13/3/13

La competitividad a debate: esclareciendo los factores

En el Foro de Debate Económico de la Fundación 1º de Mayo se abrió recientemente con una nueva discusión, en esta ocasión, abierta por el economista Antonio Sanabria, titulada como "Algunos apuntes en torno al mito de la competitividad en España", que recomendamos por su profundidad analítica y empírica. El autor identifica los factores internos del declive de la competitividad de la economía española, atribuyéndolo a un ascenso de precios propiciado por unos abusivos márgenes de beneficio empresariales, así como en un deficiente modelo productivo.

Por nuestra parte, y a continuación respondimos con el siguiente comentario analítico:


La dimensión internacional de la competencia también es importante:  
El magnífico artículo de Sanabria apunta elementos a los que se debe complementar el papel de los factores externos (el marco institucional y de políticas del área económica de referencia y la división internacional del trabajo) en la competitividad del tejido productivo nacional. También es preciso revisar la teoría de la competencia que manejamos superando la teoría de las ventajas comparativas de David Ricardo vulgarizada por la teoría económica ortodoxa.

 Daniel Albarracín

Antes de nada he de felicitar a Antonio Sanabria por su potente trabajo, bien fundamentado y apoyado empíricamente. Son precisamente aportaciones como estas las que nos permiten avanzar. El texto es muy sólido, y lo plantea como unos apuntes. En la línea de completar dichos apuntes y apuntalar la argumentación de Sanabria aportamos otros apuntes complementarios.


En efecto, la atribución de la situación de la competitividad estrictamente a los costes laborales no resiste la más mínima prueba de contraste con la realidad. Los costes laborales, tal y como observamos cotidianamente en el análisis de las empresas, comportan un porcentaje menor, aunque variable en función de la relación capital/trabajo de cada sector, del conjunto de los costes. Asimismo, la explicación de la alza de los precios radica también en la capacidad de imposición de los precios finales, sobre todo por una serie de grandes compañías con poder de mercado, a las que muchas otras han de seguir.

Mostrar a este respecto que no son ni han sido los salarios los culpables de la crisis y que detrás de esta cuestión encontramos un problema de distribución es sumamente importante para diagnosticar la posición. Y que en todo ello participa una lógica de apropiación del excedente también lo es. Sanabria nos indica el papel del margen del beneficio y su incidencia principal en la evolución de los precios. Por otro lado, el autor nos recuerda que, en efecto, es la estructura del modelo productivo la que resulta más decisiva de cara a la competitividad de un país que meramente el esquema de precios, en tanto que no siempre la competencia se libra en este marco, sino en el del valor añadido y la calidad de los productos. Estas conclusiones son decisivas para desmantelar las propuestas que fijan la atención en la moderación de salarios (directos e indirectos) como esquema de superación de la crisis. No es aquí donde radica el problema.

Ahora bien, aún cuando el análisis realizado resulta prácticamente impecable, nos gustaría mostrar algunas consideraciones pendientes con el fin de construir un marco teórico más completo, y evitar algunas interpretaciones de los datos aportados, para poder orientar bien unas conclusiones y propuestas operativas.

Quisiéramos complementar el análisis de ciertos factores decisivos que estudia el autor, considerando varias dimensiones, con el objeto de articularlos y observar aspectos pendientes a tratar en la materia. Cuanto menos en tres claves: factores internos, factores internacionales y el tipo de relación que se mantiene entre ellos.

En primer lugar, señalar que entre los factores internos el autor nos muestra como los dos más importantes el modelo productivo del país y las pautas de distribución. Como se trata de indagar en las causas, conviene advertir no sólo qué peso tiene cada factor identificado sino también los instrumentos y dinámicas que los determinan. A este respecto, desde una óptica al interno de un país, hasta el punto que esto tenga sentido hacerlo, cabe identificar el marco institucional regulador existente, la política pública industrial –aparte de la política económica-, y el comportamiento empresarial tanto en su estructura y composición (grado de concentración y cooperación), dinámica de capitalización, dependencia financiera y comercial, como de inversiones, desarrollo tecnológico e innovador, así como de especialización y, como veremos, de relaciones internacionales. En este punto observamos que la política industrial pública (o de orientación del modelo productivo) brilla por su ausencia, que el carácter de las empresas españolas es sumamente dependiente del capital internacional y que su inserción internacional es, normalmente auxiliar del capital industrial y financiero centroeuropeo. La especialización de la economía española se basa en una industria periférica de componentes menor y en un sector servicios, sobre todo turístico y comercial, que en poco tiene que ver con las fases de diseño industrial.

Cabe prevenir del análisis sobre una tentación. Atribuye, correctamente al margen de beneficio la deriva alcista (cuanto menos en su falta de correspondencia con la recesión que atravesamos) de los precios. Una interpretación postkeynesiana correcta asigna a la oligopolización del mundo empresarial esta posibilidad de imponerlos. Conviene, sin embargo, apuntar que a largo plazo, y más aún en un capitalismo internacionalizado, cualquier monopolio u oligopolio corre el riesgo más tarde o más temprano de la aparición de un nuevo competidor con dimensiones iguales o superiores. De tal modo que, aunque en el medio plazo, se produzcan desviaciones de los precios y beneficios extraordinarios, contando que efectivamente se constatan tasas de beneficio diferentes según si hablamos de capital local o transnacional o entre algunos sectores según su fase de madurez, la tendencia –y sólo la tendencia- es la convergencia de las tasas de beneficio intersectoriales a largo plazo. Esto lo refiero para recordar que los capitales individuales no pueden imponer unilateralmente los precios, que tienen que atender a unos márgenes establecidos por la estructura de costes financieros, tecnológicos, de instalación y laborales y una competencia –claro está que muy imperfecta- y que también están dentro de un marco de conformación general y sistémica de la tasa de rentabilidad, cuanto menos en su segmento de competencia y área económica de referencia.

En segundo lugar, me referiré a la importancia de los factores internacionales e institucionales. Las economías nacionales, aún a pesar de potentes políticas internas que pudieran dirigirlas como un todo –algo completamente alejado de lo que sucede-, se encuentran en el marco de una división internacional del trabajo que delimita centros, semiperiferias y periferias. En ella, el poder del gobierno de la moneda, de las instituciones, de la dimensión militar y político-institucional conforman un contexto a tener muy en cuenta. Si bien, desde el punto de vista económico, se fraguan especializaciones jerarquizadas en las que, esquemática pero no rígidamente, las economías del centro dominan las fases de la cadena de valor financiera, de diseño industrial y de mercados finalistas, las semiperiféricas se ocupan de la producción fabril, y las periféricas de las fases extractivas de materias primas y producción alimentaria. Sobre esto, hay diversas aportaciones, desde la Teoría de la dependencia hasta las aportaciones de I. Wallerstein. No se trata de un fatalismo, más allá de la propia condición física de cada país, dichas inserciones internacionales son producto fundamentalmente de la política y de la historia. El paso de un segmento de la división internacional del trabajo a otro depende de factores de política industrial y financiera internas (públicas fundamentalmente, pero también de estrategias empresariales) al mismo tiempo que de la alteración del marco institucional y política del área económica de referencia (UE, ASEAN, TLC, etc…).

Está bien claro que las desigualdades y subdesarrollos de la periferia europea (una de las semiperiferias internacionales existentes) responden a una mala “especialización” de la industria de aquellos países. Ahora bien, discreparía con que una solución sea “competir mejor” aunque ese mejor sea apostando por mayor valor añadido, más I+D+i, asociado a más empleo cualificado y decente. Esa vía soslaya que la regla de la competitividad es una combinación doble de eficiencia/productividad y rivalidad, la primera de ellas como factor progresivo -que también tiene límites ecológicos-, la segunda como factor lastrante propio de una regla de funcionamiento socioeconómico que podría ser superada, aunque hoy día estemos lejos de conseguirlo, por un modelo más cooperativo y eficiente.

El punto de partida de los países periféricos no sólo está lastrado por la ausencia de una política industrial o un marco regulador capaz de cambiar su modelo productivo (tanto en términos de eficiencia como medioambiental) sino que está atada a una posición en la división internacional del trabajo desfavorable en términos de posición de mercado, de situación en la cadena de valor (se especializa en industrias auxiliares, sin diseño tecnológico propio, dependientes energéticamente, y si acaso destacada en servicios personales con unos niveles de productividad bajos), así como de subalternidad política internacional.

En cualquier caso, de producirse una vía exitosa de esa “otra competitividad”, no saldríamos de la espiral de la rivalidad (y los efectos queridos de ineficiencia que conlleva). Lejos de la visión armonicista de la teoría de la ventajas comparativas, propuesta por David Ricardo y vulgarizada por los neoclásicos como teoría ortodoxa del comercio internacional, y siguiendo a Anwar Shaikh o Roy Harrod[1], que se basan en una versión modernizada de la teoría de las ventajas absolutas en el comercio internacional (cuyos primeros cimientos los originó Adam Smith), en una economía capitalista en la que comercian empresas de diferentes países cuando los niveles de productividad son distintos lo que se observa es que se disparan las desigualdades y desequilibrios en la balanza de pagos traduciéndose en una espiral de endeudamiento externo en las economías con estructuras de productividad y costes reales relativos (que no atañen, diríamos nosotros, exclusivamente a los laborales) más desfavorables. Si bien a escala interna, lo que corresponde es atajar el destino de los excedentes e impulsar una política industrial pública autocentrada, conjuntamente con una política económica reinversora, sostenible y redistributiva, a escala internacional el único modo de zafarse de esta ley es romper políticamente con los marcos institucionales que imponen el libre comercio y la libre circulación de capitales, o la espiral creciente e injusto de endeudamiento, e impulsar políticas internacionalmente solidarias con otras economías que establezcan lazos cooperativos y complementarios, llegando al caso de una desconexión de las condiciones del área precedente que produce estos problemas, si no es posible revisar las relaciones establecidas con la misma, al tiempo que se construyen una nueva área económica supranacional con un esquema institucional y de políticas alternativo.

Fuentes:

-          Harrod, R. (1957) Economía internacional. Ed. Sociedad de Estudios y Publicaciones, pag. 90-96, 112-116, 130-138.
-          Montibeler, Everlan Elias (2009) Estudio comparativo de la competitividad bilateral entre China y Estados Unidos: Una aplicación de la teoría del valor trabajo. Tesis Doctoral. UCM.
-          Ricardo, David (1973) Principios de economía política y de tributación. Seminarios y ediciones. Madrid.
-          Shaikh, A. (1990) Valor, acumulación, crisis. Ensayos de Economía política. Tercer Mundo Editores.
-          Shaikh, A. (2012a) “La competitividad importa: el tipo de cambio y la balanza comercial de China”. Revista Sin Permiso. 14/10/12.
-          Shaikh, A. (2012b) “Contra la promesa neoliberal de un mundo sin pobreza ni desempleo. El verdadero secreto del libre comercio”. Revista Sin Permiso. 25/03/12
-          Smith, Adam (1996, e.o. 1776). La Riqueza de las Naciones. Alianza Editorial. Madrid.
-          Wallertein, I.. (1979) The capitalist world-economy, Cambridge, Cambridge University Press.


[1] Shaikh (2012a) afirma con Harrod que, frente a la previsión ricardiana de reequilibrio, “en un país con déficit comercial, la salida de dinero disminuye la liquidez y eleva la tasa de interés, mientras que en un país con superávit comercial el efecto contrario produce una caída de la tasa de interés(…). Nada de ello altera sustancialmente la balanza comercial. Por el contrario, inducen flujos de capital a corto plazo (…) buscando el país con el tipo de interés más alto (por déficit comercial), saliendo del país con el interés más bajo (por superávit comercial). (…) El normal funcionamiento de los mercados libres tiende a cubrir los déficits comerciales con deuda internacional”.

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