12/11/18

Tesis para una propuesta internacionalista y de emancipación de las soberanías populares: 2) El declive Objetivo del Capitalismo Europeo


2.   EL DECLIVE OBJETIVO DEL CAPITALISMO EUROPEO.

 Daniel Albarracín
https://vientosur.info/spip.php?article14344

Conviene comenzar por el diagnóstico de las dinámicas objetivas. El sistema capitalista rige las formas sociales y económicas de la vida de la población mundial, habiéndose extendido hasta sus límites, tanto a escala geográfica como en la inmensa mayor parte de las prácticas de la vida social. La mercantilización de la vida y la naturaleza, las relaciones sociales y la producción; la salarización del trabajo, y la desigualdad y la precariedad de las clases populares y su fragmentación jerarquizada (por ciudadanía nacional, régimen de estabilidad laboral, estilo de consumo y estatus social, etnia o pertenencia a grupos sociales) avanzan cada vez con menos contrapesos.

Desde los años 70 el vigor de la acumulación capitalista, que brindaba las condiciones materiales de riqueza así como la carestía acorde a esta forma de dominación y de legitimación, sigue debilitándose, describiendo ciclos. El neoliberalismo obtuvo una victoria al desplazar al mundo sindical hacia posiciones aún más sulbalternas y con pérdida de influencia sobre el conjunto de la sociedad, aplicar medidas de ajuste y de financiarización para compensar los efectos recesivos de las políticas de austeridad. Este modelo agotó sus “ventajas” en 2007. Los indicadores económicos muestran el agotamiento de la actual, frágil y corta recuperación, que vino desde 2013, tras cinco años de la Gran Recesión que nos sacudió desde 2008, que se saldó con el triunfo de quienes la provocaron y una nueva vuelta de tuerca en el proceso de financiarización de la economía.
El ciclo de recuperación, tras un gran impacto, y que sobre todo ha significado una concentración de poder en el gran capital energético-financiero transnacional, en detrimento de las precarias bases de cohesión social existentes, no ha interrumpido las tendencias a una tendencia regresiva de la acumulación capitalista a largo plazo, ocasionando nuevas tensiones geoestratégicas (guerra comercial y fiscal, reconfiguración de alianzas entre bloques económicos). Este breve ciclo de recuperación, que tuvo su cénit de crecimiento en 2016, ahora llega de nuevo a su fin, con una recuperación de la tasa de beneficio que fue limitada, y que pronto vuelve de nuevo a estrecharse. A su vez, va a coincidir tanto con el ascenso del precio de las materias primas –fruto de nuevas tensiones geoestratégicas, de la volatilidad causada por la especulación, pero también bajo la sombra de la mayor crisis energética que haya conocido la humanidad-; conel cambio de tendencia en los tipos de interés, fruto del fin programado de las políticas monetarias asociadas al Quantative Easing y la compra de activos de los grandes bancos centrales, especialmente en Europa y Estados Unidos.

Desde 2010 cuanto menos, los poderes económicos aplicaron nuevos formatos de su agenda neoliberal. Se pasó de un periodo de ajuste y privatización combinada con políticas de financiarización del periodo 1996-2007, a un nuevo periodo de, también ajuste, pero de decidida línea de disciplinamiento para trasladar los enormes montantes de deuda privada para cargarlos en forma de deuda pública, en primer lugar con políticas a escala nacional y después con medidas que comprometían mecanismos ideados por la Troika, con exigencias originadas en instituciones continentales de concertación intergubernamental, como es la propia Unión Europea. Así, a las medidas clásicas de moderación salarial, privatización totales o parciales de bienes públicos, y erosión de servicios públicos esenciales y derechos sociolaborales, se les sumó una política fiscal regresiva, que cargaba los impuestos al mundo del trabajo y exoneraba en gran medida al gran capital, al tiempo que se propiciaban políticas estatales sumamente generosas con las grandes empresas financieras y energéticas, que consistieron en rescates públicos, concesión y ayudas. Para afianzar esta línea de privilegio para las élites la Unión Europea, como espacio de concertación de las élites transnacionales europeas y de representación hegemónica de las grandes potencias europeas, no tuvo reparos en ejercer una presión, asumida por las oligarquías nacionales, para constitucionalizar medidas como la priorización del pago de la deuda, como así sucedió en el Estado Español con el artículo 135 de la Constitución Española. En este contexto de gran crisis, los países periféricos han atravesado el calvario, en secuencia de uno en uno, de verse sometidos al chantaje monetario-financiero de la Troika y, encarnado en el BCE, la tiranía del Sistema Euro tal y como está concebido, como tanque financiero de opresión. Así, Irlanda, Chipre, España y Grecia se vieron con la necesidad y sometimiento a la financiación del BCE, a cambio de entregar su soberanía económica, bajo el látigo de la austeridad social, al servicio del rescate del sistema financiero privado (a veces nacional, como España, en otras ocasiones, internacional, como sucedió con los memorandos griegos). Al mismo tiempo, en la periferia Este de Europa, varios países aspirantes a formar parte del club se veían igualmente disciplinados por criterios de convergencia tan austeritarios o más que los ya ideados en el Tratado de Maastricht.

Pero la crisis también ha tenido consecuencias no deseadas para las clases dirigentes. Alguna se ha producido en el marco de las clases dominantes, dividiéndolas, al estrecharse el pastel de los excedentes y concentrarse en los beneficiarios de la globalización mercantil, en detrimento de parte de las burguesías nacionales. Asistimos a una revisión de la globalización que, sin detenerse, reclama una reconfiguración de los bloques comerciales, las condiciones de intercambio (guerra comercial y proteccionismo), y una jerarquización bajo el signo del bilateralismo o el intergubernamentalismo austeritario que emplea mecanismos financieros de dominación a través de la deuda y la exigencia de reestructuraciones permanentes a favor de la subordinación de las periferias. De ahí que se levanten proyectos que traten de revisar la agenda de libre comercio, o los acuerdos multilaterales, exigiendo proteccionismo y un fortalecimiento del Estado para proteger el capital nacional, claro está, para competir de otro modo en el mercado continental, y de cuya rivalidad sólo algunos pocos Estados fuertes podrían sacar partido. El ascenso de las derechas extremas, que añoran las viejas relaciones bilaterales, que esconden una nueva jerarquía y rivalidad por la hegemonía de los mercados internacionales, y un Estado protector, que agrupe a su ciudadanía en torno a una bandera, escogiendo al extraño y la minoría vulnerable como chivo expiatorio, viene de esta necesidad de una fracción rebelde y reaccionaria de las clases dominantes por reconquistar agresivamente su espacio frente al cosmopolitismo del capital transnacional. Cabe decir que esta división política de las clases dominantes en modo alguno es incompatible con los recurrentes grandes pactos a los que suelen llegar para conciliar sus intereses, normalmente en contra de las mayorías populares y productivas.

Cabe decir también, que hay otro formato reaccionario que no responde a este esquema de añoranza de la vieja historia chovinista de aquellos que quieren volver a ser grandes potencias o de competir mejor en el mercado mundial, desprendiéndose de sus obligaciones con las regiones más pobres. Se trata de un club de países del Este, que se integraron en la UE, con la mirada al acceso a dicho mercado, que lo hacían con un ojo hacia los EEUU y otro a Rusia, y que heredaban una repulsa a las experiencias burocráticas y escasamente democráticas del desplomado socialismo real. Ese espacio en cuestión, campo a través del paso del gas ruso hacia centroeuropa, de la provisión de mano de obra profesional a bajo precio, donde se idealiza el capitalismo, y se desprende de los derechos, ha sufrido, si cabe una asimilación aún peor que la periferia Sur, oscilando entre la influencia militar de la OTAN, la atracción económica de Centroeuropa, o, en algunos casos, la mirada nostálgica al viejo oso ruso. El descreimiento y la desconfianza en sí mismos, o el propio aplastamiento militar y divisionismo interno alimentado desde fuera –como en los Balcanes- ha quemado las esperanzas de mucha gente y urge, desde las fuerzas transformadoras, hacer balance de viejas experiencias, demonizadas o idealizadas, y de los mitos embaucadores a los que conduce su asimilación a una periferia dependiente de unos o de otros, y de un modelo socioeconómico que sólo les reserva el lugar de patio trasero o de Alemania, o de EEUU o de Rusia.

Asimismo, desde 2010 se han producido cambios en la subjetividad de las clases populares movida por varios vectores. Primero la intensificación del disciplinamiento y la fragmentación competitiva, fruto de los recortes, el paro y la destrucción de derechos y garantías. Segundo, la removilización social, sobre todo en la periferia Sur, aún limitada, contradictoria y, muchas veces inconsistente. En España fue el 15-M, estando aquella experiencia alineada con muchas expresiones producidas a nivel mundial (Primavera árabe, la toma asamblearia de las plazas, o o la aparición de nuevas corrientes renovadoras con cierto giro a la izquierda como es el caso de Bernie Sanders en el partido demócrata norteamericano o de Jeremy Corbin en el partido laborista inglés). Estas iniciativas prosiguen con menos vigor, se han materializado en organizaciones políticas que introduciendo elementos novedosos no han sabido acabar con viejas prácticas, o han acabado, tras alcanzar las instituciones, en resultados ambivalentes o frustrantes. Ahora bien, resulta importante decir, que sin haberlo intentado y sin haber llegado lejos no habrían tenido ni la opción de equivocarse. Sin esta movilización, no puede comprenderse la llegada a gobiernos en Grecia o Chipre, la influencia parlamentaria de la izquierda en gobiernos como en Portugal, o la fuerte modificación del mapa de partidos en gran parte de Europa, entre ellos el Estado español.

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