidido reorientar sus inversiones. El capital dominante piensa que aún puede dársele una vuelta de tuerca al mercado global liberalizado, y lo que podemos llamar la “transición corporativa”, muestra que las grandes compañías económico-financieras se están posicionando desde hace años para encarar con grandes inversiones la denominada “geopolítica de la escasez”. El propósito de esta estrategia y sus inversiones, sustentadas también en iniciativas y presiones políticas innegables, es garantizar y blindar su rentabilidad en áreas de negocio que cumplen ciertos rasgos:
- Tienen una demanda inelástica y son bienes de necesidad social fundamental. Dentro de esto puede referirse a bienes naturales esenciales (energías clásicas como el petróleo, materias primas como el agua, o la propia industria alimentaria) o a bienes de naturaleza pública hasta ahora ostentados por los Estados-Nación, cuyo papel está en retroceso. La aplicación de títulos de propiedad sobre bienes naturales hasta ahora sin propietario, o las privatizaciones de bienes hasta ahora públicos o comunitarios responden a esta tendencia.
- Son bienes cuya necesidad puede ser también inelástica en función de la manipulación y alteración de ciertos parámetros. Por ejemplo, los servicios sanitarios o la industria de la salud, la seguridad privada, o la industria armamentística. En efecto, el miedo y la represión pueden “generar fantasmas cuyo espectro se presenta como necesidad” (como lo ha hecho la publicidad excitando el deseo en el ámbito del consumo privado), pues basta con infundir temor o inventar peligros, enfermedades o enemigos para que la sociedad estime oportuno gastar en este tipo de mercancías. Dentro de este capítulo cabe incluir también esferas delictivas: narcotráfico, tráfico de armas, mafias, etc…[3] El nivel de institucionalización puede ser muy diferente dentro de este campo.
- Apropiarse –violentamente o no- y concentrar la propiedad de bases fundamentales de producción del ciclo actual y de un posible ciclo futuro de acumulación, en aras de blindarse ante las crisis. En efecto, el fin de la era del petróleo ya tiene un horizonte más cercano. Y constituye una auténtica oportunidad acaparar todas las reservas para incrementar los precios de una materia prima tan preciada, así como dominar las posibles energías que la puedan sustituir, para dosificar su incorporación a los mercados con la mayor rentabilidad posible. Un ejemplo adelantado de estos movimientos del capital multinacional corporativizado es la inundación de Brasil con inversiones en la agro-industria del etanol, que en tan sólo el 2006, recibió inversiones extranjeras por un valor de 6.000 millones de dólares (GRAIN,2007)
- Como siempre, la energía esta íntimamente vinculada a la historia del capitalismo: La apuesta por la energía nuclear da tiempo para hacer rentable a otras energías alternativas hoy por hoy costosas, pero que un día en ausencia de otra alternativa, a la desregulación campante en la economía-mundo, están siendo acaparadas y pueden serles muy rentables, a la fracción dominante de la burguesía corporativa trasnacional, y lamentables para la población mundial.
Esta estrategia monopolística ya es ejercida en otros campos por parte de grandes corporaciones transnacionales, que viene acompañada de potentes presiones para los poderes públicos y demás agentes políticos. La apuesta por los, también no sustentables, agrocombustibles de las grandes corporaciones capitalistas dominantes (energéticas, terratenientes y financieras), es una de las más preocupantes. La comunidad de expertos agrícolas manifiesta de forma rotunda que: “el aumento de los precios del petróleo está generando una nueva y descomunal amenaza a la diversidad biológica de la tierra”, “conforme se deteriore la seguridad energética, también se deteriora la seguridad alimentaria mundial, de hecho las reservas mundiales de grano (se habla de las de petróleo o gas, pero no de estas) están en el 2006 el nivel mas bajo desde hace 24 años. Cuando la producción mundial de cereales alcanzó en el 2006 los 1.967 millones de tn, en EEUU ya un año después, se transformaron más de 80 millones de tn en carburantes. Así las cosas, en el medio plazo (3-5 años), la disyuntiva será: gasolina o alimentos, si la migración de las grandes corporaciones capitalistas hacia los agrocombustibles progresa, como ya lo esta haciendo en los últimos 5 años” (GRAIN,2007).
La actitud que los gobiernos democráticos occidentales vienen mostrando no está a la altura de los riesgos potenciales, en especial respecto de la segunda “revolución verde”, que nos venden los mismos de la primera (Monsanto, Dupont, Bayer, Dow,….), que se dedican “generosamente” a la “museificación de la información” genética, el primer paso hacia su sustitución diseñada por la ingeniería corporativa transnacional de las multinacionales de la agro-energía. El dominio sobre un bien ya muy escaso como el agua potable también va en esta línea. La centralización de la industria alimentaria poniendo en juego la soberanía de la población sobre un bien básico también responde a todo esto.
En suma, el propósito de las grandes corporaciones capitalistas es llevar sus negocios directamente al tuétano de los bienes y servicios fundamentales de la población del planeta, haciendo inviable una sociedad mínima y dignamente civilizada.
Por otro lado, parece que los riesgos sistémicos, de alcance internacional, sólo pueden tener una respuesta políticamente coherente con un proyecto civilizatorio para todo el planeta, desde un nivel transnacional. Pero, no es casual que los países aventajados del mundo se hayan encargado de reactivar o actualizar (G8) las antiguas instituciones del Consenso de Washington para convertirlo en el club de discusión y toma de decisiones de los poderes fácticos (estatales y de las grandes corporaciones privadas de los países más influyentes). Ese “gobierno mundial” no es, sin embargo, el gobierno de todos, sino el de unos pocos sobre todos los demás. Y en la actualidad el mundo está troquelado en bloques y áreas regionales que compiten entre sí. También cabe augurar fuertes tensiones para configurar cualquier línea sostenida de dicha “oligarquía autoritaria mundial”, sin poder descartar conflictos diplomáticos constantes, y una continuación de la lucha económica competitiva mundial por otras vías.
La transición en plena crisis de la señal financiera, como hemos expuesto, ya están siendo exploradas, y en algunas zonas del mundo ya han tenido cierto recorrido, y no puede dejar impasibles a ningún grupo social, porque sus efectos serán visibles en unos años, y en muchas áreas y poblaciones tienen sus consecuencias, a veces devastadoras, hoy día (Irak, África, América Latina, Irán, etc…). De igual modo, las clases subalternas están en el ojo del huracán, tanto como víctimas del deterioro de sus condiciones de vida como posibles protagonistas que combatan su explotación y dominación.
Pero de igual de modo que las clases dominantes persiguen “soluciones” a sus problemas, las clases dominadas, con sus diferentes segmentos, también ofrecerán sus resistencias y construirán alternativas. Nada está escrito en la historia y ésta debe aún redactarse posiblemente, con la destreza de la inteligencia y la sabiduría, pero también, con el esfuerzo y, desgraciadamente, la sangre de mucha gente. La tensión en juego es muy grande, y no sabemos hacía donde se dirigirá, pues sólo los sujetos son los que pueden orientarla.
Desde luego que, en ausencia de movimientos antisistémicos y de una subjetividad antagonista organizada[4], ese es un escenario bien probable. La estructura evolutiva del capitalismo, bajo la hegemonía neoliberal, propicia vislumbrar un marco de escenarios con rasgos poco halagüeños.
Ahora bien, al mismo tiempo que ese marco podría tener lugar con la connivencia o inacción social de los sujetos subalternos, tampoco es posible asegurarlo sin tener en cuenta las posibles estrategias de las clases dominantes. Parece poco razonable, a este respecto, pensar una dinámica histórica donde los sujetos sociales se dejen llevar sin más por una inercia.
Cabe, por nuestra parte, aportar un granito para advertir de estas cuestiones, y de contribuir a dar pistas de reflexión para el movimiento obrero internacional, en primer lugar en las organizaciones sindicales que, nos gustaría, asumiesen este desafío. Un desafío que no sólo debería pasar por aliviar, derivar o postergar los efectos y soluciones de este riesgo sistémico, sino que afrontara la necesidad, posiblemente para la humanidad y el planeta a medio y largo plazo, de un cambio estructural que erradicase un nefasto sistema socioeconómico y político.
La crisis señal (Arrigui, G; 1999) expresada en 1970, la acumulación rampante y la hipertrofia financiera posterior no son sino signos de un posible cambio en el curso de la historia capitalista. Nada permite presagiar un único escenario de futuro ni mucho menos sus rasgos con precisión. No hay mecanicismo en la historia ni menos aún linealidad. No obstante el alcance de la crisis actual advierte de una tensión de gigantescas proporciones cuyos puntos extremos de posibilidad pueden, al menos, reflexionarse y discutirse.
En primer lugar, la tasa de beneficio en los países industrializados tuvo un descenso notable desde fines de los 60, se atravesó una crisis sangrante en los años 70 y se sustituyó la política keynesiana por una de orientación neoliberal, que privatizando bienes comunes y públicos permitió una recuperación desde los años 90, a niveles insuficientes tanto para recuperar la tasa de acumulación y crecimiento a una escala comparable al periodo de posguerra como, mucho menos, inaugurar una nueva onda larga de prosperidad en una espiral duradera (Albarracín, J.; 1994). Por otro lado, la hipertrofia financiera ha supuesto al mismo tiempo un lastre para la reinversión del excedente (se ha retenido parte de este para remunerar al capital financiero) como un impulso a la apropiación creciente de esa misma fracción de la masa de beneficios extraída al trabajo.
Cabría pensar una dinámica en lo sucesivo de crisis periódicas, ciclos industriales de corta duración, cada vez más profundas y prolongadas, y recuperaciones cada vez más efímeras y débiles. Como el “sueño de Schumpeter” (1942) (el heroísmo del emprendedor innovador) se viene abajo, es posible que una parte del capital haya apostado por una pesadilla: la destrucción “creadora”[1], en su versión más cruda. Ahora bien, esa destrucción no parece que vaya a tener lugar sin costes sociales ni costes sistémicos para muchas otras fracciones del capital, y sólo se producirá tras una eliminación de una gran parte del capital productivo o de la competencia. Por el contrario, parece que la destrucción sólo cabría definirla como de “apropiativa” por parte de minorías blindadas de las clases dominantes, porque al tiempo que se elimina competidores y capacidad productiva apenas se crea nada nuevo ni mejor.
En este sentido, no parece convincente admitir que los agentes y sujetos de la burguesía no estén previendo esta prognosis, que no estén diagnosticando con inteligencia la situación, ni mucho menos que estén haciendo dejación de una estrategia. Bien es cierto que la sociedad capitalista da mucho margen al desorden, que el mercado es propicio para la exuberancia o el estrangulamiento siempre desequilibrantes y más de las veces contraproducentes, que entre la burguesía hay muchos grupos que responden a intereses no siempre convergentes, y que las fracciones del capital pueden colisionar en ocasiones entre sí.
En esta línea de reflexión parece que los agentes de la burguesía no pueden alterar la inercia del desarrollo capitalista a la crisis sistémica y la degradación socioeconómica cíclica. Pero al menos una parte de ellos cuentan con un diagnóstico y han inaugurado una serie de medidas y acciones empresariales y políticas para blindarse ante la crisis y tratar de derivar hacia otros segmentos sociales los costes de esta fase entre la ralentización, la parálisis y la depresión.
Si la exuberancia del capital financiero de los últimos veinte años obedece a una huída de la inversiones industriales y comerciales tradicionales[2], con rentabilidades cada vez más dudosas y rampantes, y agotadas las oportunidades que prometían áreas de negocios “prometedoras y tecnológicamente innovadoras” (las punto.com, por ejemplo); o las áreas económicas emergentes en los países del Sur y del Este; o el fin de la burbuja inmobiliaria y el refugio del suelo y la vivienda, con un vuelo más corto de lo esperado, el capital dominante corporativo y transnacionalizado ha orientado su liquidez a invertir en actividades muy distintas, desde luego más rentables.
A este respecto, mientras se “espera” que algún día aparezcan de nuevo las condiciones para una nueva onda larga, cuyas características, como decimos, no parecen presentarse de momento, una fracción de la burguesía y agentes afines a ella, han decidido reorientar sus inversiones. El capital dominante piensa que aún puede dársele una vuelta de tuerca al mercado global liberalizado, y lo que podemos llamar la “transición corporativa”, muestra que las grandes compañías económico-financieras se están posicionando desde hace años para encarar con grandes inversiones la denominada “geopolítica de la escasez”. El propósito de esta estrategia y sus inversiones, sustentadas también en iniciativas y presiones políticas innegables, es garantizar y blindar su rentabilidad en áreas de negocio que cumplen ciertos rasgos:
- Tienen una demanda inelástica y son bienes de necesidad social fundamental. Dentro de esto puede referirse a bienes naturales esenciales (energías clásicas como el petróleo, materias primas como el agua, o la propia industria alimentaria) o a bienes de naturaleza pública hasta ahora ostentados por los Estados-Nación, cuyo papel está en retroceso. La aplicación de títulos de propiedad sobre bienes naturales hasta ahora sin propietario, o las privatizaciones de bienes hasta ahora públicos o comunitarios responden a esta tendencia.
- Son bienes cuya necesidad puede ser también inelástica en función de la manipulación y alteración de ciertos parámetros. Por ejemplo, los servicios sanitarios o la industria de la salud, la seguridad privada, o la industria armamentística. En efecto, el miedo y la represión pueden “generar fantasmas cuyo espectro se presenta como necesidad” (como lo ha hecho la publicidad excitando el deseo en el ámbito del consumo privado), pues basta con infundir temor o inventar peligros, enfermedades o enemigos para que la sociedad estime oportuno gastar en este tipo de mercancías. Dentro de este capítulo cabe incluir también esferas delictivas: narcotráfico, tráfico de armas, mafias, etc…[3] El nivel de institucionalización puede ser muy diferente dentro de este campo.
- Apropiarse –violentamente o no- y concentrar la propiedad de bases fundamentales de producción del ciclo actual y de un posible ciclo futuro de acumulación, en aras de blindarse ante las crisis. En efecto, el fin de la era del petróleo ya tiene un horizonte más cercano. Y constituye una auténtica oportunidad acaparar todas las reservas para incrementar los precios de una materia prima tan preciada, así como dominar las posibles energías que la puedan sustituir, para dosificar su incorporación a los mercados con la mayor rentabilidad posible. Un ejemplo adelantado de estos movimientos del capital multinacional corporativizado es la inundación de Brasil con inversiones en la agro-industria del etanol, que en tan sólo el 2006, recibió inversiones extranjeras por un valor de 6.000 millones de dólares (GRAIN,2007)
- Como siempre, la energía esta íntimamente vinculada a la historia del capitalismo: La apuesta por la energía nuclear da tiempo para hacer rentable a otras energías alternativas hoy por hoy costosas, pero que un día en ausencia de otra alternativa, a la desregulación campante en la economía-mundo, están siendo acaparadas y pueden serles muy rentables, a la fracción dominante de la burguesía corporativa trasnacional, y lamentables para la población mundial.
Esta estrategia monopolística ya es ejercida en otros campos por parte de grandes corporaciones transnacionales, que viene acompañada de potentes presiones para los poderes públicos y demás agentes políticos. La apuesta por los, también no sustentables, agrocombustibles de las grandes corporaciones capitalistas dominantes (energéticas, terratenientes y financieras), es una de las más preocupantes. La comunidad de expertos agrícolas manifiesta de forma rotunda que: “el aumento de los precios del petróleo está generando una nueva y descomunal amenaza a la diversidad biológica de la tierra”, “conforme se deteriore la seguridad energética, también se deteriora la seguridad alimentaria mundial, de hecho las reservas mundiales de grano (se habla de las de petróleo o gas, pero no de estas) están en el 2006 el nivel mas bajo desde hace 24 años. Cuando la producción mundial de cereales alcanzó en el 2006 los 1.967 millones de tn, en EEUU ya un año después, se transformaron más de 80 millones de tn en carburantes. Así las cosas, en el medio plazo (3-5 años), la disyuntiva será: gasolina o alimentos, si la migración de las grandes corporaciones capitalistas hacia los agrocombustibles progresa, como ya lo esta haciendo en los últimos 5 años” (GRAIN,2007).
La actitud que los gobiernos democráticos occidentales vienen mostrando no está a la altura de los riesgos potenciales, en especial respecto de la segunda “revolución verde”, que nos venden los mismos de la primera (Monsanto, Dupont, Bayer, Dow,….), que se dedican “generosamente” a la “museificación de la información” genética, el primer paso hacia su sustitución diseñada por la ingeniería corporativa transnacional de las multinacionales de la agro-energía. El dominio sobre un bien ya muy escaso como el agua potable también va en esta línea. La centralización de la industria alimentaria poniendo en juego la soberanía de la población sobre un bien básico también responde a todo esto.
En suma, el propósito de las grandes corporaciones capitalistas es llevar sus negocios directamente al tuétano de los bienes y servicios fundamentales de la población del planeta, haciendo inviable una sociedad mínima y dignamente civilizada.
Por otro lado, parece que los riesgos sistémicos, de alcance internacional, sólo pueden tener una respuesta políticamente coherente con un proyecto civilizatorio para todo el planeta, desde un nivel transnacional. Pero, no es casual que los países aventajados del mundo se hayan encargado de reactivar o actualizar (G8) las antiguas instituciones del Consenso de Washington para convertirlo en el club de discusión y toma de decisiones de los poderes fácticos (estatales y de las grandes corporaciones privadas de los países más influyentes). Ese “gobierno mundial” no es, sin embargo, el gobierno de todos, sino el de unos pocos sobre todos los demás. Y en la actualidad el mundo está troquelado en bloques y áreas regionales que compiten entre sí. También cabe augurar fuertes tensiones para configurar cualquier línea sostenida de dicha “oligarquía autoritaria mundial”, sin poder descartar conflictos diplomáticos constantes, y una continuación de la lucha económica competitiva mundial por otras vías.
La transición en plena crisis de la señal financiera, como hemos expuesto, ya están siendo exploradas, y en algunas zonas del mundo ya han tenido cierto recorrido, y no puede dejar impasibles a ningún grupo social, porque sus efectos serán visibles en unos años, y en muchas áreas y poblaciones tienen sus consecuencias, a veces devastadoras, hoy día (Irak, África, América Latina, Irán, etc…). De igual modo, las clases subalternas están en el ojo del huracán, tanto como víctimas del deterioro de sus condiciones de vida como posibles protagonistas que combatan su explotación y dominación.
Pero de igual de modo que las clases dominantes persiguen “soluciones” a sus problemas, las clases dominadas, con sus diferentes segmentos, también ofrecerán sus resistencias y construirán alternativas. Nada está escrito en la historia y ésta debe aún redactarse posiblemente, con la destreza de la inteligencia y la sabiduría, pero también, con el esfuerzo y, desgraciadamente, la sangre de mucha gente. La tensión en juego es muy grande, y no sabemos hacía donde se dirigirá, pues sólo los sujetos son los que pueden orientarla.
Desde luego que, en ausencia de movimientos antisistémicos y de una subjetividad antagonista organizada[4], ese es un escenario bien probable. La estructura evolutiva del capitalismo, bajo la hegemonía neoliberal, propicia vislumbrar un marco de escenarios con rasgos poco halagüeños.
Ahora bien, al mismo tiempo que ese marco podría tener lugar con la connivencia o inacción social de los sujetos subalternos, tampoco es posible asegurarlo sin tener en cuenta las posibles estrategias de las clases dominantes. Parece poco razonable, a este respecto, pensar una dinámica histórica donde los sujetos sociales se dejen llevar sin más por una inercia.
Cabe, por nuestra parte, aportar un granito para advertir de estas cuestiones, y de contribuir a dar pistas de reflexión para el movimiento obrero internacional, en primer lugar en las organizaciones sindicales que, nos gustaría, asumiesen este desafío. Un desafío que no sólo debería pasar por aliviar, derivar o postergar los efectos y soluciones de este riesgo sistémico, sino que afrontara la necesidad, posiblemente para la humanidad y el planeta a medio y largo plazo, de un cambio estructural que erradicase un nefasto sistema socioeconómico y político.
[1] Schumpeter hablaba de la “destrucción creadora” del mercado y sus ciclos, que permitían eliminar la capacidad productiva sobrante, animar la innovación y el hallazgo de nuevos mercados, y reestablecer la rentabilidad.
[2] .- La Agencia Internacional de la Energía (AIE), constataba la fuga de inversiones del capital corporativo dominante, localizando una gran parte del problema energético actual, en que: “..los mercados eléctricos liberalizados necesitan más inversiones”, y pronostica que en los próximos 30 años, serán necesarios un volumen de inversiones a escala mundial que: “equivalen, en términos reales, a casi el triple de las cifras de los últimos treinta años” (AIE.2004)
[3] .- “La comunidad internacional no puede permanecer ajena al reforzamiento de la represión penal ante delitos de carácter transnacional que gozan de espacios de la más absoluta impunidad (los paraísos fiscales) y que se realizan a través de procedimientos sumamente complejos. En segundo lugar, la criminalidad financiera tiene como sujeto principal la sociedad anónima que, por tanto, se constituye y actúa bajo la cobertura de la legalidad formal. Los hechos punibles se presentan como actos lícitos desarrollados en el normal ejercicio de la actividad empresarial bajo un ropaje formal que es extremadamente útil para enmascarar el comportamiento ilícito”. Jiménez Villarejo, C.
[4] Se entiende por subjetividad antagonista por la organización colectiva y consciente, que elabora sus medios de expresión y acción pública, formando una perspectiva ideológica intelectualmente compartida –que aspira a la hegemonía en términos de Gramsci-, y que puede adoptar diferentes formas de organización, coordinación y vínculo, en contra del sistema establecido. Este término ha sido frecuentemente empleado por la tradición inmaterialista italiana (Negri) y es de uso habitual entre los movimientos contra el capitalismo global.
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