Claudio
Katz[1]
RESUMEN
Cuatro economistas aportaron novedosas explicaciones del subdesarrollo. Baran resaltó el drenaje del excedente y corrigió las viejas ideas de obstrucción total de la industrialización. Sweezy esclareció los mecanismos de apropiación y anticipó el nuevo rol de Estados Unidos. Ambos refutaron las fantasías liberales del despegue.
Amin explicó el carácter intrínseco de la polarización, como consecuencia de la inmovilidad del trabajo ante la movilidad del capital y las mercancías. Analizó las tasas de explotación superiores y las transferencias de plusvalía padecidas por la periferia, bajo la acción de la ley del valor a escala mundial.
Distinguió, además, el intercambio desigual del deterioro de los términos de intercambio y diferenció la polarización económica de la dependencia política. Analizó también el imperialismo colectivo gestionado por la Tríada bajo la protección norteamericana. Los críticos de este concepto no comprenden el escenario contemporáneo.
Mandel indagó el conflicto entre acumulación primitiva y prioridades del capital metropolitano. Estudió tipos de plus-ganancia diferenciados a escala regional, nacional y sectorial y describió los márgenes históricos cambiantes para emerger del subdesarrollo.
También registró las bifurcaciones entre las periferias agro-mineras y semiindustrializadas. Evaluó contrapesos a las tendencias polarizadoras y remarcó las turbulencias y no el estancamiento del capitalismo. Además, estudió la dinámica fluctuante del intercambio desigual y concibió estrategias socialistas de convergencia entre los trabajadores del centro y la periferia.
Cuatro economistas marxistas desenvolvieron en
la posguerra importantes estudios de la relación centro-periferia. Mientras que
Paul Baran y Paul Sweezy fueron precursores de ese abordaje, Samir Amin y
Ernest Mandel aportaron desarrollos más elaborados del mismo tema. Todos
investigaron en un período de reconstrucción pos-bélica y expansión capitalista, que amplió
la brecha entre las economías avanzadas y atrasadas. ¿Cuál fue su visión de esa
asimetría? [2].
DESINDUSTRIALIZACIÓN Y EXCEDENTE
En los años 50
la interpretación marxista más difundida subrayaba la obstrucción a la
industrialización de la periferia por parte del centro. Destacaba que el
objetivo de ese bloqueo era impedir el surgimiento de competidores, para
asegurar la primacía de las empresas extranjeras.
Este enfoque
señalaba que los países desarrollados se apropiaban de las materias primas
foráneas y perpetuaban mercados cautivos para sus exportaciones manufactureras.
Esa asfixia impedía transformar la descolonización en procesos de desarrollo (Dobb, 1969: 83, 95-97).
Baran
reformuló esa visión. Atribuyó la baja tasa de crecimiento de los países
atrasados a la sofocación externa, pero advirtió también la existencia de ciertos
procesos de expansión fabril en la periferia. De esta forma esa mirada
puso de relieve el carácter
insuficiente de la vieja contraposición entre países industrializados y
agro-mineros (Baran, 1959: 33-34).
El teórico ruso-estadounidense situó la principal diferencia entre el
centro y la periferia en el manejo del excedente. Introdujo ese concepto para
describir la utilización del producto adicional generado en cada ciclo de
acumulación.
Estimó que ese sobrante era internamente
absorbido en las economías avanzadas por la actividad militar, el consumo
suntuario o los gastos improductivos. Por el contario en la periferia era
transferido al exterior para facilitar la expansión de las economías
metropolitanas.
El pensador marxista
evaluó, además, que en las economías subdesarrolladas la brecha entre lo que
podría invertirse (excedente potencial) y los realmente destinado a la
actividad productiva (excedente efectivo) era mayúsculo. Señaló que el grueso
del sobrante era acaparado por la aristocracia latifundista o remesado al
exterior por las filiales de las empresas foráneas (Baran,
1959:
223-259; Sweezy,
Baran, 1974: 47-143).
Baran
asignó más relevancia a las causas exógenas (transferencias al exterior) que a
las endógenas (predominio terrateniente) en la recreación del subdesarrollo.
Remarcó el carácter estructural de la expatriación de fondos sufrida por la
periferia y subrayó que la brecha entre economías avanzadas y retrasadas
desbordaba las coyunturas bélicas o los escenarios de competencia entre imperios
(Howard; King, 1989: 167-168).
Con
estas ideas ilustró cómo las economías desarrolladas necesitan absorber fondos
del exterior para garantizar su reproducción. La escuela de la revista Monthly Review liderada por Sweezy
continuó este enfoque y propició numerosos estudios del gran drenaje de fondos que
descapitalizó a la periferia. Las investigaciones de Magdoff demostraron,
además, como el capitalismo estadounidense se nutrió de esa expoliación de las
economías atrasadas (Magdoff, 1972).
ESTANCAMIENTO Y DOMINACIÓN
Las
interpretaciones de la brecha global que propuso la escuela de la Monthly Review se basaron en dos
caracterizaciones: el estancamiento del capitalismo y la dominación imperial.
El primer
concepto fue desarrollado por Sweezy a partir de un fundamento sub-consumista.
Señaló que la estrechez de la demanda generaba un excedente invendible que
empujaba al sistema a la regresión. Posteriormente atribuyó el mismo efecto a
la expansión de los monopolios. Sostuvo que el gigantismo de las empresas derivaba
en concertaciones de precios, que disuadían nuevos emprendimientos y
desembocaban en ciclos recesivos.
Sweezy subrayó
el bloqueo a la innovación como una consecuencia adicional de este proceso.
Consideró que el cambio tecnológico tendía a decaer con el debilitamiento de
las revoluciones industriales que motorizaban la acumulación.
En sus
trabajos posteriores ubicó la principal causa del estancamiento en el
parasitismo financiero. Sostuvo que el capitalismo se había transformado en un
sistema rentista controlado por banqueros que asfixiaban la inversión. Esta
mirada fue influida por las percepciones pesimistas de varios autores
keynesianos del período (Sweezy,
1973a: 33-55; Sweezy 1973b: cap 11,12 y 13).
Sweezy
concibió la polarización mundial como un proceso compensatorio de las pérdidas
afrontadas por el capitalismo metropolitano. Estimó que las grandes empresas
contrarrestaban sus adversidades con mayores exacciones de la periferia (Albo, 2004).
Pero en pleno
despliegue del boom económico de 1950-70 estas tesis afrontaron numerosos
problemas. Suponían contracciones de la demanda, cuando irrumpía el consumo de
masas o remarcaban la asfixia del monopolio, en un contexto de creación de
nuevas empresas. Además, resaltaban la regresión tecnológica en pleno
incremento de la productividad. La dominación financiera era postulada en medio
de ese auge industrial.
Los argumentos
expuestos por los pensadores de la Monthly
Review suscitaron intensas polémicas entre los economistas marxistas. El
fundamento sub-consumista fue cuestionado con explicaciones de las crisis
basadas en el declive de la tasa de ganancia. El agotamiento tecnológico fue
objetado con indicios de una nueva revolución tecnológica (automatización,
plásticos, energía nuclear).
También la
preeminencia del monopolio fue criticada por omitir la continuidad de la
competencia en un sistema regido por la ley del valor. A su vez, el
protagonismo financiero fue objetado recordando la centralidad del sector
productivo en la extracción de plusvalía (Katz, 2001:13-41).
Pero ninguno
de estos cuestionamientos afectó el acertado registro de una nueva brecha entre
el centro y la periferia. Baran, Sweezy y Magdoff brindaron contundentes
evidencias de esa fractura. Las críticas señalaron problemas en los fundamentos
teóricos de su enfoque pero no objetaron los contundentes indicios de la
polarización.
Los autores de
la Monthly Review aportaron también
caracterizaciones geopolíticas del rol del imperialismo en la consolidación de
la asimetría global. Explicaron cómo las grandes potencias necesitaban
controlar el aprovisionamiento de materias primas para continuar su
acumulación. Estudiaron de qué forma el abaratamiento de esos insumos
contrarresta el declive del beneficio.
Sweezy y
Magdoff no sólo describieron la gravitación hegemónica de Estados Unidos.
Analizaron el nuevo papel del Pentágono como custodio del capitalismo a escala
mundial (Sweezy; Magdoff,
1981:81-106). Esa tesis anticipó varios rasgos del imperialismo
contemporáneo. Lo que parecía una exageración “superimperialista” de la
coyuntura ilustró una importante tendencia geopolítica de largo plazo (Katz, 2011: 39).
POLEMICAS CON EL LIBERALISMO
Baran,
Sweezy y Magdoff refutaron las concepciones liberales que atribuían el
subdesarrollo a las adversidades climáticas de ciertas regiones. Esas miradas
naturalizaban la conveniencia de áreas templadas, omitiendo la variabilidad de un
condicionante que perdió incidencia frente a los procesos económico-sociales (Szentes, 1984: 24-47).
Los
liberales atribuían también el atraso a la ausencia de capitalistas
emprendedores sin explicar la causa de esa carencia. Simplemente convocaban a
reforzar el individualismo para favorecer el surgimiento de una elite
empresarial. Identificaban la modernización con la imitación de Occidente
ponderando las conveniencias de ese sendero.
Pero la repetición que idealizaban
nunca se verificó. El desarrollo capitalista siempre estuvo signado por aceleraciones
y superposiciones ajenas al cronograma de despegue, madurez y crecimiento que
pregonaban los liberales.
Los marxistas de la Monthly Review refutaron ese esquema
neoclásico desarmando los mitos de las ventajas comparativas.
Contrapusieron esas fantasías con las contundentes evidencias de la opresión
imperial, las transferencias de ingresos y las apropiaciones de materias primas (Sweezy, 1973a: 25-33).
Además
pusieron de relieve que el atraso no obedecía a “carencias de capital”, sino a
la utilización improductiva de los recursos existentes. Con ese argumento
cuestionaron el embellecimiento de la financiación externa.
Los miembros
de la Monthly Review actuaron en el
clima de persecuciones imperante bajo el macartismo y confrontaron en plena
guerra fría con la apología del modelo estadounidense, que propagaban autores
anticomunistas como Rostow (Katz, 2015: 93-94).
Baran
subrayó, además, la importancia de la autonomía política en la periferia para
contener las exacciones del centro. Contrastó lo ocurrido entre la India y
Japón en el siglo XIX, recordando cómo la naciente industria quedó devastada
por el colonialismo inglés en el primer caso y logró emerger en el segundo por
la existencia de independencia política.
Para
resaltar esa incidencia actualizó la clasificación leninista del universo
periférico. Distinguió los territorios coloniales (Asia, África) y las
administraciones con recursos codiciados (petróleo de Medio Oriente) de los
países que conquistaban un status soberano (Egipto) (Baran, 1959: 192-221, 263-287).
Baran
sostenía que esa autonomía permitiría contrarrestar el subdesarrollo si
inauguraba un proceso anticapitalista. Observaba con simpatía el modelo de planificación de la URSS
y proponía generalizarlo para asegurar elevadas tasas de crecimiento.
En este
terreno convergía con Dobb y
propiciaba asociaciones internacionales con el bloque socialista, para
implementar el esquema soviético de industrialización con altas tasas de inversión (Dobb, 1969: 103, 114, 119).
Estos propósitos coexistían con el
rechazo de la política de revolución por etapas auspiciada por los
Partidos Comunistas. Objetaban el llamado a confluir con las burguesías en proyectos de edificación del capitalismo nacional.
Los editores de la Monthly Review simpatizaban
con las corrientes tercermundistas que
bregaban por procesos anticolonialistas radicales (Magdoff, 1971).
Este posicionamiento político orientó todas
las investigaciones económicas que encararon Baran y Sweezy. Si se evalúa la
totalidad de su obra es indudable la contribución que aportaron a la
comprensión de la relación centro-periferia. En contraposición a los mitos
ortodoxos del bienestar y las expectativas heterodoxas de repetir la evolución
de Estados Unidos o Europa, demostraron cómo el drenaje del excedente obstruye
el desarrollo y refuerza la dominación imperial.
CINCO TESIS DE AMIN
Amin adoptó presupuestos
semejantes a Sweezy-Baran, pero desenvolvió una concepción marxista más
ambiciosa de la relación centro-periferia. Su enfoque podría sintetizarse en
cinco caracterizaciones.
Destacó, en
primer lugar, el carácter intrínseco de la polarización mundial bajo el
capitalismo. Estimó que esa desigualdad de ingresos entre países avanzados y
retrasados fue subestimada por los teóricos socialistas que se enfocaron
exclusivamente en la problemática del capital y el trabajo (Amin, 2003: cap 4).
El teórico
egipcio rescató la percepción de Lenin de las formas internacionales
diferenciadas de explotación y realzó la interpretación de Bauer de los lucros
obtenidos en la periferia, como un mecanismo compensatorio de las mejoras
concedidas a los trabajadores del centro (Amin, 1976: 128-133).
Amin consideró
que en los sistemas pre-capitalistas eran aún factibles los procesos de
nivelación internacional entre las distintas regiones. Recordó, por ejemplo,
que Europa Occidental remontó en tiempo récord su retraso histórico respecto a
zonas de mayor desarrollo previo. Pero afirmó que la posibilidad de esa
equiparación se desvaneció posteriormente con el afianzamiento del capitalismo,
hasta tornarse imposible en la época actual (Amin,
2006: 5-22).
El conocido
economista ejemplificó esta asimetría ilustrando los desniveles contemporáneos
entre las distintas regiones. Subrayó que el imperialismo
no es un estadio, sino un mecanismo de consolidación de esas brechas (Amin, 2001a: 15-30).
Partiendo de esa constatación de las brechas
mundiales Amin atribuyó, en segundo lugar, la ampliación de la fractura global
a la internacionalización de un sistema que universaliza la movilidad del
capital y las mercancías, pero no del trabajo. Retrató cómo el comercio y las
inversiones se expanden por todo el planeta, manteniendo en términos relativos
la localización fija de los asalariados.
Explicó esa inmovilidad comparativa del trabajo por
la estructura histórico-nacional de los mercados laborales. En su enfoque los
flujos de migraciones distan mucho de equipararse con el alto ritmo de
desplazamientos que caracteriza al dinero o a los bienes (Amin, 1973: 67-68).
En este diagnóstico se basa el tercer planteo de Amin,
que subraya la existencia de mayores tasas de explotación en la periferia. Señala
que la inmovilidad del trabajo consolida en esas regiones grandes ejércitos de
desocupados que abaratan los salarios. Además, en las actividades industriales
localizadas en economías retrasadas, los capitalistas lucran con diferencias de
salarios que son mayores a las brechas de productividad.
El teórico marxista trazó numerosas comparaciones
entre los mismos sectores industriales de economías avanzadas y
subdesarrolladas, para ilustrar cómo la diferencia de salarios entre casas
matrices y filiales determina la principal fuente de beneficios de las empresas
multinacionales (Amin, 1973: 9, 14, 20, 56).
Amin completó este análisis con un retrato de los
mecanismos de transferencia de valor utilizados por los capitalistas
metropolitanos para apropiarse de la plusvalía generada en la periferia.
Presentó diversas estimaciones de los monumentales montos de esos giros (Amin, 2008:
237-238).
El
teórico egipcio señaló en su cuarto principio que esa expropiación es posible
por la convergencia de formaciones económico-sociales diferentes en torno a un
mismo mercado mundial. Destacó que en ese ámbito operan estructuras dominantes
y subordinadas que reproducen la desigualdad global (Amin, 2005).
Finalmente,
Amin contrastó los modelos auto-centrados vigentes en los países avanzados con
los procesos económicos desarticulados predominantes en la periferia. Resaltó
la perdurabilidad de esas diferencias, cuestionando las expectativas liberales
de equiparación. Polemizó, además, con las hipótesis desarrollistas de alcanzar
en la periferia el bienestar imperante en el centro, mediante una simple
reproducción de la evolución seguida por las regiones más prósperas (Amin, 2008: 240-242).
En sus cinco
planteos Amin reafirmó la perdurabilidad de la fractura estructural entre
economías avanzadas y retrasadas bajo el capitalismo contemporáneo. No se limitó
a exponer los mecanismos comerciales o financieros de transferencia de
plusvalía que perpetúan esas brechas, sino que ensayó una novedosa explicación
centrada en la peculiaridad de la fuerza de trabajo de los países
subdesarrollados.
Subrayó que la
abundancia de esa mano de obra y su relativa inmovilidad en comparación al
vertiginoso desplazamiento de capitales y mercancías generan ganancias
extraordinarias con la explotación del trabajo. Destacó que estos beneficios
recrean la polaridad centro-periferia y clarificó aspectos omitidos en las
visiones precedentes.
VALOR MUNDIAL Y POLARIZACIÓN
Amin fundamentó
su visión en una teoría del valor mundial, extendiendo la aplicación de este
principio marxista al plano global. Retomó una norma que explica los precios de
las mercancías por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su
producción. Este criterio atribuye los cambios de los precios a modificaciones
en la productividad o en la demanda, que a su vez están regulados por niveles
de la explotación y tasas de ganancia.
La primacía de esta ley del valor distingue al capitalismo de los regímenes
previos y determina la centralidad que asume la maximización del beneficio en
el funcionamiento general de la sociedad (Amin,
2006: 5-22; Katz, 2009:
31-60).
Pero
la novedad que introdujo Amin es la vigencia de esta la ley a escala mundial. Señaló la preeminencia de esa dimensión, a
medida que se consolida la fluidez internacional de las mercancías y los
capitales, frente a la inmovilidad de la fuerza de trabajo (Amin, 1973: 14,
21-25).
Con
este enfoque Amin conceptualizó la internacionalización de la producción
consumada a través de la expansión de las empresas multinacionales. Al
enlazar los procesos mundiales de fabricación, estas firmas determinan precios
de referencia de todas las actividades bajo su control.
El
economista egipcio cuestionó las tesis que restringen la vigencia de la ley del
valor al plano nacional. Señaló que ese alcance inicial quedó desbordado por la
dimensión mundial que presenta el capitalismo contemporáneo (Amin, 2001b: cap 5).
Esta
mirada de la formación de los precios bajo el comando de las empresas
multinacionales fue posteriormente corroborada por muchos estudios del
gerenciamiento globalizado de las firmas. Estas compañías operan con
tasas de ganancias más altas que las prevalecientes en cada ámbito nacional. La ley del valor a escala
internacional explica la forma en que una porción significativa de la
producción contemporánea se desenvuelve en el espacio interno de las compañías
multinacionales (Carchedi, 1991: cap 6, 7).
Amin
destacó no sólo el creciente alcance de la mundialización, sino también su
dinámica polarizadora. Recordó que esa fractura es propia de un sistema que se
expande globalmente, manteniendo estructuras nacionales de los mercados de
trabajo (Amin, 2006: 5-22).
Con
ese enfoque Amin anticipó en los años 60-70 muchos rasgos de la globalización
productiva posterior. Registró en las multinacionales de su época varias
tendencias de la transnacionalización ulterior. Pero, además, indagó el
problema evaluando el cambio cualitativo introducido por la acción de la ley
del valor a escala mundial. Al situar el análisis en ese terreno focalizó la
relación centro-periferia en el universo industrial de las casas matrices y sus
filiales.
Este enfoque
subrayó mucho más que cualquier estudio previo la dimensión productiva de la
brecha global. Si Baran indicó que la relación centro-periferia desbordaba la
vieja conexión entre economías manufactureras y primarias, Amin explicó cómo se
reproduce la fractura global al interior
de estructuras industriales mundializadas.
Pero su
enfoque no está exento de problemas. Al postular que la polarización es una
tendencia económica intrínseca del capitalismo en todas sus etapas, Amin dejó
abiertos varios interrogantes sobre las razones que generan un freno periódico
de ese proceso. No esclareció las causas de las bifurcaciones que
frecuentemente se registran en la periferia.
El economista
egipcio atribuyó también el agravamiento de la polarización contemporánea a la
incidencia de los monopolios. Describió cinco modalidades contemporáneas de
esas concertaciones que aseguran el control metropolitano de la tecnología, los
flujos financieros, los recursos naturales, los medios de comunicación masiva y
las armas de destrucción masiva. Retrató cómo ese dominio refuerza la
desvalorización del trabajo en la periferia
(Amin, 2001a:15-30).
Esta
tesis tiene semejanzas con el enfoque de Sweezy, pero se basa en una teoría del
valor muy diferente, que resalta la continuidad de la competencia. En los
hechos Amin utiliza el término monopolio en un sentido de competencia entre
grandes grupos y no como el oligopolio estable que sugiere Sweezy. Con ese
enfoque analiza plus-ganancias derivadas de la segmentación existente entre las
economías del centro y la periferia.
El
parentesco con Monthly Review es más
estrecho en la presentación de la polarización como un resultado de la senilidad
del capitalismo. Amin subrayó este declive histórico con argumentos
convergentes con Sweezy, sin aludir al estancamiento. Su concepto de senilidad
resaltó las contradicciones explosivas del sistema, pero no postuló la
existencia de una paralización de las fuerzas productivas.
INTERCAMBIO DESIGUAL
Amin estimó que el intercambio desigual es el
principal mecanismo de transferencia de valor. Señaló que ese flujo se
incrementa con la generalización de inversiones extranjeras que refuerzan la
brecha mundial (Amin, 1973: 80-87).
El
pensador marxista desenvolvió esa caracterización en un periodo de internacionalización
del comercio y creciente difusión de la crítica de Prebisch al deterioro de los
términos de intercambio. Ambos procesos suscitaron un gran interés en la
problemática del intercambio desigual como causa central del subdesarrollo (Katz, 1989: 71-85).
Amin convergió con los autores que pusieron el acento
en los determinantes productivos de ese proceso. Retomó las observaciones de
Marx sobre la remuneración internacional superior de los trabajos involucrados
en actividades de mayor productividad. También revisó los estudios de Otto
Bauer sobre la existencia de transferencias de plusvalía entre economías
desarrolladas (Alemania) y relegadas (Checo- Bohemia).
Pero el teórico egipcio analizó específicamente las
conexiones entre el intercambio desigual y el funcionamiento mundializado de la
ley del valor. Señaló que las economías avanzadas absorben plusvalía de las
retrasadas, como consecuencia de su mayor desarrollo (composición orgánica del
capital superior).
En
esta mirada se verificó otra diferencia entre Amin y Sweezy. La problemática
del intercambio desigual supone vigencia de la competencia y centralidad de la
dinámica productiva. Ambos conceptos chocan con la preeminencia pura del
monopolio y la supremacía de las finanzas, que subrayaba el economista
estadounidense (Howard, King, 1989: 188-189).
Amin valoró también la
importancia asignada por Emmanuel al intercambio desigual, pero discrepó con
las explicaciones exclusivamente centradas en las diferencias de salarios
existentes entre los países avanzados y retrasados (Emmanuel, 1971: 5-37).
El economista
egipcio objetó esa causalidad rechazando la presentación del salario como una
“variable independiente” del proceso de acumulación. Señaló que ese ingreso
tampoco está determinado por tendencias demográficas. Recordó que el salario remunera el valor de la
fuerza de trabajo, siguiendo parámetros objetivos de productividad y dinámicas
subjetivas resultantes de la lucha de clases (Amin, 1973: 43-44, 16-17,
26-30).
Amin
tampoco compartió las expectativas de Emmanuel de resolver las asimetrías
mundiales con aumentos de salarios en la periferia y rechazó la presentación de
los trabajadores del centro como responsables de la explotación del Tercer
Mundo. Focalizó su interpretación del intercambio desigual en la fractura
global generada por la movilidad del capital y las mercancías frente a la
inmovilidad del trabajo (Amin, 1973: 34-56).
Otro
influyente teórico marxista -Bettelheim- cuestionó en forma más categórica los
errores de Emmanuel. Afirmó que las diferencias internacionales de salarios
obedecían a brechas en el desenvolvimiento de las fuerzas productivas. Señaló
que las remuneraciones más elevadas expresan las productividades superiores
vigentes en las economías centrales y el predominio de labores más complejas y
calificadas (Bettelheim, 1986: 38-66).
Bettelheim
remarcó el origen del intercambio desigual en la esfera de la producción y no
de los salarios. Además, relativizó la gravitación de ese mecanismo señalando
su incidencia variable en cada etapa del capitalismo.
Amin recogió
parcialmente esas observaciones para perfeccionar su esquema del valor mundial
e introdujo la denominación “condiciones desiguales de explotación” para
fusionar ambos razonamientos (Amin, 1976:
159-161).
¿Cuál ha sido
entonces el aporte de Amin en este terreno? Su enfoque contribuyó a distinguir
el intercambio desigual de las discusiones clásicas sobre el deterioro de los
términos de intercambio en el comercio entre materias primas y productos
manufacturados.
Al estudiar
transferencias derivadas de desniveles entre industrias localizadas en el
centro y la periferia, el economista egipcio indicó una distinción entre dos temáticas
diferentes que tradicionalmente se han confundido. Las transferencias de
valores de la periferia al centro -generadas por diferencias de salarios
mayores que las brechas de productividad- se aplican por ejemplos a las maquilas, que instalan las grandes
empresas industriales en el Tercer Mundo, para aumentar su apropiación de
plusvalía.
Esta dinámica
de intercambio desigual difiere por completo de la relación entre precios
manufactureros y agro-mineros, que alude a otra dimensión de las conexiones entre
economías avanzadas y subdesarrolladas e involucra otras tendencias.
DEPENDENCIA Y SOCIALISMO
Amin postuló que la brecha centro-periferia
es una tendencia económica dominante del capitalismo, pero distinguió ese
principio de polarización de las situaciones políticas de dependencia.
Consideró que ambos procesos están relacionados, pero no son idénticos, ni
operan en forma simétrica.
El teórico egipcio estimó que la polarización
signó la trayectoria del capitalismo desde su nacimiento, pero recordó
que las situaciones nacionales de dependencia fueron determinadas por la
capacidad de dominación que demostró el imperio en cada circunstancia (Amin, 2006:
5-22).
Amin entendió que la resistencia a esa
opresión introduce el único factor de contrapeso significativo a la brecha
centro-periferia. Subrayó el impacto de esa acción como dique al subdesarrollo
y como motor de los avances logrados por las economías periféricas
industrializadas. Consideró que esos desenvolvimientos fueron posibles en la
posguerra por la presencia de bloques socialistas, movimientos
antiimperialistas y compromisos keynesianos (Amin,
2001a: 15-30).
El prolífico
economista estimó que esa confluencia permitió contrarrestar la polarización,
mediante el control local de la acumulación que introdujeron varios estados
periféricos. Consideró que ese dispositivo –identificado con la desconexión del
mercado mundial- permite ensayar los modelos auto-centrados que facilitaron la
expansión de las economías avanzadas.
Pero a diferencia de la heterodoxia
keynesiana, Amin no confía en la solvencia de los procesos de desenvolvimiento
autónomo bajo el capitalismo y tampoco
apuesta a superar el subdesarrollo por esa vía.
Para el pensador marxista el control local de
la acumulación debería inaugurar una secuencia de desconexiones favorables a
una transformación socialista. Señala que la confrontación con las
corporaciones del centro es el punto de partida de esa larga transición
pos-capitalista (Amin, 1988-83-158).
Amin desenvuelve esa tesis en debate con las
concepciones que desconocen la brecha centro-periferia u observan esa fractura
en términos exclusivamente económicos. Distingue la polarización de la
dependencia para resaltar la primacía política de la lucha por erradicar el
subdesarrollo (Amin, 2003: cap 5).
La diferencia que estableció entre ambos
conceptos constituye un aporte clave para superar las miradas simplificadas de
la relación centro-periferia. Indica la existencia de dimensiones económicas y
políticas que no siguen trayectorias idénticas. Mientras que la polarización
afecta en la misma medida a todos los países subdesarrollados, la dependencia
varía según el grado de movilización antiimperialista prevaleciente en cada
caso.
Las distintas situaciones de sometimiento,
autonomía o confrontación con el imperialismo, que se registran en países
igualmente subordinados a la división internacional del trabajo, corrobora esa
distinción. Las tesis de Amin permiten entender, además, por qué razón las
desconexiones que no se profundizan tienden a recrear la brecha
centro-periferia.
Pero este novedoso enfoque abre otro
interrogante: ¿cómo se explica la industrialización o el crecimiento continuado
de economías atrasadas que no protagonizaron procesos antiimperialistas?
La tesis de la desconexión fue concebida
por Amin para apuntalar las estrategias socialistas en los procesos
revolucionarios en la periferia. Esta política aceptaba alianzas acotadas con
las burguesías nacionales y se inspiraba en las visiones maoístas de los años
70. Es un enfoque que subrayó el protagonismo de fuerzas populares de distinto
signo y ponderó el modelo de comunas colectivistas introducido en China durante
la revolución cultural (Amin, 1973: 9, 13; Amin, 1976: 112, 124, 184-186; Foster, 2011).
IMPERIALISMO COLECTIVO
Amin relacionó la polarización centro-periferia con
la vigencia de un nuevo dispositivo de imperialismo colectivo liderado por
Estados Unidos. Utilizó esa denominación para explicar cómo opera la dominación
geopolítica global, en un marco de internacionalización del capital y
continuada gravitación de la órbita estatal-nacional.
El economista egipcio precisó que la preeminencia de
la ley del valor a escala mundial no implicaba la formación de una clase
dominante, ni un estado globales, pero obligaba a crear estructuras para
gestionar empresas y mercados planetarios. Destacó ese determinante económico
en la conformación de una asociación imperial en torno a la Tríada (Estados
Unidos, Europa y Japón) (Amin, 2013).
Amin también señaló que el nuevo sistema adaptó las
rivalidades económicas a una gestión político-militar compartida por las
grandes potencias. Subrayó la generalizada aceptación del padrinazgo bélico
ejercido por Estados Unidos, a partir del escenario creado por la guerra fría.
Pero atribuyó la aparición del imperialismo colectivo no tanto a la existencia
de la ex URSS, como a la necesidad de administrar una economía capitalista
mundializada y amenazada por mayores desequilibrios y desafíos populares (Amin, 2003: cap 6).
Con
este enfoque objetó la tesis de las sucesiones hegemónicas que postulaban el
necesario reemplazo de la supremacía estadounidense por otra potencia
dominante. Señaló que el nuevo contexto indujo más a la articulación de poderes
imperiales que al reinicio de las disputas por la hegemonía (Amin, 2004).
Amin destacó
que el predominio del imperialismo colectivo reforzaba la polarización mundial
en jerarquías más infranqueables. Consideró que la obstrucción al desarrollo de
la periferia tradicionalmente impuesto por Europa era continuada por la Tríada
desde la segunda mitad del siglo XX.
Sin embargo
el teórico marxista matizó la fractura en dos polos, señalando la existencia de
semiperiferias entre ambos extremos. Recordó que esas formaciones intermedias
constituyeron una norma de la historia y señaló que bajo el capitalismo
contemporáneo esas modalidades no pueden alcanzar al centro. Afirmó, por
ejemplo, que Brasil ya no puede equiparar a Estados Unidos, siguiendo el camino
que en el pasado permitió a Alemania aproximarse a Inglaterra (Amin, 2008: 221-222).
Amin
estimó que la jerarquía estable del imperialismo colectivo induce a la
integración de las variantes intermedias a las estructuras dominantes y a las
regionalizaciones neo-imperiales. Señaló que estos polos asociados a la Tríada
(Turquía, Israel, Sudáfrica) cumplen la función de mantener la disciplina que
exige el centro (Amin, 2003: cap 6).
El
imperialismo colectivo postulado por Amin aportó ideas originales y fructíferas
para comprender el capitalismo actual. Por un lado, resaltó los cambios
cualitativos generados por la asociación internacional entre empresas de
distinto origen nacional. Por otra parte, ilustró el correlato geopolítico de
esta nueva gravitación de las firmas multinacionales.
Nuestra investigación sobre el
imperialismo contemporáneo recoge esas contribuciones del pensador egipcio.
Señalamos que la gestión colectiva ejercida por las grandes potencias se
desenvuelve bajo la conducción estadounidense. Esta administración común guiada
por el Pentágono se ha verificado en todos los conflictos bélicos que
sucedieron a la segunda guerra mundial.
El imperialismo colectivo no implica un
manejo equitativo del orden mundial, pero sí asociaciones que modifican
radicalmente el viejo escenario de guerras inter-imperiales. Las acciones
específicas de cada potencia (guerras hegemónicas) se efectivizan en un marco
de agresiones imperiales
conjuntas (guerras globales). Por esta razón el pretexto de la seguridad colectiva
ha sustituido a la defensa nacional, como principio rector de la intervención
armada.
Esta solidaridad militar en la acción geopolítica
de las potencias sintoniza con el entrelazamiento de los capitales y con el
gigantesco tamaño de los mercados
requeridos para desenvolver actividades lucrativas. Expresa el nivel de centralización que alcanzó
el capital en el terreno financiero, productivo y comercial.
El imperialismo
colectivo es la respuesta a un avance de la globalización económica, sin
correspondencia equivalente en el plano estatal. Como los estados nacionales
subsisten sin ningún reemplazo por entidades mundiales, la reproducción del
capital es asegurada por una modalidad más coordinada de acciones imperiales (Katz, 2011: 65-80).
LA VISIÓN DE MANDEL
Mandel desarrolló su concepción en la misma
época de Baran-Sweezy y Amin, conociendo esos trabajos y compartiendo su mirada
general de la relación centro-periferia. Estudio el mismo problema a partir de
tres ideas centrales.
En primer término señaló que esa fractura
obedecía al conflicto entre procesos de acumulación primitiva en la
periferia y necesidades de expansión
del capital metropolitano. Entendió que esa tensión desembocaba en distintos
niveles de subordinación de las economías subdesarrolladas.
El economista
belga recordó que el capitalismo central siempre busca incorporar nuevas regiones a su control, mientras que el
desarrollo del mercado socava las viejas formaciones pre-capitalistas. Destacó
que ambos movimientos generan tensiones entre capitalistas extranjeros y
locales en torno a las prioridades de la acumulación.
Mandel puntualizó que el resultado de esos
conflictos varía en cada etapa, en función de la cambiante capacidad de las
economías centrales para someter a los países subdesarrollados. Estimó que el
capital metropolitano sólo logra consumar esa subordinación cuando cuenta con
recursos suficientes. Observó también que en los períodos de menor capacidad
expansiva, mayores rivalidades o crisis, el control sobre la periferia se
atenúa (Mandel, 1978: cap 2).
En segundo lugar Mandel señaló que el
capitalismo se expande usufructuando de las desigualdades entre regiones,
países y sectores. Aprovecha las diferencias de costos para acumular beneficios
extraordinarios. Ese tipo de plus-ganancias es acaparado por los capitalistas
que invierten en las ramas o zonas más rentables, lucrando con la baratura de
los insumos o la mano de obra. En esas circunstancias se acentúa la brecha
centro-periferia (Mandel, 1978: cap 2).
Mandel propuso,
en tercer lugar, un esquema de varios períodos históricos de la relación entre ambos
polos de la economía mundial. Estimó que en la formación del capitalismo (hasta
fines del siglo XIX), las economías avanzadas no habían alcanzado el poderío
requerido para subordinar al resto del planeta. En esa etapa de libre-comercio,
las principales potencias carecían del capital excedente o los medios de
comunicación necesarios para ejercer esa supremacía. Por esta razón existió un
amplio margen para el desarrollo de economías intermedias (Rusia, Italia,
Japón).
En la etapa
posterior del imperialismo clásico (fin de siglo XIX-principio del XX), el
centro contó con capital en exceso, transportes abaratados e inversión externa
suficiente para sofocar a la periferia.
Finalmente, la
posguerra fue un período de obstrucciones más contradictorias de las regiones
subdesarrolladas. La reconstrucción de las economías avanzadas concentró la
inversión en el centro y dio lugar a una segmentación. Un sector de los países
periféricos perpetuó su primarización agro-minera para satisfacer la nueva
demanda de insumos. Otro grupo de naciones lograron cierto desenvolvimiento
industrial con el proceso de sustitución de importaciones, que acompañó las
prioridades del centro en su propia reconstitución pos-bélica.
Con este
enfoque Mandel innovó la interpretación de la relación centro-periferia. Señaló
que el fundamento de esa brecha es la cambiante aparición de plus-ganancias en
distintas áreas, que instauran fracturas perdurables entre economías avanzadas
y relegadas. Este enfoque subraya la modificación de escenarios en cada etapa
del capitalismo y la consiguiente remodelación de la polarización.
Mandel señala
que esos cambios alteran el segmento de ganadores y perdedores, generando
significativas variaciones dentro de la estructura histórica fracturada del
capitalismo mundial.
Con esa mirada Mandel observó que la periferia
ha enfrentado situaciones de mayor oxigeno (libre comercio), sofocación
(imperialismo clásico) y segmentación (capitalismo tardío). En cada uno de esos
contextos predominaron plusganancias específicas, resultantes de las
diferencias vigentes entre regiones, naciones o ramas industriales.
El fundamento
teórico de esta tesis es el desarrollo
desigual y combinado, que Mandel retomó de Trotsky. Utilizó ese principio para
describir la dinámica heterogénea de la acumulación, que se expande
acrecentando la disparidad entre los componentes de un mismo mercado mundial (Mandel, 1983, 7-39).
El pensador
belga describió cómo los países más conectados por transacciones comerciales y
financieras quedan más distanciados en el plano de la tecnología y
productividad, como consecuencia de ese proceso de unificación sin
homogenización que caracteriza al capitalismo contemporáneo (Mandel, 1969-125-149).
Mandel
evitó la reflexión abstracta sobre el desarrollo desigual y combinado.
Cuestionó las interpretaciones banales de esa norma como una simple
constatación de asimetrías en las relaciones internacionales. Utilizó el
concepto en forma provechosa, para captar las peculiaridades del capitalismo en
sus distintas etapas (Kratke, 2007; Stutje, 2007; Van der Linden,
2007).
El
teórico marxista observó las relaciones centro-periferia de posguerra como una
yuxtaposición entre distintas formaciones económico-sociales, que operan en un
mismo mercado mundial. En sintonía con Amin, pero a partir de otra
fundamentación atribuyó la brecha entre el desarrollo y el subdesarrollo a esa
falta de homogenización.
BIFURCACIONES Y NEUTRALIZACIONES
Mandel señaló la existencia de dos
modalidades de economías subdesarrolladas: un grupo mayoritario de países
agro-mineros y un selecto segmento de semiindustrializados.
Estimó que esa
bifurcación despuntó con la crisis del 30 y se afianzó durante la expansión de
los años 50-60 con la reconstrucción económica de la Tríada. Por un lado, la
industrialización de muchas materias primas acentuó la especialización
subordinada de la periferia inferior. Por otra parte, la sustitución de
importaciones apuntaló el desenvolvimiento fabril de las periferias superiores.
Mandel conceptualizó esa bifurcación mediante
una reclasificación de las categorías leninistas. Estimó que el viejo
ordenamiento del mundo subdesarrollado en colonias, semicolonias y naciones
dependientes debía ser sustituido por una distinción entre periféricos y
dependientes semindustrializados (Mandel, 1986).
En este segundo grupo ubicó a Brasil, México, Argentina, Corea, Taiwán.
Sudáfrica, India, Egipto y Argelia.
Otros pensadores desenvolvieron una caracterización semejante utilizando la
noción de semiperiferia.
El economista belga
registró que el desarrollo capitalista amplía la heterogeneidad de los países
atrasados. El subdesarrollo general de todo el conglomerado persiste, pero con
modalidades diferenciadas a partir de la expansión manufacturera del segmento
superior (Mandel, 1971: 153-171).
Con esta mirada
resaltó más las situaciones variadas que las polarizaciones en el universo de
la periferia. Mandel enfatizó la amalgama de formas productivas y el
desenvolvimiento de ciertas economías a costa de otras. No postuló un esquema
de simple distanciamiento entre el centro y la periferia (Sutcliffe, 2008).
Su razonamiento se
distanció de los marxistas que subrayaban la pretensión metropolitana de
impedir cualquier modalidad de industrialización competitiva externa. Señaló
que el problema de las economías medianas era el carácter parcial e insuficiente
de su desenvolvimiento fabril y no la total ausencia de esa expansión.
Mandel remarcó la naturaleza cambiante de la
polarización global en la historia del capitalismo. Sugirió que las propias
crisis del sistema generan periodos de neutralización o bifurcación de la
fractura y presentó tres causas de contrapeso a la polarización: la carencia de
capitales excedentes a mediados del siglo XIX, la depresión de 1930 y la
concentración metropolitana de las inversiones en la posguerra.
Las huellas de ese enfoque
se verifican en la mirada de Harvey del desenvolvimiento capitalista como un
proceso mundial sujeto a crisis periódicas, que generan cambios en la
localización de la inversión (Harvey,
1982).
También Arrighi señala
el curso turbulento del capital y la existencia de momentos de mayor asfixia o
respiro de las economías subdesarrolladas. Dentro de la arquitectura estable
del capitalismo global opera una geografía cambiante de bifurcaciones en la
periferia (Arrighi, 2005).
La importancia de la
tesis de Mandel radica en el señalamiento de esos procesos objetivos, que abren
resquicios para la expansión de ciertas economías de la periferia superior.
Esos huecos irrumpen por la propia crisis del capitalismo central o por las nuevas
modalidades de expansión internacionalizada del sistema.
DESEQUILIBRIOS Y FLUCTUACIONES
Mandel combinó determinantes externos e
internos en su interpretación del subdesarrollo. Por un lado, señaló que la
inserción de la periferia como proveedora de materias primas perpetuaba las
transferencias de plusvalía a las economías avanzadas. Por otra parte, retrató
las limitaciones al desarrollo fabril generadas por la inclinación rentista de
las clases dominantes (Mandel, 1971: 153-171).
Pero
el economista belga atribuyó estas contradicciones a la dinámica desequilibrada
de la acumulación y no al estancamiento. Utilizó primero el término
neo-capitalismo para bautizar la etapa de posguerra y luego optó por el
concepto de capitalismo tardío. Pasó de una idea de segunda juventud a otra de
senilidad, pero subrayando siempre la madurez y no la etapa terminal del
sistema (Husson, 1999).
Mandel
cuestionaba las tesis social-demócratas (y luego regulacionistas) del
capitalismo organizado y su imaginario de prosperidad sin límites. Pero también
objetaba la visión catastrofista de continuada paralización de las fuerzas
productivas que postulaba el trotskismo ortodoxo (Katz, 2008: 17-31).
El teórico marxista
enfatizaba los desequilibrios acumulativos del capitalismo y no la desaparición
de la concurrencia por preeminencia de los monopolios o por despilfarro
financiero. En este terreno desenvolvió una mirada diferente de Baran y
Sweezy y sólo parcialmente coincidente con Amin.
Mandel remarcó
la fractura perdurable entre el centro y la periferia, pero señalando ciertas
tendencias neutralizantes de la polarización. Con ese enfoque logró un registro
más completo de la dinámica global del capitalismo
Con esa óptica
aceptó la vigencia del intercambio desigual pero relativizando su alcance.
Remarcó la preeminencia de movimientos cíclicos de los precios de las materias
primas y no de procesos continuados de depreciación. Probablemente absorbió de Grossman la atención por la menor flexibilidad
de los insumos básicos frente a la innovación tecnológica (Grossman, 1979: cap 3).
El teórico belga señaló que esa rigidez induce a
los capitalistas a contrarrestar el encarecimiento de los costos de producción
mediante la periódica industrialización de las materias primas. Ejemplificó esa
reacción con distintos ejemplos de sustitución de productos (caucho natural por
elaborado, madera por plástico, algodón por sintéticos). De esa combinación de
tendencias dedujo la existencia de una dinámica fluctuante entre los precios de
los productos primarios y secundarios.
Al igual que Bettelheim sugirió, además, la
vigencia de una gravitación acotada del intercambio desigual. Observó que las
ganancias del capital metropolitano provenían en cada etapa de distintas
fuentes (comercio, finanzas, producción).
Mandel estimó que los lucros generados por las
diferencias entre productividades y salarios no se localizaban sólo en países
diferentes, sino también al interior de cada nación. Ilustró cómo esta fractura
operaba en ciertas “colonias internas” (sur de Italia o Estados Unidos) y no
sólo en la periferia exterior.
La cautela de
Mandel frente a los registros simplificados de la brecha centro-periferia se
verificó en su visión de la OPEP. Consideró que las clases dominantes de los
países exportadores de petróleo acaparaban una parte significativa de la renta
del crudo, internacionalizando la circulación de esos fondos como un capital
financiero autónomo (Mandel;
Jaber, 1978).
Este
señalamiento fue clave, puesto que indicó la existencia de situaciones de
fortalecimiento relativo de algunas burguesías exportadoras de la periferia.
También aquí puso distancia con la mirada simplificada de brechas globales crecientes
e invariables. Además, abrió un sendero de investigación a la evolución de la
renta en economías subdesarrolladas, explorando una dimensión poco atendida por
los teóricos de su época.
Mandel destacó
que el manejo local de la renta no modificaba el carácter dependiente de esos
países, ni revertía su perdurable subdesarrollo. Atribuyó ese retraso al escaso beneficio logrado durante las etapas de
encarecimiento de las materias primas y al agudo padecimiento sufrido en las
fases de abaratamiento (Guillén Romo, 1978). Este enfoque completó su
evaluación de las causas del retraso de la periferia.
CONVERGENCIAS SOCIALISTAS
Al igual que Baran-Sweezy y Amin, Mandel analizó
la relación centro-periferia como una contradicción del capitalismo que
aceleraría la transición al socialismo. Remarcó el protagonismo de ciertos
países subdesarrollados en esa transformación.
Las victorias de Yugoslavia, China, Cuba y
Vietnam confirmaron esa expectativa e indujeron al teórico belga a explorar con
mayor precisión la relación entre resistencias antiimperialistas, proyectos de
industrialización y modelos de debut socialista (Mandel, 1980: 13-26).
Mandel resaltó la estrecha conexión entre estos
tres procesos. Propuso resistir el despojo del capital foráneo y conquistar
mayor control estatal de la acumulación para introducir formas de planificación
de la economía.
Esta visión era convergente con Sweezy-Baran y
Amin, pero se inspiraba en la teoría de la revolución permanente de Trotsky.
Señaló no sólo la incapacidad de la burguesía nacional para erradicar el
subdesarrollo de la periferia, sino también la necesidad de una revolución
anti-burocrática en los países socialistas (Mandel, 1995: 57-88, 129-146).
Con ese enfoque subrayó la confluencia potencial
de las revueltas populares en América Latina, África y Asia con los procesos
revulsivos de Occidente y el bloque socialista. Enfatizó especialmente el
empalme de los alzamientos del Tercer Mundo con el mayo francés y la primavera
de Praga.
Mandel planteó una crítica frontal a
la estrategia de la revolución por etapas. Rechazó posponer los procesos revolucionarios y
objetó la estrategia de coexistencia con el imperialismo que propugnaban los
dirigentes de la URSS.
Durante toda su vida apostó a una
acción revolucionaria convergente del proletariado metropolitano con diversos
sujetos populares de la periferia. Imaginó una estrecha asociación entre el
anticapitalismo y el antiimperialismo.
Su modelo económico cuestionaba la
planificación coactiva vigente en la URSS y promovía su reemplazo por
mecanismos democráticos. Postuló combinar el mercado con el plan durante la
transición socialista. Mandel
simpatizó con las fuerzas de la izquierda radical y exhibió gran flexibilidad
política para buscar convergencias con pensadores afines.
Al igual
que Baran, Sweezy y Amin ejerció una gran influencia sobre los marxistas de
posguerra y sobre los autores latinoamericanos que en los años 60 comenzaron a
desenvolver la teoría de la dependencia. En nuestro próximo texto evaluaremos
esa concepción.
25-5-2016.
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PALABRAS CLAVES
Subdesarrollo, marxismo,
posguerra.
[1] Economista, investigador del CONICET, profesor de la
UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
[2]En dos textos previos analizamos el enfoque de Marx y
de los marxistas clásicos sobre el mismo tema (Katz, 2016a, Katz, 2016b).
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