1.
PROPÓSITO
El objetivo de esta serie de tesis, que comienzan aquí, es el de ofrecer líneas estratégicas para la acción y el discurso
político que tenga como propósito posibilitar la transición hacia una sociedad
justa, igualitaria, democrática y sostenible., y hacerlo en el marco de los
cambios de la globalización capitalista, y con especial foco en esta “península
asiática” llamada Europa, que atraviesa una decadencia económica y de proyecto
político y económico. Una Europa aprisionada entre medias de los polos de poder
mundial (China, Rusia y EEUU) y en un contexto mundial de crecimiento y
extensión de las fórmulas neoautoritarias en Asia, Europa y América, unido a la
consolidación de regímenes dictatoriales en China y en buena parte de Oriente
Medio y África.
No se trata en estas tesis aún de un programa, sino de un paso previo, un esbozo del horizonte y de los
vectores de movimiento que dotarían de un sentido político al programa[1]
transformador que se plantee.
Caminamos en un periodo
en el que los debates están ausentes o se desplazan, por quienes los pocos que
lo afrontan, hacia aporías en los planteamientos. La interpretación sobre el
mundo al que nos enfrentamos en realidad se presenta a través de falsos dilemas.
Estos marcan una división artificial de los conflictos reales a los que se
enfrentan las clases populares y trabajadoras, y contribuyen a la confusión o a
alineamientos contraproducentes.
La divisoria entre eurófilos y eurófobos, delimita un falso
conflicto en torno a un mito nebulosamente descrito: Europa. Se impone una idea
mágica y absoluta de un objeto que viene dado, que, por el contrario, expresa
una relación y un modelo concreto que merece ser discutido.
Los fantasmas se erigen
por doquier. Arrojar el miedo, como una piedra que nos paraliza y trata sacar
de nosotros a un culpable externo, es otro modo en el que el establishment trata de dar por sentada falsos
debates y dilemas. En un extremo, el miedo
al extranjero, la figura amenazante de la avalancha, que nos tira a la cara
nuestras frustraciones y temores de pérdida para, en vez de reconocer de donde
vienen, demonizar al inmigrante, al que viene o podría venir de fuera. También,
la histeria contra la extrema derecha, problemática abrazada por la izquierda,
más bien fruto de dejarse llevar por el miedo y el discurso del adversario que
de pensar por sí misma, confundiendo causas y síntomas. De poner en primer
plano ambas cuestiones, se ignora el alcance y origen de ambos fenómenos,
delimita el conflicto en un lugar conveniente para las élites, y desvía nuestra
atención. Lo que es peor, vela el proyecto político elitista y neoliberal del establishment, haciendo de él incluso un
proyecto presentable por comparación. Esto se encarna en la fascinación de los
líderes griegos por el macronismo, aun
cuando se vieron humillados por la intransigencia neoliberal de otros que eran
afines. Recientemente Tsipras clamó a una gran alianza de demócratas que
incluiría a Macron. O que Varoufakis, para una primera fase democratizante para
su proyecto de Europa Federal, admite a su lado a liberales, cuyas recetas son,
en última instancia, incompatibles con cualquier democracia sustancial,
postergando los cambios necesarios en una suerte de etapismo que desconoce que
los avances en la democracia y la redistribución de la riqueza han de venir de
la mano. En suma, una estrategia que, podríamos denominar así, sería
“frentepopulista”.
Sin embargo, los flujos
migratorios a nivel mundial se mantienen estables, y los movimientos de Sur a
Norte desciende, fruto de los numerosos obstáculos a la movilidad de las
personas, tanto geográficos, económicos, legales o culturales. Asimismo, la derecha
extrema no deja de ser más que una consecuencia, que en ocasiones maniobra con
autonomía, de la agenda de políticas frustrantes del extremo centro y el
reguero de sufrimiento y decepción que siembra a su alrededor. Una derecha
extrema que, en definitiva, sólo plantea las mismas medidas que ejecuta la UE
con su entorno, pero a escala nacional, salvo en el caso de Salvini que aspira
a un proyecto de cooperación de Estados populistas-autoritarios. Nos dejamos
arrastrar por el impresionismo, y perdemos el foco sobre el gran proyecto del
extremo centro que gestiona con guante blanco y puño de hierro un
neoliberalismo financiero y tecnocrático, fundamentalmente elitista y
reaccionario, contra las clases trabajadoras y los pueblos de Europa, clamando
por conservar los privilegios de una vieja Europa que teme perderlos, y que
impone el ideario de la escasez para impedir compartir nada con los de abajo,
los distintos o los de fuera.
Las élites gozan del
privilegio de contar con los medios para poder dar forma y presentar lo que
debemos asumir como problemas. Al pulverizar la inteligencia colectiva, y
encapsular nuestro sufrimiento en una maraña de miedos, de horizontes acotados,
e imaginarios de impotencia, sólo aparentemente ciertos en cuanto se soportan
en medias verdades –que son las falsedades más eficaces-, reducen el campo de
posibilidad de un proyecto emancipatorio alternativo. Para contrarrestarlo
urgen emprender organización social, participación pública amplia, discurso
político y medios de comunicación propios para hacer hegemónica una lectura y
un proyecto superador, con la gente, a partir de sus puntos de partida, pero
ayudando a que el recorrido que realicen sea el mayor posible.
[1] Resulta de suma importancia advertir del sentido
y del método de elaboración de un programa con peso político. Los programas políticos no son un arte de
ingeniería técnica de resolución de problemas en un laboratorio. Han de reunir
las principales aportaciones acumuladas de los movimientos en su contestación a
los problemas vividos. Aunque en última instancia se elabore por personas que pueden
definir con mayor precisión, orden o claridad, un programa político no estará
vivo ni tendrá recorrido sino da forma a los debates públicos, responda a las
necesidades sociales, e incluya los escenarios y las medidas que ya, de
antemano, se anticipan y discuten entre los sujetos que tendrán que
respaldarlo. Un programa que no represente todos esos intereses, que actualice
y organice dichos debates que ya se presentan en la sociedad, será un
constructo abstracto que, quizá ocupe un papel administrativo y que,
seguramente estará abonado a su modificación y adaptación de aquellos que lo
tengan que aplicar, posiblemente ya sin legitimidad.
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