Este debate se ha publicado en Viento Sur.
Esta sería nuestra respuesta.
Mayo de 2017.
Daniel Albarracín[1] y Manuel
Garí.
Recientemente, como
réplica a un artículo que redactamos Manuel Garí y Daniel Albarracín en la
revista Viento Sur nº150 (2017), el profesor Juan Carlos Martínez Coll nos
trasladó algunos comentarios, análisis, críticas y alternativas que, en nuestra
opinión son de interés, incluyendo varias aportaciones y puntos de vista que
compartimos y algunas otras interpretaciones y consideraciones en las que
diferimos.
Es de agradecer la
muestra de interés por cuestiones de esta índole estratégica y su carácter
propositivo y constructivo. Cabe reconocer que los procesos de cambio político
y las turbulencias sistémicas nos enfrentan a retos complicados, no sólo por la
tensión que se encuentra tras ellos, sino también por la dificultad de dar
cuenta de todos los aspectos novedosos que pasan a un primer plano. A este
respecto, nuestras modestas elaboraciones y propuestas, en este difícil contexto,
se desarrollan en una permanente reflexión. Al mismo tiempo que formulamos las
preguntas y respuestas, provisionales, se nos exige esbozar rutas y guías para
la acción política.
Creemos conveniente
desarrollar este intercambio y debate, no para reafirmar posición alguna, sino
para seguir avanzando juntos ante el desafío que se nos presenta por delante.
Con esta motivación, vamos a realizar dos ejercicios. Uno, de carácter de
revisión teórica en relación al papel de la moneda en el mundo contemporáneo. Y
dos, una discusión con algunas de las propuestas y afirmaciones políticas que
se nos trasladan, para, en algún caso, aceptarlas y, en otros, rebatirlas.
1.
1.1.
El papel de la dimensión monetaria en la economía, según las teorías
económicas alternativas.
Quizá convenga
comenzar por dar una vuelta a algunos fundamentos de economía política sobre un
terreno de discusión insuficientemente trazado por los intelectuales de la
izquierda política que no es otro que el campo de la política monetaria. Cabe admitir principalmente en este espacio progresista
a las escuelas postkeynesianas y las marxistas. En más de una ocasión las dos
escuelas reconocibles en el campo de la izquierda han originado discusiones
bizantinas y malentendidos, fundamentalmente por una ausencia de diálogo y
comprensión mutua, en algunas ocasiones y, en otras, sencillamente por un
problema de perspectiva.
En líneas
generales, una interpretación muy extendida en la escuela marxista[2]
(Astarita, R.; Albarracín, J., entre otros) ha tratado la cuestión de la moneda
como la expresión de las transacciones económicas reales, interpretando que hay
un correlato entre la producción de valor y su equivalente monetario, desde una
perspectiva de largo plazo. Se señalaría, por otra parte, que el valor de la
moneda, como equivalente general, respondería al coste de extracción y
producción de la mercancía que le da soporte, tradicionalmente el oro u otra
materia prima que pudiese hacer las veces. Sin embargo, tras el fin de la convertibilidad
entre el dólar y el patrón oro y la generalización de un sistema fiduciario[3]
(Albarracín, D.; 2006), este tipo de interpretación ha naufragado para dar
cuenta de algunos fenómenos monetarios y financieros, especialmente en la
comprensión de algunos fenómenos financieros y monetarios de corto plazo.
De todo este
armamento teórico, sin embargo y a pesar de la novedad de la transformación
fiduciaria del dinero, se ha de admitir la permanencia de validez de algunas
hipótesis. En primer lugar, la relativa correspondencia a largo plazo entre
producción de valor y el valor del dinero, o dicho de otra manera la moneda o
divisa de un país y su valor correlativo a la fuerza de los fundamentales de la
economía y el Estado que tiene detrás. En segundo lugar, la validez del
concepto acuñado como “capital ficticio” cuando se trata de los fenómenos que
expresan la distancia entre ambas dimensiones. El concepto de capital ficticio,
entendido como capital financiero titularizado del que se espera un flujo de
ingresos futuros, refleja, entre otras previsiones, la tensión que se produce y
que conduce a una destrucción, en un marco temporal incierto, del capital que
no se encuentra soportado por bases materiales que le hagan viable.
Por su parte, la amplísima
escuela postkeynesiana –que poco tiene que ver con la escuela neokeynesiana
vinculada a la síntesis neoclásica- y, más particularmente algunas escuelas
como la Teoría Monetaria Moderna (Kelton, Mitchell, Mosler…), la corriente
ligada a Steve Keen o la escuela Minskyana han contribuido con algunas útiles
interpretaciones para dar comprensión a algunos fenómenos de medio y corto
plazo en buen término, aunque limitados a fenómenos financieros de medio y
corto plazo. Más en particular, estas teorías han contribuido a comprender no
sólo cómo se crea el dinero en la práctica, sino también a dar una
interpretación alternativa a la valoración del dinero en base al coste de
extracción del oro, así como señalar algunas dinámicas de crisis financieras.
A este respecto,
algunas contribuciones valiosas muestran el origen del dinero. Por un lado, la
Teoría Monetaria Moderna parte de la asunción de la Escuela cartalista (Escuela
Histórica Alemana) señalando que el dinero equivale básicamente una promesa de
pago con el respaldo del Estado, y se ampara en la fuerza de este para cobrar
impuestos u otras obligaciones en la moneda que este emite; o en la de pagar
prestaciones o salarios públicos, haciendo extensible y normalizado el uso de
la moneda. También han realizado algunas observaciones sobre la creación de dinero crédito que realiza la banca de
manera endógena[4] al
realizar sus préstamos, a los que se asocia la apertura de nuevas cuentas
corrientes que son, en definitiva, dinero nuevo. Estas consideraciones no son
incompatibles con una concepción de dinero-mercancía, propias de la
interpretación marxista más extendida o, incluso, la neoclásica. Merece la pena
también recordar, por otro lado, la explicación ofrecida por Minsky en virtud
de la cual la crisis financieras son de una mayor magnitud y generan un efecto
resaca más fuerte debido a las expectativas desmedidas que se generan en ciclos
económicos positivos donde hay una mayor propensión a endeudarse dadas las
previsiones de rentabilidad que, por el contrario, desaparecen en el ciclo
negativo.
Sin embargo, la
escuela postkeynesiana[5]
se desliza hacia una suerte de abstracción en tanto que traslada las razones
últimas de las causas principales al espacio del Estado o al de las finanzas,
dándole una importancia subordinada –o incluso denegando- a la dinámica de las
relaciones de producción, y dejando al margen el papel de los ciclos, al menos
los de largo plazo.
1.2.
La interpretación actualizada de Fred Moseley para una teoría marxista
del Dinero.
Moseley (2017:127),
posiblemente, sea uno de los autores, junto con Costas Lapavitsas, que ha
sistematizado y actualizado la teoría marxista del dinero con más consistencia.
El autor aborda el papel del dinero no mercancía, precisamente para un contexto
histórico en el que el dinero es o bien fiduciario, esto es, está respaldado
únicamente por el gobierno al establecer la política monetaria, y no por oro;
o, mayoritariamente, es dinero crédito no convertible, vale decir, es producto
de las operaciones de préstamo de la banca privada.
En sus escritos
Marx advierte, como hará la teoría cuantitativa, que si el gobierno pone en
circulación más moneda los precios se incrementarían acorde a ello si bien, y
en esto difiere con la teoría neoclásica, la expresión monetaria del tiempo de trabajo (MELT, en sus siglas en
inglés) se encontrará mediando indirectamente en su formación. Para Marx, para
el caso del dinero mercancía, como
sucedía con el patrón oro, “el precio de cada mercancía es el producto de la
cantidad de horas de trabajo socialmente requeridas para producirla y la
cantidad de valor dinerario producido por hora”. Según esta interpretación, “el
nivel de precios no está determinado por la cantidad de dinero en circulación
(como en la teoría cuantitativa) sino que la cantidad de dinero oro en
circulación está determinada por la suma de los precios junto con la velocidad
del dinero” (Moseley; 2017:130), ajustándose la cantidad de dinero en
circulación a la suma de los precios, o “necesidades de la circulación”, por el
atesoramiento y/o cambios en la velocidad del dinero[6].
Según esta aproximación, la “expresión monetaria del tiempo de trabajo”
establece una relación entre el valor monetario total añadido en un periodo
dado y el total del trabajo vivo empleado contemplando que se produce también
una transferencia de valor igual a los precios de los medios de producción
consumidos en dicho periodo (Moseley; 2017: 132).
Para el caso de una
economía que no se rige por el patrón oro puede avanzarse basándose en los estudios de Marx en diferentes fragmentos de
su obra (Moseley; 2017:134) en los que trata sobre el dinero fiduciario no convertible emitido por el gobierno. Moseley
demuestra algebraicamente, desarrollando la teoría de Marx, que para el caso
del dinero fiduciario inconvertible la expresión monetaria del tiempo de
trabajo (MELT) no depende del valor del oro, esto es del tiempo de trabajo contenido
en una unidad de oro. Así la MELT depende sencillamente del papel moneda puesto
en circulación multiplicado por la velocidad del dinero dividido por la
cantidad de trabajo vivo empleado[7].
Esta situación es
extensible, según Moseley, al caso del dinero
crediticio inconvertible, dinero creado por la banca privada al crear
relaciones de deuda, fenómeno que explica la mayor parte de creación de dinero
hoy día, y no la creación de papel moneda. Para este caso se aplica la misma
fórmula. Ahora bien, si bien en el caso del dinero fiduciario la cantidad de
dinero en circulación (Mp) es parcialmente exógena (la determina el gobierno, o
el banco central), en el caso del dinero crediticio es más complejo, al ser
principalmente endógena. En su determinación influyen “la dinámica de la
acumulación del capital (tasa de crecimiento, fluctuaciones cíclicas, tasa de
interés, etc.) y también varios factores históricos e institucionales (como los
diferentes tipos de sistemas crediticios” (Moseley; 2017:141), siendo un
fenómeno que debe seguir siendo estudiado para completar su comprensión, aunque
para su medición expost sea posible
dimensionar la cantidad de dinero creditico en circulación y la cantidad de
tiempo de trabajo socialmente necesario incorporado a una economía concreta; su
cociente determina la cantidad de dinero crediticio que representa una hora de
tiempo de trabajo socialmente necesario, esto, la MELT.
1.3.
Preguntas pendientes.
Parece razonable atribuir al valor de la moneda una correspondencia relativa
a la creación y transferencia de valor en un periodo económico dado[8].
Sin embargo, esta relación no es en absoluto ni directa ni simple.
Posiblemente, esta relación es más compleja hoy día por el desarrollo de
políticas monetarias en las que interviene tanto los bancos centrales, como
instancia de política monetaria estatal, haciendo del dinero un medio de
intercambio fiduciario no convertible; así como, principalmente, por la
expansión del dinero crediticio no convertible, fruto de los préstamos que
genera el sistema bancario privado, y que en el periodo actual desempeñarían un
papel enorme en el marco de una economía financiarizada en la que el fenómeno
de la deuda se ha extendido hasta límites desconocidos en la historia de la
humanidad.
Aún
queda trabajo para encontrar una relación precisa en el contexto de inéditas políticas
monetarias ultraexpansivas, implantadas al menos desde los años 90 y
generalizadas profundizadas en la presente década, y de desregulación del
comportamiento bancario.
Ahora
bien, hay problemáticas señaladas que se han venido apuntado y que han de
formar parte de nuestra preocupación política e intelectual, porque aún no se
ha concluido una teoría que las explique precisamente.
El
crecimiento de capital ficticio, expresado en el peso creciente de los mercados
financieros y los procesos de titularización, puede vaticinar, ante la falta de
un sostén material acorde, una probable destrucción de capital. El pronóstico
que brindaría la escuela marxista de destrucción de capital parece consistente,
pero el retraso en su plena materialización impide afirmar una consecuencia
automática. Este mecanismo de ajuste y recuperación de la tasa de beneficio ha
sido sorteada por una política de regulación de los mercados financieros favorable
a la socialización de deudas y las pérdidas asociadas, para blindar a una
minoría, que posterga, no sabemos hasta cuando, esa destrucción de capital,
acentuando las políticas de explotación del mundo del trabajo y socialización
de su coste entre las clases populares.
Estos
fenómenos también han propiciado una dinámica de acaparamiento de bienes raíces
–acumulación por desposesión-, una privatización de los bienes públicos y
comunes, y, debido posiblemente a la moderación de la tasa de beneficio efectivo
y al estancamiento, una evolución de los precios rampante y cierta tendencia a
la deflación, así como a la inestabilidad de precios en las materias primas.
Ya
hemos visto que la sobreliquidez causada por esta política monetaria no se ha
traducido en un crecimiento de la inflación, algo explicado por los teóricos
que nos advierten que los precios globales están regulados por la expresión
monetaria del tiempo de trabajo, MELT.
1.4.
Una reflexión sobre el carácter político de la moneda.
Parece
pertinente entonces también incluir en nuestro análisis el papel del Estado,
del sistema bancario y financiero, y de su alcance e influencia, mediante la
política monetaria.
El
Estado juega un papel en la política monetaria, y en la UE el BCE deviene el
actor central. El valor de la moneda parece ser mayor o menor en función de la
fuerza económica –sus fundamentales- de la formación sociohistórica en la que
se inserta. El Estado y las instituciones que construye intervienen también
desempeñando un papel en la regulación del sistema bancario y financiero, en
última instancia los mayores responsables de la creación de dinero y de la
mayor parte de vehículos de capital ficticio.
Así, el
papel de la moneda y su valor está respaldado por el Estado. Asimismo, cada
Estado se apoya en una formación sociohistórica que consolida un desarrollo de
fuerzas productivas e institucionales, condicionado por su lugar en la división
internacional del trabajo a escala internacional. El Estado no puede actuar al
margen de sus circunstancias y los recursos materiales propios de cada país y
de las condiciones del área económica en el que se inserta, sea en su posición
central o periférica. De tal manera, que el valor de la moneda, y por defecto
la divisa, está mediada por el respaldo y regulación política del Estado. Si
bien su margen se eleva sobre la situación y condiciones económicas de dicho
país, en la que juegan un papel los desequilibrios competitivos, superavitarios
o deficitarios, del mismo. De tal modo que, en última instancia, la política
económica ha de encaminarse a modificar las bases productivas (política
sectorial, fiscal, de inversión y de gasto, y regulando el sistema productivo y
de intercambios) y de relación con otros países si de lo que se trata es de
transformar la situación económica del país, tratando de contar con una moneda (y
una política monetaria) ajustada a las necesidades y capacidades de la
economía, mejor que hacerlo al revés.
Ni que
decir tiene que la experiencia de monedas que circulan por más de un país no es
nueva ni única, Y las circunstancias en las que circula no tienen el mismo
efecto según la posición del país en la zona monetaria de la que se trate,
siendo sumamente importante la arquitectura económica sobre la que circula. A
este respecto, una zona monetaria sin unión fiscal, ni presupuesto compensador
ni una política monetaria y financiera regulada apropiadamente, generará
divergencias entre países y regiones, en función de la capacidad productiva y
la posición superavitaria y deficitaria de cada una.
En
suma, el Sistema Euro, construido sobre los pilares de la libre circulación de
capitales y mercancías, el Pacto de Estabilidad, las singulares funciones del
BCE y un presupuesto de tamaño irrisorio y escasamente redistributivo, conducen
a un entorno de generación de disparidades y desigualdades formidable y
recurrente, cuyas consecuencias, cuando en su origen su propósito fue controlar
políticamente a Alemania por parte de Francia, han sido mejorar la capacidad
exportadora de los países centrales, y construir un canal de transferencia de
crisis del centro a la periferia, estableciendo, en definitiva, un mecanismo
muy propicio para el aprovechamiento del espacio económico europeo de las
economías superavitarias situadas en el centro de la cadena de valor europea en
detrimento de las dos periferias europeas (Este y Mediterránea).
2.
DISCUSIÓN SOBRE LAS MONEDAS ALTERNATIVAS Y LAS ALTERNATIVAS A LA UNIÓN
EUROPEA
Martínez Coll
considera de interés el desarrollo de monedas alternativas, comenzando por las
locales hasta hacer posible una moneda alternativa nacional. Aunque algunos reputados
economistas como Flassbeck lo desaconsejan por falta de experiencias exitosas,
consideramos que convendría explorar esta vía, a modo preparatorio para
disponer de margen de maniobra en un escenario adverso, como el que sufrió
Grecia en 2015[9]. También
propone la vinculación de esa moneda al euro en términos de paridad, de cara a
no desincentivar el uso de esta moneda alternativa, y apela a la experiencia
boliviana. Considera que es preciso iniciar este camino desde hoy. Y señala
fórmulas. No sólo la paridad de la moneda alternativa con el euro, o su
circulación electrónica, sino la extensión de su uso desde lo local. Cuando se
diesen las circunstancias, podría ampliarse a nivel nacional, empleándola como
moneda mediante emisión de deuda, que se compraría con euros. Esta moneda, por
tanto, se apoyaría en una promesa de pago que serviría de fórmula de
financiación barata para los poderes públicos locales o nacionales.
Creemos que la
opción merece ser explorada, aunque hay múltiples aspectos técnicos que exigen
mayor estudio para comprobar su viabilidad. Ahora, esto no conduce a aceptar
muchas de las conclusiones o algunas de las presunciones del que nos traslada
la crítica.
Martínez Coll nos
sugiere emplear la consigna “¡Que le suban los salarios a los obreros
alemanes!”. Resulta una buena consigna, pero no es suficiente. A este
respecto, una economía que aspira a la convergencia necesita mecanismos
automáticos de cooperación y compensación. Ni que decir tiene que la Unión
Europea entraña un proyecto político en las antípodas de ese objetivo, más bien
juega en su contra. Para contar con un espacio de convergencia real
necesitaríamos mecanismos que compensen la dinámica de desarrollo
macroeconómico de regiones superavitarias y deficitarias. Por ejemplo, con
indicadores que obliguen tanto a la subida de salarios en las zonas
superavitarias; como de mecanismos de redistribución, preferentemente vía
inversión capaz de diversificar la economía de manera sostenible, que
compensasen a las regiones deficitarias. Este tipo de fórmulas ya las venimos
sugiriendo en el Parlamento Europeo, con un éxito de acogida bastante pobre.
Principalmente, como decimos, porque la UE no se hizo para eso.
Martínez Coll
también nos recuerda el enorme poder del BCE. Su maquinaria chantajeó con gran
eficacia a Grecia, al dejar de admitir como colateral su deuda o retirando la
financiación ELA para su sistema bancario en los momentos cruciales de toma de
decisión. Pero debemos recordar que un impago en el sistema de Target 2 puede
entrañar una sucesión de impagos en cadena que pueden perjudicar a todas las
partes y supone un mecanismo diferente (Cutillas, 2017) al que suscita nuestro
crítico.
Somos conscientes
de ese enorme poder antidemocrático. Disponer de una moneda alternativa y una
autoridad monetaria dispuesta para la generalización de dicha moneda en un
contexto adverso o de necesidad podría suponer una opción ante una previsible colisión
de intereses con la UE en el que las instituciones políticos o monetarias de la
UE desempeñasen un papel agresivo.
En tanto que la
reacción del Banco Central Europeo tendría efectos casi inmediatos, a la que sólo
le retrasaría la toma de decisiones políticas, resulta decisivo estar preparado
para dicho escenario. Una política de desobediencia, que entrañase cuestionar
el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y el desarrollo de una política fiscal
alternativa, poner en tela de juicio el pago de la deuda ilegítima, o el
desenvolvimiento de monedas alternativas, podría desencadenar dicha reacción
negativa. Lo cual exigiría disponer de los medios para enfrentarlo. Por ese
motivo, nosotros consideramos que estratégico enfrentar, sin fetichismos
monetarios, el Sistema Euro (sus tres pilares: Tratados favorables a la
austeridad social, presupuesto irrisorio y política monetaria favorable al
sistema financiero privado). Y, naturalmente, resulta imprescindible prepararse
para una incierta represalia[10]
que podría llevar a tener que gestionar la salida que, cuanto más ordenada
pueda ser, mejor.
Martínez Coll
sugiere que las monedas alternativas tengan paridad con el euro. Pero a nadie
se le puede ocultar que una cosa es mantener el valor nominal de una moneda y
otra que su valor real responda a esa indicación. La moneda alternativa tendría
un valor real inferior tan bajo como la credibilidad que tuviesen los poderes
públicos para respaldarla económicamente. De una manera o de otra, al final es
muy probable que la moneda que manejásemos sería de un valor inferior. Pero de
igual manera durante tiempo habría que asumir que la divisa a la que
referenciarse podría seguir siendo el euro, habida cuenta de que nuestras
transacciones mayoritarias se nominan en dicha moneda. Cualquier moneda
alternativa de la que dispusiésemos, sea local o nacional, finalmente se
ajustaría a la capacidad de nuestra economía. Mantener ese valor por encima nos
ahogaría, mantenerla por debajo nos empobrecería.
Martínez Coll
propone una reestructuración de la deuda a escala europea, fruto de un acuerdo.
No es la primera vez que se propone esta solución, inspirándose en la
experiencia de los acuerdos que se tomaron con Alemania tras la IIGM. Sin
embargo ahora el contexto es muy distinto, y aunque se ha invocado varias
veces, los gobiernos de los países europeos se han opuesto drásticamente. El
mecanismo de la deuda entraña un magnífico sistema de dominación del que es
difícil salir, más aún si está sujeto a una regla de juego política que lo
blinda (la exigencia de unanimidad). Además, cuenta con la cuestionable virtud
de hacer a la víctima culpable. Si la razón de evitar un impago unilateral (que
a nuestro juicio ha de suceder a una auditoría, siendo selectivo y bien
justificado políticamente) fuese el miedo a la represalia del Banco Central
Europeo, entonces nunca haríamos nada. Sin duda alguna hay razones para que el
BCE pueda justificar una misma represalia igualmente si finalmente las
autoridades españolas hacen circular una moneda alternativa, algo incompatible
con la concepción de los Tratados Europeos.
De hecho, uno de
los medios más importantes para impulsar de manera autónoma nuestra economía ha
de consistir precisamente en liberarse del yugo de la deuda, que, junto a una
reforma fiscal progresiva y un plan de inversión –en clave de transición energética
y creadora de empleo, por cierto, con un efecto multiplicador más fuerte que el
del gasto-, constituirían los motores de un desarrollo endógeno con efecto
multiplicador. Además, la fórmula suscitada de promoción del PIB no tiene en
cuenta si su carácter es productivista, y si es insostenible ecológicamente, ni
tampoco que los corsés de la política de austeridad y la carga de la deuda,
precisamente, suponen un obstáculo al crecimiento sumamente importante. Confiarlo
todo a un crecimiento económico resulta ilusorio, sino también inconveniente.
Todo ello cuando el mejor momento del ciclo ya pasó en 2016, aun siendo débil.
Hay demasiadas razones para pensar que la recuperación será corta. Estamos más
próximos de un nuevo ciclo recesivo, más grave si cabe que el conocido de la
Gran Recesión, debido a que la recuperación de las tasas de beneficio han sido
débiles, los tipos pueden empezar a subir, y el precio bajo del petróleo parece
una circunstancia de plazo determinado, siendo aún el peso de la deuda un lastre
pesado para un periodo incierto como el que viene. Aún con todo, una política
como la que señalamos más arriba aumentaría el PIB, que debería levantarse
sobre sectores como la educación, la sanidad y la conversión de la industria en
base a tecnologías, energías y materias primas sostenibles. Más fuerte sería el
impulso para financiarla si redujésemos la ilegítima carga de la deuda que,
cuando acabe el ciclo de tipos de interés baratos, volverá a ser insostenible.
A nuestro juicio,
la solución técnica de la moneda alternativa no sustituye a una política
económica alternativa. Para ser consecuentes, no puede más que desobedecer los
parámetros concebidos por los Tratados y políticas europeas. De tal manera que
sujetarse a esa legalidad supone, por el contrario, un corsé que nos atará de
pies y manos, y, aunque haya márgenes a niveles nacionales, como demuestra
Portugal hoy día para no acentuar el daño –en unas circunstancias muy
excepcionales-, debiéramos admitir que su maniobra no es suficiente para sacar
de la dinámica de subordinación, desigualdad y empobrecimiento a la que se está
sometiendo a las mayorías productivas en las periferias europeas.
Posiblemente
Martínez Coll lleva mucha razón cuando señala que las nuevas relaciones a
configurar con otros países no son pequeña empresa ni se harán en plazo corto.
Ahora bien, marcar el horizonte supone el primer paso para hacerlo posible. Él
señala sumariamente que los países de la UE son descartables, precisamente en
un momento donde los cambios en los países europeos y en el entorno
internacional nos muestran que todo está cambiando. ¿Acaso se esperaba el ciclo
que disfrutó América Latina en la primera década del milenio?. Hace falta que alguien
dé un primer paso, abrir veredas para que otros las recorran, más aún cuando
nuestro país, y otros del entorno, ya cuentan con sujetos sociales con opciones
para modificar gobiernos y relaciones básicas de su sociedad. En su día la UE
comenzó con 6 países nada más. La otra opción ya la conocemos; se llama Grecia.
No se trata de pureza revolucionaria, sino de ser consecuente con una
encrucijada práctica y real. Contemporizar supone, por mucha Syriza que uno se
llame, aplicar memorandos de entendimiento punteros en materia de austeridad,
subalternidad e injusticia social desmoralizadora.
De lo que se trata
es de sentar las bases para construir otro espacio supranacional con un
proyecto de convergencia real, democrático, favorable a las clases populares, solidario,
y netamente internacionalista. Un proyecto que también tiene que construirse
desde hoy. Por supuesto, opuesto a cualquier autoritarismo nacionalista que
persiga conservar los privilegios de unos pocos. Cabe recordar que la Unión
Europea se hizo contra Europa, porque, en definitiva, erigió una institución
favorable al capital y contra sus pueblos. Ignorarlo conduce a la derrota, como
en Grecia. Nosotros queremos una política emancipadora, lo que supone no
obedecer pilares fundamentales de la arquitectura de la Unión Europea, llevar
por tanto una política propia, abierta a cooperar con otros pueblos. Estamos
dispuestos a poner fuerza para negociar cambios, pero sin aceptar imposiciones.
Presentar este reto como un problema técnico o de voluntad, sin entender su
naturaleza conflictiva expresa precisamente la incomprensión de la maquinaria
brutal que supone la Unión Europea, un arquitectura para concertar las
políticas de las élites económicas transnacionales europeas y que, a todas
luces, atraviesa la mayor crisis de su historia y, por eso y por muchas otras
razones, supone una oportunidad enorme para poder cambiarla.
3. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Albarracín, D. (2013) “El capital ficticio:
entre el sistema de producción y apropiación valor y el sistema monetario” http://daniloalba.blogspot.be/2014/05/el-capital-ficticio-entre-el-sistema-de.html
Albarracín,
D.; Álvarez, N.; Medialdea, B. (2013) “La crisis del sistema euro. Análisis y
alternativas”. http://vientosur.info/spip.php?article8075
Albarracín, D. (2006) “La fianza de las
finanzas, ¿damos crédito?.” Revista
Diagonal. https://www.diagonalperiodico.net/antigua/pdfs33/35diagonal33-web.pdf
Albarracín, D. (2017) “La UE, entre el
bloqueo y la implosión: las fuerzas del cambio ante el desafío
internacionalista”. Publicado en Espacio Público
Albarracín, D. (2017) “La Unión Europea frente
a Europa. Desobedecer y Caminar”. http://daniloalba.blogspot.be/2017/02/la-union-europea-contra-europa.html
Cutillas, S. (2017) “Vuelve la crisis del euro: los saldos de los bancos centrales nacionales con el BCE vuelven a marcar récord”
http://blogs.publico.es/dominiopublico/19619/vuelve-la-crisis-del-euro-los-saldos-de-los-bancos-centrales-nacionales-con-el-bce-vuelven-a-marcar-record/
Garí, M. y Albarracín, D. (2017) “Qué hacer
con la Unión Europea?” Viento Sur, nº150. http://vientosur.info/IMG/pdf/24._que_hacer_con_la_unio_n_europea_.pdf
Martínez Coll, J.C. (2017) “Lo que se puede
hacer y lo que no con la UE”. Mimeografiado.
Moseley, Fred (2017) Ensayos de economía marxista. Maia.
[1] Este artículo
será publicado en 2018 en la revista Sociología histórica (http://revistas.um.es/sh), dentro de un número monográfico sobre el 150
aniversario de la publicación del Libro I de El capital.
[2] Si bien no todas las corrientes marxistas han aceptado sin más este
precepto. Sergi Cutillas observa, y al que agradecemos sus comentarios a este
texto, por ejemplo, que Marx en los debates entre la Currency School (los monetaristas del s. XIX influidos por Ricardo)
y la Banking School, que decían que
eran los precios los que determinaban la demanda y no al revés, se sitúo muy
claramente con estos últimos, en una perspectiva anti-cuantitativa. A este
respecto, cabe recordar que diferentes aproximaciones marxistas ya han
reconocido que el dinero fiduciario o “fiat”
ya no tiene anclaje en la mercancía que le soporta, sino en las instituciones
estatales (impuestos, capacidad coercitiva, poder imperial, etc…). A este
respecto, dedicamos un apartado de contribuciones fundamentales de Fred Moseley
(2017) en el que se aborda también el dinero crediticio inconvertible siguiendo
la teoría marxista del dinero.
[3] “El sistema monetario es fiduciario. Nos cambian un euro por nada si
vamos a los bancos centrales. Antaño el oro respaldaba el dinero. Luego fue el
dólar, hasta que Nixon negó la convertibilidad. Ahora es la fe. Se basa, por
tanto, en la confianza conferida al Estado y el sistema financiero” (Albarracín,
D.; 2006)
[4] “El sistema monetario moderno incluye la emisión de múltiples
variedades de bonos –siguiendo el fenómeno creciente de titularización-, con
grados de liquidez diferenciados. También son dinero en sí mismo las cuentas
bancarias creadas en un espacio virtual informático producto de la apertura de
alguna operación de empréstito, donde merced a un apunte contable el dinero
aflora al tiempo que una deuda. Las propias tarjetas de débito o crédito son,
de la misma manera, dinero. De tal modo que la creación del dinero se produce
por diferentes vías y se activan diferentes efectos multiplicadores sobre la
circulación del dinero. (…) Tampoco es posible afirmar que su creación es
producto únicamente de los bancos centrales. Los bancos centrales emiten moneda,
así como emiten deuda para financiar estados y regular la fluidez de la
circulación de dinero y el sistema de crédito. (…) La banca privada crea dinero
simplemente con una asignación contable, a veces virtual e informático, (…)
cuando provee crédito, porque en la práctica sin necesidad de estar respaldado
por un depósito y ni siquiera de un préstamo de otro banco (sea público,
central o privado) crea dinero así, incluso sin que se traduzca en billetes
visibles” (Albarracín, D.; 2006)
[5] Cabría hacer algunos matices con un autor que, inspirando a los
postkeynesianos, en la práctica, es prekeynesiano: Michal Kalecki. Este autor,
cuyo marco teórico precede a Keynes y es compatible con él, e incluso más
robusto, tiene la virtud de incluir el conflicto de clases como un factor
clave, aun cuando la variable de la voluntad política del gobierno sea
considerada en términos semejantes al keynesianismo.
[6] P=MELT*L
[7] MELT=Mp*V/L
[8] “Si el
trabajo es el pulmón que aporta oxígeno y vigor a la economía, el sistema
financiero es la sangre que le permite circular. Ahora, el circuito arterial,
¿hacia dónde va? La actividad crediticia sigue el ritmo de la economía, porque
la rentabilidad financiera sólo puede nacer de la economía real. Eso no impide
que las finanzas alteren dicha economía real, e incluso, siempre temporalmente,
se divorcie de su cíclica.” (Albarracín, D.:2006)
[9] Por cierto, Martínez señala que Varoufakis pensó en una moneda
electrónica y “que no le dio tiempo” y “no la vio posible”. Aunque es cierto
que empezó a trabajar en dicha posibilidad demasiado tarde, realmente no la
implementó porque fue “invitado a dimitir” de su cargo una vez perdió la
confianza de Alexis Tsipras.
[10] Las reacciones de represalia del BCE o la UE también representan a
veces a un mito. Son más norma que excepción los incumplimientos de los
parámetros exigidos por el Pacto de Estabilidad y crecimiento, sin darse apenas
consecuencias. O, por ejemplo, la política de Italia de favorecer rescates
públicos en su sistema bancario, a pesar del disgusto en Fráncfort o Bruselas,
no han causado represalias de alta significación. Sin duda, el peso de cada
economía influye mucho en la adopción de medidas de las instituciones europeas.
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