El periódico del 15-M publicará una versión de este artículo.
Daniel Albarracín
El Partido Popular sostiene políticas de derechas proclives a los intereses de las clases dominantes. Y otros, como el PSOE, dicen mirar por las clases medias. Lo paradójico es que las clases altas no comportan más que un 7,4% de la estructura social española, y las cacareadas clases medias están en torno al 11%, y en riesgo de extinción.
Las relaciones entre voto y estructura social sorprenden. La estructura de clases y la “mentalidad” de las personas no siguen los mismos pasos en el baile. La orientación política de los grupos sociales, cuando se fragua, está sujeta a su respectiva experiencia, pero sus cursos de interpretación siguen una dinámica propia.
¿Qué causa que el PP y PSOE obtengan mayorías absolutas?. ¿Quizá los siguientes motivos?:
- Una ley electoral que castiga a los partidos minoritarios y premia a los mayoritarios, aquellos que afianzan su presencia con mayores recursos públicos y, cómo no, privados.
- Unos medios de comunicación comprometidos con las opciones que respaldan los intereses del régimen en vigor, como son las del PP, PSOE, UPyD, CiU, etc.
- Una mala herencia del franquismo que ahuyenta el debate (“en casa, de política y religión poquita conversación”) y una vida que no deja tiempo para la serenidad, la reflexión, la lectura y el diálogo. Caldo de cultivo de estereotipos fáciles de cara a formar opinión.
- Un recelo hacia la acción colectiva organizada. Se identifica equívocamente política con partitocracia. La primera refiere a la forma en que vehiculamos los debates y decisiones. La segunda a la usurpación de partidos institucionalizados que reducen la política al teatro mediático-electoral. Se confunde sindicalismo con las decisiones de tal o cual dirección sindical. El sindicalismo entraña la organización solidaria de intereses inmediatos de clase, algo realmente loable, y cualquier persona que trabaje debiera comprometerse y participar en los asuntos comunes del mundo laboral.
- Un cóctel nefasto de frustración y queja individual que recurre a la alternancia bipartidaria como atajo de solución, mediante en el castigo electoral pendular desmemoriado y la delegación de los asuntos públicos a una casta política.
- Es frecuente que las personas nieguen su grupo de pertenencia, aspirando permanentemente a alcanzar el status de algún grupo de referencia, distante como el horizonte. El cuento de la lechera del ascensor social nos hace soñar que nuestro ombligo siempre se encuentra en un lugar diferente al que habita. Este sistema nos ofrece una escalera sumamente estrecha y llena de trampas sin salida. La ambición de posesiones y reputación personales aparca las preguntas de cuáles son los retos que colectivamente debiéramos superar, o los derechos que tendríamos que hacer respetar.
El apoyo electoral al gobierno responde un poco a todo esto. Son el “partido (que les ha votado) los trabajadores”. Pero gobierna para una minoría privilegiada. La legitimidad de las urnas pronto se agotará con la hipocresía, engaños, guadañas afiladas, y represión, acentuando la indignación social. Decían que no subirían los impuestos y clases medias y trabajadoras pagan el pato. Decían que lo primero sería el empleo, y no están propiciando más que paro. Decían que no abaratarían el despido y eso sí ha sido lo primero. Decían que no tocarían bienes esenciales, y la educación, la sanidad, derechos laborales, prestaciones y negociación colectiva los están desguazando, y a los que protestan les propinan mamporrazos constitucionales.
No nos engañemos. Las urnas sólo expresan las adhesiones a unas siglas de una suma de individuos. Como tales somos mucho más conservadores que como colectivo. El único modo de cambiar es construir espacios de poder popular, con nuevos hábitos de democracia, que mejoren el infrecuente y deformado hecho de las consultas electorales. El 15-M nos brinda uno de esos espacios, para que los asuntos públicos sean de todas las personas. Se trata de un poder constituyente que debemos cuidar y alimentar. Y, mientras tanto, hacer caer del “Guindo(s)” a tanta buena gente que todavía conserva la fe en unas instituciones que les oprime.
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