4. CRÍSIS DEL ESTABLISHMENT Y MOVIMIENTOS
ANTISISTÉMICOS.
Perry Anderson, el
gigante intelectual e historiador británico de la prestigiosa New Left Review, ha venido observando en los últimos años, la
formación de nuevos movimientos antisistémicos. Los regímenes neoliberales
modernos, apoyados en su lado izquierda y derecho en el arco político que
representa al establishment, estaría quebrando las promesas ofrecidas durante
tiempo hasta límites insoportables, dando lugar a una contestación creciente
antiestablishment de diferente signo, y forma polarizada. En este sentido, Anderson
señala esta tendencia más como una debilidad de los regímenes neoliberales, y
arrojarían a la derecha extrema a cuestionar pilares consagrados durante
tiempo, hasta el punto de, con el objeto de ganar hegemonía, incluir en su
agenda de medidas y movilizaciones, puntos rupturistas, ahora bien, guiados por
un propósito reaccionario. Esta lectura, suscita un debate, en virtud del cual
las fuerzas transformadoras no debieran recelar en coincidir en las iniciativas
de ruptura, cuando fuesen progresivas, mejor aún si es por iniciativa propia, y
no soslayarlas simplemente por la repulsa de quienes la levantan. Más bien al
contrario, debiera valorarse como una oportunidad para empujar con un sentido
emancipador dichas medidas lo más lejos posible, sin por ello conceder
legitimidad a movimientos contrasistémicos de signo contrario, sin miedo a
disputarles la hegemonía y el sentido de las iniciativas políticas, siempre y
cuando se aborde desde la independencia política y la apertura al
empoderamiento popular de las mayorías.
El establishment, o El extremo
centro(2016), término acuñado por Tariq Ali, trataría de reconstituirse
agrupando a las viejas fuerzas de los regímenes en grandes coaliciones o nuevos
partidos refundados que reúnen los restos del naufragio de las viejas
formaciones políticas. Esta tendencia se estaría consagrando con el fenómeno
simbolizado por el macronismo en Francia. Otras dinámicas análogas han dado pie a alianzas antaño impensables
entre los partidos de la izquierda y derecha que sostenían un mismo régimen,
revelando los consensos básicos y desnudando su ignominia.
El establishment perseguiría ahora descalificar a sus opositores,
caracterizándolos como populismos, necesitado de una polarización discursiva
que les devuelva a una hegemonía ya irrecuperable. Sin embargo, esas
expresiones políticas, que cobra día a día más peso, no son otra cosa más que
el síntoma de un tipo de régimen político, el del neoliberalismo de Estado
soportado en democracias formales, que está en decadencia.
A este respecto, debe
identificarse los enemigos apropiadamente. Es el establishment y su política neoliberal, el causante de las
condiciones de deterioro de la vida de las mayorías, pero también sus políticas
las que abonan el terreno a la derecha extrema. Por este motivo, nuestra
política debe enfrentarse en primer lugar contra el extremo centro, aprovechar
las divisiones internas de las élites, golpear a favor de las medidas
favorables a las clases trabajadoras. También mantenerse no sólo independiente
sino, cuando sea preciso, hostil a cualquier ascenso del autoritarismo, que
puede venir igualmente del extremo centro o la derecha extrema. Ya que, aunque
discrepen hoy, en su proyecto final tendrán mucho más en común de lo que
pretenden aparentar.
Desde nuestro punto de
vista, esta reflexión nos conduce a algo bien alejado a las viejísimas tesis
que sostenían que el poder político se asalta meramente desde las elecciones, y
para ganarlas es preciso ocupar el centro político mediante instrumentos de
mercadotecnia electoral y comunicación política. Ni que decir tiene que para
ocupar el centro del tablero político (algo que no puede confundirse con el
centro), exige reconocer las tendencias materiales de la sociedad bajo su
modelo socioeconómico concreto, y plantear los desafíos reales para la
formación de una subjetividad antagonista y emancipadora que se precie digna de
tal empresa. Una hegemonía y subjetividad que sólo cobrará realidad material si
se ponen en pie organizaciones sociales, sindicatos y movimientos sociales
críticos, medios de comunicación alternativos, y no sólo expresiones
partidarias, aunque también. Aclarar que nuestra política está del lado de las
mayorías, que se enfrenta a todo bloque liberal y autoritario, en sus
diferentes formatos. Esto resulta clave para no dejarse arrastrar por nuevas
suertes de frentepopulismo[1]. Al contrario, mientras se construye un bloque
histórico para una nueva hegemonía social, hay que adoptar una política de Frente Único[2] con
aquellas fuerzas que empujen determinadas medidas emancipadoras, con plena
independencia de clase y sin subordinación, sin miedo a apoyar, a criticar u
oponerse cuando la ocasión lo merezca.
[1] El frentepopulismo,
en la historia de España, en los años 30, adopta una forma política que en el
bloque antifascista, influido por la política de la URSS de aquel momento,
incluía a fragmentos de la burguesía favorable a la democracia formal, y que
renunciaba explícitamente a conquistas mayores al marcar etapas diferencias de
la lucha política, hasta el punto de conducir a la represión interna de
aquellos grupos que querían ir más lejos, sin comprender que para, por ejemplo,
ganar la guerra y la democracia, eran precisas aspiraciones y esfuerzos
revolucionarios, y que ganar la guerra y hacer la revolución era un tándem
necesario.
[2] Esta política de frente único implicaba una estrategia de apoyo a los grupos de la
sociedad comprometida en medidas progresistas, y apoyarles sinceramente en
tanto defiendan esas medidas, frente al enemigo de clase claramente
comprometido con la liquidación de sus opositores, pero sin renunciar a ningún
proyecto propio, y por tanto desplegar sus iniciativas con plena independencia.
Esto puede conducir a defender unitariamente determinadas medidas de la
socialdemocracia, e incluso la defensa física de sus miembros amenazados, al
mismo tiempo que el distanciamiento y oposición crítica de aquellos puntos en
los que se esté disconforme.
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