Daniel
Albarracín, Rafael Ibáñez, Mario
Ortí , Alberto Piris
Este artículo fue publicado en 2012 en la Revista Materiales de Trabajo, la cuál no ha tenido continuidad. Se trata de un artículo elaborado en 1998 y revisado para la ocasión, de lo que fue uno de los equipos de investigación más importantes en el que he trabajado. Nos denominábamos Colectivo Madrid, y siguen siendo grandes analistas, profesores y traductores. Como homenaje tanto a la obra del historiador E.P Thompson, que tanto nos enseñó a reflexionar sobre el cambio social y el papel de los sujetos, como a los compañeros que hicieron posible esta modesta, pero edificante, contribución, recuperamos este artículo en este blog.
Un pensamiento producto de la historia
“La historia es una forma dentro de la cual luchamos y muchos han
luchado antes que nosotros. Ni estamos solos cuando luchamos allí. Porque el
pasado no está sencillamente muerto, inerte, ni es confinante; lleva también
signos y evidencias de recursos creativos que pueden sostener el presente y
prefigurar posibilidad”.[1]
“Necesitamos la teoría en cada momento de nuestra labor y necesitamos
una investigación que esté informada tanto empírica como teóricamente, la
interrogación teorizada de lo que encuentra esta investigación” [2]
Thompson procede de una familia bien posicionada que porta en su
manera de ver las cosas la tradición liberal, en su versión más abierta y
progresiva, característica de la sociedad británica de la primera mitad del
siglo XX. Uno de los primeros momentos decisivos de su forja ideológica e
intelectual será la
II Guerra Mundial que va a vivir muy joven, marcándole de un
modo especial la experiencia de su hermano en Yugoslavia[3]. La lucha contra el fascismo viene a simbolizar un leit motiv muy enraizado en el
imaginario de la sociedad británica en su guerra contra el Eje. Thompson, al
calor de estas condiciones se afilia a una temprana edad al Partido Comunista
Británico mientras prosigue sus estudios de historia. Su vocación docente en
breve deja paso a una dedicación cada vez mayor a la pasión por la historia. El producto
de esa elaboración, sus síntesis provisionales y conclusiones más creativas
serán el objeto de nuestro comentario.
La evolución de la izquierda del Reino Unido tras la II Guerra Mundial
constituye también un contexto ideológico y cultural de su obra sin duda
fundamental para comprender los giros, conflictos y elementos de controversia
que marcan la trayectoria vital e intelectual de Thompson. El PCGB era un
partido comunista que tenía una importante acogida, no comparable con el
Laborismo que siempre alcanzó una representación social y electoral más amplia
—no sin su continua dedicación a apartar cualquier atisbo de radicalismo— y fue
un partido afín a la
URSS. Parece no obstante, que la afiliación prosoviética de
los militantes y simpatizantes de base quiebra en buena parte tras los
acontecimientos internacionales de 1956, especialmente con la intervención
armada soviética en Hungría. El apoyo del PCGB a la URSS en esta represión no
sólo va seguida del abandono de un tercio de los militantes, lo hace también
del propio Thompson. El cierre histórico a las concepciones renovadoras,
democratizantes de movimientos populares en distintos puntos del mundo se ven
ahogadas. Se entrecruzan en este punto de la historia la consolidación de un
capitalismo corporativo de corte keynesiano y socialdemócrata en occidente, con
la conservadurización burocratizante del Estado colectivista soviético. Puede
entenderse también como la parcial derrota de una generación que se movía a
favor de los nuevos vientos de renovación en los distintos sistemas sociales de
un extremo a otro del mundo. Posiblemente, aquella derrota de un movimiento regeneracionista que fue abanderado por
el «espíritu de la contestación juvenil» abrió las puertas a experiencias y
motivaciones que facilitaron ulteriores movimientos, especialmente durante la
década de los años 1970.
El paso que marca la
ortodoxia de la teoría marxista lleva la impronta de una época donde todo
parecía atado y bien atado. Un capitalismo en plena prosperidad, donde casi
nadie cuestionaba su evolución, y una estabilidad donde sólo la URSS marcaba
las líneas de guerra fría dibujaba un escenario sombrío sobre el futuro. En ese
contexto, el único modo de pensar las grandes transformaciones, en medio de
estructuras firmemente consolidadas, parece pasar por la proyección de
interpretaciones que se refugian, bien en un carácter fuertemente conceptual,
bien en la esperanza de una historiografía de un muy largo plazo en el que la
agencia humana en la transformación del mundo ocupa un papel en extremo
abstracto. Es la época en que el estructuralismo difunde en la academia
conceptos como modo de producción, base y superestructura, o estructuras sin sujeto, que dan forma a
un corpus interpretativo que sólo concedía posibilidades al cambio en un futuro
difícil de protagonizar.
Sin duda, sólo podemos
entender a Thompson, como parte de una tradición de pensamiento, directamente
enfrentada a un marxismo estructuralista esclerotizado que identifica
parcialmente con el propio stalinismo. Frente al cual trata de aportar una
noción donde los sujetos sociales concretos son los actores de la historia, un
trabajo empírico, acerca de lo concreto, una recuperación de los sujetos y su
voz. Desde su nacimiento en 1924 hasta su muerte en los
primeros años de la década de los 90, la trayectoria biográfica de Thompson
está marcada por un pleno compromiso con la militancia en torno a los grandes
conflictos que han marcado el siglo XX. Su trabajo historiográfico y teórico
está lleno de las huellas de esta praxis social y política. Un trabajo que
arranca con unas primeras obras plenas de una fresca simpatía por una historia
romántica, en la línea de influyentes maestros como William Morris (William Morris. de romántico a
revolucionario, de 1955),
centrada en el relato de los mismos personajes que forjan su historia. Motivado
por la recuperación histórica de la construcción simbólico-material de los
sujetos sociales, su propia obra central La
formación de la clase obrera en Inglaterra de 1963, se introduce en el
terreno de la historia de largo plazo del capitalismo a través de la formación
y disolución de los sujetos sociales. Su enfrentamiento con la ortodoxia
marxista, sus versiones economicistas o estructuralistas, da lugar a una
magnífica obra, escrita pensando en la militancia y estructurada en clave de
polémica metodológica (Miseria de la
Teoría, de 1978). Por otra parte,
su implicación práctica con distintos movimientos que jalonaron los años 1960 y
70, como fueron el movimiento pacifista y antinuclear. En cuanto a la
experiencia que probablemente condense mejor la dialéctica entre teoría y
praxis política en la que se mueve, hay que destacar su papel como punta de
lanza de un conjunto de historiadores que trabajan codo con codo junto a
militantes de base y obreros sin formación académica dentro de las actividades
del History Workshop[4].
El equilibrio roto en el materialismo histórico: Estructura y Sujeto.
"Las revoluciones proletarias se critican constantemente a sí
mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que
parecía terminado para comenzarlo de nuevo desde el principio".[5]
Tal y como ha recogido en sus obras sobre la crisis de la perspectiva
del materialismo histórico un autor como Perry Anderson[6], el contexto en el que el marxismo
occidental se desenvuelve tras la segunda Guerra Mundial
se caracteriza ante todo por la
desaparición de las condiciones para la autocrítica que suponía la
conexión recíproca entre el ejercicio de la práctica social transformadora y la
propia tarea de interpretación del mundo; en definitiva, de hacer al mismo
tiempo del marxismo una teoría de la
historia y una historia de la
teoría. Como también observa Anderson, en un contexto marcado por
esta contradicción —expresión de la ausencia de mediaciones en la contradicción
entre la teoría y la praxis—, pronto el efecto es también la escisión dentro
del propio marxismo. Esta división bien puede ser ejemplificada a través de la
forma específica que cobrará en el seno del marxismo francés; la de una
polarización manifiesta máxima entre un marxismo de raíz humanista, cuyo último
gran representante es J.P. Sartre, y la deriva estructuralista propiciada por
el giro lingüístico de las ciencias sociales en la que surgen pronto
nuevas —e intelectualmente deslumbrantes— figuras en los campos de la
antropología, la lingüística, la propia sociología o una filosofía que parece
volver a ocupar un papel hegemónico como fin último de todas ellas. La escisión
del marxismo no solamente es tal, sino que además implica una disolución del
mismo: "La evolución es simplemente esta: el marxismo francés tras haber
disfrutado de un largo período de amplia e indiscutible dominación cultural,
amparado en el prestigio reflejo, remoto, de la Liberación, encontró finalmente
un adversario que fue capaz de presentarle batalla e imponerse.(...) el amplio
frente teórico del estructuralismo y, después, sus sucesores
post-estructuralistas. La crisis del marxismo latino no seria el resultado de
un ocaso circunstancial, sino de una derrota en toda regla"[7].
Anderson huye sin embargo de una atribución apriorística de causalidad
hacia las posiciones teóricas estructuralistas o postestructuralistas con
respecto al proceso más amplio de academización del marxismo y disolución de
los vínculos establecidos en la praxis con los movimientos obreros, tratando
entonces de otorgar "una prioridad a las explicaciones extrínsecas de sus
éxitos, fracasos o estancamientos"[8]. Pero si ambos procesos que acompañan al declive del materialismo
histórico como cultura —deriva en la teoría y esterilización con respecto a la
praxis— pueden encontrar un referente común que permite interpretar el sentido
general de las transformaciones, es el del cambio producido en la
representación de la estructura y el sujeto en la historia y la cultura
humanas. Este cambio supone una acentuación de la ruptura del precario
equilibrio entre las familias del materialismo histórico, representadas hasta
los años 1960 en el caso francés por el existencialismo humanista, el
historicismo sin sujetos de la escuela de los Annales o la propia presencia de Partido Comunista más fuerte del
mundo occidental. La fulgurante victoria del estructuralismo de Levi-Strauss
desde el campo de la antropología o el
reinado de Althusser en la
teoría Marxista , logran rápidamente levantar un fuego de
artificio que puede por un momento ocultar que su victoria se está produciendo
en el terreno de la academia, pero que su hegemonía va a alcanzar el de la
cultura y a acelerar una derrota ideológica del marxismo que se traslada a
todos los niveles. Cuando a mediados de los años 1970 el estructuralismo se
eclipse a sí mismo como un juguete roto que ha pasado por la fase de moda intelectual, los cadáveres que
pueblan el campo de batalla son probablemente tres; el primero, la conexión
social del marxismo como praxis viva; el segundo, la posibilidad de
construcción de unas ciencias sociales desde la dialéctica entre sujeto y estructura; el tercero la propia reivindicación vivificante del
papel de una voluntad humana en la transformación del mundo que no renuncia a
ser pensada en el seno de sus determinaciones materiales. Son sin duda
cadáveres de la propia violencia de la historia en la que median las propias causas extrínsecas de las grandes
transformaciones que en los años 1970 acaban una fase del capitalismo y
empiezan otra; sin duda, también paisajes con figuras en que la teoría no es
más que una parte de las luchas ideológicas por las significaciones que
atraviesan dramáticamente a los sujetos sociales.
Teoría y sujeto en la obra de Thompson: de la
historiografía al debate en la teoría.
“Las críticas de Gassendi contra Descartes son perspicaces, llenas de
buen sentido, perfectamente fundadas. Gassendi tiene razón contra Descartes. Y,
sin embargo, la contribución de Descartes a la ciencia es muy superior a la de Gassendi , y la
riqueza de su pensamiento -a pesar de sus contradicciones, o mejor dicho a
causa de ellas- mucho mayor”[9].
La complejidad de este proceso de transformación histórica y teórica o
su referenciación empírica al caso francés como contexto dominante del marxismo
occidental, no impide señalar hacia estas dos dimensiones —fractura en el seno
de la teoría, separación de ésta con respecto a la praxis— como grandes
determinantes, desde dentro del campo del materialismo histórico, de la tarea
que el propio Thompson emprende. En este contexto, su obra —como la de tantos
otros intentos desde el marxismo— se sitúa directamente sobre la fractura
abierta entre sujeto y estructura, teoría e historia. Enjuiciar el mayor o menor
acierto de sus esfuerzos, no puede
obviamente ser sino un objetivo muy secundario de éstas páginas. Intentar
comprenderla en su desarrollo —precisamente a
partir de este marco y de estas contradicciones— pasa por atribuirle a
la vez una orientación subjetiva como esfuerzo vivificante del marxismo, pero
una misma determinación, una misma parcialidad de su obra que arranca del
propio desequilibrio que trata de ser superado en la reconstrucción del mundo
desde el papel de la agencia humana o bien desde una anterioridad de la
materialidad de la estructura.
La obra de E.P. Thompson está marcada por esta tensión que deja sus
huellas en la propia amplitud del espectro que abarca: desde el esfuerzo
historiográfico de largo plazo por situar el papel de la acción humana, del
sujeto y de los procesos de composición y descomposición de las clases sociales
como dimensión fundamental en el mismo surgimiento del capitalismo a lo largo
de los siglos XVIII y XIX, hasta el intento de rescatar el marxismo de los
gabinetes y devolverle su carácter de práctica de clase, pasando por la
participación en el nada fácil debate teórico con las posiciones del
estructuralismo. Del punto y el momento en que Thompson ejerce de historiador,
se pasa en sus obras sin solución de continuidad a los que lo hace de polemista
y viceversa. Precisamente, no porque se trate de una ruptura epistemológica que produce un desdoblamiento en distintos
personajes, tal y como chez Althusser
se recomienda que hay que hacer para comprender las mutaciones que convertían
al idealismo del joven Marx en la madurez del fundador del materialismo
histórico como ciencia; sino porque en Thompson —como tampoco la hubo en toda
la trayectoria del propio Marx— no hay en ningún punto renuncia a registro
intelectual alguno —del más abstracto al más concreto— ni especialización
esterilizante entre las disciplinas: hay en todo caso una predominancia de la
más viva pasión por la historia.
La escritura de Thompson no va dirigida a la galería ni tampoco a
la academia[10].
Su posición frente a los teóricos marxistas que se han convertido en
hegemónicos, pasa por una virulenta oposición a su obsesión teoricista y a sus
resultados ininteligibles, absolutamente alejados de los problemas de los
oprimidos y explotados. En este sentido, su propósito es reconstruir una
historia vivificante, al servicio de la memoria y la motivación de los
subordinados, con miras a un porvenir, posibilitado en un presente, ahora
interpretado en un sentido de liberación. Un proceso en el que “la tarea de los
intelectuales marxistas es construir (...), desarrollar las armas intelectuales
apropiadas para ello, redescubrir el marxismo como una teoría que encuentra la
fuente de la liberación humana en las luchas que surgen en el seno del
capitalismo, y no simplemente en una moralidad que es introducida de afuera de
la historia”[11].
La huella más presente de Thompson en las ciencias sociales en la actualidad es
probablemente la del renovador de la historia de la cultura y las mentalidades;
pero desde su propio punto de vista y muy singularmente, se considera a sí
mismo un polemista. Sus grandes aportaciones a la labor historiográfica, son
tanto una vuelta sobre dimensiones de las dinámicas sociales ignoradas durante
largos años, como un enfrentamiento sin apenas concesiones contra los herederos
de un marxismo esclerotizado en dirección a las torres de marfil de la academia. En un
contexto donde abundan y domina una convención formalista coherente con los
artefactos estructuralistas, la posición de Thompson se alinea sistemáticamente
en la posición de las minorías críticas que procuran resaltar —incluso hasta la
exacerbación— los puntos flacos de las posturas que desde el formalismo se han
instalado en el elitismo acrítico. Una crítica radical que se extiende —a
partir de sus coincidencias históricas e ideológicas— desde el
estructural-funcionalismo sociológico instalado en su trono junto al príncipe,
al aparente contrapoder de la academia en el que reina el althusserianismo o a
la preponderancia economicista de un marxismo determinista. Crítica que en su
prosa llega a tratar de pulverizarlas hasta su ridículo más absoluto, no sin
bordear en ocasiones peligrosamente su “zona de razón”. Ese estilo polemista es
precisamente el que Johnson[12] va a considerar demasiado
deslizado hacia la excentricidad y
aunque su respuesta es casi siempre la de una conciliación que puede
desplazarse fácilmente hacia el eclecticismo, su cuestionamiento de la actitud
de Thompson sería en este punto coherente.
La materialidad de la experiencia de la explotación.
Las narraciones históricas de Thompson concentran sus esfuerzos en la
historificación de los procesos en caliente que arranca del relato de los
sujetos sociales concretos. Una historificación que escucha y rescata el
proceder en marcha de la historia, las desenvolturas y los acontecimientos
desencadenantes, al mismo tiempo reproductivos y que abren la puerta a posibles
rupturas. Un ejemplo aplicado de las nociones de Thompson es el tratamiento de
la explotación que realiza a través del rastreo de “la experiencia de la
explotación”, abordando los procesos
estructurantes desde las vivencias interpretadas de los sujetos. De esta
manera, el análisis de los procesos de producción se aborda desde la
asimilación o contestación de los sujetos en su vida cotidiana. Los colectivos
y sujetos concretos son los que toman para sí, o reproducen en sí desde sus
posiciones diversas y desigualitarias en el proceso social, la producción y
distribución de recursos materiales. Un planteamiento cercano a las propuestas
de Gramsci o Williams en relación con la cuestión social de la hegemonía[13] como un juego de contrapesos, de interpenetraciones asimétricas, de
poderes negociados, de legitimaciones complejas. La clase se construye
contradictoriamente entre posiciones sociales asimétricas, haciéndolas
necesarias entre sí. No puede por tanto entenderse la noción de clase
desde el punto de vista manifestativo como
un conjunto sumado de individuos que comparten unas condiciones de vida, unas
características y unos rasgos, por el contrario, la "noción de clase
entraña la noción de una relación histórica. Como cualquier otra relación, es
una fluidez que evade el análisis si intentamos congelarla... La mejor tejida
red sociológica no puede darnos un espécimen puro de clase, no en mayor medida
que nos la pueda dar de deferencia o amor. La relación tiene que estar siempre
encarnada en gente real y en un contexto real... No podemos tener amor sin
amantes, ni deferencia sin propietarios y trabajadores. Y la clase se da cuando
algunos hombres, como resultado de experiencias comunes (heredadas o
compartidas), sienten y articulan su identidad de intereses como la de sus
personas, y contra otros hombres cuyos intereses son diferentes de los de ellos
(y generalmente opuestos)” [14].
Thompson participa pues de
la idea de que la clase no puede ser definida como un mecanismo de
socialización o un resultado de los procesos de estratificación social cuyas
leyes sean validas para cualquier época y circunstancia, en la medida en que la
agencia de su mecanismo pueda actuar gracias al encuadramiento objetivo en un determinado lugar de las
relaciones sociales de producción. Tampoco plantea que sea posible —invirtiendo
el camino que iría del concepto a su referente empírico— establecer la
pertenencia definitiva a una u otra clase social de un individuo o grupo de
individuos. Sin embargo, su apuesta interpretativa encarnada en lo real pasa por devolver al terreno de la
interpretación empírica de la historia un concepto que ha sido desprovisto por
completo de tal virtualidad a manos de la concepción totalitaria del
estructuralismo de la clase o de la ideología, o que la ha visto por completo
mixtificada o trivializada en el reduccionismo funcionalista que identifica una
equivalencia del nivel de ingresos con la posición de clase. Se propone
entonces la clase como un nivel
interpretativo de los procesos de acción colectiva y de construcción cultural,
cuyo sentido debe ser aprehendido en la historia, pero nunca ser reducido a los
puros acontecimientos que tienen lugar en un momento determinado de la misma[15].
De esta manera, la relación entre cultura, clase ¾en tanto que formación
social histórica y concreta¾ y relaciones de producción
tiene una articulación en la que “la cultura puede ser entendida como los modos en que el ser humano se halla
imbricado en particulares, determinadas relaciones productivas. Ciertos
sistemas de valores son ‘concordantes con ciertos modos de producción y ciertos
modos de producción y de relaciones productivas... son inconcebibles sin
sistemas de valores consonantes’ (...) En conjunto ¾reinterpretando Johnson a Thompson¾, no es la relación
modo-de-producción-cultura lo que concierne a la historiografía culturalista,
sino la relación cultura-clase” [16].
En este sentido, “la aplicabilidad de la concepción de Marx de las
relaciones de producción (la medida en que las relaciones sociales pueden ser
conceptualizadas como relaciones de clase, y la medida en que las relaciones
sociales pueden ser conceptualizadas como formas diferenciadas de las
relaciones de producción) no es algo que pueda ser determinado a priori. Debe
ser determinado a través de la investigación histórica que examine la realidad
práctica de la interacción diaria de hombres y mujeres en una sociedad
particular. Como todo concepto, el concepto de ‘relaciones de producción’ tiene
sus límites, los cuales no pueden ser conocidos a priori” [17]. El punto de vista integral de Thompson nos conduce a pensar en la
necesidad de la concreción en todas las dimensiones de la dinámica social, y,
en su enfoque determinado, dedicando la aproximación más intensa a los
fenómenos de las prácticas cotidianas de los sujetos sociales. O lo que es lo
mismo, a situar al sujeto en la estructura, y a las estructuras (relaciones de
producción de una formación social concreta, articuladas dinámicamente en
culturas o procesos sociales totales determinados históricamente) como producto
de los sujetos en un proceso en el que “la estrategia del investigador histórico/social ha
de ir encaminada a la reconstrucción e interpretación significativa de la
totalidad de un proceso o formación social determinados (en un cierto ámbito
espacio-temporal), partiendo de las representaciones, intenciones y acciones
culturalmente configuradas de los actores sociales, e incorporando la
consideración —como producto de acciones precedentes— del contexto cultural en
que aquéllos operan, es decir, partiendo de la experiencia humana para moverse
«más allá de la particularidad de las experiencias específicas a fin de
comprender la totalidad en movimiento»” [18]
Conciencia y práctica de clase: entre la subjetividad de la experiencia y la materialidad de la cultura
Dentro de las obras más
estrictamente historiográficas de E. P. Thompson, una noción ¾sólo explícitamente teorizada a
posteriori¾ es utilizada de forma frecuente y flexible: la noción de experiencia. La «experiencia» funciona en las narraciones de los
procesos históricos ¾y
muy particularmente en La formación de la
clase obrera en Inglaterra¾
como parte de un esfuerzo por resolver a través de una síntesis provisional las
aporías teóricas en torno a la oposición estructura-acción. Sin embargo, ha
tenido que funcionar también, a través de las diversas polémicas suscitadas por
la obra de Thompson, como arma arrojadiza frente a un idealismo estructuralista
que tiende a negar la subjetividad y la acción humana como factores esenciales
de la interpretación histórica. Como tantas nociones e interpretaciones de la
obra de Thompson no es posible escindir el lugar que ocupa en los trabajos empíricos
de su sentido como esbozo teórico para la reconstrucción y revitalización de la
teoría marxista ¾específicamente frente al progresivo cierre conceptual del
estructuralismo althusseriano¾
ni, evidentemente, de la posición política que implica. Pero antes de tratar de
fijar un sentido de la noción de experiencia en oposición al estructuralismo, ésta era ya un pilar fundamental
en tanto lugar de condensación de lo individual y lo colectivo, lo material y
lo cultural, lo subjetivo-construido y lo estructurado. En definitiva, las
experiencias de la clase obrera inglesa se dibujaban para Thompson como ese
espacio intermedio en que se cruzan las múltiples determinaciones que la
encuadraban como clase social ¾revolución
industrial, cambio demográfico, explotación colonial, expansión comercial, etc.¾ con su propia capacidad para constituirse de forma reflexiva y
colectiva en sujeto social. Por tanto esta idea de experiencia afecta a la
totalidad de la metodología de Thompson puesto que pretende reconstruir algo
que debe definirse a través de las huellas y narraciones de las vivencias de
los propios sujetos ¾y
que no es posible relatar por el historiador situado fuera de los procesos¾.
“Pretendo rescatar al obrero del
punto, al caído ludita, al «anticuado» tejedor a mano, al «utópico» artesano, e
incluso al engañado seguidor de Joanna Southcott, de la enorme condescendencia
de la posteridad. Sus
oficios y tradiciones podían estar muriendo. Su hostilidad hacia el nuevo
industrialismo pudo ser añoradiza, un mirar atrás. Sus ideales comunitarios
pueden haber sido fantasías. Sus conspiraciones insurreccionales pueden haber
sido temerarias. Pero ellos vivieron esos tiempos de aguda perturbación social,
y nosotros no. Sus aspiraciones eran válidas, en términos de su propia
experiencia...”[19]
Estas declaraciones de un cierto situacionismo y la utilización flexible
y ambigua de la idea de experiencia van a convertir a esta noción en objeto
predilecto de las críticas realizadas a la obra de Thompson desde distintas
posiciones teóricas. Fundamentalmente, el énfasis en el carácter subjetivo de
la experiencia y en la capacidad que otorgaría a los sujetos sociales para
reconstruirse (como identidad colectiva diferenciada) y reconstruir su lugar en
la sociedad mediante el conflicto social y político, abre la vía para una
lectura culturalista de la obra del historiador inglés. “El uso que Thompson
hace de la categoría experiencia ¾dirá,
por ejemplo, Miguel Caínzos¾
termina por abocarlo a la disolución de
la estructura en la acción, del ser social en la experiencia y, por tanto, a la
sustitución de la dialéctica entre ser y conciencia social por la interacción
entre experiencia y conciencia, es decir, entre el aspecto vivencial y el
aspecto cultural de la subjetividad”. [20] En este punto, la condena que realizan de culturalismo los
estructuralistas o sus reformuladores al marxismo heterodoxo humanista, que
profesarían los más cercanos a Thompson (especialmente Eugene Genovese en sus
trabajos sobre el esclavismo en Norteamérica), es una constante. Desde esa
acusación se dice que la elusión de cualquier concepto y materialidad
estructural convierte esa experiencia sino en un residuo positivista sí en un
elemento que mitifica la acción humana desprovista de restricciones o contextos
situantes. Una experiencia que en su empirismo puede glorificar lo particular
pensando que los hechos narrados son los hechos acontecidos, con lo cual se
enfrentaría la noción de experiencia a un desdibujamiento explicativo, a una
reducción por un lado hacia lo particular y lo interpersonal ¾hasta llegar al decir de algunos autores a una posición metodológica
individualista[21]¾ y, por otro lado, hacia la dimensión cultural de los procesos
históricos. En ella la marcha de las estructuras y su determinación no parecen
prestar una información rigurosa de las contradicciones sociales. Desvestida la
acción humana de límites, argumentarían las posiciones estructuralistas, se
produciría un salto idealista y romántico hacia un voluntarismo, que sólo
contiene la totalidad social bajo la forma de una difusa cultura compartida o
combatida. Un autor como Richard Johnson observa, “no sólo en este método el
culturalismo se aparta del marxismo. Suprime asimismo los más substantivos
logros de Marx: el análisis de las formas, tendencias y leyes del modo de
producción capitalista”[22].
Sin embargo, desde la posición de
quien trató de convertirse en mediador en la polémica
Thompson-Althusser , la crítica al culturalismo de Thompson se
refiere más bien a una simple cuestión de énfasis. Para Perry Anderson a lo
largo de La formación de la clase obrera
en Inglaterra habría una laguna ¾más
empírica que teórica¾
en el examen de los procesos materiales del medio y largo plazo. “El
advenimiento del capitalismo industrial en Inglaterra ¾afirma Anderson en Teoría,
política e historia¾
es un telón de fondo fatal para el libro más que un objeto directo de análisis
por derecho propio. El resultado es una desconcertante falta de coordenadas
objetivas a medida que se desarrolla la narración de la formación de la clase”[23] Las críticas se dirigen entonces no hacia la vieja historia événementielle ¾como la llamaran despectivamente desde la Escuela de los Annales¾, cerrada en el hecho político del corto plazo, sino hacia una nueva
historiografía mucho más ambiciosa e incluso más directamente enfrentada ¾como los años se han encargado de demostrar¾ a los principios de Annales.
Una nueva historiografía construida desde la voz del «anticuado» tejedor o el
«utópico» artesano que parecía querer interpretar una historia del medio y
largo plazo que no pasase por la anterioridad metodológica de las estructuras.
Donde incluso el tiempo largo fuera
marcado por el ritmo de la acción conflictiva de grupos, comunidades y clases
sociales. Es evidente entonces que, en contraste con la historiografía social
dominante aquellos años en el continente, Thompson trabaja prestando especial
atención a los aspectos de la voluntad humana, las subjetividades y las
percepciones de los seres humanos, sin dedicar, en contraste, el mismo empeño
de análisis en las grandes tendencias del desarrollo capitalista. La
experiencia de los mismos sujetos en su situación histórica, en definitiva, es
la base del cambio social porque es ella la mediación fundamental que define el
devenir de las prácticas sociales. El efecto reflexivo de las experiencias
compartidas es el fundamento que orienta la acción social en la medida en que
dibuja los elementos de interpretación del conflicto de clase ¾y, por tanto, las alternativas de cambio histórico¾.
No obstante, la presión
estructuralista en su obsesión analítica ¾en parte animada por el propio carácter «provocador» de las tomas de
posición teórica de Thompson¾
exige una explicitación teórica y precisa de la noción de experiencia que
revela sus propias limitaciones como categoría teórica. La experiencia es
escindida en dos indisolubles manifestaciones ¾de un modo, bajo nuestra óptica, excesivamente analítico¾ a través de las que Thompson rompe su dialéctica entre lo teórico y
lo empírico en aras de una clarificación conceptual.
“Experiencia es exactamente lo
que constituye el empalme entre cultura y no cultura, la mitad dentro del ser
social, la mitad dentro de la conciencia social. Quizás podríamos llamarlas
experiencia I –la experiencia vivida– y experiencia II –la experiencia
percibida–[...] La
experiencia I está en eterna fricción con la conciencia
impuesta y, al abrirse paso, nosotros, que luchamos en todos los intrincados
vocabularios y disciplinas de la experiencia II , recibimos momentos de franqueza y
oportunidad antes de que se imponga una vez más el molde de la ideología”[24]
Queda claro el trasfondo político
que, en último término, encierra la discusión teórica en torno a la experiencia
reflexiva de los sujetos. Frente al cierre del sujeto sujetado por los aparatos ideológicos de la hegemonía burguesa el
historiador busca recuperar la memoria de los momentos de oportunidad y
apertura para precisamente cuestionar dicha hegemonía. Se trata de rescatar la
dialéctica propia de la noción de superestructura en Marx según la cual en la
misma medida en que “en la producción social de su existencia, los hombres
establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su
voluntad... [se desenvuelven también dentro de] formas jurídicas, políticas,
religiosas, artísticas o filosóficas, en suma, ideológicas, dentro de las
cuales los hombres cobran conciencia de este conflicto [en el seno de las
relaciones sociales de producción] y lo dirimen”[25]. El paralelismo con la dialéctica que intenta establecer Thompson entre
las experiencias I y II, un paralelismo limitado en la medida en que se
encuentra encerrado en una polémica teórica, no puede ser más evidente. Por un
lado, afirma Thompson, “lo que vemos –y estudiamos– en nuestra labor son
acontecimientos repetidos dentro del «ser social» –acontecimientos, de hecho,
que a menudo son consecuencia de causas materiales que suceden a espaldas de la
conciencia o de la intención– que inevitablemente dan y deben dar origen a la
experiencia vivida, la
experiencia I ”. Acontecimientos que, por otro lado, “no
penetran instantáneamente como «reflejos» en la experiencia II ,
pero cuya presión sobre la totalidad del campo de la conciencia no puede ser
desviado, aplazado, falsificado o suprimido indefinidamente por la ideología”[26].
Este esfuerzo aclaratorio de
Thompson resulta del intento de hallar una expresión teórica más precisa dentro
de la oposición al estructuralismo francés. En gran medida sus precisiones reducen y diluyen la fuerza
de la noción de experiencia, precisamente al levantar una frontera entre dos
dimensiones de algo que no puede ser escindido, salvo de un modo meramente
metodológico. Detrás de todo ello se encuentra la batalla política de quien es
capaz de considerarse autocríticamente «voluntarista»[27]
–contra los determinismos del economicismo– por subrayar el carácter determinante de la experiencia vivida y
percibida: “¿De qué otro modo, en una época como la nuestra, vamos a suponer
que pueda haber alguna vez un remedio humano a la dominación hegemónica de la
mente, las falsas descripciones de la realidad que diariamente reproducen los
medios de comunicación?”[28].
Desde esta posición política y
teórica las experiencias de los sujetos no pueden ser reducidas a un mero
subproducto de las dinámicas internas del capitalismo o el modo de producción
del que se trate, sino que contienen el eje articulador entre sujeto y
estructura, tradición y expectativa, pasado y futuro, hecho y acción, ser y
conciencia. De este modo, podríamos interpretar que un trasfondo teórico
marxista conduce precisamente a buscar las raíces de la experiencia común de
clase, como ocurre explícitamente en el capítulo dedicado a la explotación en La formación de la clase obrera en
Inglaterra. Justamente el
material histórico desde el que es posible interpretar las motivaciones
situadas de los sujetos sociales. En este sentido, aunque está ausente del
texto, no creemos, por nuestra parte, que se ignore el funcionamiento tenso de
la explotación expresada como síntesis teórica de una formación social concreta
–quizá como una simplificación más o menos lúcida con propósito de ser
comunicada comprensiblemente–, sino que se recurre a la observación y
reconstrucción de la relación vivida e interpretada por los mismos colectivos y
personas sujetas a esa relación social histórica, que jamás puede reducirse a
una fórmula si ésta no sirve para condensar, y ser constantemente matizada e
incluso transformada en su constitución provisional y contradictoria, los
procesos sociales en marcha. Porque la fecundidad de la noción de experiencia
nos aporta el origen del cambio y el conflicto social latente, puesto que
cualquier reduccionismo determinista nos abocaría a proyectar evoluciones mecánicas,
sean bajo la base de mitificaciones revolucionarias ineluctables o dominaciones
perfectas inevitables, siempre efectos predecibles por un modelo teórico ideal.
Muy al contrario la noción de experiencia, como punto de aproximación a los
acontecimientos sociales –sin duda alguna estructurados, incluso muchas veces
muy estructurados-, nos proporciona la visión de la fluidez de las rupturas,
las reproducciones, las reformulaciones o cualquier matiz que constantemente
actualizan una formación social y las relaciones de producción históricas que
le son propias siempre de modo inconcluyente. En este sentido, el curso de la
historia y su estructuración relativa es permanentemente desbordada por el
sentido activo que le prestan los sujetos concretos. Y sólo contando con ellos,
en un esfuerzo por contener y trascender sus experiencias particulares, es
posible llegar a una síntesis general de los conflictos encerrados en una
formación social:
“La fetichizada fragmentación de
las relaciones sociales capitalistas es criticada desde el punto de vista de la
experiencia de aquellos que viven dentro de esas relaciones sociales, pues
solamente desde este punto de vista la unidad de las relaciones sociales
capitalistas puede ser entendida, y sólo desde ese punto de vista la
fragmentación de aquellas relaciones sociales puede ser superada. Esta
experiencia no es la de individuos atomizados, sino una experiencia de clase,
la experiencia colectiva de la opresión en todas sus formas. La unidad de esta
experiencia es realizada y expresada a través de la cultura de clase.”[29]
**********
Pese a la poca atención empírica
prestada a lo que Perry Anderson llamaba el telón de fondo del advenimiento del
capitalismo industrial, ese telón de fondo convertiría entonces a la
experiencia en experiencia de clase.
Pero el sustrato común de la materialidad inmediata vivida no es más que el
primer momento –analítico– de la formación de una clase. El conjunto de
dimensiones que abarca el proceso de formación de la clase contiene también
prácticas comunes y nociones compartidas de identidad social. En este sentido,
en el devenir que construye la clase social como sujeto histórico –dentro de la
interpretación thompsoniana– parece necesario incluir la expresión política de
la clase, es decir, la institucionalización –en partidos, asociaciones, ritos,
fiestas, etc.– de los colectivos que coinciden en experiencias comunes
semejantemente interpretadas. Y, sin duda alguna, en los trabajos
historiográficos de Thompson esta dimensión «institucional» –como suele
denominarla él mismo– será el objeto central de la reconstrucción empírica. De
esta forma, los «términos culturales» en los que se manifiesta la formación de
una clase social “encarnándose en tradiciones, sistemas de valores, ideas y
formas institucionales” –pese a que “la experiencia de clase está ampliamente
determinada por las relaciones productivas”[30]–, son la única manifestación concreta, con sus ambigüedades, avances
y retrocesos, que puede rastrear el historiador si su intención es reconstruir
el funcionamiento histórico real de la clase.
“Para un
historiador, y [...] sobre todo para un historiador marxista, atribuir el
término de «clase» a un grupo que carece de conciencia de clase o de cultura de
clase y que no actúa en una dirección de clase, es una afirmación carente de
significado [...]. Una clase no puede existir sin alguna forma de conciencia de
sí, si no, no es o aún no es una clase: es decir, aún no es «algo», no tiene
ninguna especie de identidad histórica”[31]
Desde este punto de vista, podría
entenderse que el trabajo documental acometido por Thompson subordina la aproximación
analítica e histórica de las dinámicas del modelo general de desarrollo
capitalista, sustituyendo a veces los procesos contradictorios latentes de la
dinámica sociohistórica de una formación social por la manifestación explícita
del conflicto de clases (la marcha de los partidos políticos, organizaciones
sindicales, instituciones de antagonismo y culturas de clase). Coincidimos con
él en que no basta con recurrir a los procesos de medio y largo plazo del
devenir de las fuerzas productivas y modos de producción para alcanzar a situar
el marco de las luchas expresas de clase, pues sería ignorar la frescura de la
historia en sus dinámicas concretas e inmediatas. Y desde esta posición, sólo
comprensible en oposición al estalinismo y como apoyo a la movilización
política anticapitalista, Thompson enfatizará que la tensión social contemplada
desde esa perspectiva más centrada en el desarrollo de las fuerzas productivas
del modo de producción capitalista nos dice poco sobre la orientación que va a
tomar el conflicto de clase, precisamente porque sólo los procesos de formación
consciente de la identidad y la materialización concreta de instituciones
antagonistas, que configuran la correlación de fuerzas, son los que definen, en
el calor o en el frío de la historia, el sentido de los cambios.
Ahora
bien, es evidente que Thompson interpreta que la formación de estratos sociales
producidos históricamente por un contexto de relaciones de producción y
formaciones sociohistóricas determinadas –asimismo configuradas por la larga
fricción tensa entre las clases sociales de cada época, periodos pasados que conforman el presente–, también ayuda a
entender el origen de la tensión social y la institucionalización del
conflicto. Desde nuestra óptica, sin embargo, la atención de Thompson sobre
estos últimos fenómenos en torno a la conciencia de clase trasladaría el
conflicto a un campo real aunque más superficial y en el nivel de lo
desencadenante[32],
justamente en los procesos históricos de corto plazo, en caliente. Por ello,
una primera limitación de esta reconstrucción institucional del conflicto
surgiría precisamente por la tendencia de Thompson a definir la cultura de
clase a través de sus expresiones directas o «maduras» ¾instrumentos de antagonismo, partidos,
sindicatos, discursos, etc...¾. Este es uno de los puntos
sobre los que se asienta la crítica al carácter excesivamente «culturalista» de
la reconstrucción de la formación de la clase obrera en Thompson, quien
asignaría un papel fundamental a la tradición, y en ese sentido a las culturas
previas, en tanto que material histórico para concretar una experiencia de
clase común. Lo cual, como ya apuntamos en su sitio, sería ignorar la latencia
de construcción de estratos sociales, clases en sí, que definirían el marco de
tensiones (que no su orientación) a la hora de formar una clase consciente para
sí. Dicho así, coincidiríamos con Johnson en decir que “la reducción de ‘clase’
a ‘conciencia de clase’ y organización de clase, o a cómo hombres y mujeres
sienten las relaciones sociales, representa un serio empobrecimiento de las
categorías marxistas”[33].
Y es difícilmente justificable, aún en el marco de las polémicas teóricas con
el estructuralismo, que Thompson llegue a afirmar, desde nuestro punto de vista
de un modo exageradamente provocador, que no podemos hablar de clase social sin
conciencia de sí misma –con todos los problemas teóricos que la
conceptualización de la conciencia de clase conlleva en el propio esquema de
Thompson–. Porque la debilidad de este acercamiento a la
formación de la clase obrera reside en que tiende a convertir la clase “en una
relación colectiva intrasubjetiva” donde las “metáforas de ‘relaciones
personales’ son las más usadas para encapsularla”[34]. De manera que, tratando de precisar su posición, Thompson concreta
la clase como “un
cuerpo definido muy sueltamente, un cuerpo de personas, naturalmente, que
comparte unos mismos conjuntos de intereses, experiencias sociales, tradiciones
y sistemas de valores, que tienen una disposición a comportarse como una clase”[35]. No obstante, no parece que Thompson mantenga una noción de la
construcción de la clase de esas características, sino que situaría la
formación de la misma en el proceso totalizador de la lucha de clases, anterior
y constitutiva de la dinámica social. Es evidente que dicha totalidad no puede
ser abarcada por el trabajo empírico individual por lo que Thompson se remite a
un trabajo colectivo[36] cuyos principios teóricos transcienden la idea de clase como una
simple “relación colectiva intrasubjetiva”. Nos quedamos con la interpretación
de Thompson que ha tratado de sintetizar Clarke en el debate recogido en Hacia una historia socialista:
“Esta fundamental relación
social [del trabajo asalariado] no puede ser definida simplemente como una
relación económica: es una relación de poder de clase, sostenida y reproducida
por medio ‘económicos’, ‘políticos’ e ‘ideológicos’, es una relación de clase
que penetra toda institución de la sociedad capitalista, por la sencilla razón
de que en el seno de una sociedad de clase la gente entra en relaciones
sociales como miembro de clases sociales particulares. El poder de clase por lo
tanto, aparece en una serie de formas institucionales diferentes. (...) Así,
mientras las relaciones de producción no pueden ser reducidas a ninguna forma
particular en la que aparezcan, tampoco tienen ninguna existencia
independientemente de la totalidad de las relaciones sociales por medio de las
cuales se manifiestan las relaciones de clase”.[37]
Semejante concepción de la clase
social no puede ser asumida, no sólo por el estructuralismo althusseriano, sino
en general por toda una tradición marxista para la que la posición de clase
condiciona enormemente la conciencia y para la que, en términos lógicos y
metodológicos, dicha posición es previa a la conciencia. Tradición
que necesita escindir los espacios definidos por la metáfora
«base/superestructura» que con tanta rotundidad siempre rechazó Thompson. A
partir de la separación analítica entre la posición de clase y la cultura
podría definirse la clase social sin imponer una relación mecánica que lleve de
la primera a la segunda.
En los términos de Gerald A. Cohen: “somos perfectamente
libres de definir la clase, con mayor o menor precisión (quizá incluso con
precisión «matemática»), haciendo referencia a las relaciones de producción,
sin inferir de ello, como según Thompson estamos obligados a hacerlo, que la
cultura y la conciencia de una clase pueden ser fácilmente deducidas de su
posición objetiva dentro de las relaciones de producción”[38].
Convertida la polémica en una
cuestión prácticamente filológica, quizá en gran medida debido a algo tan
sencillo como la pulcritud de un historiador que no quiere designar a un grupo
con un nombre distinto del que el propio grupo emplea para denominarse, el
problema de fondo sigue siendo la insistencia de Thompson en la necesaria historificación del concepto de clase
frente a las concepciones estáticas o «platónicas». En su artículo “La sociedad
inglesa del siglo XVIII: ¿lucha de clases sin clases?”, las clases sociales se
definen como “casos especiales de las formaciones históricas que surgen de la
lucha de clases”[39], dentro de una reformulación teórica que trata de matizar
precisamente la identificación estricta entre clase y conciencia de clase. La
defensa del carácter más universal del concepto de luchas de clase –aplicable con capacidad heurística a períodos
históricos anteriores al capitalismo– trata de situar el acento en la práctica
material y cultural de las formas del conflicto, sin la necesidad de hacerlo en
referencia a alguna teoría o modelo sobre la relación «posición de
clase/ideología» en función del cual sean valorados los intereses concretos de
los sujetos históricos –sean éstos la plebe, el estamento, la aristocracia o
las clases burguesa y proletaria–. Desde este punto de vista, no basta con
recurrir a las relaciones de producción para asociar y hacer corresponder a los
estratos sociales con su posición ideológica, y terminar diciendo que si una
capa o segmento social no ha madurado la teoría que expresa su posición social
es que incurre en «falsa conciencia». Al contrario, la formación relativamente
consistente de una clase no puede entenderse como un ajuste exacto entre
posición social y postura ideológica. Esta debe comprenderse como un proceso temporal de aprendizaje, acumulación de
experiencias y forjamiento de cultura propia e instituciones que materializan
su expresión. Y precisamente porque no se produce el ajuste inmediato,
precisamente porque no hay una teoría universal de la postura ideológica idónea
en correspondencia con el lazo en las relaciones de producción en que se
encuentre, no tiene sentido alguno hablar de falsa conciencia. El nivel y campo
de la conciencia constituye una dinámica, concretamente situada en el devenir
de la lucha de clases.
En definitiva, no se trata de
sustituir el análisis histórico de los procesos contradictorios profundos por
los de la manifestación consciente de la construcción de la clase. Al contrario,
nosotros nos quedaríamos con una aproximación dinámica que concisa el conflicto
en su doble e inseparable dialéctica, sin hacer corresponder ninguna base a
ninguna superestructura ¾conceptos
cerrados cuyo corte analítico se sitúa a partir de arbitrarias fronteras[40], muchas veces confundiendo¾,
sin planear platonismos transhistóricos que no traen más que deseadas
tendencias ineluctables que hacen ajustar posición social pura e ideología
ideal. El objetivo no es otro que trascender en el análisis empírico la dualidad «base/superestructura» para
eliminar la problemática de la alienación que involucra, de forma que “la
conciencia de clase no es contemplada como actualización de una razón de orden
superior —afirma Caínzos interpretando el enfoque teórico de Thompson—, sino
como respuesta de los actores a sus condiciones de vida y como ordenación y
elaboración significativa de su experiencia”[41]. La formación de la clase obrera no puede separarse entonces del
desarrollo de una cultura material que abarca de los sistemas de valores a las
tabernas y casas del pueblo y donde “la conciencia, en este preciso sentido, es
un ser social. Es la posesión, a través de relaciones y desarrollos sociales
específicos y activos, de una precisa capacidad social”[42]. El material de los símbolos y cultura de un grupo social enraizado
en la experiencia común de una sociedad basada en relaciones de explotación –y
no en la vivencia psicológica individual– es la expresión concreta de una
conciencia que “no puede ser ni «verdadera» ni «falsa»: es, simplemente, lo que
es”[43]. Sin embargo, esta insistencia en el carácter material de la cultura
que surge de un proceso de interrelación conflictiva, si bien responde a la
mayor parte de las acusaciones de «culturalismo» que ha recibido el trabajo de
Thompson, sigue sin abordar el principio teórico por el que se trascienden las
experiencias particulares de grupos sociales fragmentados para encuadrarlos
bajo la idea de luchas de clase.
“En ciertos momentos de
endurecimiento de la lucha, segmentos de la clase obrera alcanzan, no importa
cuán imperfecta e imprecisamente, una conciencia de su lucha como lucha de
clases, como la lucha consciente de una clase explotada y oprimida contra una
clase de opresores y explotadores. Pero sólo podemos pretender que esta
conciencia es privilegiada en algún sentido si podemos establecer que es en
algún sentido verdadera, que la unidad conseguida en la lucha no es una unidad
puramente subjetiva, sino que tiene también un fundamento objetivo. Así, tenemos que establecer que las experiencias
fragmentadas de la clase obrera, cualquiera que sea la conciencia que miembros
de ella puedan tener de estas experiencias, son en realidad formas fetichizadas
y diferenciadas de una unidad más fundamental, la unidad de experiencia de
clase que es apuntalada por la unidad objetiva de las relaciones de producción
de clase”[44]
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[1] Thompson, E.P.; 1984:317
[3] Como
afirmara con brillantez el propio Thompson (1981:121); "El marxismo, en
las decisivas emergencias de los golpes fascistas y de la segunda guerra
mundial, empezó a tomar los acentos del voluntarismo. El vocabulario incorpora
con mayor énfasis —como ya lo había hecho en Rusia después de 1917— los
términos activos de acción, opción, iniciativa individual, resistencia,
heroísmo y sacrificio (…) Las mismísimas condiciones de la guerra y la
represión —la dispersión de los militantes por los ejércitos, los campos de
concentración, las unidades guerrilleras, las organizaciones clandestinas e
incluso el aislamiento— los puso frente a frente, como individuos, ante la necesidad
de recurrir al juicio político y a la actividad. Cuando
el grupo guerrillero volaba un puente estratégico, parecía que estaba
"haciendo la historia"; cuando las mujeres resistían los bombardeos o
los soldados aguantaban frente a Stalingrado, parecía que la historia
dependiera de su aguante. Fue una década de héroes, y había Che Guevaras en
cada calle y en cada bosque. La infiltración en el vocabulario marxista
procedió de una dirección nueva: la del liberalismo auténtico (las opciones del
individuo autónomo) y quizás también la del romanticismo (la rebelión del
espíritu contra las leyes de la realidad). Fue a la poesía, más que a la
ciencia natural o a la sociología, a la que se dio la bienvenida como una prima
hermana (…) lo que dejó fueron los huesos de nuestros hermanos y hermanas más
heroicos blanqueándose en las llanuras del pasado bajo un alucinado sol
utópico. Y sin duda (aunque un asunto menor) una guerra —una confrontación
necesaria e histórica— que fue ganada. Pero no puedo desconocer el hecho de que
mi propio vocabulario y mi propia sensibilidad quedaron marcados por esta
desgraciada etapa formativa. Incluso ahora tengo que agarrarme fuerte cuando
siento retrotraerme a la poesía del voluntarismo. Es una triste confesión, pero
la prefiero incluso hoy al vocabulario "científico" del
estructuralismo".
[4] Se
trata de una experiencia recogida en parte dentro de la obra de Samuel, Raphael
et. al. (1984), Historia popular y teoría
socialista, Crítica, Barcelona. En cuanto a las circunstancias de la
escritura que rodean su gran obra La
formación de la clase obrera…; "No era un libro escrito para un
público académico. Mi trabajo durante muchos años había sido el de tutor en la
educación de adultos, dando clases por las noches a trabajadores, sindicalistas,
gente de cuello blanco, maestros, etc. Este público estaba presente, y también
el público de izquierdas, del movimiento obrero y de la nueva izquierda.
Pensaba es este tipo de lector cuando escribí el libro".
[5] Marx,
K. (1971) El 18 de Brumario de Luis
Bonaparte, , Ariel, Barcelona, p.16.
[6]
Anderson, P. (1979) Consideraciones
acerca del marxismo occidental, S.XXI, Madrid; (1986) Tras las huellas del materialismo histórico, S.XXI, Madrid; (1979)
Consideraciones acerca del marxismo
occidental, S.XXI, Madrid.
[7]
Anderson, P., (1986, :35).
[8] Op.
cit.
[9] Léfebvre, Henri (1975); Lógica formal, lógica dialéctica,
Madrid, SXXI. (pág. 69).
[10] En
relación a su obra de carácter más teórico: “Miseria de la teoría fue una intervención
política que salió de una editorial socialista e iba dirigida a la izquierda”
(Thompson, E.P.; 1983:309)
[11] Clarke, Simon, 1983:161
[12] En
este sentido, por ejemplo, Johnson, observa dos extremos a evitar, situando en
ellas a Thompson, posiblemente de un modo oportunista aunque deduciendo de
ciertas exageraciones de Thompson: “En realidad, hay asociadas dos reducciones. La primera es una
reducción de clase y de formaciones sociales a relaciones entre grupos de gente
(la característica fijada por el ‘humanismo teórico’ de los althusserianos); la
segunda es la característica reducción de ‘culturalismo’, una concepción
reducida de lo económico” (Johnson, R. 1983:71)
[13] “Necesitamos sobre una forma de
comprender el momento subjetivo de la política que acepte la fuerza del
argumento de que los seres humanos reales y concretos se construyen y
fragmentan en las relaciones en que están implicados activamente y, pese a
ello, pueden participar en luchas conscientes e integrales para transformarlas”
(Johnson, R.; 1983:298)
[14] Thompson, en The Making, p.9. citado en Johnson, R. 1983:72
[15]
Evidentemente, un uso semejante del término clase, no puede menos que situar en
posición de inferioridad académica a los que defienden conceptos tan
escasamente susceptibles de una rígida formalización. Como observa con desparpajo
el propio Thompson (Miseria de la teoría
: 78); "Los conceptos y las reglas
históricos a menudo son de esta clase. Muestran una gran elasticidad y admiten
muchas irregularidades; el historiador parece alejarse del rigor al sumirse en
las más amplias generalizaciones en un momento, mientras que en el momento
siguiente se sume en las particularidades que determinan un caso concreto
cualquiera. Esto provoca desconfianza, incluso risa, en otras disciplinas. El
materialismo emplea conceptos de igual generalidad y elasticidad —"explotación",
"hegemonía", "lucha de clases"—, y los emplea más como
expectativas que como reglas. E incluso categorías que parecen ofrecer menos
elasticidad —"feudalismo", "capitalismo",
"burguesía"— aparecen en la práctica histórica no como tipos ideales
que se llenan de contenido a lo largo de la evolución histórica, sino como
enteras familias de casos especiales, familias que incluyen a huérfanos
adoptados y a reto os de la mezcla de razas tipológicas. La historia no sabe de
verbos regulares."
[16] Citado por Johnson, 1983: 66.
[17] Clarke, Simón; 1983:144
[18]
Caínzos; 1989:14, interpretando a Thompson.
[19] Thompson 1963:13 The Making of the English Working Class,
en Johnson, R. 1983:62
[20] Caínzos, 1989:39
[21] Para
una crítica desde este punto de vista veáse Caínzos (1989).
[23] Anderson (1985: 35).
[24]Thompson, E.P.; 1983: 314-315
[25] Marx
1987: 66-67.
[26] Thompson, E.P.; 1983:314
[27] Con
respecto al punto de vista de Thompson sobre el sentido histórico de un cierto voluntarismo entre la militancia durante
el auge de los fascismos y la II Guerra Mundial , véase su reflexión dentro de
la nota a pié nº4.
[28]
Thompson 1983: 315.
[29] Clarke, Simon; 1983:146
[30] Thompson, en Caínzos; 1989:18.
[31] Thompson, E.P. 1991: 29-30
[32]
Entiéndase que, a un nivel didáctico, se informe y estructuren los
acontecimientos estructurantes del devenir en procesos determinantes,
dominantes y desencadenantes.
[33] Johnson, R 1983:84
[34] Johnson, R. 1983:73
[35] Thompson, en Caínzos; 1989:10
[36] "Queda una cuestión sobre
su impresión de que hay una especie de silencio en mis escritos con respecto a
análisis económicos serios. Esto es en parte consecuencia de formarte tu propia
idea de lo que puede ser la propia contribución, sintiéndote simultáneamente
parte de un "colectivo". ¿Comprende? Tengo camaradas y compañeros
como John Saville y Eric Hobsbawm y muchos otros, que son historiadores
económicos muy sólidos. Son mejores en este sentido que yo, de modo que tiendo
a suponer que mi trabajo se sitúa en un planteamiento más amplio[...] Lo que se
necesita es volver al discurso colectivo otra vez." Thompson, 1989: 318
[37] Clarke, Simon, 1983:
141-142
[38] Cohen 1986: 83. Anderson
considera esta crítica como definitiva para el concepto de clase en Thompson
(Anderson 1985: 43 y ss.).
[39]
Thompson 1989: 39.
[40] El
momento del análisis que divide algo que se dice que es y lo distingue de lo
que no es (experiencia I y II, base y superestructura, etc...) puede asociarse
con una virtud comunicativa y un límite comprensivo. Dichas escisiones
facilitan la expresión de una dinámica que se reduce a una distinción estática,
permitiendo el acceso comprensivo a su noción. La frontera entre lo que cabe
dentro de un concepto y lo que queda fuera suele asociarse a un límite que, en
el mejor de los casos, es un corte arbitrario con pretensión de relevancia
significativa medido en términos de un propósito determinado. La cuestión es
que en la aproximación a los problemas de la realidad social ésta jamás nombra
sus conflictos ni tiene fines predefinidos, por lo que nuestra designación
condiciona nuestro abordaje. En este sentido, el corte fronterizo es producto
de un lenguaje siempre intencional que puede hallar disuelto su sentido por el
tiempo o por la tozudez de la realidad social. De esta manera, en ocasiones la
frontera analítica entre A y no A agrupa dinámicas de lo real tan distantes
como procesos de oposición, de contradicción, de complementación, de
articulación en niveles distintos de mayor a menor consistencia ¾de lo
más duro a lo más frágil¾, de secuenciación, o de paralelismo reforzado, etc...
Si no tenemos esto en cuenta podemos incurrir en graves desenfoques en nuestra
aproximación a la realidad social.
[41] Caínzos 1989: 20.
[42] Williams 1997: 55.
[43] Thompson 1991:31.
[44] Clarke, Simon; 1983:159 (subrayado
nuestro).
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