Daniel Albarracín.
23/08/2021
Tras la magnífica exposición que hemos escuchado, que refleja
con sistematicidad las bases de la interpretación marxista de la cuestión
monetaria y que pone los puntos sobre las íes sobre los problemas de la Teoría
Monetaria Moderna, parece que nos toca contribuir, a partir de este marco
de referencia, con algunas reflexiones y consideraciones teóricas, teniendo en
cuenta las nuevas expresiones del dinero que hoy están funcionando. Para
ello, seguiremos esa consigna, que a nosotros nos parece tan valiosa, que
consiste en reflexionar sobre la experiencia y teorizar para la práctica.
En este sentido, el propósito de esta intervención persigue sacar conclusiones, fruto de la experiencia, sobre los problemas y desafíos que las sociedades periféricas y sin soberanía monetaria tienen ante sí. En particular, los retos para países como los nuestros, partiendo de lo vivido en Grecia en 2015 como referencia, que volverán a plantearse si algún día vuelve a ponerse sobre el tapete el intento de abrir veredas para una política económica emancipatoria.
Como decimos, la experiencia griega, con el gobierno de
Tsipras, supone una fuente de experiencias y lecciones, sobre las que se
han sacado pocas conclusiones. El trauma ha causado un síndrome depresivo
que, desde entonces, ha estrechado el imaginario de cambio tras la embestida de
la Troika, y la rendición y fracaso del gobierno de Tsipras, con la infame
comprensión de las fuerzas políticas españolas de la pasividad y resignación
del ejecutivo griego.
En este contexto, el objeto de esta aportación es doble: actualizar
la teoría marxista para las novedades del presente, y ensayar alguna línea
de solución que pudiera abordarse si se reprodujese más adelante un
contexto semejante en otro país periférico dependiente de una moneda sobre la
que no tiene soberanía.
Como sabemos, el marco de la Eurozona cuenta con una arquitectura
económica e institucional que, al no establecer fórmulas de convergencia
real, compensación de desequilibrios exteriores que no sean los del ajuste
neoliberal permanente, la devaluación salarial, y la socialización de las
deudas del gran capital privado, hace de la moneda única una camisa de
fuerza, abrochada con especial ahínco por el Banco Central Europeo.
Este corsé fue, como bien sabemos, especialmente asfixiante
en el caso griego, en el que no hubo problema alguno en retirar la financiación
que daría liquidez al gobierno griego en momentos críticos, al mismo tiempo que
se desarrollaba a escala europea una política monetaria ultraexpansiva
para tapar los agujeros del gran capital privado.
Aunque la política monetaria es frecuente tema de discusión
en la prensa sigue siendo un asunto de escasa comprensión entre el público y
está afectado por un debate pobre en la izquierda política.
La cuestión del dinero y la moneda sigue siendo una gran
desconocida, y en ese caldo de cultivo, la fascinación ante nuevos
planteamientos, por muy arriesgados que sean, más aún si cuentan con algún
atractivo y aspecto parcial de interés, se abre paso con facilidad, como está
posiblemente sucediendo ahora con la Teoría Monetaria Moderna. Se trata
de una teoría que pone en solfa la vieja fe de la teoría monetarista, que
ofrece soluciones aparentemente sencillas, algunas que podrían ser
ocasionalmente útiles, pero que podrían ofrecernos falsas salidas al
partir de algunos presupuestos sesgados, invertidos o incompletos, como
ya se ha expuesto hace un momento.
Lo que sí podemos constatar es que la izquierda
transformadora en Grecia careció no solo de arrojo, sino sobre todo de
orientación teórica adecuada, lo que dejó al desnudo su debilidad para los
momentos clave, empujándola a la indecisión y la inoperancia prácticas, y su
consiguiente fracaso.
Desde nuestro punto de vista, las discusiones dadas hasta
ahora han dado pie a soluciones muy esquemáticas, que por extremos no atienden
a la raíz de ciertos problemas prácticos ni tienen presente el curso de los
tiempos políticos cuando un posible cambio cualitativo se presenta de manera
real.
Por un lado, estarían aquellos que siguen, instando a situaciones
hipotéticas improbables, como, por ejemplo, una reforma sustancial de la
arquitectura económica e institucional de la Unión Europea, o, cuanto
menos, al Banco Central Europeo. Por otro, aquellos que apelan a un divorcio
del Euro y la emisión de una nueva moneda que, pareciera, bastaría para retomar
la perdida y tan anhelada soberanía.
La primera solución cuenta con la ensoñación de que puede
haber una reforma política y económica bajo los Tratados Europeos, ideados
para el blindaje de sus fundamentos neoliberales. La segunda, con una solución
de salida a modo de refugio en el Estado Nación. Ambas operan en la más
estricta abstracción atemporal, con numerosos ángulos ciegos y asuntos sin
abordar.
Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que la realidad
política cobra lugar en la historia y en contextos no elegidos sin a veces
poder escoger soluciones ideales, sino que exigen respuestas en un vaivén de
tensiones de acciones y reacciones.
Metamorfosis del Dinero
y de los sistemas de pago
Hoy vamos a dejar aparte los debates sobre la arquitectura
económica europea, o las diferencias tácticas de los grandes bancos centrales
en materia de gestión de la política monetaria, que merecerían sesiones
específicas, y nos centraremos en la cuestión del dinero y sus implicaciones
sobre la moneda. De hecho, se nos antoja harto complicado poder dar
respuestas oportunas sin dar cuenta de las mutaciones que las formas de
dinero y sistemas de pago están presenciando, y que también requieren
alguna reflexión que se suele pasar por alto.
Como bien es sabido, desde 1971, después de que Nixon
declarase la inconvertibilidad del dólar en oro, el patrón oro dejó de regir.
Desde entonces, la emisión de la moneda y sus diferentes expresiones no cuenta
con el respaldo de esta dúctil y valiosa mercancía, el oro. En cambio, el
dinero FIAT, las monedas fiduciarias, son la norma. Circulan normalmente
contando solamente con el respaldo del Estado, a su vez sustentado en la
fortaleza competitiva y geoestratégica de la economía donde esta moneda se
intercambia, base de la confianza real en la que se apoyan. Con todo, las
monedas fiduciarias, emitidas por los bancos centrales, no suponen la fuente de
creación de dinero más importante, como ya se ha dicho. La fuente de
creación de dinero principal se origina en la propia banca privada, en su
operativa de generación de deuda, cada vez que presta y crea una cuenta
corriente asociada a su pago regular.
Por otro lado, los sistemas de pago y de contabilidad
se han complejizado, y los intercambios se realizan a través de nuevos
vehículos asociados, desde cuentas corrientes, tarjetas de consumo o monedas
digitales, que se añaden a las clásicas monedas y billetes, cayendo en
desuso otras, como el cheque.
Tampoco es mi intención detenerme en estos vehículos del
dinero. Sobre estos sólo merece la pena retener que influyen en la fluidez
de las transacciones y esconden ventajas a quienes dominan estos vehículos como
soporte, en ocasiones de manera especulativa, y que su diseño no es
neutral ni a efectos fiscales, ni de seguridad ni energéticos, pues pueden
ocultar la identidad de los titulares y las operativas en determinados pagos, y
pueden suponer enormes consumos de energía como sucede con las
criptomonedas, que no son objeto de la discusión de hoy.
Para no distraernos, fijaremos la atención en las dos formas
de dinero más importantes, las monedas fiduciarias, emitidas por los
bancos centrales, y el dinero crédito, creado por la banca privada, y
que es el más relevante de los dos, que han desplazado históricamente al
dinero mercancía soportado por el oro.
Es en este contexto, donde parece necesario registrar una
innovación en la teoría sobre la moneda.
El neoliberalismo
realmente existente ha ido abandonando sus tesis ortodoxas acerca del velo
monetario, adoptando una perspectiva pragmática. Así, ha empleado la política
monetaria para el propósito expreso de facilitar crédito al capital financiero
privado, y cubrir los problemas de solvencia recurrentes del gran capital,
habiendo operado con una política monetaria ultraexpansiva favorable al gran
capital, aplazando recurrente la destrucción de capital sobrante, lo que ha
causado un volumen de capital ficticio formidable que comporta una carga a
futuro muy importante y que ha impedido la peligrosa deflación.
Las corrientes postkeynesianas,
muy dispares, han centrado su atención sobre las finanzas. La Teoría Monetaria
Moderna, una de ellas, es la expresión más extrema, dando primacía a la
política monetaria y al Estado, conjugando algunas cuestiones razonables con
otras sumamente abstractas, ilusorias, o con razonamientos que invierten la
lógica causal real.
El resultado ha sido el abandono de la teoría del valor
trabajo, y un pensamiento imbuido en el Estado-Nación sin integrar los
problemas de la globalización capitalista y donde todo se resume en una serie
de postulados idealistas alejados de la base material de la economía, como
si el Estado y su voluntad estuviesen por encima de todo, de la competencia
intercapitalista entre divisas, la tensión entre centros y periferias, y la
propia economía de mercado y la marcha de la tasa de rentabilidad.
A su vez, el marxismo
ha desarrollado de manera dispersa esta discusión. Todavía predomina una
perspectiva basada en el dinero mercancía, ligada a su condición
física y los costes de extracción del vehículo de cambio, sin terminar de
superar la preconcepción ricardiana sobre este asunto.
Sin embargo, hay dos autores, que sí han realizado
aportaciones sistemáticas y fundamentadas para dar cuenta del dinero fiduciario
y del dinero crédito inconvertibles en oro, ni ninguna otra materia prima que
haga de equivalente general en términos físicos. Uno, bastante conocido, es
Costas. Lapavitsas. El otro, y en el que me gustaría centrarme, es el
economista estadounidense Fred Moseley.
Este me parece especialmente interesante porque actualiza la teoría del dinero
marxista, sin caer en la perspectiva ricardiana del dinero mercancía físico, y
lo hace tomando de referencia la teoría del valor trabajo, que es, en
definitiva, la clave de bóveda de la crítica de la economía política que
defendemos desde el marxismo.
La propuesta de Fred Moseley
Fred Moseley relaciona el valor de la moneda no con el coste
de extracción o producción de la mercancía que hace de vehículo, y tampoco con
ningún ejercicio arbitrario del Estado. Siguiendo el planteamiento de Marx
vincula el valor de la moneda con los fundamentales de la formación
socioeconómica en la que se inserta. Es decir, liga el valor de la moneda al
valor de la producción de valor.
De una manera más sistemática, Moseley formaliza una teoría
de la formación de los precios siempre regulada por la Expresión Monetaria del
Tiempo de Trabajo (la MELT). La MELT (Expresión Monetaria del Tiempo de
Trabajo) es equivalente a la cantidad del dinero en circulación (MP)
multiplicada por la velocidad de las transacciones (V) dividida por la cantidad
de tiempo de trabajo socialmente necesario incorporado a la producción (L).
MELT=MP*V/L
Moseley zanja cualquier confusión aparente entre la teoría
monetaria marxista y la teoría cuantitativa del dinero neoclásica. Así, los
precios no dependen de la cantidad de dinero emitida por el Estado, sino que
la cantidad de dinero en circulación depende de la suma de los precios, que
expresan la necesidad de circulación de la moneda, teniendo en cuenta la
velocidad del dinero y el posible atesoramiento del periodo. Desde
este punto de vista, será la dinámica capitalista, guiada por la
rentabilidad y la lógica de la mercancía, y su dinámica endógena, la que regirá
la cantidad de dinero que circule a efectos prácticos, y no el Estado ni su
política monetaria.
P=MELT*L
Estas consideraciones las aplica para las nuevas formas de
dinero, tanto el dinero fiduciario inconvertible como el dinero crediticio
inconvertible.
En el caso del dinero fiduciario, que tiene un peso menor en
la economía, y que sigue una lógica no del todo endógena al ser emitido por el
Banco Central -dependiente del gasto público decidido por el sector público-,el
valor del dinero fiduciario depende
del papel moneda en circulación multiplicado por la velocidad del dinero y
dividido por la cantidad de trabajo vivo empleado, teniendo en cuenta de manera
adicional la transferencia de valor de los medios de producción consumidos en
el periodo.
De manera equivalente, pero teniendo en cuenta que es creado
por la banca privada en las operaciones de deuda, el valor del dinero crédito inconvertible, responde a la misma lógica.
Ahora bien, su dinámica es ya endógena, y se liga al negocio de la banca
privada, que presta, y con ello crea dinero, atenta a la acumulación de
capital y la tasa de rentabilidad, la dinámica de crecimiento, los ciclos
económicos y los tipos de interés.
Diríamos nosotros que esto tiene que ver con la competitividad
de la economía en la que circula la moneda, su situación en la división
internacional del trabajo y, si acaso, con una influencia más relativa, la
política económica, y la regulación del sistema bancario y financiero. En
este sentido, como se ha venido señalando, la dinámica de rentabilidad,
producción y del trabajo, de mercado, de creación y transferencia de valor a la
economía, son los aspectos sobre los que orbita el valor del dinero y la
moneda, como expresión de la misma.
Son algunos de estos
aspectos sobre los que muestran más ángulos ciegos los autores de la Teoría
Monetaria Moderna. Una teoría que parte de una perspectiva sólo pensable
para un país central, imperialista, que cuenta con soberanía monetaria,
especialmente alguna divisa que opere a modo de reserva internacional y,
preferentemente, tenga capacidad de dominar áreas monetarias más amplias que su
propio territorio.
Alcances y limitaciones
de una moneda paralela.
Tras la anterior disertación teórica, que confirma que la
teoría marxista puede dar cuenta de la problemática moderna del dinero sin
abandonar la teoría del valor trabajo, quisiera volver a la cuestión política y
situarnos en el contexto de Grecia en 2015.
Tras pocos meses de gobierno de Syriza, Tsipras ya había
renunciado al programa de Salónica. Tsipras asumía las tesis de
Varoufakis, que proponía una reestructuración de la deuda sin dejar de pagarla,
sin soliviantar demasiado a las instituciones europeas. Al final la tesis
inicial de “ningún sacrificio por el euro” se tornó en hacer lo que sea por
permanecer en el euro.
En el primer semestre de 2015, la Comisión de la Verdad,
coordinada por Eric Toussaint, sustentaba con sus informes de auditoría la impugnación
de la deuda ilegítima acumulada por los poderes públicos griegos.
Varoufakis no estaba dispuesto a esto, y el gobierno apenas lo tuvo en cuenta
unas pocas semanas. Sin embargo, un miembro de su equipo, James Kenneth
Galbraith, escuchó y tuvo en cuenta las sugerencias de Toussaint sobre la
oportunidad de una moneda paralela. El equipo de Varoufakis estudió esta
opción seriamente en las últimas semanas del mandato del ministro de Finanzas
antes de su dimisión.
¿Hasta qué punto esta solución tenía fundamento y recorrido?
La previsión de la permanencia en el euro no era otro,
para nosotros, que, bajo los Tratados en vigor, que el ajuste interno
antisocial y la divergencia real con los países centrales, y una creciente
dependencia y pérdida de soberanía económica.
La alternativa, la desvinculación del euro, supondría
una serie de costes por la salida o expulsión, que podría ascender a un impacto
de un 15% del PIB, y una devaluación fuerte y pérdida de capacidad de compra
internacional de la economía griega, entre otros, ligados al aislamiento
internacional.
Planteado así era todo un dilema trágico. Un dilema que, en
términos generales, todas las opciones políticas habían presentado en un
escenario abstracto sin ligar a situaciones prácticas, como la que vivió
Grecia.
Al interno del equipo de Varoufakis se barajaron
muchos elementos, algunos favorables y otros escépticos, en relación a la
puesta en marcha de una moneda paralela. Trataremos a continuación de indagar
sobre los alcances y limitaciones de esta medida, con el propósito de valorarla
si se produjese una situación equivalente en el futuro.
La emisión de una moneda paralela tiene varias ventajas
y potenciales como son los de, sin necesidad de abandonar la circulación
del euro, facilitar las transacciones interiores y la liquidez de la economía
local o regularizar la economía informal, brindando algún margen de maniobra al
Estado en materia de soberanía económica y desarrollo endógeno. Otra ventaja es
que puede servir de mecanismo preventivo o de mitigación ante la implantación
de medidas agresivas por parte del BCE, tales y como pueden ser la retirada de
la liquidez (programa ELA), de ayudas provenientes de los programas europeos o
si se decide la propia expulsión del
Euro. Esto es, la moneda complementaria podría terminar siendo sustitutoria,
haciendo menos dura y desordenada la transición a un escenario de recuperación
de soberanía monetaria.
La moneda paralela podría conseguir su circulación, como
sugeriría la propia Teoría Monetaria Moderna, exigiendo el cobro de
impuestos en dicha moneda, haciendo pagos del sector público y la remuneración
de los empleados públicos también en dicha moneda. Ahora bien, su
aceptación pasaría por contar con una paridad de intercambio con el euro,
más fuerte, lo que no impediría aplicar una paridad revisable dado el
caso, y especialmente una política económica que reste poder al capital
privado.
Los problemas de la medida no son sólo su insuficiencia o sus
riesgos, sino también lo que no incluye, sin no hay un programa más ambicioso.
En primer lugar, una mera sustitución de la moneda no resuelve el cambio de
política económica, que requiere un paquete completo de cambio en materia
fiscal, de transición ecológica, de inversiones y gasto público, así como de
política monetaria favorable a las clases populares y lo común. Un cambio
de moneda tampoco resuelve la imperiosa necesidad de ampliar una política
solidaria, cooperativa abierta e internacionalista, para poder dar camino a una
política socialista y democrática plena, y tampoco podrá evitar,
probablemente, un primer periodo de empobrecimiento y devaluaciones, que
debe ser compensado con políticas fiscales justas -entre otras un impuesto a
las exportaciones-, medidas redistributivas, socialización de medios económicas
estratégicos e inversiones socioecológicas, que protejan a la mayoría social
trabajadora, y que hiciese pagar el coste a las clases dominantes.
CONCLUSIONES
Una lección a sacar es que, si seguimos las conclusiones de
Moseley, la política monetaria es la que debe ajustarse a las capacidades y
necesidades económicas del país, y no al revés, y que una sucesión de
devaluaciones o una tentación al refugio nacional arrinconarían una salida
beneficiosa para las mayorías. Desde este punto de vista, una aproximación
marxista a la cuestión nos debe vacunar de cualquier tentación fetichista
sobre la moneda.
También tenemos que evitar la confusión del debate sobre las monedas
locales complementarias, con una eficacia muy limitada y a veces
contradictoria si no se cuenta con tablas de equivalencias realistas, porque cualquier
moneda aceptable exige su vocación de universalidad en un territorio
amplio.
Otra lección trata sobre la cuestión de los tiempos
políticos. Aunque teóricamente la moneda complementaria podría ser en teoría
útil para una transición, la velocidad de los acontecimientos posiblemente
sería más rápida de lo que nos imaginamos. La puesta en marcha de una moneda
paralela transgrede el artículo 128 del Tratado de Lisboa y sería vista
como una agresión que podría propiciar la expulsión inmediata. De tal modo que,
una medida así debería prepararse con el debido sigilo y con la
necesaria agilidad antes de cualquier anuncio público.
La última conclusión es que la solución de la moneda
paralela tienen su oportunidad en momentos muy circunstanciales y transiciones
muy rápidas. No son suficientes por sí solas, y requieren un
programa político mucho más amplio en el terreno del cuestionamiento del
régimen de propiedad de los sectores estratégicos de la sociedad, de la
política fiscal, de inversión y la inclusión como vector central de una
auténtica política de transición energética y ecológica, que, en cualquier
caso, no evitarán el conflicto al que tratan de responder, que no es otro que
la reacción de las clases dominantes a renunciar a sus privilegios y su modo de
vida, incompatible con el bienestar de las mayorías sociales y la
sostenibilidad ecológica.
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