Acaba de presentarse el estudio que varias organizaciones sociales, políticas, sindicales y ecologistas han realizado sobre El Empleo en la Transición Ecosocial.
Incluyo en este post, la introducción, a la que contribuí, entre otras tareas.
Hacia una transición energética justa: la
cuestión del empleo
Dos fenómenos van a cambiar drásticamente el presente y el
futuro del planeta, las especies vivas y la civilización humana tal y como la
entendemos. La crisis energética y el caos climático representan los
principales problemas para la sociedad y la propia vida. Un objetivo previo a todos
los demás, en términos societales y políticos, es abordar un cambio de modo de
vida, de producción, trabajo y consumo, que haga compatible la dignidad de la
vida humana, la sostenibilidad de los ecosistemas y la biodiversidad, mediante
un cambio en el formato de relación del metabolismo naturaleza-sociedad.
Al mismo tiempo, la sociedad capitalista se basa en la relación salarial, mediante la cual las mayorías trabajadoras son explotadas por una minoría privilegiada. El empleo, tanto en su naturaleza social como en su capacidad vehicular de conjugar utilidad social como garantizar los derechos laborales y sociales, ocupa un centro de transformación protagonista en el cambio de modelo productivo y social. Sin duda, no el único, ni tampoco considerado como ha venido siendo definido en la sociedad salarial, lo que entraña también una redefinición social del empleo que deje de consistir en el chantaje biográfico y social de tener que alquilar tiempo, cualificación y energía, esto es, fuerza de trabajo, por un salario, para hacer posible el excedente capitalista.
También se acostumbra, por parte del movimiento sindical, a
veces, a oponer la cuestión del mantenimiento del empleo a las condiciones que
exige el reto ecológico. El primer considerando a afirmar consiste en indicar
que el modelo productivo compatible con el planeta requerirá un porcentaje de
mayor fuerza humana, e incluso también animal, en comparación con la inversión
industrial en sí. Por numerosas razones, pero una de ellas es que la fuerza
viva es un buen vehículo de la conversión de materia a energía, si comparamos
con el despilfarro en términos de energía neta con que contribuyen la mayoría
de sistemas maquínicos. También es necesario señalar que un mundo lleno, con
recursos físicos decrecientes, requerirá de ritmos más lentos, y un uso
optimizado de las materias primas disponibles. Los principios de máxima
rentabilidad y máxima productividad, han de ser sustituidos por el de adecuada
capacidad productiva de satisfacer necesidades con mínima extracción de
materias primas y generación de residuos, y aplicación de la economía circular
hasta donde eso sea posible. Esto implica producir menos, pero mejor, más
adecuadamente a las necesidades y con cero despilfarro.
Además, las amenazas observadas para el empleo por aquellos
reticentes a las condiciones productivas que imponen los límites del planeta,
deben ser respondidas. En primer lugar, algunos empleos tendrán no tanto que
eliminarse, aunque sin duda aquellos con propósito destructivo no podrán ser sostenidos,
como ser sustituidos por otros más necesarios, a veces con función semejante,
pero con tecnologías, materias primas y cualificación muy distinta.
El fin de las energías fósiles, cuya capacidad de generación
de energía neta no tiene parangón, nos conduce a sociedades y economías que no
proveerán tanto, ni lo llevarán tan lejos, y exigirán adecuaciones del aparato
productivo que significarán un acortamiento de los circuitos y las distancia de
transporte, y, especialmente, una mayor composición de trabajo humano y animal
en los procesos productivos, conjuntamente con una tecnología ligera que
combine el conocimiento acumulado, la minimalización del coste ambiental,
disponiendo de bienes y servicios en la justa medida y con la mayor calidad. En
suma, la sociedad sostenible del futuro necesitará mucha mano (y cabeza, con
todo el cuerpo) de obra. Una sociedad feliz necesita más tiempo libre y menos
tiempo de trabajo, y eso es compatible si reducimos los consumos superfluos,
eliminamos la obsolescencia programada, y concebimos el desarrollo humano por
el sentido que producimos en nuestra existencia, la calidad de nuestras
relaciones sociales, las experiencias, el conocimiento y la cultura que podamos
disfrutar. Ahora bien, en una sociedad con los límites físicos que van a venir,
lo que tenemos que hacer es desprendernos de las relaciones sociales que
maximizan el trabajo y la explotación. Solo debemosadmitir los límites de la
naturaleza, nuestra salud y bienestar, que serán quienes debieran guiar las
necesidades de trabajo realmente oportunas y democráticamente expresadas (y no
solo las demandas solventes).
Los fantasmas de la robotización han sido utilizados como
mecanismos de distracción. En primer lugar, el aumento de la composición
orgánica del capital no es algo nuevo, comenzó hace más de dos siglos, con un
propósito de aumentar la competencia y la productividad. A cada ascenso en su
dinámica, le sucedieron cambios importantes en el proceso de trabajo y la
organización del mismo. Pero todos aquellos saltos se vieron acompañados por
grandes procesos de creación de empleo en nuevos sectores, para seguir
explotando la fuerza de trabajo disponible. Los fenómenos del paro, más allá de
su recurrencia cíclica dentro de ciertos niveles, han servido normalmente como
fórmula de presión salarial a la baja para que la fuerza de trabajo aceptase
condiciones desfavorables, y siempre han jugado un papel coyuntural. Sin
embargo, los costes de la robotización, más allá de los muy limitados avances,
en términos de productividad, que se están obteniendo en esta fase declinante
del capitalismo tardío y de la III Revolución Científico-tecnológica, son muy
elevados en términos de empleo de materiales y energía, que, por otra parte,
emplea tecnología ideada fundamentalmente para el aprovechamiento de energías
fósiles o sus derivados. Si en un futuro habrá robotización es muy posible,
pero será para un segmento reducido de la fuerza productiva y para bienes que
aún sean rentables y estandarizados, por un lado, o para una minoría pudiente,
por otro. Sin embargo,la industria del mañana no podrá generalizarlo como hasta
ahora ha sido posible, dados los descensos de disponibilidad de materias primas
y acceso económico a las energías fósiles a los que estamos condenados.
Esos cambios, que pueden venir de manera desordenada, pueden
ser guiados bien por una lógica de mercado rentable, bien por imposiciones
ecofascistas, o por soluciones ecosocialistas y democráticas. En cualquier
caso, los cambios son insoslayables. Nosotros, vamos a idear un curso de
acción, una metodología, y un modelo de propuesta que encaja en el último
esquema.
El futuro para dicha sociedad ecosocialista y democrática
está condicionado por determinaciones físicas muy severas. Necesitamos cambiar
el esquema tecnológico industrial para alterar la conversión de materias primas
en energía neta mediante un esquema más ligero, de menor consumo de materiales
y menor generación de huella ecológica, capaz de satisfacer en condiciones
dignas las necesidades humanas, respetando las condiciones de habitabilidad de
la biosfera.
Este cambio tiene una dimensión estructural y debe ser
concebido para un medio y un largo plazo. Esto equivale a tener que idear la
transición a lo largo de toda la cadena de producción de valor, con actuaciones
transversales y también específicas que atañen a procesos completos. También
supone planear un proyecto que abarcará al menos dos grandes fases de
transición y que, dado lo sobrevenido de los procesos de escasez y caos, habrán
de solaparse, si queremos dar una respuesta en el tiempo que impone la
naturaleza.
En cuanto al cambio estructural, es preciso referirse no sólo
a la cadena de valor en sí, sino a su infraestructura básica y previa. Esto es,
la ubicación de los centros productivos, la ubicación de hábitats humanos, de
formas de organización social y política, y nuevos esquemas de transporte. Este
cambio supone una planificación de largo plazo que puede suponer medio siglo de
cambios, y que han de secuenciarse a lo largo de la I y II transición energética,
dada su envergadura, no exenta de conflictos sociales a todos los niveles.
El cambio en la cadena de valor, entraña transformar todas
sus fases. Desde la extracción de materias primas (cambiando su forma, su
ritmo, su composición); siguiendo por la investigación y concepción industrial
de nuevas infraestructuras y medios de producción; nuevos esquemas de
financiación; de fabricación ligera que minimice el uso de materias y
desarrolle un sistema circular que integre en la naturaleza los residuos; así como
de comercio y provisión de servicios que adapte los bienes a las necesidades de
los diferentes grupos sociales y personas.
Un primer perfil de Transición ecológica, dado el volumen de
población y el grado de desigualdad, deberá ser ambicioso en la generación de
infraestructuras de energías renovables, comparativamente muy inferiores en su
capacidad de generación de energía neta, y cuya localización está muy
descentralizada. Si queremos abastecer lo necesario a toda la población mundial
eso supone admitir por un tiempo acotado crecimientos en ciertos sectores
(sanidad, educación, alimentario...) en muchos países y territorios, e incluso
un empleo medido de energías fósiles necesarias para disponer de un aparato
productivo que empiece a operar con energías renovables, fundamentalmente de
tipo flujo y no stock como las fósiles, para tratar de alcanzar una producción
que si bien habrá de ser mucho menor (las renovables son 20% o 30% de
productivas en comparación con las fósiles) sea suficiente y digna. Ese empleo
de energías fósiles deberá admitirse solo para ese fin o para atender
emergencias: fabricación de infraestructuras de energías renovables (centrales
termosolares, centrales hidroeléctricas, paneles solares, molinos, geotérmicas
y maremotriz, sistemas acumuladores asociados, etc...), y transporte de
urgencia (bomberos, ambulancias, territorios inaccesibles).
Un segundo perfil de Transición energética se habrá de abrir
paso ya con importantes avances en los modelos de transporte (sobre todo,
barco, ferrocarril de cercanías, transporte colectivo, bicicleta y
patinetes...), en las ubicaciones de las grandes poblaciones (más cercanas a
ríos, montañas, zonas ventosas, bosques o mar, esto es, próximas a fuentes de
energías renovables o a territorios agroganaderos sostenibles, zonas rurales y
pequeñas ciudades construidas a lo alto, y conectadas vía tren o barco). Ahora
bien, también habrá de atender a la amortización generalizada de las primeras
infraestructuras grandes de energías renovables, para dar paso a la
generalización de tecnologías ligeras que ya no podrán emplear fuentes fósiles
(molinos de viento e hidráulicos caseros, fuentes solares con materias
recicladas, y sobre todo fuerza de trabajo humana y animal, etc...). Esto
debiera emprenderse tras el fin de la I transición, y planteará el reto de
haberse desarrollado una autorregulación demográfica gradual que reduzca la
población mundial sin violencia, y que permita la recuperación de los
ecosistemas naturales.
Como decimos, los imperativos de los límites y procesos de la
naturaleza, ya no permitan secuenciar un tipo de transición y otro sino que
deben simultanearse y combinarse, con gran énfasis inicial en el primero, e
incrementar el peso del segundo perfil de transición. Los tiempos de la
degradación ambiental, climática y energética se aceleran. Hay que empezar ya,
utilizar todo nuestro empeño, compromiso e inteligencia.
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