1/5/10

Más de dos largos siglos de crisis de “in-civilización” capitalista

Daniel Albarracín, Marzo de 2010.

1. La imposición sociopolítica del capitalismo como sistema socioeconómico.



Si algo no puede estar ausente cuando se caracteriza el capitalismo -como modelo social, económico y político contemporáneo- son las crisis, en tanto que condición de su existencia. El capitalismo se ha venido forjando como el sistema más revolucionario, inestable y contradictorio de la historia. La impronta del capitalismo le aboca a una crisis permanente.
Con su despliegue, tan fulgurante como depredador, explotador y desigual, cabalgado por nuevos sujetos sociales políticamente conscientes, su virulencia desató un nuevo orden social que originó conflictos crecientes cuantitativa y cualitativamente exponenciales. Enfrentó un nuevo régimen contra otro antiguo –el feudalismo-; a la ascendente burguesía contra la clase trabajadora explotada merced a una nueva dominación socioeconómica; fragmentó el mundo en fronteras haciendo rivales a personas con necesidades comunes –hasta el punto de causar conflagraciones recurrentes, o migraciones en la que se divide a las personas en ciudadanos de primera, segunda, o sin categoría según la disposición o no de papeles según las reglas de cada país-; reordenó viejas opresiones –como el vetusto patriarcado contra las mujeres, o el empleo represivo de las religiones- haciéndolas funcionales con la explotación capitalista; y expone a la humanidad –primeramente a los pueblos y clases más vulnerables- a una no descartable autodestrucción, poniendo en peligro las condiciones de habitabilidad del planeta al arrancar la riqueza natural de la tierra de ciclos sostenibles para la vida, y al inundarla de residuos dejando una imborrable huella ecológica.

La monótona dinámica secular de sistemas antiguos –como, por ejemplo, la solapada propiedad feudal de y la fijación servil a la tierra; el vasallaje, el señorío o nobleza y la exención fiscal que conllevaban; los gremios, o el justiprecio de mercados en los que no primaba la obtención de excedente-, se vieron derruidas, deglutidas o sustituidas por nuevos sujetos que instauraron la primacía política, económica y social de la relación del capital. Según ésta, quienes controlan los medios de producción adoptan sin corsé las decisiones de asignación de los recursos de su propiedad –primero familiar, luego accionarial, siempre formalmente individual-. Se inicia así una incontenible y desordenada carrera competitiva por beneficiarse de la plusvalía extraída de la rentabilización del empleo y organización de la fuerza de trabajo de la mayoría social, a partir del valor originado en su trabajo. Con la mayor y más diversa violencia que se ha conocido se devastaron formas de vida y se reconfiguraron relaciones sociales enteras. En apenas dos siglos de (salvaje) civilización capitalista se aniquilaron la mayor parte de instituciones y sistemas de privilegios feudales, entre oleadas de desamortizaciones de tierras eclesiales o estatales, tierras valladas donde antes había propiedad comunal o bienes libres, consolidación y clarificación de la definición de propiedad; y se despojo el modo de vida campesino, empujado a no tener más bien que su prole y su fuerza de trabajo hacinada en la ciudad y entregada a la empresa industrial (sea agroganadera, fabril o de servicios).

La burguesía – con sus diferentes fracciones y grupos cómplices o aliados- tomó el poder. El apoyo del resto y mayoritario pueblo llano fue imprescindible en las históricas revoluciones que promovió. Pero pronto se desprendió del incipiente proletariado y otras clases del pueblo llano comprometidas en la revolución social –para llevarla más allá-, como aliados, y una parte de la nobleza convino en acogerse y reconvertirse a las ventajas del nuevo sistema instaurado.

Se pusieron en pie nuevos derechos individuales, al tiempo que ascendieron formas institucionales y modelos socioeconómicos que iban a definir nuevos privilegios y consolidar desigualdades sustantivas en las condiciones de vida, concentrando las posibilidades de aprovechamiento de aquellos derechos formales individuales en la nueva clase dominante. Entre estas instituciones capitalistas, fuente de privilegios para una minoría, destacan la propiedad privada de medios de producción, la herencia, el Estado-Nación burgués –garante de los anteriores privilegios y del crecimiento ordenado de los mercados acondicionados para la realización capitalista, y de regímenes fiscales contradistributivos y de gasto a favor del capital-; o el derecho mercantil y concursal que favorece la libertad de empresa y condiciones económicas ventajosas para las corporaciones privadas-; la sociedad anónima por acciones, bajo cuyo aliento las empresas pudieron formar sus espacios de oligopolio transnacional; y los mercados financieros organizados y las regulaciones que flexibilizan la movilidad de los capitales. A la batería de derechos civiles individuales como la libertad de expresión y de prensa, la igualdad formal ante la ley, se sumaron derechos colectivos –como las pensiones, educación o sanidad, entre otros- y la libertad de asociación –política, sindical, etc…- arrancados solamente tras importantes pugnas sociales, en los que fue protagonista el movimiento obrero, y a cuya posibilidad contribuyeron la presencia de Estados obreros que rivalizaron fríamente con el capitalismo y que coadyuvaron con novedosas –pero degradadas burocrática, autoritaria y ecológicamente- formas socialistas a una competencia internacional por la hegemonía mundial, durante más de 70 años y hasta la caída del Muro en 1989.

Por otro lado, aquellos “derechos” estaban pensados para un individuo abstracto que no existe –o que, de presentarse, no era otra más que la del urbanita, varón, blanco, heterosexual, patriarca y propietario-. Y por tanto obviaban el justo trato equivalente para todas las personas y, de este modo, la necesidad de colmar una igualdad de partida –que no debe confundirse con un trato homogéneo, ni con la simple igualdad de oportunidades- y una democracia participativa y avanzada imprescindibles para una libertad digna de tal nombre. Una libertad que no fuese la de aprovecharse sin límite de otra persona por encontrarse en una circunstancia y posición social o económica más débil, marcada por la desigual extracción social, o la discriminación en base al rol de género, la etnia, la nacionalidad o el territorio de procedencia; una libertad personal que para ser plena debe estar sujeta al respeto igualitario para todos y todas en un marco democrático todavía por alcanzar en su plenitud. Sin embargo, lo que pudieron tener de progresista aquellos derechos quedaron a la sombra de los privilegios burgueses y de la gran determinación social y económica que iba a constituir la relación salarial para la inmensa mayoría social. Lo que no es más que un sistema social donde la libertad es para unos en contra de todos los demás. Además, un amplio conjunto de derechos y libertades sustantivas para las personas quedan pendientes por realizar o su desarrollo en muchos aspectos o lugares están deformados (derecho al aborto, a la formación libre de uniones, a la plena movilidad, etcétera). En este sentido, en un desigual sistema de atribución de privilegios como es el capitalismo, los derechos, cuando no son conquistados y defendidos colectivamente, no son más que favores provistos bajo ciertas condiciones vigiladas por el poder establecido.

2. Relación Salarial, Lógica de la Mercancía, Acumulación capitalista y Ciclo del Capital.


Si los siervos de la gleba estaban atados a la tierra, la relación salarial vendrá a sujetar a las familias obreras y, por tanto, a la clase trabajadora en términos temporales. Han de dedicar cada vez más tiempo de la vida y condicionar su modo práctico de existencia –formándose, adaptándose, disponiéndose- a prestar su fuerza su trabajo para la obtención de un ingreso, para valorizarse en tanto que fuerza de trabajo empleable en los términos prescritos por el mercado y el Estado capitalistas. Cada vez más fracción de la población abandona el campo para ir a las ciudades y destinan mayores proporciones de su tiempo, mayor número de miembros de la familia, mayor atención, esfuerzo y preparación para ser explotables en el marco del trabajo asalariado y de la lógica de la mercancía.

En este contexto histórico, el ciclo del capital constituye la forma dominante de sistema socioeconómico, casi hasta su extremo desarrollada, en una forma más acabada de la que pudo experimentar Marx en el siglo XIX. Este ciclo promueve una acumulación capitalista sin fin, que adquiere y extrae su riqueza de la naturaleza, hasta el punto de agotarla, y que se sustenta en la explotación y apropiación del valor producido por el trabajo.


En el capitalismo se han ido perfilando grandes y largas etapas marcadas por las luchas de clase y la configuración de hegemonías ideológicas, ligadas a determinadas políticas socioeconómicas –reformas liberales, keynesianismo, neoliberalismo, socialiberalismo o liberalismo compasivo, etc…-, a veces gozando de cierta estabilidad y legitimidad y otras veces en franco cuestionamiento. En la actualidad, la gestión socialiberal y neoliberal, que pone a conjugar Estado y Mercado para la reordenación y liberalización capitalista de las finanzas, la producción y la distribución en mercados finalistas, se encuentra en una enorme confusión e inoperancia para afrontar las crisis materiales del sistema económico capitalista.


A este respecto, este sistema ha descrito esas grandes etapas en forma de ondas largas de acumulación (dos en el siglo XIX, una en la primera mitad del XX y hasta ahora nos encontramos en la cuarta), mayormente orientadas por tasas de rentabilidad, en periodos de prosperidad en espiral a los que le sucedían etapas de mayor dificultad para conseguir auges sostenidos y duraderos. Cuatro ondas largas se han sucedido, intercaladas con recurrentes crisis industriales periódicas, cuya duración se ha ido modificando por razones sociales, políticas, técnicas y económicas.


En la actualidad, asistimos a una profunda reordenación capitalista en un periodo en el que la división internacional del trabajo, y las hegemonías económicas y políticas están atravesando cambios y nuevos desequilibrios. A este respecto, el largo periodo en el que el industrialismo (agrario, ganadero, manufacturero, de servicios, etc…) cobraba la hegemonía en el desarrollo en la fase productiva del ciclo del capital, le sucedió otra en el que la concentración oligopólica del capital tenía su primacía en la distribución comercial. Ahora, la concentración del poder y la integración de las fracciones del capital encuentran en el sistema financiero y el papel prevalente de los mercados financieros organizados –profundamente modificados por la titularización, el ascenso del poder de las grandes corporaciones, y las facilidades de todo tipo a la movilidad y relocalización del capital- en la toma de decisiones económicas, asignación de recursos, etc… un vector de poder central.




3. La globalización capitalista

El vector de poder sigue en manos de la burguesía, ahora intrincada a lo largo de empresas-red transnacionales, que contribuyen a la formación grupos de presión capaces de influir de manera protagonista en las grandes instituciones internacionales (BM, FMI, OMC…) y en las grandes áreas regionales de mercados instituidas (TLC, UE, ASEAN, etc…). Unos intereses que siguen empeñadas en incrementar las tasas de explotación –mediante políticas de ajuste social y salarial- y moderar la composición orgánica del capital –mediante las relocalizaciones y políticas de reestructuración productiva- con el objeto de aumentar las tasas de rentabilidad, hasta el punto de instaurar una nueva fase de prosperidad en condiciones de dominación sostenidas, cuyas condiciones no descartables aún deben consolidarse –las tasas de rentabilidad recuperadas no vienen acompañadas de tasas de acumulación vigorosas - y en las que las luchas de clases serán decisivas.

En este escenario de disputas no está todo decidido y no parece factible un paso a una nueva onda larga de prosperidad sin grandes sacudidas y conmociones sociales. EEUU vive una crisis económica sin parangón y su legitimidad como guardián del mundo está en entredicho tras sus fiascos en Irak y Afganistán. La acumulación sólo es mínimamente vigorosa en Asia –China, India-, mientras que en los países centrales es débil. En cualquier caso, debe advertirse que los principales beneficiarios de la acumulación en los países emergentes son grandes corporaciones occidentales y algunos pequeños grupos locales. Aparecen bloques desobedientes y resistentes –algunos de carácter reaccionario, como Irán o Rusia-, y otros de carácter reformista radical –como en países del Mercosur y el eje Venezuela, Cuba, Bolivia o Ecuador-. Al mismo tiempo, surgen grandes conflictos sociales en el cinturón islámico con viejas disputas territoriales y luchas por la adquisición de bienes naturales.

La historia del capitalismo no ha sido la de un único modelo homogéneo de capitalismo. Porque aunque su desarrollo se ha ido extendiendo a nivel mundial, se ha materializado bajo modalidades muy diferentes, en base a la configuración sociopolítica dada en cada formación sociohistórica, en la que las disputas sociales marcaron su carácter político, también condicionadas al lugar que dichas formaciones sociohistórico concretas ocupan en la división internacional del trabajo. Nos encontramos con una estructura de países centrales, en general septentrionales, que dominan y toman ventaja de múltiples semiperiferias ascendentes y en retroceso, o periferias, en general meridionales condenadas al empobrecimiento y a la dependencia de las grandes potencias centrales.

Las hegemonías internacionales se han ido sucediendo no sin fuertes choques, con Francia, Reino Unido y finalmente EEUU -ya en su declinar económico si bien no tanto militar y diplomático- como grandes imperialismos hegemónicos en largas etapas. Imperialismo contemporáneo en reordenación con nuevos bloques multipolares con jerarquías y alianzas en redefinición que causarán nuevas tensiones rivales, nuevos ejes de alianza (EEUU-China) y de enfrentamiento (Rusia, Irán) y subimperialismos (Brasil) y posiblemente nuevas tensiones entre bloques de Estados por venir.


4. El capital, depredador del medio ambiente y urdidor de un modelo nefasto de socialización

El capital, en tanto que relación social, ha colonizado espacios sociales, económicos y territoriales, pero también las formas de vida, de pueblos, comunidades y familias, y al tiempo ha depredado sin piedad el planeta en el que vivimos como especie hasta amenazar las bases renovables de sus materiales –materias primas y energías-, de los ciclos ecosistémicos fundamentales para la pervivencia de condiciones de habitabilidad de gran parte de especies, incluyendo la humana, y ha alterado irreversiblemente –aunque aún no se sabe hasta qué punto, y en qué medida puede paliarse y corregirse- el clima.

El capitalismo, más allá de su apuesta por la individualización social, se ha apoyado en viejas relaciones sociales precedentes, como es el patriarcado extendido desde la familia al conjunto de la sociedad –empresas, espacio público, etc…-, o redes de grupos clientelares –redes sociales familiares, de amiguismo, o de paisanaje- con prácticas renovadas de presión, complicidad, soborno, chantaje, fraude tolerado o extorsión, y otras tantas, que le han podido ser funcionales en tanto que promovían y fortalecían los derechos, instituciones y normas que redundaban en privilegios para la minoría burguesa y sus adláteres (gerencias empresariales, clase política y gobiernos afines, etc…), y ha metabolizado viejos dogmas religiosos para amansar a la población o cultivado nuevas prácticas culturales –la cultura postmoderna del consumo y de expresión- que vacunaban al sistema de cualquier respuesta colectiva organizada.

Se han ignorado y ha originado nuevas crisis y degradaciones en las condiciones de sostenibilidad de la vida que representan las tareas de cuidados, en una cadena de desplazamiento y minusvalorización. Se ha generalizado la “sub”-contratación de franjas femeninas de la sociedad muy vulnerables –frecuentemente mujeres inmigrantes con pocos derechos reconocidos-, mujeres de familia obrera, o se cubre mediante la provisión de mínimos de un Estado con servicios públicos insuficientes y deficientes. Se ha empleado a fondo a cada vez más parte de la población, dando acceso al empleo y los derechos que el trabajo asalariado pudiese reportar, a los que accedían y por lo que luchan y tratan de mejorar con mucho sacrificio y lucha las mujeres, al mismo tiempo que se extendió la explotación y se abrió un espacio más –el de los centros de trabajo asalariado- para la desigualdad entre hombres y mujeres. Esa doble movilización –por los derechos de las mujeres, y por el empleo de la fuerza de trabajo potencial- ha redundado en un modelo de familia de “salario y medio” para explotar a dos o más miembros de la familia, que, en términos generales, ha comportado una inserción por la “puerta de atrás” y sin grandes expectativas para la mujer, sin una correspondiente liberación del trabajo de crianza y doméstico. Así, el modo de acceso al empleo de la mujer se ha desarrollado mediante formas de empleo precarias –empleo a tiempo parcial, temporalidad, bajos salarios, etc…-; en ocupaciones que mayormente han supuesto una extensión de la división sexual del trabajo tradicional -que asignaba a la mujer tareas y responsabilidad de mantenimiento y administración, de cuidados del bienestar y de la salud, y de atención personalizada- al mundo de la empresa, y sin verse liberadas de las responsabilidades del mundo familiar y de atención a las personas dependientes, debido a la siempre insuficiente corresponsabilidad y presencia del varón en el espacio doméstico; y con evidentes desigualdades y discriminación para su acceso a los puestos de mayor reconocimiento, reservados al varón, o que tengan mayor poder de decisión.


5. Crisis objetivas patentes e inmadurez sociopolítica de la subjetividad antagonista.

La fase contemporánea del capitalismo está abocada a una degradación inequívoca de ciertas dimensiones básicas para las condiciones de existencia social y para la vida en general. El conjunto de contradicciones y crisis sistémicas ahora exponen sus consecuencias y conflictos más duros. El reordenamiento del capitalismo mundial, la crisis de acumulación sin crisis de rentabilidad, la extensión de la precariedad y la explotación y, ante la elevación del paro de la pobreza y la miseria, el empobrecimiento de los países del Sur, el desastre ecológico y el sufrimiento de millones de personas por la carestía de agua y alimentos, de un modo de vida digno, de libertades, derechos y democracia básicas, y la previsión de la incompatibilidad de la prosperidad capitalista con un modo de existencia digno y de la sostenibilidad ecológica del planeta, nos enfrentan a una época de grandes conflictos.

La burguesía, aún cuando lograse una victoria y fuese capaz de inaugurar una nueva onda larga de acumulación capitalista expansiva, que sólo sería posible con una gran agresión a la clase trabajadora, que exigirían enormes sacrificios y derrotas y que se derivasen en una reconfiguración socioeconómica imposible sin grandes conflictos, estaría abocando a la humanidad y el planeta a una degradación ecológica que amenaza la vida en sí y a la propia especie. De persistir las bases socioinstitucionales y productivistas del capitalismo, basado en la ganancia, las consecuencias del cambio climático, la crisis alimentaria, y la transición a unas nuevas bases de modelo tecnológico y energético para la producción, supondrán desafíos que pondrán en riesgo a la propia humanidad, siendo sus primeras víctimas las clases y pueblos de extracción social y ubicación territorial más vulnerables.

Cabe constatar una crisis que, para nosotros, es la más preocupante. Una crisis de subjetividad antagonista organizada, producto de una gran ofensiva neoliberal que desmanteló los asideros institucionales para la formación e influencia de los sindicatos, y ahogó la posibilidad de acceso a los medios de comunicación de masas a las fuerzas de izquierda rupturista; una reconversión de la izquierda al socialiberalismo; del colaboracionismo de clases de la socialdemocracia, y el arrinconamiento que realizó contra fuerzas antisistema, ahora desautorizado, minorizado y paralizado socialmente; del fracaso, obstáculo y desprestigio que supuso el estalinismo; y del inmaduro desarrollo de fuerzas anticapitalistas, con dificultades para organizar a movimientos sociales ciertamente volátiles. El ascenso de la reacción, prácticas gregarias, conductas racistas y fascistas, o el descreimiento de la población en la política en tanto que ciudadanía son aspectos sociales muy contraproducentes para una transformación radical de las bases sociales capitalistas.

Esta crisis, a la luz de hoy, sólo parece tímidamente contrarrestarse en algunos países latinoamericanos y asiáticos. En Europa o EEUU solo se producen espasmódicos movimientos, como el que se denominó movimiento altermundialista a principios de los años 2000, que se han evaporado poco a poco, y que sólo han fraguado formaciones políticas de izquierda anticapitalista aún muy incipientes, y que sólo tiene cierta entidad en Portugal –Bloco-, Alemania –Die Linke, con un carácter centrista-, Francia -NPA, en parte del Frente de Izquierdas-, o el Estado Español –Izquierda Anticapitalista, entre otras pequeñas formaciones-.

La única vía para poder superar los desafíos de la humanidad, bajo bases solidarias y ecológicas viables, exige una transformación socioeconómica que acabe con las instituciones y privilegios burgueses. Un nuevo modelo socioeconómico y político que sustituya la relación salarial –sustentada en el Estado burgués, la propiedad de los medios de producción y el mercado capitalista- por formas económicas de autogestión colectiva global e internacional, derechos, ingresos y obligaciones universales y equivalentes de ciudadanía y el reparto de todo tipo de trabajo –público o doméstico-, por fórmulas de gestión que orienten los recursos a la satisfacción de las necesidades y que, inequívocamente, exigen grados de austeridad compatibles con prácticas saludables y de bienestar colectivo. Y sólo con ello no será suficiente, porque los retos de los límites ecológicos supone adecuar nuestras formas de producir y consumir a los ciclos naturales y ecosistémicos; porque los retos para una relación equivalente y equitativa entre personas supone revisar claramente las formas de familia, de relación entre personas, hombres y mujeres, de tolerancia y reconocimiento de las libertades sexuales respetuosas de cualquier orientación, y los modelos de provisión de bienes y servicios públicos; en suma, también, de aprender y superar viejas experiencias autoritarias y burocráticas que exploraron tipos de socialismo que en gran parte fracasaron. Sólo aprender de las necesidades, de la realidad, de la experiencia del pasado, y de las posibilidades del futuro nos podrá proporcionar algún horizonte en el que sea posible vivir bien en comunidad con unas condiciones de convivencia con el planeta y el resto de las especies vivas.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

La cuestión es que el capitalismo no es ya sólo un modelo económico, sino un modelo “cultural”, profundamente implantado en nuestra sociedad. El trabajador medio tiene como aspiraciones el coche, la hipoteca, la tele y la semana en la playa. Su concepto de triunfar en la vida es tener un coche más potente, una hipoteca más grande, una tele de más pulgadas, y poder irse una semana más a la playa (o bien poderse gastar algo más en la de siempre). Resulta que el empresario tiene estas mismas aspiraciones, aunque algo más abultadas; la diferencia es cuantitativa, no cualitativa. Si sacas al empleado de su papel como trabajador y lo colocas en el de empresario, reproducirá a la perfección el rol que se le presupone a éste.

Lo que quiero decir es que, básicamente, no (sólo) estamos ante un problema de clases (nosotros, los explotados, los buenos, contra ellos, los explotadores, los malos). Es un problema más profundo, a nivel cultural. Todos estamos metidos en la misma dinámica (la aceptamos pacíficamente, sin resistencia), con la salvedad de que algunos pocos consiguen estar más arriba y la mayoría se queda en los niveles de abajo (aunque siempre con esperanzas de ascender). Es todo relativo, una cuestión de donde te sitúes en la escala. Conozco a más de un sufrido trabajador explotado que cuando ejerce de explotador (por ejemplo, sobre la inmigrante que le limpia la casa) lo hace que da gusto. ¿Acaso no somos también explotadores los de la “working class” cuando compramos cada día productos baratos producidos en régimen de explotación en países subdesarrollados? Nos da igual…

¿Este modelo económico-cultural nos ha sido implantado a la fuerza, como sostienen algunos? ¿O bien ha triunfado porque responde a las aspiraciones esenciales de la gran mayoría de la gente, como dicen otros? Vaya usted a saber. La cuestión es que, sea por lo que sea, de momento no se ha alcanzado la masa crítica necesaria para cambiarlo… Ni siquiera con una crisis global.

Anónimo dijo...

Magnífico texto (como la mayoría de los del blog), enhorabuena y muchas gracias (de verdad) por el esfuerzo q haces ayudándonos a entender cuestiones fundamentales.

Un detalle: en el último párrafo del punto 3 del texto ("La globalización capitalista") hay un pequeño error terminológico: los términos geográficos están invertidos, porq "septentrional" significa nórdico, y "meridional" sureño.

Un gran abrazo

iñaki

Daniel Albarracín dijo...

Pues, en efecto, me equivoqué en la redacción. Septentrional es nórdico, y meridional, como dices, del sur. Cosas de las prisas. ¡Gracias por el ánimo y la corrección!.