Por Daniel Albarracín Sánchez
1. Introducción.
Robert Skidelsky (2009) reclamaba el regreso del maestro, su maestro, John Maynard Keynes, tras décadas arrinconadas sus ideas. Desde los años 70, el keynesianismo fue desplazado por una gestión neoliberal, que alzó a escuelas herederas de la escuela neoclásica de economía. Como sabemos, aquella escuela neoclásica, recuperaba una aproximación abstracta basada en el análisis marginal, para esquivar las proyecciones pesimistas de los economistas clásicos, como Ricardo, que se basaba en la teoría del valor, algunos de ellos, como Stuart Mill, con sumas dudas políticas. Asomaban ideas socialistas utópicas, pero también se levantó un nuevo paradigma al que combatir sin ambages: el marxismo. Aquel pensamiento neoclásico fracasó en la primera mitad del siglo XX, pero, ante las limitaciones del keynesianismo (Alexander, 2018) ante la profundidad de las crisis para dar respuesta, la burguesía adoptó una nueva versión neoclásica, con una saga de economistas que actualizaban sus preceptos (Escuela de Chicago), o la escuela ordoliberal alemana, o algunas más viejas y radicales como la escuela austríaca.
¿Cabe
interpretar que Keynes, y algo de su aroma ha retornado a la política
económica? Las siguientes letras tratan ofrecer alguna reflexión al respecto.
2. Leer a Keynes, como haríamos con Marx,
no dejarse llevar por las vulgarizaciones.
Keynes
es ya un clásico de la economía que merece un estudio específico, partiendo
desde su obra principal, La teoría general de la ocupación, el interés y el
dinero, así como otras tantas que desarrolló a lo largo de su vida. Resulta
importante advertir que las escuelas reclamadas del keynesianismo, con todos
sus prefijos (pre, neo o post), sostienen diferencias con su padre fundador (Santos, 2021).
Por
ejemplo, Keynes (1936), al contrario que la escuela neokeynesiana (síntesis
neoclásica), afirma en la Teoría General que los mercados ni en su
situación óptima operan a plena capacidad.
Para
Keynes, en contraste con los neokeynesianos, considera que el punto de partida
no debe ser una decisión entre el consumo y el ocio, y la consiguiente
formación de una oferta de trabajo que propicia unos ingresos globales. Es en
cambio la dinámica del gasto, sobre todo de la inversión, la que explica la
dinámica.
Tampoco,
en su opinión, son los ahorros los que generan la inversión, sino más bien al
revés (Santos; 2021:66 y 67). En este punto, siguiendo a Skidelsky, los
postkeynesianos interpretan este fenómeno de forma más fiel. El ahorro procede,
principalmente, de la renta generada por la decisión de inversión. El gasto en
inversión propicia una renta que se ahorra y no se consume, financiado por
crédito creado por una mera operación contable por la banca. Crédito que no
depende del montante de fondos ahorrados previamente ni de la abstinencia del
ahorrador. La decisión de inversión depende de las expectativas de rentabilidad
y de los tipos de interés, siendo la preferencia por la liquidez un reflejo del
grado de incertidumbre del capitalista sobre sus beneficios esperados.
Los
“instintos animales” o “animal spirits”, como metáfora de las
expectativas, apenas aparecen como idea un par de veces en su obra, pero han
dejado huella en sus seguidores. La incertidumbre del capitalista, leídas por
unos en clave individual, a otros les invitó a una interpretación
macroeconómica. La hormiga "parece" dudar y escoger entre los olores
que olfatea, seguidos como pistas, para buscar opciones de sustento que pueden
tener delante. La expectativa del capitalista medio resulta voluble, incierta e
influenciable, pero, al fin y al cabo, los movimientos de la colmena se
decantan por las principales fuentes de alimento (el negocio y el beneficio). Desafortunadamente,
una mayoría de autores keynesianos posteriores suelen ser reacios al papel de
la tasa de beneficio como razón explicativa, siendo para ellos una ratio
descriptiva.
Hay
una discusión abierta sobre si Keynes rompe o no con el modelo neoclásico.
Marshall fue maestro de Keynes y este parte de su modelo. Cabe reconocérsele la
introducción de supuestos más realistas en la racionalidad abstracta de los
neoclásicos. Con su innovación se dió pie a una reforma, dando lugar a lo que
fue después la síntesis neoclásica; o una ruptura parcial relevante, inspirando
a varias corrientes heterodoxas posteriores.
Al
igual que diríamos lo mismo para la obra de Marx, recomendamos ir directamente
a la obra de su fundador, Keynes, para comprenderle adecuadamente en sus
propios términos y prevenirnos de los fantasmas.
3.
¿Dónde está la virtud?
¿en el medio o en la raíz?
Aristóteles
dijo que la virtud se encuentra en el medio. Se produce, a menudo, un aire de
prudencia y sabiduría, cuando las opciones se nos muestran polarizadas, tomando
el punto medio como el de la sensatez. Pero no siempre es así, depende de los
polos que se nos presenten. Y aunque estemos de acuerdo, nunca dejaremos de
pensar que no hay mejor medio de la virtud que el que va a la raíz del problema
para encontrar la solución.
En
el campo del análisis económico una operación semejante. En un polo, el
pensamiento económico convencional, que casi todo lo abarca, se presenta a sí
mismo como la razón natural, normal, neutral y técnica. Para ofrecer esa imagen
primero tuvo que aplastar a las escuelas minoritarias, las heterodoxas y,
fundamentalmente, la marxista. Durante décadas el marxismo ha sido el muñeco de
vudú con el que caricaturizar y apartar todo pensamiento disidente.
Ha
pasado en la academia, y, fundamentalmente, en el amplio campo de lo social. La
perspectiva crítica se vió desplazada incluso donde debió germinar de manera
natural. El movimiento obrero ha tenido una relación compleja con el marxismo.
El propio marxismo, cuando asomaba, lo hacía a menudo de manera deformada, no
pocas veces de manera simple y vulgar; y siempre estereotipada por los
adversarios -clases dirigentes, prensa, intelectuales orgánicos, etc…-.
En
ese achicamiento de espacios, cualquier corrección se torna como un
atrevimiento que, cuanto más ausente o escondido esté el paradigma radical, más
extremista y audaz parece.
La
historia del keynesianismo ha desempeñado este rol en el teatro del pensamiento
y la economía política. Por atreverse a plantear que conviene estimular la
inversión, o elevar los salarios más bajos para potenciar el consumo, por
afirmar que la política monetaria expansiva amortigua las crisis, o que el
aumento de los impuestos junto con la eficiencia del gasto público pueden
estimular el crecimiento o regular el ciclo, sería blanco de la crítica. Pero
no por ello siempre desoído, por lo funcional de algunas de sus recomendaciones,
al mitigar el conflicto social, legitimando las políticas estabilizadoras y
evitando polarizaciones poco manejables. En suma, el resultado se acercaba a un
medio -entre el interés del capital y la estabilidad económica-, pero no en la
raíz.
4.
El pensamiento
keynesiano
Las políticas inspiradas en el
legado de Keynes tuvieron sus primeras aplicaciones en los años 30 en algunos
países, como Suecia, y solo tímida y parcialmente en EEUU. Ahora, apenas
pudieron aliviar ligeramente la profunda crisis de sobreproducción y de
rentabilidad que se estaba materializando. Sin embargo, el keynesianismo no se consolidó
como fórmula de gestión económica hasta después de la conflagración. Tuvo acogida
y viabilidad plena coincidiendo con una nueva onda larga expansiva (Albarracín,
2023). Esto es, no fue el keynesianismo el modelo de política económica que
brindó la salida a la crisis, sino que su gestión fue compatible mientras la
acumulación capitalista sostuvo su vigor, tras la IIGM y hasta los años 70. Además,
el keynesianismo aplicado tampoco fue ni el que preconizó Keynes ni los
postkeynesianos, sino la vulgarización neokeynesiana (Samuelson, Hicks, etc…).
El keynesianismo, en su conjunto,
analiza aspectos parciales del problema general, con rasgos de lucidez y
realismo. Sus recomendaciones, por esta misma razón, en ocasiones no comportan
perjuicio o contribuyen en algún modo a una gestión funcional.
Keynes presta atención a una
variable movida por los instintos de los empresarios y ahorradores, fruto de
una operación psicológica misteriosa. Naturalmente, los empresarios no
invertirán sin que, en balance, la eficiencia marginal del capital y el tipo de
interés ofrezcan un panorama provechoso. Se atesorará dinero si se ciernen
nubarrones para el futuro. La demanda efectiva se debilitará y, con ella, la
actividad económica. Sin
embargo, con esta explicación, casi de orden mágico, aunque en apariencia verosímil,
se apuntalan dos falsas creencias: que el motor inmóvil de la dinámica
económica deriva del instinto de los capitalistas, atribuyendo a su iniciativa,
riesgo e inversión, el protagonismo; y que las expectativas son las que mueven
la inversión, y no las tendencias de la rentabilidad en las que forjan,
principalmente, esas expectativas.
No
es casual la elección del término depresión para las crisis. Si se eleva el
gasto público, el salario mínimo interprofesional, se reducen los impuestos, o
disminuyen los tipos de interés, será, fundamentalmente, como medicina
estabilizadora que permita recuperar el ánimo psicológico del empresariado, en
suma, los incentivos y el negocio, para facilitar el tránsito de la depresión a
la euforia. Como si el médico recomendase que muevas las piernas cuando hay un
problema en el corazón. Naturalmente, moverlas entrenará y guardará la salud
del corazón sano, pero no arreglará sus daños cuando está enfermo. En
definitiva, el keynesianismo, ofrecerá un conjunto de diagnósticos y soluciones
parciales, pero resulta incapaz de hacer frente el furor contradictorio de una
crisis de sobreproducción o una crisis de rentabilidad.
El
pensamiento de Keynes no solo entraña una versión diferenciada dentro de la
trayectoria neoclásica. También porta una mutación, inspirado en la doctrina de
Malthus, antes que el de su adversario David Ricardo, pues es esquivo a la
teoría laboral del valor. Pero esa mutación, que innova o rompe parcialmente
con el paradigma neoclásico, no abandona la teoría del valor subjetivo -en su
versión de intuicionismo ético o utilitarismo idealista-. Esa diferencia
crucial es la frontera clave entre keynesianismo y marxismo, lo que no ha
impedido la construcción de espacios de pensamiento intermedios inspirados en
Keynes, Ricardo y Marx a lo largo del tiempo, compatibles con alguna fórmula de
teoría del valor-trabajo. Pero ese es otro debate.
5.
¿Keynesianismo en la historia
económica española?
El
keynesianismo en España, aun siendo una corriente minoritaria, ha tenido su
espacio e influencia, aun cuando su permanencia estuviera subordinada al
pensamiento neoclásico dominante, en general.
Resultaría
anacrónico hablar del keynesianismo antes de Keynes, pero cabe reflejar que
ciertas ideas de intervención del Estado y estímulo a la demanda estuvieron
presentes mucho antes de su trabajo intelectual. Algunas ideas concomitantes,
salvando las distancias ideológicas, se materializaron, de manera autoritaria
con la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1930), que, con una política
intervencionista, corporativista y proteccionista, sirvieron para un periodo
benigno del fin ciclo de auge en el Estado español, bajo una fórmula que optó
por la integración parcial del movimiento obrero en su gobierno, con Largo
Caballero participando como consejero de Estado en materias sociolaborales,
mientras se reprimía al resto, especialmente a la CNT.
El
periodo de la II República (Comín, 2012) también ha sido a veces ligado a un tibio
keynesianismo. Cabe decir que los dos primeros años, 1930-31, cuando la Gran
Depresión se extendió desde EEUU, el PIB cayó en España más de un 6% que, con
todo, fue menor impacto que en otros países. La economía española estaba aún
atrasada y relativamente aislada, y dependía del ciclo agrario, el sector
primario ocupaba el 40% de la actividad, y el desarrollo bancario fue
insuficiente, lo que hizo que solo una entidad bancaria quebrase. Una buena
cosecha en 1932 reestableció la actividad, y aunque 1933 fue mal año, en 1934 y
1935, la crisis dejó de golpear también por la producción agraria y un cierto
empuje industrial y de la construcción. Cabe apuntar que las medidas económicas
del periodo fueron contradictorias: ortodoxia monetaria en el tipo de cambio de
la peseta -ligada al franco francés- que propició la deflación y la caída de
las exportaciones; el crecimiento de los salarios reales en el primer bienio
progresista; una mejora de la protección al desempleo; una política fiscal
moderadamente expansiva -aunque el gasto público no superó el 13,5% del PIB-, la
expansión del sector educativo y cierto desarrollo de infraestructuras públicas.
Todo en un contexto donde las inversiones privadas caían. Sea como fuere, los
déficits públicos fueron insignificantes, así que la política de estímulo fue
pequeña, aunque real. La crisis económica se había empezado a sentir desde el
final del gobierno de Miguel Primo de Rivera. El capitalismo español no se
libró de la crisis mundial, aunque tuvo un impacto menor por su situación de
aislamiento internacional y el carácter atrasado y agrario de la economía
española. Quizá también por tímidas reformas que, a lo sumo, aliviaron el
impacto de lo que fue una crisis global. Sin duda, las políticas de la II
República no causaron la recesión, sino que la mitigaron, pero fueron
completamente impotentes ante una crisis estructural del capitalismo cuyas
tensiones derivarían en la Guerra Civil y, a otra escala, la II Guerra Mundial.
Con
la guerra civil y el franquismo, al atraso de partida se sumó a la destrucción
y la involución. La economía española no restableció los niveles de producción
hasta dos décadas después. La autarquía, el proteccionismo y el paternalismo
franquista sumió al país en el subdesarrollo. No fue hasta que se abrió a los
mercados internacionales y tras la llegada de los tecnócratas del Opus, no
tanto gracias a, sino a pesar de las políticas de ajuste estructural del Plan
de Estabilización, cuando la economía española recibe el impulso de la cuarta
onda larga expansiva del capitalismo internacional. El paternalismo estatalista
del franquismo no puede caracterizarse como keynesiano, independientemente de
que hubiera intervencionismo y obras de legitimación para el gobierno, porque
empleó la fuerza del Estado con el objetivo principal de garantizar el orden
social. A este respecto, las ganancias de salarios de los años 70, o reformas
como la Ley de Bases de la Seguridad Social, fueron fruto de la presión obrera
y de la necesidad de homologación en el concierto internacional.
La
transición política se tradujo en libertades democráticas y civiles formales y
un nuevo plan de estabilización contra el salario, como fueron los Pactos de la
Moncloa, con un marco laboral nuevo que inauguró un periodo, desde 1980 y por
cuarenta años, de retrocesos en la legislación laboral. El neoliberalismo
irrumpió haciéndose la política económica dominante. La entrada en 1982 del
PSOE solo interrumpió durante dos años esa tendencia, para luego profundizarla
a partir de entonces, con la entrada en la OTAN, la reconversión industrial, la
incorporación a la Comunidad Económica Europea, el Tratado de Maastricht y el
Euro.
No
cabe hablar más de una política keynesiana, pero sí cabe advertir que el
neoliberalismo realmente aplicado tuvo diferentes periodos y caracteres. Desde
el ajuste estructural ortodoxo de los años 80 y primeros de los 90, para luego
transitar a una nueva forma de neoliberalismo en la que el Estado volvía a
intervenir para favorecer al capital. No por casualidad el neoliberalismo
tampoco abandonaba las viejas pautas de esa escuela llamada síntesis neoclásica
para formular medidas de gestión pragmática. Pragmatismo que no impedía que la
gestión a favor de las clases dominantes recurriese, ya entrado el nuevo
milenio, a políticas monetarias expansivas (aprendidas en la experiencia
japonesa desde los 90) a favor de la banca privada y grandes corporaciones, al
rescate de empresas en crisis, la conversión de las deudas privadas en públicas,
o el desarrollo de la cooperación público-privada, las externalización mediante
contratación pública y otras fórmulas de financiación pública y construcción
artificial de mercados y beneficios privados.
En
suma, la gestión de la política económica de la burguesía no dejó de recurrir a
preceptos convencionales que beben tanto de las escuelas neoclásicas como neokeynesianas.
¿Qué
cabe decir, en este repaso de la historia reciente, de los gobiernos que habido
en estas dos últimas décadas? No aplicaron con el mismo grado y forma, semejante
espíritu general. Unos lo hicieron con mayores dosis de ajuste -la llamada
política de sostenibilidad financiera-, los gobiernos de Aznar o Rajoy, y
otros, como los de Zapatero y Sánchez, con menor (si exceptuamos los duros recortes
y ajustes de 2010 de Zapatero), compatibles con una política más tolerante en
materia de derechos civiles, pero en una misma dirección económica.
Cabe
preguntarse por el gobierno de coalición actual, que dice reconocerse en cierta
forma de keynesianismo. Sin embargo, su modelo, siendo distinto al del ajuste
estructural no ha abandonado el compromiso con la sostenibilidad financiera,
aunque desee adaptar flexiblemente su aplicación, ni deja de respetar la
arquitectura económica de la UE. Bien es cierto que la pandemia ha ocasionado
una disrupción en el final de ciclo de recuperación débil. También que el
gobierno intervino con varias medidas de amortiguación. Pero solo una parte de
ellas han ido dirigidas a sostener el empleo. Los ERTEs evitaron muchísimos
despidos, pero también han venido para quedarse y facilitar una modificación
unilateral de las condiciones de trabajo -jornada y salarios- que, en un
contexto recesivo, solo atrasarán, sin impedir, los despidos. Los salarios
reales han disminuido de manera histórica desde 2008, casi un 13%, y en 2022
cayeron en términos reales la mitad de todo ese periodo anterior. Lo que no es
obstáculo para que, en 2018, gracias a la presión desde afuera en el que era un
gobierno monocolor del PSOE, el salario mínimo tuviese una mejora real notable.
Con el gobierno de coalición después perderá capacidad adquisitiva o se estancará
(la elevación del SMI de 2023 no supera el IPC acumulado). El déficit público
ocasionado en este último periodo no responde a una política de estímulo, sino
a un desembolso histórico para apoyar y rescatar empresas en crisis, para
cubrir prestaciones de desempleo -que abaratan el coste laboral de las
empresas-, y con alguna medida de corrección compasiva de peso menor como el
IMV, que, en todo caso, resulta incapaz de sacar de la pobreza al colectivo
afectado. Esto es, la política aplicada racionaliza y estabiliza la dinámica,
para no hundir más la economía, pero difícilmente puede hacer frente a lo que
Michael Roberts (2017) avisa sobre una La larga Depresión.
Coincide
este periodo reciente con la suspensión, como respuesta de alivio ante la
pandemia, del Pacto de Estabilidad y Crecimiento o la llegada de los Fondos
Next Generation, a escala de la UE. El pacto puede, según las últimas
negociaciones y propuestas de la Comisión Europea, que se restablezca con
fórmulas de disciplina y sanción, armando un control más pormenorizado, de
hitos y objetivos, de reformas e inversiones exigidas, con sanciones efectivas,
pues hasta la fecha la presión era más institucional y simbólica. Los Fondos
Next Generation, tendrán una incidencia macroeconómica leve, potenciarán la
cooperación público-privada, y traen consigo una serie de condicionalidades
para hacer posible nuevos tramos de desembolso, que han condicionado el perfil
de la reforma laboral de 2021 y las reformas de pensiones en curso, y que no
están derivándose en inversiones para un cambio de modelo productivo y
energético sustancial.
Dicho
de otro modo, el periodo reciente, aun diferenciado del de una política de
ajuste duro, no deja ser neoliberal, si bien introduce un protagonismo del
Estado en el rescate del capital, y fórmulas pragmáticas de estímulo al capital,
amortiguación ante la crisis -como fue la pandemia- y de medidas compasivas
para colectivos en situación extrema, con el objetivo de obtener legitimación,
propias de un neoliberalismo compasivo de Estado. Las correcciones compasivas
que incluye refieren a la influencia del socio minoritario del gobierno.
Entre
estas medidas cabe referir a la introducción del ingreso mínimo vital,
instrumento que ni siquiera aspira, ni consigue, sacar a nadie del umbral de la
pobreza, que no ha llegado a la mayoría de los que requerían estos recursos
para obtener elementos de supervivencia elemental, aunque no haya que desdeñar
su presencia, porque peor aún sería su inexistencia -independientemente de que
algunas CCAA se hayan escudado en esta figura para no proveer o extender sus
rentas mínimas propias-. También se ha referido a la reforma laboral de la que
ya hemos dado buena cuenta de sus límites (Albarracín, 2022), pues, en suma,
reduce la temporalidad estadística, y con los ERTEs, experimentados con
profusión desde 2020, se amortiguó la destrucción del empleo, y contuvo una
profundización mayor si cabe de la crisis, pero han abierto la ventana a
mayores posibilidades de modificación unilateral de la jornada con bajada de
salario en cualquier momento, y no garantiza una mayor estabilidad laboral.
Otra valoración más positiva merece las leyes que mejoran derechos civiles, de
las mujeres y de las personas trans, pero estas no comprometen apenas la
política económica, y evocan una extensión de la medidas de Zapatero en su
momento, sin conseguir revertir otros marcos legales represivos (Ley mordaza).
Así,
el neokeynesianismo está presente en la gestión neoliberal pragmática de los
gobiernos, en tanto que ninguna doctrina se plasma en forma pura, ni preceden
sus principios a las formas de la práctica de la política económica. Sino que,
más bien, son los objetivos de los intereses de las clases dirigentes los que
se sirven de un tipo u otro de medida, si estas son funcionales a sus
propósitos. De esta manera, el neoliberalismo realmente existente no ha tenido
empacho alguno en asumir una política monetaria ultraexpansiva -no incompatible
con retomar otra restrictiva a partir de 2022, una vez retorna la inflación-, o
aprovechar al Estado para rescatar a grandes bancos o emplear el dinero público
para apoyar al sector privado, que no son preceptos ortodoxos, dejando intacta
su política de ajuste salarial. Se trata no tanto de una alteración de sus
principios u objetivos, sino de adaptar las medidas a los mismos en un contexto
en el que el capitalismo requiere muletas y amortiguación ante ciclos y
fenómenos adversos. Solo, y solo en ese sentido, podemos hablar de un espíritu
keynesiano que impregna la política económica de la burguesía para este largo
periodo de crisis.
6. Bibliografía
·
Albarracín,
D. (2023) “Ondas largas: una revisión de la interpretación de Ernest Mandel
tras 50 años de El capitalismo tardío”. Revista Política y Sociedad, aceptado y
en prensa.
·
Albarracín,
D. (2022), “Estrategias y conceptos para mejorar la fuerza
estructural del movimiento obrero tras la reforma laboral” Viento Sur.
Nº184 págs. 33-44
·
Alexander, D. The Limits
of Keynesianism, Ed. Counterfire 2018. Pronto, en 2023, traducido como Los límites al
keynesianismo. Ed. Bellaterra.
·
Comín,
Francisco (2012) “La Gran Depresión y la II República” https://elpais.com/economia/2012/01/31/actualidad/1328012162_552812.html
·
Roberts,
M. (2017) La larga depresión. Cómo ocurrió, por qué ocurrió y qué ocurrirá a
continuación. El Viejo Topo.
·
Santos, A. (2021) “Bank Capital Constraints and credit
rationing. A new interpretation bases on Keynes’ theory of liquidity
preference”, King’s College London. Tesis
Doctoral. Ver especialmente capítulo 3. https://kclpure.kcl.ac.uk/portal/en/theses/bank-capital-constraints-and-credit-rationing(c1928912-5915-4fd9-81cc-0804935c67a2).html
·
Skidelsky,
R. (2009) El regreso de Keynes. Ed. Crítica.
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