16/4/25

El consumo en un metabolismo sociedad-sistema Tierra sostenible: Una perspectiva alternativa.

 

 

Daniel Albarracín Sánchez.  Noviembre de 2024[1]

 Este artículo salió publicado en el número 168 de la Revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global.

https://www.fuhem.es/2025/01/27/papeles-168-condiciones-para-una-cultura-politica-alternativa/

Profesor del Departamento de Economía Aplicada II de la Universidad de Sevilla

 




 

1.   Introducción.

La preocupación por las prácticas de consumo en relación con el medioambiente, la salud y el modo de vida despiertan gran interés social, asumiéndose que consumir “alternativamente” contribuye al cambio. Sin embargo, varios son los que se han interrogado con perplejidad[2] sobre su alcance, teniendo en cuenta que las prácticas de consumo pueden estar sobredeterminadas por la oferta, los precios, el poder adquisitivo, estrechando nuestras aspiraciones individuales. Desde este punto de vista, nos proponemos reflexionar sobre las condiciones en que las prácticas de consumo[3] pueden modificar su entorno, haciéndolo justo y sostenible.

Inspirados en una perspectiva sociohistórica, antropológica[4] y la economía ecológica pero también en las últimas y poco conocidas elaboraciones de Marx, bosquejamos la relación histórica entre el fenómeno social del consumo[5] y las prácticas sociales, como articulaciones dentro de un metabolismo socioproductivo de la vida social[6].


2.   El consumo, sumido en la mercancía.

 

Tras una larga transición, el origen del capitalismo[7] en términos estructurales plenamente consistentes, pues algunas prácticas parciales (colonizadoras, financieras o comerciales) se presentaron anteriormente, comenzó en el campo inglés del siglo XVI. Las relaciones de producción que lo impulsaron, guiadas por la ganancia, sistematizan con intensidad la apropiación de la naturaleza, se basan en un tipo propiedad privada excluyente, e impulsan prácticas de desposesión -de bienes comunes, bienes naturales libres, prácticas sociales de cooperación-, promueven una mercantilización rivalista que empuja a un ascenso de la productividad, y se generaliza la venta de productos básicos –como el alimento- en grandes mercados consolidados y estables, para recurrir posteriormente a formas dependientes de explotación del trabajo (campesinado arrendatario, jornaleros asalariados, trabajo informal estacional…).

 

Su consolidación requirió de un entramado institucional complejo, con el Estado moderno, asentando unas nuevas relaciones de propiedad y un nuevo tipo mercado -muy diferente a las ferias medievales o los mercados secundarios, de intercambio de equivalentes y un excedente no maximizado-. Estas nuevas relaciones de producción-reproducción obligan a todos los agentes a un “mejoramiento” productivo competitivo constante. En estas sociedades capitalistas se irá generalizando la forma mercancía, y la acumulación devendrá la tendencia inercial.

 

El acceso a la riqueza, bienes y servicios, dentro de las formaciones sociales capitalistas, se vio encauzado hacia la forma oferta-demanda-precio cuya expresión mercantil adoptó la forma de la adquisición a través del consumo, en el momento de la realización del capital.

 

El consumo, como adquisición mediada por un precio y el dinero, comenzará a predominar sobre otras formas de acceso a los bienes y servicios. Al tiempo, el fenómeno del consumo, lejos del mito de la soberanía del consumidor, se verá subordinado a la lógica extractivista-productivista, cerrando el círculo mediante la realización mercantil, configurándose diferentes normas sociales de consumo[8] condicionadas por el nuevo modo vida y su estratificación socioeconómica.

 

Dentro de la forma mercancía, así, las formas de consumo están condicionadas por la competencia, por las desigualdades de ingresos derivadas de las diferentes extracciones sociales de consumidores, el proceso de empleo y de distribución, por usos y prácticas locales, en gran medida condicionadas por la gama de la oferta, los imaginarios construidos por las políticas de marketing y por aspectos simbólicos de distinción social y representación de aspiraciones sociales diversas[9].

 

Mientras el desarrollo capitalista crea escasez[10], limitando los bienes comunes libres y propiciando nuevas fuentes de insatisfacción, se induce una gama de oferta a la que se adapta la demanda[11], segmentado en nichos a los consumidores, sea para dar salida a mercancías de bajo estándar, generando conformidad por un precio asequible, o mercancías distinguidas por un sistema de marca-status, para hacer pagar más por ellas. Dirá Naredo, conectándolo con la dimensión medioambiental:

 

«El engranaje sin fin de la producción y del consumo conduce cada vez más a mejoras productivas ficticias que aun siendo formalmente indicativas de bienestar, no suponen verdaderas mejoras en las condiciones de la vida de la mayoría de los individuos, aunque originen, eso sí, un consumo creciente de trabajo de energía como de materias primas»[12].

 

Conviene tener en cuenta que la mayor parte de nuestras prácticas de consumo responden a expectativas, presiones u obligaciones de nuestro contexto social, en forma de aspiración simbólica expresada dinerariamente. Algunas de esas aspiraciones son adaptativas, de distinción u identitarias, otras incluso persiguen un estilo de vida alternativo. Estas prácticas de consumo, por tanto, de manera agregada, mueven a los mercados y condicionan su evolución. Ahora bien, la expresión de estas aspiraciones, mientras se ciñan a expresarse por su solvencia económica y de manera individual –o por parte de pequeños círculos- será integrable funcionalmente en la diversidad de la competencia segmentada del mercado, pues esta entraña la dinámica intrínseca y flexible propia de la mercancía. Incluso los estilos de vida alternativos, pueden verse encapsulados y asimilados por la adaptabilidad del mercado moderno.

 

Sin embargo, centrar los cambios en el “momento del consumo”, a pesar de sus sujeciones no es, sin embargo, inocuo sin más, si se hace colectivamente y de manera organizada. Como en todo espacio de negociación, se mueven sujetos, comunidades, fórmulas organizativas e iniciativas sociales que pueden promover acciones susceptibles de presionar más allá de las prácticas de autorregulación corporativa de mercado, generando avisos y alarmas sociales que inciden en la competencia. Determinadas iniciativas de incidencia política pueden presionar a gobiernos o grupos parlamentarios para regular e influir en la ley alterando algunos parámetros de la inercia del mercado. Asociaciones de consumidores, sindicatos sensibles al campo de la calidad del consumo, nuevos movimientos sociales y formaciones políticas, desempeñan un papel de influencia en este sentido. Su influencia final puede modificar la dinámica del mercado, por ejemplo, con las estrategias variadas de etiquetaje verde, más o menos informativas. Con todo, y a pesar de lo anterior debe recordarse que, sin modificar las relaciones sociales de producción mercantiles, el riesgo de asimilación es sumamente grande pasado un tiempo. En definitiva, si esta incidencia no transforma las relaciones y el modelo económico -extracción, producción, transporte, etc…- sus resultados, esto es, si no modifican la pauta de acumulación y beneficio, tendrán un impacto limitado en lo que a la justicia o la sostenibilidad del consumo se refiere.

 

A este respecto, para una transformación más consistente, se trata de adoptar iniciativas integrales y lo más coordinadas posibles que resistan y se distancien de formas de apropiación, formas de empresa y sistemas de distribución y acceso circunscritos a relaciones convencionales de propiedad privada excluyente, empresas accionariales corporativas orientadas a la acumulación de excedente y la competencia, y formas de distribución y acceso al uso basados en la lógica de compra-venta basada en el beneficio sin regulación de precios.

 

Eso implica emprender iniciativas basadas en la propiedad comunitaria o pública, empresas públicas o cooperativas coordinadas sectorialmente en torno a parámetros democráticos, una regulación y organización del trabajo horizontal y democrática, y una producción orientada a la satisfacción de necesidades sociales, formas de distribución comunitaria o pública de suministros básicos –distribución de alimentos, energía, agua, internet,  etc….-, abiertas a formas de acceso al uso basado en formas libres reguladas, alquiler social y usos colaborativos o compartidos –compatibles con la propiedad privada de bienes personales y familiares básicos-, que, de asumir parámetros de sostenibilidad, incluyan en su organización la autocontención, priorizando la distribución socialmente justa y la sostenibilidad al productivismo.

 

Las alternativas son múltiples, pero, en conclusión y última instancia, reconociendo la fuerza del vector mercantil productivista/consumista dominante, para que las prácticas de consumo superen la sobredeterminación de la producción competitiva de la mercancía, y que las dinámicas reales de consumo puedan adoptar pautas sostenibles, es condición necesaria desarrollar unas relaciones y prácticas sociales alternativas y su metabolismo socioeconómico material correspondiente. De otro modo, el consumo está limitado a las opciones dadas por el marketing, la estratificación diversa de nichos de mercado, y la competencia entre oferentes.

 

3.   Tras la pista de metabolismos sociales sostenibles: Los escritos de Marx tras 1868.

 

Cuando hablamos de prácticas de consumo, estamos tratando de tipos de relaciones sociales en marcha, relacionadas con formas de extracción, producción y distribución[13], y sus consiguientes residuos derivados. Dicho de otro modo, una práctica de consumo forma parte de una dinámica más amplia, que, siguiendo la afamada frase de Karl Marx en los Grundisse (1976), hace que «todo consumo sea producción, y toda producción consumo», siguiendo una serie de actividades concatenadas en una cadena de valor (siempre sustentadas materialmente por relaciones de reproducción social y ecológicas, así como, dentro de la relación del capital, financieras), a saber:

 

Extracción -> Transporte->Transformación primaria->Transformación final->Logística de distribución

->Distribución mayorista->Distribución minorista->Venta y Adquisición (consumo)->Usos

 

Dependiendo de la formación sociohistórica, puede diferir la predominancia de cada fase, y las pautas que guían su movimiento ser muy distintas. Dicho de otro modo, estas fases no son momentos técnicos de un proceso, sino que están insertos dentro de relaciones sociales e históricas que les dan forma y orientan con pautas precisas.

 

De tal esquema resaltamos ese momento, que es el de los usos, por su relación directa con el aprovechamiento y las necesidades directas, y que, salvo en determinadas actividades de servicios personales pagadas, queda fuera de la forma precio. Salvo para una minoría privilegiada, ese momento es, con frecuencia, descuidado, como también se descuida el medioambiente, atendido en el seno de cada grupo de convivencia según el tiempo disponible, recayendo mayormente esa carga sobre las mujeres. Los modos de uso refieren a las actividades de aprovechamiento de los recursos disponibles, y que no es equivalente al momento de la adquisición, sino al de la preparación, la organización y el disfrute de los mismos, y que trae consigo también unos residuos que son solo reintegrables parcialmente a un nuevo ciclo, fruto de las leyes de la entropía[14].

 

Aunque todas las sociedades humanas han ocasionado una huella ecológica no todas han sido incompatibles con la sostenibilidad. Algunas incluso han practicado modos de vida conscientes, adaptados, cuidadores y regeneradores de los ciclos de la vida y del territorio. En sociedades pretéritas, nómadas-recolectoras o, después, agrícolas-sedentarias, si eran sostenibles –y las que no, se extinguieron-, lo eran como consecuencia de dos posibilidades:

·        o bien el nivel poco desarrollado de las fuerzas productivas todavía no extralimitaba la capacidad de carga de su entorno;

·        o bien había una adaptación, e inclusive prácticas de autorregulación consciente de las condiciones de reproducción de la tierra y los ecosistemas, como sucedía en las tribus comunales germánicas de la marca y las mir rusas, los indígenas americanos (iroqueses, del Amazonas, etcétera), o en varías civilizaciones hidráulicas antiguas (Mesopotamia, Egipto, China, las culturas del Valle del Indo, y algunas civilizaciones mesoamericanas –Mayas, Zapotecas, etc…-).

 

Varias de estas sociedades fueron estudiadas por el propio Marx, en su etapa más madura, tras 1868[15], después de abandonar su primera visión productivista de El Manifiesto Comunista. Fue entonces cuando Marx estudia diferentes sociedades no occidentales, así como otras precapitalistas. No solo la antigua Roma, sino también las formas de vida de «los nativos americanos, la India, Argelia o Sudamérica»[16]. En 1881, dos años antes de fallecer, en una carta a Vera Zasúlich, manifiesta una visión crítica sobre la historia como progreso lineal, dejando atrás su eurocentrismo. Ya desde 1850 se había declarado enemigo frontal del colonialismo -sobre lo cual habría dudas por una carta escrita en su juventud sobre la India[17]-. En suma, Marx evolucionó a lo largo de su vida, y finalmente abrazó una visión histórica multilineal.

 

Entre las cartas de Marx, recogidas en los MEGA, una colección de las obras de Marx y Engels que incluye también sus escritos inéditos, se observa un viraje en sus planteamientos. Asume claramente que es posible propugnar la abundancia de los bienes comunes y reclamar la disminución radical del espacio del valor de cambio. Encuentra experiencias inspiradoras en el modelo de las sociedades germánicas antiguas basadas en la propiedad y gestión comunal, basadas en el reparto de la tierra por sorteo periódico, el acceso libre y regulado a sus frutos. La idea de que el avance de los modos de producción dependa del desarrollo de las fuerzas productivas, se veía ya relativizada en la primera parte de El capital. Pero irá más lejos. Marx, de manera menos sistemática, se adentra en el estudio de la historia, la antropología y las ciencias naturales. A partir de entonces la redacción de la segunda y tercera parte de El capital se hizo tortuosa, lenta e incompleta. Se desvía del objeto original de su gran obra, no por distracción o pereza sino porque se pregunta por dimensiones nuevas y relevantes. Sigue los avances en la ciencia para comprender la conexión de la dinámica de la naturaleza en las sociedades y en la producción humanas. Fijará la atención en la fotosíntesis, la cadena alimentaria o el ciclo de nutrientes del suelo -fósforo, nitrógeno…-. Marx dedica parte de sus últimos años a realizar una crítica ecologista al capitalismo, estudiando geología, botánica, química o mineralogía[18].

 

En ese periodo se dedicó al estudio de la antropología, trató durante tiempo el modo de producción campesino de las antiguas sociedades germánicas de la marca, atentas a la conservación del ciclo de nutrientes. La crítica merecida a las dos primeras etapas de la obra de Marx, por su falta de conexión con las dinámicas naturales[19], parece corregirse en esta etapa poco conocida. Así, Marx considera compatible propugnar la abundancia de los bienes comunes, principalmente naturales, con un sistema estacionario sostenible, al tiempo colaborativo socialmente y en gran medida horizontal.

 

Las sociedades comunales germánicas perduraron, mientras los grandes imperios, como el Imperio Romano, entre otros, se derrumbaban, al reducirse los rendimientos de la tierra sobreexplotada, al haber esquilmado los bosques y propiciado cambios climáticos regionales que perjudicaron la fertilidad de la tierra, sin desdeño de otras causas relevantes como la creciente dificultad para expandir sus territorios y acaparar fuerza de trabajo esclava.

 

Cabría decir que las comunidades germánicas de la marca, u otras semejantes, como las mir rusas, constituían formas de organización social satisfechas, sostenibles e igualitarias a pesar de que su capacidad productiva fuera inferior por su carácter estacionario. Algunos rasgos de aquellas sociedades comunales antiguas perduraron en el modo de producción campesino hasta la Edad Media. Brindan un modelo de referencia a tomar en cuenta de cara a una transición a sociedades socialmente justas y sostenibles, sin implicar regresar a una sociedad arcaica, considerando rasgos de su organización social, teniendo en cuenta los logros de la ciencia para alcanzar objetivos de suficiencia y sostenibilidad dejando de lado el productivismo. Vale decir, conduciendo y cuidando el proceso de extracción, elaboración, transporte y distribución, y reaprovechamiento de residuos, para respetar los umbrales de la «economía del Donut»[20], satisfaciendo necesidades y evitando la sobrecarga de la biosfera.

 

Si miramos, más adelante, al siglo XX, en el bloque del socialismo real, por el contrario, los criterios no se basaban en la maximización de la rentabilidad, sino en la obtención de una producción suficiente –con la presión de ser competitivos con las sociedades capitalistas en términos geoestratégicos- y, por tanto, creciente. No eran sociedades democráticas, la planificación era una decisión centralizada, aparte de burocrática. Por su parte, en las experiencias de socialismo de mercado, como la yugoslava, se empleaban criterios competitivos de mercado, participando empresas públicas de trabajadores que se autogestionaban.[21] No había plan central, y la relación con las necesidades se mediaba a través del mercado. Reducían las jerarquías y los conflictos al interno en las empresas, y apenas había desempleo, pero los y las trabajadoras internalizaban los ajustes debido a la competencia y la descoordinación sectorial/estatal. Eran, en ambos casos, sociedades productivistas e insostenibles, aunque en su forma de distribución adoptasen formatos austeros. Ni que decir tiene que la experiencia del capitalismo de Estado chino, a pesar de su mayor eficiencia y su potencia comercial respecto a las potencias occidentales, poco aporta como ejemplo para una sociedad sostenible, democrática o justa.

 

Un metabolismo social sostenible con el sistema Tierra implica formas extractivas, y una relación con la naturaleza, consciente de las dinámicas geológicas, de la tierra y de los ciclos biológicos, climáticos, de agua y de nutrientes[22], así como la relación termodinámica que las compromete y que, en sistemas cerrados, conduce a la degradación, para prevenir desde la extracción, pasando por la producción y la distribución, la extralimitación y, en su caso, favorecer la regeneración[23] del y adaptación al medio sostenibles.

 

Unas prácticas de producción sostenibles implican una selección de materiales, fuentes de energía y procesos técnicos aprovechados dentro del flujo de renovación del medio a largo plazo. En algunas sociedades anteriores se aplicaron pautas adecuadas en dimensiones clave, y en las postcapitalistas se podrían emplear con mayor cuidado, por el conocimiento disponible –sea por algunas experiencias tradicionales, confirmadas, precisadas o mejoradas por la ciencia y la tecnología-. Un modelo de extracción y producción sobrio en el uso de materiales y energía, que produzca lo suficiente y reparta hasta colmar las necesidades expresadas democráticamente, y no consumos conspicuos ni opulentos[24]. Su adaptación a la capacidad de carga del planeta aboca a contar con otras características en los tipos, objetivos y ritmos de producción y de trabajo, más lentos, compatibles con los ciclos naturales, mejor focalizados hacia los usos susceptibles de satisfacer necesidades prioritarias, acordadas y bien identificadas.

 

El desafío no se limita, por tanto, a escoger las técnicas de producción o de organización del trabajo. Estas son importantes, si bien su definición y dinámica están determinadas por las relaciones sociales, y las pautas y objetivos que establecen. La tecnología y la organización del trabajo son fruto de objetivos, diseños, criterios de manejo y usos[25] que, en las sociedades capitalistas contemporáneas están guiadas por la búsqueda de la rentabilidad, mediados por la competencia, y condicionados por el volumen y dinamismo de los mercados y la estructura de costes (financieros, logísticos, laborales, fiscales, etcétera). Esas pautas están determinadas por un modelo sociopolítico que debe transformarse para adoptar otro metabolismo social, planificando una transición para llegar hacia él. Dada su estructura desigual, el reto de ampliar derechos para las mayorías, que requieren cubrir necesidades insatisfechas hasta la fecha, supondrá un conflicto inevitable por la previsible reacción de unas minorías ante lo que conduce el necesario retroceso de privilegios y malos hábitos de consumo cristalizados, en particular de las clases dominantes y medias-altas de los países del Norte Global.

 

4.   Cambiar y conectar producción y consumo bajo otras relaciones sociales: reflexionando sobre la soberanía alimentaria.

 

Un ejemplo sobre el que pensar cómo aplicar unas relaciones de consumo mejores, vinculadas con la alimentación y todo su cadena de valor, es el de idear y poner en marcha una posible Política Agraria Común, o intercomunitaria si se prefiere, alternativa[26]. Frente al predominante modelo agroexportador intensivo, abrasivo del suelo y esquilmador del agua, y excedentario -al tiempo que se extiende el hambre en grandes zonas del planeta-, habría que construir una dinámica bien diferente.

 

La cadena de valor del sector agroalimentario[27] está dominada por el acaparamiento de sociedades de inversión y un puñado de familias terratenientes, el agronegocio de suministros de insumos (fertilizantes químicos, fitosanitarios, semillas, maquinaria y tecnologías digitales), por un sistema de distribución comercial oligopólico privado, y cadenas de suministro global de larga distancia insostenibles por el alto coste energético del transporte. En toda esa cadena quedan sometidos trabajadores, campesinado y consumidores, aplastados por los bajos salarios, empleos estacionales, condiciones de arrendamiento o venta de suministros que suponen un alto coste. Mientras, los precios al consumidor resultan abusivos, quedándose las ganancias las grandes superficies que a su vez imponen bajos ingresos a los productores.

 

No es un secreto que la fórmula para sortear y superar dicho esquema estriba en interconectar directamente la producción y el consumo –sin olvidar el impulso al cierre de ciclos en la mayor y mejor medida posible-, poniendo en el centro las necesidades, la calidad de la producción y los servicios y usos más demandados de la producción agropecuaria, con una perspectiva universal, democrática y, por qué no, planificada –en tanto que este tipo de demandas suelen ser bastante estables-.

 

Las múltiples iniciativas de cooperativas de consumo, logísticas de distribución de proximidad, cooperativas agrarias, y asociaciones de consumidores, no pueden librar esta batalla sin una colaboración entre todas ellas, con el apoyo decisivo de sus comunidades y los poderes públicos. Resulta precisa la coordinación de estas iniciativas colectivas dispersas, junto con el despliegue de una comunidad que se vuelque en esos nuevos espacios de generación de valor no guiados por la rentabilidad, el extractivismo, la producción intensiva y la exportación a los mercados mundiales en condiciones de agresividad competitiva. Esta red comunitaria de producción y consumo requiere también una infraestructura de cadenas logísticas, de desmercantilización y despatentización de semillas, y, al menos en los suministros esenciales, una distribución comercial final que podrían tener como actor fundamental al sector público, junto una regulación de los objetivos de producción acorde a las condiciones de sostenibilidad medioambiental de cada territorio y de satisfacción de las necesidades de la población.

 

En suma, un modelo de actividad agroecológica sustentable, que garantice el cuidado del territorio, generalizando las condiciones mínimas ambientales con estándares científicos más elevados, garantizando condiciones saludables de los productos, y el aprovisionamiento asegurado y asequible de bienes públicos. Bienes públicos como son también la protección socioambiental del medio rural, el respeto y regeneración de los entornos naturales para hacer posibles espacios vivos de biodiversidad, con el impulso a unas ciudades reverdecidas y reconectadas con el medio rural de su región, y un acceso universal y de calidad a la alimentación garantizada. Este modelo de economía de proximidad comunitaria, funcionaría mejor con un sistema de propiedad público-comunitaria de propiedad, donde la producción de insumos y la logística de provisión fueran públicos –supermercados públicos, servicios a domicilio para personas con dificultades de movilidad-, y la propiedad fuera distribuida en comunidades rurales colaborativas. Asimismo, el debate sobre el comercio se zanjaría, acabando con la polarización librecambismo-proteccionismo, para determinar redes de distribución e intercambio justos entre regiones y comunidades próximas, de manera sucesivamente abiertas a otras más lejanas, pero primando los intercambios de cercanía, desarrollando modelos de intercambio complementario y diversificación suficiente, que garanticen la soberanía alimentaria.

 

Para poder comenzar a construir los primeros ladrillos de un proyecto de esta magnitud, los sujetos organizados han de incluir en sus agendas iniciativas compatibles y orientadas hacia esta actividad. Los sindicatos pueden trabar iniciativas de organización de trabajadores, establecer marcos de solidaridad y creación de comedores colectivos y de servicios comunitarios, construyendo un sindicalismo social que permita sostener en el tiempo protestas o huelgas en la producción o el suministro, aparte de trabar una línea de cooperación con asociaciones de campesinos o cooperativas agropecuarias y de consumidores que pongan en relación trabajo, producción, distribución y consumo, con nuevas relaciones, condiciones y criterios. Se trata de impulsar un modelo de cooperación público-comunitaria en la que los sujetos, en definitiva, protagonicen el cambio, al mismo tiempo que se establecen los marcos de protección contra la financiarización, el acaparamiento, el agrobusiness y el comercio mundial depredadores.

 

5.   Conclusiones.

 

Si de lo que se trata es de construir unas relaciones sociales de producción que se propongan el hallazgo y construcción de prácticas de consumo sostenibles, éstas han de sortear, resistir o desafiar las condiciones estructurales que comportan las formas adquisitivas de una economía rentabilista y productivista de mercado, esto es, sociedades de mercado[28]. Esto plantea interrogarse sobre cómo construir instituciones, espacios y prácticas sociales diferenciados y ajenos a la lógica de la mercancía. Prácticas, con sujetos y relaciones alternativas detrás, en las que medien formas cooperativas de producción, provisión y consumo, sustentadas en el asociacionismo social, productivo y sindical, plasmando iniciativas que pongan en práctica dinámicas logísticas de aprovisionamiento colectivo de proximidad, esquemas de apropiación y distribución compartidas, de intercambio simétrico, de reciprocidad o de redistribución, que alteren la relación entre producción, consumo y uso, poniendo en el centro las necesidades sociales y personales priorizadas democráticamente, e incluir en su ecuación topes biofísicos que los haga sostenibles (Raworth, K., 2017).

Ahora bien, las prácticas sociales alternativas, al igual que con las relaciones comunales tradicionales y la riqueza de lo que fue una naturaleza libre, aun cuando parezcan coyunturalmente exitosas, no son ajenas a la insaciable flexibilidad adaptativa de la mercancía. Si esas prácticas no se universalizan, si es que no desaparecen, y perduran o se extienden, por ser meras prácticas individuales o limitadas a círculos pequeños, corren el riesgo de verse asimiladas, dentro de nuevos y adaptados nichos de mercado, con apariencias, calidades, producto y servicios segmentados por niveles de poder adquisitivo, quedando como meras expresiones de variedades de estilos de vida. Estilos y conductas que pueden presentarse como renovadas, distintivas, ligadas a culturas postmodernas exclusivas, con aspiraciones de reconocimiento, que buscan reintegrarse o diferenciarse. Para que la tentación a conformarse con ello, una y otra vez presente, no sea definitiva, dichas prácticas alternativas requieren portar un proyecto más amplio que el de meras iniciativas voluntaristas, que a lo sumo construyen modas o redes. Yendo más lejos, es preciso establecer un proyecto coherente, colectivo, organizado y sostenido que conduzca a transformar de manera amplia y con otra pauta la cadena de actividad socioeconómica. Solo las prácticas de consumo, organizadas colectivamente, con un proyecto social o político consciente y coordinado, que comprometan y abarquen las formas de extracción, producción y distribución, bajo una práctica social alineada con cambios en las relaciones sociales, podrá, si cuida de ello consciente y organizadamente, adaptarse a los límites y sostenibilidad de la biosfera de manera consecuente.



[1] Este artículo es fruto del trabajo de investigación, relacionada con una estancia de investigación en el departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la UAM, como aportación al proyecto “Preocupación medioambiental y prácticas de consumo: una exploración de los discursos sobre cambio climático y consumo sostenible entre la ciudadanía española” financiado por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, dirigido por Carlos J. Fernández.

[2] Luis Enrique Alonso, Carlos J. Fernández, Rafael Ibáñez «Crisis y nuevos patrones de consumo: discursos sociales acerca del consumo ecológico en el ámbito de las grandes ciudades españolas», Empiria. Nº29, pp. 13-38, 2014

Luis Enrique Alonso, Carlos J. Fernández, Rafael Ibáñez y Concepción Piñeiro «Consumo y estilo de vida sostenibles en el contexto de la crisis económica». Papeles de relaciones ecosociales y cambio ecosocial. Nº113, pp. 139-148, 2011

[3] Luis Enrique Alonso Prácticas económicas y económica de las prácticas. Crítica del postmodernismo liberal. La Catarata, 2009

[4] David Graeber En deuda. Una historia alternativa de la economía. Ariel, Barcelona, 2021

Karl Polanyi, Los límites del mercado. Reflexiones sobre economía, antropología y democracia. Capitán Swing, 2014.

Karl Polanyi La gran transformación. Crítica del liberalismo económico. La Piqueta, 1997.

[5] Luis Enrique Alonso. La era del consumo. Siglo XXI, Madrid, 2005.

[6] Daniel Albarracín et al. «Escenarios en la Transición ecológica: el respeto a la biodiversidad como desafío de las políticas económicas y de empleo». Sociología del Trabajo, 102, 53-64. 2023

[7] Ellen Meiksins Wood El origen del capitalismo. Una mirada de largo plazo. Siglo XXI, Madrid, 2021

[8] Luis Enrique Alonso y Fernando Conde, Historia del consumo en España: Una aproximación a sus orígenes y primer desarrollo. Debate, Madrid, 1994, p.47.

[9] Pierre Bourdieu La distinción. Criterio y bases sociales del gusto. Ed. Taurus, 2012

[10] David Anisi, Creadores de escasez, del bienestar al miedo. Alianza Editorial, Madrid, 1995

[11] Alfonso Ortí, «La estrategia de la oferta en la sociedad neocapitalista de consumo: génesis y praxis de la investigación motivacional de la demanda». Revista Política y Sociedad, nº16, 1994. Ejemplar dedicado a la sociología del consumo.

[12] José Manuel Naredo, La economía en evolución, Siglo XXI, 1996, p.51

[13] Naredo, op.cit.

[14] Georgescu-Roegen, Nicholas La ley de la entropía y el proceso económico. España: Fundación Argentaria, 1996

[15] Kohei Saito El capital en la era del Antropoceno. Una llamada a liberar la imaginación para cambiar el sistema y frenar el cambio climático. Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2022.

[16] Saito, op.cit. p. 144.

[17] Karl Marx «Los resultados futuros de la dominación británica en la India» New-York Daily Tribune, 8 de agosto de 1853.

[18] Saito, op.cit. p. 135.

[19] Naredo, op.cit.

[20] Kate Raworth «A Doughnut for the Anthropocene: humanity's compass in the 21st century». The Lancet Planetary Health. Volume 1, issue 2, 2017

[21] Daniel Albarracín «Mandel, precursor de la democratización ecosocialista y autogestionaria del trabajo con rostro humano», p. 9-35, en Mandel Autogestión, planificación y democracia socialista Editorial Sylone & Viento Sur

[22] Luis Arenas, José Manuel Naredo y Jorge Riechmann Bioeconomía para el siglo XXI. Fuhem Ecosocial, La Catarata, 2022

[23] Merlo, Alex y Barandiaran Xabier «Beyond fatalism: Gaia, entropy, and the autonomy of anthropogenic life of Earth». Ethics in Science and Environmental Politics. Inter-Research Science Publisher, v24, 2024, pp. 61-75

[24] Veblen Teoría de la clase ociosa. Alianza Editorial, Madrid, 1984

[25] Daniel Albarracín «Controversias socioeconómicas sobre la tecnología: ¿Una nueva onda larga expansiva gracias a la revolución digital?» Revista Internacional De Pensamiento Político, 17(1), 435–456, 2022

[26] Jorge Riechmann Cuidar la T(t)ierra. Icaria, Barcelona, 2003.

[27] Marta Soler «La nueva reforma de la política agraria común al servicio del capitalismo verde», pps. 36-43 y Carlos Bueno «Subordinación, crisis y transformación del sector agropecuario para la acumulación capitalista» pps. 30-35. En Revista Viento Sur, nº194, año XXXII, 2024

[28] Ángel de Lucas «Sociedad de consumo o sociedad de mercado: el caso de las comunidades kula». Revista Política y Sociedad nº16, pp. 25-36, 1994.

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