https://vientosur.info/spip.php?article15900
18 de Abril de 2020.
1.
El Covid19 como desencadenante de la crisis y
los factores determinantes de la depresión económica
“Esta es una crisis sin precedentes, mucho
más grave que la del 2008”. Estas fueron las palabras que pronunció Christine Lagarde, presidenta del BCE, en la mañana del 9 de
abril, durante su entrevista en el programa matutino de la radio francesa
France Inter. Acto seguido, recalcó que los países europeos iban a estar
preparados para asumir esta crisis si respetaban el marco de la UE. El equipo de
investigaciones del banco Uni Credit publicó un informe el 5 de abril en el que
insiste igualmente en la magnitud de la crisis, poniendo de relieve las
oportunidades de crecimiento que se abrirán tras los períodos de cuarentena
(condicionados, según este banco, a que el BCE no pare de inyectar liquidez).
Mientras que Lagarde subraya que los efectos de la crisis serán muy diferentes
según los tipos de empresas, los actores financieros, como el citado banco, ya
preparan su siguiente paso para reforzar sus posiciones. Todo depende de a
quien le preguntemos.
Que a la pandemia se haya sumado ahora la
recesión nos ha sumido desde hace semanas en una avalancha de informaciones, a
menudo contradictorias. Así, en algunos medios se pretendía dar una sensación
de seguridad, incluso de esperanza, querían creer que tras la fuerte caída de
la producción durante la pandemia podría darse un efecto rebote. Las
previsiones más realistas, incluyendo a las de la presidenta del BCE,
contradicen claramente la idea de que el impacto económico tendrá la forma de
una “V”. Las condiciones para una crisis de largo alcance están dadas, lo
estaban incluso antes de la pandemia del Covid-19.
La crisis económica que está aquí no es
únicamente fruto del Coronavirus, como ilustra Éric Toussaint, sino que es producto de décadas de un sistema que acumula
contradicciones. Aunque la pandemia sea la espita del inicio de esta crisis y
que la crisis sanitaria determine parte de la dinámica y de la envergadura de
las medidas adoptadas, la mayoría de comentaristas hegemónicos confunden, a
propósito, la chispa (el Covid19) con el combustible (el modelo capitalista
agotado)[1]. A nuestro juicio, esta actitud descansa en la voluntad de confundir y
negar que había condiciones fértiles para la crisis previa a la perturbación
causada por la pandemia. Son este tipo de cortinas de humo las que, a posteriori,
son responsables de etiquetas superficiales como “crisis del coronavirus”, o anteriormente “la crisis del petróleo”,
que impedirían discernir entre causas desencadenantes y determinantes de la
crisis.
Una de las contradicciones acumuladas más importantes
es la de la deuda. Este mecanismo ha jugado un papel clave en diferentes
crisis, que no se resuelven pero que aplazan sus consecuencias, por parte del
capitalismo durante los últimos 40 años. En lo que nos atañe, tras la “crisis
de la deuda” pública que se produjo a principios de 2010, provocada al rescatar
al capital privado, ahora nos encontramos frente un endeudamiento privado
masivo que, como lastre de la tasa de beneficio, da fragilidad a la acumulación
y puede profundizar la crisis. Desde el punto de vista de las contradicciones
del capitalismo, la crisis de la deuda pública sólo sirvió para restablecer la
estabilidad financiera, convirtiendo deudas privadas en públicas, y dar una
patada hacia delante a la actividad económica, aplazando el problema, poniendo
en marcha la máquina de creación del capital ficticio, en un contexto de
recuperación débil de la tasa de ganancia, sin animar la inversión. En 2018, el
PIB de la zona euro se situaba al mismo nivel que en 2011. En 2019, se presentaba
un nuevo estancamiento, al agotarse el ciclo industrial positivo. Paralelamente,
durante la segunda mitad de la década se fue alimentando una burbuja de la
deuda privada acumulada[2].
Pese a que los analistas del mundo financiero
sostengan la previsión de una recuperación rápida, como si fuese un paréntesis inducido
y puntual como si la economía fuese un coche que se pusiese al ralentí y luego
bastase con acelerar, el alcance de la crisis es mucho más severo. Esbocemos
mejor la forma de la curva. Esta se parecerá más al logo de Nike, de caída profunda y salida muy
lenta. A nuestro juicio, el martillo de esta paralización económica no hace
sino tambalear lo que ya era un funcionamiento capitalista problemático.
Podríamos estar ante uno de esos acontecimientos
que modifican la estructura de la economía, al romper los frágiles equilibrios
que le permitían conducirse dentro de un orden. Con esto, se estaría dificultando
no sólo la recuperación, también puede conllevar una fuerte destrucción de
capital ficticio, intensificar la concentración de capital, impulsando a las
opacas y oligopólicas grandes tecnológicas, encerrar geopolíticamente las
economías ante la guerra comercial, y maniatar el margen de maniobra al mundo
del trabajo al forzarle a aceptar condiciones laborales que aumentarían la tasa
de explotación.
2.
La Unión Europea: entre el placebo, la disciplina y la impotencia.
El hecho de que la pandemia empeore
notablemente los efectos de la recesión que ya estaba en curso ha obligado a
los países europeos a actuar rápidamente con respecto a qué medidas tomar, al
menos a nivel económico. Las medidas que se consensuaron en la reunión del
Eurogrupo el 9 de abril están muy lejos de responder a las necesidades de las
mayorías sociales. Sin embargo, la manera en la que se ha llevado la
negociación es distinta a la de hace una década. Los consensos a los que ha
llegado, de momento, el Eurogrupo son el fruto de tensas negociaciones entre
países de la “periferia sur”, como Italia o el Estado español, y países
conocidos como de la “ortodoxia económica”, los que a sí mismos se llaman
“frugales”, como los Países Bajos, Alemania, Austria o Finlandia, con Francia
jugando un papel de bisagra.
Parecería que, sin ser suficientes para hacer
frente a los severos problemas a los que se van a enfrentar las economías
europeas, tampoco son tan devastadoras para los países del sur como aquellas
tomadas a principios de la década de 2010 (aunque algunas de estas medidas como
las condiciones asociadas al MEDE se activen más adelante una vez se determine
que la situación de alerta sanitaria haya pasado). Pero seamos claros, este
resultado no tiene que ver con una victoria de los países del Sur europeo ni
con un mayor equilibrio en la correlación de fuerzas entre los bloques a los
que apuntábamos, sino con la necesidad de actuar urgentemente (recordemos que
existen previsiones de caídas del PIB alemán del 10%) ante una conmoción económica
muy grave.
En suma, la Unión Europea ofrece ayudas financieras de hasta 540
mil millones, cuyo grado de uso depende de lo que soliciten los Estados
Miembros en última instancia, de la siguiente manera, paquete que puede
ser ratificado o modificado en
la reunión del Consejo Europeo del 24 de abril:
●
De ellos, 240 mil millones de euros, forman
parte del MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad), esto es,
de hasta el 2% del PIB de los Estados miembros como referencia. De la lectura
del acuerdo se deduce que al final habrá condicionalidad. Todos los Estados
podrán acceder, siempre y cuando se comprometan a gastar el dinero en temas
relacionados con la atención médica. Y se prevé que deberán respetar la
disciplina fiscal.
●
Los
Estados aportarán un fondo de 25.000 millones adicionales para el BEI (Banco Europeo de Inversiones). El BEI calcula que puede tener un efecto multiplicador de hasta
200.000 millones en forma de préstamos para empresas 200 mil millones de
euros para potenciales avales para empresas.
●
100 mil millones para cubrir los costes
salariales derivados de la paralización de la actividad económica. De esta
última partida, se ha señalado que serviría “para cubrir los ERTE” para el caso
español [1]) bajo la financiación del programa de ayudas de la UE al desempleo, el SURE,
respaldado por garantías públicas de los Estados hasta en un 25%, y que nace
sin vocación de ser un sistema de reaseguro de desempleo europeo.
Se estima, en total, que hasta 25.000
millones podrían destinarse para la economía española en esta crisis. Una
cuantía que, a pesar de su magnitud y a pesar del modo en que llega (en forma
de crédito y consiguiente deuda), apenas podrá cubrir ni de lejos los
voluminosos costes de esta depresión recién abierta y que puede suponer una
caída del PIB del 8%, según el FMI.
En lo que refiere al Fondo de Recuperación
que está en discusión, según EuroIntelligence, se plantean también dudas. Se
habla de movilizar “instrumentos financieros innovadores” dejando a un lado de
momento la puesta en marcha de un sistema de eurobonos. Sin embargo, sería el
único instrumento de impacto macroeconómico significativo. Se baraja su
incorporación al presupuesto europeo, pero, al igual que sucedió con el Plan
Juncker (Plan de Inversiones para Europa), nos tememos que tampoco será capaz
de animar nueva inversión si no es un plan directo de inversión. Las medidas
discrecionales que se estiman están poniendo en marcha los Estados miembros
podrían ser de un 3% del PIB. En suma, y en balance, la iniciativa de los
Estados, salvo en lo que pueda traducirse en forma de socialización de
pérdidas, junto a lo que podría mover la UE es bastante pobre y adopta un
formato lesivo para el interés de las clases trabajadoras.
Una de las circunstancias que probablemente han
ayudado a alcanzar consenso refiere al hecho de que estos préstamos no tengan
condicionalidad definida con detalle, por el momento. Lo que ha permitido a los
países del sur de Europa presentar la negociación como un éxito. A la par, ha
calmado las posiciones más ortodoxas de los países del centro. Este es un
asunto importante, puesto que toda suma solicitada por un Estado miembro no
sólo redundará en un mayor endeudamiento. Sobre todo, una vez pase la crisis
sanitaria, se acabe el periodo excepcional y el Pacto de Estabilidad y de
Crecimiento vuelva a ser de aplicación, partidas como la del MEDE, activarán su
condicionalidad, si al final algún país se acoge a sus préstamos. Algo que en
el pasado implicó una férrea supervisión de la política nacional de los
diferentes países solicitantes y la consiguiente implementación de planes de
ajuste.
El acuerdo en el Eurogrupo aún deja abierto qué
tipo de condicionalidades habrá. Ahora, de su análisis se deduce que las habrá.
A este respecto, el acuerdo exige el cumplimiento del pacto fiscal europeo tras
el periodo excepcional de la pandemia. De tal manera que, las
condicionalidades, en principio establecidas para fines sanitarios y cobertura
de costes por desempleo, se acompañarán, sin dudarlo, con programas de ajuste
que cada gobierno habrá de aplicar para garantizar la devolución de la deuda, y
reestablecer los equilibrios presupuestarios. No sabemos aún, si hasta un techo
de gasto menos duro, pero bajo el mismo modelo de disciplina fiscal, por el
lado del gasto. Recordemos, en esta crisis, en el Estado español, el incremento
en términos porcentuales del PIB puede ascender a un 20% de la deuda pública
existente a día de hoy. El FMI calcula que podría elevarse hasta el 115% del
PIB.
En textos anteriores insistimos en
caracterizar la importante crisis de legitimidad y gobernanza que adolece la
UE. Frente al ascenso de movimientos reaccionarios que ejercen el papel de outsiders o contestatarios con respecto
a la política de la UE, los partidos que conforman el núcleo de esta gobernanza
no han sido capaces de proponer una alternativa a la de una UE neoliberal. Esta
se ha evidenciado tras las pasadas elecciones europeas que dieron cuenta de un
escoramiento hacia la derecha de la Eurocámara, profundizando en un proyecto
europeo basado en soluciones autoritarias y etnicistas. La crisis de
legitimidad, causada por sus propios dirigentes, se sigue profundizando a día
de hoy. La manera por la cual la UE se ha ido deteriorando como marco político
inclusivo en la última década se ha demostrado por la impotencia de la UE de
hacer frente a la crisis sanitaria de manera efectiva y conjunta, y que otras
potencias como China hayan demostrado tener mayor capacidad de auxilio que los
países vecinos europeos. Es más, se han dado varios casos de litigios por la compra de mascarillas sanitarias entre los países europeos. Como era de esperar, estas condiciones
han disparado el “euroescepticismo” en Italia. En lo que respecta a las medidas
conjuntas para atajar la sangría económica, la exclusión del Parlamento Europeo
(única institución sometida a sufragio universal) en las discusiones del
Eurogrupo muestra el carácter tecnocrático de estas instituciones. Y por si
fuera poco, el 11 de abril, el ministro de exteriores alemán, Heiko Maas, animaba a que en el seno de la UE se encontrase una solución que no pasase por los “instrumentos de tortura”, reconociendo implícitamente que la política de ajuste promovida en los
países del Sur de Europa por parte de la Troika no ha provocado más que
sufrimiento.
3.
Conclusiones
Toda crisis constituye para una sociedad un
momento en el que las bifurcaciones son, más que nunca, posibles. La crisis
sanitaria actual, sumada al agotamiento de un modelo económico incompatible con
una vida digna para la mayoría representa una importante oportunidad para hacer
cambios radicales hacia una sociedad más justa y en coherencia con los límites
ecológicos de nuestro planeta. Por ello, resulta lamentable que el gobierno se
agarre a soluciones que no están a la altura. Las soluciones propuestas están
atrapadas en el esquema de un socialiberalismo
de Estado, fiel a la arquitectura europea neoliberal.
Tras la crisis de 2008, las tasas de
beneficio se intentaron recuperar mediante la precarización, el ajuste
salarial, y la multiplicación de dispositivos que permitían la acumulación por
desposesión (en particular mediante el mecanismo de la deuda). Siendo la crisis
actual más profunda que la anterior, es probable que se apliquen de nuevo los
mismos mecanismos. La puesta en marcha de medidas anticíclicas en un primer
momento quizá traten de hacer frente a estimaciones de caída del PIB
dramáticas. Pero mucho nos tememos que la UE volverá a tomar las riendas que
prosigan la divergencia económica en su interior, que acentúen las políticas de
devaluación interna de las sociedades europeas, mediante la puesta en marcha de
reformas antisociales.
Frente a esto se plantea un dilema que guiará
la acción política de los distintos gobiernos europeos. En especial, gobiernos
como el portugués o el español: ¿Cómo combinar una política de mínima
protección de las mayorías frente a una agenda que tenderá inexorablemente
hacia la devaluación interna como vía de competitividad en los mercados
globales? Durante más de dos décadas, la UE ha proporcionado todo un aparato
discursivo que ofrecía una imagen de resolución de esta contradicción. La
crisis de 2008 desveló las falacias de este proyecto. Ahora, la pandemia del
COVID-19 ha empujado a la Unión Europea a su mutación última: la unión política
y el proyecto común se han visto reducidos a la incapacidad manifiesta de hacer
frente a la emergencia sanitaria de una forma mínimamente unitaria, menos aún
inclusiva o redistributiva.
La cuestión europea nunca ha sido un debate
sencillo para la izquierda de los países de la periferia sur europea. El hecho
de que el proceso de integración europea se presentase como un proyecto de
ascensión social para estas poblaciones (en el que todo el mundo iba a ser
clase media) ha constituido una trampa formidable, siendo Grecia sin duda el
ejemplo más dramático de esta trampa. Al final, la única propuesta asumible para
gran parte de la izquierda ha sido la de una reforma de la misma (en la línea
de los partidos socialistas y los verdes). La reforma como único eje
estratégico para parte de la izquierda le ha generado una jaula epistemológica.
Siendo la brújula que ha guiado la acción de la izquierda en este terreno, ha
contribuido más a su desorientación que a una capacidad de intervención
efectiva. Conforme va avanzando la decadencia de la misma UE, el horizonte de
la reforma de la UE se desvanece y ya sólo se aceptan asimiladas a su proyecto.
Como indica Joachim Becker, sea cual sea la estrategia que se pretenda implementar desde la izquierda
con respecto a la Unión Europea, esta deberá pasar necesariamente por la
construcción de una correlación de fuerzas a nivel nacional (para luego tejer
alianzas más allá). Pero en el caso español nos enfrentamos, de nuevo, a una
encrucijada comparable al dilema europeo. Unidas Podemos mantiene una relación
contradictoria y errática con respecto a su participación en el gobierno. Por
un lado, ha defendido que la única manera de construir esta correlación de
fuerzas era desde el gobierno, justificando la entrada en una coalición con el
PSOE. Por otro lado, en el momento en el que el PSOE pone en marcha la
apisonadora, especialmente en materia económica, UP se ampara en que la
correlación de fuerzas en el seno del gobierno impide el ir más allá.
En el escenario de bifurcaciones al que
apuntábamos, nosotros apostamos por la necesidad de un cambio radical que rompa
con las estructuras económicas y sociales injustas de nuestra sociedad. Este
cambio comienza con una política desobediente de sus principios draconianos a
favor del gran capital, insolidarios con la población europea. Es el momento de
construir una política de desarrollo endógeno, soberana, abierta al mundo, que
extienda los brazos para que varios pueblos cooperen solidariamente entre sí,
de una manera internacionalista, que sólo es posible al margen de los tratados en
vigor y con una arquitectura económica radicalmente diferente. Para que ello
sea posible, hay que dar pasos al frente, romper con los privilegios y
chantajes de los poderes económicos y financieros, y abrir veredas que inviten
a sumarse a todos aquellos comprometidos con el bienestar, la democracia y la
solidaridad entre los pueblos. Una propuesta que, entre otros, ha desarrollado
la iniciativa Recommons Europe y que llamamos a tener muy en cuenta..
[1] Goldman Sachs prevé para la eurozona una caída del 9%
del PIB, y para la economía española del 7,5% al menos, el FMI es incluso más
pesimista. Según los cálculos en Francia y en Alemania, se prevén unos datos de
producción catastróficos, con una caída de al menos el 6% del PIB en el caso
francés y de más del 10% en el caso alemán. En el caso alemán, una caída del
1,9% en el primer trimestre de 2020, que se agravará entre abril y junio hasta
un desplome del 9,8% como consecuencia de las medidas de confinamiento. Sin
duda este retroceso tiene que ver con las condiciones de la cuarentena, pero
resulta que en el caso alemán, llevamos observando señales claras desde el año
pasado sobre su recesión industrial. Así, el Financial Times informaba en diciembre sobre la caída de ventas en el
sector del automóvil alemán durante el 2019. Una industria que representa a más
de 800.000 empleos directos y dos millones de indirectos. Estas caídas se
producen en un contexto de guerra comercial entre EEUU y China. El crecimiento
del PIB alemán (https://www.destatis.de/EN/Press/2020/02/PE20_045_811.html), la economía que marca el ritmo de la UE, se ha visto
afectado, en el cuarto trimestre de 2019 estancándose en el 0% con respecto al
anterior trimestre y un 0,4% con respecto al año anterior.
[2] Cifras de la deuda: Si en el 2012, la deuda pública alemana
se situaba en el 80,7% del PIB, esta deuda ha caído al 61,9% en el 2018[2]. Sin
embargo, la deuda privada se encuentra de nuevo al 154% del PIB[3]. En el caso
francés, estas cifras muestran que la deuda pública ha subido desde el 2010 del
85% al 98% del PIB. La deuda privada ha
pasado del 219 al 266% del PIB, mostrando que el avance hacia una recesión era
inexorable. Durante esta década ha alimentado su débil crecimiento mediante la
deuda. En el caso español, la deuda privada ha pasado del 268% del PIB en el
2010 al 194% en el 2018. La deuda pública por su parte, ha pasado del 60% al
96% en el 2018. La deuda italiana pública ha pasado del 110% del PIB en 2010 al
134% en 2018. La deuda privada ha pasado del 183 al 166% del PIB en estos 8
años. En algunos sectores altamente financiarizados, como aquellas empresas que
cotizan en los mercados de valores, especialmente en los EEUU, hemos asistido
además a grandes emisiones de deuda, ligadas al hecho de querer seguir
comprando acciones con tal de evitar que cayesen los valores en los mercados.
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