2. EL DECLIVE OBJETIVO DEL CAPITALISMO EUROPEO.
Conviene comenzar por el
diagnóstico de las dinámicas objetivas. El sistema capitalista rige las formas
sociales y económicas de la vida de la población mundial, habiéndose extendido hasta
sus límites, tanto a escala geográfica como en la inmensa mayor parte de las
prácticas de la vida social. La mercantilización de la vida y la naturaleza,
las relaciones sociales y la producción; la salarización del trabajo, y la
desigualdad y la precariedad de las clases populares y su fragmentación
jerarquizada (por ciudadanía nacional, régimen de estabilidad laboral, estilo
de consumo y estatus social, etnia o pertenencia a grupos sociales) avanzan cada
vez con menos contrapesos.
Desde los años 70 el vigor de
la acumulación capitalista, que brindaba las condiciones materiales de riqueza
así como la carestía acorde a esta forma de dominación y de legitimación, sigue
debilitándose, describiendo ciclos. El neoliberalismo obtuvo una victoria al
desplazar al mundo sindical hacia posiciones aún más sulbalternas y con pérdida
de influencia sobre el conjunto de la sociedad, aplicar medidas de ajuste y de
financiarización para compensar los efectos recesivos de las políticas de
austeridad. Este modelo agotó sus “ventajas” en 2007. Los indicadores
económicos muestran el agotamiento de la actual, frágil y corta recuperación,
que vino desde 2013, tras cinco años de la Gran Recesión que nos sacudió desde
2008, que se saldó con el triunfo de quienes la provocaron y una nueva vuelta
de tuerca en el proceso de financiarización de la economía.
El ciclo de recuperación,
tras un gran impacto, y que sobre todo ha significado una concentración de
poder en el gran capital energético-financiero transnacional, en detrimento de
las precarias bases de cohesión social existentes, no ha interrumpido las
tendencias a una tendencia regresiva de la acumulación capitalista a largo
plazo, ocasionando nuevas tensiones geoestratégicas (guerra comercial y fiscal,
reconfiguración de alianzas entre bloques económicos). Este breve ciclo de
recuperación, que tuvo su cénit de crecimiento en 2016, ahora llega de nuevo a
su fin, con una recuperación de la tasa de beneficio que fue limitada, y que
pronto vuelve de nuevo a estrecharse. A su vez, va a coincidir tanto con el ascenso
del precio de las materias primas –fruto de nuevas tensiones geoestratégicas,
de la volatilidad causada por la especulación, pero también bajo la sombra de
la mayor crisis energética que haya conocido la humanidad-; conel cambio de
tendencia en los tipos de interés, fruto del fin programado de las políticas
monetarias asociadas al Quantative Easing y la compra de activos de los grandes
bancos centrales, especialmente en Europa y Estados Unidos.
Desde 2010 cuanto menos, los
poderes económicos aplicaron nuevos formatos de su agenda neoliberal. Se pasó
de un periodo de ajuste y privatización combinada con políticas de
financiarización del periodo 1996-2007, a un nuevo periodo de, también ajuste,
pero de decidida línea de disciplinamiento para trasladar los enormes montantes
de deuda privada para cargarlos en forma de deuda pública, en primer lugar con
políticas a escala nacional y después con medidas que comprometían mecanismos
ideados por la Troika, con exigencias originadas en instituciones continentales
de concertación intergubernamental, como es la propia Unión Europea. Así, a las
medidas clásicas de moderación salarial, privatización totales o parciales de
bienes públicos, y erosión de servicios públicos esenciales y derechos
sociolaborales, se les sumó una política fiscal regresiva, que cargaba los
impuestos al mundo del trabajo y exoneraba en gran medida al gran capital, al
tiempo que se propiciaban políticas estatales sumamente generosas con las
grandes empresas financieras y energéticas, que consistieron en rescates
públicos, concesión y ayudas. Para afianzar esta línea de privilegio para las
élites la Unión Europea, como espacio de concertación de las élites
transnacionales europeas y de representación hegemónica de las grandes
potencias europeas, no tuvo reparos en ejercer una presión, asumida por las
oligarquías nacionales, para constitucionalizar medidas como la priorización
del pago de la deuda, como así sucedió en el Estado Español con el artículo 135
de la Constitución Española. En este contexto de gran crisis, los países
periféricos han atravesado el calvario, en secuencia de uno en uno, de verse
sometidos al chantaje monetario-financiero de la Troika y, encarnado en el BCE,
la tiranía del Sistema Euro tal y como está concebido, como tanque financiero
de opresión. Así, Irlanda, Chipre, España y Grecia se vieron con la necesidad y
sometimiento a la financiación del BCE, a cambio de entregar su soberanía
económica, bajo el látigo de la austeridad social, al servicio del rescate del
sistema financiero privado (a veces nacional, como España, en otras ocasiones,
internacional, como sucedió con los memorandos griegos). Al mismo tiempo, en la
periferia Este de Europa, varios países aspirantes a formar parte
del club se veían igualmente disciplinados por criterios de convergencia tan
austeritarios o más que los ya ideados en el Tratado de Maastricht.
Pero la crisis también ha
tenido consecuencias no deseadas para las clases dirigentes. Alguna se ha
producido en el marco de las clases dominantes, dividiéndolas, al estrecharse
el pastel de los excedentes y concentrarse en los beneficiarios de la
globalización mercantil, en detrimento de parte de las burguesías nacionales. Asistimos
a una revisión de la globalización que, sin detenerse, reclama una
reconfiguración de los bloques comerciales, las condiciones de intercambio
(guerra comercial y proteccionismo), y una jerarquización bajo el signo del
bilateralismo o el intergubernamentalismo austeritario que emplea mecanismos
financieros de dominación a través de la deuda y la exigencia de
reestructuraciones permanentes a favor de la subordinación de las periferias. De
ahí que se levanten proyectos que traten de revisar la agenda de libre
comercio, o los acuerdos multilaterales, exigiendo proteccionismo y un
fortalecimiento del Estado para proteger el capital nacional, claro está, para
competir de otro modo en el mercado continental, y de cuya rivalidad sólo
algunos pocos Estados fuertes podrían sacar partido. El ascenso de las derechas
extremas, que añoran las viejas relaciones bilaterales, que esconden una nueva
jerarquía y rivalidad por la hegemonía de los mercados internacionales, y un Estado
protector, que agrupe a su ciudadanía en torno a una bandera, escogiendo al
extraño y la minoría vulnerable como chivo expiatorio, viene de esta necesidad
de una fracción rebelde y reaccionaria de las clases dominantes por
reconquistar agresivamente su espacio frente al cosmopolitismo del capital
transnacional. Cabe decir que esta división política de las clases dominantes
en modo alguno es incompatible con los recurrentes grandes pactos a los que
suelen llegar para conciliar sus intereses, normalmente en contra de las
mayorías populares y productivas.
Cabe decir también, que
hay otro formato reaccionario que no responde a este esquema de añoranza de la
vieja historia chovinista de aquellos que quieren volver a ser grandes
potencias o de competir mejor en el mercado mundial, desprendiéndose de sus
obligaciones con las regiones más pobres. Se trata de un club de países del Este, que se integraron en
la UE, con la mirada al acceso a dicho mercado, que lo hacían con un ojo hacia
los EEUU y otro a Rusia, y que heredaban una repulsa a las experiencias
burocráticas y escasamente democráticas del desplomado socialismo real. Ese
espacio en cuestión, campo a través del paso del gas ruso hacia centroeuropa,
de la provisión de mano de obra profesional a bajo precio, donde se idealiza el
capitalismo, y se desprende de los derechos, ha sufrido, si cabe una
asimilación aún peor que la periferia Sur, oscilando entre la influencia
militar de la OTAN, la atracción económica de Centroeuropa, o, en algunos
casos, la mirada nostálgica al viejo oso ruso. El descreimiento y la
desconfianza en sí mismos, o el propio aplastamiento militar y divisionismo
interno alimentado desde fuera –como en los Balcanes- ha quemado las esperanzas
de mucha gente y urge, desde las fuerzas transformadoras, hacer balance de
viejas experiencias, demonizadas o idealizadas, y de los mitos embaucadores a
los que conduce su asimilación a una periferia dependiente de unos o de otros,
y de un modelo socioeconómico que sólo les reserva el lugar de patio trasero o
de Alemania, o de EEUU o de Rusia.
Asimismo, desde 2010 se
han producido cambios en la subjetividad de las clases populares movida por
varios vectores. Primero la intensificación del disciplinamiento y la
fragmentación competitiva, fruto de los recortes, el paro y la destrucción de
derechos y garantías. Segundo, la removilización social, sobre todo en la periferia Sur, aún limitada,
contradictoria y, muchas veces inconsistente. En España fue el 15-M, estando
aquella experiencia alineada con muchas expresiones producidas a nivel mundial
(Primavera árabe, la toma asamblearia de las plazas, o o la aparición de nuevas corrientes renovadoras con cierto
giro a la izquierda como es el caso de Bernie Sanders en el partido demócrata
norteamericano o de Jeremy Corbin en el partido laborista inglés). Estas
iniciativas prosiguen con menos vigor, se han materializado en organizaciones
políticas que introduciendo elementos novedosos no han sabido acabar con viejas
prácticas, o han acabado, tras alcanzar las instituciones, en resultados
ambivalentes o frustrantes. Ahora bien, resulta importante decir, que sin
haberlo intentado y sin haber llegado lejos no habrían tenido ni la opción de equivocarse.
Sin esta movilización, no puede comprenderse la llegada a gobiernos en Grecia o
Chipre, la influencia parlamentaria de la izquierda en gobiernos como en
Portugal, o la fuerte modificación del mapa de partidos en gran parte de Europa,
entre ellos el Estado español.
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