17/1/13

¿Es posible otra política económica en un sólo país en el capitalismo global?

La Fundación 1º de Mayo, en sus debates sobre economía, ha mantenido una discusión iniciada por el brillante y joven economista y político Alberto Garzón que tituló "¿Son posibles otros presupuestos?". Su análisis, de enorme valentía e interés, planteaba las dificultades de desarrollar otra política económica en el marco del capitalismo global y, ante las dificultades del cambio de modelo de la UE, en el seno de la eurozona, de tal modo que sugiere, como revulsivo, salirse del euro.

En el debate participaron también Gabriel Flores, Ignacio Muro y Daniel Albarracín con tres comentarios que respondían a su estimulante planteamiento. 
A continuación trasladamos el comentario de este último. Los anteriores pueden seguirse en los enlaces.

Daniel Albarracín: “Hay que evitar el esquema de reflexión de ‘todo o nada’ y abrir un camino de reformas rupturistas internacionalista”

Se abre una opción histórica de generar mayorías sociales que cuestionen el esquema de la UE, desde el Sur de Europa. Si bien el esquema de debate propuesto por Alberto Garzón dibuja algunas fronteras clave para interpretar la situación, la forma de romperlo debe contar con las clases populares del Sur de Europa y un programa internacionalista que no puede simplificarse en una consigna.



Resulta enormemente estimulante el modo en que aborda Alberto Garzón la problemática que refiere fundamentalmente a los alcances de la política económica en términos de Estado-Nación en un capitalismo global.Las limitaciones de las políticas económicas nacionales son evidentes en nuestro contexto, también por la cesión de soberanía en este capítulo a instituciones como la UE. Es sumamente interesante el ejercicio que realiza de encontrar las fronteras para poder pensar en qué es lo que se puede hacer y lo que no en el marco de relaciones socioeconómicas en el que estamos inmersos históricamente.
Merece la pena advertir, no obstante, una interpretación que, sin embargo, no introduce la complejidad del tiempo histórico y el papel de los sujetos. Esta inclinación estructuralista corre el riesgo de un “o lo hacemos todo o no podemos hacer nada”. Al final propone la salida del euro, como medida de ruptura, pero estoy convencido que es más bien una provocación. Comparto la idea de tener que romper con el esquema vigente, pero no coincido en que ese sea el mejor primer paso a dar.
Por otro lado, hay márgenes de actuación nacional (limitados y reformistas) y hay también posibilidades de impulsar reformas (rupturistas) que abran espacio a cambios más profundos.
Entre las reformas nacionales posibles:
En primer lugar, debe señalarse que en la competencia fiscal en el marco europeo hay márgenes de actuación, en tanto en cuanto, la presión fiscal española está varios puntos por debajo de la media de nuestro entorno. Además, el grado de regresividad de dicha presión fiscal es también mayor a la media. El problema de acometer una política que se limitase a un cambio de régimen fiscal radica más bien en que no bastaría por sí misma para atajar el problema de la deuda contraída, fundamentalmente por las políticas de socialización de las deudas privadas. También, un país periférico como el nuestro estará sometido a lo que bien afirma de la presión por devaluación fiscal, pero es preciso reconocer que aquí nuestros gobernantes a lo de devaluar se le ha ido la mano.
En segundo lugar, en materia de gasto, también hay margen, porque lo que ha sucedido es que los recursos públicos se han orientado a rescatar bancos y pagar prestaciones de desempleo. A este respecto, cabrían líneas de actuación para impulsar políticas públicas creadoras de empleo con todos esos recursos, financiadas por unas bases fiscales distintas.
En este sentido, el proceso de desapalancamiento es inevitable, y en consecuencia tendrá efectos recesivos duraderos. De lo que se trata es de quien ha de pagar dicho decrecimiento, quien paga la crisis. A este respecto, desde el mundo del trabajo tenemos que blindar los derechos que garanticen las condiciones de vida de la mayoría social, así como de reconducir dicho decrecimiento hacia un modelo productivo más sostenible. Mientras tanto, nuestra opción debiera apoyarse en que son las rentas del capital y más altas las que debieran pagar la factura. Actualmente, los problemas más graves de la crisis no obedecen tanto a la caída de la producción sino a la forma en que se está concentrando el sacrificio en las rentas del trabajo y la mayoría ciudadana. Políticas fiscales, de gasto e inversión públicas son muy importantes, pero también las regulaciones que se acometan para el mundo financiero y de la industria, así como las necesarias políticas de expropiación de las actividades estratégicas de la economía que no cumplan la función social que democráticamente se decidan.

Las reformas del calado anterior pueden ponerse en pie, aunque sin duda contarán con el muro del entorno internacional y las reglas que se establecen en el marco del capitalismo global. Pero reconociendo que serían insuficientes ante algunas consecuencias adversas de políticas progresistas en un solo país (fuga de capitales, aislamiento financiero internacional, bloqueos comerciales, etc…) no deben desdeñarse, sino interrelacionarse con otras medidas y procesos más audaces. Además, el contexto de cesión de la política monetaria –con la orientación existente del BCE-, la libertad de movimientos de capitales y el marco institucional que blinda la austeridad en la UE son claramente corsés que, como se explicita en el libro ¿Qué hacemos en el euro? y en los debates que se están sucediendo en diferentes foros (la revista Viento Sur, eldiario.es, o próximamente en el Viejo Topo) tienen como puntilla la unión monetaria que, en este contexto institucional y político, tiene consecuencias negativas.
Ni que decir tiene, las reformas que merecen la pena, en un horizonte de transformación, no tendrán un alcance suficiente sino incluyen varios rasgos fundamentales: deben contar con un amplio respaldo social, deben satisfacer las aspiraciones democráticas de la mayoría, deben mostrar lo contradictorio del sistema vigente para poder darles respuesta, y han de tener una alianza internacional suficiente para poderlas ponerlas en práctica.
En primer lugar, esto supondría empezar por cuestionar el proceso de conversión de las inmensas deudas privadas en deuda soberana, los privilegios fiscales que las rentas del capital están disfrutando (paraísos, amnistías, modelos fiscales regresivos), o que algunas actividades estratégicas de la economía no pueden estar en manos privadas, tanto por sus conductas como la lógica de rentabilidad que las somete, por lo que el núcleo central de la banca, la energía, los transportes y los servicios esenciales de bienestar y desarrollo social han de estar en manos públicas bajo control social y del mundo del trabajo.
En segundo lugar, hay que cuestionar las políticas de austeridad en tanto que eso suponen de concentración de la renta y la riqueza y de destrucción de los bienes comunes, y quedarnos sólo con una lógica de austeridad que refiera a la necesidad de un cambio de modelo productivo sostenible, basado en energías renovables, y reduciendo los niveles de consumo de materias primas, capaz de satisfacer las necesidades sociales. El cambio a un modelo tecnoenergético sostenible y el impulso a la provisión de servicios de bienestar supondrían una veta de inversión formidable para impulsar un desarrollo social y medioambiental que no se deje arrastrar por el productivismo.
En tercer lugar, se están configurando nuevas mayorías sociales contra los recortes, contra el paro, y contra la privatización y deterioro de los bienes públicos a escala supranacional. El ascenso de las movilizaciones en el Sur de Europa, así como en los países árabes, o la presencia de gobiernos sensibles a las necesidades populares en América Latina, dibuja la oportunidad histórica de abrir un nuevo camino. En el Sur de Europa, hay una mayoría social que, ante el drama de su regresión material, podría abrazar un programa centrado en varios capítulos, tales como:
  • El rechazo a las Memoranda de Entendimiento, especialmente su draconiana condicionalidad. Reclamar, por el contrario, el impulso a políticas de transferencia de rentas e inversiones hacia los territorios y población más desfavorecida, capaz en sí misma de construir una división internacional del trabajo complementaria y cooperativa, y no rivalista, al insertar en la economía internacional a territorios en declive.
  • La desobediencia de los diversos Pactos por la Austeridad que arrancan desde Maastricht.
  • Impulsar una política de mejora salarial en los países del norte que redujesen su privilegiada posición de poder de mercado en materia de exportación, basadas en la competitividad precio. Impulsar políticas de reparto del trabajo en el sur a favor del pleno empleo.
  • Establecer una declaración de impago ordenada, pudiendo inspirarse en los acuerdos establecidos en 1953 con Alemania que planteaba que un país no puede pagar anualmente un máximo de su PIB, al tiempo que se estableciesen auditorías que determinasen la parte ilegítima de la deuda que justificase su moratoria, reestructuración o quita. Los acreedores bancarios son responsables y han de pagar por lo que han hecho.
  • El intento de renegociar el esquema de la UE, para refundarla bajo parámetros de convergencia real, integración económica y solidaridad internacional.
  • Entre los países que convergiesen en esta política alternativa, en caso de verse aislados o expulsados de la UE, la formulación de estrategias de solidaridad en materia financiera, comercial y de inversiones. Esto podría abrir la puerta a construir un área económica supranacional con el máximo de países posibles, bajo un esquema diferente al de la UE.
  • Reclamar una orientación y diseño institucional en Europa de carácter alternativo, con un nuevo BCE favorable a la creación de empleo y competente para regular el sistema financiero europeo, un presupuesto público europeo capaz de crear un sector público de bienestar ampliado, establecer un control adecuado de los flujos de capital que hiciesen eficaces un régimen fiscal progresivo, plantear una armonización de las relaciones laborales, etc… De no aceptarse, construirlo entre los países que estuvieran conformes con este otro esquema.
Este programa podría tener un amplio respaldo y, con una batería de reformas (no reformistas) que nos permitiría enfrentar al monstruo que tenemos delante.
En mi opinión, la salida del euro, o el establecimiento de medidas proteccionistas, no deberían ser una consigna, y de serlo sólo deberían emplearse en la perspectiva de una próxima construcción internacionalista alternativa. Fijémonos que la salida del euro nos brindaría instrumental económico soberano, pero nos metería de lleno en una carrera de devaluación competitiva que no sólo empobrecería a los pueblos de los países del Sur, sino también enfrentaría a las clases trabajadoras de unos y otros países. Además, la salida del euro sin contar con otro esquema de políticas e instituciones no nos evita que haya partidos populistas que la gestionen, quizá con una visión también neoliberal, y, si no se cuestiona el entramado de las deudas la nominación en euros de las deudas contraídas se multiplicarían con las devaluaciones monetarias. La salida será internacionalista o no será. Y, en mi opinión, una cosa es cuestionar el sistema euro (la arquitectura de la UE –Pactos de Austeridad neoliberal, BCE, presupuesto público irrisorio, libertad de movimientos de capitales, ausencia de régimen fiscal común y unión monetaria) y otra plantear la salida del euro en este momento. Yo empezaría a plantear reformas rupturistas, pero no por aquí.


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