Junio de 2018, Jornadas de Economía Crítica, León
RESUMEN
Nos proponemos examinar la política monetaria, y en particular sobre el
lugar del dinero en la economía capitalista, revisitando la teoría marxista del
dinero. La metamorfosis del dinero moderno y los modernos sistemas de pago
entrañan novedades relativas que se plantean de nuevo en un contexto de dominio
monetario del BCE. El propósito de este documento consiste en brindar
elementos ordenados de reflexión para determinar el alcance, oportunidad y
utilidad de que un gobierno pueda poner en circulación una moneda y sistemas de
pago alternativos. El contexto de este debate se ajusta a la situación de un
territorio donde una moneda circula sin que una autoridad monetaria del país
controle los mecanismos de política monetaria sobre la misma, como es el caso
de la moneda única europea. Reflexionamos sobre algunos de los desafíos de un
gobierno que se formase con la aspiración de emancipar a su pueblo, en el campo
de la cuestión de la moneda, en particular, explorando la utilidad, el alcance
y límites de una moneda paralela.
Palabras clave: Teoría del Dinero, Monedas
paralelas, Política Monetaria, Alternativas al euro, Criptomonedas.
Clasificación JEL: JEL: E5 - Política monetaria, bancos centrales, oferta de dinero y crédito
1. Introducción
Nos proponemos dar una vuelta a algunos fundamentos de
economía política sobre un terreno de discusión insuficientemente trazado por
los intelectuales de la izquierda política que no es otro que el campo de
la política monetaria, y en
particular sobre el lugar del dinero en la economía capitalista.
La discusión teórica es pertinente por sus imbricaciones con sus
aplicaciones prácticas en el campo de la política, en un contexto en el que la
cuestión de la moneda se sitúa sobre la mesa como medio decisivo en materia de
dominio y gestión económica, con especial tensión en Europa por la arquitectura
que sostiene su moneda única, por la primacía del Banco Central Europeo, y tras
la experiencia trágica que derrotó al gobierno de Syriza en Grecia en 2015. La
metamorfosis del dinero moderno, tras el abandono del patrón oro, con la
aparición de monedas fiduciarias, sustentadas en la confianza que concita un
Estado, y el dinero crediticio no convertible, y la creación mayoritaria de
dinero por parte de la banca privada mediante el mecanismo de préstamo,
entrañan novedades relativas de las que la izquierda intelectual ha dado escasa
cuenta. Abordarlas supone un reto de comprensión decisivo para poder dar
respuesta a la cuestión de la política monetaria bajo la hipótesis de
formaciones de gobiernos populares.
En este marco de debate, parece importante contribuir con reflexiones que
actualicen la teoría que pueda informar de soluciones ante los retos políticos
de nuestro tiempo. Se trata de dar cuenta de con qué medios y herramientas cabe
dotarse en el apartado de política monetaria y la cuestión del dinero en el
marco de una política económica favorable a las mayorías sociales y el mundo
del trabajo.
A este respecto, los interrogantes que mueven esta reflexión son, en
resumidas cuentas: Ante el dominio monetario que encierra el BCE, ¿es
concebible su reforma y otro diseño para el mismo?. De no serlo, ¿Cabe sin más
con responder con el divorcio del euro e implantar una nueva moneda sin
problematizar su transición, mecanismos de defensa ante represalias, o sin
preguntarse la cuestión de los tiempos políticos y técnicos para una moneda y
política monetaria alternativa?, ¿hasta qué punto es importante y juega un
papel la política monetaria en la política macroeconómica?, ¿cuál es el papel
del Estado y sobre qué dimensiones debe tratar para una política
emancipatoria?, ¿puede hacerse esto al margen de las innovaciones tecnológicas
que se abren paso para la forma del dinero?, ¿cabe hacerlo sin plantearse cómo
diseñarlas para que respondan políticamente a las intereses de las mayorías
productivas?
2.
La
cuestión del dinero y la moneda
2.1.
El
papel de la dimensión monetaria en la economía, según las teorías económicas
alternativas
Cabe
admitir principalmente a las escuelas postkeynesianas y las marxistas en el
espacio progresista. En más de una ocasión las dos escuelas reconocibles en el
campo de la izquierda han originado discusiones bizantinas y malentendidos
notables, por una ausencia de diálogo y
comprensión mutua, en algunas ocasiones y, en otras, por un problema de
perspectiva.
En líneas generales, una
interpretación extendida en la escuela marxista[1](Astarita, 2013; Albarracín, 1994) ha tratado la moneda
como la expresión de las transacciones económicas reales, interpretando que hay
un correlato entre la producción de valor[2], y su equivalente monetario, desde una perspectiva de
largo plazo. Se señalaría, por otra parte, que el valor de la moneda, como
equivalente general, respondería al coste de extracción y producción de la
mercancía que le da soporte, tradicionalmente el oro u otra materia prima que
pudiese hacer las veces. Sin embargo, tras el fin de la convertibilidad entre
el dólar y el patrón oro y la generalización de un sistema fiduciario[3] (Albarracín, 2006), este tipo de interpretación ha
naufragado para dar cuenta de algunos fenómenos monetarios y financieros,
especialmente en la comprensión de algunos que se producen en el corto plazo.
De todo este armamento teórico, sin
embargo y a pesar de la novedad de la transformación fiduciaria del dinero, permanece
la validez de algunas hipótesis. En primer lugar, la relativa correspondencia a
largo plazo entre producción de valor y el valor que expresa el dinero. O,
dicho de otra manera, la moneda o divisa de un país y su valor correlativo a la
fuerza de los fundamentales de la economía y el Estado que tiene detrás. En
segundo lugar, la validez del concepto acuñado como “capital ficticio” cuando
se trata de los fenómenos que expresan la distancia entre ambas dimensiones. El
concepto de capital ficticio, entendido como capital financiero titularizado
del que se espera un flujo de ingresos futuros, refleja, entre otras
previsiones, la tensión que se produce y que conduce a una destrucción, en un
marco temporal incierto, del capital que no se encuentra soportado por bases
materiales que le hagan viable.
Por su parte, la amplísima escuela
postkeynesiana –que poco tiene que ver con la escuela neokeynesiana vinculada a
la síntesis neoclásica- y, más particularmente algunas escuelas como la Teoría
Monetaria Moderna (Kelton, 2009; Mitchell, 1908; Mosler, 2014…), la corriente
ligada a Steve Keen (2011) o la escuela Minskyana han contribuido con algunas
útiles interpretaciones para dar comprensión a algunos fenómenos en buen
término, aunque limitados a fenómenos financieros de medio y corto plazo. Más
en particular, estas teorías han contribuido a comprender no sólo cómo se crea
el dinero en la práctica, sino también a dar una interpretación alternativa a
la valoración del dinero en base al coste de extracción del oro, así como
señalar algunas dinámicas de las crisis financieras.
A este respecto, algunas
contribuciones valiosas muestran el origen del dinero. Por un lado, la Teoría
Monetaria Moderna parte de la asunción de la Escuela cartalista (Escuela
Histórica Alemana) señalando que el dinero equivale básicamente a una promesa
de pago con el respaldo del Estado, y se ampara en la fuerza de este para
cobrar impuestos u otras obligaciones en la moneda que este emite; o en la de
pagar prestaciones o salarios públicos, haciendo extensible y normalizado el
uso de la moneda. También han realizado algunas observaciones sobre la creación
de dinero crédito que realiza la
banca de manera endógena[4] al realizar sus préstamos, a los que se asocia la
apertura de nuevas cuentas corrientes que son, en definitiva, dinero nuevo. Estas
consideraciones no son incompatibles con una concepción de dinero-mercancía,
propias de la interpretación marxista más extendida o, incluso, la neoclásica.
Merece la pena también recordar, por otro lado, la explicación ofrecida por
Minsky (1986). En virtud de la cual, las crisis financieras son de una mayor
magnitud y generan un efecto resaca más fuerte debido a las expectativas
desmedidas que se generan en ciclos económicos positivos donde hay una mayor
propensión a endeudarse dadas las previsiones de rentabilidad que, por el
contrario, desaparecen en el ciclo negativo.
Sin embargo, la escuela postkeynesiana[5] se desliza hacia una suerte de abstracción en tanto que
traslada las razones últimas de las causas principales al espacio del Estado o
al de las finanzas, dándole una importancia subordinada –o incluso denegando- a
la dinámica de las relaciones de producción, y dejando al margen el papel de
los ciclos, al menos los de largo plazo.
2.2.
La
interpretación actualizada para una teoría marxista del dinero
Fred Moseley (2017:127) es uno de los
autores, junto con Costas Lapavitsas, que ha sistematizado y actualizado mejor
la teoría marxista del dinero. El autor aborda el papel del dinero no
mercancía, precisamente para un contexto histórico en el que el dinero es o
bien fiduciario, esto es, está respaldado únicamente por el gobierno al
establecer la política monetaria, y no por oro; o, mayoritariamente, es dinero
crédito no convertible, vale decir, es producto de las operaciones de préstamo
de la banca privada.
Marx advierte, como hará la teoría
cuantitativa, que si el gobierno pone en circulación más moneda los precios se
incrementaran acorde a ello. Si bien, y en esto difiere con la teoría
neoclásica, la expresión monetaria del
tiempo de trabajo (MELT, en sus siglas en inglés) se encontrará mediando
indirectamente en su formación. Para Marx (1975), para el caso del dinero mercancía, como sucedía con el
patrón oro, “el precio de cada mercancía es el producto de la cantidad de horas
de trabajo socialmente requeridas para producirla y la cantidad de valor
dinerario producido por hora”. Según esta interpretación, “el nivel de precios
no está determinado por la cantidad de dinero en circulación (como en la teoría
cuantitativa) sino que la cantidad de dinero oro en circulación está
determinada por la suma de los precios junto con la velocidad del dinero”
(Moseley; 2017:130), ajustándose la cantidad de dinero en circulación a la suma
de los precios, o “necesidades de la circulación”, por el atesoramiento y/o
cambios en la velocidad del dinero[6]. Según esta aproximación, la “expresión monetaria del
tiempo de trabajo” establece una relación entre el valor monetario total
añadido en un periodo dado y el total del trabajo vivo empleado, contemplando
que se produce también una transferencia de valor igual a los precios de los
medios de producción consumidos en dicho periodo (Moseley; 2017: 132).
Para el caso de una economía que no se
rige por el patrón oro puede avanzarse basándose en los estudios de Marx en diferentes fragmentos de
su obra (Moseley; 2017:134), en los que trata sobre el dinero fiduciario no convertible emitido por el gobierno. Moseley
demuestra algebraicamente, desarrollando la teoría de Marx, que para el caso
del dinero fiduciario inconvertible la expresión monetaria del tiempo de
trabajo (MELT) no depende del valor del oro, esto es, del tiempo de trabajo
contenido en una unidad de oro. Así la MELT depende sencillamente del papel
moneda puesto en circulación multiplicado por la velocidad del dinero dividido
por la cantidad de trabajo vivo empleado[7].
Esta situación es extensible, según
Moseley, al caso del dinero crediticio
inconvertible, dinero creado por la banca privada al crear relaciones de
deuda, fenómeno que explica la mayor parte de creación de dinero hoy día, y no
la creación de papel moneda. Para este caso se aplica la misma fórmula. Ahora
bien, si bien en el caso del dinero fiduciario la cantidad de dinero en
circulación (Mp) es parcialmente exógena (la determina el gobierno, o el banco
central), en el caso del dinero crediticio es más complejo, al ser
principalmente endógena. En su determinación influyen “la dinámica de la
acumulación del capital (tasa de crecimiento, fluctuaciones cíclicas, tasa de
interés, etc.) y también varios factores históricos e institucionales (como los
diferentes tipos de sistemas crediticios” (Moseley; 2017:141). Este es un
fenómeno que debe seguir siendo estudiado para completar su comprensión. Aunque
para su medición expost sea posible
dimensionar la cantidad de dinero crediticio en circulación y la cantidad de
tiempo de trabajo socialmente necesario incorporado a una economía concreta; su
cociente determina la cantidad de dinero crediticio que representa una hora de
tiempo de trabajo socialmente necesario, esto, la MELT.
2.3.
Debates
pendientes
Parece razonable atribuir al valor de la moneda una correspondencia relativa a la
creación y transferencia de valor en un periodo económico dado[8]. Sin embargo, esta relación no es en
absoluto ni directa ni simple. Posiblemente, esta relación es más compleja hoy
día por el desarrollo de políticas monetarias en las que intervienen tanto los
bancos centrales, como instancia de política monetaria estatal, haciendo del
dinero un medio de intercambio fiduciario no convertible; así como,
principalmente, por la expansión del dinero crediticio no convertible, fruto de
los préstamos que genera el sistema bancario privado, y que en el periodo
actual desempeñarían un papel enorme en el marco de una economía financiarizada
en la que el fenómeno de la deuda se ha extendido hasta límites desconocidos en
la historia de la humanidad.
Aún queda trabajo
para encontrar una relación precisa en el contexto de inéditas políticas
monetarias ultraexpansivas, implantadas al menos desde los años 90 y
generalizadas y profundizadas en la presente década, y de desregulación del
comportamiento bancario.
Ahora bien, hay
problemáticas señaladas que se han venido apuntado y que han de formar parte de
nuestra preocupación política e intelectual, porque aún no se ha concluido una
teoría que las explique precisamente.
El crecimiento de
capital ficticio, expresado en el peso creciente de los mercados financieros y
los procesos de titularización, permite vaticinar, ante la falta de un sostén
material acorde, una probable destrucción de capital, fruto probablemente de nuevas
crisis financieras. El pronóstico que brindaría la escuela marxista de
destrucción de capital parece consistente, pero el retraso en su
materialización impide afirmar una consecuencia automática. Este mecanismo de
ajuste y recuperación de la tasa de beneficio ha sido sorteada por una política
de regulación de los mercados financieros favorable a la socialización de
deudas y las pérdidas asociadas, para blindar a una minoría, que posterga, no
sabemos hasta cuando, esa destrucción de capital, acentuando las políticas de
explotación del mundo del trabajo y socialización de su coste entre las clases
populares.
Estos fenómenos
también han propiciado una dinámica de acaparamiento de bienes raíces
–acumulación por desposesión-, una privatización de los bienes públicos y
comunes, y, debido posiblemente a la moderación de la tasa de beneficio
efectivo y al estancamiento, una evolución de los precios rampante y cierta
tendencia a la deflación, así como a la inestabilidad de precios en las
materias primas.
Ya hemos visto que la
sobreliquidez causada por esta política monetaria no se ha traducido en un
crecimiento de la inflación, algo explicado por los teóricos que nos advierten
que los precios globales están regulados por la expresión monetaria del tiempo
de trabajo, MELT.
2.4.
Una
reflexión sobre el carácter político de la moneda
Parece
pertinente incluir en nuestro análisis el papel del Estado, del sistema
bancario y financiero, y de su alcance e influencia, mediante la política
monetaria.
El
Estado juega un papel en la política monetaria, y en la UE el BCE deviene el
actor central. El valor de la moneda parece ser mayor o menor en función de la
fuerza económica –los fundamentales- de
la formación sociohistórica en la que se inserta. El Estado y las instituciones
que construye intervienen también desempeñando un papel en la regulación del
sistema bancario y financiero, en última instancia los mayores responsables de
la creación de dinero y de la mayor parte de vehículos de capital ficticio,
posibles por el proceso de titularización.
Así, el
papel de la moneda y su valor está respaldado por el Estado. Asimismo, cada
Estado se apoya en una formación sociohistórica que consolida un desarrollo de
fuerzas productivas e institucionales, condicionado por su lugar en la división
internacional del trabajo a escala internacional. El Estado no puede actuar al
margen de sus circunstancias y los recursos materiales propios de cada país y
de las condiciones del área económica en el que se inserta, sea en su posición
central o periférica. De tal manera, que el valor de la moneda, y por defecto
la divisa, está mediada por el respaldo y regulación política del Estado. Si
bien su margen se eleva sobre la situación y condiciones económicas de dicho
país, en la que juegan un papel los desequilibrios competitivos, superavitarios
o deficitarios, del mismo. De tal modo que, en última instancia, la política
económica ha de encaminarse a modificar las bases productivas (política
sectorial, fiscal, de inversión y de gasto, y regulando el sistema productivo y
de intercambios) y de relación con otros países si de lo que se trata es de
transformar la situación económica del país, tratando de contar con una moneda
(y una política monetaria) ajustada a las necesidades y capacidades de la
economía, mejor que hacerlo al revés.
Ni que
decir tiene que la experiencia de monedas que circulan por más de un país no es
nueva ni única. Y las circunstancias en las que se mueve una moneda –y su
política monetaria consiguiente- no tienen el mismo efecto según la posición
del país en la zona monetaria de la que se trate, siendo sumamente importante
la arquitectura económica sobre la que circula. A este respecto, una zona
monetaria sin unión fiscal ni fórmulas de cooperación fiscal armonizada, ni
presupuesto compensador, ni una política monetaria y financiera regulada
apropiadamente, generará divergencias entre países y regiones, en función de la
capacidad productiva y la posición superavitaria y deficitaria de cada una.
En
suma, el Sistema Euro, construido sobre los pilares de la libre circulación de
capitales y mercancías, el Pacto de Estabilidad, las singulares funciones del
BCE y un presupuesto de tamaño irrisorio y escasamente redistributivo, conducen
a un entorno de generación de disparidades y desigualdades formidable y
recurrente. Sus consecuencias han sido varias. Cuando en su origen se intentó
controlar políticamente a Alemania por parte de Francia, lo que ha sucedido es
que ha mejorado la capacidad exportadora de los países centrales en detrimento
de las periferias. También un mecanismo de transferencia de crisis del centro a
la periferia. Así, se ha establecido, en definitiva, un mecanismo muy propicio
para el aprovechamiento del espacio económico europeo de las economías
superavitarias situadas en el centro de la cadena de valor europea en
detrimento de las dos periferias europeas (Este y Mediterránea).
3.
Discusión
sobre las monedas alternativas.
Nos encontramos ante un revival que discute sobre la utilidad y
el desarrollo de monedas alternativas, especialmente tras la experiencia griega
en sus negociaciones de 2015 con la Troika. Las modalidades de propuesta son
muy distintas, desde las monedas locales hasta una moneda alternativa nacional,
que podría convivir con el Euro. Aunque algunos reputados economistas como
Flassbeck (2015) las desaconsejan por falta de experiencias exitosas, otros
consideran que facilitarían margen de maniobra sea bien para facilitar los
intercambios o sea bien para enfrentar un escenario adverso en el que la
soberanía económica se pudiese ver en entredicho.
Por ejemplo, Martínez Coll (2017)
propone la vinculación de monedas alternativas electrónicas locales al euro[9] en términos de paridad, apelando a la experiencia
boliviana. Cuando se diesen las circunstancias, podría ampliarse a nivel
nacional, empleándose como moneda mediante emisión de deuda, que se compraría
con euros. Esta moneda, por tanto, se apoyaría en una promesa de pago que
serviría de fórmula de financiación barata para los poderes públicos locales o
nacionales.
Creemos que la opción merece ser
explorada, como un instrumento entre otros para una situación de tensión, aunque
siendo conscientes de que no deben exagerarse sus virtudes que, posiblemente,
tenga un papel práctico sólo para determinadas circunstancias.
Conocemos el enorme poder del BCE. Su
maquinaria chantajeó con gran eficacia a Grecia, al dejar de admitir como
colateral su deuda retirando la financiación ELA para su sistema bancario en
los momentos cruciales de toma de decisión.
Disponer de una moneda alternativa y
una autoridad monetaria dispuesta para la generalización de dicha moneda, en un
contexto adverso de expulsión o de situaciones equivalentes (cortocircuito de
la liquidez sostenida), podría suponer una opción ante una previsible colisión
de intereses con la UE en el que las instituciones políticas o monetarias de la
UE desempeñasen un papel agresivo, sea bien para poder negociar mejor o bien
para operar con autonomía.
Una política de desobediencia, que
entrañase cuestionar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y el desarrollo de
una política fiscal alternativa, poner en tela de juicio el pago de la deuda
ilegítima, o el desenvolvimiento de monedas alternativas, podrían desencadenar
una reacción negativa del BCE. Lo cual exigiría disponer de los medios para
enfrentar las posibles represalias[10]. Por ese motivo, nosotros consideramos estratégico cuestionar,
sin fetichismos monetarios, el Sistema Euro (sus tres pilares: Tratados
favorables a la austeridad social, presupuesto irrisorio y política monetaria
favorable al sistema financiero privado). Esto, quizá, podría llevar a
gestionar la expulsión del euro, dado el caso, sin ser un propósito en sí
mismo. De producirse, cuanto más ordenada pueda ser, mejor.
Otra cuestión a considerar es que las
monedas alternativas, a pesar de su paridad nominal con el Euro, al final
podrían ver erosionado su valor. Una cosa es mantener el valor nominal de una
moneda y otra que su valor real responda a esa indicación. La moneda
alternativa tendría un valor real inferior tan bajo como la credibilidad que
tuviesen los poderes públicos para respaldarla económicamente. Al final es muy
probable que la moneda que manejásemos acabase con un valor inferior. De igual
manera durante tiempo habría que asumir que la divisa a la que referenciarse podría
seguir siendo el euro, habida cuenta de que nuestras transacciones mayoritarias
se denominan en dicha moneda. Cualquier moneda alternativa de la que
dispusiésemos, sea local o nacional, finalmente se ajustaría a la capacidad de
nuestra economía. Mantener ese valor por encima nos ahogaría, mantenerla por
debajo nos empobrecería.
A nuestro juicio, la solución técnica
o transitoria de la moneda alternativa no sustituye a una política económica
alternativa. Para ser consecuentes con una política progresista, esta sólo es
posible si se desobedecen los parámetros austeritarios concebidos por los
Tratados y políticas europeas. Sujetarse a dichos Tratados supone, por el
contrario, un corsé que nos atará de pies y manos. Aunque haya márgenes a
niveles nacionales, como demuestra Portugal hoy día para no acentuar el daño
–en unas circunstancias muy excepcionales-, debiéramos admitir que su maniobra
no es suficiente para sacar de la dinámica de subordinación, desigualdad y
empobrecimiento a la que se está sometiendo a las mayorías productivas en las
periferias europeas.
De lo que se trata es de sentar las
bases para construir otro espacio supranacional con un proyecto de convergencia
real, democrático, favorable a las clases populares, solidario, y netamente
internacionalista. Un proyecto que también tiene que construirse desde hoy. Por
supuesto, opuesto a cualquier autoritarismo nacionalista que persiga conservar
los privilegios de unos pocos. Cabe recordar que la Unión Europea se hizo
contra Europa, porque, en definitiva, erigió una institución favorable al
capital y contra sus pueblos. Ignorarlo conduce a la derrota, como en Grecia.
Nosotros queremos una política
emancipadora, lo que supone no obedecer pilares fundamentales de la
arquitectura de la Unión Europea, llevar por tanto una política propia, abierta
a cooperar con otros pueblos. Presentar este reto como un problema técnico o de
voluntad, sin entender su naturaleza conflictiva expresa precisamente la
incomprensión de la maquinaria brutal que supone la Unión Europea, una
arquitectura para concertar las políticas de las élites económicas transnacionales
europeas y que, ante sus recurrentes crisis, nos encontramos ante la
oportunidad para poder cambiarla. Si necesitamos otra moneda, debe hacerse con
una sólida fundamentación económica. Primero, es necesario contar con apoyo y
mecanismos de soberanía popular. Segundo, tras un proceso de convergencia real,
contando con una unión o cooperación fiscal, un mecanismo automático de
redistribución (los países externamente superavitarios habrían de elevar
salarios, los deficitarios recibir nuevas inversiones, por ejemplo). Tercero,
contando con un sistema bancario central y público alternativos. Cuarto,
acuerdos de inversión y comerciales justos consolidados. Esto es, quizá haya
que pensar en la moneda como el tejado para un edificio que antes tiene que ser
bien construido.
Los cambios de la economía moderna y
las formas de dinero, así como el contexto sociopolítico y la crisis económica
capitalista, exigen un replanteamiento de las estrategias y medios para
afrontar los retos en el plano de la política monetaria y el diseño de lo que
entendemos ha de ser el medio de pago, depósito de valor y unidad de cambio.
La agenda de medidas a sugerir está
por armar y consensuar pero cabe anticipar algunas posibilidades a tomar en
cuenta. En primer lugar, la defensa de la soberanía popular –que no tiene por
qué ser equivalente a la soberanía nacional- y el desarrollo emancipado de las
clases trabajadoras plantea enfrentarse al sometimiento del Sistema Euro, vale
decir, la arquitectura de gobernanza económica sobre la que se apoya la moneda
única, que aplica el BCE. Ni que decir tiene que en el horizonte parece
apropiado concebir una autoridad monetaria bajo parámetros de funcionamiento y
objetivos bien diferentes, así como una relación de la política monetaria con
el resto de la política económica que ha de basarse en un cambio radical en el
modelo socioeconómico. Pero en el mientras tanto, los retos pasan por resistir
el dominio del BCE, y eso supone pasar de la crítica a la política de medidas
concretas. El empleo de monedas alternativas, que pueden ser electrónicas[11], puede ayudar a resistir posibles represalias de corte
de liquidez o incluso la propia expulsión del euro ante escenarios de choque
por la implementación de políticas macroeconómicas disociadas a los principios
de los Tratados Europeos y las políticas de la UE (austeridad social,
devaluación fiscal, no redistribución, primacía del sistema financiero
privado). Su puesta en marcha, bajo determinados criterios de regulación,
podría ayudar a atravesar transiciones ordenadas o periodos de desconexión
hostiles, mientras se generaliza una nueva política monetaria o un nuevo marco
(desde lo nacional a lo internacional) donde se extendiese una nueva política
económica.
La moneda alternativa, que puede emplear
sistemas de pago electrónicos en su caso, podría emplearse como mecanismo de
garantía de las transacciones interiores mientras se pone en marcha una
autoridad monetaria pública conectada con una política económica alternativa
favorable a las mayorías sociales y compatible con los límites del planeta. Ese
periodo de transición y esa moneda electrónica debiera reunir varios
requisitos: una primera fase de convivencia con el euro con paridad nominal
revisable con el euro; un diseño de la moneda que identifique a los actores
involucrados en las transacciones, a efectos de control fiscal; una moneda
válida para el pago de impuestos y el pago de salarios y pagos relacionados con
el ámbito público; una moneda vinculada al impulso de una banca pública; un diseño
que regule las transacciones de cara a que minimice el coste energético de las
transacciones.
La moneda alternativa no podría
sustituir a la política responsable de modificar el modelo económico y
productivo. La decisión sobre este marco corresponde al ámbito público, y las
prácticas y sujetos involucrados en la autogestión popular de los bienes
comunes. Tiene que estar relacionada con una política monetaria[12] que estableciese el valor nominal de la moneda acorde a
las capacidades económicas del país (o del ámbito territorial donde se
implantase, si se hace posible su extensión a más de un país). Debemos ser
conscientes de que una política de devaluación permanente formaría parte de un
juego pernicioso que podría o bien empobrecernos o bien desencadenar una
política competitiva de suma cero que perjudicase a terceros, pero que en
algunas circunstancias puede sustituir a la aún peor política de devaluación
fiscal y salarial permanente a la que conduce la arquitectura económica de la
Eurozona.
El papel de esta moneda, mientras se
implanta una nueva política monetaria y económica, sería bien claro: un
mecanismo de protección ante represalias de las instituciones monetarias de la
Eurozona; un vehículo para reducir el poder bancario privado; y un puente de transición
que, al tiempo que podría aminorar el impacto de cortocircuitos de liquidez
inducidos desde afuera, apuntaría a lo que podría ser la construcción de un
espacio de desarrollo endógeno que, lejos de un refugio nacional, sería un
primer paso para la construcción de un área supranacional solidaria.
4. ¿Una
moneda complementaria?.
El propósito de este apartado consiste en brindar
elementos ordenados de reflexión para determinar el alcance, oportunidad y
utilidad de que un gobierno pueda poner en circulación una moneda y sistemas de
pago alternativos.
Esta reflexión se ajusta a la situación de un
territorio donde una moneda circula sin que una autoridad monetaria del país
controle los mecanismos de política monetaria sobre la misma. Está pensada para
el caso de la moneda única europea. Se trata de dar cuenta de los desafíos de
un gobierno que se formase con la aspiración de emancipar a su pueblo, para
avanzar en la soberanía popular, desarrollar una política económica solidaria
-que chocará con la arquitectura económica de la UE- en clara referencia a las
clases trabajadoras, y que quiera adoptar una perspectiva internacionalista.
El control de la circulación de una moneda en un
país, sea extranjera o supranacional, supone una herramienta de determinación
financiera y económica de gran alcance, puesto que presupone el control de la
política monetaria, definiendo la emisión de la moneda, la provisión de crédito
desde el Banco Central, la operativa de compra venta de bonos en los mercados,
y la aplicación de tipos de interés o formación de los tipos de cambio. Esa
influencia determina una gran parte de las condiciones macroeconómicas del
país, las condiciones de liquidez, y la capacidad de financiación. A este
respecto, el BCE cuenta con un poder enorme sobre los países de la eurozona y
sobre los que circula el Euro. Esta experiencia ni es la primera ni será la última.
Así sucede con el Dólar estadounidense, la Libra esterlina, el Rublo o el
Franco Suizo en países que no emiten moneda propia sino que se sujetan y toman
estas divisas como moneda de curso legal en su país.
En otros documentos anteriores fundamentamos cuestiones
del papel del dinero y su valor (Albarracín
y Garí, 2017), y algunas implicaciones en materia monetaria
(Albarracín, 2018). Aquí nos ceñimos a una cuestión más delimitada. En este
contexto de ausencia de soberanía monetaria, y políticas e instituciones que
producen un deterioro comparativo para los territorios subalternos
-deficitarios-, y en el contexto de nuevas formas de dinero y sistemas de pago,
por el desarrollo de la tecnología, ¿en qué condiciones y hasta qué punto
merece la pena considerar la circulación de monedas complementarias?.
Para responder a esta pregunta nos encontramos con
varias perspectivas y horizontes. La primera tan sólo se preocupa de los
objetivos de facilitar liquidez y transacciones en mercados de segundo orden,
normalmente a escala local para actividades de proximidad. Las experiencias de
este tipo han tenido resultados desiguales, en no pocas veces relativamente
funcionales, si bien en general de corto alcance y en otras ocasiones sin
conseguir aceptación. La segunda, la que trata de explorar la posibilidad de
emplear monedas complementarias tanto como una fórmula de desarrollo endógeno,
como de recuperación de soberanía o, incluso, como mecanismo monetario
preventivo o alternativo en caso de restricción monetaria o crediticia externa.
4.1.
Los costes de una moneda supranacional como el Euro.
En las sociedades avanzadas, las autoridades
públicas se dotan de los medios para que su economía funcione, garantizando la
confianza y liquidez en las transacciones. Si la moneda en circulación está
controlada exteriormente se pierde soberanía monetaria. Si no se cuenta con un
marco democrático y político internacional apropiado y solidario, con una
arquitectura económica y políticas que establezcan mecanismos de compensación y
convergencia, como ha sucedido, de seguro causará problemas socioeconómicos serios
que conducirán a tensión añadida a las propias del desarrollo de ciclos y
crisis capitalistas.
Las monedas únicas aplicadas en espacios con bases
económicas desiguales, sin mecanismos
como sería un presupuesto común, unión fiscal, regímenes progresivos,
redistribución de recursos, transferencia de recursos e inversiones
compensadoras, políticas industriales complementarias y acuerdos comerciales
justos, profundizan la divergencia entre los sujetos y territorios que los
componen. Esto es lo que ha sucedido y sucede entre el centro y las dos
periferias europeas (Sur y Este). Países con niveles de productividad
diferente, fruto de su posicionamiento jerarquizado en la división
internacional del trabajo, en el marco de una moneda única y con políticas
orientadas a la austeridad, con un BCE que favorece el crédito a la banca
privada, sin poder prestar al sector público, y que se ha centrado en el
control de la inflación, sólo puede conducir a una divergencia de desarrollo
entre países superavitarios y deficitarios. Además, causa un deterioro
macroeconómico y una presión permanente en el margen de política económica de
los países periféricos.
El Banco Central que maneja la moneda, en este caso
el BCE con el Euro, está dotado de enormes poderes, por sus capacidades en la
determinación del tipo de interés, tipo de cambio, préstamo y compra de activos
a sectores selectivos de la sociedad -sistema bancario, grandes empresas
privadas-, y mediante la regulación de los movimientos de capitales y la
supervisión del sector bancario.
Los elementos positivos de una moneda única, por sus
facilidades de intercambio en un territorio más vasto, refuerzo de su condición
de divisa de reserva internacional, son insuficientes comparados con los
efectos desiguales de su aplicación, con especial perjuicio en los países en
posición auxiliar en la cadena de valor o por su papel en las ramas que cuentan
con menor valor añadido.
Los costes para un país, perjudicado por una
política monetaria y arquitectura económica así, son altos: déficits externos
permanentes en los países periféricos, dependencia de los países centrales, y
falta de maniobra en la política económica, tipos de interés reales comparados
diferentes -en base a la inflación desigual- que den pie a afluencias excesiva
de capitales -en caso de resultar tipos de interés reales bajos- generando
burbujas-, posición de comercio internacional desventajosa por sobrevaluación
de la moneda para dar salida a sus productos, etc...
Asimismo, una economía nacional en la que circulen
euros, pero no se encuentre con mecanismos monetarios propios, esté dentro o
esté fuera de la UE (casos como Andorra, San Marino, Kosovo, etc...) se
encuentra, sin contar con los requisitos para la entrada exigidos por la UE
-comparables o más duros si cabe que los criterios del Tratado de Maastricht-,
con la exigencia de la consecución de un superávit externo anual. Sólo de este
modo podría disponerse de la liquidez suficiente para la economía.
La única ventaja es para las empresas que exportan
–en general en condiciones dependientes y auxiliares-, o para las que operan a
escala transnacional para acceder a mercados para sus negocios. Para las
empresas interiores no hay beneficios. Y, lo que es más importante, ese marco
ocasiona presiones permanentes a la devaluación salarial y fiscal, que dañan
las condiciones de vida y trabajo de la mayoría.
4.2.
Los costes de la desvinculación de la Moneda única.
De cara a determinar los costes de la desvinculación
de una moneda podrían señalarse los siguientes:
a)
Problemas de liquidez y crédito mientras se sustituye la moneda externa. De aquí
que pueda ser un medio a valorar prever y anticipar una moneda complementaria o
paralela, que pudiera ser utilizable como moneda sustitutoria si se dan las
circunstancias.
b)
Costes de puesta en pie de una autoridad de emisión
monetaria (pública,
bancaria, distribuida...). El tiempo, los medios y los recursos son elementos a
determinar así como el momento de su puesta en marcha. Esto es, los costes de
diseño, preparación y emisión para obtener una moneda de ampliamente aceptada a
nivel nacional y valorada a nivel internacional. La nueva autoridad monetaria
deberá prever qué forma adoptará -monedas, papel físico, cuentas bancarias,
tarjetas electrónicas o monedas virtuales-, la logística de distribución, los
sistemas de control, y qué respaldará[13]
la moneda.
c)
La previsible devaluación de la moneda en las economías periféricas que asumiesen esta
opción (con efectos beneficiosos para el sector exportador, minoritario, y de
empobrecimiento para la economía interior, entre otras cosas por el
encarecimiento de bienes importados, donde las materias primas, como la
energía, pueden jugar un papel reseñable), que, siendo una medida indeseable a
largo plazo -más aún si se replica en otros países, en un juego de suma cero-,
puede ser imprescindible en un primer periodo para compensar algunos
desequilibrios acumulados por la antigua pertenencia a la zona monetaria
anterior. El impacto podría ser compensado con medidas fiscales y regulaciones
para tratar de proteger de dicho coste a la clase trabajadora (reflejadas en
políticas de revisión del pago de la deuda, aumento de impuestos a beneficios y
patrimonio, reducir el IVA de bienes primarios, etc…).
d)
El coste de falta de reconocimiento nacional o
internacional, por una
posible aversión de la población y otros agentes económicos de la moneda
alternativa. Una economía en crisis o de dimensiones pequeñas, unas políticas
económicas equivocadas, en un contexto de acoso internacional, puede conducir
al fracaso de la moneda, porque se prefiera la divisa internacional, pero en
principio una economía occidental sólo sufrirá esta situación de manera
transitoria. Este problema debiera solucionarse estableciendo inicialmente la
paridad entre ambas, e incluso algunos pequeños incentivos fiscales para
realizar los pagos de impuestos en la nueva moneda. Tras un periodo de
cortocircuitos comerciales, o inclusive por un encarecimiento debido a que se
sufran aranceles a las exportaciones, este impacto podría absorberse.
Estos costes son de difícil determinación en su
alcance. Han sido minusvalorados por unos y exagerados por otros. Pueden producirse situaciones de desorden y
perplejidad social ante la carestía de liquidez, con situaciones de
restricciones temporales, que, sin un plan previsor alternativo pueden generar
un fuerte descontento y protesta social contra el propio gobierno, si no se ha
producido una explicación convincente de manera previa. Las estimaciones de un
impacto por devaluación señalan un deterioro entre el 5% y el 15%, aunque hay otras
valoraciones. Su proporción depende de cada país y su relación comparada con el
resto. Además sus efectos no se distribuirían por igual, en la sociedad –afecta
más al sector importador-, y depende de las políticas que se apliquen para
cargar el esfuerzo en una u otra parte de la sociedad (y a este respecto, se
trata de proteger al mundo del trabajo).
Cabe idear medidas de protección en dicho periodo.
Una reforma fiscal sobre los beneficios, la fortuna o las exportaciones,
políticas de sustitución de importaciones, una política de protección de los
salarios, que carguen a los capitalistas de las adversidades económicas. Son
medidas ex post que, posiblemente tengan un efecto no inmediato, pero que
resultan imprescindibles para impedir que las clases populares lo sufran. A
este respecto, en la renta nacional casi la mitad se destina a masa de
beneficios, y no se cuenta con impuestos sobre el patrimonio o las
transacciones financieras internacionales, que son parte de la riqueza de un
país que deben tomarse en cuenta para no perjudicar a la mayoría.
En suma, comparando la permanencia con la
desvinculación, puede decirse que los efectos perjudiciales de la permanencia
son más estructurales y duraderos, pero con repercusión más gradual, y los de
la desvinculación serían más intensas a
corto plazo. Pero esta segunda opción posibilitaría abrir nuevos caminos de
relación internacional, establecer políticas de desarrollo endógeno, dar margen
para políticas económicas progresistas. Sea como fuere, conviene dejar presente
que el periodo de conflicto o transición es sumamente importante. Una salida
desordenada sería de todo punto inconveniente. Una salida unilateral sin
preparación sería muy perjudicial. Lo que resulta prioritario es la puesta en
marcha de un paquete global que no siga con los requisitos de los Tratados en
materia de austeridad. Y junto a ese programa, una moneda complementaria puede
tener ciertas virtudes, engrasar los intercambios interiores, o mitigar algunas
represalias exteriores, dando pie a un marco de preparación si se produce una
situación insostenible o una solución unilateral por parte de la UE respecto a
la provisión de liquidez y de euros a nuestra economía.
4.3.
Posibles ventajas de una moneda paralela.
La ventaja política de una moneda alternativa, aun
cuando simplemente sea complementaria, es que permite, sin necesidad de
desprenderse de la moneda internacional, dar respuesta a varias cosas. Al
tiempo que se facilita que afloren ciertas actividades secundarias, que de otro
modo no se producirían con mucha extensión o se harían de manera informal,
también se daría mayor margen de maniobra a los poderes públicos para hacer
frente a pagos.
Podría ser una medida ex-ante, en relación a
posibles conflictos políticos causadas por represalias de la UE por
discrepancias por la política económica adoptada, y podría amortiguar
circunstancias adversas y proporcionar medios ante una posible represalia
crediticia o monetaria del BCE. Por ejemplo, represalias por el despliegue de
políticas que no encajan en los Tratados Europeos o el Pacto de Estabilidad y
Crecimiento, y que diesen pie a retiradas de la liquidez o mecanismos de
expulsión o salida. En tal caso, permitiría dotarse de un medio que garantice
las transacciones interiores, evitando o aliviando cualquier proceso de
transición desordenado. Ofrecería un medio de soberanía monetaria que, si bien
puede pensarse inicialmente como moneda complementaria, puede sustituir al Euro
más fácilmente en caso de no disponer facilidades para su acceso.
Una moneda complementaria inicialmente se utilizaría[14]
para el pago de los empleados públicos y los servicios relaciones con el sector
público, y aceptaría el pago de impuestos en dicha moneda. Para evitar un
rechazo a la moneda esta debiera tener, en un primer periodo al menos, paridad
con la moneda dominante. Los dispositivos técnicos y humanos para su puesta en
marcha podrían estar en condiciones, una vez que ya funcionase la moneda
complementaria, de ampliar su circulación, para sustituir a la anterior y
erigirse en la principal, en caso de una eventualidad como la que hemos
señalado. Esto daría tiempo, para prepararse ante dichas circunstancias, y en
el actual contexto político y económico, podría ser una medida menos
problemática, y no impediría centrarse en las prioridades: cuestionar el peso y
condiciones de la deuda, la regulación e intervención del sistema bancario, una
reforma fiscal progresiva, un impulso a una política de inversión
socioecológica de reconversión del modelo productivo y una reforma de las relaciones
laborales que reduzca el tiempo de trabajo, empodere a los y las trabajadoras
en el ámbito productivo y dote de garantías y estabilidad al empleo.
4.4.
Alcance de las monedas paralelas en un proceso de
sustitución monetaria.
Partamos de que hay que tener presente que el
Tratado de Lisboa en su artículo 128 establece que el BCE tiene la autoridad
exclusiva para autorizar la emisión del euro, como moneda de curso legal en la
Unión, salvo que hubiese un cambio político que no cabe augurar. Sólo cabe pensar
en un sistema de pago en una moneda paralela en tanto que se considere como
dinero privado sin perjuicio de la moneda oficial. No obstante, tanto una
moneda complementaria como otra sustitutoria podrían ser consideradas como una
iniciativa que desafiaría los Tratados de la Unión Europea, y el tipo de
reacción y su rapidez depende de la interpretación y celeridad política de las
instituciones en la adopción de decisiones. De igual modo, el sistema de pago y
moneda paralela a escoger deberían tomarse por sus pros y contras (rapidez y
coste de implementación, control del fraude, etc...)[15].
Aunque las experiencias son diversas, a escala local
o nacional, hay que ser conscientes que la puesta en circulación de una nueva
moneda no resuelve numerosas cuestiones de economía política. El euro tiene
efectos perniciosos porque el marco en que se estableció no contó con un
proceso de convergencia real previo, porque no se previeron mecanismos de
compensación entre economías, porque el BCE tiene una orientación predefinida a
favor del ámbito privado y sobre todo de la gran banca, y hay un marco de
políticas que se basan en el ajuste estructural. De igual manera, una moneda
alternativa, complementaria, o sustitutoria, no resolverá todos los aspectos
que sustentan la macroeconomía de un área determinada. Así que, sin duda, otras
medidas deberán formar parte del paquete de políticas en las dimensiones
fiscales, de gasto e inversión, de diseño del banco central y de la política
monetaria. De su combinación y acierto dependerán muchas de las consecuencias
socioeconómicas y políticas que se deriven.
De manera no exhaustiva, las condiciones y políticas
apropiadas son aquellas en las que se establezcan mecanismos de transferencia
interterritorial (donde se eleven los salarios, por ejemplo, en las zonas
superavitarias, y se aumente la inversión en las deficitarias), de
redistribución social, de procesos de desarrollo que articulen pueblos y
territorios con una división complementaria de la producción, y en el que se
favorezcan una política de tipos de interés (graduados por actividad, línea de
producto y servicios) y de emisión monetaria que permita garantizar la liquidez
del sistema y la fiabilidad de sus transacciones. De todos modos puede haber
obstáculos que desbaraten una adecuada implantación, como podrían constituir
algunas medidas internacionales de bloqueo económico que generen
hiperinflación, o un rechazo popular a la nueva moneda.
Como toda moneda, las condiciones macroeconómicas en
las que se implanta, el marco político también, resultan decisivas, y de
formularse equivocadamente puede dar lugar a un fracaso en su funcionamiento.
La moneda alternativa, en nuestra opinión, que
concebimos aquí, únicamente desempeña un papel de transición y amortiguación,
de ensanchamiento del margen de maniobra, en un contexto adverso de ruptura con
una zona monetaria anterior. Un contexto que, por varios motivos, deben
emprender otros. Las razones son las siguientes:
- Una salida de la moneda única sin preparación de los medios y políticas apropiadas podría ser adversa. Podría ocasionar episodios de desorden en los que no conviene caer.
- Aplicar una política económica alternativa (desobediente de los tratados), y de abrir nuevas relaciones cooperativas con otros países, lleva tiempo hasta que tenga efectos. Las reacciones no se harán esperar, desde el corte de liquidez, la interrupción de programas europeas, hasta la propia expulsión de la Eurozona. Pero ese tiempo precioso, aun cuando sea breve, puede ser fundamental para disponer de una autoridad monetaria preparada, primero para disponer de una moneda complementaria, con varios propósitos que ya se han mencionado, pero potencialmente hábil para hacerla sustitutoria, dado el caso. Y debemos tomar en cuenta que la reacción del BCE puede ser muy rápida, aunque puede depender de decisiones políticas que ralenticen su ejecución.
- Buscar el contexto donde se hayan intentado fraguar coaliciones facilitaría las cosas, sea bien para una negociación (ya sin atarse a los procedimientos de la UE ni a sus Tratados) de las relaciones, sea bien para construir otra área supranacional
4.5.
Nuevas formas de dinero, formas de pago y avances
tecnológicos. ¿Tendencia natural y neutral?.
La aparición de nuevos diseños tecnológicos para el
dinero y la realización de pagos entrañan una novedad de facilidad en las
transacciones. Aunque las nuevas formas de dinero no tienen una emisión tan
fácil como el dinero-papel y la moneda clásica, permiten opciones de rastreo de
las operaciones, bajo ciertos formatos, mucho mayores. Algunas fórmulas
modernas de dinero, por ejemplo las cuentas bancarias vía internet, las
tarjetas electrónicas -por ejemplo, de prepago, de transporte y usos múltiples,
etc...- o las monedas virtuales encriptadas recurren a un sistema de software
seguro, equipos de mantenimiento que verifican las transacciones, y vehículos
que den curso al dinero (móvil, ordenador, tarjeta electrónica, etc...). Estos
formatos se diferencian en algunos casos del crédito-dinero (que genera la
banca al prestar) en que, o bien son un crédito del consumidor al emisor
(tarjeta electrónica, de uso muy eficaz en las transacciones de pequeña
escala), o representan monedas virtuales canjeables por dinero oficial que
amplían la masa monetaria y ofrecen nuevos vehículos de pago -en general, muy
útiles para transacciones de gran volumen-.
Este tipo de monedas (Lapavitsas, 2013) no han
sustituido a las monedas y billetes clásicos, e incluso la circulación de estos
últimos ha aumentado, precisamente por su complemento y respaldo a las transacciones
realizadas en monedas virtuales. Pero puede apuntarse a que una combinación de
moneda clásica y virtual marca la tendencia del futuro.
Estas monedas virtuales acarrean, sin embargo,
costes adicionales: de emisión[16],
energético, de medios técnicos y humanos para su funcionamiento -por el
procesamiento de las transacciones, el mantenimiento de sistemas seguros de
encriptación, y de consecución de espacios computacionales para hacer posibles
operaciones verificables a gran escala-. Hay diferentes modelos, los más
complejos y seguros suelen suponer mayor coste (el bitcoin puede causar anualmente un gasto energético equivalente al
consumo energético de Marruecos) o lentitud de procesamiento, pero existen
fórmulas más ligeras y menos costosas al alcance.
La identificación de las transacciones y agentes
involucrados -a efectos de control fiscal y del lavado de dinero-, técnicamente
posible si así se diseña, está siendo uno de los atractivos para que la banca
tradicional y varios gobiernos y bancos centrales[17]
(Popper, N.; 2016) traten de tomar la tecnología de encriptación y blockchain para la emisión de moneda
futura. Los sueños de que esta tecnología pueda brindar oportunidades a un
dinero descentralizado quedan en entredicho.
Conviene, no obstante, desfechitizar la cuestión de
la moneda, y reconocer el alcance de una política alternativa a este respecto.
La relación del dinero y política monetaria y el valor del dinero, está
vinculado por la fortaleza de la economía y la credibilidad y soporte material
del agente que la emita (Albarracín, D.; 2018). La confianza en una moneda
dependerá del sector público y la economía que tienen detrás, y estas a su vez
de la situación en la división internacional del trabajo, la base de riqueza y
de producción del territorio y las políticas económicas que se lleven a cabo.
Al igual que las causas de la implantación del Euro responde a la arquitectura
y políticas sobre las que se soporta, el papel de una moneda alternativa, que
permitiría amortiguar una situación de renuncia, expulsión o retirada de la
moneda dominada por el exterior, no resolverá por sí misma los retos
macroeconómicos nuevos.
En suma, las ventajas técnicas de los nuevos
formatos de dinero y sistemas de pago (dinero electrónico, criptomonedas,
etc...) son de naturaleza instrumental y su diseño político (identificación de
los que transaccionan, respaldo público de la moneda, vehículos de curso legal,
aceptación social) puede constituir el elemento diferencial. La agilidad de su
puesta en marcha en el contexto de territorios y poblaciones donde la mayoría
ya cuenta con teléfonos móviles, u otros medios digitales, no acabará con las
formas de dinero clásico, con las que convivirá, sean papel-dinero, monedas
físicas o dinero crédito (si bien este último vehículo, dada su importancia,
requeriría de una regulación específica para limitar y orientar la capacidad de
la banca privada en la creación de dinero bancario).
De la misma manera, las nuevas soluciones
tecnológicas no deben idealizarse. En realidad una política monetaria
alternativa puede seguir realizándose en términos clásicos. Ahora bien, el
nuevo contexto exige dar respuesta a la cuestión de las monedas virtuales como
nuevos formatos que se han abierto camino, algunos de manera sobradamente
consolidada y que deben regularse en todo caso, y que tienen potenciales e
implicaciones cualitativas, cuyo uso puede ser empleado a beneficios de unos
pocos o de la mayoría.
Mientras estamos dirimiendo esto, para un debate
todavía minoritario, los grandes poderes de la gran banca internacional y los
bancos centrales, ya están haciendo ese debate por nosotros. De lo que se trata
es de democratizar ese debate y las decisiones que se adopten, y reparar en los
objetivos que se están abordando.
4.6.
El agente emisor, la durabilidad de la moneda.
Un tema no menor es el que refiere al papel del
emisor. A día de hoy los principales creadores de dinero son los bancos
privados, a través de los préstamos y cuentas bancarias que se abren con ellos.
Los bancos centrales desempeñan un papel con la política monetaria o la compra
de activos, pero sólo comportan una fracción menor del 10% de la circulación
del dinero. Entre tanto, aunque aún tiene un peso marginal, surgen monedas
electrónicas que generan, con criterios muy diferentes, dinero nuevo, cuya
emisión está programada y su control de transacciones es distribuido, por
ejemplo a través de la tecnología blockchain.
Ni que decir tiene que desde una óptica progresista
urge una regulación del sistema financiero que formule los límites social y
económicamente razonables del sistema bancario privado, en capítulos como son
los fondos de garantía de depósitos, el nivel de capitalización bancaria o
coeficientes de reserva, así como de los productos y servicios y sus tipos de
interés y comisiones. Pero sobre todo resulta sumamente importante regular la
capacidad de creación de dinero que tienen a través del préstamo bancario. De
otro modo, su funcionamiento estará estrictamente reglado por la rentabilidad
particular, la operativa con capitalización mínima, y la lógica de maximización
de distribución de dividendos al accionista, que poco tienen que ver con los
intereses generales, y ocasionan no pocos riesgos.
Un banco central público desempeña un papel de
autoridad central para la política monetaria. Una autoridad así es muy
poderosa. Si no hay control social y democrático y son agentes con intereses
particulares –tecnócratas, lobbies, gobiernos a su servicio, etc…- los que
determinan su orientación de política monetaria la población, salvo los grupos
privilegiados -hoy por hoy el sector bancario e industrial privado- se verá
perjudicada.
Las criptomonedas
ofrecen teóricamente la opción de acabar con el monopolio de la intermediación
bancaria en las transacciones y vehículos financieros. El sistema distribuido
de creación de moneda puede erosionar el papel de la banca privada tradicional.
Por eso, y por razones de gestión y operativa, la banca privada está interesada
en copar estos formatos de moneda virtual. Como hemos visto, Banco Central de países
importantes también se mueven para controlar el instrumento, incluso como arma
geoestratégica (China, Reino Unido, China, Venezuela…)[18].
También el capital financiero transnacional quisiera impulsar la FedCoin, con
la casa Rothschild detrás (Dierckxsens y Formento; 2018), aunque tendría la
objeción de Trump. La lógica de distribución, o automática, de su control en
varias fases (emisión, seguridad, verificación de transacciones, minado,
etc...) puede representar una auténtica ilusión.
Otra dimensión a
tratar en la configuración de una moneda futura sería su posible durabilidad.
El que las monedas emitidas tengan una caducidad delimitada, aun cuando puedan
ser renovables los periodos para aumentar su durabilidad, tiene sólo
desventajas para los que quieren acumular dinero en forma de ahorro
improductivo, en general de clases económicas privilegiadas. La durabilidad
limitada incentivaría el consumo y la inversión. El problema es que la moneda
sufriría un deterioro en su valor de divisa, pero dicho aspecto podría
compensarse porque aceleraría las inversiones una vez alguien decida operar en
el territorio donde esta moneda circulase.
A este respecto, una medida interesante contra el
dinero negro consistiría también en eliminar los billetes de 500 euros,
generalmente acumulados en transacciones caras, como la compra-venta de
inmuebles.
4.7.
Qué tipo de moneda sería preferible.
Las características de una moneda alternativa, en
primera instancia, pero que puede ser revisable en función del contexto
macroeconómico y político, podrían ser los siguientes:
·
En
una primera fase la moneda sería complementaria.
·
Invitaría
a las monedas locales a establecer una relación con dicha moneda, con el objeto
de unificar el sistema monetario complementario, y amplificar su aceptabilidad
y repercusión.
·
Esa
moneda alternativa tendría paridad, en principio, con la moneda principal.
·
Estaría
respaldada por los impuestos futuros. El pago de impuestos en dicha moneda
sería la vía preferente y tendría un descuento fiscal de un 1-5%, para
propiciar su uso a escala general. Su alcance habría de ser estudiado para
evitar descapitalizar al erario público pero también para estimular las
transacciones en dicha moneda.
·
Tendría
varias vías de circulación y sistemas de pago: tarjetas electrónicas para
transacciones menores, complementadas por monedas y papel, y moneda digital
virtual que identifique las transacciones y agentes para volúmenes medios y
altos (a partir de 300 euros).
·
Su
curso será obligado, inicialmente, en las transacciones con el sector público y
voluntario en el sector intra-privado.
·
Sería
una moneda alternativa con fecha de caducidad a partir de su emisión, por
ejemplo, a los cinco años, pero puede estudiarse un periodo inferior, en
cualquier caso de carácter renovable
·
Se
prepararía un organismo de autoridad monetaria capacitado para la emisión de
dicha moneda alternativa en caso de que deviniese en sustitutoria.
·
La
moneda alternativa, si domina el espacio electrónico, puede ser diseñada para
acabar con el monopolio de la intermediación bancaria privada, abriendo la
oportunidad a que la banca pública futura funcionara con primacía respecto a la
banca privada, conviviendo con la banca cooperativa regional o la banca ética.
·
Para
evitar un sobrepeso de poder de las entidades dedicadas al funcionamiento
monetario, cabría crear una banca central encargada de la emisión regulada y la
política monetaria, bajo control social y democrático.
9. Conclusión
La consideración de monedas paralelas resulta
interesante por varias razones. Primero porque sirve de medio que previene ante
limitaciones de liquidez ante un contexto de represalias del BCE. También
porque permite aflorar actividades que de otro modo no funcionarían de manera
extendida. Resulta interesante porque permite incluir, si se concibe bien su
diseño, elementos tecnológicos novedosos que ofrecerían agilidad al sistema
monetario.
Sin embargo, su utilidad y alcance se ata a ciertos
contextos y procesos de transición. Posteriormente, el desarrollo económico y social
dependerá del conjunto de las políticas y arquitectura socioeconómica e
institucional en la que la moneda se inserte.
Por lo tanto, no cabe idealizar su uso que, sin duda, puede contar
también con circunstancias adversas que la pueden hacer fracasar, dependiendo
de las luchas políticas y las condiciones socioeconómicas su viabilidad y
condiciones de éxito social y político. A este respecto, el juego de los
tiempos puede resultar decisivo. Esta medida puede comprenderse como no acorde
a los Tratados y puede haber reacciones, que pueden ser rápidas. Así que los
tiempos de implementación, como gestión de una prevención o de una transición,
son decisivos, y pueden durar entre meses y semanas, de tal manera que una vez
que se adoptase esta decisión sería fundamental el modo en que se formulase y
comunicase, y tener de antemano toda la operativa preparada para aplicarla de
inmediato, para impedir un escenario desordenado.
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[1] Si bien no todas las
corrientes marxistas han aceptado sin más este precepto. Sergi Cutillas (2017)
observa, por ejemplo, que Marx en los debates entre la Currency School (los monetaristas del s. XIX influidos por Ricardo)
y la Banking School, que decían que
eran los precios los que determinaban la demanda y no al revés, se sitúo muy
claramente con estos últimos, en una perspectiva anti-cuantitativa. A este
respecto, cabe recordar que diferentes aproximaciones marxistas ya han
reconocido que el dinero fiduciario o “fiat”
ya no tiene anclaje en la mercancía que le soporta, sino en las instituciones
estatales (impuestos, capacidad coercitiva, poder imperial, etc…).A este
respecto, dedicamos un apartado de contribuciones fundamentales de Fred Moseley
(2017) en el que se aborda también el dinero crediticio inconvertible siguiendo
la teoría marxista del dinero.
[2] Más precisamente creación
más transferencia de valor (Moseley, 2017) para un periodo concreto.
[3] “El sistema monetario es
fiduciario. Nos cambian un euro por nada si vamos a los bancos centrales.
Antaño el oro respaldaba el dinero. Luego fue el dólar, hasta que Nixon negó la
convertibilidad. Ahora es la fe. Se basa, por tanto, en la confianza conferida
al Estado y el sistema financiero” (Albarracín, 2006)
[4] “El sistema monetario
moderno incluye la emisión de múltiples variedades de bonos –siguiendo el
fenómeno creciente de titularización-, con grados de liquidez diferenciados.
También son dinero en sí mismo las cuentas bancarias creadas en un espacio
virtual informático producto de la apertura de alguna operación de empréstito,
donde merced a un apunte contable el dinero aflora al tiempo que una deuda. Las
propias tarjetas de débito o crédito son, de la misma manera, dinero. De tal
modo que la creación del dinero se produce por diferentes vías y se activan
diferentes efectos multiplicadores sobre la circulación del dinero. (…) Tampoco
es posible afirmar que su creación es producto únicamente de los bancos
centrales. Los bancos centrales emiten moneda, así como emiten deuda para
financiar estados y regular la fluidez de la circulación de dinero y el sistema
de crédito. (…) La banca privada crea dinero simplemente con una asignación
contable, a veces virtual e informático, (…) cuando provee crédito, porque en
la práctica sin necesidad de estar respaldado por un depósito y ni siquiera de
un préstamo de otro banco (sea público, central o privado) crea dinero así,
incluso sin que se traduzca en billetes visibles” (Albarracín, 2006)
[5] Cabría hacer algunos
matices con un autor que, inspirando a los postkeynesianos, en la práctica, es
prekeynesiano: Michal Kalecki (1965). Este autor, cuyo marco teórico precede a
Keynes y es compatible con él, e incluso más robusto, tiene la virtud de
incluir el conflicto de clases como un factor clave, aun cuando la variable de
la voluntad política del gobierno sea considerada en términos semejantes al
keynesianismo.
[6]
P=MELT*L
[7]
MELT=Mp*V/L
[8] “Si el trabajo es el pulmón que aporta oxígeno y vigor a
la economía, el sistema financiero es la sangre que le permite circular. Ahora,
el circuito arterial, ¿hacia dónde va? La actividad crediticia sigue el ritmo
de la economía, porque la rentabilidad financiera sólo puede nacer de la economía
real. Eso no impide que las finanzas alteren dicha economía real, e incluso,
siempre temporalmente, se divorcie de su cíclica.” (Albarracín:2006)
[9] Las monedas alternativas no deben confundirse necesariamente con las
criptomonedas, puesto que estas pueden ser bien físicas o virtuales. Las
monedas electrónicas pueden concebirse bajo diferentes diseños dentro de la
nueva tecnología que las hace posibles. Las criptomonedas habilitan la
posibilidad de un medio de pago para transacciones sin necesidad de la
intermediación bancaria, y que pueden o no estar reguladas por el sector
público y una autoridad monetaria. A través de blockchains, que implican una base informática de alto consumo
energético, el reconocimiento de las transacciones permite los intercambios sin
necesidad de bancos y Estado. El bitcoin,
como otras criptomonedas, está afectado por una fuerte especulación,
precisamente por su diseño. Esta moneda no identifica a los actores que
transaccionan lo que facilita la evasión fiscal y el lavado de dinero, que,
junto a una dinámica especulativa piramidal, explica la base de su crecimiento
de precio, al atraer dinero negro a gran escala, así como a muchos
especuladores e incautos. Ahora bien, conviene no confundir tampoco el vehículo
técnico con una solución política en sí. Estos nuevos vehículos pueden ser
regulados políticamente de múltiples maneras. Entre los aspectos a tener en
cuenta conviene recordar los siguientes: a) Si las monedas electrónicas han de
contar con una regulación de una autoridad monetaria pública; b) Si las
transacciones deben identificar a los actores que transaccionan –de cara a una
fiscalización apropiada que atribuya las responsabilidades ante la Hacienda
pública-; c) Si las transacciones deben limitarse a operaciones de alto valor
o, cuanto menos, pensar un mecanismo energéticamente sostenible. A todas estas preguntas nosotros
responderíamos que sí.
[10] Las reacciones de
represalia del BCE o la UE también representan a veces un mito. Son más norma
que excepción los incumplimientos de los parámetros exigidos por el Pacto de
Estabilidad y crecimiento, sin darse apenas consecuencias. Por ejemplo, la
política de Italia de favorecer rescates públicos en su sistema bancario, a
pesar del disgusto en Fráncfort o Bruselas, no ha causado represalias de alta
significación. Sin duda, el peso de cada economía influye mucho en la adopción
de medidas de las instituciones europeas.
[11] Caber hacer mención la iniciativa del gobierno venezolano del petro, una criptomoneda con respaldo
público. Esta iniciativa puede estar preñada de problemas en su diseño. En un
contexto de dificultades para devolver la deuda, ante el bajo precio de los
hidrocarburos sobre los que se soporta la economía venezolana, y bajo la
fascinación del crecimiento del precio de otras criptomonedas, se ha optado por
el petro como fórmula de atracción de
capitales. El gobierno de Maduro ha decidido implantar esta moneda alternativa
en su país, con un diseño problemático. El problema que causa su diseño
responde a que la moneda tiene como garantía de respaldo los recursos naturales
del país. Esto supone un riesgo múltiple. Con ello Venezuela puede convertirse
en un espacio de lavado de dinero, está sujeto a una posible caída por razones
de ataques especulativas del valor del petro,
y además, en dicho escenario hipotético podría perder soberanía sobre su
patrimonio natural. Ahora bien, más allá de esto, el petro venezolano estaría buscando insertarse en una lógica de
alternativa geoestratégica, vinculando sus transacciones al polo Chino y Ruso,
que, mediante una cesta de monedas ya claramente exigiendo la transacción de
materias primas fundamentales en éstas, estarían en condiciones de poner en
vilo la hegemonía del dólar.
[12] Dicha política monetaria
debería considerar que el tipo de cambio no puede divorciarse de la capacidad
económica del país (ni por encima ni por debajo); los tipos de interés medios
deben ajustarse a los tipos de beneficio aceptables, debidamente regulados,
para la economía (para no primar la economía rentista); no deben ser
restrictivos (muy altos); y sólo deben ser más bajos para estimular los
sectores económicos y actividad de interés general. Las políticas de préstamo
del banco central debieran priorizar al sector público y convertirse en
prestamista de última instancia. No es materia de este documento, pero es
preciso recordar que las políticas monetarias ultraexpansivas y de facilidad
cuantitativa del BCE sólo primaron a los sectores financieros e industriales
privados. El BCE compró masivamente acciones y deuda corporativa de empresas
privadas, privilegiándoles y sin ser capaz de animar la inversión o evitar del
todo el riesgo de deflación. Esta política, que puede estar llegando a su fin,
sólo contribuyó a financiarizar la economía. Y a través de la política monetaria,
ha contribuido a socializar pérdidas de un modo ciertamente inaudito.
[13] Sean la fe en el banco central,
impuestos futuros o materias primas, como garantías clásicas. Cabe preguntarse
si la energía, medios técnicos y trabajo de procesamiento (aplicaciones de
seguridad, verificación de transacciones, minado y obtención de espacio
computacional, etc...) constituiría algo equivalente para el caso de las
monedas electrónicas en caso de adoptarse como fórmula.
[14] Tal y como algunos autores han defendido, por
ejemplo, entre otros, Bruno Théret, Wojtek Kalinowski, Thomas Coutrot, Vincent
Gayon, Jean-Michel Servet, Jérôme Blanc, Marie Fare, Dominique Plihon, Benjamin
Lemoine o Gaël Giraud. En general, algunos economistas de la Teoría Monetaria
Moderna han defendido una propuesta semejante.
[15] Las opciones que pueden barajarse son
múltiples. Desde una moneda virtual -fácil de controlar, pero difícil, lenta y
costosa para su implementación-; el recurso a sistemas de pago vinculados a
teléfonos móviles -como en Kenia-; o los billetes de pago fiscal anticipado
(TAN), o los IOU (deuda pública válida como billete), así billetes imprimidos
vinculados a billetes en la reserva que guarda el Banco Central, que sería
fácil de poner en circulación pero costosos para el control del fraude.
[16] Con toda sus variantes técnicas, por ejemplo, en el caso de las
criptomonedas “hay
tres tipos de emisiones de criptoactivos: los que están basados en una cadena
de bloques propia y utilizan la minería; los que utilizan alguna cadena de
bloques, como Ethereum, para soportar la emisión de los cripto-activos, es
decir tienen pre-minado en donde el emisor controla cierta cantidad de tokens
emitidos antes de permitir la minería. Una tercera forma corresponde a las ICO,
en donde se establece a discreción la cantidad de tokens emitidos y la
frecuencia de esa emisión, sin que esto implique ningún tipo de minería” (Dierckxsens y Formento; 2018).
[17] Son el caso del Banco de Inglaterra, el Banco
Central de Países Bajos (pensando en emitir Dukatons), el Banco Nacional de
Rusia (Masterchain), o el banco de Canadá han empezado a investigar seriamente
las opciones. Entre la banca privada, JP Morgan Chase también se ha mostrado
interesado. Popper, N. Octubre de 2016,
NYT La cuestión de la criptomoneda es también un arma geoestratégica, y China y
Rusia (ChriyptoRuble) tratan de desarrollar sus propias monedas para tratar de
asaltar la hegemonía del dólar (Dierckxsens y Formento; 2018), y países como
Venezuela han desarrollado el petro
con objeto de sortear las restricciones financieras internacionales y hacer
frente a sus problemas de deuda.
[18] “Australia,
Singapur, Vietnam, Tailandia, Corea del Sur, Indonesia, incluso la India
comenzaron hacia fines de 2017 a tomar medidas para regular el uso de
cripto-monedas privadas no reguladas, con el objetivo de proteger sus propias
monedas digitales sujetas a la especulación” (Dierckxsens y Formento; 2018)
2 comentarios:
Buen post
El valor de las criptomonedas como el bitcoin depende del proyecto que las sustenta, su adopción y su uso. Cuanto más serio sea el proyecto, más personas y organizaciones la usen y acepten, mayor será su valoración y atractivo en el mercado.
Debido a su elevada volatilidad en comparación con las monedas tradicionales o fiat, como son el euro o el dólar, aún no están ampliamente aceptadas como medio de pago habitual. Algunas de las monedas más aceptadas cada vez son menos volátiles lo que va facilitando su progresiva adopción.
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