7. LA CRISIS DE LA UNIÓN EUROPEA
Nadie duda de que la UE
atraviesa su momento más difícil. El Brexit, las sucesivas crisis de deuda en
Grecia, Irlanda, Chipre o España, las desobediencias xenófobas y reaccionarias
de los países del Club de Visegrado en el Este de Europa, o la rebelión
desobediente, aunque reaccionaria, en Italia, son las consecuencias de una
institucionalidad intergubernamental cada vez más incapaz de coordinar a las
élites europeas a un gran consenso burgués, y, por supuesto, muy lejos de
suscitar el más mínimo entusiasmo entre la mayoría de población, si es que no
causa un significativo y creciente rechazo.
El bloqueo del modelo de
tomas de decisiones de la Unión Europea, por su carácter intergubernamental, es
también garantía de la consagración y blindaje de los principios neoliberales
de los Tratados Europeos. Unos Tratados que ponen en el centro el proyecto de
libertad de movimiento de capitales y de mercancías, las políticas de ajuste
estructural contra los salarios o los servicios públicos que respaldan los
derechos sociales, como condición de necesidad para la restauración de la tasa
de beneficio del gran capital. Detrás de estas condiciones están los
facilitadores de las llamadas crisis simétricas (financieras, de rentabilidad o
de inversión y productivas).Un modelo que se afianza con una arquitectura
económica sujeta a un Sistema Euro (Michel Husson) levantado por la moneda
única con tres pilares que le orientan: la política de control del déficit
público, un presupuesto europeo irrisorio y no redistribuidor, y una política
monetaria que privilegia al sistema financiero privado, que no sólo contribuye
a la gravedad de dichas crisis simétricas, sino que propicia crisis
asimétricas, en tanto que entraña un mecanismo idóneo para exportar las crisis
del centro a las periferias.
Tras la crisis de 2008,
tras las crisis institucionales y de deuda con numerosos países, con la certeza
de que buena parte de los problemas del sistema bancario no se han resuelto, y
que más pronto que tarde volverán a darse crisis simétricas, se ha desarrollado
por parte de la Comisión, con el apoyo de países como Francia, una frenética
línea de propuestas tecnocráticas, neoliberales al tiempo que federalistas y
con rasgos de compensación, bajo ciertas fórmulas de mutualización de las
deudas (donde se emiten eurobonos con respaldo de instituciones financieras de
la UE), mecanismos de estabilización financiera (como será el disminuido
mecanismo previsto que hará las veces de mini Fondo Monetario Europeo), o de
promoción de la inversión a través de instrumentos financieros (como ha sido el
Plan Juncker, y vendrá a ser el Programa InvestUE). Estas propuestas han sido
rebajadas y recondicionadas por el grupo de países en torno a Alemania,
haciendo que los instrumentos que se barajan serán de una envergadura pequeña,
incapaz de hacer frente a crisis de países de “carácter sistémico” –por
ejemplo, Italia-, e impidiendo que se admita cualquier sistema de
transferencias interiores, como podría ser, de algún modo, un sistema de seguro
de desempleo europeo.
Cabe augurar, que el
pulso Italiano, que porta atrás el dilema de la crisis bancaria italiana y sus
efectos arrastre de otros sistemas bancarios, o el Brexit, van a profundizar la
crisis europea, quizá con nuevos intentos de disciplinamiento interno, quizá
con nuevos escenarios de fragmentación del proyecto europeo.
Las propuestas de la
izquierda hasta la fecha han basculado entre dos polos. La que insistía en
recuperar las soberanías económicas estatales, y la que sueña con un cambio en
la correlación de fuerzas en el Consejo, para hacer valer una reforma
paneuropea a partir de la negociación institucional.
Sin embargo, la forma en
que la tensión y las posibilidades de cambio van a producirse serán bien
distintas. Hasta la fecha las crisis de la UE han venido dándose, de manera
espaciada o aislada entre los poderes de la Troika y países particulares que
entraron en crisis económica o han decidido, de uno en uno, sea bien separarse
(UK) o desobedecer (Italia). Recordemos que el cambio en los Tratados exige
para su núcleo duro la unanimidad en el Consejo o la mayoría cualificada para otros
aspectos importantes. La posibilidad de una coalición progresista en el Consejo
no sólo es improbable, sino que resulta ilusorio obtener las condiciones previstas
por dichos Tratados para poder formalizar cambios sustanciales. Ahora bien, con
la aceleración de la crisis económica, la sucesión de crisis financieras,
bancarias y económicas, puede que se produzca un acumulado de crisis
simultáneas en varios países, probablemente en mayor medida en las periferias,
al constituir el eslabón débil de la cadena.
La crisis italiana adopta
un perfil de rebeldía muy distinto del que se ha dado en otros países, y un
signo muy diferente, por su perfil xenófobo y reaccionario, aunque también
antiausteritario. Sin embargo, aunque hay que seguir el curso abierto de los
acontecimientos, contiene una actitud desobediente de autoafirmación que no se
produjo, por ejemplo ni en Chipre, ni en Irlanda, ni en España ni en Grecia, en
crisis anteriores. De lo que se trata es de seguir ese camino, ahora bien,
claramente, con un signo no sólo antiausteritario y desobediente, sino también
emancipador para las clases populares, internacionalista y solidario.
Será en estas
circunstancias, de acumulación de países en crisis donde cupiera un proyecto
solidario e internacionalista, que, sin embargo, habrá de comenzar por realizar
ciertas tareas en cada país. Estas debieran complementarse y proseguir con
nuevas alianzas, sea bien para forzar un cambio (improbable) en la
configuración de las instituciones de la UE, sea bien para construir un nuevo
marco de cooperación supranacional fundado en nuevos principios rectores
(cooperación comercial justa, complementariedad productiva, sinergias de
inversión colaborativa, y, cuando se den las condiciones de convergencia real,
un posible avance confederal o federal con una arquitectura social y económica
integradora y solidaria, condición sine
qua non para una moneda común[1] fuera
consistente). Quizá, desde los países del Sur, pero sin cerrarse a geografía
alguna, podría comenzarse dicho proyecto. Plantearlo desde ahora es la
condición de posibilidad para que las tensiones abiertas entre los países disciplinados
por la Troika puedan enfrentarse con un horizonte de posibilidad y de victoria.
Se trata, en definitiva,
de esgrimir una estrategia de
desobediencia a los Tratados, en la que los países que porten un proyecto
emancipador, asuman tareas políticas a favor de la soberanía popular (que no
suele coincidir con la soberanía nacional, sea bien porque pueblos sin Estado,
como hay Estados que no responden a los intereses de la mayoría de su pueblo, o
a la serie de pueblos que contiene), que apliquen, de llegar al gobierno, una
política antiausteritaria, de redistribución económica, de la renta y de la
riqueza, sin miedo a romper la senda del déficit en periodos recesivos, de
socialización de los sectores estratégicos, de cuestionamiento de las deudas
ilegítimas, con medidas de protección social, todas ellas compatibles y
favorables a ser extensibles[2] para
otros países, con los brazos abiertos a la solidaridad internacional y la
cooperación económica, y el despliegue de políticas de transición energética.
Un proyecto que, idóneamente, debiera propiciar una desconexión de los centros
capitalistas, que construya un polo de desarrollo endógeno, emancipación
popular, cambio de modelo productivo, y adaptación sostenible del metabolismo de
extracción/producción sociedad-naturaleza.
[1]La referencia a una moneda común, como último estadio de una integración, no equivale a
una moneda única, sino a un sistema flexible de monedas vinculadas que
admitiría correcciones pactadas en el tipo de cambio para actuar ante
desequilibrios exteriores.
[2]Esto quiere decir que las medidas unilaterales
incluyan cláusulas no lesivas para países terceros cooperadores y solidarios,
implicando por ejemplo, la prevención de carreras arancelarias, de devaluación
competitiva o fiscal de suma negativa.
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