Daniel Albarracín Sánchez, Marzo de 2022.
Decía Frederic Jameson que en
esta sociedad resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el final del
capitalismo. Diríamos nosotros, no es posible imaginar una sociedad que supere
el capitalismo sin desarrollar una política que libere al trabajo del yugo de
la relación salarial y que le democratice. Eso requiere poner en marcha un tipo
de trabajo dotado de características democráticas, emancipadoras y de
cooperación social -productivas y de cuidados-, alineadas con fórmulas de
planificación democrática de la economía -al menos en sus actividades
estratégicas-. Esta planificación[1],
para evitar la degradación de nuestro planeta, ha de basarse en criterios de
transición ecológica a largo plazo atentos a la cuestión de clase, haciendo de
ésta una herramienta de transición ecosocialista y democrática. Se trata, por
tanto, de poner en pie un modelo de trabajo bajo una forma social nueva, de y
para una sociedad de personas productoras y cuidadoras, libres y asociadas, que
se cuidan en común y que respetan la madre Tierra. Ernst Mandel, en este
trabajo[2],
que ahora se reedita, y que reúne las líneas de varias de sus conferencias,
sienta las bases de este proyecto.
1.
La alienación, ¿una condena antropológica
inevitable?
Según Hegel, en una sociedad
organizada los individuos ceden parte de sus derechos individuales mediante un
contrato social, viendo aquí una alienación de todo individuo respecto del
Estado. Asimismo, la dialéctica entre la necesidad y el trabajo conduce, a su
juicio, a la imposibilidad de satisfacer plenamente las necesidades humanas por
la organización del trabajo, causando el fenómeno de la alienación en el ámbito
laboral (Mandel, 78:16 y 18). Para Hegel, a su vez, la enajenación está
asociada a la naturaleza del ser humano, debido a la distancia entre lo que
produce en la práctica y la idea que proyectaba en su mente antes de iniciar su
labor (Mandel, 78:18). De esta manera, presenta como ineludible este fenómeno,
más aún cuando el ser humano se separa, inevitablemente, del fruto de su
trabajo.
Marx señala que la auténtica
alienación obedece a la forma social del trabajo, no al trabajo en sí mismo
necesariamente. Marx considera que, en una sociedad donde los individuos parten
de condiciones dispares respecto a las relaciones de propiedad, esa cesión de
derechos al Estado, de la que habla Hegel, es un fenómeno de alienación que
afecta principalmente a los que no la poseen, al perder derechos entregados a
una institución hostil con ellos (Mandel, 78:16), pero no respecto a los
propietarios entendido como clase.
Así, Marx se desprende de la
concepción idealista hegeliana. Ni las necesidades humanas son ilimitadas ni el
producto del trabajo colectivo está abocado a no poder colmarlas; depende de la
situación histórica (Mandel, 78:19) y no de una razón antropológica intrínseca
y perenne. La opresión no es fruto de la enajenación frente a una idea, sino de
una forma de sociedad organizada en torno a la producción de mercancías, en un
contexto histórico donde predomina la economía capitalista. De tal modo, que,
contra la resignación, es concebible y posible liberarse de dichos
condicionamientos.