6. LA HIPÓTESIS POLÍTICA DE LA POLARIZACIÓN.
Las derrotas sociopolíticas de las clases trabajadoras de las últimas décadas, y el avance del neoliberalismo, consiguiendo gestionar y aplazar el declive de la acumulación capitalista mediante políticas de financiarización, hasta, por lo menos 2008, supuso un retroceso en las condiciones sociales de vida, empleo y trabajo, que desplazó la posibilidad de cambio durante mucho tiempo. Desde este punto de vista, la crisis objetiva de la acumulación y de las posibilidades de cumplir las aspiraciones prometidas a una parte de la población, va a coincidir con una crisis de subjetividad antagonista, cuanto menos hasta 2011. Son las primaveras árabes o el 15-M en España, las que van a multiplicar los primeros ecos de rebeldía ya iniciados por los movimientos altermundialistas (1994-2000) y antiguerra (2004), dando forma a un mayor espacio y prácticas sociales que se replantean el modo de vida general y que, tras mucho tiempo, lo hacen con una audiencia social significativa.
Cabe señalar que, desde
2010, la forma de la política ha cambiado radicalmente, y frente a los largos
momentos de relativa estabilidad normalizada de otras épocas, la nueva se
inaugura hacia una tendencia declinante en el proceso de acumulación y de
creciente e intensa polarización social. Mientras se produce una fuerte
concentración de la riqueza se abandonano alteran (para reducir el compromiso
del “contrato social”) los proyectos de cohesión que representan un lastre para
la competitividad/rentabilidad. Desde ese momento, el establishment se instala en la idea del “no hay alternativa” a la
perspectiva de competir, y la inevitabilidad de abandonar a los perdedores (con
los matices del socialiberalismo para paliar los casos más extremos). Al
neoliberalismo autoritario actual sólo le queda la promesa de promoción de los
que “lo merecen” como fórmula de legitimación, que ya es incapaz de cumplir, y
que, por supuesto asume la exclusión de las mayorías. Por su lado, las nuevas
derechas extremas, se anclarían en el victimismo del que teme perder sus
privilegios frente al extraño (extranjero o diverso), para reclamar la defensa
de una idea de patria orgullosa para los nacionales, intolerante y excluyente,
frente al capital foráneo, la minoría o el inmigrante. Desde este punto de
vista, no es de extrañar la nueva ola patriarcal de opresiones a las mujeres,
que nos retrotraen hacia tiempos oscuros, en tanto que las mujeres defienden
tanto las necesidades materiales cotidianas, el respeto al cuerpo de todas las
personas, como las conquistas de vida cotidiana a favor de la igualdad de
derechos y la libertad reales, algo que pone en tela de juicio un periodo
autoritario como el que viene. De ahí la fuerte reacción contra las mujeres, al
representar la trinchera y punta de lanza que persiguen garantizar un modo de
vida mejor para todas las personas.
Mientras tanto, algunas
fuerzas del cambio recuperarían el ideario keynesiano de la postguerra mundial
y el Estado del Bienestar; mientras que otras insistiríamos en la inviabilidad
material de restaurar un modelo que no cabe en el actual contexto, exigiendo la
transformación radical de las bases sociales y productivas como única
posibilidad de emancipación real y de respuesta a los desafíos energéticos,
climáticos y de desigualdad.
Las nuevas fuerzas del
cambio son así mismo heterogéneas. Por un lado, algunas retoman viejos mitos,
para ellos incumplidos más que de origen mal concebidos o simplemente al
servicio de una minoría, para abrazar la ilusión de la reforma paneuropea de
unas instituciones blindadas para no poder ser alteradas en sus principios
fundacionales favorables al capital europeo transnacional y los intereses de
las potencias exportadoras y superavitarias en la UE. Por otro, una tendencia
en aras de la recuperación de la soberanía económica, mediante el refugio
nacional estatalista, confundiendo la soberanía popular con la vuelta al
Estado-Nación, como si este fuera capaz de lidiar con el capitalismo global, o
no estuviese atravesado de intereses sociales en disputa en su interno.
En el caso español
podemos encontrar una forma particular del debate. Por un lado, por el momento,
ha triunfado una interpretación que podríamos caracterizar de estrategia
“discursivo-populista”, inspirado en cierta lectura del kirchnerismo-peronista.
Esta afronta la articulación de los intereses populares en torno a la
construcción de un discurso que encuentre la concatenación de significantes flotantes, que haga
posible resignificar y unificar, aunque sea por momentos, la diversidad de los
conflictos que atraviesan al pueblo. Se trata de un esquema discursivo
idealista de agregación coyuntural y táctica contra la oligarquía, que está
abocada a cierta inconsistencia en el tratamiento de los diferentes conflictos,
y que aborda el conflicto desde la gestión del sentido práctico del discurso en
coyunturas concretas. En el caso de Podemos, se habrían desplegados dos
variantes de populismo. La corriente con mayor desarrollo teórico político, el
errejonismo, sugiere el acompañamiento al sentido común dominante.Contaría, por
otro, con la variante cesarista (con ocasionales tácticas bonapartistas para
ganarse el apoyo interno) de apelación al seguidismo carismático, encarnada por
su vigente secretario general. Sea como fuere, estas aproximaciones relativizan
el papel de las condiciones materiales.Están a la zaga de representar consensos
sociales antioligárquicos, para hacer eficaz su estrategia
electoral-institucionalista de acceso o influencia en el poder gubernamental.
Su estrategia se focaliza en la comunicación de un discurso político agregador
de las diferencias, como si todas ellas estuvieran en órdenes homólogos (las
luchas culturales, las civiles, las políticas o las productivas y laborales), y
sin tratar de organizar a los sujetos ni llevar un paso más lejos las demandas
expresadas en encuestas y elecciones.
Encontraríamos otra
línea, minoritaria, que al menos trataría de construir, en base al análisis de
la dinámica contradictoria de los universales
concretos de las formaciones sociohistóricas capitalistas
(mercantilización, salarización, precarización, acumulación capitalista, polarización
de clases...) un proyecto antagonista que elabora los lazos político-subjetivos
en torno a las condiciones materiales e histórico concretas del conflicto, sin
plegarse al sentido común previo, sino partiendo de él para construir uno
alternativo, con el pueblo y con las clases trabajadoras y sus organizaciones, sin
sustituirles.
Nuestra tesis aquí, parte
de esta última aproximación como propuesta política. Se trata de constatar que,
sobre todo en las fases recesivas del proceso de acumulación, se acelera la
polarización social, fruto de unas condiciones materiales que tensionan a la
sociedad más y más –destruyendo sus clases medias independientes-. Ese aumento
de las tensiones materiales no determinan las opciones que adoptaran las
mayorías, pero las necesidades y frustraciones ocasionadas imprimirán al poder
una agenda disciplinaria para conservar el poder, al perder legitimidad.
También produce las experiencias que, tras un periodo de maduración, pueden
conducir a la radicalización contestataria. Una tendencia que aconsejará una
estrategia sumamente distinta a la captación de caladeros de electores moderados.
La receptividad a nuevas propuestas y formas de respuesta social tendrán más
acogida. Este proceso no es automático, depende de la presencia de sujetos
políticos, e históricamente, suele cobrar forma material en los periodos de recuperación
en los que las condiciones reducen el temor de las mayorías. Sin embargo, como
señalamos, no hay automatismo, es cuestión de cómo los sujetos concretos
metabolizan la reflexión sobre su experiencia, la organización de su
resistencia y su proyecto alternativo, teorizado para la práctica. No se
trataría ni de adaptarse a un consenso viejo –que quedaría quebrado y roto en
varios pedazos, ni de una estrategia de estar a la espera y sumarse a nuevas
iniciativas sociales, sino de estar presente en dichos cambios y respuestas,
formar parte de la organización de una respuesta social, tanto en el orden del
discurso como de su práctica organizada, hilando la respuesta de los
movimientos contrasistémicos con un proyecto político emancipador que haga más
consistente y promueva los cambios de manera proactiva, en aras de la
construcción de una nueva hegemonía. De no hacerlo, se corre el riesgo que dicho
espacio se ocupe por el cinismo elitista, competitivo y cosmopolita neoliberal,
o por la reacción autoritaria corporativa o nacionalista. Estar presente y
construir con los sujetos sociales las organizaciones y la subjetividad
antagonista encierra el secreto, sin atajos, de la transformación social,
haciendo frente a los conflictos, desde la resistencia, de la práctica
alternativa a la propuesta superadora. Anudar la experiencia de las clases
populares a un proyecto político que conjugase su participación y apoyo, sería
el vehículo hacia el cambio.
Esto es lo que pudo
suceder tras 2011, pero sin sujeto político hasta 2014.Es lo que
presumiblemente sucederá de nuevo con un nuevo ciclo recesivo, y lo que
debiéramos estar preparando, una vez que tenemos fuerzas del cambio con
audiencia, con los movimientos populares que den proyección al cambio. El
problema de partida es haber perdido el tiempo para preparar, precisamente en el
periodo más favorable de estabilización económica, las organizaciones y los
discursos, que hagan creíble esta estrategia en el nuevo periodo. Cuando no se
está presente en los cambios, manteniendo la tensión creativa entre movimiento,
organizaciones sociales, sindicales y políticas, no sólo en el campo de la
representación política sino también en los campos de lo social y lo
productivo, son otros quienes los que conducen la reacción a su favor.
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