Por nuestra parte, y a continuación respondimos con el siguiente comentario analítico:
La dimensión internacional de la competencia también es importante:
El magnífico artículo de Sanabria apunta elementos a los que se debe complementar el papel de los factores externos (el marco institucional y de políticas del área económica de referencia y la división internacional del trabajo) en la competitividad del tejido productivo nacional. También es preciso revisar la teoría de la competencia que manejamos superando la teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo vulgarizada por la teoría económica ortodoxa.
Daniel Albarracín
Antes de nada he de felicitar a Antonio Sanabria por su potente trabajo, bien fundamentado y apoyado empíricamente. Son precisamente aportaciones como estas las que nos permiten avanzar. El texto es muy sólido, y lo plantea como unos apuntes. En la línea de completar dichos apuntes y apuntalar la argumentación de Sanabria aportamos otros apuntes complementarios.
El magnífico artículo de Sanabria apunta elementos a los que se debe complementar el papel de los factores externos (el marco institucional y de políticas del área económica de referencia y la división internacional del trabajo) en la competitividad del tejido productivo nacional. También es preciso revisar la teoría de la competencia que manejamos superando la teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo vulgarizada por la teoría económica ortodoxa.
Daniel Albarracín
Antes de nada he de felicitar a Antonio Sanabria por su potente trabajo, bien fundamentado y apoyado empíricamente. Son precisamente aportaciones como estas las que nos permiten avanzar. El texto es muy sólido, y lo plantea como unos apuntes. En la línea de completar dichos apuntes y apuntalar la argumentación de Sanabria aportamos otros apuntes complementarios.
En efecto, la atribución de la
situación de la competitividad estrictamente a los costes laborales no resiste
la más mínima prueba de contraste con la realidad. Los costes laborales, tal y
como observamos cotidianamente en el análisis de las empresas, comportan un
porcentaje menor, aunque variable en función de la relación capital/trabajo de
cada sector, del conjunto de los costes. Asimismo, la explicación de la alza de
los precios radica también en la capacidad de imposición de los precios
finales, sobre todo por una serie de grandes compañías con poder de mercado, a
las que muchas otras han de seguir.
Mostrar a este respecto que no
son ni han sido los salarios los culpables de la crisis y que detrás de esta
cuestión encontramos un problema de distribución es sumamente importante para
diagnosticar la posición. Y que en todo ello participa una lógica de
apropiación del excedente también lo es. Sanabria nos indica el papel del
margen del beneficio y su incidencia principal en la evolución de los precios.
Por otro lado, el autor nos recuerda que, en efecto, es la estructura del
modelo productivo la que resulta más decisiva de cara a la competitividad de un
país que meramente el esquema de precios, en tanto que no siempre la
competencia se libra en este marco, sino en el del valor añadido y la calidad de
los productos. Estas conclusiones son decisivas para desmantelar las propuestas
que fijan la atención en la moderación de salarios (directos e indirectos) como
esquema de superación de la crisis. No es aquí donde radica el problema.
Ahora bien, aún cuando el
análisis realizado resulta prácticamente impecable, nos gustaría mostrar
algunas consideraciones pendientes con el fin de construir un marco teórico más
completo, y evitar algunas interpretaciones de los datos aportados, para poder
orientar bien unas conclusiones y propuestas operativas.
Quisiéramos complementar el
análisis de ciertos factores decisivos que estudia el autor, considerando
varias dimensiones, con el objeto de articularlos y observar aspectos
pendientes a tratar en la materia. Cuanto menos en tres claves: factores
internos, factores internacionales y el tipo de relación que se mantiene entre
ellos.
En primer lugar, señalar que
entre los factores internos el autor nos muestra como los dos más importantes
el modelo productivo del país y las pautas de distribución. Como se trata de
indagar en las causas, conviene advertir no sólo qué peso tiene cada factor
identificado sino también los instrumentos y dinámicas que los determinan. A
este respecto, desde una óptica al interno de un país, hasta el punto que esto
tenga sentido hacerlo, cabe identificar el marco institucional regulador
existente, la política pública industrial –aparte de la política económica-, y
el comportamiento empresarial tanto en su estructura y composición (grado de
concentración y cooperación), dinámica de capitalización, dependencia
financiera y comercial, como de inversiones, desarrollo tecnológico e
innovador, así como de especialización y, como veremos, de relaciones
internacionales. En este punto observamos que la política industrial pública (o
de orientación del modelo productivo) brilla por su ausencia, que el carácter
de las empresas españolas es sumamente dependiente del capital internacional y
que su inserción internacional es, normalmente auxiliar del capital industrial
y financiero centroeuropeo. La especialización de la economía española se basa
en una industria periférica de componentes menor y en un sector servicios,
sobre todo turístico y comercial, que en poco tiene que ver con las fases de
diseño industrial.
Cabe prevenir del análisis sobre
una tentación. Atribuye, correctamente al margen de beneficio la deriva alcista
(cuanto menos en su falta de correspondencia con la recesión que atravesamos)
de los precios. Una interpretación postkeynesiana correcta asigna a la
oligopolización del mundo empresarial esta posibilidad de imponerlos. Conviene,
sin embargo, apuntar que a largo plazo, y más aún en un capitalismo
internacionalizado, cualquier monopolio u oligopolio corre el riesgo más tarde
o más temprano de la aparición de un nuevo competidor con dimensiones iguales o
superiores. De tal modo que, aunque en el medio plazo, se produzcan
desviaciones de los precios y beneficios extraordinarios, contando que
efectivamente se constatan tasas de beneficio diferentes según si hablamos de
capital local o transnacional o entre algunos sectores según su fase de madurez,
la tendencia –y sólo la tendencia- es la convergencia de las tasas de beneficio
intersectoriales a largo plazo. Esto lo refiero para recordar que los capitales
individuales no pueden imponer unilateralmente los precios, que tienen que
atender a unos márgenes establecidos por la estructura de costes financieros,
tecnológicos, de instalación y laborales y una competencia –claro está que muy
imperfecta- y que también están dentro de un marco de conformación general y
sistémica de la tasa de rentabilidad, cuanto menos en su segmento de
competencia y área económica de referencia.
En segundo lugar, me referiré a
la importancia de los factores internacionales e institucionales. Las economías
nacionales, aún a pesar de potentes políticas internas que pudieran dirigirlas
como un todo –algo completamente alejado de lo que sucede-, se encuentran en el
marco de una división internacional del trabajo que delimita centros,
semiperiferias y periferias. En ella, el poder del gobierno de la moneda, de
las instituciones, de la dimensión militar y político-institucional conforman
un contexto a tener muy en cuenta. Si bien, desde el punto de vista económico,
se fraguan especializaciones jerarquizadas en las que, esquemática pero no
rígidamente, las economías del centro dominan las fases de la cadena de valor
financiera, de diseño industrial y de mercados finalistas, las semiperiféricas
se ocupan de la producción fabril, y las periféricas de las fases extractivas
de materias primas y producción alimentaria. Sobre esto, hay diversas
aportaciones, desde la Teoría de la dependencia hasta las aportaciones de I.
Wallerstein. No se trata de un fatalismo, más allá de la propia condición física
de cada país, dichas inserciones internacionales son producto fundamentalmente de
la política y de la historia. El paso de un segmento de la división
internacional del trabajo a otro depende de factores de política industrial y
financiera internas (públicas fundamentalmente, pero también de estrategias
empresariales) al mismo tiempo que de la alteración del marco institucional y
política del área económica de referencia (UE, ASEAN, TLC, etc…).
Está bien claro que las
desigualdades y subdesarrollos de la periferia europea (una de las
semiperiferias internacionales existentes) responden a una mala
“especialización” de la industria de aquellos países. Ahora bien, discreparía
con que una solución sea “competir mejor” aunque ese mejor sea apostando por mayor
valor añadido, más I+D+i, asociado a más empleo cualificado y decente. Esa vía
soslaya que la regla de la competitividad es una combinación doble de
eficiencia/productividad y rivalidad, la primera de ellas como factor
progresivo -que también tiene límites ecológicos-, la segunda como factor
lastrante propio de una regla de funcionamiento socioeconómico que podría ser
superada, aunque hoy día estemos lejos de conseguirlo, por un modelo más
cooperativo y eficiente.
El punto de partida de los países
periféricos no sólo está lastrado por la ausencia de una política industrial o
un marco regulador capaz de cambiar su modelo productivo (tanto en términos de
eficiencia como medioambiental) sino que está atada a una posición en la
división internacional del trabajo desfavorable en términos de posición de
mercado, de situación en la cadena de valor (se especializa en industrias
auxiliares, sin diseño tecnológico propio, dependientes energéticamente, y si
acaso destacada en servicios personales con unos niveles de productividad
bajos), así como de subalternidad política internacional.
En cualquier caso, de producirse
una vía exitosa de esa “otra competitividad”, no saldríamos de la espiral de la
rivalidad (y los efectos queridos de ineficiencia que conlleva). Lejos de la
visión armonicista de la teoría de la ventajas comparativas, propuesta por
David Ricardo y vulgarizada por los neoclásicos como teoría ortodoxa del
comercio internacional, y siguiendo a Anwar Shaikh o Roy Harrod[1], que
se basan en una versión modernizada de la teoría de las ventajas absolutas en
el comercio internacional (cuyos primeros cimientos los originó Adam Smith), en
una economía capitalista en la que comercian empresas de diferentes países
cuando los niveles de productividad son distintos lo que se observa es que se disparan
las desigualdades y desequilibrios en la balanza de pagos traduciéndose en una
espiral de endeudamiento externo en las economías con estructuras de
productividad y costes reales relativos (que no atañen, diríamos nosotros,
exclusivamente a los laborales) más desfavorables. Si bien a escala interna, lo
que corresponde es atajar el destino de los excedentes e impulsar una política
industrial pública autocentrada, conjuntamente con una política económica
reinversora, sostenible y redistributiva, a escala internacional el único modo
de zafarse de esta ley es romper políticamente con los marcos institucionales
que imponen el libre comercio y la libre circulación de capitales, o la espiral
creciente e injusto de endeudamiento, e impulsar políticas internacionalmente
solidarias con otras economías que establezcan lazos cooperativos y
complementarios, llegando al caso de una desconexión de las condiciones del
área precedente que produce estos problemas, si no es posible revisar las
relaciones establecidas con la misma, al tiempo que se construyen una nueva área
económica supranacional con un esquema institucional y de políticas alternativo.
Fuentes:
-
Harrod, R. (1957)
Economía internacional. Ed. Sociedad
de Estudios y Publicaciones, pag. 90-96, 112-116, 130-138.
-
Montibeler,
Everlan Elias (2009) Estudio comparativo
de la competitividad bilateral entre China y Estados Unidos: Una aplicación de
la teoría del valor trabajo. Tesis Doctoral. UCM.
-
Ricardo, David
(1973) Principios de economía política y
de tributación. Seminarios y ediciones. Madrid.
-
Shaikh, A. (1990)
Valor, acumulación, crisis. Ensayos de
Economía política. Tercer Mundo Editores.
-
Shaikh, A. (2012a)
“La competitividad importa: el tipo de cambio y la balanza comercial de China”.
Revista Sin Permiso. 14/10/12.
-
Shaikh, A. (2012b)
“Contra la promesa neoliberal de un mundo sin pobreza ni desempleo. El
verdadero secreto del libre comercio”. Revista Sin Permiso. 25/03/12
-
Smith, Adam
(1996, e.o. 1776). La Riqueza de las
Naciones. Alianza Editorial. Madrid.
-
Wallertein, I.. (1979) The capitalist world-economy, Cambridge,
Cambridge University Press.
[1]
Shaikh (2012a) afirma con Harrod que, frente a la previsión ricardiana de
reequilibrio, “en un país con déficit comercial, la salida de dinero disminuye
la liquidez y eleva la tasa de interés, mientras que en un país con superávit
comercial el efecto contrario produce una caída de la tasa de interés(…). Nada
de ello altera sustancialmente la balanza comercial. Por el contrario, inducen
flujos de capital a corto plazo (…) buscando el país con el tipo de interés más
alto (por déficit comercial), saliendo del país con el interés más bajo (por
superávit comercial). (…) El normal funcionamiento de los mercados libres
tiende a cubrir los déficits comerciales con deuda internacional”.
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