Este artículo ha sido publicado en Viento Sur.
Daniel Albarracín
¿Cuál es el origen del endeudamiento y por qué ocupa una centralidad en
la economía capitalista actual?.
El capitalismo contemporáneo ha sumado,
procurando proseguir su avance, nuevas contradicciones. Fruto de una larga
política de huida hacia adelante como la que comportaron las diferentes medidas,
primero, para financiarizar la economía y,
segundo, de socialización de las deudas privadas, acarreamos a nuestra espalda
volúmenes insostenibles e impagables de deuda, principalmente privada, pero
cada vez más pública.
La crisis de sobreproducción de
los años 70 fue enfrentada con políticas de austeridad, para restaurar la tasa
de rentabilidad. Para evitar los efectos recesivos de esa estrategia, se indujo
a la economía a asimilar un anabolizante: el crédito a gran escala. Especialmente
a partir de los 90 se emprendió una política de desregulación financiera,
descontrol de las prácticas bancarias, titularización en los mercados
financieros, e impulso de políticas monetarias que facilitaban liquidez y
crédito. Un esquema singular de políticas financieras y monetarias que ponían
del lado del acreedor condiciones contractuales que les garantizaba la
recuperación de lo prestado y réditos sumamente lucrativos. Aquel contexto de
financiarización, que se extendió a gran escala, tuvo su culminación y forma
específica en Europa con la consagración de la UE y el Sistema Euro.
Dicha política económica
contribuyó a prolongar la última onda larga de acumulación, esquivando el
hundimiento esperable por la combinación de la política de austeridad y la
sobreproducción reinante. Desde mediados de los 90, la sucesión de burbujas
condujo a una enorme inestabilidad, resultado de una hipertrofia financiera y
crecimiento formidable de capital ficticio, que algún día estaban llamadas a
estallar. La aparente y transitoria desconexión de la apreciación de los
diferentes bonos y de la rentabilidad financiera con los correspondientes “indicadores
fundamentales” (rentabilidad operativa, crecimiento, inversión, empleo, etc…)
duró décadas, hasta que 2007 inauguró una etapa completamente nueva que rompe
con aquella anomalía. La crisis, a partir de entonces, trajo consigo el
agotamiento de este modo de desarrollo excepcional. Junto a un nuevo descenso
de la tasa de beneficio los costes financieros se elevaron hasta tal punto que
la tasa de ganancia efectiva se resintió, inaugurando una espiral de recesión,
estancamiento y deflación.
El proceso de desendeudamiento
empresarial ha sido muy reducido, mientras que la deuda pública se ha
disparado, y los montantes globales de deuda no dejan de crecer en este
periodo. Así, a un viejo problema se le ha añadido otro nuevo: el de la
formidable y voluminosa deuda acumulada. Con una deuda global en España de
entorno al 450% del PIB y una deuda pública que rodea el 100%, el agujero negro
ocasionado succionará cualquier crecimiento eventual, excedente empresarial o
superávit público primario para devolver los compromisos de la deuda,
principalmente monopolizada por grandes acreedores financieras, buena parte de
ellos centroeuropeos.
Condiciones y límites de las políticas neoliberales y neokeynesianas.
Las políticas convencionales
difícilmente superaran este lastre que nos acompañará por décadas. Son cuatro los factores que determinan
enfrentar la deuda desde la lógica del sistema:
a)
Facilitar
la rentabilidad capitalista –mediante reducciones salariales o incrementos
de la productividad laboral-, para recuperar la inversión. Dado que la
productividad tiene un recorrido de mejora limitado en el contexto actual, las
desinversiones selectivas, los recortes en las condiciones laborales y los
despidos proseguirían deprimiendo el consumo, al mismo tiempo que los excedentes
generados no se reinvertirían, sino que se emplearían en devolver la deuda
empresarial o cubriendo los agujeros de insolvencia preexistentes.
b)
Que el
superávit público primario supere la cuantía de devolución de la deuda pública
anual y sus intereses. Lo que supondría superar el 3,8% del PIB en este
indicador, cuando en 2013 el déficit público primario fue del -3,7%. Escoger
esta vía supondría unos recortes del 7,5% del PIB adicionales, si es que no
viene acompañada de una reforma tributaria que aumente la presión fiscal –algo
no descartable, y que podría venir vía impuestos indirectos-. Aunque no fuesen
de esa dimensión, si se continúa con los recortes públicos, la economía volvería
a una nueva recesión. En tal escenario,
los superávit públicos primarios (cuando superan los ingresos fiscales los
gastos públicos, antes de pagar el servicio de la deuda) serían una quimera
finalmente. Sin contar que el monstruo es cada vez mayor, debido a la generosidad
de los últimos gobiernos para rescatar o subvencionar al capital, en una gran
operativa de conversión de la deuda privada en pública.
c)
Otra opción, dentro de una gestión capitalista
ortodoxa, es que el crecimiento de la
economía crezca a un ritmo superior al tipo de interés real de la deuda. La
economía europea se encuentra en estancamiento actualmente, y los tipos de
interés no pueden bajar más, al estar en mínimos históricos. La previsión es
que, al no haberse restaurado apreciablemente la tasa de rentabilidad efectiva
–sólo lo ha hecho mínimamente para las grandes empresas, las pequeñas siguen en
niveles negativos o ínfimos-, pronto se volverá la recesión, preanunciada por
la deflación. La recesión puede volver a presentarse, una vez se agoten las
miniburbujas ocasionadas por las facilidades financieras creadas por los
grandes bancos centrales internacionales, que surten crédito a fondos de
inversión acaparadores o los efectos del fin de la crisis industrial periódica
–que permite a las empresas supervivientes tomar los mercados abandonados por
las quebradas-.
d)
O que la
base monetaria/PIB aumente, favoreciendo la inflación. Pero en el contexto
actual, deflacionario, la trampa de la liquidez campa a sus anchas, y las
políticas monetarias expansivas (tipo quantitative
easing, que dirigen el crédito prácticamente al mercado interbancario y de
ahí se deriva muy poco al resto) han demostrado su ineficacia en este contexto.
La deflación aumentará, por otra parte, el nivel de endeudamiento.
Pero otras medidas menos
ortodoxas, en la esfera neokeynesiana –no confundir con el paradigma
postkeynesiano- también fracasarán, por ser insuficientes en sí mismas. En esta
línea se ha planteado el objetivo de “hacer sostenible el pago de la deuda”, en
tanto que algunos autores han advertido de lo impagable de la misma, porque en
efecto, 4,5 billones de euros de deuda para la economía española lo es. La
diferencia de esta aproximación es que las medidas que plantean pasan por una
iniciativa de renegociación que sitúa en el lado débil a los países
endeudados. Aun cuando plantearían un
esquema tributario progresivo y redistributivo, o una reestructuración que
aliviaría plazos de pago, intereses o incluso quitas, su alternativa persigue
una fuerte –e improbable- recuperación económica y una reindustrialización, no
siempre contemplando si eso es compatible con los límites ecológicos del
planeta, para tratar de competir a nivel internacional. Ahora bien,
presumiblemente su estrategia pasaría por una reactivación económica, un aumento
de impuestos a las rentas altas, recobrar superávits primarios suficientes para
pagar los compromisos aliviados de la deuda pública, o proseguir una política
monetaria expansiva esta vez mejorando las condiciones de acceso al crédito.
Quizá también mancomunando a escala europea la deuda y creando los eurobonos.
Esta estrategia, que incluye
medidas razonables, es, sin embargo insuficiente, porque, para algunos de los
autores que lo defienden, no tocarían aspectos que podrían volver a crear el
mismo problema. En particular, la división internacional del trabajo, en el
capitalismo global, sin corrección, y una especialización dependiente suponen
una desigualdad estructural en los niveles de productividad, que reproducirían
de nuevo las condiciones de desequilibrio exterior que empujarían a un nuevo
endeudamiento. Más aún en el marco del Sistema Euro, que presiona a una
devaluación fiscal y laboral y unos déficits exteriores persistentes. Pero
además, aparte de lo ilusorio de una posible mancomunidad europea de las
deudas, que no admitirían los gobiernos y capitales centroeuropeos, esta
solución apenas conseguiría más que cambiar de lugar la deuda de lugar, del
nivel estatal al supranacional, si acaso gestionándola de manera más aliviada, sin
resolver la desigualdad estructural entre acreedores y endeudados ni la
formidable losa que implica.
¿Qué alternativa entonces para enfrentar el terremoto de la deuda?.
¡Que la paguen los capitalistas!.
La montaña de deuda es una de las
expresiones –junto a las acciones, títulos sobre bienes raíces, etc…- del
volumen de capital ficticio creado durante las últimas décadas. Se trata de los
innumerables títulos y bonos financieros que no van a contar con los retornos
económicos que sus tenedores en su día esperaban, al haberse venido abajo las
condiciones materiales para su revalorización o rentabilidad. Es decir, gran
parte de los bonos titularizados en los mercados financieros han visto y
seguirán viendo como su valor de desploma. La destrucción de capital ficticio
es inevitable, al igual que lo es el impacto que causará el volumen de deudas
existente.
Es como si hubiésemos detectado,
como el geólogo, que poco a poco, o de manera intensa, más tarde o más
temprano, se producirá un o varios seísmos, hasta que la fuerza tectónica
existente bajo nuestros pies se libere. Pero este problema no es sólo
económico, es principalmente político. La diferencia estriba en que este
impacto puede ser dirigido políticamente. Se pueden poner medidas para
dosificar su impacto –mancomunar las deudas- y, sobre todo, se puede contribuir
políticamente a que el mismo se cargue sobre una parte de la sociedad o sobre
otra. Nosotros, claro está, nos esforzaremos que sean las clases privilegiadas
quienes soporten la violencia económica de este golpe. Para nosotros no se
trata de hacer sostenible la deuda, sino de conseguir que los recursos e
instrumentos económicos de la sociedad estén en manos de las clases populares,
de conseguir una economía democrática plenamente soberana al servicio de las
necesidades sociales. Así que no aspiramos a que la economía se adapte y
funcione mejor en un entorno capitalista, sino a establecer las bases para
acabar con la lógica socioeconómica y política capitalista, apoyando todas las
medidas que contribuyan al objetivo de una sociedad empoderada y libre del yugo
del privilegio de la minoría.
Cualquier estrategia que persiga
este objetivo no lo tendrá fácil ni estará libre de enemigos. Hay que ser
conscientes del largo trecho que habrá que recorrer para acercarnos al mismo.
Para contar con una brújula, un esquema de criterios, recordamos la relevancia
de los siguientes:
- El capitalismo global, la dependencia financiera y energética de países concretos como el Reino de España, apuntan a una debilidad del Estado-Nación, insoslayable sin la construcción de marcos supranacionales solidarios bajo el gobierno de las clases populares.
- No se trata de renegociar cooperativamente, la otra parte no lo hará, sino de emplear la fuerza sociopolítica para conseguir una posición decisiva en cualquier proceso de cuestionamiento de las deudas. A este respecto, merece la pena invocar el volumen sistémico de la deuda española (incluso lo es mayor el de la italiana), o la amenaza y consecuencias de una salida del euro, de cara a un proceso de reestructuración, haciendo que si la otra parte se sienta a la mesa lo haga en el lado débil.
- No es suficiente apelar a una reestructuración, sino que es preciso definir su carácter y disponer toda la voluntad política para dirigirla. Se trata de plantear una reestructuración liderada por un gobierno popular, que unilateralmente emplea su soberanía para definir quitas selectivas –en función de la naturaleza social del tenedor de la deuda- de la deuda calificada de ilegítima, repudios de la deuda odiosa y encausamiento de los responsables políticos y beneficiarios, y reducción de intereses o aplazamiento de la deuda restante.
- No se trata de decir que pagaremos lo que podamos, sino de afirmar categóricamente que nuestra economía debe estar libre de ataduras que sirven al interés particular, y que los recursos existentes deben estar al servicio de los pueblos. Se trata de decretar que un porcentaje de la deuda no se pagará por su condición odiosa o ilegítima.
- No sólo debemos proceder sobre las deudas públicas, sino de emprender una política que defienda a la parte débil a la hora de suscribir las deudas hipotecarias.
Para ello parece necesario
identificar un conjunto de iniciativas políticas que deriven en que la parte de
las deudas ilegítimas y odiosas recaigan entre los capitalistas, tales y como
pueden ser, en la medida que puedan formarse gobiernos populares:
Ø Decretar
una moratoria de la deuda pública y
emprender una auditoría ciudadana
–en la que participen miembros de organizaciones sociales comprometidos con
este fenómeno (como la PACD, el CADTM o el OdG), y expertos elegidos
democráticamente, y cuyos resultados estén bajo control social-, por un plazo
de seis meses.
Ø Se
trata de abrir un proceso de evaluación
de las políticas públicas para determinar qué porcentaje de la deuda es
ilegítima, en base a un vector: la conversión de las deudas privadas en
públicas. Para este cometido se estudiarán los efectos del modelo tributario y
del volumen de gasto público, para realizar una aproximación al crecimiento de
la deuda pública, que partió del 37% del PIB en 2007 hasta superar el 100% a
finales de 2014.
Ø La
aplicación selectiva de porcentajes de
quita o de reducción de tipos o alargamiento de plazos, dejando intactos los derechos sobre
pequeños ahorradores (menos del 1% del total de la deuda), fondos de pensiones
y fondo de reserva de la seguridad social.
Ø Se
realizaría una auditoría de las
diferentes partidas presupuestarias, identificando los destinos del gasto.
Las ayudas y rescates al capital se convertirían en acciones de oro (en manos
públicas). Las partidas de gasto que sirvieron al interés o enriquecimiento
particular o constituyeron un gasto infructuoso serán declaradas deudas odiosas
y se exigirá su devolución, con el consiguiente encausamiento penal de los políticos
implicados y los beneficiarios de estos proyectos.
Ø Se
intentará, si es posible, la concertación
de iniciativas similares en otros países damnificados, de cara a fortalecer
las medidas unilaterales a adoptar o la fuerza negociadora, en la que se tendrá
en cuenta el reforzamiento de la cooperación económica entre los países
implicados como endeudados (en materia financiera, inversiones, comercial,
etc…) y el replanteamiento de las relaciones con la UE (desde la revisión de
políticas, tratados, instituciones o cualquier iniciativa emancipadora que se
contemple).
Ø Se
realizarán las medidas complementarias que sean precisas: simultanear el
proceso de moratoria con un establecimiento transitorio de control de movimiento de capitales para evitar fugas; nueva regulación del sistema financiero
privado para garantizar los depósitos y la función social del crédito, y
con una cláusula que indique que en caso de incumplimiento supondrá el paso de
su patrimonio a un nuevo polo bancario
público; una reforma fiscal progresiva
que soporte el esfuerzo fiscal principal en las grandes fortunas, rentas del
capital y altas; o una política de
inversiones masiva para extender infraestructuras e industrias basadas en
energías renovables, para reducir la dependencia energética y minorar la
emisión de gases de efecto invernadero.
Ø Se
emprenderá una política para atajar la
deuda hipotecaria de los hogares, estableciendo una quita de los montantes
de la deuda de la vivienda en la que se resida, equivalente a la caída en el
valor de la tasación del inmueble. Se eliminarán las cláusulas suelo. Se
establecerá la dación en pago para acabar con la deuda definiendo el derecho al
usufructo mediante conversión en alquiler social (un máximo del 30% de los
ingresos familiares), desarrollando medidas fiscales de alto gravamen sobre las
viviendas vacías o en desuso, y haciendo pasar a un parque público de alquiler
las viviendas del SAREB.
Ø Aunque
es probable que el impago selectivo
tenga consecuencias transitorias negativas (cierre temporal a los mercados
financieros, posible expulsión del euro –si no se alcanza un acuerdo que
redefina las reglas europeas-, encarecimiento de las materias primas y energía
si hay que tomar una nueva moneda devaluada, etc…), se podrá contar con
resortes y recursos nuevos: la deuda aminorada puede liberar más de un 6%
adicional del PIB para recursos públicos, una reforma fiscal para alcanzar la
media europea un 8% más, y una lucha contra el fraude efectiva otro 8%, y
sumando con la configuración de un polo público bancario, puede afirmarse que
podrá responderse a esta situación, mejor aún si este camino se emprende en
compañía de otros países solidarios. Es preciso incluir en la agenda política
una explicación pedagógica a la población que ponga sobre la mesa el coste de
la libertad, para que se observe el horizonte y se convenza de que merece la
pena. Sin el apoyo popular difícilmente podrá llevarse adelante medidas de esta
naturaleza.
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