15/1/09

Empresas de Inserción y Tercer Sector






Entre la caridad eficientemente gestionada y la reivindicación reformadora.
Daniel Albarracín[1]. Julio 2004.


Caracterización y Génesis

Las empresas de inserción[2] son conocidas como aquellas entidades de producción económica que, siendo organizaciones empresariales de diferente naturaleza jurídica, mantienen tras de ellas alguna entidad social que las respalda, o incluso que realiza las iniciativas para que estas tomen forma. Se caracterizan por responder a un doble objetivo: el de la sostenibilidad económica y el de la incorporación en dicha organización de un porcentaje de trabajadores/as, normalmente un 30%, en riesgo de exclusión social, o en situación real de marginación o desestructuración personal. Asimismo, es requisito desempeñar un papel de transición para estas personas en la obtención de un empleo ordinario en un itinerario más o menos coherente. Los grupos afectos a dicha órbita de colectivos desfavorecidos es bien amplia, y las empresas de inserción han ido asociándose hasta consolidar diversas federaciones de entidades de inserción social que han ido obteniendo, como grupo de presión, ciertos, aunque reducidos, reconocimientos legales y ciertas ventajas o subvenciones por parte de las administraciones centrales y, en muchos casos, de carácter local, proporcionándoles un espacio, mejor o peor, para su existencia.

Las empresas de inserción, si las viésemos desde una óptica ortodoxa propia de los análisis cercanos a la llamada “tercera vía”, formarían parte de un conjunto de dispositivos dentro de la ‘tercera generación de políticas de empleo’. Políticas de empleo que, desde ese prisma, habrían superado las viejas medidas de tratamiento del paro que se reducían a la simple provisión de acciones de formación para los desempleados. Tercera generación que vendría a reorientar los recursos públicos contra el desempleo, con iniciativas más ‘activadoras’ y ligadas a la creación directa de empleo; creación que no habría de ser directa, sino implícita, dispuesta por el sector público mediante una ayuda y ciertas reglas, pero sin su concurso exclusivo (diferenciándose de las antaño medidas socialdemócratas-keynesianas). Esta tercera generación de políticas de empleo vendría a responder a dicho reto mediante fórmulas como la subvención selectiva de proyectos de entidades económico-sociales, capaces de integrar por lo laboral; el condicionamiento de la concesión de proyectos públicos a corporaciones que respondiesen a ciertos requisitos -cláusulas sociales-; o la directa financiación parcial de iniciativas de desarrollo socioeconómico que promocionasen la creación de empleo.

Visto desde otro plano, el origen de estas entidades es más complejo, debiéndose fijar la atención en un período histórico singular, más allá de la simple plasmación de un conjunto de políticas de empleo conscientemente orientadas. En este sentido, la crisis estructural (pero no necesariamente definitiva) que el modelo de desarrollo capitalista padece desde los años 70 había incorporado al paisaje social volúmenes de desempleo inéditos que fueron enfrentados de muy diversas maneras. El viejo keynesianismo fue sustituido por políticas de austeridad y reestructuración neoliberal que, tardíamente, fueron tímidamente acompañadas con políticas de formación generalizadas. Políticas que contribuían a la movilización de la fuerza de trabajo activa, mejorando sus niveles de cualificación y permitiendo dinámicas de los mercados de empleo más fluidas, en tanto que los y las trabajadoras estaban en mejor disposición para adaptarse en un menor tiempo a mayor número de ocupaciones, en mercados cambiantes.

La excesiva flexibilización, y su asimetría (rígida para el trabajador, cómoda para el empleador), y el desarrollo de una sociedad salarial de mercado competitiva, condujo a un marco laboral de condiciones ampliamente inestables; inestabilidad, y conduciendo en su estado más extremo a la exclusión. Exclusión que se concentraba en ciertos colectivos, cuyas ondas de repercusión sacudían cada vez más a mayores segmentos de la sociedad. Esta situación se ha ido extendiendo hasta niveles muy importantes en los años 90.

Coincidía todo ese período con una integración y una derrota muy severas del movimiento sindical y político de izquierdas, y se asistía a la desmovilización que pulverizó aquel movimiento contestatario. Ahora bien, de aquella pulverización resurgió otra forma de actuación en lo social, pasando los movimientos del militantismo transformador y partidario al voluntarismo pragmático asociativo. El voluntariado era la nueva forma de participar socialmente; un voluntariado que respondía más fielmente a la nueva ideología posmoderna personalista que quería solucionar, con eficacia, ciertos conflictos sociales desde estrategias enmarcadas dentro de los límites del sistema.

El hueco para poder intervenir parecía evidente, habida cuenta del gran retroceso de los, ya frágiles, dispositivos del bienestar social. Bien porque el Estado se inclinaba a la subvención del capital y la privatización como estímulo del desarrollo, bien porque necesidades sociales muy claras aumentaban o sencillamente carecían de respuesta. Las políticas socialiberales y neoliberales (como izquierda y derecha de una misma hegemonía ideológica) eran conscientes de que un conjunto de problemas sociales se habían provisto desde lo público de manera burocrática y alejada de la realidad social, y que eran caras para los presupuestos de control del déficit público, y se animaron, unos más amablemente, otros más agresivamente, a externalizar el Estado del Bienestar.

Interrogantes del Tercer Sector para el futuro

Este espacio de provisión de servicios de carácter social constituyó y constituye el espacio aprovechado por las conocidas ONGs; empresas situadas en los mercados de los nuevos yacimientos de empleo; empresas de la economía social, entre las que hay incluir a las empresas de inserción; y todo el abanico de iniciativas que, desde ‘lo privado pero sensibles socialmente’, abarcan el denominado Tercer Sector. Y esta provisión de servicios se prestaba de manera más concreta y próxima a las necesidades de los colectivos más afectados. Todo parecía cuadrar en el nuevo escenario.

Entre las motivaciones de este Tercer Sector figuran la voluntad de aliviar el problema del paro, reducir las tasas de exclusión social, y contribuir a la conformación de una sociedad más armónica, admitiendo la práctica irreversibilidad del modelo de desarrollo propio de una economía de mercado. Estas entidades se nutren de la actividad (a tiempo parcial o a tiempo completo) de un nuevo voluntariado (muchas veces muy bien preparado, otras en absoluto, cuya remuneración siempre estaba condicionada a la consecución de proyectos de subvención públicos irregulares y que percibe salarios por debajo de los normales de dichas profesiones). Contratan a precios baratos a unas personas que, se dice, son de difícil integración en el mercado laboral ordinario, por su baja productividad. Personas que, en buen porcentaje, eran contratadas con nuevas figuras contractuales ad hoc que podían certificar su estigmatización (contratos de inserción) y consolidar su precariedad (contratos de formación, de obra y servicio, etc...), y cuya transición al mercado ordinario no dibuja nunca un itinerario bien definido. Sus gestores suelen coincidir con los de las entidades sociales que respaldan a las empresas de inserción (cuya buena voluntad no se cuestiona, pero cuyas dotes como organizadores no siempre son las mejores) y los y las trabajadoras de acompañamiento se acostumbra a compartir con dichas entidades sociales.

Es decir, el abaratamiento para el Estado es evidente, porque se pasa de una provisión pública directa, financiada completamente aunque de manera burocrática y distanciada, a otra provisión privada, financiada parcialmente, pero en cuya dinámica participa la voluntad y cercanía de personas que desean dar una contestación a problemas sociales enquistados.

Uno de los interrogantes que nosotros nos planteamos de las empresas de inserción, y otros dispositivos e iniciativas del Tercer Sector, es la capacidad de dar respuesta a los conflictos sociales señalados, cuando al final quedan limitadas a configurar organizaciones de gestión económica, con marca social, y cuando al final les atraviesa la tentación o la inercia, a muchas de ellas, de ser un fin en sí mismo. Formalmente no aspiran más que a ser entidades sin ánimo de lucro, en un 46% de los casos, pero proporcionan un modo de vida a mucha gente, financian empleos, y reparten ciertos reconocimientos a un grupo de personas, a costa del tiempo, esfuerzo, voluntad y agradecimiento de los trabajadores/as de inserción, trabajadores/as de acompañamiento, y el resto de empleados/as encuadrados/as en dichas empresas.

Las empresas de inserción son herederas de cierta concepción de paternalismo decimonónico, en esta ocasión actualizado para el siglo XXI. El viejo paternalismo industrial de Lord Owen, o de Fourier y otros muchos, ya partía de la idea de armonizar la integración social con los parámetros y objetivos de una organización económicamente eficiente. En el caso que estamos tratando, las empresas de inserción conciben su tarea en tanto que doble: integrar por lo económico y ser solventes como organización de mercado. Duplicidad de fines sostenida por dos fuerzas motores: las redes fuerza voluntaria (entre la oportunidad de inserción laboral y la profesionalidad ensayada) y la subvención, siempre parcial y persistentemente escasa, de las administraciones públicas.

Las empresas de inserción, en su mayor parte, asimilan el objetivo de integración social con la inserción laboral, partiendo de la vieja idea de que el trabajo es terapéutico. Es preciso señalar la enorme diferencia entre el trabajo, aquel ejercicio productivo sea remunerado o no, y el empleo, que entraña una actividad dependiente (de un salario o del mercado con sus reglas propias de nuestra época) pero que al mismo tiempo reporta una contraprestación y algunos derechos de protección social. Esa idea de que el trabajo es la mejor y casi única manera de ser reconocido socialmente, de realización personal, de desarrollo de una vocación profesional, y de autonomía económica, comparte punto por punto la otrora tradición protestante que ya asignó Max Weber como origen religioso-cultural al capitalismo. Se idealiza así la vía del trabajo, que es prácticamente la exclusiva para desarrollar un modo de vida integrado en la sociedad capitalista para la mayoría de la sociedad, haciendo de la necesidad virtud. Y se vela la realidad que constata que la formación sociohistóricamente contemporánea en sí misma fragmenta, segmenta y expulsa día a día a muchos colectivos de la fracción integrada en esta sociedad de consumo privilegiada. De manera que, frente al propósito de transformar las reglas y relaciones sociales que sostienen las normas que sistematizan la división social, y que consolidan la exclusión como medio de disciplinamiento de las clases subordinadas, especialmente las que viven de un trabajo asalariado, una importante parte de este Tercer Sector trata de “reciclar” a personas que “han fracasado” en la consecución de un modo de vida normalizado. La desafiliación provocada por la sociedad salarial, como diría Robert Castel, se enfrenta poniendo, si seguimos un símil balompédico, a un “portero para un equipo que ya tiene toda su defensa superada por el adversario”.

De manera que nos encontramos con un sector que se dice social, pero que es privado al tiempo que asistencializado por el sector público, y cuyo eje central de reivindicaciones pasa por el reclamo de mayores subvenciones y reglas de discriminación positiva. Se basa en la idea de que sus organizaciones aportan un valor de integración, que abaratan y aligeran las responsabilidades del Estado en cuanto a facilitar la cohesión social, y que generan un empleo. Y los frutos de este esfuerzo económico y humano, a juicio de este mismo sector, en tanto que la productividad de este segmento de la fuerza de trabajo es menor a la media, ha de ser compensado para ser viable. Pero esa viabilidad es la de seguir creciendo a costa de ampliar las fronteras de un submercado, un segmento inferior de empleo de la fuerza de trabajo, y una actividad que siempre será deficitaria en un mercado competitivo y que, si no lo es, será porque mantendrá condiciones de empleo desfavorables a los que se emplean en dichas organizaciones.

Entonces, ¿qué podría hacer el tercer sector para pasar del remiendo a ser un auténtico movimiento reformador?. Pues, en suma, la politización de las bases sociales con las que cuentan, sujetos afectados y que aspiran a erradicar un conflicto colectivo persistente, sin conformarse con su paliación simplemente a título particular. Las redes de personas vinculadas a estas iniciativas deben dejar de constituir sujetos pasivos o adaptativos para ser protagonistas de su emancipación. El tercer sector puede y debe continuar dando respuestas a los problemas de supervivencia e integración social de las personas de estas entidades, pero es preciso tomar conciencia y dar un empuje para articular este potencial social para ir más allá de una presión en aras de una regulación y subvención más generosa. El que las entidades sociales conozcan mejor las necesidades concretas de colectivos (que sólo es cierto hasta cierto punto), no puede seguir siendo sustituido por el sumatorio de peticiones particulares para problemas singulares.

Es absolutamente necesario un diagnóstico amplio de los problemas de la exclusión social, y esta respuesta debe fijar la atención en las reglas existentes de nuestra sociedad, basada en un Estado burocrático y flexibilizador, y un Mercado oligopolista y rentabilista.

El riesgo del Tercer Sector es que siga derivando hacia un nuevo sector privado con marca social y que siga dando paso a una nueva beneficiencia (económica) que se califica de social.

Dicen que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones. La cuestión ahora es saber elegir mejor el siguiente paso, en otra dirección.

Es posible y necesario un sector público que garantice la provisión pública de servicios colectivos; que asegure los derechos de ciudadanía en su conjunto; que genere empleo en los sectores estratégicos, socialmente útiles y necesarios; que regule para que sea un hecho un mercado no rentabilista y que exija una responsabilidad social de las empresas, que responda a todas las necesidades sociales y personales democráticamente expresadas; quizá contando con las entidades del Tercer sector (especialmente aquellas que representan las necesidades expresas de la población y no aquellas que llegan simplemente primero o que alzan más la voz), quizá más para democratizar y desburocratizar el Estado que para ser gestores de servicios. Esas son algunas pistas que marcan un horizonte de un desafío histórico. ¿Es esa la voluntad del Tercer Sector?.
[1] El autor formó parte del equipo que realizó el estudio Identificación y diagnóstico integral de las empresas de inserción en España (2003) que desarrolló Fundación CIREM (con Miguel Angel Gil, Lourdes García y dirigido por Oriol Homs), encargado por FEEDEI y publicado por Editorial Popular. Esta obra es, posiblemente, el trabajo más completo que se haya producido en España acerca de las Empresas de Inserción. Este artículo incorpora estrictamente las opiniones del autor sobre la materia.
[2] En España se censan en 2003 un total de 147 empresas de inserción, un 32% dedicadas al reciclaje, recuperación y recogida de papel, cartón, ropa, aceites, voluminosos y otras materias, y venta de segunda mano (CNAE 37), llevan como mucho diez años funcionamiento (aunque la mayoría son de reciente creación) y se estima que ocupan a 3.550 trabajadores/as.

Reseña "Economía, Organización y Trabajo"




Reseña aparecida en Cuadernos de Relaciones Laborales



Núm. 17, 2000



Una introducción al fenómeno social del trabajo. De la sociología de las relaciones laborales a la crítica de la economía política del trabajo



ECONOMÍA, ORGANIZACIÓN Y TRABAJO:



un enfoque sociológico



(Coord. Castillo Mendoza; 1999, Madrid. Pirámide)





Colectivo Madrid



(Daniel Albarracín, Rafael Ibáñez, Mario Ortí y Alberto Piris)



Abril 2000





Gran parte de los esfuerzos de las ciencias sociales actuales, desoyendo el tradicional proverbio que nos advierte de la imposibilidad de «poner puertas al campo», parecen empeñados en dirigirse hacia la construcción de parcelas de la realidad social progresivamente fragmentadas, incomprensibles en unas sociedades contemporáneas cada vez más totalizantes y totalizadas. Unos cercados que oscilan entre la simplificación reduccionista de la dinámica social -bien hacia estáticas radiografías desenfocadas o bien en forma de ahistóricas proclamas futuristas, cuando no ambas- y la escisión particularista de los fenómenos sociales. Dos simplificaciones incapaces de tratar con la complejidad de una conflictiva sociedad en marcha y que por tanto no pueden sino producir elementos sin lazos, pedazos y añicos como máximo recompuestos en un puzzle artificial. Lejos queda la «promesa» de Wright Mills de una imaginación social totalizadora al servicio de la comprensión crítica de la sociedad capitalista. Esta compartimentación estanca y a menudo arbitraria de las ciencias sociales -por lo menos desde el punto de vista de su praxis- ha conducido a una situación en cierto modo semejante a la de un callejón sin salida. Parece que en las ciencias sociales de finales del siglo XX vuelven a estar de moda los artefactos técnicos (de la microeconomía a la psicometría pasando por los más diversos abusos de la encuesta estadística) que nos recuerdan a los instrumentos de la ciencia natural propios de otros tiempos. Como los catalejos -oportunos para la piratería del tecnócrata-, los microscopios -que mediante la asepsia científica confunde a los que no puede convencer-, o los caleidoscopios -propios de una postmodernidad que identifica complejidad con caos- que construyen unas anteojeras demasiado estrechas para cualquier visión crítica y global de la realidad social.





Frente a esta perspectiva, Economía, organización y trabajo está atravesada por una vocación de ser construida como una obra colectiva que trabaja, como la costurera al bordar sus prendas, un enlace de esas dinámicas conjuntas difíciles de adivinar sin una reflexión tan global como concreta, tan histórica como contemporánea. Y lo hace en la medida en que dirige su atención principal sobre el que ­-desde nuestra óptica- es uno de los núcleos fundamentales que vertebran las formaciones histórico-sociales capitalistas: los fenómenos que se articulan en torno a las relaciones salariales instituidas en el entramado histórico de las actuales relaciones de producción. Sin situarse en una perspectiva definitivamente marxista, es ésta una obra que trata de repensar la relación salarial a partir de la crítica de la tradición de los discursos ortodoxos de las ciencias sociales a lo largo del siglo XX. Sin duda, una tarea difícil de emprender y cuyo resultado, a pesar del formato de manual académico -pero crítico- y de un siempre complejo trabajo de autoría colectiva como el asumido por la obra, es bastante satisfactorio.





Porque indudablemente en este libro se realiza una extraordinaria labor de minucioso repaso teórico de los discursos de la ortodoxia que no evita tampoco una crítica que resulta siempre consistente, y está asimismo apoyada en ocasiones en la contextualización histórica del surgimiento de estos discursos como producto de una época y unos intereses sociales determinados. Un repaso en el que economía y sociología, divorciadas históricamente en su desarrollo como ciencias sociales, son convocadas a un reencuentro necesario que dentro de cada uno de los campos específicos abordados en los capítulos de esta obra fructifica ­-si bien con resultados desiguales- en una siempre deseable propuesta teórica de carácter sintético. Una aproximación que se produce en torno a las principales dimensiones del fenómeno sociomaterial del trabajo y que es planteada desde la teoría sociológica o económica en tanto que marcos teóricos pertinentes en el análisis de este objeto del trabajo. Un objeto que es también abordado a partir de las problematizaciones conceptuales -tratadas por escuelas distintas en el transcurso tenso de la historia y descritas minuciosamente en algún capítulo-, proponiendo una reflexión epistemológica sobre el mismo. De un modo específico, se aborda el debate teórico acerca del origen corporativo del capitalismo actual desde el punto de vista de la constitución de organizaciones en la sociedad. El proceso de trabajo es planteado, por una parte, desde las relaciones de poder y conflicto que entraña socialmente, mientras que por otra se revisan las relaciones internas en este proceso desde la construcción de las profesiones. Finalmente, se analiza el desarrollo de la «racionalidad económica», en su despliegue dentro de sucesivos paradigmas, como suelo ideológico que traduce su influencia sobre el empleo y la desarticulación de la clase obrera. En definitiva, muchos elementos que casi siempre sugieren, y por tanto a veces hacen añorar, una perspectiva de conjunto. Mucho más que la mayoría de los manuales al uso.








Un camino sociológico entre el empleo y el trabajo hacia la economía política.








Desde el punto de vista de su reconstrucción teórica, hay que destacar la amplitud con que en esta obra se intenta recorrer el desarrollo -conflictivo- de las diferentes escuelas de la teoría económica o sociológica. En ella se plantea una aproximación al surgimiento y transformación de las grandes perspectivas teóricas que parece estar orientada precisamente a subrayar el papel de estas perspectivas dentro de la construcción de los propios objetos empíricos de investigación en el campo de la economía, la sociología, el estudio de las organizaciones, del trabajo o la formación de las profesiones. El esfuerzo de síntesis teórica de esta obra podría servir como primer paso en la articulación de algunos de los elementos y categorías de análisis teórico actualmente imprescindibles para la comprensión crítica de las instituciones sociales de carácter formal o informal en torno al fenómeno que, desde una perspectiva marxiana, podemos denominar relación salarial. Una aproximación a la relación salarial y a sus transformaciones fundamental como perspectiva totalizadora que recupere la capacidad de las ciencias sociales para plantearse el rumbo de un capitalismo tardío precipitado en una ya larga crisis.





La obra se propone de esta manera un análisis exhaustivo de las visiones clásicas en torno a las dinámicas sociales del trabajo que -en el terreno de la teoría sociológica- nos lleva desde el funcionalismo durkheimiano a las aproximaciones comprehensivas de la tradición weberiana. Alcanzando a abarcar críticamente con respecto a sus desarrollos teóricos posteriores, tanto sus reformulaciones política e ideológicamente más progresivas (aquí recuperadas para otorgarles una atención frecuentemente ausente), como sus influencias en la renovación de las teorías sociológicas funcionalistas más abstractas y reificantes de la conflictiva complejidad de la realidad social. Un recorrido, realizado precisamente a través del camino que lleva de Talcott Parsons a las últimas reformulaciones -casi siempre ultraconservadoras- de las perspectivas sistémicas más formalmente rupturistas. De una manera semejante, esta obra cubre el campo de la teoría económica que va del keynesianismo al liberalismo, introduciendo la perspectiva marxiana en la interpretación de las dinámicas y conflictos en que se constituyen y enfrentan los sujetos sociales. De la teoría sociológica a las doctrinas económicas, el análisis tan intenso como extenso de su desarrollo que nos ofrece, trata ante todo de plantear cuál habría sido el proceso efectivo de su evolución conflictiva a lo largo del presente siglo. Situando en un lugar destacado, las líneas de disenso teórico que brotaron, señalaríamos por nuestra parte, en el periodo de entreguerras y la década de los 70 del siglo XX -especial e inevitablemente- al calor de los procesos correspondientes de transición o crisis de las fases del orden capitalista.





La preferencia por el papel vivificador de las corrientes críticas dentro de la teoría no puede en esta obra -auténtico elogio de la heterodoxia- ser ocultado por la dedicación de un mayor espacio al análisis -siempre crítico- de las doctrinas de la ortodoxia económica o sociológica. En cualquier caso, una tensión entre la doctrina de la ortodoxia y la herejía heterodoxa sin duda saludable en cualquier manual de ciencias sociales, pero imprescindible además en las propuestas que tratan de contribuir a una posible síntesis provisional dentro de su fragmentado campo. Y en Economía, organización y trabajo, esta tensión entre la academia y sus márgenes -por otra parte constitutiva de las teorías sobre lo social-, se recrea por tanto sistemáticamente desde un repaso por los tópicos con que las escuelas académicas clásicas han contribuido a la construcción de los objetos actualmente manejados por la sociología al uso. Ahora bien, aunque esta mención a las fuentes de autoridad forma parte inevitable del pago de la deuda de toda obra aspirante a manual, su confrontación sistemática con las posiciones críticas de la sociología o la economía, es sin embargo algo que no debe dejar de ser agradecido en su planteamiento y sin duda es un punto a favor hacia la orientación didáctica de la obra.





Y en ambos terrenos, la aportación de referencias teóricas, de autores diversos y de polémicas en la teoría, es tan amplia como exhaustiva la bibliografía sobre la que se apoya . Desde esta base, se fundamenta una propuesta de complementariedad entre escuelas enfrentadas dentro de un mismo espacio teórico -que no llega tampoco al eclecticismo- se convierte en proyecto de interdisciplinariedad. Por un lado, mediante la propuesta de una aproximación entre estas escuelas sociológicas y económicas hacia la economía política y su crítica; por otro, con el intento de rescate y confluencia del análisis estructural marxista de la dinámica de relaciones de producción, con respecto a las propuestas de inspiración más foucaultianas de una arqueología interpretativa de las construcciones de la significación que rigen el control -pero también el conflicto- discursivo en los espacios de la interacción social más inmediata. Una aproximación teórica que anuda cuidadosamente los principales hilos académicos, situando los primeros fundamentos teóricos para cualquier acercamiento tentativo que aspire a centrarse en los fenómenos sociales propuestos y que, en la medida en que desborda por la vía de la interdisciplinariedad, los estrechos cauces de la clausura escolástica de un manual convencional al uso, establece también algunas relaciones que permiten pensar éstas en la complejidad de una relación salarial que no se deja aprehender de modo definitivo por ninguna fundamentación teórica unilateral.








Una pluralidad de planteamientos teóricos en torno al fenómeno social del trabajo








A lo largo de los diferentes capítulos del texto se hace permanente referencia a las inflexiones y cambios de la totalidad social, sin embargo, debido al esfuerzo de síntesis teórica que detiene y centra en mayor medida este manual, tiene difícil cabida la reflexión más específicamente histórica en torno a las rupturas del modelo capitalista del siglo XX. Así, las aproximaciones más generalistas contenidas en los dos primeros capítulos del libro abordan, por un lado (en el caso de Armando Fernández Steinko), las claves de un necesario reencuentro entre dos disciplinas, la sociología y la teoría económica, escindidas tanto entre sí como de los procesos históricos reales, en gran medida -ndicaríamos por nuestra parte- por la fragmentación de las ciencias sociales provocada por los intereses ideológicos hegemónicos; y, por otro lado (en la contribución de Carlos Alberto Castillo Mendoza) la vasta terminología y los conjuntos diversos de escuelas que han tratado, habitualmente como espacios escindidos, las dinámicas que rodearían las relaciones de producción. La demanda y la apuesta compartida por ambas aproximaciones es la de recuperar una perspectiva que se atreva a ser generalista, centrada siempre en el papel de «lo político» en la regulación de lo social, y la de un enfoque sociológico que no puede armarse más que a través de una íntima relación con la economía política. Conscientes de que la convergencia posible no surgirá sencillamente desde nuevas fórmulas de eclecticismo teórico, este enfoque ha de ser más modesto y abierto en la construcción de sus objetos de estudio. Puesto que las divergencias (entre las disciplinas y entre diferentes corrientes dentro de cada una de ellas) no surgen de un simple problema de comunicación generado por la competencia académica sino que nacen fundamentalmente de las diferentes posiciones políticas e ideológicas de los investigadores.





En definitiva, la revisión crítica de la historia de la teoría social (a partir de la evolución de dos de sus disciplinas en el caso de Fernández Steinko y de la interrelación entre industria, empresa, organización y trabajo en el de Castillo Mendoza) intenta contribuir a la difícil tarea de realizar una interpretación generalista -fundamentalmente teórica- sobre los cambios en el desarrollo capitalista partiendo de la parcialidad de los distintos campos de análisis instituidos. Por ello se puede decir que los tres artículos más específicos del texto se centran en las respectivas limitaciones y la escasa coherencia interna de unos campos teóricos (los que se ocupan del estudio de las organizaciones, el conflicto laboral y las profesiones) que pese a defender su unidad trabajan en sus prácticas de investigación con planteamientos cada vez más interdisciplinares. Podríamos decir que para los autores es la crisis del modelo capitalista europeo de posguerra -que institucionalizó esos campos teóricos- lo que hace necesaria la renovación profunda de una división del trabajo académico que implícita o explícitamente llegaron a compartir buena parte de las corrientes críticas o heterodoxas de la economía y la sociología. A partir de ese objeto inabarcable del trabajo y la relación salarial, en la articulación del libro se ha optado por señalar las limitaciones de tres espacios académicos para comprender las dinámicas sociales nacidas de la crisis de los años 1970.





En primer lugar, Eduardo Ibarra Colado muestra la evolución de las teorías de la organización a partir de su papel como un cuerpo conflictivo de perspectivas y paradigmas que son producto y construyen, a un tiempo, el transcurrir del capitalismo corporativo. Este capítulo contiene una brillante articulación del análisis de Marx sobre el proceso laboral, las aproximaciones desde un weberianismo radical y las orientaciones de M. Foucault -cuya reutilización es pertinente para el autor tras los conflictos surgidos con la caída del muro de Berlín-. Postulando la síntesis de esas tres grandes corrientes como marco teórico sobre el que cimentar una revisión del trabajo en una sociedad atravesada por unas organizaciones que deben ser entendidas formando parte de un contexto y una dinámica «ecológicos» de interrelación, pero asimismo como activas corporaciones constructoras de realidad social. En segundo lugar, Graciana Dithurbide Yanguas aborda de un modo profundo los problemas en el análisis del conflicto laboral en el campo de las «relaciones industriales». Proponiendo precisamente desbordar la concepción de la subjetividad social y las identidades de clase tanto de las concepciones funcionalistas o sistémicas (que tienden a anular el papel de los sujetos sociales) como de las posiciones marxistas más economicistas (que las encierran en el estrecho marco de la posición en el proceso de producción). Tomando lo que hay de renovador en el análisis del conflicto laboral de la perspectiva neomarxista, critica sin embargo la tendencia a negar la centralidad del conflicto encerrado en torno a las relaciones de empleo matizando así la necesidad de contextualizar el análisis del conflicto laboral en ese espacio más amplio que constituye «el trato con la gente» inmerso en culturas colectivas a la vez amplias y concretas. Y, finalmente, el capítulo de Lucila Finkel se centra en la evolución de las teorías de las profesiones en relación con el problema de la tecnocracia, la gerencia y las ocupaciones, como un espacio también para pensar sobre una teoría genérica del trabajo. Recupera de esa historia magníficas referencias de autores clásicos que han permanecido relativamente aparcadas (como determinadas reflexiones de Durkheim) y que siguen siendo útiles para elaborar una teoría sobre el declive de las profesiones, complementando la tradición weberiana de la desprofesionalización y la bravermaniana de la proletarización de los profesionales.





La debilidad en la contextualización histórica de las interpretaciones más generalistas del libro, a la que hemos aludido anteriormente, hace que el capítulo final de Andrés Bilbao difícilmente pueda ser puesto en una relación tan estrecha con las aproximaciones teóricas previas, como las que éstas guardan entre sí. En este sentido, la tarea de este capítulo final es, como afirma Castillo Mendoza en la introducción, captar la específica historicidad de las cuestiones planteadas en los capítulos teóricos. Es decir, intentar poner en relación el paradigma liberal dominante con los procesos de cambio emergentes en el empleo y las consecuencias en la organización del trabajo. El capítulo recoge una síntesis de los análisis ya expuestos por el autor en otras obras sobre el funcionamiento y papel político de los tópicos neoliberales respecto a la plena precariedad del empleo, la centralidad de la política monetaria en la actualidad y respecto a una de sus principales consecuencias, la individuación y fragmentación de la clase obrera.





En definitiva, la obra contribuye a clarificar las posturas teóricas de un modo riguroso y crítico, una elaboración teórica que se realiza en clave de manual para iniciados en la temática del trabajo, que mediante una superposición de planos en tentativa inacabada de síntesis procura definir un estructurante y complejo fenómeno, progresivamente fragmentado, como es la relación salarial. En suma, un rescate brillante de categorías, reconstruidas y actualizadas, para el análisis social contemporáneo que nos prepara para su elaboración empírica y aplicación práctica.








1 Un repaso que arranca desde los clásicos (Smith, Marx, Durkheim, Weber, Keynes, Pareto, etc.), pasando por autores igualmente fundamentales aunque menos populares (Mayo, Fromm, Mouzelis, Pizzorno, Burawoy, Collins, Ehrenreich, Freidson, Abbot, Crouch etc.) o por otros más conocidos (Parsons, Merton, Mills, Braverman, etc.) y que llega a autores ya próximos en el tiempo (Foucault, Silverman, etc.).

1/1/09



NOTA SOBRE LOS NUEVOS BRACEROS DEL OCIO
(2006). Miño y Dávila Editores
Daniel Albarracín Sánchez
Marzo 2007


1. Lugar y camino habitados en la sociología del turismo

En la literatura especializada relacionada con el mundo del turismo y la hostelería se ha producido, al menos en la última década, una explosión de publicaciones caracterizadas por ser soporte de una visión promotora del negocio turístico y un singular énfasis en las proezas e iniciativas de modernización empresariales en la producción de una de las mercancías más singulares e idiosincrásicas de nuestro país: el servicio turístico. Se han desarrollado también prolijos esfuerzos por sistematizar información estadística, impulsadas desde instituciones oficiales, para dar cuenta de una de las primeras industrias nacionales, con un claro propósito de reflejar los éxitos económicos de un sector que hace a nuestro país una potencia puntera a escala mundial. Cuentos publicitarios y cuentas de éxito han vestido con glamour, de este modo, una actividad económica que emplea a más de 1.800.000 personas asalariadas, sin que apenas se refleje, en cambio, sus duras condiciones de empleo y trabajo.

La investigación de Mari Luz Castellanos y Andrés Pedreño emprende la tarea de cubrir el vacío existente en cuanto al análisis sociológico de los procesos de producción de estos servicios, planteado desde la óptica y situación de los y las asalariadas, así como se cuida de reconstruir y visibilizar los relatos, hasta ahora silenciados, que contradicen la imagen paradisíaca arrojada por los altavoces del capital turístico. Presenciamos una esmerada y reveladora investigación de orientación sectorial, que pondrá atención sobre las transformaciones productivas y los nuevos requerimientos competenciales para con la fuerza de trabajo moderna (o, según alguno de los pasajes, más bien posmoderna, sin que nombrarla así se confunda en ningún momento del texto con un universo de progreso), en particular, las exigencias de conductas relacionales y comunicacionales que los autores denominan inmateriales. Viene a ser, no sólo un excelente trabajo de perspectiva sociológica firmemente crítica sino también una reflexión sobre la naturaleza del cambio estructural y el llamado advenimiento –en este caso, amenaza- de una sociedad postindustrial, dando cuenta de la metamorfosis del trabajo, del papel y reestructuración neoliberal de las empresas –como meras piezas de un proceso de producción que ya no se contiene en ellas como unidades operativas básicas, sino que se difumina en redes de ancho, largo y a veces escondido alcance- y sus consecuencias en las relaciones de empleo.

Este estudio de los cambios competenciales y del proceso de producción de servicios en el sector turístico observará la incorporación de nuevas “habilidades” cuya virtualidad es la de, frente al reclamo de la atención al cliente y el servicio de calidad, desprofesionalizar y deteriorar el servicio para un mayor rédito o un más minimalista coste. Se expande así un tipo de actividad despersonalizada de requerimiento abstracto y estandarizado (lo comunicacional y emocional, la disponibilidad y la actitud entregada) que puede ser fácilmente desplegado con una ínfima formación, una decidida actitud dócil y próxima al vasallaje, y una gran resistencia física y mental insensible a la angustia. A consecuencia de esto los y las trabajadoras devienen mucho más intercambiables, polivalentes y formateados en serie, originando una movilidad laboral más fluida –en lo que refiere a la gestión de la fuerza de trabajo, en contra de la estabilidad laboral y la dignificación profesional-, con la inequívoca tendencia a la pérdida de fuerza estructural para la negociación de sus condiciones laborales y el deterioro observable de sus derechos sociales y sindicales.

Esto no vendrá a impedir que el desarrollo de dicho “trabajo inmaterial” (en la que se reúnen también amabilidad, empatía, adaptabilidad, afección por la empresa, atención constante, movilidad y polivalencia) como principal y novedosa exigencia de ejecución en las fábricas del ocio, tal y como los autores señalan, se venga a presentar con toda una lógica sistematizada de industrialización del trabajo vivo. Sistematización que puede tener dos caras: de manera formalizada a través de cursos de formateo de las habilidades de la fuerza de trabajo que reiteran el mantra de “todo para la atención al cliente, pero sin el cliente”; o bien de manera informal y desestructurada, pero igualmente degradante, a través de la rutinización y repetición velocísima de tareas en agregación y un servicio para un consumo de masas prestado por empresas familiares tipo “chiringuito”, poco familiarizadas con cualquier técnica eficiente, saludable e higiénica de servicio de calidad.


2. Marco reflexivo y metodológico: un objeto “onda-corpúsculo” como partícula significativa del holograma turístico español

Esta investigación, con un marco teórico encuadrado en el cruce híbrido de una clásica sociología crítica bravermaniana y la inclinación postmoderna influida por la novísima moda inmaterialista italiana (con nociones directamente permeadas por, o heredadas de, las ideas de Toni Negri), se zambulle en un trabajo empírico cualitativo que opta por navegar en los procesos en caliente y su textura viva, las relaciones, actitudes y discursos, dando un espacio protagonista al punto de vista obrero (los “nuevos braceros del ocio”), vacunada así del riesgo de deslizarse por la superficie helada del mero número. Se irá más allá de la descripción de dimensiones o evoluciones cifradas en estadísticas o de la fantasiosa y reluciente carcasa del discurso mercadotécnico, lográndose descifrar las tramas relacionales y transformaciones sociales estructurales y cualitativas en la que los sujetos muestran su rostro y verbalizan su palabra.

Su vía de aproximación y tratamiento empírico es el estudio de caso, escogiendo dos que, en principio, debieran ser extremos, y podrían ofrecer un contraste significativo. Así, se vendrá a estudiar la situación de un complejo turístico específico en la región de Murcia, La Manga Club, con una orientación de servicio elitista y de distinción, dando cuenta de todas sus actividades principales y auxiliares; para después analizar la situación de un modelo de oferta de masas, para un turista conformista y conformado, como es la que se constituye en la ciudad de Benidorm, en Alicante.

Los estudios de caso se detienen, mediante el empleo de la entrevista abierta en profundidad y mediante la observación participante o la revisión documental de revistas de organizaciones turísticas, en las diferentes redes de empresa de un mismo microuniverso turístico local –pero formado dentro de una estrategia compleja y completa-, y en sus diferentes fases de producción o, como se vendría a decir en ciertos ámbitos “la cadena de valor”, sea en sus actividades principales, hasta cierto punto más protegidas y reconocidas; o en las auxiliares, más exigidas y volátiles, más controladas y, en cualquier caso, menos recompensadas.

Se caracteriza integralmente la trama de actividades mutua y asimétricamente relacionadas de este ámbito económico y laboral, en dos segmentos en principio diferenciados. Se estudian las relaciones de empleo y trabajo y su presión sobre los y las trabajadoras y sus cuerpos respectivos, no sin antes haberles arrancado de sus comunidades de origen -el tradicional mundo rural agrario-, socializado en la estacional industria turística, y vulnerabilizado sus condiciones laborales hasta límites poco conocidos –por la invisibilización habitual de este plano, y por la reintensificada degradación habida en las últimas décadas-.

Acertadamente se observa el origen de este nuevo trabajo de servicios, que, comportando un valor de uso radicado en el ocio, ofrece una dinámica continuista de las condiciones de los braceros en el ámbito agrario. El proceso es uno más de los capítulos del paso de un modo de vida agrario a otro urbano, que conserva unas redes de dependencia muy viejas con una tutela de derechos debilitada. Abundante y trepidante trabajo manual al son del cuerpo uniformado, empleos itinerantes y commuting incesante, nómadas siempre con la cabeza en otro sitio porteadores de brazos y rostros sonrientes con imposible risa auténtica siguiendo el tren que pasa por las diferentes estaciones del clima, y nuevos requerimientos “inmateriales” para el trato con el cliente. Prácticas estandarizadas que definirán, en suma, el carácter básico de estas actividades que, presentadas como vanguardia de la sociedad moderna del ocio, no son más que la reproducción de una clásica e intensificada relación de explotación.

El estudio revela también la degradación de la empresa como unidad jurídico-organizativa empleadora de fuerza de trabajo. La disolución de la responsabilidad empresarial a través de las redes de subcontratación y de cesión de trabajadores a través de ETTs y, en su caso, el uso de empresas de servicio, o, por qué no, la economía informal, va a afectar de lleno a las condiciones de vida, trabajo y empleo de los colectivos asalariados y de pequeños empresarios o autónomos dependientes en el sector turístico.

A su vez, se analiza una zona residencial turística colindante a un club de golf, sus consecuencias en el territorio y en el tipo de comunidad específica que allí se asienta, las dualidades de inmigrantes regionales, internacionales y turistas en un espacio cada vez más artificioso; y el archipiélago amplísimo de trabajos adyacentes que se producen en torno a estas islas de lujo: actividades de ocio como el casino, servicios de mantenimiento y limpieza, inmobiliarias, etcétera. O bien en el caso de Benidorm, la primacía de los touroperadores internacionales sobre las empresas locales, la configuración total de un espacio turístico como oferta global y globalizada, las nuevas tendencias en restauración y hotelería, o en ocupaciones tan específicas, cuyo perfil se retrata aquí, como el que proporciona el hamaquero en las playas de estas localidades de sol y playa; el de portero de discoteca en los locales que están a su orilla; o los de los guías turísticos en sus distintos formatos, sea en su autonomía empresarial colectiva autogestionada, o en la subsumida en cadenas lideradas por touroperadores.


3. Apuntes para un diálogo respecto a la propuesta teórica de un valioso y valeroso trabajo empirista

La investigación, como hemos indicado, indaga las transformaciones producidas en las situaciones de trabajo y procesos de producción en los sectores de ocio. Estos adoptan un sistema de industrialización de la propia fuerza de trabajo en su disposición y adaptación a la cadena de servicios. En nuestra lectura, creemos que se da cuenta de cómo la fuerza de trabajo se va a disponer y adaptar como instrumento industrializado en orientación a culminar cada vez más servicios en forma mercancía, en un formato aparente y virtual de atención al cliente, con un contenido en la práctica despersonalizado y estandarizado, caracterizado por la presencia de sonrisas y miradas estudiadas, en la forma de mueca y maniquí agitados por una cadena de gestos reiterados y pautados.


El texto nos brinda la comparación de dos microuniversos y la indagación en los microrelatos de los y las trabajadoras insertos en ellos. En ese contraste, hay una búsqueda de tendencias globales. El estudio muestra pasajes significativos de las entrevistas que permiten reconocer los propios términos de los protagonistas afectados. Aunque la obra es coherente y muestra una visión sólida, parece arrojarse a veces al lector el habla literal del entrevistado, como si de su mismo relato pudiese desprenderse algo más, adivinándose una interpretación del discurso que no llega a culminarse, conformándose con su visibilización. Ahora bien, este esfuerzo descriptivo tiene una ventaja que combate la invisibilización tan extendida de estos procesos, por lo que tiene su valor intrínseco.

La virtud de un trabajo netamente empírico como este es la descripción de las intrahistorias y movimientos en proceso partiendo de una plantilla teórica. Pero ésta última, en vez de revisarla tras pasar por la experiencia de investigación, en cambio se perpetúa, para hacer de lo observado puro soporte de una idea preconcebida. Es más, los dos estudios de caso, en principio muy diferenciados, van a converger en la justificación de dicho modelo de explicación que, aunque potente y fecundo, se nos antoja apriorístico.

Se viene a afirmar, apropiada y valientemente, que presenciamos una industrialización del trabajo de ocio. No obstante, la perspectiva neorricardiana de esta obra, desarrollada al modo bravermaniano, fijará la atención en los cambios en los valores de uso de las situaciones de trabajo, pero no elabora análisis alguno sobre su envés: los procesos de mercantilización y formación de valores de cambio. En vez de analizar los procesos de mercantilización, de unas actividades que adoptan la forma de servicios en consonancia con la extensión de una sociedad superindustrial, va a enfatizarse una supuesta metamorfosis en la naturaleza de las situaciones de trabajo y en el tipo de rasgos concretos de los trabajos que habitan en la sociedad neocapitalista, sin más alcance que su descripción. Ahora el trabajo, según esta obra, devendría cada vez más inmaterial; se produce una revolución conceptual, ya anticipada por Antonio Negri con su teorización de los valores-afecto. No parece concebirse el análisis que propone la teoría laboral del valor, ni siquiera para pasar el veredicto de una impugnación, simplemente no se le pasa ni revista.

La romántica y poética reflexión sobre los “valores-afecto” –subyacente al texto, aunque presentada en forma crítica (se reclama el reconocimiento y triunfo del nuevo valor de uso inmaterial), y no apologética como hará Negri (que quiere confirmar una revolución mágica sobre el valor de cambio ya casi disuelto)-, es confusa. En primer lugar, todo proceso que transcurra en el tiempo y en el espacio es material. Lo inmaterial sólo es concebible desde parámetros idealistas, o no existe. Las relaciones, la comunicación, los afectos e ideas son producto del esfuerzo y la actividad humanas desplegadas en el tiempo y en el espacio, y aunque en algún caso su soporte y materialización físicas sean de poco peso, volumen o duración físicas, están presentes en los movimientos, en los contactos, en los textos, en los sentidos que registran estas interacciones, pero inequívocamente materiales-. En nada contribuye el hablar de lo “inmaterial”, pues hasta los valores representan la expresión simbólica y discursiva de prácticas materiales que les confieren sentido.

Si bien es cierto, que el contenido práctico de muchas ocupaciones concretas es cada vez más abstracto y simbólico, y la producción adopta la forma de servicios (suministro continuo y disponibilidad relacional permanente de “prestaciones y atenciones no acumulables”), esto no vendrá a interrumpir la lógica capitalista del valor, en términos de Marx, en modo alguno. El ciclo de la mercancía no se quiebra por cambios en la naturaleza de los valores de uso y en las actividades concretas de las situaciones de trabajo y producción. El valor de la mercancía será, en una sociedad capitalista, el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción en un contexto de intercambio, realización mercantil y explotación laboral. La forma de la mercancía adopta cada vez más la forma servicio, sustentada en una economía superindustrial e urbanizada que lo hace posible, y no se deja de desarrollar una relación capitalista en el marco de una sociedad y economía de mercado porque ésta adopte una apariencia fetiche de un tipo u otro.

A este respecto, el discurso de la inmaterialidad, sugestivo y valioso a la hora de realizar interesantes interrogantes, nos puede confundir, pues sólo, hasta la fecha, ofrece lagunas en sus respuestas. En efecto, hay pasajes, de mayor reflexión teórica, que asumen el prejuicio ricardiano, desarrollado hasta sus límites por Negri [(2001; Marx más allá de Marx. Akal. Madrid], que asimilan fuerza de trabajo y trabajo.

Es cierto que cada vez adquiere mayor importancia cómo se produce socialmente la fuerza de trabajo, esto es, cómo se desarrollan y aplican sistemas societales instituidos de conversión de la población en fuerza de trabajo disponible y potencialmente empleable y adaptable. O, dicho en los términos negrianos, que la sociedad produce desde su origen los cuerpos que la constituyen y pone a éstos a producir. Y que es preciso venir a discutir estos procesos si entramos a cuestionar el tipo de sociedad vigente. Es cierto también, que los contenidos del trabajo están sufriendo importantes metamorfosis, hacia dinámicas de mayor orientación simbólica-abstracta-transversal (empleo de códigos, uso de aplicaciones informáticas, desarrollo de habilidades comunicacionales y transversales, coordinativas y de autoplanificación, de uso transectorial, etc…). Nos parece, quizá, un error, sin más discusión, el admitir la teoría del valor-afecto, pues una de sus presunciones es la abolición de la necesaria transición y distancia entre fuerza de trabajo y trabajo efectivo. Ahora bien, a favor del texto hay que indicar que el libro simplemente desarrolla una crítica negativa sobre las “nuevas formas de explotación”, sin compartir el destino argumentativo de los inmaterialistas. A nuestro juicio, sigue vigente esta necesaria distinción entre fuerza de trabajo y trabajo, y dicho proceso de conversión es lo que hace que, en términos societales y sectoriales medios, sea el tiempo de trabajo socialmente necesario el que determine el valor y sobre el que oscilan los precios en los intercambios de la acumulación capitalista.

A este respecto, nos encontramos con una asunción, que conviene discutir, sobre el papel de los salarios variables. Según el texto, la predominancia de los salarios variables conlleva la fusión de fuerza de trabajo y trabajo (se asume la afirmación de Marazzi, 2003:33, pág. 196 del texto), y a los y las asalariadas, porque por tanto, se les remunera en función del trabajo efectivo. Es consabido que los cálculos de los salarios variables en términos medios ya están calculados de antemano por los empleadores, y que, si bien constituyen un estímulo y castigo individualizador para la plantilla como mecanismo de gestión de la organización del trabajo, ya anticipan el valor de la fuerza de trabajo específica de ese sector u ocupación. Dicho de otro modo, no es cierto que se remunere en términos generales, aunque lo parezca a escala individual, al salariado por su trabajo efectivo, sino que esto se realiza en función de la especificidad, cualificación, escasez relativa y disponibilidad de la fuerza de trabajo concreta (con su capital simbólico, cultural y relacional determinados)[1], en lo que influye las posibilidades de intercambiabilidad con fuerza de trabajo de otros subsectores afines, que se va a emplear; cabiendo también incluir factores que explican la distancia entre el valor de la fuerza de trabajo como mercancía y su precio (el salario) a dinámicas como su fuerza estructural de negociación, su papel en el aparato productivo global y su capacidad de interrumpirlo o condicionarlo, etc…


4. Una discusión sobre propuestas subyacentes

En el lado implícitamente propositivo del texto está la defensa de la dignidad profesional. Como argumento constituye una interesante estrategia útil al servicio de la acción sindical, desde una óptica de resistencia, en ausencia de otras líneas más ofensivas y un contexto de disputa más favorable. A este respecto, el contraste perpetuo con algunos segmentos de ocupaciones profesionalizadas –casi artesanales- de décadas pasadas, con la proliferación de empleos flexibles, industrializados, precarios, y descualificados tiene una potencia didáctica importante, pero una capacidad transformadora dudosa desde el análisis. La recuperación de las profesiones es coherente con una concepción del trabajo útil, enriquecida, cualificada, al servicio de las necesidades pero, en el propósito de un cambio de su naturaleza social, no puede reclamarse desde los parámetros de la vieja e irrecuperable era fordista. Tampoco pueden reclamarse elementos como la remuneración por antigüedad que, si bien son útiles para conservar derechos de los colectivos más mayores en ausencia de otros sistemas desarrollados y controlables más justos de valoración y reconocimiento (por ejemplo, la cualificación), son discriminatorios generacionalmente –en cuanto al género y las generaciones-; o la no movilidad laboral y la no polivalencia –ni siquiera a escala local, naturalmente regulando sus límites-, pues socavan posibles soluciones progresivas indudables. A veces no se piensa que sería muy interesante, y a veces la única vía de garantizar empleo estable y con derechos en el marco de actividades estacionales bien localizadas, una diversificación de la cualificación, y la posibilidad de una diversidad ocupacional que pueda desarrollarse a lo largo del año, eso sí con una relación laboral estable garantizada y protegida con derechos, limitando las cargas de trabajo, y que también exigiría cuestionar el modelo de intermediación laboral y el de empresa como sistema empleador.

Debe comenzarse por cuestionarse por dinámicas que puedan poner en jaque esa lógica: una acción sindical ofensiva con propuestas de cambio (reducción de la jornada laboral, ingreso universal garantizado, socialización del suelo, intermediación laboral en manos del sector público en colaboración con representantes de cada sector de actividad, etcétera) y no sólo de resistencia de defensa de derechos antiguos que, si bien positivos para algunas fracciones de los y las trabajadoras, deforman la posibilidad de solidaridad de clase; una organización adecuada al modo y el nivel en que se despliega el capital al día de hoy y en la forma en que se concentran y puedan vincular los y las trabajadoras, que obliga plantear formas más allá de la empresa –que ha acabado su papel como unidad operativa básica de producción-; y una acción pública responsable de la intermediación y gestión del empleo de la fuerza de trabajo, como salvaguarda de sus derechos de ciudadanía y propulsor del pleno empleo de calidad.

Es más, la defensa sin más de la profesionalización no significa más que el apoyo a los segmentos obreros corporativizables y blindables –generalmente masculinos, de edad avanzada e integrados-, en detrimento de los ya vulnerabilizados, y definitiva e irreversiblemente con empleos necesariamente sustituibles y transversales –y que coinciden con los colectivos que se quiere defender en el texto: mujeres, inmigrantes, jóvenes, pero que difícilmente alcanzarán, salvo por la vía estrecha de la promoción, a empleos de tal calibre-. En suma, la defensa de la profesionalización sin más ingredientes conlleva aceptar la carrera jerárquica a lo largo de la vida del viejo modelo fordista, y el embudo que entraña de por sí. El discurso de la profesionalización parece que podría compartirse en algún horizonte convergente con la búsqueda de la cualificación permanente, la garantía de estabilidad laboral, la acción pública y el control o participación de los y las trabajadoras, y así, junto a la lucha por un cambio institucional profundo, podría admitirse, pero mentarlo sin más parece insuficiente, desde una óptica transformadora.

Análogamente, las sugerencias en el texto de que las lógicas de resistencia (por ejemplo, el guía turístico autónomo colectivo) para el profesionalismo, como nuevo artesanado moderno, se deben basar en la autogestión es una vía de incierta supervivencia, dado que estas empresas autogestionadas serían coherentes con y sufrirían a largo plazo, sin interrumpir su lógica, la dinámica del mercado capitalista. Los cambios sociales profundos necesarios para una transformación cualitativa hacia una nueva sociedad no tienen atajos, deben alterar radicalmente la lógica de la mercancía, y romper con la relación salarial como vínculo constituyente de nuestra sociedad. Los escapismos en los huecos del sistema son posibles, y pueden servir para un ulterior “contraataque”, pero son, en cualquier caso, transitorios y vaporosos.


En definitiva, nos encontramos con un trabajo revelador, crítico, visibilizador que nos comunica las dinámicas laborales del sector turístico, desde una óptica de resistencia, a favor de los discursos obreros. Se trata, desde ya, de una referencia obligada en el análisis sectorial, recomendable para un uso sindical, para la discusión sobre los cambios en los sistemas de trabajo, empresa y empleo, y para un mejor conocimiento de la situación y condiciones de vida y trabajo de colectivos hasta ahora escondidos. A este respecto, felicitamos a su autor y autora por ofrecernos este excelente trabajo.



[1] Postone, Moishe (1993) Time, labor, and social domination. A reinterpretation of Marx’s critical theory. Cambridge University Press. En castellano (2006) Tiempo, trabajo y dominación social. Marcial Pons. Traducción de Jorge García López.