LA
RELEVANCIA CONTEMPORÁNEA DE MARX[1]
Una versión de este artículo será publicado en la revista Sociología Histórica en 2018, en un número dedicado a El capital.
RESUMEN
Marx recupera
interés. Su clarificación del funcionamiento del capitalismo contrasta con las
simplificaciones neoclásicas y las ingenuidades heterodoxas. Indicó la lógica
de la plusvalía que subyace en la agresión neoliberal y el tipo de
superexplotación que prevalece en el trabajo precario. Esclareció el origen de
la desigualdad y el sentido actual del beneficio.
El Capital permite refutar la
identificación de la revolución digital con el desempleo. Cuestiona las
explicaciones de la crisis por desaciertos gubernamentales o carencias de
regulaciones. Remarca tensiones intrínsecas en la esfera del consumo y la
rentabilidad.
Marx subrayó los
determinantes productivos de las convulsiones financieras. Sugirió las
conexiones de la mundialización con los patrones nacionales de acumulación.
Anticipó las polarizaciones que generan subdesarrollo en la periferia y los
enlaces del antiimperialismo con estrategias socialistas.
También
conceptualizó la combinación de ilusiones y temor que propaga la ideología
burguesa. Su proyecto igualitario resurge junto a nuevas síntesis de la acción
política con la elaboración teórica.
INTRODUCCIÓN
La conmemoración del 150 aniversario de El Capital ha renovado el debate sobre las contribuciones legadas por Marx a la comprensión de la sociedad actual. El texto continúa suscitando apasionadas adhesiones y fanáticos rechazos, pero ya no ejerce la enorme influencia que tuvo en los años 60 y 70. Tampoco padece el olvido que acompañó al desplome de la Unión Soviética. Ningún investigador de peso ignora actualmente el significado del libro y las relecturas traspasan la academia e influyen sobre numerosos pensadores.
El interés por Marx
se verifica entre los economistas que resaltan su anticipación de la
mundialización. Otros descubren una precoz interpretación de la degradación del
medio ambiente y vinculan la ausencia de soluciones al desastre ecológico, con la crisis
civilizatoria que previó el teórico germano.
Su obra es retomada con mayor frecuencia para caracterizar la etapa
neoliberal. Varios autores indagan las semejanzas de ese esquema con el “capitalismo
puro” y desregulado que prevalecía en la época de Marx.
En un período de privatizaciones, apertura comercial y flexibilización
laboral se transparentan rasgos del sistema que permanecieron ocultos durante
la fase keynesiana. Los diagnósticos del pensador alemán recuperan nitidez en
el siglo XXI.
La gran crisis que estalló en el 2008 reubicó a El Capital en un lugar preponderante de la literatura económica. Ese desplome financiero no sólo desembocó en una impactante recesión.
Precipitó además una expansión inédita del gasto público para socorrer a los
bancos.
Marx recobra
importancia en este escenario de agudos desequilibrios capitalistas. Por esta
razón sus explicaciones del funcionamiento y la crisis del sistema son
revisadas con gran atención.
Algunos analistas
igualmente estiman que sus respuestas han perdido actualidad al cabo de 150
años. Es evidente que el régimen vigente es muy distinto al imperante en el período
que conoció el escritor alemán. El registro de estas diferencias contribuye a
evitar búsquedas dogmáticas de lo “ya dicho por Marx” sobre acontecimientos que
lo sucedieron.
Pero conviene
también recordar que el estudioso germano investigó el mismo modo de producción
que opera en la actualidad. Ese régimen continúa regulado por las mismas leyes y sujeto a los
mismos principios. Todas las denominaciones que ocultan esa persistencia (economía
a secas, mercado, modernidad, pos-industrialismo) obstruyen la comprensión del
capitalismo de nuestra era.
La obra de Marx mantendrá su interés mientras
subsista una estructura económico-social gobernada por la competencia, el
beneficio y la explotación. ¿Pero cuáles son los señalamientos más pertinentes
de su teoría para clarificar el modelo neoliberal actual?
REFUTACIONES FALLIDAS
Marx captó la especificidad
del capitalismo corrigiendo las inconsistencias de sus antecesores de la
economía política clásica. Mantuvo la indagación totalizadora de la economía
que encararon Smith y Ricardo superando las ingenuidades de la “mano invisible”.
Al descubrir las obstrucciones que afronta el capitalismo revolucionó el
estudio de ese modo de producción.
El autor de El
Capital comprendió que esas tensiones son inherentes al sistema. Destacó que los
desequilibrios no provienen del comportamiento o la irracionalidad de los
individuos, ni obedecen a la inadecuación de las instituciones.
Marx postuló que el
capitalismo está corroído por contradicciones singulares y distintas a las
prevalecientes en regímenes anteriores. Esa comprensión le permitió transformar
las críticas intuitivas en una impugnación coherente del capitalismo.
La ortodoxia
neoclásica intentó refutar sus cuestionamientos con burdos panegíricos del
sistema. Concibió insostenibles fantasías de mercados perfectos, consumidores
racionales y efectos benévolos de la inversión. Recurrió
a un cúmulo de mitos inverosímiles que contrastan con las aproximaciones
realistas asumidas por Marx.
Los precursores del
neoliberalismo no lograron desmentir el carácter intrínseco de los
desequilibrios capitalistas. Ensayaron una presentación forzada de esas
tensiones como resultado de injerencias estatales, sin explicar por qué razón
el propio sistema recrea tantos desajustes.
Los criterios
neoclásicos de maximización -complementados con las
sofisticadas formalizaciones para seleccionar alternativas- ignoran la lógica
general de la economía. Reducen la indagación de esa disciplina a un simple
adiestramiento en ejercicios de optimización.
El predicamento actual
de ese enfoque no proviene por lo tanto de su solidez teórica. Es apuntalado
por las clases dominantes para propagar justificaciones de los atropellos a los
asalariados. Instrumentan esas agresiones alegando exigencias naturales de la
economía. Subrayan, por ejemplo, la imposibilidad de satisfacer los reclamos
populares por restricciones derivadas de la escasez. Pero omiten el carácter
relativo de esas limitaciones presentándolas como datos atemporales o invariables.
La hostilidad de
los neoclásicos hacia Marx contrasta con el reconocimiento exhibido por el
grueso de la heterodoxia. Algunos autores de esa vertiente han buscado incluso la integración de la
economía marxista, a un campo común de opositores a la teoría neoclásica. Esa
pretensión ilustra áreas de afinidad, pero olvida que la concepción forjada a
partir de El Capital conforma un
cuerpo contrapuesto a la herencia de Keynes.
La principal diferencia entre ambas
visiones radica en la valoración del capitalismo. La heterodoxia acepta el
carácter conflictivo del sistema, pero considera que esas tensiones pueden
resolverse mediante una adecuada acción estatal.
Marx postuló, en
cambio, que esa intervención sólo pospone (y finalmente agrava) los
desequilibrios que pretende resolver. Con ese señalamiento colocó los cimientos
de una tesis de gran actualidad: la imposibilidad de forjar modelos de
capitalismo humano, redistributivo o regulado. Este
planteo ordena todo el pensamiento marxista contemporáneo.
PLUSVALIA Y SUPEREXPLOTADOS
Marx formuló
observaciones sustanciales para entender el deterioro actual del salario. El
modelo neoliberal ha generalizado esa retracción al intensificar la competencia internacional.
La apertura comercial, la presión por menores costos y el imperio de la
competitividad son utilizados para achatar los ingresos populares en todos los
países. Los patrones recurren a un chantaje de relocalización de plantas -o a
desplazamientos efectivos de la industria a Oriente- para
abaratar la fuerza de trabajo.
Ese
atropello obedece a las crecientes tasas de explotación que exige la acumulación. Marx
esclareció la lógica de esta presión al distinguir el trabajo de la fuerza de
trabajo, al separar las labores necesarias de las excedentes y al registrar qué
porción de la jornada laboral remunera efectivamente el dueño de la empresa.
Con esa exposición
ilustró cómo opera la apropiación patronal del trabajo ajeno. Señaló que esa
confiscación queda enmascarada por la novedosa coerción económica que impera bajo
el capitalismo. A diferencia del esclavo o el vasallo el asalariado es
formalmente libre, pero está sometido a las reglas de supervivencia que imponen
sus opresores.
Marx
fundamentó este análisis en su descubrimiento de la plusvalía. Demostró que la
explotación es una necesidad del sistema. Pero también remarcó que la caída del
salario es un proceso periódico y variable. Destacó que depende de procesos objetivos
(productividades, base demográfica), coyunturales (ciclo de prosperidad o
recesión) y subjetivos (intensidad y desenlace de la lucha de clases).
Esta
caracterización permite entender que el trasfondo del atropello neoliberal en
curso es una generalizada compulsión capitalista a elevar la tasa de plusvalía.
Indica también que la intensidad y el alcance de esta agresión están
determinados por las condiciones económicas, sociales y políticas vigentes en
cada país.
La
teoría del salario de Marx se ubica en las antípodas de las falacias
neoclásicas de retribución al esfuerzo del trabajador. También rechaza la
ingenuidad heterodoxa de mejoras invariablemente acordes a la redistribución
del ingreso.
Pero es un enfoque
alejado de cualquier postulado de “miseria creciente”. El teórico alemán nunca
pronosticó el inexorable empobrecimiento de todos los asalariados bajo el
capitalismo. La significativa mejora del nivel de vida popular durante la posguerra
corroboró esas prevenciones.
En la etapa
neoliberal el salario vuelve a caer por la necesidad cíclica que afronta el
capitalismo de acrecentar la tasa de plusvalía, mediante recortes a las
remuneraciones de los trabajadores.
Marx
postuló además un segundo tipo de caracterizaciones referidas a los desocupados
de su época, que tiene especial interés para la actual comprensión de la
exclusión. Este flagelo obedece presiones de la acumulación semejantes a las
estudiadas por el pensador germano, en su evaluación de situaciones de
pauperización absoluta.
El intelectual
europeo quedó muy impactado por las terribles consecuencias del desempleo
estructural. Ilustró con estremecedoras denuncias las condiciones inhumanas de
supervivencia afrontadas por los empobrecidos. Esos retratos vuelven a cobrar
actualidad en los escenarios de pérdida definitiva del empleo y consiguiente
degradación social. Lo que Marx indagó en su descripción del “leprosario de la
clase obrera”, reaparece hoy en el drama de los sectores agobiados por la
tragedia de la subsistencia.
El neoliberalismo
ha extendido la pauperización a gran parte de los trabajadores informales o
flexibilizados. Esos segmentos soportan no sólo situaciones de sujeción laboral
extrema, taylorización o descalificación, sino también remuneraciones del salario
por debajo del valor de la fuerza de trabajo.
En
las últimas décadas ese tomento no impera sólo en la periferia. La
precarización se ha extendido a todos los rincones del planeta y se verifica en
los centros. El nivel de los salarios continúa difiriendo en forma significativa
entre los distintos países, pero la explotación redoblada se verifica en
numerosas regiones. Es un padecimiento agudo en el centro y dramático en la
periferia. Lo que Marx observaba en los desocupados de su época golpea también
en la actualidad a gran parte de los precarizados de todas las latitudes.
DESIGUALDAD Y ACUMULACIÓN
Las ideas que
expuso el autor de El Capital permiten
interpretar la explosión de desigualdad que recientemente midió Piketty. Los
datos son escalofriantes. Un puñado de 62 enriquecidos maneja el mismo monto de
recursos que 3600 millones de individuos. Mientras se desploma la seguridad
social y se expande la pobreza, los acaudalados desfinancian los sistemas
previsión, escondiendo sus fortunas en paraísos fiscales.
La
desigualdad no es el fenómeno pasajero que describen los teóricos ortodoxos.
Los exponentes más realistas (o cínicos) de esa corriente explicitan la
conveniencia de la inequidad para reforzar la sumisión de los asalariados.
La fractura social
actual es frecuentemente atribuida a la preeminencia de modelos económicos
regresivos. Pero Marx demostró que la desigualdad es inherente al capitalismo.
Bajo este sistema las diferencias de ingresos varían en cada etapa, difieren
significativamente entre países y están condicionadas por las conquistas
populares o la correlación de fuerza entre opresores y oprimidos. Pero en todos
los casos el capitalismo tiende a recrear y ensanchar las brechas sociales.
Marx atribuyó esa
reproducción de la desigualdad, a la dinámica de un sistema asentado en
ganancias derivadas de la plusvalía extraída a los trabajadores. El Capital subraya ese rasgo en polémica
con otras interpretaciones
del beneficio, centradas en la astucia del comerciante. También objeta las
caracterizaciones que subrayan retribuciones a la contribución del empresario,
sin especificar en qué consisten esos aportes.
Los neoclásicos nunca lograron
refutar estos planteos, con su presentación de la ganancia como un premio a la
abstención del consumo o al ahorro individual. Más insatisfactorias fueron sus
caracterizaciones de retribuciones a un inanimado “factor capital” o a pagos de
funciones gerenciales divorciadas de la propiedad de la empresa.
Desaciertos parecidos cometieron los
keynesianos, al interpretar al lucro como una contraprestación al riesgo o a la
innovación. Los pensadores más contemporáneos de esa escuela han optado por soslayar
cualquier referencia al origen del beneficio.
Otros teóricos reconocen la inequidad del
sistema, pero reducen el origen de la desigualdad a anomalías en la distribución
del ingreso, derivadas de favoritismos o políticas erróneas. Nunca conectan
esos procesos con la dinámica objetiva del capitalismo.
Las caracterizaciones convencionales de la
ganancia son más insostenibles en el siglo XXI que en la época de Marx. Nadie
puede explicar con criterios usuales, la monumental fortuna acumulada por el 1%
de billonarios globales. Esos lucros están más naturalizados que en el pasado
sin justificaciones de ninguna índole.
Las críticas en boga al
enriquecimiento cuestionan a lo sumo las escandalosas ganancias de los
banqueros. Ponderan en cambio los beneficios surgidos de la producción, sin
evaluar las conexiones entre ambas formas de rentabilidad.
La relectura de El Capital permite recordar que la tajada obtenida por los
banqueros, constituye tan sólo una porción de la masa total de beneficios
creada con la explotación de los trabajadores.
Marx analizó también las formas violentas que
en ciertas circunstancias asume la captura de ganancias. Evaluó esa tendencia
en estudios de la acumulación primitiva, que han sido actualizados por los
teóricos de la acumulación por desposesión (Harvey).
En El
Capital investigó las formas coercitivas que presentó la apropiación de
recursos en la génesis de capitalismo. Pero el sistema continuó recreando esas
exacciones en distintas situaciones de la centuria y media posterior. Las
guerras de Medio Oriente, los saqueos de África o las expropiaciones de
campesinos en Asia ilustran modalidades recientes de esa succión.
Marx inauguró los estudios de formas
excepcionales de confiscación del trabajo ajeno. Esa investigación sentó las
bases para clarificar la dinámica contemporánea de la inflación y la deflación.
Al igual que sus precursores clásicos Marx
postuló una determinación
objetiva de los precios en función de su valor. Precisó que esa magnitud queda
establecida por el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción
de los bienes, en convulsivos procesos de extracción de plusvalía y realización
del valor.
Esa caracterización no sólo permite refutar la ingenua presentación
neoclásica de los precios como reflejos de la utilidad personal, o como
espontáneos emergentes de la oferta y la demanda. También desmonta la absurda
imagen del capitalista, como víctima de escaladas inflacionarias o
deflacionarias ajenas a su conducta.
En las coyunturas críticas, la determinación turbulenta de los precios
reditúa ganancias extraordinarias a los grandes patrones por medio de abruptas
desvalorizaciones del salario. Esos mecanismos operan en la actualidad, con la
misma intensidad que las expropiaciones virulentas de la época de Marx.
El Capital facilitó la identificación posterior de quiénes
son los artífices y beneficiarios del nivel que asumen los precios. Esa
caracterización no se limita a retratar situaciones de “pugna distributiva”.
Subraya la desigualdad de condiciones en que diputan los trabajadores con sus
patrones y resalta la consiguiente dominación que ejercen los formadores de
precios.
DESEMPLEO E INNOVACION
La masificación actual
del desempleo constituye otra razón para releer a Marx. Algunos pensadores
neoclásicos asumen esa calamidad como un simple dato. Otros difunden consuelos
sobre la futura potencialidad de los servicios, para compensar la caída del
empleo industrial. Esas previsiones no se corroboran en ningún país.
Muchos
analistas afirman que la educación resolverá el problema. Pero olvidan
mencionar el creciente número de desocupados con títulos universitarios. La destrucción de puestos de
trabajo ya afecta severamente a los segmentos más calificados.
Distintas mediciones han comenzado a registrar
que en el modelo actual el desempleo no se reduce en las
fases expansivas, en proporción equivalente a su incremento en los periodos
recesivos. Este flagelo se acrecienta con la rotación acelerada del capital y la
reducción vertiginosa de los gastos administrativos.
La revolución digital es
invariablemente mencionada como la principal causa de esta creciente pérdida de
puestos de trabajo. Pero las computadoras son culpabilizadas omitiendo quiénes
definen su utilización. Se olvida que esos instrumentos nunca actúan por sí
mismos. Son gestionados por capitalistas que apuntalan sus beneficios sustituyendo mano de obra. La
informática y la automatización no destruyen espontáneamente el empleo. La
rentabilidad empresaria provoca esa demolición.
El Capital introdujo los principales fundamentos de esta caracterización del cambio
tecnológico. Marx afirmó que las innovaciones son incorporadas para incrementar
la tasa de explotación que nutre el beneficio patronal.
La revolución
informática en curso se ajusta plenamente a ese postulado. Es un recurso
utilizado por las grandes empresas para potenciar la captura del nuevo valor
generado por los asalariados.
Tal como ocurrió en
el pasado con el vapor, el ferrocarril, la electricidad o los plásticos, la
digitalización introduce transformaciones radicales en la actividad productiva,
comercial y financiera. Abarata el transporte y las comunicaciones y modifica
por completo los procedimientos de fabricación o venta de las mercancías.
Un indicio de esa
mutación es la influencia alcanzada por los “señores de las nubes”. Siete de
las diez empresas con mayor capitalización bursátil actual pertenecen al sector
de nuevas tecnologías de la información. Hace una década y media las firmas con
mayor espalda financiera eran petroleras, industriales o automotrices.
Actualmente son Google, Amazon, Facebook o Twitter.
Esta irrupción
suscita presagios venturosos entre los pensadores que ocultan las consecuencias
de la gestión capitalista de la informática. Omiten, por ejemplo, que la
masificación de la comunicación digital reforzó la privatización del espacio
virtual. Ese ámbito es controlado por pocas empresas privadas estrechamente
asociadas con el Pentágono. El Capital permite
entender los determinantes capitalistas de este perfil de la innovación.
Marx inició la indagación de la tecnología como
un fenómeno social, abriendo un camino de estudios que floreció en las últimas
décadas. Pero a diferencia de los teóricos evolucionistas o schumpeterianos demostró
que el cambio tecnológico desestabiliza la
acumulación y potencia la crisis.
La innovación guiada por principios
de lucro impone una descarnada competencia que multiplica la sobreproducción.
Induce además a jerarquizar el desenvolvimiento de ramas tan destructivas como
la industria militar.
Marx explicó por qué razón el
sistema actual impide una gestión social provechosa de las nuevas tecnologías.
Señaló que ese manejo requeriría introducir criterios cooperativos opuestos a
los principios de rentabilidad. Las potencialidades de la informatización como
instrumento de bienestar y solidaridad, sólo emergerán en una sociedad
emancipada del capitalismo.
MULTIPLICIDAD DE CRISIS
Actualmente Marx suscita
especial interés por los criterios que enunció para interpretar las crisis. El
neoliberalismo no sólo genera crecientes sufrimientos populares. Cada quinquenio o decenio desencadena
convulsiones que conmocionan a la economía mundial. Esos estallidos inducen a
estudiar El Capital.
Las
crisis del último período incluyeron la burbuja japonesa (1993), la eclosión
del Sudeste Asiático (1997), el desplome de Rusia (1998), el desmoronamiento de
las Punto.Com (2000) y el descalabro de Argentina (2001). Pero la magnitud y el
alcance geográfico del temblor global del 2008 superaron ampliamente esos
antecedentes. Su impacto obligó a revisar todas las teorías económicas.
Las crisis
recientes son efectos directos de la nueva etapa de privatizaciones, apertura
comercial y flexibilidad laboral. No son prolongaciones de tensiones irresueltas
de los años 70. Emergieron al calor de los desequilibrios peculiares del neoliberalismo.
Ese modelo erosionó
los diques que morigeraban los desajustes del sistema. Por esa razón el capitalismo
actual opera con grados de inestabilidad muy superiores al pasado.
Los neoclásicos atribuyeron
la crisis del 2008 a desaciertos de los gobiernos o irresponsabilidades de los
deudores. Redujeron todos los problemas a comportamientos individuales,
culpabilizaron a las víctimas y apañaron a los responsables. Justificaron además los socorros estatales a los bancos, sin
registrar que esos auxilios contrarían todas sus prédicas
a favor de la competencia y el riesgo.
Los heterodoxos
explicaron las mismas convulsiones por el descontrol del riesgo. Olvidaron que esas supervisiones son periódicamente socavadas por las rivalidades
entre empresas o bancos. Las normas que protegen
los negocios de las clases dominantes son quebrantadas por la propia
continuidad de la acumulación.
La relectura de El Capital permite superar esas
inconsistencias de la economía convencional. Induce a investigar el origen
sistémico de esos estallidos. Brinda pistas para indagar los diversos mecanismos
de la crisis, recordando que el capitalismo
despliega una amplia gama de contradicciones.
El cimiento común
de esos desequilibrios es la generación periódica de excedentes invendibles.
Pero esa sobreproducción se desenvuelve por varios carriles complementarios.
Marx resaltó la
existencia de tensiones entre la producción y el consumo, derivadas de la
estratificación clasista de la sociedad. Esta caracterización tiene gran
aplicación en el escenario de agudos problemas de realización del valor de las
mercancías, que ha generado el neoliberalismo.
Ese modelo propicia
una ampliación de los consumos sin permitir su disfrute. Expande la producción estrechando los ingresos populares y
precipita crisis derivadas del deterioro del poder adquisitivo. El
enorme engrosamiento del endeudamiento familiar no atenúa la vulnerabilidad de
la demanda.
Marx fue el primero en ilustrar cómo la
competencia obliga a los empresarios a desenvolver dos tendencias opuestas. Por
un lado amplían las ventas y por otra parte reducen los costos salariales. Esa
contradicción presenta envergaduras y localizaciones muy distintas en cada
época.
El neoliberalismo
estimula en la actualidad el consumismo y
la riqueza patrimonial financiada con endeudamiento en las economías centrales.
Al mismo tiempo impone brutales retracciones del poder de compra en la
periferia.
El Capital también pone el
acento en los problemas de valorización. Indaga cómo opera la tendencia
decreciente de la tasa de ganancia. Demuestra que el aumento de la inversión
produce una declinación
porcentual del beneficio, al compás de la propia expansión de la acumulación.
El trabajo vivo que nutre a la plusvalía decae proporcionalmente, con el
incremento de la productividad que impone la competencia.
Marx resaltó que las crisis emergen
del crecimiento capitalista. No son efectos ocasionales del despilfarro o del
uso inadecuado de los recursos. Explicó, además, cómo el sistema contrapesa
primero y agrava después la caída periódica de la tasa de beneficio.
Esta
tesis permite entender de qué forma el neoliberalismo incrementó la tasa de
plusvalía, redujo los salarios y abarató los insumos para contrarrestar el
declive del nivel de rentabilidad. También ilustra cómo el mismo problema
reaparece al cabo de esa cirugía. La contradicción descubierta por Marx se
verifica actualmente en las economías más capitalizadas que padecen desajustes
de sobre-inversión.
La presentación marxista
combinada de los desequilibrios de realización y valorización es muy pertinente
para comprender la heterogeneidad de la mundialización neoliberal. Indica que
contradicciones de ambos tipos irrumpen en los distintos polos de ese modelo y socavan
su estabilidad desde flancos complementarios.
FINANZAS Y PRODUCCION
Marx siempre
subrayó los determinantes productivos de las crisis capitalistas. En el marco
de las enormes transformaciones generadas por la globalización, ese
señalamiento permite evitar lecturas simplistas en clave puramente financiera.
Los grandes capitales se desplazan actualmente
de una actividad especulativa a otra, en escenarios altamente desregulados que
acrecientan las explosiones de liquidez. La gestión accionaria de las firmas potencia
además los desajustes crediticios, la inestabilidad cambiaria y la volatilidad
bursátil.
Ese proceso multiplica las tensiones
suscitadas por los nuevos mecanismos de titularización, derivados y
apalancamientos. Es evidente que el neoliberalismo abrió las compuertas para un
gran festival de especulación.
Pero hace 150 años Marx demostró que esas alocadas apuestas son
propias del capitalismo. La especulación es una actividad constitutiva y no
opcional del sistema. Alcanzó dimensiones mayúsculas en las últimas tres
décadas, pero no constituye un rasgo exclusivo del modelo actual.
Esta precisión permite observar las
conexiones entre desequilibrios financieros y productivos que resalta El Capital. Marx describió
las tensiones autónomas de la primera esfera, pero remarcó que en última
instancia derivan de transformaciones registradas en el segundo ámbito.
Siguiendo esta
pista se puede notar que la hegemonía actual de las finanzas constituye sólo un aspecto de la
reestructuración en curso. No es un dato estructural del capitalismo
contemporáneo. La clase dominante utiliza el instrumento financiero para
recomponer la tasa de ganancia mediante mayores exacciones de plusvalía.
La globalización financiera está enlazada además con el avance de la
internacionalización productiva. La multiplicidad de títulos en circulación es funcional
a una gestión más compleja del riesgo. Permite administrar actividades fabriles
o comerciales mundializadas y sujetas a inesperados vaivenes de los mercados.
También la expansión del capital ficticio está vinculada
a esos condicionantes y evoluciona en concordancia con los movimientos del
capital-dinero. Aprovisiona a la producción e intermedia en la circulación de
las mercancías.
Estas conexiones explican la persistencia de la
globalización financiera luego de la crisis del 2008. Los
capitales continúan fluyendo de un país a otro con la misma velocidad y
libertad de circulación, para aceitar el funcionamiento de estructuras
capitalistas más internacionalizadas.
Es cierto que todos
los intentos de reintroducir controles a los bancos fallaron por la resistencia
que opusieron financistas. Pero esa capacidad de veto ilustra el
entrelazamiento del mundo del dinero con el universo productivo. Son dos
facetas de un mismo proceso de internacionalización.
El Capital aporta numerosas
observaciones de la dinámica financiera que explican esos vínculos, a partir de
una interpretación muy original de la lógica del dinero. Destaca el
insustituible papel de la moneda en la intermediación de todo el proceso de
reproducción del capital. Remarca que las distintas funciones del dinero en la
circulación, el atesoramiento o el despliegue de los medios de pago están sujetan
a la misma lógica objetiva, que regula todo el desenvolvimiento de las
mercancías.
Ese
rol ha presentado modalidades muy distintas en los diversos regímenes de
regulación monetaria. El patrón oro del siglo XIX diverge significativamente de
las paridades actualmente administradas por los bancos centrales. Pero en todos
los casos rige un curso determinado por la dinámica de la acumulación, la
competencia y la plusvalía.
El Capital contribuye a recordar
estos fundamentos no sólo en contraposición a los mitos ortodoxos de transparencia mercantil,
asignación óptima de los recursos o vigencia de monedas
exógenas, neutrales y pasivas.
También pone de
relieve las ingenuidades heterodoxas. Marx no presentó a la moneda como una
mera representación simbólica, un mecanismo convencional o un instrumento amoldado
al marco institucional. Explicó su rol necesario y peculiar en la metamorfosis
que el capital desenvuelve, para consumar su pasaje por los circuitos
comerciales, productivos y financieros.
ECONOMIA MUNDIAL Y NACIONAL
La centralidad que
tiene El Capital para comprender la
dinámica contemporánea de los salarios, la desigualdad, el desempleo o la
crisis debería conducir a una revisión general de sus aportes a la teoría
económica. Resultaría muy oportuno actualizar por ejemplo, el estudio de las controversias
suscitadas por ese libro que realizó Mandel, en el centenario de la primera
edición.
La obra del
pensador germano no sólo esclarece el sentido de las categorías básicas de la
economía. También sugiere líneas de investigación para comprender la
mundialización en curso. Marx nunca llegó a escribir el tomo que preparaba
sobre la economía internacional, pero esbozó ideas claves para entender la
lógica globalizadora del sistema.
Esos principios son
muy relevantes en el siglo XXI. El capitalismo funciona en la actualidad al
servicio de gigantescas empresas transnacionales, que corporizan el salto
registrado en la internacionalización.
La producción de Wal-Mart es mayor que las ventas de un centenar de
países, la dimensión económica de Mitsubishi desborda el nivel de actividad de
Indonesia y General Motors supera la escala de Dinamarca.
Las
firmas globalizadas diversificaron sus procesos de fabricación en cadenas de
valor y mercancías “hechas en el mundo”. Desenvuelven todos sus proyectos
productivos, en función de las ventajas que ofrece cada localidad en materia de
salarios, subsidios o disponibilidad de recursos.
La expansión de los
tratados de libre-comercio se amolda a esa mutación. Las compañías necesitan bajos
aranceles y libertad de movimientos, para concretar transacciones entre sus
firmas asociadas. Por eso imponen convenios que consagran la supremacía de las
empresas en cualquier litigio judicial. Esos pleitos son decisivos en ciertas áreas
como la genética, la salud o el medio ambiente.
Una relectura de El Capital permite superar dos errores muy
corrientes en la interpretación de la internacionalización en curso. Un
equívoco supone que el capitalismo actual se maneja con los mismos patrones de
preeminencia nacional, que regían en los siglos XIX o XX. El desacierto opuesto
considera que el sistema se globalizó por completo, eliminando las barreras
nacionales, disolviendo el papel de los estados y forjando clases dominantes totalmente
transnacionalizadas.
Marx escribió su
principal obra en una etapa de formación del capitalismo muy distinta al
contexto actual. Pero conceptualizó acertadamente cómo operan las tendencias hacia
la mundialización en el marco de los estados y las economías nacionales. Ha
cambiado la proporción y relevancia comparativa de esa mixtura, pero no la
vigencia de esa combinación.
El Capital mejoró las ideas
expuestas en el Manifiesto Comunista sobre
el carácter internacional de la expansión burguesa. En el primer ensayo Marx
había retratado la gestación de un mercado mundial, la pujanza del
cosmopolitismo económico y la veloz universalización de las reglas mercantiles.
En su libro de madurez precisó las formas que asumían esas tendencias y remarcó
su enlace con los mecanismos nacionales del ciclo y la acumulación.
Marx ajustó su
mirada de la internacionalización objetando las tesis ricardianas de las
“ventajas comparativas”. Resaltó el carácter estructural de la desigualdad
imperante en el comercio internacional. Por eso rechazó todas las expectativas
de convergencia armoniosa entre países y las visiones de amoldamiento natural a
las aptitudes de los concurrentes.
Este enfoque le
permitió notar la vigencia de remuneraciones internacionales más elevadas para
los trabajos de mayor productividad. En el debut del capitalismo Marx percibió
algunos fundamentos de explicaciones posteriores de la brecha en los términos
de intercambio.
El teórico germano
también observó la secuela de desajustes generados por el desborde capitalista
de las fronteras nacionales. Registró cómo ese proceso provoca crecientes
fracturas a escala global.
Pero El Capital investigó esa dinámica en
escenarios nacionales muy específicos. Indagó la evolución de los salarios, los
precios o la inversión en economías particulares. Detalló puntualmente esa
dinámica en el desenvolvimiento industrial de Inglaterra.
La
lectura de Marx invita, por lo tanto, a evaluar la mundialización actual como
un curso preeminente, que coexiste con el continuado desenvolvimiento nacional
de la acumulación. Sugiere que ambos procesos operan en forma simultánea.
POLARIDADES CON NUEVO
RAZONAMIENTO
El Capital es muy útil también
para analizar la lógica de la relación centro-periferia subyacente en la brecha
global actual. Marx anticipó ciertas ideas sobre esa división, en sus
observaciones sobre desenvolvimiento general del capitalismo.
Al principio
suponía que los países retrasados repetirían la industrialización de Occidente.
Estimaba que el capitalismo se expandía demoliendo murallas y creando un sistema mundial interdependiente.
Expuso esa visión en el Manifiesto Comunista. Allí describió
cómo China e India serían modernizadas con el ferrocarril y la importación de
textiles británicos. Marx realzaba la dinámica objetiva del desarrollo
capitalista y consideraba que las estructuras precedentes serían absorbidas por
el avance de las fuerzas productivas.
Pero
al redactar El Capital comenzó a
percibir tendencias opuestas. Notó que la principal potencia se modernizaba
ampliando las distancias con el resto del mundo. Esta aproximación se
afianzó con su captación de lo ocurrido en Irlanda. Quedó
impresionado por la forma en que la burguesía inglesa sofocaba el surgimiento
de manufactureras en la isla, para garantizar el predominio de sus
exportaciones. Notó, además, cómo se aprovisionaba de fuerza de trabajo barata
para limitar las mejoras de los asalariados británicos.
En esta indagación
intuyó que la acumulación primitiva no anticipa procesos de pujante
industrialización, en los países sometidos al yugo colonial. Este registro
sentó las bases para la crítica posterior a las expectativas de simple arrastre
de la periferia por el centro. Con este fundamento se conceptualizó
posteriormente la lógica del subdesarrollo.
Marx no expuso una
teoría del colonialismo, ni una interpretación de la relación centro-periferia.
Pero dejó una semilla de observaciones para comprender la polarización global,
que retomaron sus sucesores y los teóricos de la dependencia.
Esta línea de
trabajo es muy relevante para notar cómo en la actualidad el neoliberalismo
exacerba las fracturas globales. En las últimas tres décadas se ampliaron todas
las brechas que empobrecen a la periferia inferior. Esa degradación se
intensificó con la consolidación del agro-negocio, el endeudamiento externo y el
avasallamiento de los recursos naturales de los países dependientes. Estas
confiscaciones asumieron modalidades muy sangrientas en África y el mundo
árabe.
Las
observaciones de Marx incluyeron también cierto registro de diversidades en el
centro. Intuyó que el debut industrial británico no sería copiado por
Francia y notó la presencia de cursos novedosos de crecimiento mixturados con servidumbre
(Rusia) o esclavismo (Estados Unidos).
El autor de El Capital captó esas tendencias
madurando un cambio de paradigma conceptual. En sus trabajos más completos
reemplazó el primer enfoque unilineal -asentado en el comportamiento de las
fuerzas productivas- por una mirada multilineal, centrada en el papel
transformador de los sujetos.
Con este último
abordaje la rígida cronología de
periferias amoldadas a la modernización quedó sustituida por nuevas visiones,
que reconocen la variedad del desenvolvimiento histórico.
Esta
metodología de análisis es importante para notar la especificidad de las formaciones intermedias, que han irrumpido en
forma persistente en distintos periodos de la última centuria y media. Con esa
óptica se puede evaluar la dinámica de acelerados procesos de crecimiento contemporáneo
(China), en etapas de gran reorganización del sistema (neoliberalismo).
ANTICIPOS DE ANTIIMPERIALISMO
Marx
estudió la economía del capitalismo para notar su efecto sobre la lucha de
clases que socava al sistema. Por eso indagó los procesos políticos
revolucionarios a escala internacional.
Siguió
con especial interés el curso de las rebeliones populares de China, India y sobre
todo Irlanda e intuyó la importancia de los nexos entre las luchas nacionales y
sociales. Por eso promovió la adhesión de los obreros británicos a la revuelta de
la isla contigua, buscando contrarrestar las divisiones imperantes entre los
oprimidos de ambos países.
A partir de esa
experiencia Marx ya no concibió la independencia de Irlanda, como un resultado
de victorias proletarias en Inglaterra. Sugirió un empalme entre ambos procesos
y transformó su internacionalismo cosmopolita inicial, en un planteo de
confluencia de la resistencia anticolonial con las luchas en las economías
centrales.
En su etapa del Manifiesto el revolucionario alemán
propagaba denuncias anticoloniales de alto voltaje. No se limitaba a describir la
destrucción de las formas económicas pre-capitalistas. Cuestionaba a viva voz las
atrocidades de las grandes potencias.
Pero en esos
trabajos juveniles Marx suponía que la generalización del capitalismo
aceleraría la erradicación ulterior de ese sistema. Defendía un internacionalismo
proletario muy básico y emparentado con viejas utopías universalistas.
En su mirada
posterior Marx resaltó el efecto
positivo de las revoluciones en la periferia. Esos señalamientos fueron
retomados por sus discípulos de siglo XX, para indicar la existencia de una
contraposición entre potencias opresoras y naciones oprimidas y postular la
convergencia de batallas nacionales y sociales. De esas caracterizaciones
surgieron las estrategias de alianza de los asalariados metropolitanos con los
desposeídos del mundo colonial.
Con
este fundamento se forjó también la síntesis del socialismo con el
antiimperialismo, que desenvolvieron los teóricos del marxismo latinoamericano.
Esa conexión indujo las convergencias de la izquierda regional con el
nacionalismo revolucionario, para confrontar con el imperialismo estadounidense.
Ese empalme inspiró a la revolución cubana y ha sido retomado por el proceso
bolivariano.
En una coyuntura signada por las agresiones
de Trump ese acervo de
experiencias recobra importancia. Los atropellos del magnate inducen a
revitalizar las tradiciones antiimperialistas, especialmente en países tan vapuleados
como México. Allí resurge la memoria de resistencias a los avasallamientos
perpetrados por Estados Unidos.
Marx observaba cómo
las grandes humillaciones nacionales desatan procesos revolucionarios. Lo que
percibió en el siglo XIX vuelve a gravitar en la actualidad.
ADVERSIDADES E IDEOLOGÍA
Marx debió lidiar
con momentos de aislamiento, reflujo de la lucha popular y consolidación del
dominio burgués. La escritura de varias partes de El Capital coincidió con esas circunstancias. Afrontó la misma
adversidad que prevalece en la actualidad en las coyunturas de estabilización
del neoliberalismo.
En
ese tipo de situaciones el pensador germano indagó cómo domina la clase
dominante. Conceptualizó el papel de la ideología en el ejercicio de esa
supremacía. En el estudio del fetichismo de la mercancía que encaró en El Capital hay varias referencias a esa
problemática.
Es importante
retomar esas consideraciones para notar cómo ha funcionado el neoliberalismo en
las últimas décadas. Los artífices del modelo actual transmiten fantasías de sabiduría de los
mercados e ilusiones de prosperidad espontánea. Presagian derrames del
beneficio y recrean numerosas mitologías del individualismo.
Con
esa batería de falsas expectativas propagan una influyente ideología
en todos los sentidos del término. Marx destacó esa variedad de facetas de las
creencias propagadas por los dominadores para naturalizar su opresión.
El
credo neoliberal provee todos los argumentos utilizados por el establishment
para justificar su primacía. Aunque el grado de penetración de esas ideas es
muy variable, salta a la vista su incidencia en la subjetividad de todos los
individuos.
Pero al igual que en la época de Marx el
capitalismo se reproduce también a través del miedo. El sistema transmite creencias
sobre un futuro venturoso y al mismo tiempo generaliza el pánico ante ese
devenir. El neoliberalismo ha multiplicado especialmente la angustia del desempleo, la humillación frente a la flexibilidad laboral
y la desesperanza ante la fractura social.
Esos temores son transmitidos por los grandes medios de comunicación con sofisticados disfraces y cambiantes engaños.
No sólo configuran el sentido común imperante en la sociedad. Operan como usinas de propagación
de todos los valores conservadores.
Los medios de comunicación complementan (o
sustituyen) a las viejas instituciones escolares, militares o eclesiásticas en
el sostenimiento del orden burgués. La prensa escrita, los medios audiovisuales
y las redes sociales ocupan un espacio inimaginable en siglo XIX. Expanden las
ilusiones y los temores que sostienen la hegemonía política del neoliberalismo.
Pero esos mecanismos han quedado
seriamente erosionados por la pérdida de legitimidad que genera el descontento
popular. Trump, el Brexit o el ascenso de los partidos
reaccionarios en Europa, ilustran cómo ese malestar puede ser capturado por la derecha.
Frente a este tipo de situaciones Marx forjó una perdurable tradición de concebir alternativas, combinando la resistencia con la comprensión
de la coyuntura.
PROYECTO SOCIALISTA
Marx participó activamente en los movimientos revolucionarios que
debatían las ideas del socialismo y el comunismo. Mantuvo esa intensa
intervención mientras escribía El Capital.
Nunca detalló su modelo de sociedad futura pero expuso los basamentos de ese
provenir.
El acérrimo crítico de la opresión alentaba la gestación de regímenes económicos asentados en la expansión de la propiedad pública. También
promovía la creación de sistemas políticos cimentados en la auto-administración
popular.
Marx apostaba a un pronto debut de esos sistemas
en Europa. Percibió en la Comuna de París un anticipo de su
proyecto. Concebía el inicio de esa transformación revolucionaria en el Viejo
Continente e imaginaba una propagación ulterior a todo el planeta.
Es
sabido que la historia siguió una trayectoria muy diferente. El triunfo bolchevique
de 1917 inauguró la secuencia de grandes victorias populares del siglo XX. Esos
avances incluyeron intentos de construcción socialista en varias regiones de la
periferia.
Las clases
dominante quedaron aterrorizadas y otorgaron concesiones inéditas para contener
la pujanza de los movimientos anticapitalistas. En los años 70-80 los emblemas
del socialismo eran tan populares, que resultaba imposible computar cuántos
partidos y movimientos reivindicaban esa denominación.
Pero también es conocido lo ocurrido
posteriormente. El desplome de la Unión Soviética dio
lugar al prolongado periodo de reacción contra
el igualitarismo, que persiste hasta la actualidad.
Este escenario ha sido
alterado por la resistencia popular y el declive del modelo político-ideológico
que nutrió a la globalización neoliberal. En estas circunstancias la relectura
de El Capital converge con
redescubrimientos del proyecto socialista. Los jóvenes ya no cargan con los
traumas de la generación anterior, ni con las frustraciones que pavimentaron la
implosión de la URSS.
La
propia experiencia de lucha es aleccionadora. Muchos activistas comprenden que la
conquista de la democracia efectiva y la igualdad real exige forjar otro
sistema social. Frente al sufrimiento que ofrece el capitalismo intuyen la
necesidad de construir un horizonte de emancipación.
La
llegada de Trump incorpora nuevos ingredientes a esta batalla. El acaudalado mandatario intenta recuperar por la fuerza la primacía de
Estados Unidos. Pretende reforzar la preponderancia de Wall Street y la
preeminencia del lobby petrolero, reactivando el unilateralismo bélico.
No sólo proclama
que Estados Unidos debe alistarse para “ganar las guerras”. Ya inició su
programa militarista con bombardeos en Siria y Afganistán. Exige, además, una
subordinación del Viejo Continente que socava la continuidad de la Unión
Europea. Trump no se limita a construir el muro en la frontera mexicana. Acelera
la expulsión de inmigrantes, alienta golpes derechistas en Venezuela y amenaza
a Cuba.
En esta
convulsionada coyuntura Marx recobra actualidad. Sus textos no sólo aportan una
guía para comprender la economía contemporánea. También ofrecen ideas para la
acción política en torno a tres ejes primordiales del momento: reforzar la
resistencia antiimperialista, multiplicar la batalla ideológica contra el
neoliberalismo y afianzar la centralidad del proyecto socialista.
ACTITUDES Y COMPROMISOS
Las teorías que introdujo Marx revolucionaron todos
los parámetros de la reflexión y trastocaron
los cimientos del pensamiento social. Pero el teórico alemán sobresalió también
como un gran luchador. Desenvolvió un tipo de vida que actualmente identificaríamos
con la militancia.
Marx se ubicó en el
bando de los oprimidos. Reconoció los intereses sociales en juego y rechazó la
actitud del observador neutral. Participó en forma muy decidida en la acción
revolucionaria.
Ese posicionamiento
orientó su trabajo hacia los problemas de la clase trabajadora. Promovió la
conquista de derechos sociales con la mira puesta en forjar una sociedad
liberada de la explotación.
Marx
propició una estrecha confluencia de la elaboración teórica con la práctica política.
Inauguró un modelo de fusión del intelectual, el economista y el socialista que
ha sido retomado por numerosos pensadores.
Con esa postura evitó
dos desaciertos: el refugio académico alejado del compromiso político y el
deslumbramiento pragmático por la acción. Legó un doble mensaje de intervención
en la lucha y trabajo intelectual para comprender la sociedad contemporánea.
Continuar ese camino es el mejor homenaje a los 150 años de El Capital.
6-5-2017
PALABRAS CLAVES
Capitalismo,
neoliberalismo, marxismo.
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[1]
Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su
página web es: www.lahaine.org/katz
[2] Este
artículo sintetiza ideas expuestas en Katz Claudio. La economía marxista, hoy. Seis debates teóricos, Maia, Madrid, 2009.
Neoliberalismo, Neodesarrollismo,
Socialismo, Batalla de Ideas, 2016, Buenos Aires. Marx y la periferia, www.rebelion, 28/3/2016. The Manifesto and Globalization, Latin American Perspectives, Issue 117, Vol. 28
No. 5, September 2001. La bibliografía completa puede consultarse en esos
textos.
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