Resulta
enormemente estimulante el modo en que aborda Alberto Garzón la
problemática que refiere fundamentalmente a los alcances de la política
económica en términos de Estado-Nación en un capitalismo global.Las
limitaciones de las políticas económicas nacionales son evidentes en
nuestro contexto, también por la cesión de soberanía en este capítulo a
instituciones como la UE. Es
sumamente interesante el ejercicio que realiza de encontrar las
fronteras para poder pensar en qué es lo que se puede hacer y lo que no
en el marco de relaciones socioeconómicas en el que estamos inmersos
históricamente.
Merece
la pena advertir, no obstante, una interpretación que, sin embargo, no
introduce la complejidad del tiempo histórico y el papel de los sujetos.
Esta inclinación estructuralista corre el riesgo de un “o lo hacemos
todo o no podemos hacer nada”. Al final propone la salida del euro, como
medida de ruptura, pero estoy convencido que es más bien una
provocación. Comparto la idea de tener que romper con el esquema
vigente, pero no coincido en que ese sea el mejor primer paso a dar.
Por
otro lado, hay márgenes de actuación nacional (limitados y reformistas)
y hay también posibilidades de impulsar reformas (rupturistas) que
abran espacio a cambios más profundos.
Entre las reformas nacionales posibles:
En
primer lugar, debe señalarse que en la competencia fiscal en el marco
europeo hay márgenes de actuación, en tanto en cuanto, la presión fiscal
española está varios puntos por debajo de la media de nuestro entorno.
Además, el grado de regresividad de dicha presión fiscal es también
mayor a la media. El problema de acometer una política que se limitase a
un cambio de régimen fiscal radica más bien en que no bastaría por sí
misma para atajar el problema de la deuda contraída, fundamentalmente
por las políticas de socialización de las deudas privadas. También, un
país periférico como el nuestro estará sometido a lo que bien afirma de
la presión por devaluación fiscal, pero es preciso reconocer que aquí
nuestros gobernantes a lo de devaluar se le ha ido la mano.
En
segundo lugar, en materia de gasto, también hay margen, porque lo que
ha sucedido es que los recursos públicos se han orientado a rescatar
bancos y pagar prestaciones de desempleo. A este respecto, cabrían
líneas de actuación para impulsar políticas públicas creadoras de empleo
con todos esos recursos, financiadas por unas bases fiscales distintas.
En
este sentido, el proceso de desapalancamiento es inevitable, y en
consecuencia tendrá efectos recesivos duraderos. De lo que se trata es
de quien ha de pagar dicho decrecimiento, quien paga la crisis. A este
respecto, desde el mundo del trabajo tenemos que blindar los derechos
que garanticen las condiciones de vida de la mayoría social, así como de
reconducir dicho decrecimiento hacia un modelo productivo más
sostenible. Mientras tanto, nuestra opción debiera apoyarse en que son
las rentas del capital y más altas las que debieran pagar la factura.
Actualmente, los problemas más graves de la crisis no obedecen tanto a
la caída de la producción sino a la forma en que se está concentrando el
sacrificio en las rentas del trabajo y la mayoría ciudadana. Políticas
fiscales, de gasto e inversión públicas son muy importantes, pero
también las regulaciones que se acometan para el mundo financiero y de
la industria, así como las necesarias políticas de expropiación de las
actividades estratégicas de la economía que no cumplan la función social
que democráticamente se decidan.
Las
reformas del calado anterior pueden ponerse en pie, aunque sin duda
contarán con el muro del entorno internacional y las reglas que se
establecen en el marco del capitalismo global. Pero reconociendo que
serían insuficientes ante algunas consecuencias adversas de políticas
progresistas en un solo país (fuga de capitales, aislamiento financiero
internacional, bloqueos comerciales, etc…) no deben desdeñarse, sino
interrelacionarse con otras medidas y procesos más audaces. Además, el
contexto de cesión de la política monetaria –con la orientación
existente del BCE-, la libertad de movimientos de capitales y el marco
institucional que blinda la austeridad en la UE son claramente corsés
que, como se explicita en el libro ¿Qué hacemos en el euro? y
en los debates que se están sucediendo en diferentes foros (la revista
Viento Sur, eldiario.es, o próximamente en el Viejo Topo) tienen como
puntilla la unión monetaria que, en este contexto institucional y
político, tiene consecuencias negativas.
Ni
que decir tiene, las reformas que merecen la pena, en un horizonte de
transformación, no tendrán un alcance suficiente sino incluyen varios
rasgos fundamentales: deben contar con un amplio respaldo social,
deben satisfacer las aspiraciones democráticas de la mayoría, deben
mostrar lo contradictorio del sistema vigente para poder darles
respuesta, y han de tener una alianza internacional suficiente para
poderlas ponerlas en práctica.
En
primer lugar, esto supondría empezar por cuestionar el proceso de
conversión de las inmensas deudas privadas en deuda soberana, los
privilegios fiscales que las rentas del capital están disfrutando
(paraísos, amnistías, modelos fiscales regresivos), o que algunas
actividades estratégicas de la economía no pueden estar en manos
privadas, tanto por sus conductas como la lógica de rentabilidad que las
somete, por lo que el núcleo central de la banca, la energía, los
transportes y los servicios esenciales de bienestar y desarrollo social
han de estar en manos públicas bajo control social y del mundo del
trabajo.
En
segundo lugar, hay que cuestionar las políticas de austeridad en tanto
que eso suponen de concentración de la renta y la riqueza y de
destrucción de los bienes comunes, y quedarnos sólo con una lógica de
austeridad que refiera a la necesidad de un cambio de modelo productivo
sostenible, basado en energías renovables, y reduciendo los niveles de
consumo de materias primas, capaz de satisfacer las necesidades
sociales. El cambio a un modelo tecnoenergético sostenible y el impulso a
la provisión de servicios de bienestar supondrían una veta de inversión
formidable para impulsar un desarrollo social y medioambiental que no
se deje arrastrar por el productivismo.
En
tercer lugar, se están configurando nuevas mayorías sociales contra los
recortes, contra el paro, y contra la privatización y deterioro de los
bienes públicos a escala supranacional. El ascenso de las movilizaciones
en el Sur de Europa, así como en los países árabes, o la presencia de
gobiernos sensibles a las necesidades populares en América Latina,
dibuja la oportunidad histórica de abrir un nuevo camino. En el Sur de
Europa, hay una mayoría social que, ante el drama de su regresión
material, podría abrazar un programa centrado en varios capítulos, tales
como:
- El
rechazo a las Memoranda de Entendimiento, especialmente su draconiana
condicionalidad. Reclamar, por el contrario, el impulso a políticas de
transferencia de rentas e inversiones hacia los territorios y población
más desfavorecida, capaz en sí misma de construir una división
internacional del trabajo complementaria y cooperativa, y no rivalista,
al insertar en la economía internacional a territorios en declive.
- La desobediencia de los diversos Pactos por la Austeridad que arrancan desde Maastricht.
- Impulsar
una política de mejora salarial en los países del norte que redujesen
su privilegiada posición de poder de mercado en materia de exportación,
basadas en la competitividad precio. Impulsar políticas de reparto del
trabajo en el sur a favor del pleno empleo.
- Establecer
una declaración de impago ordenada, pudiendo inspirarse en los acuerdos
establecidos en 1953 con Alemania que planteaba que un país no puede
pagar anualmente un máximo de su PIB, al tiempo que se estableciesen
auditorías que determinasen la parte ilegítima de la deuda que
justificase su moratoria, reestructuración o quita. Los acreedores
bancarios son responsables y han de pagar por lo que han hecho.
- El
intento de renegociar el esquema de la UE, para refundarla bajo
parámetros de convergencia real, integración económica y solidaridad
internacional.
- Entre
los países que convergiesen en esta política alternativa, en caso de
verse aislados o expulsados de la UE, la formulación de estrategias de
solidaridad en materia financiera, comercial y de inversiones. Esto
podría abrir la puerta a construir un área económica supranacional con
el máximo de países posibles, bajo un esquema diferente al de la UE.
- Reclamar
una orientación y diseño institucional en Europa de carácter
alternativo, con un nuevo BCE favorable a la creación de empleo y
competente para regular el sistema financiero europeo, un presupuesto
público europeo capaz de crear un sector público de bienestar ampliado,
establecer un control adecuado de los flujos de capital que hiciesen
eficaces un régimen fiscal progresivo, plantear una armonización de las
relaciones laborales, etc… De no aceptarse, construirlo entre los países
que estuvieran conformes con este otro esquema.
Este
programa podría tener un amplio respaldo y, con una batería de reformas
(no reformistas) que nos permitiría enfrentar al monstruo que tenemos
delante.
En
mi opinión, la salida del euro, o el establecimiento de medidas
proteccionistas, no deberían ser una consigna, y de serlo sólo deberían
emplearse en la perspectiva de una próxima construcción
internacionalista alternativa. Fijémonos que la salida del euro nos
brindaría instrumental económico soberano, pero nos metería de lleno en
una carrera de devaluación competitiva que no sólo empobrecería a los
pueblos de los países del Sur, sino también enfrentaría a las clases
trabajadoras de unos y otros países. Además, la salida del euro sin
contar con otro esquema de políticas e instituciones no nos evita que
haya partidos populistas que la gestionen, quizá con una visión también
neoliberal, y, si no se cuestiona el entramado de las deudas la
nominación en euros de las deudas contraídas se multiplicarían con las
devaluaciones monetarias. La salida será internacionalista o no será. Y,
en mi opinión, una cosa es cuestionar el sistema euro (la arquitectura
de la UE –Pactos de Austeridad neoliberal, BCE, presupuesto público
irrisorio, libertad de movimientos de capitales, ausencia de régimen
fiscal común y unión monetaria) y otra plantear la salida del euro en
este momento. Yo empezaría a plantear reformas rupturistas, pero no por
aquí. |
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